Cuarenta vidas sin cuarentena

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Cuarenta vidas sin cuarentena
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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

info@Letrame.com

© Miguel Reynolds

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz

Diseño de portada: Rubén García

Supervisión de corrección: Ana Castañeda

ISBN: 978-84-1386-850-9

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

Prólogo

La pandemia ha puesto en pausa nuestra rutina habitual por una más sedentaria. La cuarentena nos encerró en casa durante meses, quizás solos o no, pero sí con mucho más tiempo para nosotros mismos que el ajetreo anterior no permitía. Ha habido mucho tiempo para la introspección, hemos conocido un poco más cuáles son nuestras limitaciones con respecto a nosotros mismos y con respecto a los demás.

También ha habido mucho, mucho tiempo para mirar por la ventana. Los vecinos, que antes eran un saludo anecdótico en el ascensor, en la cuarentena fueron un entretenimiento: a lo que mirar. Este teletrabajando, el otro tomando el sol, la vecina de en frente aprovechó para quitarle el polvo a la bici estática del balcón…. Compartimos incluso rutinas, salimos todos los días a las ocho para aplaudir a los sanitarios. Nos hemos entendido más.

Cuarenta días sin cuarentena explora introspectivamente a los personajes. Son realistas, personajes identificables: no perfectos, no planos. Tienen, como todos, fragilísimos equilibrios, algunas aptitudes contradictorias. En todo caso, la realidad siempre supera la ficción. Si en la vida real tenemos algo de sueño y algo de pies en la tierra, va a pasar lo mismo en la invención; va a haber algo de fábula y algo de realidad.

A través del humor y fuertes cargas de sarcasmo, el autor demuestra haber hecho un ejercicio de autoconocimiento y de mirar por la ventana. Cuarenta circunstancias diferentes, cuarenta días de antigua normalidad, cuarenta contextos diferentes. Cuarenta oportunidades de sentimiento empático, pero también de chistes y bromas que, por otro lado, pertenecen a la naturaleza contradictoria del ser humano. Es graciosa la contradicción de que, para que una influencer venda glamour, su vida tenga que ser caótica y desordenada. O que, a pesar de estar rodeada de fans y admiración, no encuentre amor verdadero. ¿Le deparará a esta chica un final solitario o comerá perdices?

¡Hay cuarenta poemas esperando! De entre todas estas personas aquí reunidas, ¿qué perfil se parece más a ti?

Alba Fernández

Correctora Letrame Grupo Editorial

Introducción

He aquí cuarenta vidas en clave de verso,

de personajes atípicos, pero de este universo,

tristes, felices, alguno incluso perverso,

humanos, reales, alguno converso.

En común, la batalla por una vida mejor,

compitiendo consigo mismos, para no ser el peor,

en un mundo intolerante y que genera terror,

todos luchan por encajar, sin pudor y sin temor.

A la vez, cada cual es único en su especie,

ninguno merecedor de que se le desprecie,

todos dignos de empatía y que se les aprecie,

aunque el destino y mi pluma les menosprecie.

En sus vidas, desde el amor hasta retos imposibles,

algunos resueltos, otros sujetos con imperdibles,

hay quien acaba comiendo perdices,

y quien fallece, literalmente o con matices.

Pese a ser ficticios, tienen carga real,

toques de conocidos y de sueños por igual,

cada camino que escogen no es paranormal,

humanos ante todo, caigan bien o mal…

Mabel, la chica de cartel

Mueve masas a través de sus cuentas en redes sociales,

simpática, inteligente, graciosa, guapa, fans a raudales,

influye por igual a grandes grupos y a seres individuales,

democracia pura, likes a millones, números demenciales.

Empezó con comedia ácida sobre los famosos internacionales,

abarcó seguimiento en tierras locales e intercontinentales,

le llovieron ofertas de marcas por publicidad sensacionales,

tras dos años online tenía las arcas llenas, cantidades astrales.

Fiestas desde el atardecer hasta el amanecer,

conociendo a gente interesante y personas por hacer,

mundo superficial, intransigente y debido al placer,

almas inconexas, artificialmente unidas por un crupier.

