Conocimiento y lenguaje

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El TEL o trastorno específico del lenguaje (Mendoza, 2001; Muñoz, 2002; Fresneda, 2002) es incluido por algunos investigadores en el grupo de trastornos del espectro autista; Mendoza, por ejemplo, acepta la propuesta de Bishop según la cual los matices de diferenciación entre el autismo, el trastorno semántico-pragmático o el trastorno de Asperger dependerían de alteraciones más o menos marcadas en el componente social o en el componente verbal de la comunicación.

Los niños con TEL (esta patología se llama a veces alalia, audiomudez, afasia evolutiva o disfasia) presentan problemas con la conducta verbal que pueden focalizar (Muñoz, 2002) aspectos expresivos (problemas de articulación, habla costosa y sin fluidez, baja inteligibilidad), aspectos expresivos-receptivos (comprenden mejor los símbolos no verbales que el lenguaje, dificultades en todos los componentes de la gramática), o aspectos léxicos y pragmáticos (dificultades semánticas y, como caso especial sólo en algunos niños, dificultades severas con la comunicación inferencial, las rutinas conversacionales, gestión del tema conversacional: trastorno semántico-pragmático).

Todos los síndromes agrupados en el espectro autista (junto a otros, como por ejemplo el síndrome de Williams) parecen coincidir en un déficit cognitivo que ha sido identificado mediante la Teoría de la Mente, propuesta por Premack y Woodruff en la década de los 70 a propósito de la capacidad de los chimpancés para inferir estados mentales ajenos. La teoría de la mente podría considerarse como una versión desarrollada de las teorías clásicas que caracterizan al ser humano por su propiocepción, cuyo correlato lingüístico es, como sabemos, la capacidad metalingüística. En el ámbito cognitivo, la teoría de la mente nos permite establecer suposiciones y premisas acerca de lo que puede sentir / pensar / creer una tercera persona. Investigadores como Mendoza (2002) o Garayzábal (2004) han utilizado el déficit de teoría de la mente para caracterizar algunas patologías, estableciendo por ejemplo similitudes de comportamiento y de déficits pragmáticos entre los hablantes con síndrome de Williams, los hablantes del espectro autista, y los hablantes que tienen alguna lesión en el hemisferio derecho.

Otros problemas infantiles se revelan en la etapa de escolarización, pues implican el aprendizaje del código escrito. En la dislexia, el niño tiene problemas para la lectura; en la disgrafía, para la escritura. Inicialmente los problemas disléxicos se relacionaron con los problemas de lectura que aparecían en adultos afásicos, por lo que se caracterizó la dislexia como «ceguera congénita para las palabras» (J. Hinshelwood). Entre 1925 y 1940, Samuel T. Orton (neuropsiquiatra y neuropatólogo) estudió un amplio grupo de personas con problemas de lectura, escritura y lenguaje en general, y relacionó el síndrome con un problema de lateralización lingüística. En los años 60 es M. Critchley quien acuña el término de dislexia del desarrollo, y propone una base neurológica (congénita) similar a la de Orton. En la actualidad, no existe una postura consensuada sobre las causas y etiología de la dislexia; a partir de la exposición de Monfort (2001: 348), podemos agrupar las teorías explicativas en tres grupos:

- causas internas (de base neurológica o bioquímica): la dislexia tendría un origen en causas hereditarias o en una disfunción cerebral mínima, o sería vista como un síntoma más en un cuadro general de trastornos del lenguaje,

- causas internas psicológicas: origen en dificultades instrumentales funcionales, origen psicológico en procesos vinculados a la ansiedad por el aprendizaje,

- causas exógenas: la dislexia sería consecuencia de los fallos del sistema de escolarización, o de los sistemas concretos de enseñanza de la lectoescritura.

Padilla (2004) incide en la dimensión cognitiva de la competencia lectora, en la que diferencia tres niveles: alfabético, ortográfico y textual, que deben ser considerados desde una perspectiva integradora para facilitar al niño una correcta adquisición de la lectoescritura.

