De uno a cuatro

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EL DESARROLLO DE LA VOLUNTAD

Los educadores se enfrentan diariamente con la vida volitiva de los niños, puesto que la voluntad se dirige siempre hacia afuera, hacia la acción, a diferencia del pensar, que se produce en el interior de los niños.

Hasta el cuarto año, la voluntad se halla determinada, sobre todo, por lo instintivo. A esa edad los niños no han progresado tanto como para poder dirigir ellos mismos su fuerza de voluntad. En primer lugar, es el ejemplo de las personas que encuentra en su entorno inmediato el que se ocupa de poner orden en sus acciones y conductas.

— NO DEBE APELARSE DEMASIADO TEMPRANO A LA CAPACIDAD DE DECISIÓN DE LOS NIÑOS —

El momento en el que la propia voluntad se manifiesta con todas sus fuerzas: la fase de la oposición

UNO DE LOS PERÍODOS VOLITIVOS INSTINTIVOS MÁS IMPRESIONANTES ES LA LLAMADA “FASE DE OPOSICIÓN”. El niño nos muestra que él también puede ser testarudo, pero si lo observamos con detenimiento queda claro que, en realidad, es víctima de su propia “testa”. Su terquedad es la expresión exterior de una lucha interior, a través de la cual el niño se queda internamente bloqueado de vez en cuando. ¡En tal caso no podemos hablar de nada más alejado de la libre voluntad humana!

Como el niño pequeño todavía no dispone de esa voluntad libre, reacciona a una exigencia vehemente del adulto con un comportamiento negativo. A primera vista su reacción parece expresar indignación o sordera interna, pero en realidad se trata, sobre todo, de un signo de la sensación infantil de impotencia. Este tipo de reacciones aparecerán con menor frecuencia cuando el niño se sienta rodeado de una buena atmósfera y si en la educación se hace particular hincapié en lo que se les permite hacer a los niños. En lugar de decirle “No corras”, es mejor indicarle “Ve despacio”.

Las palabras mágicas son: buenos hábitos y límites claros. En esta fase es cuando los padres necesitan, de forma especial, muchísima destreza en el trato con sus hijos (véase también página 98).

Quizá lo podemos dejar más claro mediante un ejemplo. ¿Qué sucede si le preguntamos a un niño pequeño qué quiere que le pongamos en el pan? En realidad quiere de todo, puesto que todavía no sabe manejar esas posibilidades de elección. Este tipo de situación solo comporta un fatigoso tira y afloja y un enfrentamiento verbal. No hay que apelar a la capacidad de decisión de los niños, por la simple razón de que todavía no la poseen. Si se apela a ella demasiado temprano, se hace a costa de su vitalidad, y eso habría que evitarlo a cualquier precio, precisamente en esta fase en la que lo más importante es la formación sana del cuerpo.

Eso significa que son los padres quienes deben tomar las decisiones a partir de aquello que les parece lo mejor para su hijo. No es una tarea fácil ni evidente para muchos padres, puesto que resulta más agradable reflexionar con su hijo y darle la libertad para decidir en lugar de ponerle constantemente fronteras. Los padres deben aprender precisamente a percibir lo que es mejor para su propio hijo. Deben atreverse a emplear su autoridad como padres con la convicción de que, de ese modo, le ofrecen a su hijo protección y seguridad, por muy inseguros que se puedan sentir ellos en realidad.

En la infancia el sentido natural de admiración y curiosidad —si se le permite crecer— forma el núcleo de cualquier búsqueda de conocimiento en el futuro

RUDOLF STEINER∼

LA EDUCACIÓN ENTENDIDA COMO UN ARTE

Para ser un buen educador, en realidad debería bastar con dar a los niños buenos ejemplos, puesto que ellos permanecen totalmente fuertes. Sin embargo, se producen muchas situaciones en las que los niños no imitan al adulto.

UN NIÑO QUE, POR EJEMPLO, SE NIEGA A CEPILLARSE LOS DIENTES, TAMPOCO VA A HACERLO SI EL ADULTO SE LOS CEPILLA DELANTE DE ÉL. SI POR EL CONTRARIO, SE LE RIÑE, SOLO SE CONSIGUE EMPEORAR LAS COSAS. A MENUDO NOS SENTIMOS IMPOTENTES CUANDO LOS NIÑOS SE NIEGAN A COMER, A DORMIR, O SIGUEN NECESITANDO LOS PAÑALES. ¿CÓMO HAY QUE TRATAR A UN NIÑO CON EL QUE NO SIRVE EL BUEN EJEMPLO NI EL DECIRLE LAS COSAS CON DETERMINACIÓN? PARA RESPONDER A ESTA PREGUNTA, EN ESTE CAPÍTULO VAMOS A TRATAR ALGUNOS DE LOS ASPECTOS PRIORITARIOS EN LA EDUCACIÓN DE LOS NIÑOS PEQUEÑOS.

