De uno a cuatro

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EL DESARROLLO MOTOR

Después del primer año de vida, la mayoría de los niños alcanzan una de las metas más importantes del desarrollo motor: logran mantenerse de pie y avanzar agarrados a los muebles, y algunos pueden andar sin tener que sujetarse a ningún sitio.

A partir de ahora aprenden a moverse cada vez con mayor destreza. Al principio dirigen sus movimientos según lo que sucede delante de ellos, pero paulatinamente desarrollan la percepción para lo que se encuentra a su lado y, finalmente, para el espacio que hay detrás de ellos. Durante este período los niños tienden a ejecutar sus movimientos de forma simétrica y a utilizar por igual, con la misma frecuencia y alternativamente, su mano derecha y su mano izquierda.

A partir del tercer año, manifiestan una preferencia por la derecha o por la izquierda. Este proceso se denomina lateralidad. En adelante, el esquema de movimiento es asimétrico: los niños tratan, por ejemplo, de sostenerse sobre una sola pierna. Esta preferencia por la izquierda o la derecha no se limita a las manos o a las piernas, también afecta a los ojos y a los oídos. En general, eso significa que un niño de tres años tendrá preferencia por la mano y la pierna derecha o por la mano y la pierna izquierda. A veces se dan mezclas, hay niños zurdos de mano que emplean preferentemente la pierna derecha. Igualmente en el caso de los ojos y de los oídos existe un lado dominante. Lo podemos observar cuando, por ejemplo, siempre sostienen el teléfono sobre la misma oreja.

— DIVERSIFICAREMOS LAS ACTIVIDADES DE MOVIMIENTO —

Durante esta fase también se desarrolla la motricidad fina. Alrededor del primer año los niños tantean, palpan y sostienen pequeños objetos entre el pulgar y el índice. Poco a poco aprenden a apilar las piezas de un juego de construcción, a comer con cuchara y tenedor, a beber solos de un vaso y a desatar cordones o desabrochar un botón.

Hacia el cuarto año la motricidad fina se ha desarrollado tanto que ya son capaces de vestirse solos o de ensamblar las piezas de un tren de juguete.

Un momento de reflexión

EL APRENDIZAJE DEL MOVIMIENTO EN LOS NIÑOS TAMBIÉN SE PUEDE VER COMO UN APRENDER A ENTENDER LA FUERZA DE LA GRAVEDAD. Aprenden a erguirse en dirección contraria a esta fuerza. Para ejecutar correctamente sus movimientos, todos sus sentidos tienen que cooperar de forma bien coordinada. En el adulto ese tipo de colaboración está tan desarrollada que ya no piensa que en que en cada movimiento ejecutado se hallan implicados varios sentidos. Al ver con el rabillo del ojo el umbral de la puerta, levantará inmediatamente el pie para no tropezar. Correr y sostener al mismo tiempo algo en la mano, correr y mirar hacia atrás, o darle una patada a una pelota sin caer al suelo, son destrezas evidentes para el adulto, pero un niño las aprende con grandes esfuerzos y después de practicar mucho.

EL DESARROLLO DEL HABLA

Habitualmente el desarrollo del habla inicia su plena actividad entre el primer y el segundo año. Durante el primer año los padres pueden haber “preparado el terreno” hablando con su hijo y cantándole canciones.

1ª fase

El primer año de vida se denomina algunas veces período rítmico-musical porque, durante este tiempo, los niños sienten más interés por los elementos musicales, melódicos y rítmicos del lenguaje que por el significado de las palabras. Después de esta fase sigue existiendo esa afinidad, pero, además, los niños desarrollan un interés más verbal: entienden y aprenden a utilizar muchas palabras.

En todo el planeta los niños de pecho comparten un lenguaje idéntico, lo que los adultos denominamos balbucear. Solo más tarde adoptan la lengua materna y el balbucear se especializa, es decir, se mantienen solamente los sonidos que constituyen el fundamento de la lengua materna.

Las primeras palabras que aprenden los niños hacen referencia a las personas, a los objetos y a las acciones de su entorno inmediato, como “papá”, “mamá”, “guau”, “miau“, etc. Al principio las pronuncian de forma totalmente ininteligible, y a menudo solo son capaces de entenderlas quienes siempre están con ellos. Poco a poco aumenta su vocabulario y pueden expresarse con palabras comprensibles.

Generalmente, a la aparición de esa capacidad de expresión le precede un período durante el cual, aunque los niños quieran expresarse con palabras, no lo consiguen. Ese es quizá uno de los motivos por los que tienen fases transitorias en las que están impacientes y refunfuñones, hasta que finalmente logran armonizar mejor el querer y el poder.

