No Hagas Soñar A Tu Maestro

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Capítulo 2

El cubículo se desvaneció en su mente, para ser reemplazado poco a poco por el pasillo que había dejado al final del último acto. Janet estaba otra vez a su lado, y ambos corrían en una carrera desesperada contra el tiempo. Recordaban para ellos y para los telespectadores que él y Janet eran un equipo de agentes gubernamentales bien preparados en lo que se refería a terroristas urbanos. La filosofía de los terroristas era vaga a posta —Sueños Dramáticos no querían que les culpabilizaran de usan los Sueños como propaganda contra ningún tipo de creencia— pero por norma general estaban a favor de matar gente inocente y dejar claro para todo el mundo los valores establecidos.

Wayne y Janet habían aprendido, a través de un terrorista que habían capturado e interrogado, que la banda había construido una bomba atómica casera, y estaban preparados para hacerla detonar en Los Ángeles a menos que cumplieran sus demandas imposibles. No había tiempo de llamar a la policía o a los artificieros. Su trabajo debía de hacerse ahora, y Wayne y Janet eran los únicos capaces de salvar a millones de vidas.

Los terroristas, en cambio, no iban a retirarse sin luchar. Habían estacionado un comando suicida de su propia gente aquí en el corredor para vigilar aquella máquina de destrucción. Aquellos hombres sabían que morirían si explotara la bomba, y estaban preparados para sacrificar sus vidas por su causa. Eran demonios a la hora de proteger su bomba, no tenían nada por la que vivir, y nada les haría retroceder.

Cuando Wayne y Janet llegaron al corredor donde la bomba había sido colocada, rápidamente se hicieron una idea de la situación. Veinte metros de peligro los separaban de su objetivo. Tan pronto llegaron, tres guardias aparecieron al instante en el corredor. Sus armas estaban preparadas para tal contingencia, y en un movimiento reflejo las dispararon sin perder un instante sobre los agentes gubernamentales.

Wayne podía sentir el aire caliente a medida que el láser de las armas de los guardias casi rozaron por milímetros su mejilla convirtiendo la pares en un pequeño agujero de plástico. Aprovechando su gran velocidad a la hora de correr, llegó hacia la altura de su estómago. Llevada el arma en sus manos, apoyó sus brazos sobre el suelo y, apuntando con calma, disparó. El guardia que había disparado contra él soltó un grito de dolor cuando el disparo de la pistola de Wayne vaporizó su hombro derecho.

Detrás de Wayne, Janet también había entrado en acción. Permanecía unos pocos metros detrás de él cuando entraron al hall. Tras un disparo de aviso, ella se tiró a uno de los lados, terminando agachada sobre sus rodillas con su lado pegado a la pared. Su pistola la tenía en la mano y apuntando al enemigo.

Aprovechando la ventaja de cubrirla con el arma, Wayne se deslizó como una serpiente unos doce metros más allá del corredor hasta la base de la puerta metálica tras barrer todo el trayecto hasta el pasillo. Rayos láser impactaban a su alrededor, pero los ignoraba. Nada le hacía perder su concentración.

Para más inri, Wayne pareció notar como el tiempo se ralentizaba un poco. Como cualquier otra cosa en su Sueño, el flujo del tiempo estaba controlado por los Soñadores. A Wayne le podría tomar una eternidad hacer cualquier cosa, y parecerle como si ocurriera a cámara lenta, o hacer que cierto número de sucesos parecieran tan sólo un instante. Alargar el flujo del tiempo era un efecto artístico para crear suspense en el público incrementando el ratio en los láseres de los guardias. Cada hombre ahí afuera se identificaría con él en este Sueño. Él había, por supuesto, discutido la variación del flujo del tiempo con Janet, y también estaba ralentizando el sentido de su propio tiempo, de otra forma sus movimientos se difuminarían un poco para Wayne, y todo lo que los hombres vieran a través de sus ojos.

