Hidráulica agraria y sociedad feudal

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1 Principalmente, Barceló (1995); Barceló (ed.) (1997); Barceló (coord.) (1998); Bar– celó, Kirchner y Navarro (1996). Véanse, asimismo, el inventario elaborado por E. Sitjes (2006) y las reflexiones de H. Kirchner (2009).

2 M. Barceló, H. Kirchner y J. Torró (2000); Barceló et al. (2003).

3 El presente volumen es el resultado de la posterior discusión y reelaboración de aquellos materiales en el marco del proyecto «Modificaciones del ecosistema cultivado medieval en el reino de Valencia» HAR2011-27662 (IP Josep Torró), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad.

4 El texto de J. Rouillard sobre la cuenca del Sena no ha sido entregado para publicación.

5 Para la Cataluña Vieja, véase Arbués (1998) y Kirchner, Oliver y Vela (2002); para el Languedoc resulta interesante el trabajo de L. Macé (1994).

6 Resulta significativo el desplazamiento de atención hacia los medios húmedos que se ha producido en los estudios relativos a las roturaciones medievales durante los últimos años. Sirvan como ejemplo algunos de los trabajos reunidos por Burnouf y Leveau (2004), o la compilación de textos relativos a la Toscana editada por Malvolti y Pinto (2003). Una región privilegiada en este sentido es el Languedoc, donde el problema es tratado por Durand (1998: 287-293), Bourin et al. (2001: 390-395) y, de forma especial, por el libro de Abbé (2006). El trabajo de Rippon (1997) sobre los humedales costeros de Gales ofrece orientaciones metodológicas de gran interés.

7 También en el Nuevo Mundo, y a una escala colosal. Véase Melville (1999).

8 Véase Teixeira (1999) sobre un caso de ampliación de los perímetros de riego del monasterio cisterciense de Veruela, en el valle de Huecha (Aragón), durante el siglo XII.

HIDRÁULICA CAMPESINA ANTERIOR A LA GENERALIZACIÓN DEL DOMINIO FEUDAL. CASOS EN CATALUÑA

Helena Kirchner Universitat Autónoma de Barcelona

Sólo en contadas ocasiones ha sido aplicado el método de la «arqueología hidráulica» (Kirchner y Navarro, 1993) al estudio de espacios irrigados y su gestión en sociedades feudales. Para al-Andalus, en cambio, la investigación llevada a cabo desde los años ochenta1 ha permitido crear un conjunto empírico de alrededor de 160 sistemas hidráulicos estudiados, principalmente en las Islas Baleares y en el País Valenciano. Recientemente, este corpus ha sido analizado estadísticamente por E. Sitjes en dos de sus aspectos más significativos: la morfología de los espacios irrigados y sus tamaños (Sitjes, 2006). Contamos, pues, con una tipología de sistemas hidráulicos bien definida (Glick y Kirchner, 2000; Kirchner, 2009) y conocemos con precisión los rangos de sus tamaños. Nada parecido puede hacerse, todavía, con los sistemas hidráulicos de las sociedades feudales. Para al-Andalus, además, sabemos que un sistema hidráulico consiste sobre todo en la creación de un espacio irrigable, donde la articulación entre el punto de captación, el trazado de las acequias y el emplazamiento y morfología de las parcelas constituye su estructura básica. Los molinos integrados en el sistema hidráulico, cuando los hay, tienen una presencia claramente subsidiaria a la irrigación (Kirchner, 2011).

