Quédate conmigo

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—Sabes que no se va a dar por vencido —se escuchó la voz suave de la mujer, mientras la voz masculina le contestaba.

—Todos los días, lleva yendo todos los días desde que ocurrió.

—Y seguirá haciéndolo. Además, sabes que es la única persona que se preocupa tanto por ella como para pasarse todas las tardes allí.

—Esa chica le mantuvo al margen. Ni siquiera se lo agradecerá si despierta —sentenció la voz del hombre. No se volvieron a escuchar más susurros.

Wilson retrocedió sobre sus propios pasos y giró hacia la derecha, donde se situaba su cuarto. Su hermano ya dormía, mejor no molestarle. Sus ojos no tardaron en hacerse la oscuridad del cuarto, mientras que la figura acostada se revolvía ligeramente bajo las sábanas.

Dejando las cosas en el lado del cuarto que le correspondía, abrió un cajón y sacó el pijama. Se desvistió con parsimonia y, una vez acomodada la nueva ropa, se hundió bajo las sábanas, pensando nuevamente en ella, mientras trataba de coger el sueño. La oscuridad se apoderó de él diez minutos más tarde.

d

El sol golpeaba sin miramientos aquella mañana. Sin embargo, eso no le importó. El día comenzaba de nuevo y el chico tenía la sensación de que encontraría algo bueno aquel día. Cine, siempre le había gustado el cine. Poder ver películas antes que nadie, muchísimo mejor. Las salas solían estar vacías dado el amplio aforo de las mismas y la gente disminuía considerablemente en aquellos pases. Se estaba más a gusto, menos personas hablando en la fila de atrás y menos niños llorando o gritando.

Era un pase especial, él tenía entrada y la película, a fin de cuentas, llevaba esperándola mucho tiempo.

Una silueta, esbelta, de curvas ligeras y sensibles, pasó por delante de él, una figura femenina que le recordaba mucho a alguien que ya conocía. Con cautela, pero decisión, se acercó a ella, la miró nuevamente hasta que finalmente obtuvo su atención.

—¿Adanna? —preguntó, ante lo cual la joven se giró para encontrarse con él. Ella sonrió ampliamente, le había reconocido, pero aun así él quería asegurarse de ello—. Wilson; tu amiga Vanessa nos presentó el mes pasado. —La joven asintió mientras se acercaba a él para darle dos besos en la mejilla y ofrecerle una sonrisa.

—Me alegro de verte —dijo ella de forma pausada—. ¿Tienes pase? —preguntó, ante lo cual el afirmó—. Hablaremos luego entonces —sentenció ella mientras se giraba y entregaba la invitación al guardia, permitiéndole así el paso.

Antes de subir las escaleras, volteó la cabeza para fijarse en él por unos momentos y ofrecerle una sonrisa cálida que él respondió de igual forma. La sala era bastante amplia y, a pesar de ser un pase por invitación, se estaba llenando considerablemente. Los acomodadores servían bebidas para los asistentes cuando Wilson entró y pidió dos.

Consiguió situar a Adanna, que estaba bastante alejada de él, pero eso no le impidió realizar la acción que el joven quiso. Desde su asiento pudo ver como el acomodador se dirigía hacia el asiento de la joven, y observaba como este le ofrecía una bebida caliente. Antes de que ella pudiera decir nada más, o quejarse porque no había pedido nada, la voz del acomodador se alzó por encima de la suya.

—De parte del chico de la fila catorce —susurró mientras Adanna se giraba para encontrase con los ojos de Wilson.

La joven sonrió mientras aceptaba la bebida y daba las gracias al hombre, que además le ofreció una pequeña nota de papel. «Por si acaso no hablamos luego», leyó Adanna antes de ver el número de teléfono que se situaba debajo de aquellas palabras. Con una sonrisa, guardó la nota y volvió a coger la caliente taza. Chocolate. Su favorito.