Aquel que dicta quién tiene éxito y quién es un fantoche,

quién acelerará su vida hasta no superar la noche,

quién se despedirá a las manos de un coche,

desavenencias de vidas a troche y moche.

Pero Mabel de este mundo se siente observadora,

se toma sus vinos, algún cigarro, analiza la fauna y flora,

material para sus grabaciones, recorre toda la eslora,

ve todo lo que no quiere ser el día de mañana y ahora.

Relación complicada con su mánager y su sed de sangre,

él solo quiere complacer a las masas, al enjambre,

ella divertirse, a sabiendas de que jamás pasará hambre,

ensalzando a quien lo merece, hundiendo a algún fiambre.

En una noche de fiesta de influencers detectó a un infiltrado,

a un tipo normal tomándose una cerveza en la barra, relajado,

de larga melena, charlando sin pretensiones, desenfadado,

como si el mundo de las tendencias no fuera con él, ¿un chiflado?

Pasaban los segundos y se moría por hablarle,

por averiguar qué pintaba ahí, por sonsacarle,

cuando su acompañante se fue al baño por micción,

se le acercó, pidió una cerveza y entabló conversación.

Efectivamente no era del mundillo del entretenimiento,

era médico voluntario en África con sentimiento,

curando y cuidando niños hasta su último aliento,

algunos salvaba, otros se los llevaba el viento.

Estaba de visita, de cervezas con un periodista amigo de la infancia,

era diferente, auténtico, risueño, sentía con él pura resonancia,

disfrutando cada cáliz de lúpulo, degustando hasta su fragancia,

como si no hubiera bebido alcohol en meses, pero con elegancia.

La conversación giró hacia derroteros puramente existenciales,

el porqué de la vida, la insolidaridad en tiempos superficiales,

nada que no hubiera oído antes, pero de su boca cobraban sentido,

punto de inflexión en su sesera, despertar de un propósito dormido.

Deseaba que esa noche no muriera nunca, que fuera eterna,

que el tiempo se detuviera, que no hubiera influencia externa,

abandonaron la fiesta, pasó al mando la entrepierna,

fueron a su piso, lujuria, risas, conexión sempiterna.

Al despertar, descubrió que él debía volver al continente africano,

a ambos les embargó una tristeza supina, ¿noche en vano?,

no querían separarse, llantos al unísono cogidos de la mano.

¿Mantener la conexión a distancia o cortar por lo sano?

Reflexión acelerada ante una situación inesperada,

menos de veinticuatro horas de amor para una decisión precipitada.

¿Y si el médico era realmente su media naranja?,

su causa era esencial, la de Mabel merecía una zanja.

Cambiar las comodidades de una gran urbe por un campamento,

una boina de contaminación por un cielo estrellado y un cimiento,

estrés, relaciones fugaces y vacías por solidaridad sin aspaviento,

una vida estéril y sin alma por una lucha que habilita el crecimiento.

Abandonar lo construido en su ciudad de origen,

familia, amigos de toda la vida, de los que se eligen,

su piso recién estrenado, un hogar estable pero virgen,

una vida fácil, ganada a pulso, de las que ya no exigen.

Pasaban los segundos desde la noticia que le rompió el corazón,

con cada milésima el acompañarle se alejaba más de la razón,

tras cinco minutos de actividad cerebral de vértigo, de castigo,

se le acercó lentamente y le susurró al oído: «Me voy contigo».

Kike, el guerrero

De aspecto desaliñado, bohemio e insultantemente interesante,

gafitas pequeñas, rasgos marcados, cabellera larga y de ante,

postrado en una silla de ruedas, aun así, siempre exultante,

brazos de boxeador, sonrisa permanente, mirada penetrante.

Mente afilada, respuesta inteligente al instante,

amigo de sus amigos, ante enemigos, desafiante,

estudioso de laboratorio, a la búsqueda de la panacea,

 

para aquella persona que de movilidad limitada es rea.

