No Hagas Soñar A Tu Maestro

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“No creo que se pueda decir 'estar en la luna'” replicó Wayne.

“Bueno, llámalo como quieras, el efecto es el mismo. Cuando mi hijo tenía quince años e intentaba tener su primera cita, mostró tener más don de gentes que tú. No eres ningún adolescente intentando dar la nota. ¿Qué sucede?”

Wayne se encogió de hombros. “No lo sé. Ella es mejor Soñador que yo. Quizás tengo miedo que ella piense que estoy por debajo de ella. O quizás ella se siente peor que yo por lo que hice antes de venir a aquí.”

DeLong resopló. “Janet es una profesional, amigo. Ella sabe lo que tienes que hacer para sobrevivir cuando estás empezando. En verdad no creo piense eso de ti.”

“Seguro que hay algo.”

“Sí” admitió DeLong, “pero no tiene nada que ver contigo.”

El ascensor los llevó hasta el primer piso, y atravesaron el oscuro hall hacia las máquinas de comida. La cafetería consistía principalmente en unas máquinas de comida en una gran habitación, con tan sólo unas pocas luces. Mesas de plástico estaban esparcidas por el suelo como si fueran setas, cuyas patas las sujetaban como si fueran anillos. Las pisadas de los dos se escucharon mucho más misteriosas a medida que caminaban hacía las máquinas.

“¿Cuál es el problema, entonces?” preguntó Wayne.

DeLong pretendió, por un momento, no haberlo escuchado, y miró los dispensadores gritando “¡Mierda! Los que llenan las máquinas algún día se darán cuenta que harán negocio si nos ofrecieran cosas decentes. Todo lo que nos dan es lo que los del turno de día no quieren comer, ¡y está todo rancio!”

El coordinador del programa al final escogió un patético sándwich de jamón y queso y una taza de café negro, pero Wayne estaba más hambriento que él, aunque la oferta no era muy apetitosa. Terminó escogiendo una lata caliente de sopa de tomate, una ensalada ya marchitada, una zarzaparrilla y un plato de un pudin esponjoso para acompañar aquel sándwich de jamón y queso. Intentando que no se le cayera la comida, se dirigió hacia la mesa donde DeLong ya se había sentado.

DeLong cogió su sándwich y lo estuvo contemplando durante un rato hasta que se atrevió a acercárselo a su boca. “¿Ya sabes” dijo de repente “que Janet tuvo un romance con Vince Rondel?”

Wayne dejó de tomar la sopa. “Bueno, escuché cierto rumor.”

DeLong agitó su cabeza. “No es un rumor. No solamente fue algo sabido en toda la cadena, si no que me lo dijo la misma Janet durante una cena. La relación se terminó hasta un año y medio, y fue antes de lo de Spiegelman. Quizás si no hubieras estado tan ocupado intentando rehacer las cosas con Janet, deberías haber prestado más atención con lo que Eliott estaba haciendo, aunque no creo que le podríamos haber parado los pies.”

“¿Porqué me estás contando esto?” preguntó Wayne “¿Estás intentando traicionar su confianza?”

“Probablemente” contestó DeLong de una manera despreocupada. “Pero creo que puedo confiar contigo para que no uses eso contra ella, y definitivamente creo que tenías que saberlo.”

“¿Por qué?”

“Por que te hará comprender lo sucedido cuando dos Soñadores de la misma cadena dejan que sus emociones los dominen. Janet era una chica confundida cuando llegó para trabajar aquí hace unos pocos años —¿Por qué nunca hay Soñadores sanos?— pero ella tenía mucho potencial. Vince trabajó con ella y su gran talento. Su gran personalidad la ayudaba, pero estoy seguro que hizo mucho por ella como persona.