Los labios quedaron marcados ligeramente en la taza de porcelana que bebía Adanna, mientras saboreaba su chocolate favorito y se hacía una pregunta: ¿cómo lo había sabido él?

La película pasó con total calma, mientras los allí presentes la disfrutaban, hasta que esta terminó y los aplausos se hicieron presentes. Sin embargo, la cantidad de gente que había en la sala provocó que la gente tuviese que salir por diversas puertas al exterior de la sala.

Wilson creyó que había perdido la oportunidad de verla tras la salida cuando su móvil sonó avisando de un nuevo SMS. «Gracias por el chocolate. Tuve que irme. Estamos en contacto». Bueno, a fin de cuentas, no había podido verla tras finalizar la filmación, pero una sonrisa se dibujó en sus labios tras leer esas palabras que le hicieron adquirir una leve esperanza de lo que aún estaba por venir.

d

Wilson se despertó con el primer rayo de sol golpeando en su cara. La luz entraba por la ventana, y el despertador ya sonaba, anunciando que comenzaba un nuevo día para él. Se levantó, observando que su hermano ya no se encontraba en la cama, al igual que sus padres, los cuales habían salido ya directos al trabajo. Se sentó en el borde y apoyó los codos en las rodillas, mientas ocultaba el rostro tras las manos.

Se frotó los ojos, sin permitirse que estos derramasen una sola lagrima más, y se puso en marcha. Después de asearse, desayunar y realizar sus tareas, se dispuso a salir de la casa mientras se encontraba con los vecinos por las escaleras. Wilson salió a la calle, observó a su alrededor y respiró hondo por la nariz, sacando nuevamente fuerzas de donde estaba ya acostumbrado. Miró al cielo, observó a los pájaros y pensó en ella.

Siempre soñaba con aquellos días, pero al despertarse se daba cuenta de que no eran la realidad. Que su realidad actual se basaba en los estudios, en su carrera. Pero por encima de todo, cada mañana daba las gracias por llegar al hospital y ver que, pese a estar dormida, su corazón seguía latiendo.

Ann

Pasado y presente

«Un pasado puede significar una desgracia para el futuro, un encuentro desafortunado, puede marcarte, y un amor a simple vista puede ser un sufrimiento. Las cosas del pasado repercuten en el futuro y lo que una vez marcó el corazón de una persona, puede romper el corazón de otra. Mirar y saber lo que se ve… Amar y saber lo que es el amor… Querer y saber a quién… Y odiar y saber el porqué. A veces simplemente nos dejamos llevar…».

—Bonita cita —se escuchó la voz de alguien a través de la puerta de la habitación. Ann levantó la cabeza del libro donde la tenía escondida para encontrarse nuevamente con el rostro de su pareja. Por fin había vuelto.

Antes de que ella pudiese salir de la cama dispuesta a abrazarle, él ya se acercaba hacia ella, inclinándose sobre el colchón para darle un beso en la frente. Él observó el libro que ella tenía en sus manos mientras la volvía a mirar y le sonreía.

—No me mires así, sabes que es mi libro favorito —se quejó ella con cierta voz cansina mientras le devolvía el beso, rozando ligeramente sus labios con los de él.

—Vamos, Ann, una princesa cuya vida está condicionada desde que nace. Reconoce que te gusta por las escenas que rompen con ese aburrimiento —dijo sensualmente, mientras posaba uno de sus dedos sobre la barbilla de la joven para hacerle alzar la cabeza y darle un beso que, lejos de ser suave y cariñoso, era muestra del amor y el deseo que él tenía guardado hacia su pareja. Pese a ello, Ann seguía soñando con esa historia que conocía de memoria.

d

Venus no podía creer lo que había pasado desde que ella había nacido. El día que llegó al mundo, su reino empezó a prosperar enormemente y las cosas mejoraban. Ella ya era mayor y no podía evitar recordar todo lo que había logrado cambiar. Ya era una mujer hecha y derecha, formada y muy hermosa. Su rosado cabello llegaba hasta la cintura, era alta y esbelta y siempre vestía como lo que era, una princesa.