Pues no nació con las piernas inertes y sin fortaleza,

el destino le cruzó con un automóvil con crudeza,

ya era médico antes del accidente, ayudar la única certeza,

su ambición mejorar la vida de las personas, insólita proeza.

De siempre enamorado de la vida y sus recompensas,

por la noche con amigos y algún ligue llena las despensas,

fuerzas para soportar las miradas diurnas de compasión,

como si fuera menos, un personaje inferior de ficción.

Pero Kike, lejos de enfadarse, sonríe, seduce y amista,

a todo compañero de fatigas o alma nueva conquista,

pues hace no tanto pecaba de la misma condición,

la de ser incapaz de ponerse en su propia posición.

No hay día que al despertar el accidente lamente,

al pasar la mañana perdona su sino, despeja la mente,

y aunque la rabia por tal injusticia quede latente,

jamás se le verá una actitud agresiva, prepotente.

Canaliza su energía en su microscopio y una probeta,

siempre respetando las cobayas, amistándose con PETA,

ejercicio físico y mental diario, digno del mejor atleta,

con un compuesto químico revolucionario como meta.

Aun así, su problema dista de encontrar una biológica solución,

quisiera un exoesqueleto robótico para recuperar la locomoción,

pero sus precios son prohibitivos, excluyentes, no hay absolución,

menos aún para quien trabaja vocacionalmente en investigación.

La vida sigue y sus salidas libidinosas aumentan,

sus círculos de amistades se ensanchan y acrecientan,

médicos, enfermeras, físicos, filósofos y químicos,

ingenieros, informáticos y algún visionario alquímico.

Entre tanto amigo consigue montar un think tank, un equipo,

para idear alternativas que a cualquiera quitarían el hipo,

en pocos meses diseñan un económico y viable prototipo,

de la silla y sus dificultades piensa: «¡Pronto, me emancipo!».

Exoesqueleto ligero, flexible y resistente como el grafeno,

invisible bajo unos pantalones, poderoso como un trueno,

movilidad plena, autonomía hasta la vigesimocuarta hora,

Kike extasiado y emocionado, la felicidad plena aflora.

El caminar ya forma parte de la actualidad, del presente,

el correr se gesta en un futuro increíblemente inminente,

tras varios intentos fallidos, alcanza velocidades dementes,

cien metros en cinco segundos, realidad a prueba de creyente.

Saltos de cinco metros con precisión, sin daño colateral,

zigzagueo a velocidad de vértigo, tecnología sin bozal,

simbiosis absoluta con su portador, fuerza bestial,

lejos queda la aparatosidad de una prótesis dual.

Empapado de júbilo decide compartir su invento con el mundo,

tras publicar a los cuatro vientos le llueven ofertas en un segundo,

tecnología diseñada a medida, a gusto del consumidor,

rescatador de vidas limitadas, de su bienestar servidor.

Tras vender unidades con lista de espera infinita, con éxito rotundo,

le contacta la CIA con la intención de reclutarle, con un fin inmundo,

oportunidad de desarrollar curas y soluciones en un entorno fecundo,

a costa de un uso mortífero, en un planeta ya de por sí moribundo.

Consulta con su equipo, contrastan todas las posibilidades,

decisión unánime en contra del promotor de fatalidades,

el servicio de inteligencia ofrece comprarle la patente,

a cambio de medios y una cantidad de dinero ingente.

Una vez más rechaza la oferta por el bien de la gente,

de las posibles víctimas y, sobre todo, el de su mente,

esa misma noche allanan su taller y le roban los planos,

pero Kike ya tiene la patente registrada, su destino a mano.

La regala al mundo, la libera con una condición,

prohibir cualquier uso militar en toda nación,

carencias motoras como único acceso,

diseño a medida, como contraseña un beso.

Solo los discapacitados tendrán dichos superpoderes,

nunca más indefensos ante desalmados y otros subseres,

se cambian las tornas, el débil se vuelve suprahumano,

convirtiendo el sufrimiento en empatía, en trato hermano.