Al final, Wayne llegó hasta el botón. Lo pulsó y, obedeciéndolo, la puerta metálica se fue abriendo poco a poco hasta el techo. Cuando terminó, Wayne regresó el flujo del tiempo a la velocidad normal. Ahora todo parecía correcto para él a fin de hacerse con la bomba. Pero aquella alegría se desvaneció ante él, ya que fue alcanzado en la pantorrilla derecha por el láser de la pistola de uno de los guardias.

Aquel fue un gran truco, y Wayne estaba a punto de responder cuando el administrador de la estación lo avisó. En la industria había unas estrictas regulaciones acerca de provocar dolor durante los Sueños. Una sensación de dolor como aquella podía causar efectos traumáticos en alguien que permaneciera tranquilamente sobre la cama. Hubieron diversos juicios en contra de los Soñadores en los inicios de la industria, con los acusadores pidiendo dinero por los problemas mentales y psíquicos causado por tales traumas. El resultado fue que los Soñadores tuvieron que ir con pies de plomo, intentando no crear el menor estrés durante los Sueños.

Cuando Wayne entraba en un Sueño, nunca dejaba que terminase sin aliente. Cuando tenía que hacer algo duro, nunca lo hacía hasta cansarse, nunca dejaba que se lastimara un músculo, y ahora, cuando el guión le pedía que fuera herido, no sufriría daño real alguno. Sería despedido de inmediato si dejase que cosas como esas traspasasen el límite de los cables.

En su lugar, tenía que lidiar con todo el tema a nivel intelectual. En lugar de transmitir cierta agonía cuando el láser lo alcanzara, tenía que mostrar pensamientos calmados y racionales mostrando que su pierna había sido alcanzada por fuego enemigo y que estaba experimentando dolor. Su pie no podría sostener todo su peso y debería mostrar todos los efectos posteriores de la herida. El único ingrediente que faltaba era el dolor en si. Llevar todo el asunto con éxito era lo que diferenciaba a los expertos, y Wayne estaba contento de tener la experiencia de mostrar sus habilidades.

Gritó de “dolor” justo cuando el láser de Janet dio en uno de los guardas. Tan sólo quedaban unos pocos minutos para que la bomba explotara —y él, no Janet, era el experto en detonaciones. Con la puerta abierta, parecía no haber nada que lo detuviera hacia su objetivo. No podía mantenerse de pie con la pierna en el estado que estaba, pero con la fuerza de la desesperación, empezó a levantarse del suelo a fuerza de brazos hasta alcanzar el final del corredor.

Dos guardias más aparecieron de la nada desde el otro lado de la puerta. Habían permanecido escondidos hasta ahora, con la esperanza que sus compañeros podrían hacerse cargo de la situación sin tener que abandonar sus posiciones. Eran la última línea de defensa, y sin duda alguna, los mejores hombres que los terroristas tenían.

Wayne podía escuchar a Janet detrás suyo murmurando cosas cuando se le agotó el láser, pero decidió no abandonar. Con la certeza del mayor de los lanzadores de la liga profesional de béisbol, lanzó su arma hacia la mano de uno de los guardias. Ahora era su turno reducir el sentido del tiempo, el arma se movió a cámara lenta por el aire hacia su objetivo. ¿Tendría tiempo el guardia de disparar antes de que le diera? No —hasta el último momento Janet no aceleró el tiempo. Su pistola golpeó el guardia con la fuerza suficiente para noquearlo y dejarlo en medio de la habitación.

El otro guardia había sacado su arma, pero Wayne también. El movimiento de distracción de Janet le había dado tiempo suficiente para encargarse del segundo guarda. Disparó, pero en el mismo momento el guardia se desplazó siendo alcanzado por el disparo de Wayne tan sólo en la mano. Aunque el guardia todavía estaba de pie, el dolor era suficiente para que se le cayera su arma y para que sintiera una sensación punzante en él.

