Conocimiento y lenguaje

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Esta posibilidad de analizar la mente como un sistema de cómputo fue precisamente la idea clave que posibilitó poco después el trasvase de todas estas nuevas teorías a la psicología . Estas nuevas teorías matemáticas de la computabilidad y la aparición inmediata de los ordenadores harían posible rescatar el estudio «respetable» de la mente: los productos mentales son ahora «objetos computables» o resultados de «algoritmos de cómputo» . Ahora la mente es para el cerebro como el programa para el ordenador, y con ello se puede simular el funcionamiento de la mente mediante algoritmos o secuencias de operaciones entre procesos (Romero, 1998: 429).



La metáfora computacional, especialmente en sus versiones más radicales, ha sido criticada desde planteamientos funcionalistas y pragmáticos. Por ejemplo, John Searle, en las Conferencias Reith de 1984 (conferencias científico-divulgativas que emite por radio la BBC desde 1948 , <http://www.bbc.co.uk/ radio4/reith>), publicadas como Mentes, cerebros y ciencia, plantea que la asimilación mente/ordenador en su versión fuerte, más propia de la inteligencia artificial que de la psicología cognitiva, ignora la raíz esencialmente biológica de la mente humana; señala, además, cómo en épocas anteriores se han utilizado también los avances tecnológicos para plantear metáforas parecidas igualmente equivocadas (Leibniz decía que la mente funciona como un molino y Freud la comparaba con sistemas hidráulicos o electromagnéticos). En el artículo «¿Pueden los ordenadores pensar?», Searle plantea una alternativa al Test de Turing que se conoce como Test de la cámara china, y que le lleva a concluir que los programas formales de los ordenadores son ejemplos perfectos de sintaxis, pero carecen de semántica:



La pregunta que queríamos plantear es esta: «¿Puede un computador digital, tal como se ha definido, pensar?» Es decir, «¿es suficiente para, o constitutivo de, pensar el instanciar o llevar a cabo el programa correcto con los inputs y outputs correctos?» Y a esta pregunta, a diferencia de sus predecesoras, la respuesta es claramente «no». Y es «no» por la razón que hemos puesto de manifiesto reiteradamente, a saber: el programa del computador está definido de manera puramente sintáctica. Pero pensar es algo más que manipular signos carentes de significado, incluye contenidos semánticos significativos . Si se trata realmente de un computador, sus operaciones tienen que definirse sintácticamente, mientras que la conciencia, los sentimientos, los pensamientos, las sensaciones, las emociones y todo lo demás incluyen algo más que una sintaxis. Por definición, el computador es incapaz de duplicar esos rasgos por muy poderosa que pueda ser su capacidad para simular. La distinción clave aquí es la que se da entre duplicación y simulación. Y ninguna simulación constituye, por sí misma, duplicación (Searle, 1984: 42-43).



El procesamiento de la información que realiza un ordenador no es asimilable al que realiza una persona, pues ésta pasa por una serie de estados mentales que el ordenador puede simular, pero no duplicar; es lo que llama «procesamiento de la información como si» (1984: 57). Para Searle, los defensores de la versión radical del cognitivismo confunden continuamente estos dos procesamientos de la información, por lo que se ven obligados a proponer un nivel computacional intermedio que sirva de puente entre los circuitos neuronales y los circuitos mentales; pero según Searle este tercer nivel no es necesario, pues existe una determinación biológica que permite el correlato directo entre lo neurofisiológico y lo cognitivo. Ese correlato directo es el que incorpora Pulvermüller (2002: 9) en su aceptación de la metáfora computacional, que nos remite al ya mencionado isomorfismo de la relación mente/cerebro:



La idea aquí es que esas estructuras anatómicas están relacionadas con las computaciones en que se ven implicadas. La maquinaria cerebral no es simplemente un modo arbitrario de llevar a cabo los procesos que realiza, a la manera en que, por ejemplo, cierta configuración de hardware de ordenador puede realizar casi cualquier programa de ordenador o pieza de software. Lo esencial aquí, por el contrario, es que el hardware revela aspectos del programa. «La estructura neuronal es información» . En otras palabras, podría ser que las propias estructuras neuronales por sí mismas nos enseñen aspectos de los procesos computacionales que subyacen a tales estructuras.