En la llamada hidráulica feudal, al menos para Cataluña, no se ha avanzado mucho respecto a las propuestas formuladas en 1988 por M. Barceló2 y R. Martí (1988a). En aquel momento, a partir de escasos indicios, se consideró que la hidráulica feudal privilegiaba los molinos, que los sistemas hidráulicos se construían principalmente con el objetivo de alimentar con agua los molinos. Además, en aquellos textos, se asumía que existía una hidráulica feudal que, por su complejidad y eficacia y gracias al dominio de los señores que la imponían, vendría a sustituir una imprecisa, escasa y simple hidráulica campesina. Esta idea aparece, también, en numerosos estudios realizados a partir de documentación escrita rígidamente condicionados por la historiografía del «crecimiento agrícola» altomedieval3 y por las propuestas, más lejanas, de M. Bloch (1936) sobre la difusión del molino (Barceló, 2004). El factor determinante de la atribución confusa a los feudales de la difusión de la tecnología hidráulica ha sido, justamente, el molino, al ser considerado como un indicador del «crecimiento agrícola» de la Alta Edad Media. El problema de establecer la cronología y autoría de la difusión de los molinos hidráulicos sigue sin tener una solución clara, aunque la sucesión propuesta, a menudo, de los más rudimentarios molinos de rueda horizontal a los más complejos y por ello asociados a la clase señorial feudal, no tiene ya mucho sentido a raíz de los hallazgos arqueológicos en Irlanda, Inglaterra y Francia, que datan de los siglos vii y viii (Barceló, 2004: 261, 263, 264; Wikander, 2000).

 

Algunos investigadores ya han advertido de que la emergencia en la documentación escrita de los molinos no fecha su construcción ni identifica, por aparecer en manos de un monasterio, a los constructores en lugares muy diversos como la Renania o el Languedoc (Lohrman, 2002: 78; Durand, 2002: 37-39). Según estos autores, en el siglo viii existen ya estructuras hidráulicas con molinos bien consolidadas. También los hallazgos arqueológicos franceses, aunque escasos, vienen a confirmar esta cronología (Durand, 2002: 45; Bernard, 1998). En el caso del monasterio de Cluny, por ejemplo, según G. Rollier (1998), los habitantes de la antigua villa de Cluny ya poseían algún tipo de sistema hidráulico y molinos que aparecen documentados entre los años 893 y 910, antes de la creación del monasterio, aunque no han sido localizados.4 En cambio, el análisis que hace E. Champion (1996) de los polípticos carolingios llega a la conclusión de que, entre el Loira y el Rhin, la difusión se produce fundamentalmente en época carolingia, puesto que el emplazamiento de los monasterios y de las villae no responde a criterios hidráulicos, y ello significaría que las villae existían antes de los molinos. Sin embargo, también hace notar que los diplomas del siglo ix se refieren a menudo a donaciones que incluyen molinos formando parte de una villa y, por tanto, su construcción no habría sido siempre promovida por los señores de estas villae. Así, dicho autor establece que los molinos pueden tener «un doble origen, el de la adquisición o la construcción». Habría que ver, pues, qué villae tienen molinos y cuáles no y por qué razones, y qué infraestructuras hidráulicas promueven directamente los monasterios y cuáles son el resultado de adquisiciones.

Con posterioridad, los monasterios cistercienses, estudiados por P. Benoit y K. Berthier (1998) y C. Raynaud y M. Wahout (1998), se aprovechan de unos sistemas hidráulicos y molinos construidos previamente a su implantación y que reciben como donaciones. Pocos son los molinos cuya construcción es promovida directamente por los monjes. Para M. Arnoux (2009: 715-716), entre los siglos x y xi se produce una saturación de instalaciones de molinos en los cursos de agua, forzando, a partir de este momento, a crecer en los mismos emplazamientos, substituyendo molinos abandonados o agrupando en los mismos lugares varios molinos.

La cuestión de la identificación de los constructores de los molinos está estrechamente relacionada con el problema de establecer la cronología de su construcción. En Irlanda, algunos molinos han sido asociados a establecimientos monásticos y existe documentación escrita que alude a constructores especializados (Rynne, 2000). M. Barceló señaló el hecho de que no está claro cómo estos especialistas en la construcción de molinos eran reclutados y por quién. Dicho autor enunció con claridad el núcleo del problema insistiendo en la necesidad de saber cómo se desarrollan los conocimientos técnicos de la construcción de molinos y a demanda de qué sectores sociales (Barceló, 2004: 265).5