No había problema en que el guardia sintiera dolor en este Sueño, tan sólo era una figura creada por Wayne y Janet, y no habría telespectadores en sus casas identificándose con sus sentimientos.

Wayne preparó su pistola para otro disparo, pero descubrió, también, que se había quedado sin munición. Disgustado, se guardó el arma y retrocedió hacia el pasillo. Ocho metros y dos guardias suicidas es lo que le separaba de la bomba. Todo lo que podía hacer era esperar y tener la esperanza de que Janet pudiera encargarse de ellos.

El guardia cuya pistola fue arrancada de sus manos por la jugada de Janet buscó el arma para recuperarla, pero no pudo localizarla en un primer escaneado de la sala. Tras darse cuenta de que era más importante detener la misión de Wayne, los terroristas abandonaron su búsqueda y se dirigieron hacia el agente. En este punto, Janet acudió una vez más a su rescate. Su exquisito cuerpo, modificado en este Sueño para hacerla más sensual que en la realidad, le proporcionó unas piernas algo más poderosas de lo que podía esperarse como humana en la vida real, se elevó en el aire golpeando a los guardias haciéndoles caer al suelo. Tras golpearlos, acudió hacia el otro guardia, el cual ya se dirigía hacia Wayne.

Wayne no tuvo muchas posibilidades de ver venir la lucha. Estaba demasiado ocupado concentrándose en llegar a la bomba antes de que pudiera explotar. El haber leído el guión le hizo saber exactamente lo que estaba sucediendo: Janet estaba peleando con las manos, aunque el resto fue inesperado. Las mujeres identificadas con ella deberían estar pasando un momento excitante antes que ella finalmente terminara con sus dos oponentes. Mientras tanto, él tenía una bomba atómica que desarmar.

Mantuvo el sentido del tiempo adecuado y sencillo; no había razón alguna para darse prisa, y un poco de suspense no haría daño a nadie. Él siguió controlando el progreso de Janet con el rabillo del ojo; aquella era la escena más importante, y no tenía porque arruinarla llegando a donde estaba la bomba demasiado temprano, antes de que hubiera terminado con los terroristas.

 

Su tempo era perfecto; alcanzó su objetivo justo cuando el último de lo guardias cayó al suelo inconsciente. Janet no estaba ni cansada.

Contemplándolo, preguntó “¿Cuánto tiempo?”

Wayne miró al reloj que había a un lado. “Tres minutos” contestó él.

Con sumo cuidado él se acercó hacia la pared, sacó su caja de herramientas en miniatura de su bolsillo y empezó con su trabajo.

Calmadamente, rechazando todo intento de darse prisa, desatornilló los cuatro tornillos que sujetaban el reloj de su base. Entonces poco a poco, cada vez más, sacó el dispositivo contador fuera de la caja de la bomba y la colocó con sumo cuidado sobre el suelo junto a él. Se secó el sudor que se había acumulado en su frente unas pocas veces, y secó sus manos mojadas en sus pantalones. El reloj marcaba dos minutos.

Había varios cables multicolores conectando el temporizador con la bomba en si —tal cantidad de cables que confundiría a cualquier persona, pero Wayne ofrecía a los telespectadores una sensación de que sabía lo que estaba haciendo. “Tengo que desconectar estos en cierto orden” le digo a Janet— mientras informaba, a su vez, al público. “Si cometo un error, la bomba se activará inmediatamente”. Tomó cierto tiempo para estudiar el orden de los cables. “Esto no lleva a ninguna parte” digo al final.