LA ATENCIÓN

Los niños necesitan mucho cariño y atención en todos los ámbitos imaginables, empezando por el de su seguridad. No hay que dejar a un niño desatendido ni un solo instante, aunque la cercanía inmediata y constante de los padres no es la misma para un niño de un año que para uno de tres, con el que se pueden estimar mejor los posibles peligros. En cualquier caso, los padres deben disponer de buenas “antenas”. Esa sensación de unión con nuestro hijo posibilita que tengamos la corazonada de mirar lo que está haciendo en un momento dado, y a menudo resulta que la intranquilidad estaba justificada. A lo mejor en ese instante el niño está comiendo un paquete entero de galletas o embadurnando el cuarto de baño con pasta dentífrica, con la intención de imitar a su padre que la tarde anterior estuvo pintando las paredes del cobertizo. Cuanto mejor sea el desarrollo de ese tipo de “sensores” por parte de los padres, mayor será el espacio de libertad de movimiento que le pueden dar a su hijo para que descubra el mundo y juegue a placer.

— LOS PADRES NECESITAN TENER “ANTENAS”, EN LOS PRIMEROS 7 AÑOS —

La prisa no es una buena aliada en lo que concierne la participación y el interés en la vida infantil.

La mayoría de las veces nuestro mundo de adulto está dispuesto de tal modo que, consciente o inconscientemente, tenemos una meta presente y el camino que lleva a ella tiene una importancia secundaria y, con frecuencia. lo recorremos a toda prisa.

Los niños pequeños viven aún en un mundo muy distinto al nuestro. Si, por ejemplo, queremos ir a comprar, para nosotros ponernos el abrigo es una cosa secundaria que ejecutamos sin prestarle mayor atención. Para los niños, por el contrario, en ese instante esa actividad es lo único que importa y para ellos es lo de menos si dura un minuto o cinco. Lo que es real para un niño es que quiere ponerse él mismo su abrigo y está entregado en cuerpo y alma a esa actividad.

Un momento de reflexión

NO DEBEMOS PRESTAR ATENCIÓN A LOS NIÑOS SOLO PORQUE NOS PREOCUPA SU SEGURIDAD. Necesitan nuestro interés verdadero y atención sin tener que pedírnoslo expresamente, y deberían percibir nuestro cariño en todas nuestras acciones diarias. El niño siempre agradecerá los pequeños gestos, como acariciarle la cabeza o cualquier otra muestra de nuestro afecto.

Hay muchas cosas en la vida familiar de las que los padres deberían ocuparse. Es realmente un arte poder dedicarse a las cosas más diversas sin desatender ni un solo ámbito, y es algo que es necesario aprender. En las familias en las que eso no funciona correctamente, a menudo son los niños pequeños quienes deciden lo que debe estar en el centro de atención: ellos mismos.

— LOS PEQUEÑOS TAMBIÉN QUIEREN AYUDAR EN LAS TAREAS DE LA CASA —

Podemos perfectamente prestar la atención necesaria a nuestro hijo y al mismo tiempo ocuparnos de las tareas domésticas. Muchos padres tienen la tendencia a hacer en algún momento y a toda prisa las cosas de casa, para no escatimar tiempo al niño; pero precisamente las tareas de casa le ofrecen al niño una gran variedad de posibilidades para imitar y descubrir cosas. Resulta realmente interesante ver que a lo largo del día hay muchas cosas en las que podemos dejar participar a nuestro hijo. Es evidente que no lo podemos hacer todo con él; sin embargo, es aconsejable alternar los momentos de trabajo conjunto con los momentos en que cada uno se ocupa de sus cosas.

En el caso de los niños acostumbrados a exigir mucha atención y a recibirla, no va a resultar fácil introducir ese tipo de ritmo. Al principio solo vamos a conseguir mantener durante poco rato una distribución o partición fija del tiempo, porque los niños aún no soportan estar a la expectativa durante mucho tiempo. Intente hacerle atractivo el paso de una actividad común a un momento en que debe jugar solo, diciéndole, por ejemplo: “Primero voy a limpiar la cocina y después vamos a ir al parque. Mientras tanto puedes jugar, hasta que yo termine”.

