Conocimiento y lenguaje

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Estas emisiones no son, pues, una simple manifestación de la naturaleza autocentrada del pensamiento infantil, sino una herramienta en el proceso de interiorización del lenguaje. Vygotski (1934: 75) compara tres modelos descriptivos que podemos representar en la siguiente tabla:








Esta consideración de la praxis lingüística efectiva ha llevado a Bruner (1987: 6) a señalar la proximidad de Vygotski con los planteamientos de la pragmática enunciativa de Austin, Searle o Grice, especialmente en lo que se refiere a su inclusión de una «actividad volitiva» en cada expresión (Vygotski, 1934: 282).



Por lo que se refiere a la distinta consideración de Piaget y Vygotski de la etapa egocéntrica, López (1988: 32) ha indicado que no se trata de enfoques tan contradictorios como parece, sino que pueden verse como complementarios en la medida en que cada uno atiende a una característica distinta de las lenguas naturales. Ese lenguaje egocéntrico que aumenta cuando el niño tiene algún tipo de problema (Vygotski) apunta, sin duda, a una función reflexiva, metalingüística, mientras que al privilegiar la autocentración que desconecta los significantes de sus significados «reales», Piaget está apelando más bien a la capacidad prevaricadora (asumimos, en la línea de Hockett y Altman, que lo exclusivo de las lenguas naturales como sistemas semióticos, es la simultaneidad de dualidad, reflexividad y prevaricación, cf. López, 1988: 23).



3.1.3 Aportaciones de base conductista: B. F. Skinner



La psicología conductista considera la adquisición del lenguaje en el marco teórico de los hábitos (es decir, secuencias fijas de estímulos y respuestas), prescindiendo de estados y procesos mentales separados del comportamiento. Destaca especialmente la obra de Burrhus Frederic Skinner (1904-1990) y su teoría del comportamiento operante, que presenta a fines de los años 40 en las Conferencias William James y publica definitivamente en su libro de 1957 La conducta verbal.



Skinner distingue junto al condicionamiento clásico pavloviano, un condicionamiento instrumental u operativo en el que la reacción al estímulo es producida casualmente y reforzada a posteriori. En el contexto del entrenamiento animal tenemos, por ejemplo, al hámster que salta casualmente por el aro y que recibe una golosina para reforzar esa acción. En el contexto del aprendizaje verbal, la reacción (el operante) es la emisión verbal del niño, cuya fijación depende del refuerzo positivo que proporcione el adulto a continuación; así, por ejemplo, ante las primeras palabras u holofrases, el niño recibe casi siempre un refuerzo positivo por parte de la madre (sonrisa, celebración, repetición aprobatoria...).



Skinner propone una clasificación de los operantes verbales en tres categorías:



- Los mands: son reacciones a estímulos internos, generalmente situaciones de privación o necesidad, que tienen consecuencias prácticas en el entorno (por ejemplo, el niño obtiene agua, consigue que lo cojan...).



- Los tacts: son reacciones a estímulos externos no verbales; incluyen la mayor parte de los comportamientos verbales.



- Las respuestas eco: reaccionan a estímulos externos verbales; se incluyen aquí las imitaciones verbales, la lectura (comportamiento textual), y ciertas asociaciones intraverbales del tipo 1492: Descubrimiento de América.



La pretensión básica de Skinner era dotar al estudio del lenguaje de un estatus científico comparable al de otras facetas del comportamiento humano; su posicionamiento teórico (llamado a veces neoconductismo radical) le lleva a desatender factores no sistematizables como el contexto, la intención o incluso el significado, pero a la vez, adopta un enfoque funcional de las emisiones que puede considerarse precursor de la pragmática enunciativa.