Esta versión matizada de la metáfora computacional es compatible con los modelos holistas o interaccionales de funcionamiento del cerebro, en los que función y estructura se determinan mutuamente. Tal y como señala Hernández (2003: 9), en lingüística esta orientación cognitiva entronca con planteamientos epistemológicos emergentistas, según los cuales la emergencia de cierta función en un sistema dado determina la constitución de niveles de ese sistema. Hernández utiliza el concepto de redefinición para describir la interacción dialéctica que acontece genéticamente entre estructuras neurológicas, piscológicas y lingüísticas, de tal manera que mientras cierto estrato depende genéticamente de otro, a su vez lo condiciona, estableciendo procesos bidireccionales.



3.3.2 El funcionalismo de Jerome S. Bruner



Jerome S. Bruner es un representante de lo que a veces (Searle, 1984: 33) se llama «cognitivismo suave», por oposición a la versión «fuerte» que representan algunos teóricos procedentes de la inteligencia artificial (Herbert Simon, Alan Newell). A diferencia de los generativistas, Bruner no se plantea cuál debe ser la dotación genética inicial del niño; para él son igualmente poco plausibles los «imposibles» enfoques conductistas (la adquisición del lenguaje es un aprendizaje similar a otros) como los «milagrosos» enfoques innatistas (el ser humano está especialmente determinado para esa adquisición). Sus planteamientos identifican tres aspectos fundamentales en el proceso que permite al niño llegar a usar el lenguaje:



- la estructura formal;



- la relación semántica;



- el uso pragmático adecuado.



Para Bruner (1983: 21) la adquisición de estas tres facetas del lenguaje se realiza necesariamente en interdependencia. No basta con explicar la adquisición de la gramática recurriendo a la «facultad original», sino que es necesario distinguir entre capacidad (algo dotado de raíces biológicas y desarrollo evolutivo) y ejercicio (cuya fundamentación es sociocultural). Así, considera que paralelamente a lo que Chomsky describía como Mecanismo de Adquisición del Lenguaje es necesaria la activación de un Sistema de Apoyo a la Adquisición del Lenguaje (SAAL), que no es exclusivamente lingüístico y



que elabora la interacción entre los seres humanos, de forma tal que ayuda a dominar los usos del lenguaje a los aspirantes a hablarlo. Es este sistema el que proporciona un apresto funcional que no sólo hace posible la adquisición del lenguaje, sino que hace que ésta se desarrolle en el orden y con el ritmo en que habitualmente se produce (1983: 118).



Para que este sistema pueda ponerse en marcha, el niño cuenta con unas capacidades mentales originarias que son:



- Disponibilidad para relacionar medios y fines. El niño parece capaz de establecer la estructura de cierta acción y saber cómo lograr un objetivo concreto; esta capacidad se ve activada, o potenciada, por los adultos que interactúan con el bebé.



- Sensibilidad para los contextos transaccionales. Desde bien pronto, la relación del bebé con la madre o la persona cuidadora establece unas pautas de reciprocidad:



La existencia de una reciprocidad de este tipo, apoyada por la cada vez mayor capacidad de la madre de diferenciar las «razones» para llorar del niño, así como la capacidad del niño de anticipar estos acuerdos, crea muy pronto una forma de atención mutua (1983: 28).



Se trataría de respuestas sociales iniciales congénitas (lo que incorpora el componente pragmático a la adquisición).



– Sistematicidad en la organización de experiencias. Las primeras acciones del niño (los esquemas piagetianos) tienen lugar en contextos familiares restringidos, y muestran un elevado nivel de repetición, orden y sistematicidad que le permiten acceder luego al mundo del lenguaje preparado para hallar o inventar formas sistemáticas de relación.



- Abstracción en la formación de reglas. Estas relaciones sistemáticas tienen un alto nivel de abstracción:



El mundo perceptivo del niño, lejos de ser una brillante y zumbadora confusión, está muy ordenado y organizado por lo que parecen ser reglas muy abstractas tanto desde el punto de vista cognitivo como del de la comunicación hay, desde el comienzo, una capacidad para «seguir» reglas abstractas (1983: 31).



Como se puede ver, este «equipamiento inicial» es muy similar al que planteaban Calvin y Bickerton para el desarrollo filogenético. Desde este enfoque, el lenguaje se convierte en un elemento fundamental para la integración del niño en su cultura. De ahí que López (2003: 242) caracterice al código lingüístico como lenguaje terciario, es decir, provisto de sintaxis, semántica y pragmática (la clásica tríada morrisiana), frente a otros lenguajes secundarios como la comunicación de los animales superiores (con semántica y pragmática) o el código genético (con semántica y sintaxis, pero sin pragmática).