Sabía que, a pesar de todo, la etapa que comenzaba ahora sería la más dura; debía formarse como princesa y futura reina para tomar el trono de su buen padre. Encontrar un esposo que gobernara con ella sería más difícil, pues ella no creía en los matrimonios concertados. Quería enamorarse perdidamente de un muchacho que la comprendiera y que también la amara.

Por otro lado, estaba muy entusiasmada ya que ese día, después de trece años, volvería a ver a quien se marchó cuando ella era niña y ni siquiera le dijo adiós.

—Alteza —dijo una voz, interrumpiendo sus pensamientos. Era una sirvienta, llamando la atención de Venus. Esta esbozó una sonrisa—. Debe prepararse.

—Enseguida voy, Maya, gracias por avisarme.

La sirvienta hizo una reverencia y salió de los aposentos de la princesa.

—Hoy es el día. Por fin te podré preguntar por qué no me dijiste adiós. Hoy… Rosa Negra… Te veré de nuevo —dijo en voz alta, fijando la mirada a través de las ventanas, su pueblo.

Lejos del palacio, una figura vestida de negro descansaba sobre una gárgola del gran palacio en el que se encontraba. La capa negra que llevaba cubría su rostro y en su espalda, ocultaba algo aún mayor, bajo un gran bulto. Otra figura se acercó para hablarle calmada y serenamente.

—¿Estás preparada?

—Siempre he estado preparada —contestó fríamente, poniéndose en pie encima de la gárgola.

—¿Podrás contárselo? No sabes cómo se lo tomará, se lo has ocultado demasiado tiempo.

—Cállate de una vez, Tens. Esto no es asunto tuyo —dijo duramente, mientras dejaba atrás a la otra figura, a la que había llamado Tens.

Los primeros rayos de luz asomaban por el horizonte y el pueblo ya estaba despierto y listo para un día más de duro trabajo. Los panaderos abrían sus tiendas, los trabajadores se dirigían hacia las cosechas… y los más pequeños salían a jugar por las calles, mientras que un joven muy apuesto y extrovertido deleitaba al público de la plaza con una dulce melodía de violín.

 

Cuando el muchacho terminó de tocar, todo el mundo le aplaudió silbando y vitoreando la magnífica canción tocada. Pero el joven tan solo dirigió una mirada a una muchacha que se encontraba en el público, mientras se inclinaba para saludar a la gente. Luego se dirigió hacia la joven para abrazarla y darle un beso en la mejilla.

—Conalia, ¿cuántas veces tengo que decirte que me visites más a menudo? —dijo el joven intentando parecer enfadado, pero le resultaba imposible molestarse con ella, era su mejor amiga.

—Me alegro de verte, Ben. Pasó mucho tiempo, si vinieras conmigo…

—No todos podemos permitirnos el lujo de ir a una escuela, Conalia.

—¿Por qué sigues haciendo eso? —preguntó ella irritada—. No me llames por mi nombre completo, dime simplemente Cona.

—Vale, vale —dijo abrazándola de nuevo—. Te eché de menos. Venga, acompáñame y me cuentas, tengo un trabajito extra. Con él a lo mejor gano más de lo que puedas pensar.

—¿Ah, sí? Cuéntame —dijo intrigada.

—Me citaron en el palacio.

—No.

—Sí. Dentro de poco se celebra un baile real y necesitan un violinista. Se corrió la voz de que había uno en la aldea y adivina quién era.

—No me lo puedo creer, Ben. Tu talento por fin es reconocido y podrás hacérselo pagar caro —dijo poniendo énfasis en «pagar». Ben simplemente le sonrió.

