Conocimiento y lenguaje

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El desarrollo y aplicación de ese modelo nos conduce a diseñar la investigación, al menos la de carácter global, desde una perspectiva transdisciplinar que sólo puede llevarse a cabo por medio de equipos de trabajo que, aún aportando la peculiaridad de las perspectivas de los investigadores de cada disciplina específica, tengan como objetivo fundamental diseñar y desarrollar aproximaciones globales.

El corpus conceptual y terminológico, en fin, quizás sea el que mayor dificultad conlleva porque, como han puesto de relieve diversos estudiosos, el transcendental cambio que ha sufrido la realidad comunicativa en su conjunto debido, sobre todo, a la incidencia o determinación de las nuevas tecnologías. Por esa razón, quizás se deba hablar de un nuevo espacio conceptual que lleva consigo nuevas formas de nombrar sus elementos, nueva terminología (espacio conceptual original y nuevo vocabulario) que ha de extenderse al proceso de producción, a los elementos que conforman los productos y a las formas de percepción (abril 1997: 112-140).

1.4 Teoría de la comunicación y teoría del lenguaje

Se hace necesario un encuentro inaplazable entre la teoría lingüística y la teoría de la comunicación, preocupada ésta especialmente por los discursos mediáticos, por la comunicación social en general. Lo cual constituye, desde nuestra perspectiva, no una cuestión de importancia menor sino fundamental; es evidente el desencuentro entre investigadores lingüistas y teóricos de la comunicación con respecto a los objetos de investigación y, quizás por eso mismo, no exista conciencia de un distanciamiento en el ámbito de la dinámica investigadora entre los cultivadores de tales campos del saber, sin duda interconectados por el objeto de estudio, el lenguaje, y por los retos que su conformación y tratamiento actuales conlleva.

Precisamente por eso se hace indispensable profundizar en las razones de largo alcance que subyacen a ese desencuentro y, al mismo tiempo, se necesita establecer algunas pautas para despejar ciertos obstáculos con el fin de iniciar, al menos, el largo camino que se deberá recorrer para que lingüistas y teóricos de la comunicación trabajen en proyectos comunes que contribuyan a realizar una aproximación integral a los lenguajes y a los discursos mediáticos.

1.4.1 Del lenguaje natural a los lenguajes mediáticos

En los párrafos dedicados a establecer la demarcación de la comunicación actual se ha aludido explícitamente al problema del lenguaje como factor determinante de la complejidad de la comunicación. Partiendo, precisamente, de ese supuesto, se establecen a continuación una serie de acotaciones en torno a la necesidad de un replanteamiento de las implicaciones que conlleva el tratamiento científico-teórico de la realidad comunicativa actual en la delimitación del lenguaje y en las exigencias de ese objeto en los enfoques de la teoría lingüística.

La perspectiva cognitiva contempla el proceso definido por el conocer y la manifestación (manifestaciones) o expresión (expresiones) de ese conocer. Tanto una aproximación sincrónica como diacrónica puede desvelarnos una clara interrelación, complementación, entre el pensamiento, la conceptualización, el conocer y su manifestación en formas primitivas y elementales a través de la imagen, y en forma arbitraria (contractual) y compleja a través de la palabra oral o escrita; en ambos casos se trata de un proceso cultural y culturizador (Debray, 1994; Gubern, 1996). Al mismo tiempo, la interpretación de esa interrelación ha conducido a posturas quizá intransigentes y con prejuicios: desde supuestos antropológicos, señalan, la imagen como símbolo de lo primitivo y hasta cierto punto de incultura frente a la palabra, y sobre todo la escritura, considerada como símbolo superior de cultura (Sartori, 1998).

Esta visión intransigente y de prejuicios es relativamente fácil cuando en su origen está la ignorancia, pero resulta francamente difícil de entender cuando viene acompañada de una batería de pruebas arropadas de cientificismo y argumentadas desde ámbitos de conocimiento diferentes.