Maite, la tesorera

Veinte años trabajando para la misma empresa,

papeles, hojas de cálculo, e-mails y alguna remesa,

jornadas eternas, de nueve a nueve atada a su mesa,

joven, creativa, fiestera, indomable, jamás presa.

Soñadora, viajera, fanática de Interraíl y experiencias nuevas,

sentó la cabeza sin querer, de a pocos fue entrando en la cueva,

ascendiendo por inercia, días iguales nieve o llueva,

llama tenue en su corazón, nada que la conmueva.

Ahogando las penas sola y rodeada cada fin de semana,

café, alcohol y cigarrillos para copar una vida malsana,

vacía, atada por una hipoteca, pastillas blancas como nana,

en sueños buscando una huida hacia el pasado, una liana.

Parejas estables, pero oníricamente aburridas,

adicta a visualizar series y películas divertidas,

alma juvenil pidiendo auxilio de una existencia suicida,

sin emoción, sin pena, sin alegría, muerte en vida.

Rebelión del alma, de su yo real, a la puerta,

buscando una vía de escape, una contraoferta,

hacia una existencia excitante e incierta,

un resquicio de esperanza redescubierta.

Decidió tomarse unas vacaciones para a si misma reencontrar,

para revivir viajes por la vieja Europa, el presente desterrar,

en cada parada abrir el álbum mental de todo antiguo recuerdo,

sin fin, sin reglas, sin condiciones, sin expectativas, sin acuerdo.

París, Londres, Praga, Bratislava, memorias cercanas,

Helsinki, Oslo, Roma, Venecia, emociones hermanas,

última parada, la Plaza Roja de Moscú, en el cálido verano,

amistades por reencontrar, noches de vodka, ambiente cercano.

Todavía tenía los teléfonos de Oksana, Mijail e Iván,

consiguió reunirlos para averiguar su presente y a dónde van,

si seguían vivos por dentro y por fuera, si eran felices,

para aprender de sus vidas, de sus aciertos, de sus deslices.

Oksana seguía pintando en el silencio de la madrugada,

tras horas de fiesta, de tertulia, borracha pero jamás drogada,

por las tardes hacía de guía de los misterios encerrados de la ciudad,

contando su historia al máximo detalle, con fluidez, sin brusquedad.

Mijail vivía en las afueras, rodeado de bosques frondosos,

talaba árboles, al mediodía se cruzaba con varios osos,

por la tarde, recargaba pilas meditando a plena luz del día,

al ocaso, sacaba su antigua máquina de escribir, y escribía.

Iván, tras largos años de noche, se alistó en las fuerzas especiales,

encontró orden, disciplina, vocación, hermandad a raudales,

al perder a varios compañeros de fatigas en misiones fratricidas,

montó una empresa privada de exsoldados, mercenarios homicidas.

Maite compartía con todos ellos ideas e ideales,

dejaría para otra vida los combates mortales,

la vida en la naturaleza para retiros puntuales,

sí descubriría los misterios de ciudades ancestrales.

De profunda tertulia con el trío moscovita,

tuvo una epifanía repentina y bendita,

vivir sus experiencias y aprender de ellas,

plasmarlas en una guía, dejar sus huellas.

Tras Moscú, vendrían Volgogrado y San Petersburgo,

más ciudades conocidas pasando por Hamburgo,

viviendo experiencias nuevas en todas las ciudades,

aprendiendo de su historia, sus gentes, sus sociedades.

Aventuras refrescantes y variadas en el día a día,

escribiendo sumergida en la naturaleza con energía,

noches divertidas y excitantes en todas las zonas,

compartiendo, disfrutando de un sinfín de personas.

Juventud realcanzada, sueño cumplido,

por fin volver a ser lo que había sido,

vida redimida, abandonando el nido,

la oficina desterrada y en el olvido.

Venceslao, el vecino de al lao

Hombre humilde, tranquilo y bonachón,

pasaba las tardes sentado en su balcón,

estudiaba los árboles y los cielos con pasión,

saludaba sonriente a los vecinos con ilusión.