La princesa ya estaba lista, su traje de vuelo rosa lucía espléndido bajo la luz del sol. Venus esperaba junto a las puertas del palacio, pero nadie llegó, tan solo el sonido de los pájaros cantando. Algo rompió aquel silencio, llegando precipitadamente hacia la princesa.

—Majestad, me temo que aún no llegarán. Se han retrasado, no sabemos cuándo volverán —las palabras cayeron sobre Venus con gran presión. «No llegarán». Sin más que decir, se dirigió hacia el jardín para deleitarse con la música del arroyo.

Una lágrima cayó en el estanque, con un quedo sonido. Escuchó pasos detrás de ella, pero tan solo se dio la vuelta cuando escuchó un dulce sonido procedente de su espalda. Una dulce melodía de violín era entonada y, aunque parecía desoladora, era tierna y agradable. Lo que nunca se esperó fue encontrarse con lo que vio cuando se giró.

Aquel muchacho alto y esbelto sostenía en sus manos el violín, dejando que sus azulados cabellos cayeran por su rostro. Parecía enfadado por el gesto torcido de su cara. El muchacho abrió los ojos y Venus se quedó inmovilizada.

—Hola…, princesa.

d

—Ann, ¿me estás escuchando? —preguntó la voz de su pareja desde el marco de la puerta. Aquello la sacó del ensimismamiento en el que se encontraba—. Estás muy distraída, empiezas a preocuparme —dijo el joven mientras aumentaba la seriedad de su rostro. Ella lo miró con una sonrisa, negando con la cabeza.

—Estoy bien —dijo poniéndose de pie y avanzando hacia él. Sin embargo, las piernas de la joven fallaron.

Su cuerpo pareció quedarse inerte mientras observaba como lentamente caía hacia delante, precipitándose contra el suelo. Fue entonces cuando la visión volvió nuevamente a su mente. Ella misma, se veía a sí misma, cayendo en una inmensa oscuridad, caía sin descanso, hasta que todo terminó.

Estaba sola, se veía a sí misma rodeada de espejos. La imagen que mostraban… esa no era ella, pero no podía dejar de mirarlas, no podía apartar la vista de aquella chica, con el pelo corto, con la cabeza casi rapada, rodeada de heridas y vías. Las palabras resonaron en su mente:

—¿Por qué no vuelves, Ann?

Despertó media hora más tarde, sintiendo como alguien ponía una tela húmeda sobre su frente. Trató de abrir los ojos, le costaba, se sentía débil. Miró a su alrededor, notó la mano cálida de alguien contra su mejilla. Abrió un poco más los ojos, trató de enfocar su vista.

Intentó hablar, pero la misma mano que había estado segundos antes en su mejilla bajó directamente a sus labios, mientras escuchaba un susurro. «Descansa»; una palabra. Ann giró la vista para saber de quién provenía aquella voz. Solo vio una sombra, una figura difuminada antes de que sus ojos se cerrasen y volviesen a dejarla dormida en la más completa oscuridad.

Bruce

El hombre que la cambió

La mujer de entrada edad se encontraba sentada en el sofá que se situaba a lado de la cama de la chica. La anciana solía ir a verla a menudo pues, a fin de cuentas, la niña había sido como su propia hija y verla en esa situación le partía completamente el corazón. La miró nuevamente mientras depositaba un dulce beso en su mano y se echaba hacia atrás en su asiento nuevamente. La mujer suspiró mientras sacaba un pañuelo de uno de sus bolsillos y limpiaba ligeramente su nariz.

—Sabes que a él le hubiese gustado venir, ¿cierto? —susurró la anciana, mientras comenzaba a sollozar ligeramente. Volvió a secar sus lágrimas y habló nuevamente con voz queda—. Ha pasado demasiado tiempo, pero él no se ha olvidado de ti, pequeña. Nosotros tampoco. No sabes lo mucho que pesa en nosotros esta desgracia —sentenció mientras el llanto rogaba por salir de nuevo—. Te he traído algo, pensé que te gustaría que lo leyera —dijo la mujer mientras sacaba un pequeño libro del bolso, pequeño, con una tapa negra de pelo corto. La anciana ojeó el libro y lo abrió, mientras acariciaba las suaves tapas. Era la cita escrita por una persona.