En la postura primera subyacen los conceptos de complementación y superposición de imagen y lenguaje (natural), en la segunda los de perversión o decadencia. Tales tesis exigen una atención específica encaminada a clarificar algunos de los pormenores de sus argumentaciones. Las dimensiones de la comunicación no permiten desentrañarlas en todos sus entresijos, pero tampoco justifica llegar hasta el extremo de no hacer explícitas las pautas de análisis.

Desde una perspectiva evolutiva, pero no lineal, unidireccional (la historia de la Humanidad en modo alguno puede entenderse como un progreso continuado e ineludible), dentro de la visión que definimos como defensora de la complementación, consideramos imprescindible subrayar que el desarrollo humano se construye efectivamente como un complejo proceso de complementación que supone, no obstante, el rechazo o exclusión de ciertos elementos y la aceptación o inclusión de otros. El lenguaje es considerado como factor o instrumento de mediación en la interacción comunicativa entre el yo y el otro, o entre el yo y su desdoblamiento (esto es, en el pensar o reflexionar). En nuestro trabajo de estudio habitualmente consideramos el lenguaje natural de un modo u otro en función de supuestos parciales. Pero ello puede significar, sin duda, el olvido de la necesaria complementación evolutiva a la que hemos aludido.

Por eso es preciso afirmar y trabajar desde la premisa de que el instrumento del lenguaje ha de conectarse con el conjunto de factores que determinan el modelo específico de comunicación dominante en los diferentes estadios de la historia de los agentes de esa comunicación. Dicho de otro modo: la dominancia del lenguaje iconográfico-simbólico-representacional propio de los pueblos primitivos (antiguos y contemporáneos) es el resultado de un modelo de vida, una situación socioeconómica y cultural que posee un grado de racionalidad y complejidad proporcional y adecuado a la racionalidad y complejidad de esa formación social, según apuntan ciertas tesis antropológicas.

La ampliación de ese medio comunicativo, esto es, del lenguaje iconográfico-simbólico-representacional, y su perfeccionamiento da lugar a que aparezca en otro momento de la historia un nuevo instrumento de interacción comunicativa: la escritura. Además de un instrumento absolutamente más perfecto, este hecho supone el surgimiento de un lenguaje diferente que complementa el anterior y que posee, con respecto al anterior, algunos aspectos de carácter más restrictivo y otros de carácter evidentemente superador.

Por otra parte, la dominancia de la escritura sobre el lenguaje oral y el icónico, no puede ser considerada fruto de su valor objetivamente superior con respecto a los anteriores, sino más bien efecto de un conjunto de factores no exclusivamente lingüísticos que, en cierto modo, tienen que ver con la conformación clasicista de la propia sociedad. Esto es, leer y escribir puede suponer diferenciar socialmente las élites cultas del pueblo analfabeto y ágrafo en un momento determinado de la historia de la Humanidad (y quizás aún en la actualidad).

Otra cuestión diferente, sin duda, es la constatación de la particularidad y especificidad de los lenguajes oral e iconográfico primitivos con respecto al escrito, y el reconocimiento de la trascendencia de unos y otros para el desarrollo de la sociedad, la conservación del legado histórico y, en suma, la conformación de la memoria histórico-cultural de los pueblos y las posibilidades de expresión más plural y compleja que ofrezca un tipo de lenguaje con respecto a otro.

Desde esta perspectiva, no es razonable realizar el análisis y la valoración social del lenguaje de los actuales discursos mediáticos (audiovisuales, informáticos, virtuales y multimediáticos) siguiendo parámetros de perfección e imperfección, superioridad e inferioridad, o bondad y maldad, con respecto al resto de lenguajes anteriormente citados. Su análisis e interpretación debe enmarcarse dentro de unas coordenadas sociohistóricas y comunicativas adecuadas que puedan conducir a una aproximación distanciada que permita comprobar su particularidad proveniente de su conexión con el momento o formación social en la que ha surgido (Wolton, 2000), su conexión con la naturaleza compleja de su conformación y con la función, funciones y efectos que se le atribuye en la sociedad de la información, del espectáculo y del simulacro (Castells, 1997-1998).