Sin embargo, su obra fue duramente criticada por una reseña que realizó Chomsky en Language en 1959. Recordemos que el mismo año de publicación de La conducta verbal Chomsky inauguraba el generativismo con su obra Las estructuras sintácticas; su ataque fundamental a la obra de Skinner consiste en que las cadenas fijas del tipo:








no dejan lugar para la creatividad de un hablante que (recordemos) puede generar infinitas oraciones a partir de un conjunto finito de reglas. Richelle (1998: 339) resume así la incidencia de la reseña crítica que escribió Chomsky sobre el libro de Skinner:



Una de las críticas más banalmente dirigidas a Skinner ha sido el extrapolar a la especie humana las conclusiones de algunos experimentos sobre animales de laboratorio. Esto es desconocer su preocupación, anteriormente señalada, por los comportamientos más específicamente humanos, y especialmente el lenguaje. Corresponderá a los historiadores de las ciencias humanas el valorar las consecuencias que tuvo para la influencia de Skinner por una parte, y para la orientación tomada por la psicología cognitiva por otra, la crítica que hizo Chomsky Queda que la contribución de Skinner, que proponía un análisis funcional del comportamiento verbal, teniendo en cuenta el carácter interactivo de la actividad lingüística se vio desmantelada por el efecto de una crítica cuyos argumentos apuntaban a temas ajenos a las posiciones skinnerianas o las deformaban de una manera que apuntaba a la deshonestidad intelectual.



La insistencia chomskiana en la creatividad, no obstante, debe relativizarse a la luz de las investigaciones pragmáticas desarrolladas en la segunda mitad del siglo XX. La noción de predictibilidad, identificada por los autores de la escuela de Birmingham (John Sinclair, Malcolm Coulthard, Michael Stubbs), y que aparece en otras escuelas como pertinencia condicionada (análisis conversacional etnometodológico) o restricciones de encadenamiento (pragmática dialógica francófona), nos permite resituar la visión de Skinner sobre la sucesión de las emisiones verbales. Si bien es cierto, como pretende Chomsky, que la reacción ante un estímulo dado ofrece infinitas posibilidades de construcción sintáctico-léxica, también es cierto que cada emisión impone restricciones de ilocutividad y de orientación interactiva a la emisión siguiente (Gallardo, 2003b). Dado un estímulo como una invitación, el sujeto podrá construir la respuesta de mil maneras diferentes, sí, pero tal respuesta se moverá siempre en un espectro de posibilidades que oscila entre la aceptación y el rechazo.



Con todo, la ruptura radical que impuso la gramática generativa tuvo un efecto de renovación que determinó la evolución del cognitivismo:



Era un enfoque extremo. Pero de un golpe liberó a una generación de psicolingüistas del dogma de asociación-imitación-refuerzo. Giró la atención al problema del aprendizaje de las reglas, aunque se concentraba sólo en las reglas sintácticas. Al declarar muerta la teoría del aprendizaje como explicación de la adquisición del lenguaje (una de las necrologías más prematuras de nuestro tiempo), abrió el camino para un nuevo concepto (Bruner, 1983: 35).



3.2 Las relaciones pensamiento-lenguaje desde el marco generativista



3.2.1 Las posiciones de Chomsky



En 1957 Noam Chomsky (1928-) publica la primera versión del modelo gramatical generativista, Las estructuras sintácticas, donde plantea su concepción básica sobre el lenguaje y el pensamiento, la gramática y la propia lingüística (concebida como una subdisciplina teórica que se incluye en la psicología cognitiva). Como sabemos, este primer modelo será modificado en sucesivas versiones que permiten distinguir la teoría estándar, la teoría estándar ampliada, el modelo de la rección y ligamento, el modelo X-barra, el minimalista, etc., ya que la historia del generativismo es un verdadero ejercicio de «polifonía textual» (aunque no siempre dialógica).



La ingente bibliografía chomskiana, que complementa sus numerosos escritos con la publicación de entrevistas en medios de comunicación, la transcripción de debates o coloquios en los que participa, etc. obliga a que cualquier comentario sobre sus propuestas deba inevitablemente contextualizarse cronológicamente. Para describir sus posiciones sobre lenguaje y pensamiento, que han marcado considerablemente la orientación de la lingüística y la psicología cognitiva en la segunda mitad del siglo XX, debemos recurrir, más que a las publicaciones sobre gramática, a las que se ocupan específicamente de las relaciones entre pensamiento y lenguaje, como Lingüística cartesiana (1966), El lenguaje y la mente (1968), El lenguaje y los problemas del conocimiento (1988) o la entrevista que le realiza Brigitte Stemmer en el monográfico de Brain and Language (1999).