“Terminó acudiendo a mi llorando hace un mes, y me dijo que no podía más y que tenía que alejarse de Vince. Tengo que admitir por mi propio ego, que ella es demasiado buen Soñador y que no quería perderla. Entonces ocurrió lo de Spiegelman, y no pudimos permitirnos perderla. Por lo que la coaccioné, halagué y persuadí para que permaneciera con nosotros, aunque eso significar que cada día tuviera que seguir viendo a Vince. No fue algo fácil para ella, creo que una gran parte en ella lo sigue queriendo.

“¿Cómo termino el romance?” preguntó Wayne.

DeLong al final mordió un trozo de su sándwich, y se acomodó en su asiento para masticarlo reflexivamente. “La madre de Vince” terminó diciendo. “La Sra. Rondel es la causa de muchas y grandes cosas malas, pero ninguna es Vince en si. Esta comida es realmente desagradable, ¿no? Me doy cuenta de ello cada vez que vengo aquí.”

Volvió a colocar el sándwich de vuelta al plato de papel y miró a Wayne a los ojos. “Pero ayudando a Janet tras una desafortunada relación, podrás ver la razón por la cual no quiero hacerlo de nuevo. Si algo va mal, uno de vosotros, o ambos, deberíais dejarlo —y tal como dije, vosotros dos sois demasiado buenos. No quiero perder a ninguno de vosotros. Deberías sentirte halagado.

“Así es, pero...”

“No soy uno de esos jefes que no quiere que sus empleados socialicen después del trabajo. No estoy diciendo que no puedas ver a Janet, o establecer una amistado con ella, o incluso casarte con ella y tener diecisiete hijos. Lo que dijo es que no la presiones. Deja que ocurra lo que tenga que ocurrir. Todavía hay heridas que no han cerrado.”

Da igual cómo de buen intencionado seas, si dejas que se caiga, nunca se recuperará. Ambos sois gente muy atractiva, y a la larga es posible que terminéis juntos.”

“Ya estás otra vez” dijo Wayne. “Primero me dices que sea paciente con mi carrera, y ahora tengo que serlo con Janet.”

“Parece un disco rallado, ¿no?” sonrió DeLong. “Pero es cierto. Hay gente que han escalado las montañas más altas del Himalaya, con gran riesgo y gasto, para consultar grandes maestros y recibir el mismo consejo que el que te he dado. Amigo, has recibido el saber de los Antiguos gratis. Muestra un poco de gratitud.”

Capítulo 4

Mientras Wayne decidía la manera en que respondería los comentarios medio en serio de DeLong, Vince Rondel entró en la habitación de la cafetería. Rondel era de estatura mediana pero robusto, como un antiguo jugador de rugby que no dio la talla para profesional. La mayoría de los Soñadores vestían casuales —Wayne con tejanos, una camiseta y deportivas— pero Rondel siempre iba en traje. Tenía un armario con solamente dos trajes, el cual Wayne vio. El tejido era barato, pero siempre estaban bien planchados. El corte de la chaqueta realzaba el cuerpo cuadrado de Rondel, y hacía que su cabeza parecía la mitad de su tamaño real. Su rostro estaba bien afeitado y su pelo rubio estaba bien peinado hacia delante sin rastro de calvicie. Siempre se hacía la manicura, y sus manos siempre estaban limpias.

Rondel espió lo que hacía DeLong y dijo, “Aquí estabas, Bill. Necesito un favor.”

Way vio los dedos de DeLong empujando el máquina de café Styrofoam, pero pronto cambió de conducta. “¿Qué ocurre, Vince?”

“Es mi madre. Ha llamado, debe ocurrir algo malo. Tengo que ir a verla.”

“Es la tercera vez en esta semana, Vince” dijo DeLong manteniendo la calma.

“Está vieja, y enferma. No puedo hacer nada. No deja que contrate a una enfermera, y no quiere ir a una residencia en la que puedan cuidarla. ¿Podrías llevarme a casa?”

“Sabes que vivo en otra zona. ¿Por qué no llamas a un taxi?”

Rondel ignoró la sugerencia y miró a Wayne. “Corrigan, tú tienes coche, ¿no? ¿Dónde vives?”