— EL NIÑO DEBE ACOSTUMBRARSE A UN RITMO DIARIO FIJO —

Si su hijo no está acostumbrado a jugar solo, va a estar esperando impacientemente y observando una y otra vez, si ya ha terminado usted su tarea. Cuanto mejor consiga mantenerse a lo acordado previamente, aun cuando reciba una llamada de teléfono inesperada, más fácilmente aprenderá su hijo a jugar solo.

¿Conoce usted este problema?

¿CÓMO PUEDO ARMONIZAR MIS PROPIAS NECESIDADES CON LAS DEL NIÑO?

Casi ningún niño puede soportar que el padre o la madre lean, estudien, vean la televisión o llamen por teléfono, puesto que en dichas actividades el adulto centra su atención en ámbitos a los que el niño no tiene ningún acceso. Por el contrario, eso no sucede al hacer punto, al planchar, al arreglar las cosas de la casa o si trabajamos en el jardín, puesto que en todas esas actividades resulta posible implicar a los niños. Quienes no disfruten con estas actividades prácticas y prefieran leer o estudiar, resultarán a menudo frustrados. Una posible solución es llevar a nuestro hijo a un grupo de juego en casa de otra familia, o dejarlo con alguien que haga de canguro, de modo que podamos crear un espacio para nuestras propias necesidades.

 

ALGUNOS CONSEJOS PARA EVITAR ESA ESPIRAL NEGATIVA


* Retrospectiva del día

Por la noche haga un breve repaso de los acontecimientos del día. A menudo recordará, en primer lugar, los sucesos negativos. No obstante, procure recordar como mínimo el mismo número de momentos positivos.

* El elogio

En ese tipo de situaciones sin salida, elogie a su hijo un poco más de lo usual cuando haga algo bien.

* Las actividades conjuntas en determinados momentos

Incluya en su plan diario algunas actividades fijas que pueda realizar conjuntamente con su hijo: ver las ilustraciones de un libro, cantar una canción, recoger las migas de pan de la mesa y dárselas a los gorriones o cualquier otra actividad que alegre a su hijo. Si esos momentos bonitos retornan diariamente, el niño aprende a confiar en que se van a producir sin tener que lloriquear.

Si no consigue prestarle la suficiente atención a su hijo, puede suceder que de vez en cuando se genere una espiral negativa: su hijo va a lloriquear hasta que usted se ocupe de él y sienta que realmente lo toma en cuenta. Si usted no reacciona a sus peticiones para ir a ver, por ejemplo, su nueva obra de arte o su preciosa construcción —o lo hace de forma distraída— su hijo intentará hacer patentes sus deseos de otra manera, por ejemplo llamándole a grito pelado, o rompiendo algo. La mayoría de los niños pequeños disponen de un repertorio muy amplio de este tipo de acciones. Si está usted cansado o concentrado en sus problemas, puede suceder con facilidad que no reaccione hasta que no se produzca un comportamiento de ese tipo, tan molesto que sea imposible no percibirlo. Su propia irritabilidad despertará posiblemente un comportamiento negativo en su hijo, que a su vez le exigirá de nuevo más energía. En mayor o menor medida, este es un círculo vicioso muy conocido por los padres.

También puede endurecerse el ambiente si a los padres no se les ocurre nada mejor que castigar al niño. En uno de los siguientes capítulos dedicaremos más atención a los castigos y a los premios.

EL RITMO, LOS HÁBITOS Y LOS RITUALES

En todas las familias se repiten determinadas acciones a lo largo del día, como, por ejemplo, levantarse, vestirse, comer.

Cuanto más previsible sea el transcurso del día para los niños, más fuerte son el sostén y la seguridad que les ofrecemos. A través de esas actividades que se repiten regularmente, como comer y dormir, y a través también de otros hábitos del hogar, los niños adquieren poco a poco una idea del tiempo y de las relaciones a su alrededor, en una palabra: entonces pueden conocer y comprender la vida. Cuanto más agradable y atractivo sea el entorno, con mayor naturalidad podrán adaptarse a los hábitos de la familia.

Sin embargo, si el plan u horario diario es demasiado rígido, los niños se sentirán encajonados. Nuestros días deberían poder respirar de forma alegre y ligera. Los niños deberían moverse y descansar siguiendo cambios rítmicos, estar con otros y a solas, fuera y dentro, comer y no comer; y eso también incluye ordenar y guardar sus cosas, ensuciar las cosas y volver a dejarlo todo limpio.

Los padres deberían revisar regularmente, si los hábitos existentes son adecuados a la edad o hay que cambiarlos.