«Pensé que desde aquel día no volvería a verla. Era la primera vez que me sentía así con alguien, en este caso con una mujer. Nunca antes había sentido mi corazón palpitar tan rápido por el mero hecho de que alguien que me ofreciese una sonrisa tan cálida como la de ella. Pensé esa tarde en volver a verla, en si eso sería posible alguna vez. Renuncié a ello como he renunciado a prácticamente todo en mi vida. La dejé marchar sin tener un solo contacto con ella».

d

El joven de veinticuatro años dejó de escribir en aquellos momentos mientras se apresuraba a cerrar el libro y dejarlo oculto bajo el colchón de su cama. Llegaba tarde al trabajo. Estaba ya entrando en su segunda carrera, pues la primera le había permitido ya un trabajo donde estaba ganándose la vida poco a poco.

Se vistió apresuradamente y salió de allí, dirigiéndose hacia su único medio de transporte público que le permitiría ir a la universidad. Durante el trayecto a la misma no pudo evitar fijarse en más de una ocasión en los pequeños carteles que había por todo el vagón del metro. Se acercó lo suficiente para ver que se trataba de una convención donde se reunirían un grupo de personas determinado. Quizás pudiese pasarse por allí en algún momento de la tarde.

La universidad se encontraba aquel día como cualquier otro. Césped verde, húmedo debido los aspersores recientemente encendidos y con los estudiantes pasando por un lado y otro, llegando a sus clases, a sus exámenes o simplemente tomando un descanso o respiro. Se dirigió hacia el aula que le correspondía, dando una y otra vez la misma clase, haciendo que los alumnos le prestasen atención, dando las materias pertinentes hasta que la campana sonó definitivamente, sentenciando con aquella pesada jornada de trabajo.

Esa misma tarde acudió a la convención que había observado la misma mañana, encontrándose con una sala abarrotada de gente y con más de una cara conocida entre amigos y allegados a su persona. Sin embargo, alguien llamó su atención por encima de todos los allí presentes. En uno de los grupos de personas que él conocía había alguien con un rostro muy familiar.

Se acercó a los que eran sus amigos, mientras estos les saludaban enérgicamente, hasta llegar a presentarle a aquella chica.

—Adanna —dijo la chica sonriendo. Sin embargo, parecía no reconocerle hasta que finalmente sus miradas se volvieron a cruzar, exactamente igual que aquella vez donde un chocolate caliente y una conversación era lo que habían compartido, una tarde de frío invierno. ¿Cuánto hacía de eso? ¿Un mes?

Adanna se quedó atónita cuando sus ojos se encontraron con los de él, pero no se atrevió a decir nada por miedo a confundirse.

—Creo que mi nombre ya lo sabes —dijo él con cierto tono bromista, a lo cual ella sonrió ampliamente, estrechándole en un abrazo y dándole dos besos en la mejilla.

—Bruce, ¿verdad? ¿Cuánto ha pasado? ¿Un mes? —Él sonrió mientras pensaba en cómo ella le había leído sus propios pensamientos. Los allí presentes se habían quedado con la boca abierta al contemplar cómo los dos ya se conocían de antes.

Todos sabían cómo divertirse, por lo que con Bruce en el grupo disfrutaron de aquella convención, mientras él y Adanna volvían a pasarse horas y horas hablando de las aficiones que ambos tenían en común, sin darse cuenta de la presencia de los demás a su alrededor. Sumergidos en una nube, igual que dos personas comenzándose a enamorar sin querer.