Jamás un mal gesto, todos los perros corrían a saludarle,

cariño a espuertas a todo ser vivo que quisiera hablarle,

pacientemente jugaba con los niños, los más pequeños,

escuchaba atento a los mayores, sus problemas, sus sueños.

Se jubiló hace cinco años, tras cuarenta años en la mina,

viudo desde hace diez, conserva fotos en la vitrina,

pues su mujer, Rocío, era su amor único y verdadero,

corazón noble y puro, le enseñó a amar sin pero.

Al caer la noche lloraba, se apenaba, la echaba de menos,

por el día la luz le invadía, recordando momentos buenos,

cualquier traza de belleza, ya sea mineral, animal o vegetal,

alejaba de su alma la penumbra, la soledad, cualquier mal.

Se sentía solo y a la vez tremendamente acompañado,

todo le despertaba curiosidad, su cerebro empapado,

pero al girarse para compartir lo nuevo hallado,

encontraba un vacío enorme, existir desconsolado.

La añorada Rocío, a disfrutar y a amar la vida le había enseñado,

a apreciar la belleza interior de una oruga y la exterior de un venado,

a escuchar, a aprender de cualquier ser libre o autoencadenado,

ya sea por sus coetáneos bienvenido, obviado, amado o desterrado.

Toda persona tiene un presente, un futuro, pero sobre todo un pasado,

todo el mundo alberga en su ser una enseñanza, una lección, un legado,

al fin y al cabo, la experiencia, el saber no ocupa lugar en la sesera,

o quizás, en el aura, en el alma, más allá de una futura calavera.

Reencontrarse con Rocío en el más allá para él es una certeza,

seguir vivo: por curiosidad, por conocer, una auténtica proeza,

el suicidio, al morir su amor, se le pasó bastante por la cabeza,

pero tal afrenta a la vida es delito en el paraíso y en La Meca.

No sabe si creer en un Dios omnipotente y todopoderoso,

uno que le quitó a Rocío antes de tiempo, envidioso,

que no le otorgó vástago alguno, insidioso,

pero le otorgo una vida completa, misericordioso.

«¿Las vías del señor son inescrutables?»,

¿realmente hay libre albedrío?, ¿su criterio excusable?,

¿quién, de su dolor nocturno, es responsable?,

¿tenerlo todo para luego perderlo, una lección inevitable?

Tras cuestionarse estas reflexiones trascendentes,

cada noche al cerrar los ojos, con los sentidos conscientes,

llega la hora de tomarse una copa de absenta, al dente,

a la espera del cielo, un paraíso artificial apagando la mente.

Despertares pesados, pero con el amanecer disfrutando,

cada vez más amigos le visitaban, días charlando,

aprendiendo sobre cada uno, nexos encontrando,

diálogo como herramienta, problemas solucionando.

Un buen día, uno de esos amigos a los que a diario escuchaba,

le comentó que estaba a punto de un fallo renal y un riñón necesitaba,

él se ofreció encantado y al aprobar el médico la compatibilidad,

se dispuso a la operación, en ella vio de redimirse una oportunidad.

De esta forma un alma amiga perduraría,

su vida en el cuerpo de otro se alargaría,

en hacer el bien a quien lo merece colaboraría,

en caso de complicación, con su amada se reuniría.

Venceslao estaba fuerte como un roble, como una estantería,

fruto de una mente limpia y una vida sana ejercitada en el día a día,

 

pese a las largas jornadas de mina, su físico no se había desgastado,

para la operación y el postoperatorio estaba más que preparado.

Tendido en la sala quirúrgica se preparaba mentalmente,

para lo mejor y lo peor, en ambos casos ganaría ampliamente,

comenzó el efecto de la anestesia, oscuridad, sueño pesado,

primeras complicaciones, se detuvo su corazón apesadumbrado.

De repente vio luz al final de un túnel, se dispuso a caminar,

seres queridos difuntos dándole una palmada al pasar,

en la luz Rocío: bella, sonriente y relajada, como en el altar,

se abrazaron, besaron y emocionados se pusieron a llorar.