Tras sacar el destornillador eléctrico de su pequeña maleta, se puso con una serie de cables sin conectar del cuerpo del temporizador. Cuando bajó la mirada a sus manos, vio como sus dedos se alargaban y se volvían cada vez más rápidos —otro efecto artístico, el hacer que tus manos parezcan más profesionales. Separó el último de los cables del temporizador un minuto antes de la explosión, aunque la bomba seguía armada. La contempló incrédulo durante un instante, y dijo “deben haber un dispositivo auxiliar en ella” El tiempo era oro. Hizo que la bomba parecía más ruidosa mientras buscada un segundo detonador. “Deben haberlo puesto en algún lugar fácil de llegar” comentó su compañero. “Querrán apagarlo por ellos mismos si lo desean. Es tan sólo una cuestión de... ah, aquí está. Encontró un pequeño nódulo en uno de los lados de la bomba. Cuarenta segundos. El temporizador estaba unido por un solo tornillo. Sacó su destornillador eléctrico una vez más con la mano, y lo destornilló rápidamente. Veinte segundos. Usó sus largos y estrechos dedos con cuidado para fisgonear el temporizador y poder examinarlo. Solamente quedaban un grupo de cables.

Diez segundos. No había tiempo para fallar. Wayne guardó su destornillador electrónico y saco su cortador de cables. Con un par de movimientos certeros, un par de cables fueron cortados. La pantalla del temporizador se detuvo cuando faltaban cinco segundos para la detonación.

Se dejó caer junto al muro, soltando un gran suspiro de descanso. Janet se sentó junto a él, cuyo rostro también mostraba tranquilidad. Los abrazó y besó en los labios con delicadeza; la mirada en sus ojos prometían mayor recompensa más tarde.

Entonces se levantó y lo ayudó a que se pusiera en pie. Él puso su brazo alrededor de los hombros de ella para que no tuviera que usar su pie “malherido”. Aquella posición forzó a su cuerpo a permanecer cerca del de ella, permitiendo a los telespectadores —y él mismo— disfrutar de aquella sensación.

“Veamos lo que el Jefe dice ahora sobre si somos capaces de llevar una situación con explosivos” sonrió Janet, refiriéndose al inicio del Sueño. Wayne sonrió junto a ella mientras recorrían juntos el pasillo.

Alrededor suyo, las paredes empezaron a oscurecerse. El Sueño había finalizado. Era hora de regresar a la vida real.

Capítulo 3

El Casco del Sueño parecía quemarse cuando aquel cubículo blanco se materializó de vuelta a la realidad. Wayne tenía que luchar contra el impulso de arrancárselo; en su lugar, se lo sacó con cuidado de su cabeza y lo colocó sobre el sofá junto a él. A veces me pregunto como puedo aguantarlo, pensó, sabiendo que a su vez no podría vivir sin ello. Como Soñador, era adicto al Casco del Sueño —emocional, no físicamente— tal como lo era un yonki a su heroína. Existía una sensación especial que conocían todos los Soñadores. Soñar era una parte de ellos, por eso se convirtieron en Soñadores.

Su estómago estaba avisándole como de hambriento se sentía. Podía comer antes de empezar su Sueño, pero no copiosamente, pues lo distraería de su representación si su estómago estuviera demasiado lleno. Y Soñar en si mismo le cansaba mucho, y aunque la estación amplificaba sus señales para que pudieran llegar a miles de telespectadores que lo habían sintonizada, todavía tenía que proyectar una gran parte de si mismo en su papel. Cualquier buen actor conoce la sensación de entregarse a si mismo por completo a su trabajo convirtiéndose tal experiencia como la de un duro día de trabajo manual. Wayne solía terminar hambriento cuando terminaba un Sueño, y nunca dejada de preguntarse como sería Vince Rondel haciendo tal esfuerzo.

Ernie White llamó a la puerta de su cubículo. “Ya está, Wayne”. El Sueño había terminado oficialmente, sin ningún tipo de problemas técnicos de los que preocuparse. Si hubiera alguno en la red, deberían empezar un Sueño nuevo tras los obligatorios catorce minutos de descanso, simplemente trayendo a un nuevo Soñador para empezar otra historia. Pero Sueños Dramáticos tan sólo era una cadena local de L.A. No tenían la infraestructura para estar toda la noche emitiendo. A veces tenían la suerte de poder apretar todos sus recursos para hacer algo toda la noche. Podían usar a Wayne y Janet primero uno y después otro en lugar de ambos en el mismo Sueño, pero eso supondría un decrecimiento de la audiencia por el factor de identificación de género. Bill DeLong, el coordinador del programa, jugó con las audiencias usando dos Soñadores juntos. Fue un juego que, aparentemente, podría haber perdido.