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«Ese día volví a verla, y la verdad es que me volví a sentir especial, tanto que no volví a cometer el mismo error. Conseguí su número de teléfono y estuve dispuesto a quedar con ella más días. Sin embargo, no pensé que días después de conocerla, podría quedar con ella. No sé si por tímido o por idiota, quizás tardé demasiado en llamarla…».

La anciana cerró el libro observando nuevamente la tapa de terciopelo suave y lisa que tenía entre sus manos. Con lágrimas en los ojos volvió a mirar a la joven que yacía inmóvil en la cama, mientras secaba su rostro y se dirigía a ella.

—Los médicos dicen que, pese a tu estado, aún nos escuchas —susurró la mujer dejando el libro encima de la pequeña mesa que tenía al lado y volviendo a tomar entre sus manos las de aquella joven—. Nos escuchas, ¿verdad? Espero que así sea. Él te quería mucho, pero las cosas nunca salen como tienen que salir, pequeña —dijo la anciana con voz lastimera—. He encontrado esto, espero que algún día puedas leerlo con tus propios ojos. Todos tenemos fe en que despertarás, y, cuando lo hagas, tendrás una gran familia esperándote —sentenció la mujer mientras se acercaba a ella para besar su frente y despedirse así finalmente.

La anciana guardó el libro en el pequeño bolso y, con paso pausado, salió de aquella habitación, rumbo a su casa. Alguien entraba a la vez que ella salía, un joven muchacho que la miró y esbozó una sonrisa, a la cual la anciana reaccionó mostrando una mirada de dolor y tristeza. Aquel muchacho iba todos los días, estaba segura. Ella suspiró mientras continuaba andando, mientras pensaba en por qué aquel joven iba todos los días a verla.

Pensaba a su vez en el hombre que había escrito ese diario que ella llevaba para leerle a la chica de la cama. Suspiró a la par que pensaba por qué la vida tenía que ser tan injusta para una niña como aquella, una chica que había vivido como nunca antes ella había visto; feliz, vigorosa, una chica de la que cualquiera podría caer encandilado. Una joven que enamoró a quien escribió el libro que ella portaba en su bolso. La anciana se paró, volvió a sacar aquel pequeño libro y lo miró.

—Eres tú quien debería estar con ella —susurró mientras sus pensamientos se dirigían hacia una única persona.

Wilson

Lágrimas no derramadas

Los días de la universidad se hacían cada vez más duros para él. Se limitaba a ir, adelantar trabajos y volver a casa para salir de nuevo rumbo al hospital. Aquella mañana en concreto había salido de su casa. Aún con el día espléndido que hacía, él se sentía vacío.

Sus amigos y compañeros estaban allí. Los saludó enérgicamente, como solía ser él con ellos, se unió a su grupo y, por unos momentos, se olvidó de las preocupaciones a las que tenía que hacer frente día tras día.

Su grupo de amigos era el único que le permitía hacer frente a la situación, hacer de su vida algo un poco más llevadero, pero eso se terminaba cuando salía de la universidad. Los días allí tampoco eran muy agradables. Recientemente había sido el aniversario de uno de los profesores más queridos que había fallecido hacía unos meses y su recuerdo aún estaba presente.

Wilson no había tenido la oportunidad de asistir a sus clases, tampoco le conocía físicamente y, en el fondo, era algo que le era ciertamente indiferente, pues no había conocido al hombre. Dedicó su día a los estudios hasta que salió de allí y sus compañeros le agarraron por sorpresa nuevamente.

—Vente a comer con nosotros, tío —le dijo el más allegado de ellos. Wilson pensaba en negarse. Sin embargo, su amigo se adelantó a él cuando vio la posible respuesta—. No te lo estamos preguntando —sentenció mientras tiraban de él.

 

Wilson no pudo evitar esbozar una sonrisa, mientras los demás reían alegremente. Sin embargo, se sintió triste, pues ella no podía disfrutar de esos momentos de felicidad que él tenía.

