Universidades, colegios, poderes

Tekst
Autor:
Z serii: CINC SEGLES #43
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

3. Francisco Ortí y Figuerola: Memorias históricas de la fundación y progressos de la insigne universidad de Valencia, Madrid, Imprenta de Antonio Marín, 1730, pp. 96-106. También Manuel V. Febrer Romaguera: Ortodoxia y humanismo. El Estudio General valenciano durante el rectorado de Joan de Salaya (1525-1558), Valencia, Universitat de València, 2003, pp. 185-189.

4. Edición facsímil con estudio preliminar de Lluís Guía Marín: Cortes del Reinado de Felipe IV. Cortes valencianas de 1645, Valencia, Universidad de Valencia, 1984, p. 207.

5. Emilio Callado ha dedicado numerosos trabajos a la Inmaculada en Valencia en el XVII, aquí referimos su obra Sin pecado concebida. Valencia y la Inmaculada en el siglo XVII, Valencia, Institució Alfons el Magnànim, 2011. Más adelante citaremos un libro coordinado por él mismo. Un texto más antiguo, en Modesto Hernández Villaescusa: La inmaculada concepción y las universidades españolas, 2.ª ed., Oñate, Establecimiento tipográfico de M. Raldúa, 1901.

6. Joaquim Prats: La universitat de Cervera i el reformisme borbònic, Lleida, Pagès editors, 1993. Salamanca posee extensa bibliografía, véanse Luis Enrique Rodríguez-San Pedro Bezares: La universidad salmantina del barroco, período 1598-1625, 3 vols., Salamanca, Universidad de Salamanca, 1986, y Juan Luis Polo Rodríguez: La Universidad salmantina del Antiguo Régimen (1700-1750), Salamanca, Universidad de Salamanca, 1996. Ambos autores han coordinado la Historia de la Universidad de Salamanca, 5 tomos, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2003-2006. Luis Enrique Rodríguez-San Pedro: «Universidad y Monarquía católica, 1555-1700», I, pp. 97-146; «El corpus normativo. Siglos XV-XVIII», II, pp. 109-130; «Cátedras y catedráticos: grupos de poder y promoción. Siglos XVI-XVIII», II, pp. 767-801; «Sobre proyección de Salamanca», III.2, pp. 1009-1028 y 1087-1100; su bibliografía, IV, pp. 129-388 y 639-834. También Clara Ramírez: Grupos de poder clerical en las universidades hispánicas. Los regulares en Salamanca y México durante el siglo XVI, 2 vols., México, CESU-UNAM, 2001, y Armando Pavón Romero: El gremio docto. Organización corporativa y gobierno en la Real Universidad de México en el siglo XVI, Valencia, Universitat de València, 2010.

7. Javier Palao Gil: «Crisis y extinción del patronato municipal sobre la universidad de Valencia a raíz de la abolición de los Fueros (1707-1827)», Facultades y Grados. X Congreso Internacional de Historia de las Universidades Hispánicas, 2 vols., Valencia, Universitat de València, 2010, II, pp. 110-143. En general, Mariano Peset (coord.): Historia de la universidad de Valencia, 3 vols., Valencia, Universitat de València, 1999-2000 –versión en valenciano, 2000–. Hace poco se completó con la obra coordinada por Mariano Peset y Jorge Correa: La facultad de derecho de Valencia, 1499-1975, Valencia, Universitat de València, 2018. Ernest Sánchez Santiró ya había estudiado la Historia de la facultat de ciencies (1857-1939). Orígens i desenvolupament d’una comunitat científica i professional, tesis doctoral inédita, Universitat de València, 1995.

8. Mariano Peset: «Los archivos universitarios: sus contenidos y posibilidades», Estudios en recuerdo de la profesora Sylvia Romeu Alfaro, 2 vols., Valencia, Universidad de Valencia, 1989, I, pp. 759-772.