3.4.3 Alteraciones por lesión cerebral (afasias)

Las afasias son patologías del lenguaje causadas por la existencia de alguna lesión en el hemisferio izquierdo del cerebro; las causas más habituales pueden ser un accidente cerebro-vascular (ACV), un traumatismo cráneo-encefálico o un tumor. La tradición afasiológica suele distinguir diversos tipos de afasia de acuerdo con la agrupación de ciertos síntomas (semiología de las afasias), si bien las tipologías están lejos de ser aceptadas por todos:

El núcleo de la cuestión radica en si la afasia es un trastorno unitario o si existen varias clases de afasia. En realidad, la respuesta no está clara y las diversas opiniones formuladas al respecto desde la época del propio Wernicke avalan la opinión de que ambos pronunciamientos parecen ser correctos. El trastorno afásico es básicamente uno, si bien se observan una serie de grupos semiológicos predominantes como consecuencia fundamentalmente de la localización anatómica de la lesión causal y en segundo lugar como consecuencia de las peculiaridades biológicas de la organización cerebral de cada sujeto, aunque éste sigue un patrón mayoritariamente uniforme en la especie humana (Vendrell, 1999).

A continuación detallamos los tipos clínicos que identifica la tradición afasiológica más conocida:

– La afasia global presenta alteraciones en las cuatro destrezas comunicativas: comprensión y producción orales y escritas; en casi todos los casos, además, el hablante presenta también hemiplejia derecha. La recuperación, por lo general, empieza a partir de estereotipias (una sílaba, palabra, o frase repetida que el hablante repite en sus intentos de hablar y que no se adecuan a la ilocutividad que pretende) y rutinas.

– La afasia de Broca (motora, expresiva, anterior) se caracteriza por dificultades en la expresión que impiden la fluidez; la articulación es costosa (a veces el paciente presenta déficit de movilidad en la parte derecha del cuerpo), y hay serios problemas de denominación (anomia); la comprensión oral y escrita están relativamente preservadas; lectura y escritura alteradas; dificultades para la repetición.

– La afasia motora transcortical (afasia dinámica) también es una afasia no fluente, con tendencia al mutismo y la ecolalia. La repetición, sin embargo, es buena.

– La afasia de conducción (afasia central, afasia motora aferente) presenta un lenguaje fluido, y una comprensión relativamente conservada; hay dificultades de denominación y articulación, y la repetición está seriamente alterada.

– La afasia de Wernicke (sensitiva, acústica, semántica) es también un síndrome fluido; presenta serias alteraciones de comprensión, pero el lenguaje es fluente; la repetición está relativamente conservada; la denominación presenta serios problemas, y la escritura y la lectura están alteradas.

– La afasia sensorial transcortical conserva bien la repetición, pero el discurso puede estar próximo a la jergafasia (discurso sin sentido), con frecuencia de ecolalias y neologismos (no-palabras).

La investigación afasiológica desarrollada en los años 90 ha comenzado a integrar en el estudio de estas patologías los avances de la pragmática; como consecuencia, los planteamientos gramaticalistas de la afasiología tradicional se han visto enriquecidos con perspectivas centradas en la eficacia comunicativa de los hablantes. A este respecto queremos destacar los siguientes puntos:

– los investigadores asumen planteamientos globales de la comunicación, y tratan de superar la perspectiva «estratificacional» que consideraba por separado los distintos componentes del lenguaje,

– en consonancia con una de las premisas básicas de la pragmática, los binomios correcto/incorrecto, gramatical/agramatical se sustituyen por eficaz/ ineficaz, adecuado/inadecuado,

– la afasia se contextualiza: al adoptar los planteamientos de la pragmática interaccional, la afasia ya no es considerada como rasgo de uno de los hablantes, sino que afecta a toda la interacción en virtud del principio griceano de cooperación (Gallardo, 2003). De ahí que hayan surgido iniciativas diversas que se plantean, paralelamente a la rehabilitación del hablante afásico, el entrenamiento de lo que Anne Whitworth, Lisa Perkins y Ruth Lesser (1997) llaman «interlocutor clave», es decir, las personas que habitualmente se relacionan con él. La iniciativa más conocida en este sentido es la Terapia de Conversación Asistida, creada por la canadiense Aura Kagan (1998), que se sigue en varios hospitales norteamericanos y europeos. En nuestro ámbito se están diseñando actualmente programas de este tipo centrados en el interlocutor-clave (Gallardo, 2005).