Como ya hemos señalado a propósito de Skinner, la gramática generativa nace con una voluntad claramente revolucionaria, contraria a la lingüística y a la psicología del momento. Bronckart exponía así en 1977 la relación entre este generativismo de las primeras décadas y el resto de escuelas investigadoras coetáneas:



el movimiento generativista se alzó literalmente «en armas», desde 1957, contra la lingüística estructuralista y contra la corriente estructuralista en psicología del lenguaje. Deseoso de dar cuenta de la «creatividad» del sujeto hablante al formalizar el modelo interno o «facultad» del lenguaje que posee todo locutor, Chomsky no puede dejar de oponerse tanto a Skinner como a Bloomfield. Formula, contra estas dos escuelas (sobre todo contra la primera, cf. la reseña B. F. Skinner: Verbal behavior) unas críticas de tono extremadamente violento y apasionado. Este tono violento, que justificaba la violencia de las oposiciones ideológicas y filosóficas subyacentes, continuó sin embargo caracterizando los intercambios científicos entre los chomskianos y «los otros» Si la polémica virulenta respecto de los antimentalistas norteamericanos pudo parecer justificada, su generalización al conjunto de las corrientes estructuralistas y, de modo general, al conjunto de la lingüística no generativa procede o bien de una ignorancia –parcial o total- de dichas corrientes, o bien de un imperialismo teórico que nadie puede justificar. Obnubilado sin duda por el estructuralismo rígido de la posguerra, Chomsky consideró al conjunto de lingüistas de dicha escuela como antimentalistas, cosa que no deja de sorprender cuando se conocen las tomas de postura fenomenológicas de los miembros del CLP (1977: 141-142).

 



En consonancia con este posicionamiento intencionadamente rompedor, cabe entender la visión chomskiana sobre el lenguaje y la lingüística; frente a las posturas empiristas que buscaban la fuente del conocimiento y la conducta en la experiencia del sujeto y su relación con el entorno, el generativismo asume una posición racionalista («cartesiana») según la cual el conocimiento procede de la mente humana. La argumentación que conduce a esta conclusión es bien conocida (Veyrat, 1994): el proceso de adquisición del lenguaje supone el aprendizaje de un sistema de reglas (la gramática) cuya complejidad desborda la capacidad que el mismo niño muestra en otros ámbitos cognitivos; habida cuenta de la rapidez de este aprendizaje, que permite disponer de una gramática básica a edad muy temprana, no cabe sino concluir la existencia de un bagaje innato que facilite tal adquisición:



Una peculiaridad notable de la adquisición del lenguaje por parte del niño es el grado de precisión con el que imita el habla de sus modelos (miembros de la familia, otros niños, etc.). La precisión del detalle fonético va mucho más allá de lo que los adultos pueden percibir sin entrenamiento especial y por tanto no puede ser que ésta sea el resultado de alguna forma de entrenamiento . Problemas similares surgen en el área de la adquisición del vocabulario, y la solución debe encontrarse en las mismas líneas: en la herencia biológica que constituye la facultad de lenguaje humano . La velocidad y la precisión de la adquisición del vocabulario no deja alternativa verdadera alguna a la conclusión de que el niño, de alguna forma, dispone de conceptos previos a su experiencia de la lengua y está, básicamente, aprendiendo etiquetas para conceptos que ya son parte de su aparato conceptual (Chomsky, 1988: 31).



Para argumentar con más detalle esta dotación innata, Eric Lenneberg realizó un estudio que se ha convertido ya en un clásico del generativismo: Los fundamentos biológicos del lenguaje, de 1967, donde aportaba argumentos anatómicos, fisiológicos y neurológicos para defender el innatismo. Lenneberg es quien identifica un período crítico de adquisición; según él, la adquisición del lenguaje que sigue a la exposición a los datos de lenguaje adulto, se activa sólo durante el período de desarrollo cerebral del sujeto (aproximadamente hasta la pubertad). Estas tesis fueron rápidamente incorporadas por lingüistas y psicólogos, y alentaron la organización por la UNESCO en 1968 de un Simposio sobre Investigación Cerebral y Conducta Humana, cuyas actas aparecieron editadas por Eric Lenneberg y Elizabeth Lenneberg en 1975.