En otras palabras, es preciso iniciar un proceso de reflexión de carácter plural, interdisciplinar y complejo mediante la comparación de los lenguajes por su naturaleza y por su función primordial de servir de instrumento de expresión e intercomunicación. Ello ha de servir para, por una parte, superar los prejuicios de superioridad de unos lenguajes sobre otros, y, por otra, para profundizar en el tema de la interacción de los lenguajes que conforman los productos audiovisuales, dado que éstos constituyen, por encima de todo, una construcción compleja. En ella, no obstante, se mantiene la peculiaridad de cada uno de los lenguajes al tiempo que todos ellos se complementan en un nuevo lenguaje (sistema de comunicación y sistema de codificación) de naturaleza y función específica, y diferente de los lenguajes de origen.

A modo de conclusión de este primer epígrafe, introducimos un postulado previo como supuesto básico que soportará el resto de reflexiones: el lenguaje audiovisual y el virtual tienen la particularidad de ser un lenguaje complejo que no sólo interrelaciona diversos lenguajes, sino que ofrece además nuevas posibilidades para establecer las relaciones existentes entre el pensamiento y la expresión del mismo, sea cual sea la función que se les atribuya desde los emisores o productores.

 

Reconocer la complejidad del lenguaje, de los discursos mediáticos audiovisuales o no, supone, como mínimo, exigir la aceptación de la misma en tres ámbitos del proceso de comunicación: en el de la producción, en el del producto o discurso y en el del análisis e interpretación. Asimismo, esta característica de la complejidad conduce a las implicaciones de la misma en el ámbito específico de la competencia comunicativa y, en este caso, en el de la propia investigación.

La complejidad del proceso de producción nos traslada ineludiblemente al papel determinante de las nuevas tecnologías como soporte a la vez que factor determinante en la conformación de los discursos mediáticos. Y, sin comulgar necesariamente con las tesis del determinismo tecnológico, nos lleva a afirmar el papel que esas tecnologías juegan como ampliación de la capacidad humana para la representación, la comunicación y el conocimiento (Bettetini y Colombo, 1995: 11-41).

Sí, en cambio, hemos de interesarnos por la complejidad de los productos, cuando menos en los términos que señala, por ejemplo, Cebrián (1995: 54) cuando afirma que:

Lo audiovisual engloba, en definitiva, dos sentidos claramente definidos desde la perspectiva lingüística: a) Un sentido amplio, como mera yuxtaposición de los dos términos: audio y vídeo, pero sin establecimiento de relación alguna entre ambos; en este sentido se considera lo auditivo por un lado y lo visual por otro con plena autonomía de funcionamiento de cada uno de ellos y presencia de diversos medios. Lo audiovisual aparece en medios basados exclusivamente en sonidos como el disco, el magnetófono, el teléfono y la radio. Lo visual se presenta en medios basados en representaciones de imágenes: cine mudo, cartel y fotografía fundamentalmente. b) En sentido restringido, se refiere a la interrelación plena de los dos términos mediante la cual se establece una integración de ambos para originar un nuevo producto: lo audiovisual pleno, dentro del cual ya no es posible examinar por separado cada uno de los componentes si no se quiere destruir el sentido que transmiten. La percepción se realiza por la vista y el oído simultáneamente. Las vinculaciones de imágenes y sonidos son tales que cada uno contrae relaciones con el otro por armonía, complementariedad, refuerzo, contraste. De todo ello surgen nuevos sentidos. Lo audiovisual, según esta acepción, no es una suma, sino una unidad expresiva total y autónoma. Los medios más representativos son el cine sonoro, la televisión, el vídeo y todos los derivados de cada uno de ellos, y cuya influencia se aprecia en los sistemas de multimedia y su horizonte próximo en las redes interactivas multimedia. [...] Lo audiovisual se enmarca en el proceso comunicativo. Las perspectivas anteriores analizan el concepto desde puntos de vista parciales. Eliminan el entorno y el contexto en el que se presenta lo audiovisual. Son válidas pero incompletas. Lo audiovisual no es algo aislado y fijo, sino que tiene una dinamicidad y una interconexión con el proceso y sistema comunicativo global. Cada uno de los componentes del acto comunicativo tiene repercusión en lo audiovisual. Hay que examinarlo, pues, en esta trabazón de contextos particulares y en el contexto global.