En Francia, la construcción del molino carolingio de Belle-Église (Oise) (Bernard, 1998) se vincula, aunque de forma algo ambigua, a la «emergencia del sistema señorial, en el cual los grandes eclesiásticos y laicos se dividen el poder de las tierras», y se convierten en «potencias capaces de emprender grandes obras». Es en tiempos de Carlomagno cuando «el dominio de las técnicas parece consolidarse» (p. 78). Sin embargo, las condiciones del hallazgo y excavación de un canal de molino descritas por Bernard no permiten identificar al responsable de la construcción del molino con ningún señor laico o eclesiástico; sí, en cambio, puede asociarse su construcción, datada por dendrocronología en el invierno del 810-811, con un poblado ocupado desde época romana hasta el siglo x.6 A. Durand considera que los responsables de la construcción y difusión de molinos en el Languedoc, que puede empezar a situarse al menos desde finales del siglo vii, son «riches aleutiers», asociados en algunas ocasiones a las futuras familias castrales y responsables del proceso de «encelulamiento» feudal (Durand, 2002: 43-44). De manera muy excepcional, los monasterios benedictinos son responsables de la construcción de los molinos, y los que poseen proceden de las dotaciones a partir de tierras fiscales recibidas de los soberanos carolingios o de donaciones posteriores, mayoritariamente realizadas por este sector alodial «rico» o, rara vez, por familias nobles (Durand, 2002: 42).

En Italia, M. E. Cortese (1997) establece que las primeras menciones ya se encuentran en documentos del siglo viii y se van haciendo cada vez más frecuentes a partir del ix, aunque siempre se trata de molinos asociados a monasterios y obispados. Sólo a partir del siglo xii, las ciudades y sus oligarquías pasan a protagonizar también iniciativas en este sentido. E. Caruso (2004), para la zona de la Romaña, atribuye primero a los benedictinos y después a los cistercienses la principal actividad de construcción de molinos. A partir del siglo ix se incorporan los obispos y a partir del xi, las ciudades. En el Lacio, las primeras menciones se sitúan también en el siglo viii, aunque el grueso de las referencias se sitúa en los siglos xi y xii. El incremento se asocia al aumento de la documentación y al éxito de la difusión (De Francesco, 2009: 292).

Estos estudios, si bien han puesto de relieve la antigüedad de los molinos hidráulicos datándolos en los siglos vii y viii, siguen sin identificar claramente a los responsables de su construcción. Hay que señalar, también, que lo que se tiene en consideración mayoritariamente es el molino y no el sistema hidráulico en su conjunto. El molino hidráulico implica la existencia de una captación de agua, normalmente realizada en un curso estable, y el trazado de una canalización, con la pendiente adecuada para hacer circular el agua que simultáneamente puede servir para irrigar las parcelas que quedan debajo. El recorrido de la canalización viene determinado por la necesidad de conseguir el desnivel necesario para instalar la rampa del molino, si se trata de un molino de rueda horizontal. Si, en cambio, se trata de molinos de rueda vertical accionada por debajo, este desnivel no es necesario y sí, en cambio, un canal con un caudal abundante y una pendiente adecuada. La localización de los molinos no es, pues, azarosa, ni siquiera puede hacerse en cualquier punto adyacente a un curso de agua. Aparecen, además, constantemente asociados a las parcelas que pueden ser irrigadas desde la canalización. La falta de visión de conjunto de los sistemas hidráulicos en estos estudios produce interpretaciones erróneas o dudas que podrían tener una explicación. Así, por poner algún ejemplo, De Francesco no sabe si los molinos del Lacio son de rueda horizontal o vertical (2009: 288), o interpreta que la irregular distribución de los molinos en el territorio se explica por los altos costes de gestión y manutención requeridos por estas estructuras (2009: 294). M. Arnoux no consigue dar una explicación a la constatación de diferencias regionales significativas en Francia, tanto en las cronologías como en las densidades de instalaciones molineras (Arnoux, 2009: 713).

En Cataluña, sólo dos zonas han sido estudiadas siguiendo los métodos de la arqueología hidráulica, el río Aravó y la villa de Puigcerdà (Girona) (Kirchner et al., 2002) y las posesiones del monasterio de Sant Cugat del Vallès en la comarca del Vallès Occidental (Barcelona) (Kirchner, 2006). En cambio, las transformaciones que los feudales catalanes introducen en los espacios irrigados andalusíes conquistados en las Islas Baleares a partir de 1229 (Kirchner, 1995 y 1997; Kirchner, 2003; Batet, 2006), en el País Valenciano (Torró, 2003, 2005 y 2009; Guinot, 2005 y 2007; Furió y Martínez, 2000), en Aragón (Laliena, 1994 y 2008) o en territorio catalán, antes, a partir de mediados del siglo xii (Batet, 2006), han sido mejor estudiadas. En realidad, pues, nadie ha descrito una hidráulica atribuible a los feudales anterior al siglo xii. Estos casos de estudio indican, por ahora, que la actuación de señores feudales eclesiásticos y laicos a partir del siglo x consistió, fundamentalmente, en apropiarse de sis- temas hidráulicos, con y sin molinos, muchos de ellos con espacios irrigados asociados, mediante donaciones, compras y permutas, sin apenas introducir modificaciones o añadir nuevas instalaciones hidráulicas.