9. Un resultado, en Yolanda Blasco Gil, Luis Millán González, Armando Pavón Romero, Mariano Mercado Estrada, Carlos Pavón Romero, Ana María Cabrera, Fernanda Garzón Farinós y Fernanda Peset: «Enriqueciendo la investigación en humanidades digitales. Análisis de los textos de los claustros académicos de la Universidad de Valencia (1775-1779) con KH Coder», Revista Española de Documentación Científica (REDC), 43,1 (enero-marzo 2020), e257. DOI:doi.org/10.3989/redc.2020.S1, 12 páginas.

10. Pascual Marzal ha realizado una aproximación a los diferentes tipos de claustros valencianos en Doctores y catedráticos. Los claustros del Estudio General de Valencia (1675-1741), Valencia, Universitat de València, 2003. También lo hizo Fernanda Monserrat Morales Guevara en «Los claustros de la universidad de Valencia 1793-1797», tesis de licenciatura en historia por la UNAM, 2013, inédita.

11. Continuamos con la transcripción de los libros de claustros de la Universidad de Valencia. Se ha transcrito y publicado el volumen 78 (1775-1779). Le sigue el 79 (1780-1797), que hemos transcrito y preparamos para su publicación. Como se ha mencionado, la Universidad de Valencia editó hace años Bulas, Constituciones y Estatutos de la Universidad de Valencia, en 1999; después, Historia de la Universidad de Valencia, 1999-2000; Pascual Marzal transcribió claustros inéditos de medicina en Doctores y Catedráticos…, en 2003. Faltaban la transcripción y el estudio crítico de todos los claustros de la Universidad de Valencia para ir completando la historia universitaria. Yolanda Blasco Gil publicó Claustros de catedráticos de la universidad de Valencia, 1775-1779. Estudio preliminar y transcripción, en 2012, que seguiremos en este trabajo. Continúan el libro 79 Armando Pavón y Yolanda Blasco, en prensa.

12. Este claustro en Yolanda Blasco Gil: Claustros de catedráticos de la universidad de Valencia, 1775-1779…, pp. 81-84. Advertimos que las referencias a los demás claustros que citamos también están sacados de esta obra.

13. Claustro 26 de junio de 1777, cita en p. 82. Agradecemos la ayuda de Mariano Peset y de Rosa Lucas en la traducción al castellano de la mayor parte de las proposiciones latinas. En este caso, la traducción de Peset es la siguiente: «Se cree muy razonablemente que la Santa Virgen María, que engendró del padre al unigénito, lleno de gracia y verdad, fue santificada en el útero».

14. Esta y las siguientes citas de Miralles, en Claustro 26 de junio de 1777, cita en p. 82.

15. Claustro 26 de junio de 1777, p. 83.

16. Claustro 26 de junio de 1777, pp. 83-84.

17. Claustro 3 de julio de 1777, pp. 84-91.

18. Claustro 3 de julio de 1777, p. 85.

19. El relato del pavorde Sales y citas siguientes, Claustro 3 de julio de 1777, pp. 85-86.

20. Claustro 3 de julio de 1777, p. 86.

21. Claustro 3 de julio de 1777, pp. 86-87.

22. Claustro 3 de julio de 1777, pp. 87-88.

23. Claustro 16 de julio de 1777, pp. 94-101. La carta está inserta en el acta; citas en pp. 95-96.

24. Claustro 16 de julio de 1777, p. 101.

25. Vicente León Navarro: «Conflictos ideológicos durante los primeros años de Don Francisco Fabián y Fuero en la Mitra Valenciana», en Emilio Callado Estela (ed.): La catedral ilustrada. Iglesia, sociedad y cultura en la Valencia del siglo XVIII, Valencia, Institució Alfons el Magnànim-Diputació de València, 2015, vol. 3, p. 167. Sobre los conflictos entre tomistas y antitomistas véase también Salvador Albiñana: Universidad e ilustración. Valencia en la época de Carlos III, Valencia, Universitat de València-Institució Valenciana d’Estudis i Investigació, 1988.

26. Salvador Albiñana: La universidad de Valencia y la ilustración en el reinado de Carlos III, 3 vols., tesis doctoral, Valencia, Universidad de Valencia, 1986-1987, II, p. 10.