Una vez aceptado el innatismo, la cuestión inmediata que surge es definir la naturaleza de esa dotación genética, que se designa como mecanismo de adquisición del lenguaje, MAL (language acquisition device, LAD). La activación de este mecanismo sólo se hace posible tras la exposición previa a los datos verbales del habla adulta, lo que configura un sistema de tres módulos que son:








Al identificar un bagaje innato que va más allá de la simple capacitación para aprender, y que predispone al niño para la adquisición del lenguaje a través del MAL, Chomsky está abriendo la puerta a investigar desde el generativismo uno de los temas más tratados en las últimas décadas del siglo XX, como es la tipología lingüística y la búsqueda de universales gramaticales:



La doctrina central de la lingüística cartesiana es que las características generales de la estructura gramatical son comunes a todas las lenguas y reflejan ciertas propiedades fundamentales de la mente (Chomsky, 1966: 124).



Esta búsqueda de universales, sin embargo, no es una tarea fácil, pues afecta directamente a la naturaleza del MAL, y ha de garantizar su validez translingüística. Hemos de plantearnos, entonces, una descripción más concreta de la dotación innata, para lo que hablaremos de posibles grados de aceptación del innatismo. Los análisis detallados sobre este aspecto de la «historia interminable» de la gramática generativa describen una evolución (desde la teoría estándar ampliada de los años 70, hasta el programa minimalista de los 90) en la que progresivamente se suaviza el grado de concreción de las categorías innatas.



3.2.2 El innatismo



La innegable superioridad de formalización que ofrecía (y ofrece) la gramática generativa con respecto a las escuelas estructuralistas anteriores y coetáneas, hizo extensivo un presupuesto de tal superioridad en todos los ámbitos, incluyendo la aceptación del correlato psicologista que llevaba aparejado. Sin embargo, la constante necesidad de revisión de los sucesivos modelos formales se relaciona directamente con la inadecuación de este correlato psicológico, basado en la dotación innata de las categorías gramaticales.



Un factor clave de este modelo psicológico se manifiesta en la concepción de las estructuras del lenguaje, básicamente la estructura superficial (ES) y la estructura profunda (EP), y su relación con los distintos componentes de la gramática. La distinción de estas dos estructuras, que se mantiene constante desde 1957 hasta su disolución en el modelo minimalista de los 90, permitía conciliar cierta dotación innata compartida por toda la especie (EP) con la riqueza tipológica (ES) mostrada por las lenguas del mundo. Precisamente este doblete teórico justifica también la peculiar manera de acercarse al tema de la gramática universal sin recurrir a una muestra representativa de lenguas. Una de las ideas básicas surgidas del Simposium sobre Universales en Teoría Lingüística que se celebra en la Universidad de Texas en Austin ya en 1967, es, precisamente, que la búsqueda de universales debe situarse en la EP que comparten todas las lenguas (todos los hablantes competentes), sin necesidad de comparar las EESS; el lingüista no necesita recurrir a ningún corpus, ya que su propia competencia lingüística le permite indagar en la búsqueda de universales (un recurso a la competencia que no deja de ser curioso tras las críticas a la lingüística previa por apelar a la intuición). La objeción constante realizada desde las filas de la tipología funciona-lista (encabezada por Joseph Greenberg y la Escuela de Standford) estriba en que con demasiada frecuencia los generativistas han identificado universales que sólo se explican porque han sido propuestos para el inglés (Bernard Comrie, por ejemplo, señalaba que todo el planteamiento se basa en supuestos sobre estructuras abstractas y sobre innatismo que son imposibles de verificar empíricamente, «con lo que la aceptación de este modelo se convierte en cuestión de fe», 1981: 17).



¿Cuál es, en definitiva, la naturaleza y el nivel de abstracción de esos elementos innatos? Aquí es donde la posición del generativismo se ve obligada a modificarse sucesivamente a tenor de las modificaciones que, paralelamente, va experimentado la concepción gramatical. Así, el modelo sintáctico de las primeras versiones (teoría estándar, teoría estándar ampliada) pretende que el niño nace con cierta predisposición para identificar unidades funcionales (como por ejemplo, los esquemas oracionales algebraicos, del tipo O → SN + SV). En la época de la semántica generativa se pensará que lo que el niño discrimina ya no son funciones, sino papeles temáticos (por ejemplo, el agente de cada oración), y más tarde (modelo de la rección y ligamento) se pensará que el niño posee reglas y relaciones. A fines de los 80 Ángel López describía así el itinerario de estas concepciones innatistas, desde el anticonductismo explícito de Las estructuras sintácticas hasta las posiciones más abstractas del modelo de parámetros descritas por White:



