Elige solo el amor

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Z serii: Elige solo el amor #2
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Solo Dios basta

Un mensaje de Jesús, identificándose a sí mismo como "el Cristo viviente que vive en ti"

I. El amor es todo

Amados de Dios, nos queman las ansias por el deseo de pasar un tiempo de gracia y bendiciones con vosotros. No os dais una idea de cuanto os amamos. Si conocierais el amor del Padre vuestros corazones cantarían de alegría y bailarían vibrando al compás de las melodías de la creación, en una armonía cuya belleza no se sabe decir pero se sabe sentir. Si os abandonáis al amor encontraréis todo lo que vuestros corazones anhelan. Pues en verdad, en verdad os decimos, que vuestros corazones no anhelan ninguna otra cosa que no sea amar y ser amados con perfecto amor. Recordad criaturas santas que en el anhelo de amor ya hay amor. Y que en el anhelo de amor hay anhelo de ser. Se os ha dicho en reiteradas oportunidades que solo existe amor, o mejor dicho, que solo el amor es real. De esto hemos venido a hablaros hoy. Lo hacemos compartiendo la sabiduría del corazón por medio de esta mano amiga que por amor comparte con el mundo entero lo que el cielo regala a todas las almas. A ti que recibes estos mensajes te decimos una vez más: gracias por responder a nuestra llamada. Gracias por darle la bienvenida al amor.

Solo el amor es real. Esto es algo que no se puede explicar del todo, pues el amor no tiene palabras, ni es algo que pueda encerrarse en un razonamiento limitante. Esto se debe a que el amor es eterno y por ende infinito. Nunca cambia. Nada lo contiene y contiene todo en sí mismo. El amor es todo porque nada puede estar fuera de su alcance. Todo, absolutamente todo, es cuestión de amor. De amor o de falta de amor. El amor todo lo penetra. Todo lo sabe. Todo lo ve. El amor es el fundamento de la existencia de todo lo que existe y es. El amor es la fuente de la creación y todo acto verdaderamente creativo. El amor no solo es el fundamento de la vida, sino que es también la vida misma. Decir amor y decir vida es decir lo mismo. Del mismo modo en que decir verdad y decir amor lo es. Decir "yo soy el amor, la verdad y la vida" es decir "yo soy". ¿Acaso esto no es lo mismo que decir que el amor es Dios? Nada puede contener a Dios. Nada puede contenerte a ti, porque tú eres amor y nada más que amor. Esa es la razón por la que cada vez que buscas poseer pierdes de vista a tu ser. Dado que el amor no puede ser contenido, pues el amor es vida y vida en abundancia, entonces bien podemos entender de modo sencillo que el deseo de poseer encierra en sí el deseo de poseer al amor.

Poseer al amor es lo que has estado tratando de hacer desde que abrigaste la alocada idea de la separación. En efecto, este deseo fue la base que usaste para poder crear la idea de separación, participar de ella y crear todo un mundo donde poder esconderte del amor. En rebeldía ante la imposibilidad eterna de poseer a Dios. Si creabas un mundo donde pudieras separarte del amor, entonces podrías, en tu modo de pensar, crear un sustituto al amor. Tan poderoso como él pero con la condición de que pueda ser tuyo, es decir, que pueda poseerse. No compartirse. Eso, y solo eso, es el miedo. Eso, y solo eso, es la falta de amor. Eso, y solo eso, es el pecado. Eso, y solo eso, es el odio.

Si abrieras tu alma y te sumergieses en la sinceridad del corazón, podrías reconocer que cada vez que quisiste poseer algo o a alguien sentiste esa punzada de miedo que ya te es conocida. Del mismo modo te ha sucedido cada vez que sentiste que alguien o algo te estaban poseyendo o intentaba poseerte. Esto se debe a que el deseo de poseer engendra miedo en dos maneras diferentes. El deseo de poseer cosas materiales procede del deseo de poseer al objeto amado. Y si lo que se busca poseer es el objeto amado, entonces debemos concluir que lo que se busca retener es al amor.