27. Claustro 19 y 21 de julio de 1777, pp. 101-110.

28. Claustro 19 de julio de 1777, p. 105.

29. Sesión 19 de julio de 1777, pp. 105-106.

30. Sesión 19 de julio de 1777, pp. 106-110.

31. Vicente León Navarro: «Conflictos ideológicos…», p. 165. Sesión del claustro 21 de julio de 1777,

32. Claustro 29 de julio de 1777, pp. 125-129.

33. Texto de la real orden en claustro 29 de julio, pp. 126-128.

34. Claustro 29 de julio, pp. 126-127, también para las citas de dicho documento.

35. Claustro 29 de julio de 1777, pp. 128-129.

36. Claustro 2 de agosto de 1777, pp. 129-132.

37. Claustro 2 de agosto, p. 131. Misma referencia para las siguientes dos citas.

38. Claustro 14 de agosto de 1777, pp. 132-137.

39. Claustro 14 de agosto, p. 133.

40. Sigue claustro 14 de agosto, p. 134. Es la misma referencia para las siguientes citas de este claustro.

41. También el 14 de agosto, pp. 135-137.

42. Claustro 9 de septiembre de 1777, pp. 140-150.

43. Claustro 9 de septiembre, p. 140.

44. También el día 9, pp. 140-141.

45. Mismo claustro, p. 141.

46. Claustro 9 de septiembre, p. 148.

47. Doctorado del bachiller Noé, 17 de septiembre de 1777, pp. 149-150.

48. Doctorado del bachiller Noé, 17 de septiembre, p. 149.

49. Claustro 19 de octubre de 1777, pp. 156-157.

50. Mariano Peset: «Los años de espera», La facultad de derecho de Valencia, 1499-1975…, p. 360.

UNIVERSIDAD Y ENSEÑANZA EN EL CÍRCULO SALMANTINO DE JOSÉ CADALSO

JOSÉ LUIS PESET

IH – CCHS – CSIC

A mis hermanas Amparo y Gloria

El siglo XVIII supuso la llegada de una nueva dinastía francesa, que intentó renovar un imperio desfalleciente. Sus coronas iniciaron amplias reformas, sobre todo en la época próspera del rey Carlos III. Se renovaron las universidades, con la introducción de estudios modernos, libros de texto y enseñanzas más prácticas, más cercanos al menos a la realidad. Se protegieron las ciencias, buscando aquellas que suponían mejoras en riqueza, felicidad y convivencia. En medicina se apoyó la enseñanza hipocrática, práctica y más inocua que la galénica. En derecho se introdujo el derecho natural y de gentes y el mandato regio; en teología y en la Iglesia, tras la expulsión de los jesuitas, se impuso el tomismo, así como una mayor tolerancia. En filosofía y física, se conoció a Descartes y Newton. Con la defensa del heliocentrismo, la astronomía ganó en importancia. Pronto llegaron el empirismo y el sensualismo. Fueron respaldadas la geografía y la historia, la lengua y los escritores en castellano, que podían apoyar la nueva nación y la monarquía novata. Miguel de Cervantes se pone de moda. La historia natural y las bellas artes también contaron con el apoyo del trono, y así aparecieron hermosas producciones. También la técnica, como la arquitectura y la ingeniería, la cirugía, la náutica y la artillería. Las universidades, el ejército y la marina tuvieron un gran papel. Además de la Iglesia, desde luego. Sin duda, son tres los cuerpos que proporcionaban la sabiduría necesaria en la época: el ejército, la Universidad y la Iglesia. Cadalso conoció bien todos ellos, a través de su vinculación con Cádiz, el Seminario de Nobles, el círculo amistoso salmantino y su dedicación a la caballería. Además fue un ilustrado viajero.1 Pero además la enseñanza, la transmisión del saber se hizo de una manera más rápida y directa. Y no solo por la aparición de revistas y periódicos. En la época tuvieron una gran importancia las tertulias, las academias y los salones, además del cortejo. Como Wolf Lepenies mostró tiempo atrás, la nobleza, alejada de la corte, y la burguesía no aceptada en ella empezaron a crear sus espacios físicos y sociales. Entre nosotros será buen asistente a esos salones el poeta y militar José Cadalso. Busca el ejército y el ennoblecimiento, es feliz cuando llega a la corte, a los salones de los Aranda o los Osuna, o en los encuentros con sus amigos en Salamanca. Se debate entre su origen burgués y la nobleza, si bien ya ridícula esta en esa época, tal como señalará Chateaubriand, pues ya tan solo defiende viejos privilegios ganados con la sangre de sus antecesores y la explotación de sus siervos. Entre el cosmopolitismo y la nación con su rey se debate Cadalso, a través de ciclos depresivos, lo que tal vez le lleva al suicidio ante Gibraltar, preso de los intereses de la corona. Cuando está lejos de esos salones nobles o burgueses sufre, se lamenta, escribe poesías o teatro románticos, y da su vida en la batalla.2 Terminó tal como quiso, siendo como Garcilaso un buen poeta muerto en el campo de combate.