“Van Nuys” dijo Wayne de mal gana.

Rondel sonrió. “Muy bien. Voy a North Hollywood, justo a medio camino. ¿Podrías llevarme hasta allí?”

“Bueno...”

“Bien. Voy a por mis cosas y regreso”. Rondel salió rápidamente de la habitación, y regresó.

“Deberías aprender a decir no más rápido” le aconsejó DeLong.

Wayne lo miró sorprendido. “¿Quieres decir que no tiene coche? ¿Cómo llega hasta aquí?”

“En autobús, cuando no lo lleva alguien.”

“Pero si gana más que yo.”

“Casi el doble” dijo DeLong.

“¿Qué hace con todo el dinero?”

“Cuando no lo destina a la hipoteca, a facturas o comida, es para las facturas del médico de su madre. El resto, para la iglesia. Su madre le insiste que lo haga.”

Wayne no podía creérselo. Podría vivir cómodamente con el doble de su sueldo actual —y allí estaba Vince Rondel, la estrella de la cadena, pidiendo que lo lleven en coche porque él no puede. “¿Te importa si me voy ya?” preguntó “He estado toda la noche trabajando, y dijiste que mi guión no estará listo hasta mañana...”

“Sí, puedes irte” dijo DeLong suspirando. “Tenemos que mantener a nuestra estrella feliz.”

Rondel regresó a los dos minutos con su maletín, pero Wayne tardó más porque tuvo que ir hasta su pequeña oficina a por su chaqueta. Wayne se tomó su tiempo adrede, y se preguntó la razón. ¿Era porque Rondel había tenido un romance con la chica que Wayne deseaba? La idea parecía demasiado infantil para alguien como él, por lo que se vio en la obligación de acelerar el paso.

Al final pudieron salir. Wayne llevó a Rondel hasta el parking, para coger a su coche de cuatro años. “No es gran cosa,” dijo excusándose, “pero me lleva donde quiero ir.”

“Me parece bien,” dijo Rondel “Odio decir estas cosas, pero los autobuses no pasan muy a menudo a estar horas de la noche y los taxis son demasiado caros.”

“Tal como dijiste, es a medio camino de mi casa” dijo Wayne. Encendió el coche, y salieron a la noche.

Al principio condujo en silencio. Aunque Wayne había estado trabajando para Sueños Dramáticos durante un mes, él y Rondel a penas se conocían el uno al otro. Rondel hizo un intento de conversación sobre religión con él, pero Wayne se libró de ello. Todo lo que realmente sabía era lo que DeLong le había contado. Rondel era la estrella de la cadena. No solamente el Maestro de los sueños dentro del equipo, si no era alguien de gran talento, quien escribía sus propios guiones y los interpretaba. Wayne estudió parte del trabajo de Rondel antes de llegar a la cadena, y tenía que admitir que era impresionante.

 

“¿Te importa que te haga una pregunta personal?” se aventuró a decir tras un par de minutos.

“Depende de lo que se trate.”

“Bueno, tan sólo me preguntaba porque estás perdiendo tiempo en una cadena local tan pequeña. Podrías estar en una de las grandes redes de cadenas haciendo cosas realmente grandes.”

Rondel contempló la ventana. “Sí, tengo varias ofertas. Muy buenas ofertas. Pero tendría que irme al Este, y no puedo.”

“¿Por qué no?”

“Mi madre no le iría bien su clima. Tiene una salud delicada.”

“¿Y qué le ocurre?”

“De todo. Sufre artritis, uno de sus riñones no funciona bien, su corazón está enfermo, su sistema digestivo, sus pulmones, y así una larga lista de problemas.”

“Lo siento.”

Rondel mostró un gesto de desdén. “Es la voluntad de Dios, nada puede hacerse. Todo lo que puedo hacer es intentar que se sienta lo más confortable posible.”