Así pues, el estudio lingüístico de los productos mediáticos es pertinente y necesario por constituir una manifestación de su objeto específico de indagación, al tiempo que debe formar parte del análisis, comprensión e interpretación del discurso mediático como entidad compleja, si se quiere dar cuenta de la misma de modo adecuado y coherente. En otras palabras, la aproximación lingüística a los discursos mediáticos se convierte en necesaria desde el momento en que históricamente los lingüistas han asumido los lenguajes naturales como objeto primordial de su investigación y, a nuestro modo de ver, los nuevos lenguajes significan, sin duda, una nueva manifestación de esos lenguajes naturales, por más que se presenten interrelacionados con otros de carácter visual, auditivo, etc. Además, la automarginación de los lingüistas en el análisis e interpretación de los discursos mediático-audiovisuales puede convertir el estudio de los mismos en una operación a todas luces insuficiente y parcial.

Considérese como dato de apoyo el hecho de que cualquier productor (emisor) de tales discursos realiza continuamente una doble traslación (traducción, si acaso) del lenguaje natural al audiovisual-mediático y de éste al natural explícito e implícito, lo que constituye el auténtico proceso de conformación / interpretación de estos discursos.

La tesis que aquí se propone tiene, pues, como primer supuesto la naturaleza compleja de los productos, que proviene de la interrelación de diferentes lenguajes en tales discursos en cuanto sistemas sígnicos y comunicativos entre los cuales está, sin duda, el lenguaje natural (oral o escrito). El segundo es correlato del anterior en tanto en cuanto la presencia del lenguaje en los textos discursivos conlleva lógicamente la intervención epistemológica y metodológica, por tanto investigadora, de la Lingüística como disciplina y de los lingüistas como investigadores, analistas e intérpretes.

1.4.2 Paradigmas comunicativos y paradigmas lingüísticos

Planteada la necesidad de la perspectiva lingüística en el estudio de los discursos mediáticos, conviene especificar las posibles pautas de los lingüistas como investigadores y de la Lingüística como paradigma científico adecuado para el análisis e interpretación del objeto de investigación seleccionado.

Para llevar a cabo los dos objetivos enunciados, consideramos imprescindible realizar, o al menos tener presentes, estas operaciones:

a) delimitar el objeto de investigación como complejo, especificando los aspectos de esa complejidad;

b) definir el ámbito de intervención de la Lingüística como disciplina o campo de investigación, y finalmente

c) incidir en el compromiso de que participen lingüistas en la actuación investigadora necesariamente interdisciplinar.

La naturaleza compleja del objeto es fácil de comprobar y ha sido reiterada por los especialistas basándose, por una parte, en los factores que intervienen en el proceso de producción, tal como han puesto en evidencia, entre otros, los teóricos de la Economía Política de la Comunicación, la Semiótica, la Socio-semiótica, etc.; por otra, en los elementos que intervienen en la conformación de los discursos como lenguajes dotados de una peculiaridad especial, pero que, al mismo tiempo, adquieren una única particularidad como hecho, objeto, discurso mediático definido por la complementariedad (sincretismo), y no por la siempre superposición.

Cualquier discurso mediático es el resultado de la complementariedad de un conjunto de signos, sistemas sígnicos o sistemas plurales que se interrelacionan e interactúan dentro de un sistema más complejo propio de un medio y, dentro de él, en un programa o programación determinados, en el cual adquieren una especificidad particular, mediática: sea audiovisual, hipertextual o multimediática.