LOS SISTEMAS HIDRÁULICOS EN LOS SIGLOS X Y XI EN CATALUÑA.

EL CASO DE SANT CUGAT DEL VALLÈS Y SUS POSESIONES EN EL VALLÈS OCCIDENTAL7

En Cataluña, la emergencia en la documentación de sistemas hidráulicos (espacios irrigados y molinos) sólo se produce cuando estos bienes son objeto de las operaciones de desposesión ejercidas por los feudales laicos y eclesiásticos, a través de donaciones, testamentos, permutas y compras y, a veces, restableciendo un dominio útil a los campesinos a cambio del pago de la renta. Sería el caso del proceso de apropiación feudal de los molinos hidráulicos de origen atribuido a campesinos (Martí, 1988a) y de las insulae fluviales (Martí, 1988b). Las donaciones y ventas de molinos por parte de un grupo de posesores o de fracciones de molino indican la existencia de formas de gestión colectivas (Bonnassie, 1975, I: 461) que son desmanteladas por los señores feudales al instalar molineros de confianza con los que se reparten los beneficios de la moltura (Martí, 1988b). En el mismo sentido se orientan los testimonios documentales en Aragón, donde los molinos empiezan a ser mencionados en el siglo ix, en manos de comunidades campesinas que justo en este momento empiezan a entregar sus bienes a instituciones eclesiásticas y a señores laicos (Ortega, 2008: 92). La demanda de renta impuesta por los señores debió condicionar el uso y la gestión del sistema hidráulico por parte de los campesinos en una medida que por ahora no sabemos percibir en la morfología de los espacios irrigados. Incluso, la apropiación feudal de dichos espacios y sus molinos conducirá, simplemente, a la expulsión de los campesinos, o a impedir que puedan construir nuevos sistemas hidráulicos alternativos. Esta exclusión no pasa, necesariamente, por la creación de monopolios o derechos banales sobre los molinos. Es mucho más sencillo: los sistemas hidráulicos no pueden multiplicarse indefinidamente puesto que no pueden construirse en cualquier sitio escogido al azar y los cursos de agua que lo permiten tienen caudales y, sobre todo, espacios de ribera con pendientes adecuadas limitados.

Un buen ejemplo es el del monasterio de Sant Cugat del Vallès (Kirchner, 2006), que protagoniza a partir del siglo x un proceso de ampliación y ordenamiento de su patrimonio muy característico de las instituciones eclesiásticas en este momento (Bou, 1988; Salrach, 1992; Ruiz, 1995, 1999). Las referencias documentales a irrigación (huertos, vergeles, árboles frutales, parcelas situadas por debajo de canalizaciones, las propias canalizaciones, fuentes, insulae o pozos) son particularmente abundantes. A menudo, estas referencias aparecen asociadas a los molinos, que son mencionados junto a las parcelas irrigadas adyacentes.

A pesar de la intensa urbanización en fechas recientes del Vallès Occidental, comarca donde se ubica el monasterio, ha sido posible identificar en el paisaje actual los lugares objeto del interés de los abades que, a través de donaciones, compras y permutas, van incorporando al dominio del monasterio. Los terrazgos documentados son mayoritariamente espacios irrigados situados en fondos de valle. Se irrigaban mediante derivaciones realizadas en corrientes de agua (Riusec, Riu Major o Riera de Sant Cugat, río Ripoll, Riera de Rubí, torrente de can Ferran y torrente de los Alous) y mediante azudes (resclausa) construidos con materiales poco estables (troncos, piedras, barro, etc.) (figura 1). Los canales así derivados abarcan normalmente un perímetro reducido delimitado por la canalización y el curso natural de agua. Al final del recorrido del canal, cuando este alcanza suficiente desnivel respecto el fondo de valle, solía haber un molino de rampa.8 A la salida del cárcavo, una canalización conducía el agua al río o torrente. La canalización abrazaba, pues, un perímetro irrigable, de llanura aluvial, a menudo incluido en un meandro, de tamaño variable, aunque de dimensiones habitualmente modestas (figura 2).