II. Solo el amor te hará libre

Lo que retienes lo pierdes. Lo que das lo ganas. Esa es la dinámica del reino. El reino del amor es uno de eterna ganancia, precisamente porque es un reino en el que no existe el deseo de retener nada. No existe el deseo de poseer. Solo existe el amor extendiéndose eterna e ilimitadamente en razón de lo que es. No se puede retener la verdad. No se puede retener el amor. No se puede retener el pensamiento de Dios. No puedes siquiera retener la experiencia de Dios. En efecto ni siquiera puedes retener el tiempo. Eso te causa ansiedad. Pues el deseo de controlar, que es lo mismo que el deseo de poseer, hace que te dediques a la desgastante tarea de intentar atrapar el viento con las manos. Tarea que no puede más que engendrar miedo, pues es buscar para nunca hallar. De este modo el miedo a poseer se experimenta de estas dos maneras diferentes. Por un lado, se experimenta ante la imposibilidad de no poder poseer nada verdaderamente. Y, por otro lado, porque aquello que se busca poseer no es lo que el objeto de la posesión puede darte.

Hemos hablado ya de abandonar el deseo de poseer. Aquí estamos retomando este tema, aunque desde una perspectiva un poco diferente ya que lo hacemos desde la perspectiva del deseo de poseer al amor. Cada vez que intentaste adueñarte del amor te enojaste con Dios y con la vida por el hecho de que no pudiste retenerlo. El espíritu (y el amor es espíritu) es como el viento. No se sabe de dónde viene ni a dónde va. No se puede retener. Esto lo sabes bien, puesto que ya se ha dicho y además porque lo has experimentado una y otra vez. El ser no se deja atrapar. No se deja poseer. Por ende, todo lo que es susceptible de ser poseído, o retenido, no puede proceder del amor. Dicho de otro modo, todo lo que posees te esclaviza, de un modo u otro, puesto que te retiene. Te mantiene atado a la posesión. De ese modo el poseedor y el poseído quedan atados uno al otro. El carcelero y el prisionero quedan ambos encarcelados.

Alma amada en el amor que Dios es, despréndete de todo en tu corazón y verás como levantas vuelo. Verás como vuelves a respirar libertad. La libertad de no ser esclava de nada ni de nadie, pero por sobre todo de no ser esclava de ti misma. Para poder hacer eso debemos recordar una vez más que todo es pensamiento. Por lo tanto, el verdadero camino del desapego no consiste en deshacerse de cosas materiales ni de personas o ideas. Puedes dar todos tus bienes a los pobres. Puedes irte a vivir sola a la cima de una montaña. Y aun así no desapegarte del deseo de poseer.

III. Desapego y libertad

El deseo de poseer pertenece al ámbito de la mente egoica. Y no de la materia física. Todo deseo surge en tu interior. Del deseo de poseer, cuya dinámica es siempre creciente, es desde donde surgen la envidia, la llamada codiciosa y la lujuria. Los asesinatos y toda mezquindad. Las guerras y toda falta de amor. En todo acto de desamor existe el deseo de poseer, de un modo u otro. El deseo de poseer es el deseo de ejercer poder y dominación, ya que poseer supone que ejerces una soberanía sobre aquello que posees.

Pretender poseer al amor y revelarte contra él por no poder lograrlo, es la base de la separación. De ahí que sea tan importante que renuncies al deseo de poseer. Comenzando por los asuntos materiales, mentales y humanos. No desear poseer bienes mundanos tanto materiales como inmateriales es un medio para abandonar la compulsión de poseer. En eso radica el valor del desapego. Nada más que en eso. No en lo material en sí. Cuando dejas de apegarte a las cosas, sean las que sean, dices: "soy libre, puedo abrazar esto o aquello cuando entra dentro del marco de mi consciencia. Y dejarlo ir cuando se va, sin intentar retenerlo, ni tampoco intentando que no venga. Dejo que todo venga cuando quiera y como quiera. Y dejo también que todo se vaya cuando quiera y como quiera. Y de ese modo vivo inmerso en el flujo de la vida. Pues he reconocido que yo soy la vida, por lo tanto, soy el firmamento en el que las nubes del cielo aparecen y desaparecen. Como parte de lo que soy. Soy el cielo y las nubes. Soy todo". Es también un modo de decir: "no deseo poseer nada y por ende no planifico nada. No planifico nada porque no deseo controlar nada. No controlo nada, porque ya no vivo en el miedo sino en el amor. Y reconozco que dentro del amor no existe ninguna necesidad de control pues no existe el temor"

El caminito del desapego parece difícil solo al principio. Pues tarde o temprano te darás cuenta de que no es necesario poseer nada porque no existe tal cosa como algo externo a ti. ¿Qué sentido tiene poseer aquello que no solamente ya es tuyo, sino que eres tú mismo, pues forma parte de ti? Creer que existe algo externo a ti es lo que te lleva a pensar que puedes y debes poseer algo. Tener no significa nada en el reino del amor pues en el amor solo existe el ser. Ser y tener quedan equiparados en el amor. Por ende, los que son amor lo tienen todo porque el amor lo es todo. Lo que no es amor no puede poseer nada y nunca podría, ya que lo que no es amor es nada. Recuerda que solo existe el todo y la nada. La verdad y la ilusión. El amor y el miedo. De tal manera que en un estado de consciencia eres pleno, y en el otro eres un ser incompleto. Desde esa compleción o in compleción es desde donde elaboras el deseo de poseer, el cual encierra en sí el deseo de ser.