– la atención concreta a las categorías pragmáticas enunciativas (implicaturas conversacionales, presuposiciones, actos ilocucionales, superestructuras textuales) y receptivas (sobreentendidos, superestructuras dialógicas, toma de turno) conduce a los investigadores a prestar atención a los síndromes donde estas categorías sí se ven alteradas. Surge así la evidencia (Joanette y Ansaldo, 1999) de que puede identificarse una afasia pragmática en hablantes que presentan lesiones en el hemisferio derecho. El paso (el reto) siguiente es plantearse que los hablantes con lesión en el hemisferio izquierdo, que tienen preservadas las categorías pragmáticas, puedan rentabilizar estas categorías en sus terapias de rehabilitación (Gallardo, 2002).

3.5 Psicolingüística del discurso

Al dedicar un apartado a la psicolingüística del discurso queremos dar cabida a una línea de investigación que entrelaza las preocupaciones sobre el uso verbal cotidiano y la cognición de los hablantes que motiva y justifica tales actuaciones. La pragmática es, sin duda, el marco epistemológico óptimo para establecer estas conexiones, pues nos proporciona dos conceptos básicos para su descripción:

 

– por un lado, el concepto de enunciación tal y como es identificado por Benveniste: «La enunciación es este poner a funcionar la lengua por un acto individual de utilización [...] es el acto mismo de producir un enunciado» (1970: 83). Lo interesante de la postura de Benveniste es su consideración de la enunciación como «aparato formal» subyacente al discurso. Según esta perspectiva, el hablante se apropia de la lengua en cada actividad verbal y marca su posición subjetiva de emisor mediante recursos lingüísticos como las marcas de primera y segunda persona (la relación yo-tú), la ostensión demostrativa, la temporalidad verbal, y las funciones sintácticas básicas de interrogación, imperativo o aserción. Lo más importante en este enfoque de la enunciación es siempre la emergencia del sujeto emisor por referencia a un interlocutor, es decir, su naturaleza necesariamente dialógica. Kristeva (1966, 1973) desarrollará la dimensión semiótica general de estas marcas de la subjetividad enunciativa, tomando como punto de partida las nociones de Benveniste y la intertextualidad de Bakhtin.

por otro lado, el concepto de fuerza ilocucional centrada en la intencionalidad del hablante según fue descrita por John Austin (con la identificación de acciones simultáneas al acto de hablar) y Searle (con la tipología de esas acciones simultáneas.

3.5.1 La relación entre categorías pragmáticas y psicológicas

Bruner (1993: 135) reivindica una investigación cognitiva que atienda a

cómo la percepción, guiada por la atención, nos permite acumular información que puede ser contrastada con la memoria, de tal manera que podamos pensar en cómo transformar las cosas a un nivel mucho más alto de lo que hubiéramos imaginado.

Este amplio objetivo supone la interacción de los procesos mentales de orden superior en los que, como es fácil ver, la mente trabaja con significados contextualizados. M. Casas, que subraya la ascendencia «semantista» de la pragmática (2002: 142), ha dedicado Los niveles del significar a la delimitación de los aspectos estrictamente lingüísticos del significado, diferenciando entre cuatro posibles usos: designación, significado, referencia y sentido, los dos primeros en el ámbito de la lengua y los dos últimos en el ámbito del habla. Al plantearnos en este apartado las relaciones entre categorías pragmáticas y categorías psicológicas, centramos nuestro interés en los procesos mentales subyacentes a las categorías pragmáticas mediante las cuales el hablante dota de sentido a sus enunciados.