El silencio lo volvió a llenar todo en aquel coche mientras circulaba por aquella autopista vacía. Wayne apartó la vista de la carretera varias veces para observar al hombre que tenía sentado a su lado. Intentó imaginar a Janet en los brazos de ese hombre, Janet besando sus labios, sus mejillas, su cuello, el cuerpo desnudo de Janet gimiendo con pasión debajo del de Rondel...

Las ruedas emitieron un ruido como de traqueteo a medida que el coche empezó a girar bruscamente hacia el otro carril. Wayne dio un golpe de volante hacia el lado contrario. No te despistes de la conducción, se dijo a si mismo como aviso.

Rondel, además de él, también reaccionó. “Oye, no te distraigas por mi. No le haré ningún bien a mi madre si muero en un accidente.”

“Lo siento” se disculpó Wayne. “Me he despistado un instante. Ya sabes como va eso.”

“Sí, es nuestro trabajo. ¿Cuál es tu siguiente proyecto?”

“Bill me dijo que un Western. Tendré el guión mañana.”

“Eh, los Westerns siempre son buenos. La confrontación clásica del bien contra el mal. Ya he perdido cuenta de cuantos Westerns hice cuando empezaba. Es un buen campo para afinar tus cualidades.”

¿Qué te hace pensar que necesito afinar mis cualidades? Pensó Wayne con rencor, pero en su lugar dijo en voz alta, “Sí, es lo que siempre dice Bill. Pero no es tan simple. Me gustaría un poco más de desafío.”

“Tan sólo es lo simple como hayas escogido que sea. ¿Tienes una copia del film de McLaglen Camino al Oeste?

“No. ¿Qué es eso?”

“Es la mejor referencia que he podido encontrar. Costó ochenta dólares, pero vale la pena. Miles de ilustraciones y muchas más fotos antiguas de aquellos días. Es lo mejor que te puede ayudar para visualizar la ropa, los edificios y todo el ambiente del Viejo Oeste. Léelo solamente un par de veces y tu Western será tan real que tendrás a la gente despertando hablando de ello.” Dio una pausa durante un momento. “Tengo una copia en casa. Puedes venir conmigo y te la dejaré.”

“No quisiera molestar”

“No lo haces. Solamente será un segundo.”

Wayne no quería gustarle a aquel hombre. Rondel era una súper estrella, el estándar con el que Wayne se comparaba para terminar sintiéndose menos cosa. Rondel había echo el amor a la mujer que Wayne quería, y lo enloqueció tanto que Bill le advirtió sobre cualquier relación que Wayne pudiera desear con ella.

Rondel podría crear un Sueño maestro, algo que Wayne no. Rondel tenía todo lo que Wayne deseaba, y Wayne lo odiaba con todas sus fuerzas. El hombre había sido tan patéticamente amigable, que Wayne poca cosa podía hacer que aceptar la proposición. “Bueno, Vince. Gracias.”

Más silencio. Rondel se aclaró la garganta un par de veces antes de hablar, pero al final se lo repensó. Al final, logró reunir suficiente coraje para entrar en acción. “Ya que me hiciste una pregunta personal, ¿te importaría si te retorno el favor?”

“Creo que no.” Wayne intentaba reaccionar lo menos posible. Aquella proximidad forzada con Rondel lo estaba haciendo sentir cada vez más incómodo.

“Trabajastes... esto, según me han dicho— antes de venir a Sueños Dramáticos— en el porno. ¿Es verdad?”

Wayne apretó de manos. “Sí. ¿Qué sucede?” Lo último que necesitaba ahora mismo era una lección de moralidad, y Rondel era famoso por sus discurso religioso. “Lo hice porque tan sólo era un trabajo el cual lo consideré como principiante. Tal como has dicho, es una forma de afilar mis cualidades.”

“Ah, seguro que lo es. No te estoy criticando por ello. Todos hemos empezado donde hemos podido. Por lo menos, Dios logró que volvieras al camino correcto. Yo solamente... quería saber como fue todo aquello.”