POR PONER ALGÚN EJEMPLO


* Evidentemente a un niño de un año hay que vestirlo y desvestirlo, pero a otro de tres años se le puede animar a que trate de hacerlo él solo.

* Un niño de un año a menudo necesita para desayunar, almorzar o cenar una porción de comida más grande que un niño de dos años, de modo que a este último no habría que llenarle tanto el plato.

* En el caso de los niños pequeños, el cuidado corporal ocupa todavía gran parte del día, mientras que ese ya no es el caso de niños algo mayores que son un poco más autónomos.

* Además del estricto cuidado corporal, son necesarias otras capacidades de los padres. Saber soltar, aflojar las riendas, se convierte ahora en algo importante para que el niño aprenda a hacer cosas por sí solo y realice sus propios descubrimientos. Quien observe a su hijo con cariño y preste atención a todo lo que hace sabrá lo que es necesario y cuáles son los hábitos que hay que cambiar.

Los rituales, en forma de hábitos regulares, pueden ocupar un lugar especial dentro de la vida familiar. En la iglesia tienen una importancia central: están al servicio de la vivencia religiosa. Dentro de la familia puede tener un efecto similar. Sirven para crear una atmósfera de paz y recogimiento, por ejemplo, antes de las comidas o al ir a la cama. Durante esos instantes, la vida cotidiana se para por un momento y, a continuación empezamos a comer con la atención necesaria, si es por la noche, nos despedimos del día antes de irnos a dormir. A los niños les gustan los rituales, su imagen y carácter plástico y, en general, cualquier tipo de repetición. Los rituales pueden ser muy diversos. A lo mejor un adulto escoge decir un dicho o una oración al principio de una comida, mientras que otro prefiere encender una vela o mantener un momento de silencio. En cierto sentido, no se trata tanto de lo que se hace, sino de cómo se hace y con cuánta fidelidad y atención se está en ello. Esa participación interior es más fácil de realizar, cuanto más sencillos y cortos sean los rituales familiares.

¡No hay reglas sin excepciones!

ALGUNAS VECES —POR EJEMPLO DURANTE LOS PERÍODOS DE ENFERMEDAD, O COMO CONSECUENCIA DE SUCESOS MUY DECISIVOS, O TAMBIÉN CUANDO UNO DE LOS PADRES ESTá SOBRECARGADO—, los hábitos o las reglas pasan más o menos a un segundo plano. Así pues, un niño enfermo puede necesitar una atención especial durante la noche, o quiere dormir en la cama de los padres, o quiere beber algo porque tiene sed a causa de la fiebre, etc. Mientras un niño esté enfermo está totalmente justificado atender esos deseos. A lo mejor ese niño siente miedo, y posiblemente sus padres también, porque tose o tiene mucha fiebre. No resulta muy fácil determinar cuándo un niño ha dejado de estar enfermo y pueden volver a retomarse los hábitos anteriores.

— LOS RITUALES CONSTITUYEN MOMENTOS CLAVE EN LA VIDA FAMILIAR —

Los hábitos y los rituales forman parte de cada familia. A menudo tienen su origen en lo que los padres conocen de su infancia y juventud. Otras veces proceden de modelos del entorno o de determinadas concepciones sobre la educación, pero también son el fruto de las posibilidades e imposibilidades inmediatas dentro de la familia.

A veces los nuevos hábitos surgen tras la lectura de un libro o después de una conversación con otros padres. Sin embargo, los nuevos hábitos desarrollan realmente sus efectos cuando se practican y se convierten, de forma natural, en parte integrante de nuestra propia actividad y conducta.

LAS REGLAS Y LOS LÍMITES

El ritmo y los hábitos surten efecto, sobre todo, en la región del inconsciente.

Las reglas y los límites, por el contrario, se aplican de forma más consciente se adentran, con mayor intensidad, en la conciencia del niño. Los acuerdos sirven en primer lugar para dar seguridad y, además, permiten que la convivencia entre los padres y los niños transcurra de forma armónica. Si estos acuerdos son respetados por cada miembro de la familia, crean sostén, generan orden y, sobre todo, ofrecen a los niños una atmósfera de seguridad y protección. Las reglas siempre han de estar al servicio de algo y nunca ser una meta en sí mismas.

A quienes no logran enseñar a su hijo las reglas familiares y señalarle dónde están los límites, les ayudará observar con detenimiento las situaciones en que lo consiguen sin dificultades. En la mayoría de los casos se trata de normas que están relacionadas directamente con la seguridad del niño, como, por ejemplo, la prohibición de tocar los fogones de la cocina. Intenten trasladar a otras situaciones esa misma capacidad de persuasión con la que le han enseñado a su hijo esta regla tan práctica.