3.3.3 La lingüística perceptiva y la importancia de la reflexividad metalingüística



La lingüística perceptiva es una escuela de la lingüística cognitiva iniciada en los años 70 por Ángel López García, que incorpora al estudio del lenguaje algunas posiciones epistemológicas de la Psicología de la Gestalt. Estos psicólogos se planteaban una psicología de la percepción en la que encontramos también una codeterminación entre niveles similar a la que acabamos de describir. En palabras de Pastor y Tortosa (1998: 130):

 



La percepción no está determinada por el estímulo, sino que es más bien la percepción la que configura los estímulos confiriéndoles una estructura y significación.



El análisis de la percepción humana lleva a los teóricos de la Gestalt a identificar una serie de principios y leyes perceptivas en torno a las cuales establecen una serie de premisas centrales que Sprung y Sprung (1998: 145) resumen así:



1. Principio de la totalidad, es decir, el todo es más que la suma de sus partes (sobresumatividad y trasponibilidad).



2. Análisis fenomenológico de la situación de origen, es decir, el punto de partida de cualquier análisis empírico lo constituyen los fenómenos, lo que se presenta de forma inmediata, y no los elementos o condiciones sensoriales.



3. Método experimental y matemáticas como metodología, es decir, el tipo de sucesos objeto de la investigación deben ajustarse al paradigma experimental, y la metodología de análisis tiene que basarse en un experimento realista.



4. Isomorfismo psicofísico, es decir, los procesos psíquicos están coordinados con procesos físicos subyacentes.



Las versiones iniciales de la lingüística perceptiva (López, 1980, 1989) vinculaban la especificidad de las lenguas naturales con la especificidad perceptiva de la especie humana, tal y como había sido descrita por Max Wertheimer, Edgar Rubin y otros psicólogos. De este modo, las estructuras y niveles del lenguaje encontraban correlatos epistemológicos en las tres leyes de la percepción de estímulos (cierre, igualdad y proximidad) y en el principio general de la pregnancia o buena forma (que se encarga de jerarquizar la aplicación de las leyes):



Niveles en la lingüística perceptiva








En estas versiones, pues, el innatismo quedaba circunscrito a unos principios generales de aprendizaje que son acordes a las leyes de la percepción; un elemento básico de la teoría es la capacidad reflexiva del sujeto y su correlato verbal, es decir, el metalenguaje (que se sustenta a su vez en la doble articulación martinetiana). Posteriormente, en los Fundamentos genéticos del lenguaje (López, 2003), encontramos un desarrollo de la teoría que incorpora un análisis del funcionamiento del genoma y que fundamenta el innatismo en la propia estructura del código genético, salvando así una laguna explicativa que planteaba el generativismo. López analiza el funcionamiento del genoma estableciendo paralelismos con el funcionamiento de las lenguas naturales, y llega a la conclusión de que existe una correspondencia entre ambos. El punto de partida es la configuración del YO y su correlato verbal, el metalenguaje:



Una vez que el niño comienza a tener conciencia de sí mismo y del lenguaje que utiliza, su problema es adecuar los hábitos de percepción a los patrones estructurales que su dotación genética le va permitiendo descubrir en las secuencias lingüísticas de los adultos. Este proceso, muy complicado y sin embargo rapidísimo, se sirve de los esquemas gestálticos del protolenguaje.En realidad, ningún niño podría llegar a hablar si antes no hubiese aprendido a percibir. El fundamento de la percepción es el establecimiento de campos perceptivos en los que una parte destaca sobre el resto (López, 2003: 250).



Este ajuste mutuo que se produce entre las formas metalingüísticas que acompañan la reflexividad del sujeto, y los datos que recibe filtrados por las leyes perceptivas, podría explicarse con el concepto de redefinición ya mencionado (Hernández, 2003: 9). Resultado de este ajuste es la emergencia de la gramática adulta, una gramática, señala el autor, «que no es adquirida, sino construida». La lingüística perceptiva establece así, de la mano de la reflexividad metalingüística, puentes con el constructivismo piagetiano y el funcionalismo de Bruner, y proporciona explicación tanto al «correlato directo entre lo neurofisiológico y lo cognitivo» de que hablaba Searle (1984: 57), como al «paso del protolenguaje a la sintaxis» que describían Calvin y Bickerton (2000: 162).