“¿Eh?” Wayne lo miró con sorpresa y encontró a Rondel mirándolo fijamente, sacudiendo sus manos nerviosamente en sus pantalones. “¿Qué quieres decir?”

“Bueno, sobre el sexo. Tuvo que ser excitante.”

Lo fue, en su medida. Como aquel hombre que da gran parte de su salario a la iglesia, al fin y al cabo un hipócrita. Wayne casi se quedó ciego por el flash repentino del alma de Rondel, y saber que aquel era el punto débil de ese hombre hizo florecer su interior. Intentó no mostrar demasiado sentimiento en su respuesta. “No, de hecho era algo aburrido.”

Aquellas palabras tuvieron el efecto deseado. Rondel lo miró perplejo. “¿Aburrido? No lo creo.”

“Seguro, piénsalo un momento. Cuando tienes que hacerlo, el acto físico del sexo es tan sólo un acto repetitivo. Cuando lo estás haciendo, por supuesto, te sientes perdido en las sensaciones con tu propio cuerpo, pero recreando las vistas, sonidos y olores todo se vuelve muy artificial. La mayor parte de la mejor literatura erótica ha sido sobre los preliminares, siendo el sexo en sí solamente una pequeña parte. Además, todo lo que hacemos es una burla. No nos permiten jamás consumarlo.”

“¿Por qué no?”

“Por la misma razón por la que no se nos permite herir o matar a alguien, supongo. Incluso en sueños normales, nadie finaliza el acto. Puedes acercarte muchas veces, pero siempre ocurre algo que te impide llegar hasta el final.

Se quedó parado. “Quizás es la manera que tiene el cuerpo de aguantar la tensión, pero la FCC tiene unas normas muy estrictas para nosotros. Nada de consumación. Si intentamos hacer algo, irán a por nosotros, y casos ocurridos como los de Spiegelman terminan pareciendo una simple merienda.”

“¿Qué tipo de cosas haces, entonces?”

“Cosas rutinarias, la mayoría. Uno-a-uno, fantasías de harén, orgías. Me mantengo alejado de la gente realmente problemática, el S&M, castigos, escatología y cosas por el estilo. Probé una vez con un Sueño gay, pero fue terrible. No iba conmigo, y el jefe me pidió que me limitara a lo estándar. Hice alguna escena lesbiana durante una época, pero aquello era diferente. Las fantasías lésbicas casi son exclusivas a los hombres, y por lo que me han contado, la mayoría de las mujeres gay no están interesadas en ello. Qué divertido”

Rondel lo interrumpió. Salimos por aquí, en el Canyon Laurel.”

Durante los siguientes minutos Rondel estuvo ocupado dándole las direcciones a Wayne por las calles hacia su casa, y aquella conversación se terminó. Cuando el coche de Wayne hubo aparcado frente a su destino, era demasiado tarde para reemprender la charla sobre el antiguo trabajo de Wayne, cosa que a él le parecía bien.

“Entra y te daré el libro” dijo Rondel invitándole.

“Puedes dármelo mañana en la reunión de equipo.”

“Solamente será un minuto. Ven.”

Sin saber porqué, Wayne salió del coche y siguió a Rondel hasta la casa.

La casa no era nada del otro mundo, un edificio modesto de una planta construido algo alejado de la calle. La parte delantera estaba cercada por una valla que parecía echa de cadenas, atada como para evitar que los niños jugarán por ahí. La hierba estaba bastante alta en algunas partes, y llena de agujeros en tras. Definitivamente Rondel no poseía el mismo nivel de jardinería que otros.

Una simple bombilla colgaba de la puerta delantera. Aunque daba escasa luz, Wayne se dio cuenta tras subir las escaleras hacia el porche que la pintura se estaba cayendo de las paredes de madera y la tapa de la ventana estaba agujereada por varios lugares. Qué viejo, pensó de una manera repugnante. Este hombre es una de las estrellas de nuestra profesión, y vive de esta manera. ¿Porqué?