No obstante, la complejidad o complementariedad a la que hemos aludido no supone la eliminación de la peculiaridad de cada uno de los lenguajes que la componen o conforman, sino que éstos adquieren mayor o menor relevancia en función de la fase del proceso de producción o recepción (análisis de la interpretación) al que hagamos alusión o centremos nuestro interés investigador.

Si trasladamos lo dicho anteriormente al terreno específico del lenguaje natural (oral o escrito) hemos de situarnos en el ámbito conceptual e investigador (epistemológico y metodológico) enmarcado en la unidad comunicativa «texto», que viene definido por unas propiedades específicas y se traduce en las situaciones concretas en diferentes tipos, géneros o ámbitos de uso (Casetti y Di Chio, 1999; González Requena, 1992; Van Dijk, 1998; Zunzunegui, 1992).

Desde esta perspectiva, los textos audiovisuales, multimediáticos e informáticos se conforman respetando en los diferentes tipos textuales las propiedades que los definen genéricamente, aunque se realicen de formas específicas. En este tipo de textos mediáticos, la presencia, y en su caso la relevancia, creemos que puede estudiarse e interpretarse recurriendo a la perspectiva, modelo, que ha sido denominada cognitiva y gestáltica (López García, 1989, 1992), que toma los conceptos de «fondo» y «figura» y su relación como ejes fundamentales de la dinámica explicativa. Es decir, el lenguaje natural, oral o escrito, funciona como fondo de la figura en los textos mediáticos en algunas de las fases del proceso de producción y de recepción.

En la producción de textos informativos televisivos, por ejemplo, puede contemplarse el lenguaje escrito como figura en la construcción del guión o escaleta, mientras que se convierte en fondo en la representación puesta en escena, si bien, incluso en la puesta en escena el lenguaje oral de los presentadores o conductores de un programa específico, el de los intervinientes en los cortes de voz, pasan a ser figura. En el proceso de recepción ocurre algo similar, puesto que en la participación de los actores o espectadores, telespectadores del espectáculo televisivo informativo (González Requena, 1992) supone, quizá, un proceso inverso en el que ese agente comunicativo, que es el receptor, convierte el lenguaje oral o escrito en figura de la comprensión, análisis e interpretación, de la puesta en escena del discurso informativo.

La presencia del lenguaje natural en los discursos mediáticos, interpretado desde esta o desde otra perspectiva, aparece sin duda como formante indispensable y su estudio no ha de realizarse únicamente en función o a partir de su relevancia, como figura o como fondo, sino también como elemento autónomo caracterizado de acuerdo con las notas o rasgos que lo definen, al igual que el resto de los lenguajes que intervienen.

Es evidente, por tanto, que el objeto de investigación que hemos denominado texto o discurso mediático, tiene entre sus elementos formantes el lenguaje natural, que aporta a la complejidad o complementariedad del mismo sus particularidades constitutivas y, al mismo tiempo, adquiere nuevas dimensiones constitutivas y mediáticas al interactuar de acuerdo con las normas codificadoras de los sistemas comunicativos de los diferentes discursos mediáticos.

Los discursos mediáticos de la llamada «sociedad o era de la información» son, en conclusión, instrumentos vehiculizadores específicos de la interacción comunicativa dominante protagonizada por los miembros de la sociedad contemporánea; constituyen la conformación de un lenguaje específico, en el que intervienen de forma complementaria e interconectada una pluralidad de lenguajes que han surgido o dominado en diferentes momentos de la sociedad, pero que forman parte en la actualidad de un nuevo lenguaje con rasgos específicos y peculiares al tiempo que distinto de los anteriores, por más que todos y cada uno de ellos, y concretamente el lenguaje natural (oral o escrito), forme parte de él con su propia naturaleza y adquiriendo, sin duda, nuevas dimensiones. Como afirma Van Dijk (1998: 244-245):