Una muestra de cómo la lingüística perceptiva aborda este tipo de relaciones lo constituye la propuesta de Jorques (1998), que establece un correlato epistemológico entre las categorías pragmáticas de focalización y presuposición, y las categorías cognitivas de atención y memoria, para las que propone una dependencia metalingüística de naturaleza inclusiva. También Bruner (1993: 134) vincula conceptos como la efectividad de una historia («noticiabilidad» es un término que aparece en traducciones de autores etnometodólogos) con la máxima griceana de pertinencia y con los procesos de atención.

Categorías pragmáticas como la presuposición y la máxima de pertinencia explican, por ejemplo, el anclaje psicológico de expresiones que a veces puede pronunciar un sujeto sin que aparentemente el contexto las justifique. No en vano la retórica clásica aconsejaba que el primer discurso en un pleito sea siempre el de la acusación, pues la defensa incorpora siempre, como presuposición, la verosimilitud del ataque, es decir, la simple posibilidad de darle crédito (y de ahí expresiones como «calumnia, que algo queda» o «la mejor defensa es un buen ataque»). Pensemos, por ejemplo, en lo que ocurre cuando una persona se empeña en repetir cierto enunciado en sus conversaciones de grupo. Imaginemos una situación en que alguien es acusado de haber mentido a un grupo de amigos; por ejemplo, a Luis se le ha encargado que busque entradas para un concierto y cuando dice a los demás que ya están agotadas, otro miembro del grupo le acusa de mentir y no haber hecho la gestión. Obviamente, está en juego la imagen social de los dos implicados ante el resto del grupo. En el momento de la acusación, y con independencia de que ésta sea verdad o mentira, Luis puede:

– defenderse y dar explicaciones de las gestiones que haya hecho;

– pedir al atacante datos que justifiquen la acusación («demuéstralo»);

– devolver el ataque en otro nivel (por ejemplo con una falacia de tu quoque: «pues tú no buscaste entradas para el partido del año pasado»).

Pero si en los siguientes encuentros del grupo, ignorando la máxima de la pertinencia, Luis vuelve reiteradamente sobre el tema insistiendo en que él no mintió, cada vez que lo haga estará colocando la acusación en el ámbito presuposicional de los interlocutores, con lo que hace flaco favor a su causa. La presuposición siempre tiende puentes con aquello que se silencia, por lo que al defendernos de algo de lo que no hemos sido acusados logramos el efecto discursivo de dar verosimilitud a la acusación. En términos pragmáticos diremos que la negación presupone la afirmación correspondiente (con lo que, ya puestos a defenderse, Luis lo haría mejor con un «he dicho la verdad» que con un «yo NO os he mentido»).

En la misma línea de cruce teórico entre la pragmática y la psicología cognitiva encontramos también otras propuestas de análisis discursivo, cuyo rasgo más destacado es la necesidad de incorporar el dinamismo conversacional y la recepción al hecho comunicativo; en este sentido, es clarificador, por ejemplo, el análisis de Vázquez Veiga (2003) sobre las huellas que el receptor imprime a la toma de turno, con su identificación de «marcadores de recepción» como categorías fundamentales. López Alonso (2004), por su parte, explica el hecho de que la conversación electrónica sea tan propicia para el uso de la categoría pragmática sobreentendido, mediante la interacción entre el principio de economía y el de contracción; según la autora, en estos textos electrónicos se reduce al máximo el contenido proposicional, de tal manera que se radicaliza el principio de pertinencia informativa y se explota excesivamente la utilización de significados inferenciales; este abuso provoca que, con frecuencia, el emisor proponga como implicatura o presuposición (inferencias que se basan en las máximas conversacionales o en los activadores presuposicionales) lo que en realidad el oyente sólo puede inferir como sobreentendido, una inferencia que sólo se explica por la relación y la historia conversacional que mantienen los interlocutores (Gallardo, 1996a).