Le llevaron a su sitio favorito, ellos conocían muy bien cuál era, y el agradeció enormemente el detalle. Todos parecían felices, pero en el interior él no lo estaba. Pidieron los primeros platos, que los camareros y meseros tomaron y prepararon con bastante rapidez.

Las charlas y las risas se mantuvieron hasta que la comida llegó a la mesa y pudieron comenzar a llenar sus estómagos, mientras disfrutaban de aquella reunión y los deliciosos platos. Cuando el primer plato se hubo terminado, estos fueron retirados y la espera hasta el segundo volvió a significar más momentos de charla entre amigos.

Wilson se levantó y se dirigió hacia los servicios, bajando por las escaleras del restaurante hasta dar con los amplios baños para hombres. Cuando entró, alguien más lo hizo detrás de él, comprobando que estaban un momento a solas y cerrando la puerta tras la última figura que entro allí. Se percató entonces de que su mejor amigo estaba detrás de él.

—¿Sigues preocupado por ella? —le preguntó abiertamente. Wilson le dirigió una mirada de complicidad.

—¿Y si no despierta? —preguntó él al ver la cara que su amigo le mostraba.

—Despertará —sentenció su amigo mientras apoyaba su mano en el hombro—. Estas cosas son difíciles, Will. Pero si haces esto, perderás la partida. Nosotros estamos aquí para ti. ¿Crees que ella querría verte así?

—Seguro que ni me recuerda —dijo el joven con voz lastimera.

—No digas eso. Eres uno de sus mejores amigos —susurró su amigo, mientras observaba el rostro de Wilson—. Ella siempre te recordará.

—Nunca se fijó en mí de la forma que yo lo hice —susurró él mientras trataba de contener la tristeza, la rabia y la desolación. Su amigo, capaz de saber lo que Wilson necesitaba, lo atrajo hacia sí mismo abrazándolo.

El joven era más alto que su amigo, por lo que Wilson por fin pudo sentir el abrazo de una de las personas que más valoraba, mientras rompía el llanto dentro de él.

—Llevas reteniéndolo demasiado, Will, suéltalo todo, solo así podrás seguir adelante —susurró el compañero mientras le abrazaba. No pasó mucho tiempo hasta que el propio Wilson separó la cabeza de él, con los ojos aun llorosos y una sonrisa de afecto en el rostro. Ninguno de los dos dijo ninguna palabra más.

Wilson se lavó el rostro y ambos volvieron juntos con el resto de los compañeros. Fue entonces cuando, por primera vez, él pudo disfrutar de la compañía de gente que realmente le quería.

La comida transcurrió con calma, mientras devoraban el segundo plato, así como el postre final, alegremente como siempre cuando se reunían entre ellos. Wilson había extrañado esa felicidad durante mucho tiempo y sentía que por primera vez tenía que ser feliz. Por él, pero principalmente por ella también. A partir de ese momento el joven decidió que viviría su vida por los dos.

Wilson había pasado por casa tras aquella comida con sus compañeros de clase. Le habían dado tiempo a darse una ducha y a charlar un rato con sus padres, los cuales se encontraban en casa ya, comiendo, cuando él llegó.

Apenas una hora allí y el joven ya estaba fuera nuevamente, encaminándose hacia el hospital una tarde más. A diferencia de los demás días, ese llevaba la mochila cargada de cosas. Seguro que a ella le gustaría escuchar las historias que él sabía que eran sus favoritas.

Con energías renovadas y una nueva visión del mundo, enfocó aquello como un objetivo, como una misión de rescate. Él quería que ella despertase, pues lucharía por ello, lucharía por ella y la traería de vuelta incluso si después de aquello ella decidía no recordarle como su salvador.

El hospital estaba desierto a aquellas horas, la planta donde se encontraba la habitación de la chica también estaba carente de la gente, salvo las enfermeras y una anciana a la cual vio salir de allí. La mujer iba de vez en cuando y pese a que Wilson no sabía quién era, siempre la saludaba con una sonrisa, mientras observaba los grandes ojos tristes de aquella señora mayor.