Los telespectadores en sus casas no tenían que levantarse y reajustar la configuración de sus Cascos del Sueño para poder cambiar las cadenas durante la noche. Cada cadena publicaba resúmenes y horarios de sus Sueños de la noche, tanto en formato diario en papel como en la Web; el telespectador podía planificar la selección sin tener que moverse. En ese momento, veintidós mil Cascos del Sueño en L.A estaban funcionando a la vez. Algunos de ellos se apagarían por completo, pero la mayoría cambiarían la emisión de una cadena a otra.

Cuando Wayne salió de su cubículo, se encontró de frente con un hombre calvo con bastantes marcas en su frente. “¿Ha ido todo bien?” preguntó Mort Schulberg, el mánager de la cadena. “Ernie dijo que hubo un pequeño fallo en el penúltimo acto”.

“Pequeño es la palabra” dijo Wayne algo irritado. Levantó la mirada para ver a White, pero el ingeniero hizo ver que no lo veía debido a lo ocupado que estaba en los controles. “No tienes que preocuparte por ello”.

“Por supuesto, pero no es tan fácil como dices”. Schulberg se puso a caminar dentro de la oficina como un muñeco articulado. “Para ti, tan sólo es un trabajo. No tienes a ningún superior controlándote en todo momento, sobretodo los del FCC. Forsch, su hombre, estará pasado mañana aquí para comprobar el trabajo de Spiegelman. ¿Cuándo empezarás a preocuparte? ¿Después de que le quiten la licencia?

“Solo fue un fallo tonto” repitió Wayne. Parece que, una vez más, se le esté comparando implícitamente con el perfecto Vince Rondel. Rondel era un Maestro de los sueños. Todo lo que Rondel hacía era perfecto. Rondel nunca cometía errores. Por supuesto —Rondel era bueno, y Wayne tan sólo un recién llegado a la cadena, pero eso no le daba derecho a criticar cada error que cometía.

“Sé que no soy Vince Rondel, pero hago un buen trabajo en los Sueños” añadió mientras su voz empezaba a apagarse. “Janet y yo vamos perdiendo coordinación —y lo haríamos mejor si tuviésemos nuestros guiones un día o dos antes”.

Estamos trabajando bien juntos, Mort” dijo Janet mientras salía de su cubículo. Había estado escuchando la conversación, y sus palabras interrumpieron a Wayne. Se dio cuenta que ella estaba intentando calmar la situación, y le gustaba. “Este último acto funcionó como un reloj”.

Schulberg estaba preparado para contestar a Wayne con alguna de sus típicas respuestas, pero no fue así pues le giró la cara. Janet sabía como jugar con él y ser femenina al mismo tiempo, pudiendo anticiparse a los instintos de Schulberg. “¿Estás segura?”.

“Quizás querías que yo lo hubiera parado todo para preguntarle al público?” dijo Janet, imitando el acento de Schulberg.

Wayne no podía ver como Ernie White reía en su despacho de ingeniero, a pesar de encontrarse de espaldas sin poder escuchar la conversación. Con la cara roja, Schulberg dijo sin rencor “Por supuesto, seguid con ello, reíros de mi. Es lo que soy, tan sólo un tipo gracioso que paga vuestras nóminas. Me gustaría veros reír cuando el FCC cierre la cadena y a vosotros no os lleguen más nóminas. Entonces sabréis de que va el desempleo.

Abandonó la sala negando con la cabeza caminando desde la sala hasta la oficina murmurando algo tan bajo que no lo podían oír. “Si no estuviera al cargo de este lugar, otro gallo cantaría...”