 

Su posición ante Madrid es ambivalente, la detesta por los mismos motivos que la adora, es corte, es rica y elegante, también derrochadora y haragana, despótica y cruel. Es la misma situación de Cervantes (y luego Pedro Gatell, su plagiario ilustrado) en la corte ducal, o de Rousseau en París.3 Se trata del joven que llega a la capital para hacer fortuna, conseguir poder, o encontrar saber y acomodo, el ascenso social y el desclasamiento. Será en todo momento forastero, un viajero que busca inútilmente fortuna en una sociedad nueva –sin olvidar la propia– que tristemente no encuentra. Es el paso o cambio de lugar, de tiempo, de sociedad. Siempre, sin embargo, la novela picaresca nos recordaba que estos cambios no nos alejaban de nuestro origen y condición.

La crítica de la ciudad –que viene desde la de Roma en los clásicos latinos– hace resurgir en el siglo que nos ocupa la vieja alabanza de la aldea de fray Luis de León o Garcilaso de la Vega, herencia de clásicos anacreónticos, bucólicos y pastoriles. Es un tema universal y eterno de la literatura, poesía, drama o novela, también de la autobiografía. Las ciudades son ahora núcleo de riqueza, poder y cultura, con enormes posibilidades para quienes allí viven o llegan. Ya no se cree en las universidades en lugares amenos como Alfonso X o Cisneros quisieron; y lo advirtieron los jesuitas, cuando pretendieron crear universidad en Madrid a imitación de otras capitales europeas como Roma o París, pero se contentaron con el Colegio Imperial y más tarde con el Seminario de Nobles, donde estudiará nuestro personaje.4

La Universidad de Salamanca, en la Ilustración, tuvo todavía un preponderante papel. Los monarcas consultaban a sus sabios, juristas y médicos, y muchas veces enviaban los claustros opiniones e informes más o menos atendidos.5 Está situada esa universidad en un núcleo urbano, pero pequeño y con tareas agropecuarias.6 En comparación con Madrid podía recordar todavía un mundo de pastores y zagalas, en el que se desarrollará la segunda escuela poética de Salamanca, a la vez que las facultades conocen un proceso de mejora, apoyadas tanto desde el exterior como desde el interior. Las reformas de Carlos III en las universidades españolas fueron bien conocidas por nuestros personajes. Serían temas de conversación, pues muchos transitaron las aulas, estas o bien otras.

Tiempo atrás los viajes continuos de Diego de Torres Villarroel entre las dos ciudades –por diversión, sabiduría o medro– son buena muestra de esa atracción de la capital, que también se ejercerá sobre Alcalá de Henares y su núcleo universitario.7 Hay cierta semejanza con los viajes de Cadalso, aunque estos son motivados además por los destinos militares y los castigos y destierros. Alejados de Madrid, tanto el castellano como el andaluz son infelices, se hunden en la melancolía, y no prosperan si faltan buenas relaciones. Pero, como a otros nos ha sucedido, Salamanca será para Cadalso motivo de cambio, de amistad y de disfrute literario. Pronto se entusiasma, siguiendo a fray Luis y a los pastores del Tormes.