La primera vez que la vio, pensó que podría ser quizá la abuela de ella, pero tardaría en saber lo confundido que estaba.

Ann

La historia debe continuar

Ben llevaba mucho esperando aquel día, en el que volvería a ver a la persona que, después de hacer una promesa, la rompió. Desde ese día, cuando él era pequeño. Desde aquel día, en el que la miró con los ojos llenos de lágrimas y esta no hizo nada por ayudarle. Desde entonces, la odiaba.

Venus le recordaba muy bien, pero cuando le vio afloraron sentimientos que ella creía que ya no guardaba hacia el muchacho. Al verle allí de pie, con el instrumento en las manos, quiso decirle muchas cosas, pedirle perdón… Pero no podía hablar, no cuando ella era la princesa y le habían enseñado a no tratar con los plebeyos.

Antes de que alguno de los dos dijera más palabras, apareció una joven alta de pelo negro y recogido. Lucía un esplendoroso uniforme de la guardia del palacio.

—Princesa. Lady Soledad Cabanel está aquí —dijo, y efectuó una reverencia, mientras Venus se dirigía fuera de allí.

—Gracias, Nana. Buenos días.

—Y usted joven, salga del palacio, por favor —dijo la guardia a Benjamin.

—Vine por lo del trabajo de violinista del baile de la princesa…

—De ser así, entonces acompáñeme —dijo aquella mujer mientras se daba la vuelta.

Venus había deseado que en aquel momento la tierra entera se la hubiera tragado, pues estaba muy nerviosa, tanto que no se dio cuenta de un mínimo detalle hasta que se alejó de allí. ¿Qué hacía ese muchacho allí después de tanto tiempo? No quiso darle mayor importancia y siguió hacia la sala del comedor.

Allí le aguardaba en la espera una muchacha de su estatura, de pelo oscuro hasta la cintura y preciosos ojos color ámbar, como los suyos. Lucía un hermoso vestido de seda blanca y un tocado a juego.

—Soledad, menos mal que viniste —dijo Venus andando hacia ella y abrazándola—. Te eché mucho de menos, prima.

—Y yo a ti. —La voz era calmada y sosegada, pero Venus sabía que algo iba mal, muy mal.

—¿Qué ocurre, prima? —le preguntó. Sin embargo, el rostro de la otra muchacha mostraba que no quería hablar de ello—. Cuéntamelo, por favor. No me dejes de lado.

—Ha ocurrido algo grave, Venus. La partida del reino vecino, en el que se encontraba Rosa Negra, ha sido atacada —dijo con la misma voz calmada. No obstante, tuvo que contener las palabras de su prima—. No les ocurrió nada, supieron defenderse bien —dijo al ver la cara que puso Venus—. Por eso no han llegado todavía, pero el guerrero Tens nos ha hecho llegar un comunicado. Los atacantes se dirigen hacia vuestro reino, prima, hacia aquí. Estoy aquí para llevarte conmigo… No pueden atraparte —dijo de seguido antes de que la ya asustada Venus comenzase a avasallarla con preguntas.

—Pero ¿por qué? —pregunta seriamente la princesa.

—Porque eres la princesa más hermosa que se ha visto y la única que tiene derecho a ser heredera de tu reino.

—¿Qué quieres decir, Soledad?

—Venus. Una princesa no puede ser heredera, una mujer no puede hacerse al trono, pero tu padre ha cambiado esa norma. Tú reinarás, pero hay mucha gente en los reinos vecinos que no está de acuerdo. Solo podrás quedarte hasta después del baile, luego nos iremos.

—No me iré. Pelearé por mi reino —dijo mientras miraba de soslayo a su prima.

—Es una orden de tu padre —dijo su prima muy seria, manteniendo la mirada—. Debes acatarla —sentenció sin dar opción a más palabras.

—Pero…

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