Wayne le devolvió una sonrisa a Jane. “Gracias por ayudarme. Empezaba a ser insoportable”.

“Eso nos pasa a todos” contestó Janet. “En especial con los Sueños —estamos todos un poco sensibles. Pero no deberías dejar que Mort haga eso contigo. No se lo toma con algo personal, tan sólo es innato en él preocuparse por lo profesional.

“Lo sé. Pero me siento como el nuevo”.

“Mejor aléjate de Mort hasta que todo lo de FCC haya terminado. Realmente está pudiendo con él, y no me compadezco. Todos estaremos mejor cuando haya terminado”.

Wayne asintió. El llamado asunto Spiegelman, y la investigación por parte del FCC que lo siguió, continuó siendo el tema principal de conversación en la oficina, incluso un mes después de los hechos.

De un lado, Wayne tenía que estar agradecido; fue gracias a Spiegelman que fue contratado aquí. Pero quizás por eso, su comportamiento fue visto sospechosamente por cada uno de los que lo rodeaban.

Eliott Spiegelman había sido Soñador en el equipo; y además, era el yerno de Mort Schulberg. Un mes antes, Spiegelman había realizado un Sueño, una historia de detectives en los años 30 al estilo de Raymond Chandler. El guión era lo suficientemente bueno, y había sido aprobado tanto por Bill DeLong como por el departamento legal, pero cada Soñador sabía que no importaba lo bien que estuviera el guión, el Soñador en si mismo tenía carta libre para extrapolarlo.

Aparentemente, Spiegelman hizo exactamente eso. Al día siguiente, empezaron a llegar llamadas y cartas a la cadena acusando a Spiegelman de usar el Sueño para sus propios quehaceres económicos y políticos, algo evidentemente inapropiado. Spiegelman añadió leña al fuego afirmando a un periodista que los movimientos socialistas habían sido muy populares en los 30, y todo lo que estaba haciendo era explicar un periodo de la historia. Aquello trajo más cartas y más llamadas telefónicas.

No había manera objetiva de determinar lo que había sucedido, ya que era imposible grabar un Sueño para su consiguiente visionado. Cada Soñador actuaba en directo, y borrado de la memoria al terminar. En ese punto, la Comisión Federal de Comunicaciones, siempre sensible a temas de manipulación política por parte de los medios, entraron a escena.

Spiegelman fue suspendido de inmediato hasta la revisión de su caso. Durante un tiempo, parecían que también serían suspendidos Schulberg, Bill DeLong y el escritor del guión; algunos de los ciudadanos más enfadados pedían que fuera retirada la licencia a todo el estudio. El FCC decidió no ir tan lejos, pero pusieron a un hombre llamado Gerald Forsch, un viejo crítico de la industria del Sueño, a investigar el incidente.

El estudio estaba en su mejor momento cuando Wayne fue contratado por Eliott Spiegelman. La industria en general, y Sueños Dramáticos en particular, estaban preocupados de que aquel caso podría tener repercusiones serias. Para evitar los peores augurios, la investigación de Forsch fue llevada con deliberada lentitud. Por consejo de su abogado, Spiegelman no hacía declaraciones públicas. La opinión generalizada dentro de la industria de los Sueños era que Spiegelman sería sacrificado por la causa. Toda la culpa recaería sobre él; sería apartado para siempre de los Sueños, y Sueños Dramáticos no lo acusaría más allá de una simple reprimenda. Pero el pobre de Mort Schulberg no podía salir ganando; a pesar de que salvó su compañía, tuvo que aguantar ver a su familiar como caía en desgracia y era echado de su profesión para siempre. Sí, efectivamente, Schulberg le preocupó todo el asunto de Spiegelman.