Señaló J. A. Maravall (de forma semejante a su propuesta para el teatro barroco, en época Austria) la Canción de un patriota, en que se junta el entusiasmo pastoril con el patriótico, esos aldeanos que deben defender la nación borbónica en la estela de Pelayo o Rodrigo, de los viejos reyes y ahora de los nuevos.8 Pero en la Arcadia (o en el Paraíso) está la muerte, tal como Cervantes señaló en el comienzo y en el final del Quijote, en el episodio de Grisóstomo y en la muerte de Alonso Quijano. Y si este caballero enloqueció con la lectura, el estudiante aquel se formó en Salamanca, siendo buen conocedor de estrellas. Esos astros que sirvieron para la náutica, la agricultura y la medicina, pero que también enloquecieron o amargaron a muchos. Saturno devoró a sus hijos. Así quizá al estudiante enamorado de las imaginadas tierras cervantinas.9

Para R. P. Sebold la causa de este entusiasmo de José Cadalso por Salamanca sería el encuentro con amigos distintos a los encontrados en la milicia y en la corte –y en los círculos jesuitas–, distinguidos caballeros, con los que ha tenido problemas y a los que a la vez halaga y critica. Los entornos de los poderosos políticos condes de Floridablanca y Aranda, o bien los más elegantes Osuna siempre fueron motivo de deseo para él. Estos amigos en Salamanca, bien distintos, responden al estilo de Ovidio, Horacio o Garcilaso, pero también a la nueva sociabilidad –y sensibilidad– de la que nos hablara Wolf Lepenies, o bien señaló Varela en Jovellanos. Se evidencia el cambio del neoclasicismo hacia el romanticismo, en nobles y burgueses. No es extraño que se leyera en Salamanca el manuscrito de Noches Lúgubres, o bien frecuentes textos sobre la muerte, así un fragmento del poeta Iglesias de la Casa.10

Estos afectos parecen consolar la melancolía y la cercanía a la muerte que se anuncia en versos y se consigue en Gibraltar.11 Porque allí se encuentra el camino a la naturaleza, a la que por entonces se desea ordenada, razonada, como mostrará el Informe en el expediente de Ley Agraria de Gaspar Melchor de Jovellanos.12 Así, en estos poetas salmantinos, pero también en los jardines de Osuna que recuerdan a la María Antonieta pastorcilla en Versalles.13 La naturaleza es ordenada en jardines, colecciones y gabinetes, en hospitales y encierros y en libros y bibliotecas.14 Se oponen (o complementan) el cortesano petimetre y el pastor del Tormes, pudiendo ser las obras de Cadalso un retoque de Rousseau, pues ahora la naturaleza y la poesía de Anacreonte son ilustradas o racionalizadas.15

A la entrañable conversación y al influjo poético –de Jovellanos sobre el círculo, y de Cadalso también en especial sobre Meléndez Valdés– se une el interés por la enseñanza. Bastantes son universitarios, estudiantes, graduados o profesores, todos conocían bien el mundo de las aulas. Por tanto, ahora el contemplar el reflejo de la Universidad, de los universitarios en el círculo cadalsiano, será recordar los espejos del callejón del Gato ante los que se pasearon los héroes clásicos. Aquí los clásicos y los románticos, pues tenemos a los autores de El delincuente honrado y Noches lúgubres. Antonio Ponz ha dejado recuerdo de una juventud salmantina preocupada por el saber, distinto del aportado por algún detractor de la ciencia española.16 Las reformas carolinas habían introducido prácticas y saberes modernos, de los que fueron testigos en las aulas estos contertulios. Señalemos entre sus amigos y contertulianos a Forner, Arroyal y Meléndez, algún sobrino de Torres, así como al poeta Iglesias de la Casa, personaje que comparte sus aficiones y por tanto las críticas de costumbres y el placer pastoril. Es la vuelta a la Arcadia que va de Cervantes y Garcilaso a Gatell y Cadalso.