IV. Todo es tuyo

Alma enamorada, llena tu alma de amor y verás que lo tienes todo. Llena tu alma de ser y verás que lo eres todo. Llena tu alma de Cristo y no necesitarás nada más pues él es el amor que estás buscando. Es el amor que eres y la abundancia del corazón en la que has sido creada y vives eternamente, sin importar que tan consciente o no seas de ello. Eres un alma soberana. Siempre lo has sido. Se te ha dado un reino, tu ser. Gobiérnalo en unión con el único que sabe cómo hacerlo en el amor, con el Cristo viviente que vive en ti. Dale el control a él. Dale tu vida a él pues a le pertenece. Recuerda que tú no has creado la vida. La vida se te ha dado gratuitamente. Y todo lo que Dios es, también. Todo es tuyo.

 

Ahora que has abierto tu mente y corazón para recibir este conocimiento, y te aseguramos que esto es conocimiento verdadero, serenamente puedes decir para tus adentros todos los días de tu vida, en alegría y verdad:

Todo es mío.

Mío es el cielo.

Mía es la tierra.

Mía es la noche y mío es el día.

Mías son las aguas cristalinas de los ríos y los mares.

Mía es la lluvia y mía es la sequía.

Mío es el silencio y mías las melodías.

Todo es mío.

Mío es el canto de las aves y míos los lirios del campo.

Mío es el viento y mía la quietud.

Mía la sabiduría y mía la ignorancia.

Mía la fortaleza y mía la debilidad.

Los santos son míos y míos los pecadores.

Mía es la belleza y mía la armonía.

Todo es mío.

Los ángeles de Dios son míos y mía es la madre de Dios.

Y el mismo Dios es mío y todo parar mí.

Porque Cristo es mío y todo para mí.

Amados de la luz, os aseguramos que los que viven conscientemente en el amor tienen en sí el poder de decirle al viento que se calle y el viento se calla. Tienen a su disposición todo el poder del cielo y de la tierra. Esto se debe a que el amor es el soberano de la creación, ya que es su fundamento. Debéis aceptar que solo en unión con el amor podéis ejercer la soberanía que es vuestra, ya que es una soberanía compartida con la totalidad que es en verdad. La soberanía del amor es libertad. Es armonía perfecta. Es perfecta plenitud y felicidad. Recordad entonces que os unís a la totalidad, y con ello a vuestro poder soberano, cada vez que permanecéis en la presencia del amor.

Ser y tener son uno y lo mismo. Sí, pero no se puede tener nada sino es en unión con el amor, pues solo el amor es. Si sois amor, y os aseguramos que eso es lo que sois, entonces lo sois todo. Por ende, lo tenéis todo. Si permanecéis en el amor sois dueños de todo, porque sois dueños de vuestro ser. No para poseerlo sino como extensión perfecta del amor de Dios. No os olvidéis nunca que cada brizna de viento y cada pétalo de cada flor, cada niño que nace a la vida, no es otra cosa que el amor del Padre extendiéndose hacia vosotros. Y dado que el Padre y vosotros sois uno, entonces lo que se extiende no es otra cosa que vuestro mismo ser.

V. Posesividad y generosidad

Tu amor, y con ello tu ser, está en cada melodía de la creación, en cada soplo de viento, en cada rosa y en cada rayo de luz. Tu amor, y, por ende, tu ser, está presente en todo lo que es. Pues aquello que hace que todo sea es lo que hace que tú seas.

Hemos repetido en reiteradas oportunidades que esta obra va dirigida a la sanación de la memoria. De la memoria divina que vive en ti. Recordar la verdad es de lo que se trata todo esto, que hemos venido a regalaros por amor y se compila en estas palabras llamadas "La morada de la luz". Compartiendo la verdad con vosotros es como la retenemos en nuestras mentes y corazones. Compartiéndola es como hacemos que no nos olvidemos de su belleza, magnificencia y resplandor. Esta es la razón por la que siempre os estaremos agradecidos al permitirnos compartir, con vuestras mentes y vuestros corazones, la sabiduría de Dios, en cuya verdad eterna todo lo que es santo resplandece en una luz cuyo fulgor es más resplandeciente que el sol.