Con los mensajes visuales, esto resulta por cierto más fácil y, en algunos casos, más efectivo que por medio del discurso. Pero, en general, no hay un código semiótico tan explícito y articulado como el lenguaje natural (y, por supuesto, diversos lenguajes por señas) para la expresión directa de significados, conocimientos, opiniones y diversas creencias sociales. Si una imagen vale más que mil palabras, esto se debe fundamentalmente a los detalles visuales que resultan difíciles de describir verbalmente. Esto significa que las imágenes pueden ser particularmente apropiadas para expresar la dimensión visual de los modelos mentales. Si las imágenes expresan opiniones o creencias generales e ideologías, lo hacen más bien indirectamente y, en consecuencia, necesitan interpretaciones (indeterminadas). Esto no significa que, en la comunicación, esas expresiones indirectas de opiniones e ideologías sean necesariamente menos persuasivas. Por el contrario, una fotografía dramática de una escena, acontecimiento o persona específicos, puede ser un medio mucho más «poderoso» que las palabras para la expresión de opiniones. Sin embargo, esta persuasión está basada, precisamente, en lo concreto del «ejemplo», y necesita inferencias por parte del lector sobre lo que la imagen realmente «significa», como también sucede con la narración de historias basada en modelos, u otros ejemplos utilizados para transmitir opiniones e ideologías.»

Desde estas pautas que tratan de delimitar el objeto de investigación, derivan el papel de la teoría lingüística, cualquiera que sea el paradigma que se elija como más adecuado, y la función que debe cumplir esta disciplina a la hora de tratar los discursos mediáticos.

 

La lógica empleada en la selección del objeto y en especificar sus peculiaridades conduce a incidir en dos aspectos: el estudio del lenguaje natural como realidad autónoma y como parte de la complejidad mediática, y aludir a la función que debe desempeñar el lenguaje. En primer lugar, la autonomía del lenguaje natural, oral o escrito, como elemento formante de los diferentes lenguajes mediáticos, diferentes según los medios de comunicación a los que pertenecen, implica la aplicación de la teoría lingüística a su objeto específico de investigación y, por tanto, supone la intervención de un modelo de aproximación que despliega todo el bagaje teórico y práctico, epistemológico y metodológico, para analizar el lenguaje oral o escrito como objeto específicamente lingüístico, de acuerdo con el paradigma explicativo que se elija como adecuado y eficaz.

Desde esa perspectiva, la teoría lingüística no debe sufrir alteración o revisión significativa, puesto que simplemente constituye la actuación más pertinente y quizá rutinaria de dicha disciplina, y, por lo mismo, permite valerse, hacer uso del modelo explicativo, de la delimitación científica del objeto, del corpus terminológico y de los mecanismos metodológicos que se consideren oportunos. Por resumir de algún modo lo anotado hasta el momento con respecto a la aproximación lingüística a los discursos mediáticos, podríamos afirmar que el lenguaje natural puede ser analizado desde la perspectiva analítica e interpretadora (sea generativa, cognitiva, pragmática, funcionalista, etc.) que se considere adecuada y eficaz (Echeverría, 1999; Gavaldà, 1999; López García, 1996; Van Dijk, 1998).

La particularidad, no obstante, surge cuando el lenguaje no se considera como objeto autónomo sino como un formante que interactúa con otros lenguajes como formante del discurso mediático estructurado como objeto complejo. En este sentido, la Lingüística, como disciplina científica, carece igualmente de autonomía y ha de funcionar como campo del saber incluso dentro de otro macrocampo, que se enmarca en el ámbito de la teoría de la comunicación, sea cual sea el paradigma explicativo e investigador seleccionado.

Con esta perspectiva compleja e interdisciplinar, es necesario realizar dos acotaciones sobre el papel y la forma de intervenir de la Lingüística. La primera se refiere a la necesidad de que el paradigma lingüístico asuma la particularidad que adquiere el lenguaje natural como elemento complementario de otros lenguajes empleados en las producciones, representaciones y puestas en escenas mediáticas (periodismo escrito, programación radiofónica, televisiva, hipertexto o multimedia) y que, por tanto, adquiere dimensiones no contempladas en el análisis del lenguaje oral o escrito como objeto autónomo.