3.5.2 La comprensión del discurso: los esquemas cognitivos

La teoría de los esquemas fue desarrollada en los años 70 por investigadores de la Inteligencia Artificial (M. Minsky; R. C. Schank y R. P. Abelson), preocupados por proporcionar a los programas informáticos herramientas de comprensión textual. Efectivamente, los primeros programas de traducción automática se encontraban con pasajes textuales cuya traducción exigía más información que la estrictamente proporcionada por el lexicón; estos paquetes de información que son necesarios para la comprensión global del discurso fueron designados con el término «esquemas» (frames).

La utilización del concepto de esquema cognitivo en la lingüística resulta especialmente operativa en la pragmática textual. Por ejemplo, Van Dijk (1978) introduce en su descripción de la conversación el concepto de «marco lingüístico» como un tipo de «marco social»:

Un marco social, que también es un marco cognoscitivo porque es conocido por los miembros de la sociedad, es una estructura esquemática ordenada de acciones sociales que operan como un todo unificado. La característica más importante de cada marco es el tipo de contexto en que puede ocurrir (Van Dijk, 1989: 108).

En el ámbito textual, los esquemas se asocian al concepto de superestructura, desarrollado también por Van Dijk:

Una superestructura puede caracterizarse intuitivamente como la «forma global» de un discurso, que define la ordenación global del discurso y las relaciones (jerárquicas) de sus respectivos fragmentos. Tal superestructura, en muchos aspectos parecida a la «forma» sintáctica de una oración, se describe en términos de «categorías» y de «reglas de formación». Entre las categorías del cuento figuran, por ejemplo: la introducción, la evaluación y la moraleja (Van Dijk, 1989: 53).

La validación cognitiva de las superestructuras textuales básicas (argumentación y narración) nos lleva de nuevo al correlato entre pensamiento y lenguaje, con el que empezábamos estas páginas. Y es nuevamente Bruner (1986) quien vuelve a proporcionarnos un ejemplo interesantísimo de la interacción entre ambos marcos epistemológicos al identificar dos modos básicos de organización cognitiva que coinciden con los dos tipos fundamentales de organización textual; para este autor

hay dos modalidades de funcionamiento cognitivo, dos modalidades de pensamiento, y cada una de ellas brinda modos característicos de ordenar la experiencia, de construir la realidad. Las dos (si bien son complementarias) son irreductibles entre sí. Los intentos de reducir una modalidad a la otra o de ignorar una a expensas de la otra hacen perder inevitablemente la rica diversidad que encierra el pensamiento (Bruner, 1986: 23).

Bruner indica, además, que las superestructuras narrativas dependen de la cultura que las enmarca, motivo por el que han fracasado los intentos de diseñar gramáticas narrativas generativas (1993: 135). Según señala, adquirimos en una edad muy temprana la superestructura narrativa fundamental de nuestra cultura, sin que pueda hablarse de «una arquitectura universal».

Vemos, en definitiva, que la actividad cognitiva (procesos de percepción, atención, memoria) no puede desvincularse de su expresión lingüística ni de su contexto sociocultural de uso (su pragmática). La fórmula lacaniana que dice que «el inconsciente está estructurado como un lenguaje» constituye, sin duda, la afirmación más radical de estos vínculos.

3.6 Ejercicios

1. Analiza las siguientes actividades de rehabilitación logopédica, y señala cuál es el (los) fonema(s) o el (los) sonido(s) que pueden rehabilitar:

– movimientos rápidos de unión y separación de los labios;

– tocar el paladar con la parte posterior (dorso) de la lengua y expulsar el aire;

– soplar una vela.

2. Compara los titulares sobre una misma noticia de actualidad en diferentes periódicos, y comenta las posibles consecuencias psicolingüísticas de su utilización de las categorías pragmáticas. Analiza las marcas de enunciación como punto de partida.