Amada de las alturas, lo que estamos recordando es que no necesitas poseer nada, pues todo lo que es verdad te pertenece, ya que eres la totalidad. Dicho llanamente, la creación no es otra cosa que el espejo en donde puedes ver reflejada tu belleza, vastedad y santidad pues para eso existe, para que te conozcas en Dios. Cuando mires la creación recuerda que estás viendo al Padre y con ello a ti misma, pues solo en Dios puedes verte a ti, ya que Dios y tú son uno y lo mismo.

La compulsión de poseer es lo contrario a la generosidad. Este deseo compulsivo de poseer surgió como respuesta ante la nada del ser que percibías ser. Al negar el ser, es decir, al negar el amor, consideraste que eras poco y casi nada. Y de alguna manera, utilizando tu memoria celestial, que te permitía conocer perfectamente que ser y tener son lo mismo, intentaste ser más por medio de poseer más. Siempre más, para ser eternamente más ser. Poseer para ser más es la base de los mecanismos mentales egoicos. Y como todo lo que era del ego, no funcionó. Recuerda que el ego nunca logra, ni logró su cometido. El ego prometía pero no cumplía. No porque fuera pecaminoso sino porque no podía.

El ego, y con ello la compulsión de poseer, fue un experimento fallido. Sí, eso fue. ¿Acaso la vida no es ineficiente y desordenada en cierta medida? ¿Por qué crees que los procesos creativos de Dios no pueden ser simplemente eso, procesos que vienen y van, los cuales no siempre tienen por qué ser eficaces? En fin, todo esto ya lo sabes bien. También sabes que ya no estamos en la era del ego. El ego se ha ido para siempre. O, mejor dicho, lo has abandonado. Ahora estamos desarticulando los patrones mentales que quedaron asidos como costumbres del pasado, como si fueran cadenas que cuelgan alrededor del cuello que, aunque no están atadas a la pared y, por ende, podríamos movernos libremente, nos dificultan el andar por causa de su peso y molestia. Esas cadenas son las que nos estamos sacando de encima serenamente. Se salen tan solo dejándolas a un lado. Todas se resumen en el deseo de poseer.

VI. Ámate a ti misma

La compulsión del ego de poseer surge del deseo de ser más de lo que eres. En definitiva, este deseo surge de la creencia de que puedes adherir algo al ser. Esto también procede de una memoria ancestral. Procede de tu sabiduría innata de que tu ser debe ser "adherido", es decir, "unido", a un algo para poder ser. Sabes que el ser es una tabla rasa y que debe dársele una identidad. Una individuación. Lo sabes y lo sabes muy bien. De hecho, tu deseo a veces incluso desenfrenado de poseer así lo atestigua. En su origen, el deseo de poseer está en perfecta armonía con la verdad divina porque, en última instancia, procede del deseo de unión. Siempre te unes de un modo u otro a aquello que posees, al menos en algún nivel. Si bien la idea en su origen es correcta, lo que has estado haciendo es intentar unirte a lo que no puedes unirte.

Solo a Cristo es a quien debías y debes unirte para tener una identidad real. Es decir, para darle un atributo al ser que eres en verdad. Esto se debe a que no puedes unirte a nada que no sea de tu misma naturaleza. Por ende, solo puedes unirte a lo que es santo, bello, perfecto. Es decir, al amor. Eres un ser de puro amor y eso hace que solo puedas identificarte con lo que es amor. Cristo es la identidad amor que el ser amor posee. Este poseer a Cristo, fundiéndote en él, es el único modo en que el poseer pueda tener sentido. ¿Podéis empezar a ver la diferencia entre dejarse poseer por el amor y buscar poseer lo que no es amor por vosotros mismos?

Ser más es la letanía de la locura del mundo. Es el grito ensordecedor de la llamada codiciosa. Si deseas ser más de lo que eres quiere decir que deseas ser diferente de como eres ahora. Y si deseas ser diferente de como eres ahora eso tiene que significar que no amas lo que eres. De tal modo que la compulsión de poseer no puede surgir de ninguna otra cosa que no sea una falta, una falta de amor. Esta es una gran revelación, tal como lo es toda esta obra. Se te está revelando el hecho de que toda carencia percibida procede de percibir una falta de amor. No son las cosas, ni las personas, ni las ideas, ni las capacidades lo que deseas, ni lo que necesitas.