Entre lágrimas, Rocío le dijo que su hora aún no había llegado,

que debía de reencontrar el amor en la tierra, extender su legado,

que luego, en la eternidad, él volvería y estaría a su lado,

su misión entre los vivos distaba de haber terminado.

La reanimación le devolvió a la vida, su corazón en sangría,

entre lágrimas resucitó, sabedor de que con su amor se reuniría,

pero ¿ser feliz con otra a sabiendas de que con Rocío volvería?,

¿otra lección?, ¿otro escollo?, ¿de ello qué diablos aprendería?

Venceslao tenía el corazón totalmente cerrado,

en ninguna otra, desde que la conocía, se había fijado,

retó al destino manteniendo su amor sellado,

murió de viejo y, finalmente, volvió a su lado.

Zoe, la sicaria

De porte elegante y sensual,

habla seis idiomas, viste casual,

cien muescas en su pistola,

siempre que puede, trabaja sola.

De niña amante de la naturaleza,

en la caza una auténtica proeza,

el rifle manejaba con firmeza,

proveía a su familia a diario una pieza.

Como un sabueso, a sus presas mataba con crudeza,

con el tiempo aprendería a matar con sutileza,

de la necesidad, del bien y del mal se hizo jueza,

mente fría, pulso de cirujano, insuperable cabeza.

Ojito derecho de su padre, parado de profesión,

mil negocios había montado aspirando a una mansión,

y aunque no le faltara creatividad e imaginación,

era nefasto en el arte y la maña de la negociación.

Cada intento de un futuro mejor forjaba con ilusión,

su tesón, su tozudez, su terquedad, su perdición,

la niña, hambrienta, en robar tenía más que tentación,

no la detenían in situ, pero en casa forzaban la devolución.

En el colegio se burlaban de los zapatos agujereados de Zoe,

compañeras desaparecidas, misterios a lo Edgar Allan Poe,

décadas más tarde encontrarían en el bosque sus cabezas,

con sonrisa de Joker, zapatos por dientes colocados con delicadeza.

Pero de ella nadie sospechaba,

chiquilla pobre y desamparada,

tímida, ni las palabras acababa,

en el entorno colegial, abrumada.

Pese a todo, en los estudios ganaba,

en biología y en anatomía deslumbraba,

en comunicación escrita destacaba,

en educación física dotes acumulaba.

Alcanzada la mayoría de edad se unió a los Servicios de Inteligencia,

quería ser agente de campo, pulir sus habilidades, ampliar su sapiencia,

sacar a su familia de la pobreza extrema, de la cuasi indigencia,

matar como profesión, dentro de la legalidad, pero con independencia.

Su primera misión, un gran capo de la mafia local,

le mató con un beso, cargado de adrenalina en el labial,

pues el mafioso sufría del corazón, aceleración letal,

al mundo, y especialmente a su ciudad, libró de un gran mal.

Para el siguiente trabajo subió un eslabón,

un político corrupto y peligroso por cabezón,

convencido de poder usar como latifundio a su nación,,

le mató en sueños con una burbuja de aire al corazón.

Por último, el golpe por el que empezaron a seguirle la pista,

se unió como agente secreto a una célula yihadista,

escaló hasta hacerse amante del primero de la lista,

en una reunión de la cúpula, se deshizo de todo terrorista.

Según pasaban se inclinaba para sumisamente retirarles el calzado,

les hacía un micro corte en la arteria femoral, objetivo alcanzado,

sin llamar la atención, a todos había matado, desangrado,

cobra descabezada, a la organización un profundo legrado.

Tenía cinco minutos para huir en el Jeep del amante engañado,

en quince segundos de las víctimas se había alejado y escapado,

a apenas veinte minutos le esperaba un helicóptero aparcado,

golpe sobre la mesa, la atención de los poderes fácticos había logrado.

A los dos días la contactó la hermandad de la serpiente,

poderosa sociedad secreta desde milenios, el mal como cliente,

por encima de corporaciones, bancos, políticos y naciones,

influencia compartimentada y ramificada en todos los bastiones.

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