En esta exposición hemos presentado muy resumidamente algunas de las cuestiones teóricas que plantea la relación entre pensamiento y lenguaje y, por extensión, entre otros niveles relacionados. Estas teorías de procedencia tan dispar, coinciden sin embargo en la utilización explicativa de un fenómeno que es esencial en la lingüística perceptiva: la interacción bidireccional que se produce entre dos niveles de un mismo sistema y que determina simultáneamente a esos dos niveles, algo que ya Hernández Sacristán identificó en los años 80 como subsunción a propósito de las relaciones entre emisión y recepción. Lo que en el cognitivismo fuerte se desarrollaba como metáfora encuentra en estas teorías una explicación directa, no metafórica, gracias a la rentabilidad explicativa de conceptos como «subsunción», «redefinición», «isomorfismo» o «reacción circular». No estamos pretendiendo, obviamente, que todos estos conceptos sean equivalentes, sino que todos manejan una misma realidad fenomenológica que podemos llamar de especularidad recíproca.



3.4 Las enfermedades del lenguaje



3.4.1 Lenguaje y cerebro



En las últimas décadas del siglo XX se desarrolla de forma notable la neurolingüística, cuya pregunta principal es «¿cómo el lenguaje se organiza en el cerebro?», o «¿cómo el cerebro hace posible el lenguaje?» Nuestros conocimientos sobre neurología y sobre lenguaje nos llevan a la necesidad de explicar un cambio tal (Hernández, 2003: 10) que convierta la información que transmiten las neuronas (es decir, un sistema de señales) en lenguaje (es decir, un sistema de símbolos): ¿cómo se produce esta transformación?



Éstas no son, por supuesto, preguntas que se planteen por primera vez; la bibliografía repite tradicionalmente dos momentos esenciales en los inicios de la neurolingüística que comparten la participación del lenguaje patológico, y que son:



- 1861: Paul Broca, anatomista francés, describe el cerebro de un paciente que había atendido en La Salpêtrière y que tenía gravemente afectada la capacidad expresiva, motora. El análisis del cerebro le mostró que una zona concreta del córtex del hemisferio izquierdo (tercio posterior del giro o circunvolución frontal inferior: «área de Broca») estaba prácticamente destruida.



- 1873: Carl Wernicke, psiquiatra alemán, describe lesiones cerebrales en otro punto del hemisferio izquierdo que provocan alteraciones de la conducta opuestas a las descritas por Broca: mientras la capacidad motora, expresiva, estaba básicamente preservada, la capacidad comprensiva, sensorial, se veía afectada. Se localiza así, en la segunda circunvolución del lóbulo temporal izquierdo, la llamada «área de Wernicke».



Como ocurre con el desarrollo del generativismo, de la inteligencia artificial, o de los estudios sobre comunicación no verbal, también son las grandes contiendas bélicas del siglo XX las que impulsan definitivamente el desarrollo de la neurolingüística y, consecuentemente, la aparición de la logopedia. La cantidad de soldados heridos con traumatismos craneoencefálicos obligó, ya tras la Primera Guerra Mundial, a plantear la necesidad de abordar estos problemas de manera específica y urgente. Tras la Segunda Guerra Mundial adquieren especial importancia los trabajos de Aleksandr R. Luria, Norman Geschwind o Wilder G. Penfield.



Con anterioridad a Broca y Wernicke, los intentos de localizacionismo más destacados fueron los de la frenología de Gall, que intentaba distribuir en el cerebro las diferentes facultades humanas pero carecía de bases empíricas. Como señala Luria (1973) lo esencial de los descubrimientos de Broca y Wernicke es, junto a la base empírica, clínica, la distinción funcional de los dos hemisferios, identificando el hemisferio izquierdo de los diestros como el dominante para el lenguaje (el hemisferio derecho es dominante en un 3 % de la población, en su mayoría personas zurdas, si bien la población zurda supone un 10 % del total). A partir de aquí se desarrolla una tradición localizacionista que intenta diseñar el mapa global del córtex cerebral, pretendiendo correspondencias unívocas entre cierta zona cerebral (entre 50 y 100 para cada hemisferio, Pulvermüller, 2002: 13) y cierta función o actividad psicológica; los conocidos humunculus, esto es, dibujos del cerebro que muestran superpuesto un dibujo de un cuerpo humano, son resultado de estos intentos localizacionistas o somatotópicos. Estos investigadores asumen un planteamiento que identifica los síntomas patológicos (agramaticalidad, falta de fluidez, comprensión alterada, expresión deficiente...) y, agrupándolos en síndromes, busca un correlato espacial en alguna zona del cerebro (el neurólogo Henry Head los ridiculizaba como «productores de diagramas»).