La segunda supone el reto más importante e ineludible de la Lingüística y, sin duda, la aportación más necesaria, puesto que no se ha llevado a cabo hasta el momento, por razones diversas enunciadas al principio de este trabajo. La Lingüística ha de desarrollar, junto a otras disciplinas, un modelo adecuado para analizar e interpretar el discurso mediático conformado de forma compleja.

La Lingüística, en este caso, pierde, por supuesto, la autonomía explicativa e investigadora, pero adquiere una nueva dimensión y abre un nuevo campo de aplicación de esta disciplina, que se deduce de su participación en un modelo y programa interdisciplinar.

La reivindicación fundamental (si es correcta esta expresión) que corresponde a la Lingüística es exigir al resto de disciplinas implicadas en este modelo y programa que asuman la aportación de la teoría lingüística a la comprensión e interpretación de los discursos, textos mediáticos, en los que, como anotamos en la delimitación del objeto, el lenguaje natural, asume el papel de figura por encima del valor de lenguajes que aparecen como fondo discursivo, en términos de la perspectiva lingüística cognitivo-perceptiva.

Por otra parte, y desde el razonamiento expresado en el párrafo anterior, la Lingüística está obligada a asumir la particularidad que introduce en la definición del lenguaje su papel de fondo cuando otros lenguajes actúan como figura en la producción y representación de los productos o discursos mediáticos.

En uno y otro sentido y desde ambas perspectivas, es evidente que la Lingüística se interna en un campo científico explicativo e investigador en el que, por otra parte, está obligada a intervenir y colaborar, puesto que constituye el campo científico específico de la nueva comunidad científica que ha de ser entendida como colectividad intelectual según Levy (1998).

Esta obligación deriva de un doble supuesto que convierte en irrenunciable la intervención de la Lingüística. En primer lugar, la consideración de que los discursos y lenguajes mediáticos de los medios audiovisuales e informáticos representan un avance o al menos una nueva modalidad discursiva de lenguaje, diferente, quizá más compleja que la del lenguaje natural. En segundo lugar, la constatación de que el lenguaje natural es parte relevante de esos nuevos lenguajes y discursos y, por lo mismo, la ausencia de la aproximación lingüística comportaría no sólo una gran ausencia explicativa sino también la radical imposibilidad de realizar un estudio adecuado y coherente de los mismos.

1.4.3 Los retos de los lingüistas en la era de la información

El panorama epistemológico, metodológico, investigador, diseñado en los epígrafes anteriores conduce a plantear y, en cierto modo, recalcar algunas sugerencias irrenunciables a los estudiosos del lenguaje que, por otra parte, hasta el momento no han dado muestras quizá significativas de haber asumido los retos evidentes que plantean las manifestaciones de los nuevos lenguajes a todas luces dominantes en la actual sociedad de la información.

El programa de actuación que sigue ha de considerarse como respuesta adecuada al conjunto de necesidades y exigencias que se derivan de las acotaciones apuntadas hasta el momento en torno a los lenguajes mediáticos, al lenguaje natural como elemento conformante de los mismos y a la Lingüística como disciplina responsable del estudio del lenguaje natural autónomo e interrelacionado con otros en el ámbito comunicativo mediático.

Los retos para los lingüistas y la presentación de perspectivas se refieren, como mínimo, a los ámbitos relacionados a continuación y a las operaciones que derivan de su consideración. Son éstas:

a) delimitación del lenguaje natural como objeto autónomo y como objeto relacionado e interdependiente respecto al resto de los que intervienen en la construcción de los discursos mediáticos;

b) establecimiento de un modelo explicativo, terminología y método de investigación adecuados para el estudio del lenguaje en su doble característica de objeto autónomo y restrictivamente lingüístico, y como formante complementario del complejo lenguaje mediático;

c) participación como investigador perteneciente a la comunidad científica lingüística que entra a formar parte de una comunidad científica e investigadora interdisciplinar, que se ocupa del análisis e interpretación de los diferentes discursos mediáticos.