 

Pero la persona por la que Wayne sentía realmente pena era Eliott Spiegelman. Los Soñadores lo eran por las visiones de las que tenían que vivir. En tiempos antiguos, hubieran sido sacerdotes, escritores, artistas, o actores —aquellos que veían cosas diferentes al resto y tenían que convencer a los otros de sus visiones. Soñar era una manera de cumplir esa comunicación a la perfección. Una vez habías probado dicha perfección, ¿cómo podía cualquier Soñador conformarse con menos? La vida de Spiegelman no había terminado del todo; había otras maneras con las que podía expresar sus sentimientos y emociones. Pero ninguna de ellas tenía el poder y la gloria que poseían los Sueños. Un Soñador que ya no era capaz de Soñar era menos que uno que si pudiera, y llevaría esa pena el resto de su vida.

Wayne suspiró, una acción involuntaria que llevó sus pensamientos hasta el presente. Janet había permanecido fuera de la habitación, posiblemente para buscarlo. “¡Ei!” gritó Wayne “No se tú, pero yo estoy hambriento. ¿Porqué no bajamos y vemos si queda algo para comer?

Janet se detuvo y lo miró. Le proporcionó una de sus miradas más extrañas, como si estuviera intentando leer un mensaje escondido en sus palabras. “Ah, gracias, Wayne” dijo finalmente “pero ahora no tengo mucha hambre. Quizás en otro momento.”

“Es lo que siempre dices”. Aquellas palabras salieron de él antes de que pudiera hacer nada para evitarlas.

Janet sonrió. “Lo sé. Lo siento. Te agradezco el ofrecimiento, de verdad, pero... pero...”

Se miró los pies, evitando mirarlo a los ojos. “No creo en realidad que la empresa sea un buen lugar para nadie. Tengo muchas cosas que arreglar por mi mismo, y no quiero que te afecten”.

Wayne permaneció de pie, sin saber como responder. No había nada que deseara más que decir algo. “Por favor, me gustaría llorar en tus hombros, desearía que me confiaras tus problemas” pero no supo muy bien como salvar esa brecha en su privacidad. Y si intentaba decir que sus problemas no le importaban, parecería que él no creyera que fueran lo suficientemente importantes para preocuparse por ellos.

Mientras permanecía inmóvil por su indecisión, Bill DeLong hizo acto de presencia en la habitación. El coordinador de programa era un hombre alto de unos cincuenta y pico años. Toda señal de edad en su pelo era contrarrestado por la juventud de sus ojos. La mayor parte del día vestía casual con un suéter y unos pantalones, pero su carácter amigable no hacía buenas migas con su afilada mente que dormía dentro de él.

“Coordinador de programa” era un buen título que atraía a una multitud de almas. DeLong era el escritor jefe, principal censor, quien administraba el programa, y el consultor para todo del estudio. Mientras Schulberg llevaba el tema financiero del negocio, DeLong era la cabeza pensante de lo creativo. DeLong no era un Soñador en si mismo, pero si era amigo de todos los Soñadores del equipo. También tenía las funciones, cuando era necesario, de confesor para cualquiera que necesitara un amigo. Si Schulberg era la cabeza de los Sueños Dramáticos, DeLong era su alma.

“Janet, estoy contento de haberte encontrado” dijo DeLong. Tenía un acento de Texas y Oklahoma. “Tengo listo para ti el siguiente guión” dijo dándole una montaña de hojas.

“No lo creo. ¿Un guión a tiempo por primera vez? Sé que no es mi regalo de cumpleaños, porque fue hace tres meses. ¿Me lo merezco?”

“Claro que sí. Helen lo terminó esta tarde y me dijo que al final encontró la inspiración para terminarlo tan rápido. Y eso es bueno. Siempre tendría que haber alguien que inspirara a esa mujer más a menudo. Es una buena escritora cuando se lo propone.”

“Bien. Le echaré un vistazo. Gracias.” Dijo Janet a DeLong con una sonrisa, para luego salir de la habitación rompiendo el ambiente enrarecido que había entre ella y Wayne.

“Jack me prometió que tendría el tuyo listo para mañana por la tarde” dijo DeLong a Wayne “Es un Western, según me comentó.”