Lo que estás tratando de hacer cada vez que deseas poseer cualquier cosa es llenar el vacío que dejó en tu corazón la ausencia de amor percibida. Ahora que puedes reconocer esto, no con la mente sino con el corazón unido en plenitud con la mente, es decir, ahora que conoces en verdad esta verdad, ahora y no antes, puedes comenzar a sonreír afablemente cada vez que camines por las calles de una ciudad atestada de cosas. O en medio de un campo donde la gente trabaje afanosamente, al observar sin juicio alguno como los hombres desde tiempos inmemoriales han estado tratando, y aún siguen haciéndolo en gran medida, de encontrar el amor que creen haber perdido, buscándolo en todo tipo de cosas que ni llenan ni se pueden retener verdaderamente.

Ahora apelamos a la compasión. Vemos cómo la humanidad busca desesperadamente retener el viento con las manos. Y pensamos en cuál sería la respuesta que daría el amor a esa desgraciada situación. Recordamos que el amor se compadece de todo y todos. Y que, en la compasión perfecta, sabe que ese mecanismo de posesividad no es otra cosa que miedo. Miedo a no encontrar nunca más el amor perdido. Miedo a no encontrar más al ser que sois en verdad. Miedo a no ser. O mejor dicho, miedo a seguir no siendo.

VII. Déjate amar

Amada humanidad, ha llegado el momento en que dejéis de vivir como si fuerais mendigos que andan recolectando los pedacitos del ser que han quedado dispersos por ahí después de un estallido. El ser que sois en verdad no se ha quebrantado, ni roto, como si fuera una vasija de muy fino cristal de la que hay que levantar las astillas que se esparcieron por el suelo para reconstruirla tras una caída que la rompió. No, vuestro ser ha sido preservado eternamente y nada ni nadie puede tocarlo, salvo el amor que Dios es. Vosotros sois lo inviolado de Dios y lo inviolable. Nunca habéis profanado la santidad de vuestras almas. Nunca habéis dejado de ser el amor que Dios es. No habéis perdido al amor. Jamás lo podéis perder.

Todo lo que habéis vivido en el mundo es neutro. No ha hecho nada en vuestro ser. Nunca habéis dejado de ser la perfecta creación santa que Dios creó desde toda la eternidad. Porque jamás habéis dejado de ser el Dios en vosotros es que no hay necesidad alguna de poseer nada. No hay necesidad alguna de buscar nada. No hay necesidad alguna.

Hermanas y hermanos en Cristo, amad lo que sois y lo que creéis ser, en todo momento y todo lugar. Amad todo lo que surja en vosotros, y veréis cómo ya no sentís carencias de ningún tipo. Al no sentir carencias, pues no las tenéis en verdad, no necesitaréis dedicaros a la desgastante actividad de la supervivencia, que es desde donde procede la compulsión de acumular. No necesitaréis poseer nada puesto que quien vive en el amor nada necesita.

Quizá te estés preguntando cómo dejar ir para siempre el miedo, y con ello el deseo de poseer, de tal modo que desde ahora y para siempre vivas en clave de dar y nada más que de dar. Es decir, cómo vivir una vida completamente carente de necesidades. A estas alturas, la respuesta es obvia. Si toda carencia es un eco de una carencia de amor percibida, entonces el camino para que no exista carencia alguna es simplemente dejarse amar.

Alma purísima. Deja que el amor de Dios y de la creación llene a raudales las arcas de tu ser. Déjate inundar por el amor. Déjate arrobar por la ternura de Dios. Permítele al universo que te muestre su benevolencia. Y a tus hermanas y hermanos también. Y retornarás a la verdad de lo que eres en verdad. Retornarás a la casa del Padre. En dos palabras: déjate amar. Esto es lo mismo que decir: únete al Cristo viviente que vive en ti y vivirás como lo que eres en verdad. Encontrarás tu ser. Encontrarás al amor que vive en ti. Y cuando lo encuentres, o mejor dicho cuando estés dispuesta a reconocerlo, tu corazón bailará de alegría y cantará un canto perfecto en el que se dice eternamente: "quien tiene a Cristo en su corazón lo tiene todo". Y tu mente se unirá a ese canto en la plenitud de la verdad y proclamará jubilosamente: "solo Dios basta".