Piensa el poeta viajero Cadalso haber encontrado una verdadera amistad, distinta a las propiciadas por las cortes y las modas. Señala estas en sus críticas a la falsa amistad moderna, universal, que obliga a frecuentarse con tanta asiduidad que retrasa o dificulta temas importantes, como las tareas de los políticos o las obligaciones domésticas, pero también –y aquí más nos interesa– el estudio. Si se hace difícil leer, también sufren pensar o sentir, tareas esenciales para el ilustrado. Nos señala a esos nietos jocosos y siempre alegres, muy distintos en su actitud de la seriedad que se suponía en el Siglo de Oro de sus ancestros; ahora todo es fingimiento, producto de modas, lujos e inutilidad.17 Está así –como muchos ilustrados– contra el malgastar superfluo para evitar la fuga de metales preciosos por culpa de las modas, recomienda justamente –como es norma en la época– el apoyo a la industria nacional. Los militares tendrán un buen papel en la promoción de esta. Sin duda en esa alegría, en ese paraíso, está el et in Arcadia ego de la pintura de Nicolas Poussin Los pastores de la Arcadia.

El siglo XVIII supuso una profunda reforma de la Universidad, que conocen bien todos los contertulios de Cadalso en Salamanca. Saberes modernos, libros de texto, enseñanza ágil y práctica, uso del castellano, curricula cerrados, compactos y prietos como un corsé. Ya no era posible el hacer cursos sueltos, cambios de universidades, fáciles dispensas…, ahora se pretendía una rígida formación que hiciera que los estudiantes supieran todo lo posible de sus carreras y lo más al día posible. Por eso en Los eruditos a la violeta presenta el poeta los cambios académicos del momento con gracia y cierta amargura, como siempre.18 No desconocía las novedades en las aulas salmantinas (y españolas, incluso en Coimbra), que suponían la entrada de los saberes modernos en la Universidad. Una teología positiva o el derecho real, y más en filosofía, ciencia y medicina. Así Descartes o Newton, Boerhaave o Piquer.

Además la ciencia moderna se transmite de otra forma, por nuevos cauces, no solo varía el contenido, sino el continente y los destinatarios. Está de moda el saber y así surge en las conversaciones, los cafés, las tertulias, incluso en los cortejos. El jesuita Vicente Requeno nos hablaba de coqueteos entre damas y petimetres, cuando junto a peligrosas chanzas sobre la nobleza o la religión aparecen saberes científicos.19 Y si este clérigo escribió su manuscrito para una dama, Cadalso imagina sus cursos para «violetos» para que los petimetres pudieran aprender de forma rápida y cortejar incluso más velozmente. En ambos casos se trata de una caricatura de la entrada de la nueva ciencia en las aulas hispanas, pero con un sentido negativo en el jesuita, con esperanza en el militar escritor. No podía ser menos en un personaje que conoce las novedades que están surgiendo en el saber, en el seno de las instituciones más importantes de la época, que son la base de las necesidades científicas y técnicas de la corona. Me refiero a la Iglesia –estudió con jesuitas–, el Ejército –fue militar de caballería–20 y la Universidad, que conoció bien durante su estancia en Salamanca, a través de sus amigos y contertulios. La Universidad cambiaba, se producían extrañezas en la sociedad –y en los reales Consejos– y en el propio cuerpo universitario.