Si se sintió consternado por la apariencia exterior de la casa, la interior literalmente lo horrorizó.

Cuando Rondel abrió la puerta, la nariz de Wayne fue asaltada por un hedor agrio parecido a un lavabo para gatos el cual no ha sido cambiado durante semanas. El suelo estaba lleno de viejos periódicos y revistas. Las estanterías alineadas con las paredes estaban apiñadas no solamente con libros, si no con platos sucios, vasos y una serie de otros objetos que parecían haber sido colocados a toda prisa y no tocados más. Los muebles eran viejos, y sus acabados estaban desgastados y rotos en numerosas partes.

“Perdona por el desorden” dijo Rondel cohibido mientras andaba con cuidado entre tanta porquería por el suelo. “No tengo mucho tiempo para limpiar, y mi madre no puede hacerlo, por lo que se va amontonando todo...”

Wayne no hizo comentario alguno mientras seguía a Rondel. A cada segundo, su descontento iba creciendo , y lo único que deseaba es no haber aceptado nunca aquella invitación. Tal como le había dicho DeLong, tenía que aprender a decir “no” un poco más rápido.

“Vince, ¿eres tú?” dijo una voz chillona desde la parte trasera. “Gracias a Dios que has vuelto. Pensaba que no vendrías más.”

“Sí, mama. Ahora vengo.”

“¿Hay alguien contigo? He escuchado como hablabas con alguien.”

“Sí, mama. Es Wayne Corrigan, compañero de trabajo. Te hablé de él. Me ha llevado hasta casa” dijo dirigiéndose a Wayne. “Perdona un segundo, tengo que ver como está. Regresaré en un instante.”

Cruzó la mitad del pasillo y desapreció, dejando Wayne solo.

Algo rozó con su pierna, y casi le arrancó la piel. En una casa como aquella, ¿quién sabe las criaturas que andarían sueltas por ahí? Pero tan solo era un gato, uno de pelo corto gris y blanco, con aspecto delgado y desaliñado. Llevaba algo en la boca, lánzandolo antes de que Wayne pudiera ver de que se trataba. Tras echar un vistazo a su alrededor, Wayne se vio en medio de varios pares de ojos felinos escondidos en las oscuras esquinas de aquella habitación abarrotada de cosas.

Rondel y su madre estaban hablando en la otra habitación. Discutir sería la palabra. Wayne hizo ver que no escuchaba —la Sra. Rondel decía algo así como “extranjeros en la casa”— y cosas de estilo que resultaron muy evidentes. A Wayne siempre le provocaba no sentirse a gusto siendo un intruso en una disputa familiar, y se vio tentado a dar media vuelta e irse, pero no había forma alguna educada para hacerlo tras aceptar la invitación de Rondel de venir. Tenía que esperar hasta que Rondel regresara y así poder dar una excusa formal.

La suciedad de la habitación empezaba a sentirse peor cuanto más tiempo permanecía allí dentro. Wayne pudo ver un puñado de pelotas restos de pañuelos entre los papeles del suelo, y creyó ver una enorme cucaracha en una de las esquinas antes de desaparecer por debajo del zócalo. Los platos, que le recordaban a los de Limoges china que tenía su madre, habían sido apilados al azar en las estanterías con todavía restos de comida en ellos, algunos de los cuales ya les salía moho. Junto a uno de los platos había una pequeña pieza de Steuben, una ballena de cristal con su cola levantada en el aire, pero esta estaba rota, y también una de sus aletas. Habían cortinas de encaje en las ventanas, pero mostraban la presencia durante años de gatos. Había una hilera de plantas muertas y marchitadas a lo largo de la repisa de la ventana, y por el estado en el que se encontraban, era imposible saber que tipo de plantas habían sido.

Junto a la puerta que debía llevar a la cocina, había una bolsa marrón de la compra llena de basura, entre la cual Wayne pudo ver los restos usados de cenas congeladas. De la cocina llegaba un leve olorcillo a agrio a medio camino entre el olor a cloaca y una tumba abierta.