3. Elige una noticia de actualidad y escúchala en el noticiario de diferentes cadenas televisivas. Analiza las diferencias (si las hay) a la luz del siguiente extracto de un texto de Umberto Eco (de «Los ojos del Duce», publicado en El País, el sábado 24 de enero de 2004, pág. 12):

La televisión actúa de esta forma. Si se discute la ley tal de cual, se enuncia ésta en primer lugar, después se da la palabra de inmediato a la oposición, con todas sus argumentaciones. A continuación aparecen los partidarios del Gobierno que objetan las objeciones. El resultado persuasivo se da por descontado: tiene razón quien habla el último. Si se siguen con atención todos los telediarios, podrá verse que la estrategia es esa: en ningún caso tras la enunciación del proyecto aparecen primero los partidarios del Gobierno y después las objeciones de la oposición. Siempre ocurre al contrario. A un régimen mediático no le hace falta meter en la cárcel a sus opositores. Los reduce al silencio, más que con la censura, dejando oír sus razones en primer lugar.

4. Durante tres semanas presta atención a los errores fonéticos que cometes tú mismo u otras personas con las que hablas; anótalos (al menos deberías recoger veinte ejemplos). Luego, trata de agruparlos de una manera sistematizada y explica tus criterios de agrupación.

5. Elabora un corpus de chistes, y realiza después un análisis de su posible humor (o ausencia de humor) según la violación de las máximas conversacionales; ¿puedes describir cuál es el «destinatario ideal» de cada chiste?, ¿por qué unos chistes hacen gracia sólo a ciertos oyentes? Razónalo en términos pragmáticos.

Lecturas recomendadas

BICKERTON, Derek (2000): «Darwin y Chomsky, al fin juntos», en W. H. Calvin y D. Bickerton (2000): Lingua ex Machina. La conciliación de las teorías de Darwin y Chomsky sobre el cerebro humano.

 

Barcelona, Gedisa, 2001, pp. 241-258. Trad. de Tomás Fernández.

Este capítulo repasa las concepciones del lenguaje que mantienen tradicionalmente las posturas innatistas (chomskianos) y evolucionistas (darwinistas), y trata de establecer un punto de encuentro que sea compatible con la naturaleza esencial del lenguaje.

GALEOTE MORENO, Miguel Ángel (2002): Adquisición del lenguaje. Problemas, investigación y perspectivas.

Madrid, Pirámide.

Este volumen de Miguel Galeote repasa también temas básicos de la psicolingüística, desde un planteamiento básicamente generativista. Destaca la claridad expositiva con que se tratan los problemas fundamentales de la adquisición.

LÓPEZ-HIGES SÁNCHEZ, Ramón (2003): Psicología del lenguaje.

Madrid. Pirámide.

Este libro completa nuestra exposición con algunos temas prototípicos de la psicología del lenguaje, como la comprensión y producción, así como un interesante capítulo dedicado a las pruebas de evaluación lingüística.

PUYUELO, Miguel y cols. (1997-2001): Casos clínicos en logopedia, vols. 1, 2 y 3.

Barcelona, Masson.

La lectura de cualquiera de estos volúmenes pondrá en contacto al estudiante con uno de los campos más interesantes de aplicación de la lingüística. En la excelente exposición de casos, realizada por profesionales experimentados, el lector va tomando conciencia de la complejidad y riqueza que puede ofrecer la logopedia como actividad profesional.

* NOTA: Este trabajo se ha desarrollado en el marco de los proyectos de investigación financiados por el Ministerio de Educación y Ciencia, «Estudio de variables morfológicas y sintáctico-semánticas en la evaluación de afasias» (Ref.: BFF2001-3234-C02-02) y «Elaboración y análisis pragmático de un corpus de lenguaje afásico» (Ref.: BFF2002=00349), ambos con dotación adicional de los Fondos FEDER y el segundo de ellos también con una ayuda complementaria de la Generalitat Valenciana (GRUPS2004/14).