Aunque oficialmente la G. G. se siga considerando innatista, de hecho hoy en día es una hipótesis psicológicamente filoconstructivista. El punto de vista actual en lo relativo a la teoría del aprendizaje –White, 1982– es el siguiente: lo que el niño posee de forma innata ya no son principios estables, sino una serie de coordenadas o parámetros, organizados modularmente (es decir, en subcomponentes autónomos, aunque interrelacionados), y tales que la experiencia (los estímulos del contexto) fija para cada uno una serie de valores que constituyen la gramática particular de una lengua. A su vez, dicha gramática particular ni siquiera tiene que remitir en su totalidad a la gramática universal que constituye el genotipo: parte de la información visible –fenotipo– está determinada culturalmente –periferia– y suele obscurecer las propiedades del núcleo, que es quien deriva de la gramática universal (López, 1988: 117).



Los intentos posteriores, correspondientes al modelo minimalista, siguen pretendiendo el equilibrio entre la formalización y su correlato psicologista subyacente, lo que conduce a la eliminación de las estructuras profunda y superficial, sustituyéndolas por un componente sintáctico que es resultado de una proyección del lexicón. Bickerton elogia así la validez cognitiva del modelo minimalista:



este modelo sigue mucho más de cerca que el antiguo el modo en que el cerebro maneja realmente el lenguaje. Para la neurología no tenía ningún tipo de sentido decir que el cerebro daba primero forma a unas cuantas estructuras oracionales muy abstractas para después barajarlas hasta lograr que algo completamente diferente saliera de nuestra boca, que es lo que el viejo modelo de la estructura profunda y la estructura superficial afirmaba implícitamente. Los cerebros no son tan sutiles. Si pueden hacer algo directamente, lo hacen directamente . El viejo modelo implicaba que uno tenía que tener en la cabeza un conocimiento real de la gramática que debía usarse para poner en marcha las estructuras profundas (para «generarlas», razón por la cual recibía el nombre de «gramática generativa»). Sin embargo, se suponía que este conocimiento era innato . En el momento presente, todo lo que queda de las montañas de conocimiento innato que presuponía el antiguo sistema son unos cuantos principios elementales (Calvin y Bickerton, 2000: 197).



En su recopilación de artículos y conversaciones titulada Lingua ex Machina, el neurofisiólogo William Calvin y el antropólogo lingüista Dereck Bickerton defienden que el niño nace predispuesto hacia distinciones lingüísticas particulares, pero sin equipararlas a ninguna categoría morfosintáctica concreta; se trata, más bien, de una predisposición para unir las palabras en oraciones y comprenderlas según la ejecución de ciertos algoritmos. Su objetivo final es demostrar un punto de confluencia entre las tesis evolucionistas (Darwin) y las innatistas (Chosmky), lo que supone un esfuerzo de aproximación que pueda ser asumible para ambos planteamientos.



La tesis defendida por Calvin y Bickerton explica la complejidad del lenguaje natural (básicamente, su estructuración sintáctica) por la convergencia del protolenguaje con la inteligencia social, en concreto lo que el biólogo Robert Trivers designa «altruismo recíproco»: cuando los primates establecen relaciones altruistas (transaccionales, en la perspectiva de Bruner), es necesaria una capacidad de cálculo que les permita realizar varias funciones (Calvin y Bickerton, 2000: 162):



- distinguir a los individuos de su entorno social,



- diferenciar entre los tipos de acción (propia y ajena) que les proporcionan beneficios o perjuicios,



- algún tipo de representación abstracta (recuérdese la función simbólica piagetiana) de los papeles que desempeña cada uno de los implicados en cierta acción, lo que supone su organización en términos actanciales, argumentales.