 

Por tanto, se burla Cadalso –como Iglesias, en la tradición de Francisco de Quevedo y Diego de Torres Villarroel– de la nueva Ilustración, que entra en las universidades, pero también de charlas, tertulias, academias y escritos sobre ciencia, a la vez vehículos y obstáculos de nuevos saberes.21 Pero algunas academias científicas funcionaron, aunque él se burle de ellas, pues se refiere más a las literarias, así marcharon las de Barcelona y una tertulia matemática militar. Si algunas fracasaron –no hubo de ciencias, como las hubo sobre lengua o historia–, la amistosa de Juan y Ulloa en Cádiz funcionó gracias a la presencia de cirujanos y marinos.22 La enseñanza se estaba abriendo a saberes modernos y sobre todo más prácticos; la técnica empieza a ser de primera importancia, como la figura de Jorge Juan muestra. No es extraño que la aparición del castellano en la enseñanza –para cirujanos y militares, con normalización y control en la ciencia– también repercuta y se señale en Los eruditos a la violeta con sus neologismos burlones (culebrinal, cañonal, morteral), o bien con el renacimiento y elogios del Quijote.

Sin duda, como señaló Lepenies, es además un problema de espacios y de aburrimiento. La corte y la aldea de fray Luis, Madrid y Salamanca. La capital –como con Felipe II– está interesada en saberes y técnicas, es la cabeza de un gran imperio, si bien decadente; es espejo de moda y de poderío económico, político y centro de ascenso social. En Salamanca florece la segunda escuela salmantina de poesía,23 y es lugar de ideas y charlas sabias, en ciencia y en literatura. José Iglesias de la Casa participa en ellas, conoció las aulas pues en ellas estudió humanidades, fue protegido por Felipe Beltrán, al que dedica una canción pindárica. Sin duda es interesante su participación en la poesía del momento, tanto en sus aspectos pastoriles y anacreónticos, como en la herencia satírica y atrevida de Quevedo o Torres Villarroel. Su humor melancólico, su enfermedad, su miedo a la

Inquisición, que no gustaría de sus escritos, le hizo ingresar en la Iglesia.24 Arcadio, como se llamó en ese mundo de pastores quijotescos, presenta amplios paisajes bucólicos, llenos de reminiscencias de los clásicos grecolatinos y castellanos. Pastores junto al río salmantino alaban paz y sosiego, pasiones dichosas o doloridas. La melancolía reconforta al amante de desdenes, desmemorias y mortales destinos, como los de Grisóstomo, y el propio Cadalso.

Se editan sus Poesías póstumas en 1793 y 1798, con dudas –por fortuna apartadas– sobre la edición de su obra jocosa. Letrillas, canciones, elegías…, difieren de su postrer ánimo clerical…25 Las sátiras salmantinas siguen caminos trillados, quizá con poca originalidad, tanto en Iglesias como en los sobrinos de Torres Villarroel. Mujeres y maridos, cuernos e infidelidades, médicos y clérigos, abogados y jueces; tal vez más originales fueran las chanzas dedicadas a la nobleza ociosa o a las aulas y sus enseñanzas. Si bien personajes como el estudiante, vago, pobre o pícaro, son eternos en nuestras letras. Torres Villarroel ha introducido la crítica a la forma de enseñanza y a la arrogancia y tontería de los maestros. Muestra de esa doble actitud –cercana y distante– ante las aulas de estos escritores son los elogios de Iglesias al pequeño Picornell. Fue examinado este chico por su padre en aulas salmantinas, en busca de un saber más natural, digno del filósofo Rousseau. Es muestra del antagonismo que la naturaleza proporciona a este círculo contra la Universidad salmantina.26 Se critica la Universidad vieja y la nueva, así sus vanos conocimientos y su parloteo inocuo.

Los contertulios se dieron bien cuenta de que estaba cambiando la Universidad, con Salamanca a la cabeza. El modelo universitario tradicional, basado en Aristóteles y los clásicos, estaba dejando paso a una institución en que los saberes modernos tenían gran cabida. Y era un camino hacia una universidad útil, más práctica, relacionada con la sociedad moderna. Uno de los aspectos más importantes es que se tratará de una universidad con un carácter más profesional. Por tanto, a la primacía de las facultades de teología y cánones sustituirá la de medicina y derecho y, con más dificultad, la de filosofía y ciencias. Este reflejo del interés de la Corona por controlar y mejorar las universidades se adelantará a la influencia de la Universidad francesa, que será también más profesional que la alemana, más teórica y científica.