“No, otro no” se quejó Wayne.

“Bueno, no podemos hacer Hamlet todo el rato. Al menos, los Westerns son rápidos y apolíticos.”

“Lo sé. Tan sólo es que noto como pierdo el tiempo. Me gustaría tener la oportunidad de mostrar mis cualidades, y no gastar toda mi energía en esos papeles.”

“Palabras de alguien que si sabe” dijo DeLong “En cualquier profesión creativa, los mejores son los que empiezan haciendo cosas sencillas y van a más. Shakespeare, Dumas, Dickens, Michelangelo y da Vinci lo hicieron. Necesitas una base sólida antes de poder construir cosas mayores sobre ella. He visto multitud de súper estrellas brillando de la nada y dejando alucinados a todo el mundo durante una temporada; normalmente terminan apagándose tan rápido como aparecieron. Este camino puede ser el más lento, pero también es el más seguro.”

“Pero mientras tanto, es jodidamente frustrante” dijo Wayne.

“Sí, lo sé. ¿No te he oído decir algo sobre comer cuando entré? No soy tan guapo como Janet, pero tengo tiempo si necesitas compañía.”

Wayne se lo pensó. “Por supuesto. ¿Por qué no? Vamos.”

Los dos hombres abandonaron el estudio y se dirigieron al hall. El edificio en el que Sueños Dramáticos estaba no era ni nuevo ni muy viejo. El paso del tiempo había ennegrecido el suelo marrón y el tejado blanco, pero todavía no necesitaban una reforma. Las blancas paredes estaban llenas de agujeros, pero era algo que cualquiera se acostumbraría rápidamente y ya no le importaba. Los paneles de luces sobre sus cabezas estaban llenos de grietas, y un tercio de los fluorescentes que estaban en el pasillo hacia el ascensor parpadeaban. Aquellos detalles ya no permanecían en la mente de Wayne tras un mes estando allí. Tan sólo era un lugar donde trabajar, mucho mejor que cualquier en el que tuvo que hacerlo.

Lo único que realmente le afectaba era el silencio. La mayoría de las compañías con oficinas en aquel edificio seguían un horario normal, y sus empleados ya se habían ido. Sueños Dramáticos, en el sexto piso, era una excepción. Ya que no había ninguna manera para grabar los Sueños para emitirlos posteriormente, tenían que hacerlo en directo. La gente que vivía de la industria de los Sueños, a excepción de los escritores, que podrían decidir cuantas horas trabajaban, se sentían vivir en una vida diferente. Cualquier Soñador podía adaptar su trabajo nocturno.

Wayne todavía odiaba aquel silencio. Había una gran cortina entre él mismo y el resto de la humanidad. Proporcionaba Sueños para pasar las horas de sueño a grandes multitudes en la ciudad, aunque con el paso del tiempo, cada vez tenía menos contacto con ella.

A medida que el sonido de las pisadas de los dos hombres resonaban por el corredor, DeLong dijo, “¿Quieres escuchar un pequeño consejo aunque no lo hayas pedido?”

“¿Eh? ¿Sobre qué?”

“Sobre Janet. Ahora está pasando un momento malo. No la presiones. Amos sois jóvenes, y tenéis mucho tiempo para hacer cosas”. Llegaron al ascensor y DeLong pulsó el botón.

Wayne se sonrojó. “No me había dado cuenta que era algo tan obvio.”

El ascensor llegó rápidamente, y ambos entraron dentro. “Quizás alguien tan ciego como yo lo hubiera visto” dijo DeLong “pero tengo que estar informado de todo lo que ocurre a mi alrededor. No puedo tener a unos de mis Soñadores —y uno de los más prometedores— estando en la luna por uno de los otros. Es malo para el alma, y te distrae del trabajo. Sin mencionar el hecho de que lo haces mal, la perderás, algo que no quiero. Ambos sois buenos.”