 



3.3 Las relaciones pensamiento-lenguaje desde el marco cognitivista



Chomsky, como hemos visto, reivindicaba una caracterización de la lingüística como subdisciplina perteneciente a la psicología cognitiva, cuya emergencia en los años 60 describe Romero (1998: 417) en los siguientes términos, vinculándola a ciertas necesidades surgidas en la segunda guerra mundial:



La aproximación cognitiva, tal y como hoy en día se conoce, surge gracias a influencias sociales y tecnológicas externas y ajenas al propio mundo académico o aplicado de la psicología . En concreto, los avances teóricos y tecnológicos, principalmente en los países anglosajones (EUA y Gran Bretaña) en torno a temas tales como la información, la computación, los ordenadores, etc. –lo que Rivière (1991) ha denominado las tecnologías del conocimiento o Simon (1973) las ciencias de lo artificial– fueron las influencias clave que motivaron a los psicólogos para superar los modelos conductualistas vigentes hasta entonces . Para construir máquinas eran necesarios ingenieros, físicos o matemáticos, y para ahondar en las tareas mentales que esas máquinas pudieran hacer, los más cualificados eran los psicólogos, aunque también podían estar neurólogos, lingüistas, e incluso filósofos y antropólogos.



En su presentación de su modelo neurocognitivista, centrado en el tratamiento y rehabilitación de las patologías del habla, Fernando Cuetos (1998: 11) señala cuáles son los principios básicos que dan base a la psicología cognitiva:



- modularidad: como ya hemos señalado antes, se acepta que el sistema cognitivo está organizado en módulos que se encargan de tareas específicas (lo que los investigadores no logran consensuar es la cantidad, naturaleza e interrelación que presentan tales módulos);



- isomorfismo: las entidades cognitivas modulares tienen necesariamente un correlato biológico que consiste en grupos de neuronas y circuitos neuronales;



- fraccionabilidad: las lesiones cerebrales pueden destruir ciertos módulos sin que esto suponga la quiebra del sistema global;



- sustractividad: la conducta verbal de un paciente lesionado es el resultado del sistema de procesamiento del lenguaje menos (en el sentido de resta) los módulos lesionados.



En este apartado trataremos tres aspectos de la perspectiva cognitiva que merecen especial atención en la relación pensamiento-lenguaje:



- la metáfora computacional del cognitivismo radical;



- el énfasis comunicativo del funcionalismo de J. Bruner;



- la importancia del metalenguaje de la lingüística perceptiva.



3.3.1 El cognitivismo radical y la metáfora computacional



La comparación entre organismos vivos y artificiales no surge de la nada. Ya a fines del siglo XIX Claude Bernard había establecido paralelismos entre ciertos procesos «autorreguladores» de la máquina de vapor y de los seres vivos. En los años 30, Walter Cannon, Norbert Wiener y Arturo Rosenblueth trataban conjuntamente problemas como la homeostasis biológica (concepto acuñado por Cannon para los procesos autorreguladores), los circuitos de computación o el sistema nervioso. La historia de la informática y la inteligencia artificial se desarrollan a lo largo del siglo XX, describiendo un itinerario marcadamente interdisciplinar en el que podemos destacar ciertas fechas concretas:



- 1936: Alan Turing describe la «máquina de Turing», capaz de realizar cualquier cómputo «a la manera de un cerebro».



- 1938: Claude Shannon aplica la lógica binaria a la creación de conmutadores eléctricos.



- 1938-1941: Konrad Zuse construye en Alemania el ordenador Z3, con código binario.



- 1942: la Fundación Josiah Macy Jr. convoca la primera de las que se conocerán como «Conferencias Macy», dedicada al tema de la inhibición cerebral. Acuden: John von Neumann, Norbert Wiener y Walter Pitts (matemáticos), Warren McCulloch (neurofisiólogo y matemático), Julian Bigelow (ingeniero), Arturo Rosenblueth y Walter Cannon (neurofisiólogos), Lawrence Franck (psicólogo), Laurence Kubie (psicoanalista), Margaret Mead y Gregory Bateson (antropólogos), y Milton H. Erickson (hipnoterapeuta). El concepto de feed-back o retroalimentación se asume como la clave explicativa de cualquier conducta intencional.



- 1943: McCulloch y Pitts publican «A Logical Calculus of Ideas Immanent in Nervous Activity», donde describen un funcionamiento de las neuronas que será desarrollado en modelos artificiales («neuronas McCulloch-Pitts») por Kleene o Minsky.



- 1945: John von Neumann publica un ar