Se pudo así escribir: «Y en siete días/ La Violeta/ Le embute a un tonto/ Todas las ciencias».27 Mientras la universidad endurece sus condiciones, más años y estudios, nuevos saberes y enseñanza práctica, se burla –en cita afectuosa de Iglesias a Cadalso– de esos «violetos» que sin esfuerzo se gradúan. La duda es doble, sobre el aprendizaje rápido y sobre el difícil de la nueva Universidad, pues se abandonaba la enseñanza escolástica y vacía tradicional, que solo servía para puestos en la Iglesia, tribunales, consejos o para las adulaciones cortesanas. Derecho y medicina, luego ciencias y filosofía debían ser los caminos por los que transitara la nueva Universidad. En general se burla de los sabios que solo conocen la escuela, tildándolos de tinajas que imparten inútiles saberes. También tiene en cuenta la vieja idea, ahora renovada, del daño que el estudio y la lectura producen. Es un saber que viene de Aristóteles e Hipócrates, pasando por Galeno, Ficino, Huarte, Cervantes o Lennox y que llegará a Mme. Bovary. Con claridad escribe Iglesias de la Casa: «Diz que el estudio,/ Con sus tesones,/ Mi tez de rosa/ Fuerza es que robe».28

El poeta asesta lanzadas a la Universidad, por su poco útil cometido, y al afán de riqueza, lo que le otorga beneficios y puestos eclesiásticos. «Diz que la Filosofía/ De algún Escolar no aprecio,/ Que me debo dar de recio/ A estudiar la algaravía/ De tanta distinción fina,/ Que usa el sofístico bando:/ Ya voy que me estoy peinando./ Notan que el dinero hacer/ No sé qual mil de mi estado./ Que más que un obligado/ Pudiera yo enriquecer,/ Solo con apetecer/ Lo mismo que me están dando:/ Ya voy que me estoy peinando».29 Se trata de una idea aristocrática, de aburridos salones, como pensara Lepenies, con menosprecio del dinero y las actividades consideradas propias de gentes viles o minorías. Se aspira a niveles de distinción en una época –como Chateaubriand señaló– de declive, inutilidad y ridículo de la vieja nobleza. Unas líneas al parecer del Semanario de Salamanca señalan esa decadencia de una nobleza manirrota e inútil, críticas que en Cadalso también se muestran. «La decadencia pues, de la industria en España, no consiste en la poca aplicación, o en la ignorancia de los Artesanos, o en el Gobierno, sino en la mala versación de los caudales de los poderosos, o por mejor decir en su educación, que es el principio de donde dimana este mal…».30

La gloria de la edición y el retrato será el camino que estos personajes quieran, así Meléndez jurista quedará en el retrato de Goya; o en completa y brillante edición tardía tras exiliarse como afrancesado. También Iglesias conseguirá póstuma edición y grabado. No deja de criticar al poeta –herencia que viene de Platón–, así como a la nobleza, la Iglesia o los universitarios. «¿Ves aquel Señor Graduado,/ Roxa borla, blanco guante,/ Que nemine discrepante/ Fue en Salamanca aprobado?/ Pues con su borla, su grado,/ Cátedra, renta, y dinero,/ Es un grande majadero». Se ríe, es cierto, incluso de sí mismo: «¿Ves al que esta satirilla/ Escribe con tal denuedo,/ Que no cede ni a Quebedo,/ Ni a otro ninguno en Castilla?/ Pues con su vena, Letrilla,/ Pluma, papel, y tintero,/ Es mucho más majadero».31 Una fama que Jovellanos –en su Carta a Jovino– señalará en la búsqueda de temas elevados, pero que ellos gustarán además perseguir con sus pastores y sus tristezas, sus críticas y burlas. Anuncian desde luego –como Alessandro Malaspina en sus cartas,32 en que se siente en un vórtice por las prisiones y despotismos– cambios esenciales ya próximos.

To koniec darmowego fragmentu. Czy chcesz czytać dalej?