 

Se pueden diferenciar diversas áreas donde se construyen espacios agrarios irrigados y molinos hidráulicos: la zona más inmediatamente cercana al emplazamiento del monasterio, en varios torrentes y en la riera de Sant Cugat (Sant Cugat del Vallès); la riera de Rubí (Rubí); el Riu Major o riera de Sant Cugat y el río Riusec (Cerdanyola del Vallès); y el río Ripoll (Ripollet o Palatio Avuzid/ AuzitolAuditolOditlAvozido en la documentación) (figuras 3, 4 y 5). El monasterio se halla situado en un llano entre la riera de Sant Cugat y la de Vullpalleres que desembocan en el río Ripoll y pertenecen a la cuenca del Besós.9 En este lugar se erigió una fortaleza romana en el siglo iv, posiblemente en el mismo solar donde hubo una villa de inicios del Imperio, y donde se han hallado restos de miliarios romanos, uno de ellos con una inscripción que hace referencia a la Vía Augusta. También es el emplazamiento de un aula o iglesia paleocristiana con función funeraria de la segunda mitad del siglo v, que ha sido tradicionalmente relacionada con el culto a san Cucufate mártir y una necrópolis asociada.

Figura 1. Situación de las zonas estudiadas, en torno al monasteriode Sant Cugat del Vallès y en Puigcerdà (Girona)


Figura 2. Reconstrucción hipotética en alzado y en planta del diseñodel sistema hidráulico con molino que se debió construir en los torrenteso ríos del entorno de Sant Cugat del Vallès. Se trata de un croquiscuyas medidas no se ajustan a ningún caso real


Figura 3. Sector de Sant Cugat del Vallès. Espacios irrigados y de prado


Figura 4. Sector de Rubí. Espacios irrigados y molinos


Figura 5. Sector de Cerdanyola y Ripollet. Espacios irrigados y molinos


Este edificio fue objeto de reformas a finales del siglo vi y principios del vii ya entonces utilizado como iglesia.10 La primera noticia escrita de la iglesia o monasterio de Sant Cugat es del año 878, una confirmación de bienes y privilegios otorgada por el rey Luis el Tartamudo al obispo Frodoí de Barcelona, entre los cuales se encuentra la «iglesia de Sant Cugat y Sant Feliu, en el lugar de Octavia, con aprisiones y adyacencias y todas sus pertenencias, las cuales, el abad Ostofred había obtenido por precepto».11 Según D. Miquel, la aprisión que fundamenta el patrimonio original del monasterio debió de producirse entre la conquista franca del 801 y el advenimiento al trono de Carlos el Calvo, en el 839 (Miquel, 2004: 38), aunque argumenta que esta aprisio se hace sobre tierras consideradas fiscales tras dicha conquista que no estaban realmente despobladas. Los primeros documentos conservados del siglo x referentes a donaciones al monasterio indican que los donantes tenían los bienes objeto de donación por herencia o compra, no por aprisio, lo cual indicaría, según este autor, que el establecimiento de esta infraestructura agraria no es inmediatamente anterior a la emergencia documental. A partir del 910, los bienes y derechos vuelven a ser confirmados al abad Donadéu (Miquel, 2004: 40).

El conde Sunyer de Barcelona (910-947) definió los límites del alodio monástico. El documento no se ha conservado pero se conoce su existencia por la referencia que hace de él el precepto del rey Lotario expedido en el 986 (Miquel, 2004: 40). J. Aguelo (1998 y 2001) estableció los límites de este alodio, que se extiende alrededor del emplazamiento del monasterio y que fue objeto de sucesivas ampliaciones.