Pero aceptar que ciertas zonas cerebrales son responsables de ciertas facultades o conductas no supone ignorar la dimensión funcional y la interrelación entre varias zonas; por el contrario, es necesaria una consideración global (holista, sistémica) del cerebro:



Todos los procesos mentales tales como percepción y memorización, gnosis y praxis, lenguaje y pensamiento, escritura, lectura y aritmética, no pueden ser considerados como «facultades» aisladas ni tampoco indivisibles, que se pueden suponer «función» directa de limitados grupos de células o estar «localizadas» en áreas particulares del cerebro deben ser consideradas como sistemas funcionales complejos (Luria, 1973: 29).



Para Luria, de hecho, la función del neurólogo no es localizar los procesos psicológicos en ciertas áreas acotadas del córtex, sino averiguar los «grupos de zonas de trabajo concertado del cerebro» que intervienen en ciertas actividades mentales. Así, progresivamente, frente a los planteamientos estrictamente localizacionistas surgen otras posiciones, llamadas conexionistas o interaccionistas, que postulan una visión diferente de la dimensión cerebral del lenguaje (Love y Webb señalan que ya Wernicke había defendido un modelo conexionista, 1996: 23). Para estos investigadores, es excesivamente reduccionista asignar ciertas zonas cerebrales concretas a ciertas capacidades o incluso categorías concretas, pues la clínica demuestra, por ejemplo, que puede haber reorganización cortical en personas con habilidades especiales o con patologías (músicos de cuerda, lectores de braille).



Al evolucionar el estudio neurofisiológico y desarrollarse las modernas técnicas de neuroimagen, cobran importancia esencial las redes neuronales que integran el córtex cerebral, con lo que el localizacionismo inicial adquiere un considerable nivel de complejidad. Las conexiones entre neuronas, realizadas a través de las sinapsis, son el eje de esta comunicación interna del sistema cognitivo, que rentabiliza especialmente los potenciales postsinápticos, es decir, la reacción positiva o inhibitoria que cierta célula tiene tras una sinapsis aferente (una sinapsis de entrada desde otra neurona). Otro aspecto esencial de esta postura interaccionista, que ya aparecía en Luria, es la consideración conjunta del lenguaje y otras categorías cognitivas, como la atención, la memoria o la percepción. En la actualidad, por otro lado, no hace falta un modelo rígido de correspondencias entre síntoma y localización, porque gracias a las técnicas de neuroimagen podemos ubicar las lesiones sin tener que inferir esa ubicación a partir de los síntomas (Cuetos, 1998). Estas técnicas son:



- PET: Tomografía de Emisión de Positrones



- RM: Resonancia Magnética



- TAC: Tomografía Axial Computerizada



- SPECT: Tomografía por Emisión de un Solo Fotón.



Dado que, como venimos señalando, el estudio de las personas con algún tipo de alteración en el lenguaje resulta de especial interés para el desarrollo de la neurolingüística, en los apartados siguientes haremos una brevísima presentación de las principales situaciones que pueden darse:



- alteraciones y enfermedades que se presentan en el desarrollo infantil,



- alteraciones del lenguaje debidas a lesiones cerebrales en la edad adulta.



3.4.2 Alteraciones en el desarrollo



En ocasiones, el desarrollo verbal del niño puede presentar problemas que afectan a la expresión verbal, o a las destrezas de lectura y escritura. Estos problemas que se detectan en la etapa infantil pueden ser de origen y naturaleza diversa. Entre los síndromes infantiles de base genética, Miguel Puyuelo y cols. (2001: 3) señalan la importancia de las características fenotípicas (signos y síntomas) para diagnosticar estas enfermedades. Tales rasgos fenotípicos pueden ser:

 



- rasgos físicos visibles (alteraciones de estatura, dismorfias faciales...)