Si me quedo mucho más tiempo, pensó Wayne, me pondré malo. ¿Cómo puede alguien vivir de esta manera?

 

Rondel sacó la cabeza. “Corrigan, ¿tienes un minuto? Me gustaría que conocieras a mi madre.”

“Bueno, de echo debería irme.”

“Solamente será un minuto, ya he encontrado ese libro que te dije. Ven.”

Tras preguntarse porque permitió terminar atrapado en todo aquello, Wayne se hizo camino entre toda aquella porquería, intentando no pisar el gato o cualquier cosa desagradable que viviera en el suelo de aquella habitación. El salón estaba libre de papeles, proporcionando a Wayne la visión de unos cigarrillos que habían terminado en el suelo quemando la madera. Las colillas habían sido retiradas hasta una de las esquinas, donde formaron una especie de pirámide.

Una de las puertas que daban al pasillo estaba entreabierta. La habitación era muy simple. Simples suelos de madera, una cama doble forjada en hierro cuidadosamente acabada, un cartel religioso en la pared que decía “El Señor es mi pastor”. La habitación era una isla de limpieza en el montón de estiércol que era aquella casa. Wayne se preguntó si era la habitación de Rondel, ya que era un hombre muy limpio en lo personal. Pero la habitación estaba vacía, por lo que Wayne siguió andando.

Pudo saber cual era la habitación de la madre antes de entrar en él. El hedor no dejaba apenas dudas. El aire estaba tan cargado con el olor a perfume barato Devon que anulaba el del humo de los cigarros y la orina. Cualquier de los olores serían insoportables, pero la combinación de todo aquello creaba un efecto desagradable. Wayne tuvo que detenerse antes de entrar y hacer un esfuerzo para no vomitar la cena que tomó en la cadena. No quería vomitar allí, delante de Rondel, incluso sabiendo que quizás no notaría el olor.

El dormitorio de la Sra. Rondel no defraudó. La cómoda de nogal rematado con mármol estaba manchado de marcas de café y de restos de cigarrillos, y los lados mostraban profundos arañazos de gatos. Un biombo de Coromandel estaba en una de las esquinas, una vez tuvo que ser muy valioso, pero la mayor parte de su relieve había desaparecido hace mucho tiempo. Ropa, ninguna muy limpia, estaba tirada por el suelo y en sillas. En las paredes habían fotos de mujeres atractivas —pero ninguna se le parecía a la Sra. Rondel.

En el centro de la habitación, junto a la pared que quedaba más lejos, estaba la cama de la Sra. Rondel. Era de tamaño grande, con esquinas de madera que sustentaban lo que quedaba de un viejo baldaquín. Harapos de encaje colgaban como si se tratasen de recuerdos de tiempos gloriosos que no regresaran más. La colcha brocada oriental también recordaba tiempos mejores. Ahora estaba desteñida, rasgada y cubierta de gran cantidad de manchas. Alrededor de la cama, montones de colillas parecían estar ignoradas.

La Sra. Rondel estaba sentada, apoyada por una montaña de cojines. Era una mujer grande con una cara redonda con unos ojos oscuros y voraces. Su piel estaba moteada con muchas manchas, y su pelo blanco estaba lleno de rulos, y su rostro estaba cubierto de una espesa capa de maquillaje, como si fuera un payaso. Había una lóbrega mancha gris sobre su garganta, que Wayne pensó tratarse de otro de sus gatos, y que terminó siendo un collar sucio de marabú, un ornamento que alguna vez debió ser de algún color, pero ahora no se atrevía a saber de cuál se trataba.

“Esta es mi madre” dijo Rondel de una manera decepcionante.

La Sra. Rondel hizo un ruido asqueroso con su garganta y tiró algo de flema sobre un pañuelo de papel, el cual lanzó contra una de las esquinas. Miró a Wayne con una mirada analítica y dijo, “Corrigan, ¿no? ¿Eres irlandés?”