Las fronteras serán distintas también en función de la edad del niño. En el caso de un niño de un año, los límites que no puede sobrepasar son muy claros: su cama, de la que no debe saltar, las rejas de su parque, las rejas delante de la escalera o el cinturón de su sillín. Este tipo de limitaciones son las más adecuadas para un niño pequeño, puesto que son palpables y todavía no apelan a su conciencia o a su capacidad de recordar. Lo cómodo de este tipo de fronteras es que el niño suele aceptarlas como reglas naturales, puesto que son, en mayor o menor medida, independientes de aquel que las ha fijado, por eso, las eventuales protestas se dirigen más contra el mismo límite que contra el adulto.

Con la edad, desaparecen cada vez más esas fronteras “palpables”. El mundo del niño se amplía, el parque ya no sirve y el niño es capaz de bajar de su cama. Ahora es el momento de introducir nuevas fronteras, pero todavía deben ir acompañadas de experiencias que los niños vivan de forma directa. Si no se logra que un niño desista de tocar el equipo de música, se le puede hacer palpable esa prohibición colocándolo en otro sitio donde no pueda jugar con él. En esta fase y este contexto, ¡la educación consiste en actuar, en hacer! Evidentemente, también es correcto acompañar esas medidas con palabras, puesto que, de todos modos, a lo largo de la infancia las palabras van a sustituir a las acciones y a las reacciones. Sin embargo, en esta fase temprana las palabras de advertencia tienen como mucho una función de apoyo y no sustituyen la intervención activa. Lo que usted dice no es tan importante. Es la fuerza que irradia la propia acción lo que su hijo experimenta como el establecimiento de un límite. Si usted, por el contrario, reacciona enfadado o molesto, su hijo a menudo se bloquea interiormente y, con toda seguridad, se cierra a lo que usted quiere de él.

ALGUNOS CONSEJOS PARA EL ESTABLECIMIENTO DE REGLAS Y LÍMITES:


* Quien pone límites a un niño, porque hay algo que no debe hacer, debería mostrarle al mismo tiempo aquello que es evidente que sí puede hacer. No es necesario que el adulto se lo explique siempre de forma detallada. Si quiere dejar claro cuáles son los objetos que puede tocar, basta con que le diga con convencimiento: “¡Esto es tuyo!”. O quien, por ejemplo, quiere enseñar a un niño que no debe sacar todos los libros de la estantería, puede destinar una pequeña estantería para él en la que pueda tener sus propios libros. Si el niño quiere ayudar a quitar la mesa, se le puede dar algo que no se rompa. De todas maneras, intente tener la vivienda de tal modo que haya muchas cosas que el niño pueda y le permitan hacer.

* En el momento de trazar los límites, sus actos deben corresponderse con su expresión y sus palabras. En el niño ejerce un efecto desconcertante si le advierte de algo con palabras severas, pero al mismo tiempo es usted incapaz de reprimir una sonrisa: todos sabemos que algunas travesuras de los niños pueden resultar a la vez muy dulces y simpáticas.

* No puede esperar de un niño pequeño que recuerde mañana las fronteras que se le han impuesto hoy, y que actúe en consecuencia. Aunque usted le haya dicho diez o veinte veces que no tome los libros de la estantería, su hijo seguirá sintiéndose irresistiblemente atraído por ellos, y los libros seguirán siendo para él algo fascinante. Después de intervenir repetidas veces, poco a poco empezará a notar que hay cosas que no debe hacer, pero eso no significa, ni mucho menos, que pueda resistir la fuerza de atracción de lo prohibido. Todo ese procedimiento requiere tener una paciencia de santo.

* Es mejor actuar de forma consecuente y clara con un número reducido de reglas, que declarar con vigor muchas prescripciones poco claras. Piensen en qué reglas son importantes para ustedes como padres y cuáles desean enseñar a su hijo, y después aténganse a ellas de forma decidida. Explíquenles a los hermanos mayores o a quien haga de canguro, cuáles son las normas de la familia y pídanles que, por favor, las respeten.

 

A los tres años los niños ya deberían conocer determinadas reglas y los límites que hay en casa, y obedecer cuando se les dice algo; pero también se ha de tener en cuenta que si se insiste demasiado en el ritmo diario y en las reglas de la casa, existe el peligro de que la educación degenere en un mando severo, algo que hay que evitar a toda costa. Un buen ayudante en este caso es el humor: con él puede observarse a sí mismo y cada situación que vive.

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