- rasgos físicos detectables en el examen detallado (visceromegalia, hiperlaxitud muscular...)



- malformaciones internas (cardiopatías, malformaciones cerebrales...)



- mayor incidencia de ciertas complicaciones con el paso del tiempo



- perfil conductual característico, que puede evidenciarse en rasgos verbales, de comunicación no verbal, actitudes y conducta, aspectos de la competencia pragmática...



Entre las anomalías genéticas (del ADN, ácido desoxirribonucleico) puede darse: la repetición de algún cromosoma (las trisomías, como por ej. el síndrome de Down), la falta de algún cromosoma (monosomías), deleciones (falta de algún fragmento de cromosoma, como en el síndrome del maullido de gato), traslocaciones o inversiones en el orden de los genes, y varios tipos de microdeleciones (síndromes de Angelman o de Prader-Willi, síndrome de fragilidad del cromosoma X). En los siguientes párrafos hablaremos muy brevemente del lenguaje que presentan algunos de estos síndromes (para una caracterización más completa de estas enfermedades, cf., por ejemplo, Puyuelo y cols., 2001; Garayzábal, 2004, página web de FEDER: Federación Española de Enfermedades Raras: <http://www.enfermedades-raras.org>).



El síndrome de Down es la mayor causa de retraso mental, que se da en 1 de cada 600 nacimientos, con un CI entre 20 y 80. El lenguaje presenta problemas en la articulación (a veces por hipotonía), la morfosintaxis y, en menor medida, en el léxico.



El síndrome de Rett afecta a una de cada 1.000 niñas (está ligado al cromosoma X) y se desarrolla en varias fases bien identificadas (Puyuelo, 2001: 19) que incluyen el retraso mental entre moderado y severo. Muy pocas de las niñas llegan a desarrollar comunicación lingüística.



El síndrome de Klinefelter afecta también a 1 de cada 1.000 nacimientos, esta vez sólo en niños. El nivel cognitivo es heterogéneo, aunque en general bajo. El lenguaje está levemente retrasado, y el aprendizaje de la lectura y la escritura parece plantear muchos problemas.



El síndrome del cromosoma X frágil es, junto al síndrome de Down, una de las causas básicas de retraso mental (1 de cada 4.000 niños). Su incidencia entre niñas es menor que entre niños, tanto en cuanto a número de afectadas como a severidad de los síntomas. El lenguaje aparece tardíamente, aunque hay facilidad para aumentar el léxico y son frecuentes las perseverancias y estereotipias; la bibliografía describe problemas en los rasgos suprasegmentales como el ritmo y volumen de la voz, a veces asociados a dispraxias y bajo tono muscular en la zona oral. El componente pragmático parece afectado en la gestión del turno y la máxima griceana de pertinencia (o bien se resisten a cambiar de tema porque tienen «temas preferidos», o bien tienen dificultades para ceñirse a un tema).



El síndrome de Williams-Beuren supone una alteración en el cromosoma 7 que puede a afectar a 1 de cada 20.000 niños nacidos vivos. Los primeros análisis de este síndrome describían una sorprendente habilidad lingüística que contrastaba notablemente con el retraso mental que suele llevar asociado (entre leve y moderado); también es característica la habilidad musical. Sin embargo, estudios posteriores realizados desde la óptica pragmática (Garayzábal, 2004) demuestran que tal habilidad verbal se limita al dominio gramatical y, sobre todo, léxico, mientras que el nivel pragmático las deficiencias en el dominio de la inferencia, el turno, o las implicaturas griceanas es considerable.



El síndrome de Angelman se identificó en 1965 y se calcula que afecta a 1 de cada 30.000 nacimientos, y suele ir asociado a graves problemas motores y a epilepsia. Su lenguaje es mínimo, con frecuencia no llega a aparecer.



El síndrome de maullido de gato fue identificado por Lejeunne en 1963, y su incidencia es de 1/50.000 niños nacidos vivos, con predominio de niñas. El retraso mental es entre moderado y severo; el lenguaje puede aparecer tarde o no hacerlo, en cuyo caso se adopta una comunicación signada. Cuando el niño sí desarrolla el habla, es característico un tono de voz muy agudo y una prosodia monocorde, así como un llanto especial al que alude la denominación de «maullido de gato». La escasa sintaxis permite hablar a veces de habla