Por lo tanto, el núcleo central del patrimonio sancugatense estaba constituido por los valles tributarios de la riera de Sant Cugat (o Riu Major en la documentación) en los que se documentan parcelarios de fondo de valle, presumiblemente irrigados en su mayoría y una extensa área de prado, zona húmeda en cuyos márgenes había parcelas cultivadas.12 En toda esta área no existe ni un solo molino en el siglo x ni se construyeron posteriormente (figura 3). Los sistemas hidráulicos con molinos se encuentran en los términos vecinos de Rubí13 y Cerdanyola,14 así como en Ripollet (Palatio Avuzid),15 en cursos de agua más estables (figuras 4 y 5).

Tabla 1. Estimación de las superficies irrigables


Sistema del castillo de Rubí con un molino4,2 Ha
Sistema del molino de la Noguera3,5 Ha
Sistema del molino de los Bessons2,4 Ha
Sistema del molino de Can Calopa6,8 Ha
Sistema del molino de la Via0,4 Ha
Font Calçada2,9 Ha
Campanyà2,0 Ha
Sistemas en la Rambla del Celler13 Ha
Sistemas del torrente de Can Cornellera (Vallseca)3,5 Ha
Sistema del torrente de la Bomba0,48 Ha
Riera de Can Vilallonga0,36 Ha
Sistema del torrente de Ferrusons (Magarola)1,1 Ha
Sistema del molino de Can Fatjó y otras derivaciones2,9 Ha
Sistema de las Feixes3,0 Ha
Sistemas de Saltells, con molinos11.2 Ha10,3 Ha17,9 Ha
Sistemas del Ripoll, con molinos53,20 Ha
TOTAL CALCULADO130,14 Ha

Se han medido las superficies que corresponden a los espacios irrigados identificados sobre la fotografía aérea de 1967. En esta fotografía son claramente visibles algunas de las áreas regadas que aparecen en los documentos a partir de finales del siglo x. Pero solo pueden ser consideradas como cifras orientativas, puesto que los perímetros delimitados en la fotografía aérea no han podido ser prospectados a causa de las profundas modificaciones urbanísticas que los han hecho desaparecer. No se ha podido determinar, pues, qué partes de estos espacios corresponden al diseño original de época medieval. Se trata de los perímetros en funcionamiento a mediados del siglo xx y, sin una prospección arqueológica, es muy difícil determinar qué ampliaciones y modificaciones han podido sufrir. Al tratarse de fondos de valle, es muy probable que las franjas de terreno más próximas a los lechos de los ríos, especialmente en el Ripoll y el Riusec (Ripollet y Cerdanyola), fueran zonas inundables que se dejaban como áreas de prado para pasto. Estas zonas de pasto aparecen en la documentación frecuentemente designadas con el término prat.16

Las 53 Ha del Ripoll representan el 40,8% de la superficie total calculada. Aparentemente, en 1967 esta zona se regaba desde una sola canalización. La documentación del monasterio alude a diversos molinos que debían de encontrarse a lo largo de la canalización.17 Se conoce el emplazamiento de dos de estos molinos, el de Can Rata y el del Ginestar. Ello, junto a la morfología del parcelario de la década de 1960, permite reconstruir el recorrido de la acequia del río Ripoll. Sin embargo, el espacio efectivamente cultivado y regado abarcaba todo el perímetro delimitado por la canalización y por el lecho del río. La franja más próxima al lecho del río permanecía yerma y como prado.

En cuanto a los cultivos realizados en estos espacios es difícil, por la documentación, obtener un registro detallado y completo. Sin embargo, las abundantes referencias a viñas y tierras (el término terra presumiblemente alude a campos de cereal, claramente situados en los espacios irrigados o lindando con torrentes y canalizaciones), indican que cereales y vid eran cultivados preferentemente en zonas irrigables o, al menos, en fondos de valle especialmente húmedos. De hecho, no es posible, a excepción de alguna parcela dispersa, situar fuera de estas zonas parcelarios de secano (Kirchner, 2006). Las menciones de viñas y tierras aparecen, también muy a menudo, asociadas a los huertos o vergeles, a árboles de «géneros diversos» –raramente precisada su especie concreta– y a las canalizaciones de los molinos. Cabe suponer, pues, unos espacios de policultivo, donde se entremezclan espacios de hortaliza, viña, arboricultura y cereal. Su localización, determinada por los cursos de agua, es discontinua en el paisaje y no hay parcelarios de secano extensivos.