“Soy americano. Desde hace cuatro generaciones.”

“¿Católico?”

“No mucho”. Wayne estaba sin duda bajo un interrogatorio de segundo grado.

La Sra. Rondel miró a su hijo. “¿Ya has mostrado al chico el camino hacia Nuestro Señor?”

Rondel estaba claramente avergonzado. “Mama, casi no lo conozco.”

“Eso no importa. Todos los hombres son hermanos para Dios.” Volvió a dirigirse a Wayne. “¿Quieres ser salvado?”

Mirándola, Wayne sintió no estar muy seguro de ello. “No es algo por el que esté muy preocupado. Y francamente, Sra. Rondel, no creo que sea de su incumbencia.”

La mujer mostró cierta indignación y volvió a dirigirse a su hijo. “Vaya amigos que tienes en el trabajo. ¿Esta es la alma que me contaste ser el encargado de los Sueños?”

“¡Mama!”

“¡Dios Bendito!”. Los ojos de la Sra. Rondel parecían emitir fuego cuando miraba a Wayne. “Esclavo o Satanás, tentando a hombres hacia el camino de la justicia con tu inmundicia y tu lujuria. Pero llegará el Día del Juicio Final, y será un día de castigo divino. Las entrañas de la tierra se abrirán y se tragarán los pecadores como tú. ¿Cómo disfrutarás de tu lujuria, cuando estés regodeando en el fuego y asfixiándote por el olor de azufre? Cuidado con el veredicto de Nuestro Señor, cuidado con el castigo para los pecadores. Jesús olvida, pero tienes que acudir a Él y confesar tus pecador. Debes suplicarle de rodillas”

“Mama” suplicó Rondel “él es nuestro invitado.”

La Sra. Rondel no le hizo caso. “Reza por tu alma, o prepárate para arder hasta la eternidad.”

Wayne permaneció de pie sin decir nada ante tanta hostilidad desenfrenada, sin saber como reaccionar. Estaba en conmoción, avergonzado y asustado, todo a la vez. Mientras aquella anciana seguía despotricando, Rondel tomó a Wayne por el brazo y lo llevó hasta el salón. Apenas la Sra. Rondel se dio cuenta que se habían ido. Estaba encendida de rabia, y la mera ausencia de un objetivo no la haría detenerse.

“Lo siento mucho, de verdad” dijo Rondel “a veces ocurren estas cosas con ella. Su cabeza ya no es lo que era.”

Wayne tomó aire un par de veces para recuperarse. “Pensé que habías dicho que vine a tu casa porque le ocurría algo malo.”

Rondel se encogió de hombre. “Falsa alarma, supongo. A veces sucede. A su edad, y en su estado, no quiero cometer errores. Mira, ¿puedo ofrecerte una taza de café?”

Tan sólo el recuerdo del olor de su cocina le hizo casi perder el conocimiento, y el estómago de Wayne hizo un rápido giro de ciento ochenta grados. “Eh, no, gracias. Realmente tengo que regresar a casa.”

“Deja al menos que busque el libro para ti.”

“¡No!” dijo, algo a desgana, forzando que las siguientes palabras las dijera más calmadamente. “No hay ningún problema, de verdad. Puedes traerlo a la reunión de equipo. Estaré allí.”

“Solamente me llevará un par de minutos”

“Lo siento, yo... tengo que irme.” Sin más dilación, Wayne tomó el camino de vuelta desde aquella habitación hasta la puerta principal. Bajo las escaleras del porche aliviado por alejarse de la case de Rondel.

Entró a su coche, pero antes se apoyó en él durante unos minutos, aguantando la respiración para tomar con fuerza un poco de aire frío de aquella noche. Le tomó unos instantes hacer que su mano dejara de temblar y poder coger las llaves de su bolsillo. Aunque salió rápidamente, pudo seguir escuchando la voz estridente de la Sra. Rondel hablando largo y tendido con su sermón en aquella extraña noche.

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