El desarrollo de los niños durante la primera infancia

La lengua, espejo del desarrollo del pensar

LAS PALABRAS QUE EMPLEAN LOS NIÑOS NOS PERMITEN HACERNOS UNA IMAGEN DE LO QUE ENTIENDEN DEL MUNDO.

Primero descubren que todo objeto tiene un nombre. En esta fase utilizan solamente sustantivos, de ese modo nos muestran que viven con las cosas que ven, es decir que “son”. Cuando los niños empiezan a utilizar verbos demuestran que comprenden lo activo, lo que está en formación, lo que deviene. Por primera vez se despierta en ellos una idea de lo que es el tiempo. Cuando a los verbos les siguen los adjetivos como “bonito”, “grande”, “pesado”, etc., manifiestan que se están ocupando de los matices y de las cualidades de las cosas.

Durante el tercer año, los niños empiezan a emplear el “Yo” para referirse a sí mismos, a diferenciar entre “yo” y “tú”, “mío” y “tuyo”, y a utilizar pronombres. Entonces podemos deducir que ya sienten a las otras personas como seres autónomos, distintos de ellos, con su propia existencia. Además, cada vez con mayor frecuencia, incorporan a su lengua los llamados conceptos abstractos, como “ayer” y “mañana”, “primero” y “después”.

ALGUNOS CONSEJOS PARA FOMENTAR EL DESARROLLO DEL HABLA

* Para aprender una lengua, lo más importante es tener un buen modelo. Es muy efectivo que el adulto acompañe con palabras todo lo que hace, de ese modo transmite al niño con el lenguaje lo que el niño ve y vive. Si se habitúa a hacerlo y lo hace con ganas, el adulto ayudará sin darse cuenta a que el niño pronuncie correctamente las palabras que quiere aprender. Por el contrario, si le habla en un lenguaje infantil y lleno de diminutivos, el niño empezará de forma instintiva a rebelarse.

* Un niño se podrá expresar mejor y establecer mayor comunicación verbal con otras personas, cuando experimente que realmente se le está escuchando, incluso aunque se embrolle con las palabras o se enrede al construir una frase. A menudo, solo por sus gestos ya sabemos lo que nos quieren decir. El arte de educar consiste ahora en esperar pacientemente hasta que también ellos sean capaces de encontrar, por sí solos, la expresión verbal de lo que quieren decirnos. Del mismo modo, es importante que durante la infancia practiquen el escuchar a otra persona atentamente. Los ruidos de fondo constantes de la radio, disco compacto o de la televisión entorpecen ese proceso, porque los niños se acostumbran desde pequeños a seguir parloteando y hablando en voz alta, aunque haya alguien hablando al lado suyo.

* “Corrección suave”. Cuando los niños pronuncian mal algunas palabras o no construyen bien algunas frases, les servirá de ayuda que repitamos otra vez lo que han dicho de forma clara, pero sin excesivo énfasis. Los niños aprenden a hablar con mayor facilidad en un entorno en el que se sienten seguros. También son muy sensibles a cómo reaccionan los adultos ante sus intentos de hablar.

* Los niños pequeños poseen un sentido muy marcado del elemento musical del lenguaje y adoptan sobre todo la entonación con la que se dice algo. A los niños les encantan los dichos y las rimas, puesto que en ellos el elemento melódico está mucho más marcado que en el lenguaje coloquial.

2ª fase

Tras la fase de las palabras sueltas, es decir, hacia finales del segundo año, los niños empiezan a hablar con frases cortas y entran en un nuevo ámbito de la lengua. La formación de frases está relacionada con estructuras de la lengua que se hallan reflejadas en un gran número de reglas gramaticales. Aunque un niño no es directamente consciente de esas reglas, gracias al buen ejemplo y a sus propias pruebas y experimentos, poco a poco adquiere una sensibilidad y un sentido de las mismas. El buen dominio de la lengua materna y un buen vocabulario son los requisitos más importantes para una facultad de comprensión bien diferenciada y para la adquisición de un pensar rico en matices.

EL DESARROLLO DE LA FACULTAD DE PENSAR

Los primeros aspectos que debe desarrollar un niño en su camino hacia la facultad de pensar son la percepción y el reconocimiento. Al final del primer año ha logrado ya grandes progresos en ese sentido.

Podemos decir que a través de la percepción una parte del mundo exterior entra en el mundo interior del niño. Así, desde pequeños, los niños adoptan con todos sus sentidos muchísimas percepciones que se convertirán en sus imágenes interiores.

Un niño viviría constantemente cada nueva percepción como algo totalmente nuevo y desconocido si no se hubiera formado su capacidad de reconocer. Gracias a este primer paso de la memoria, poco a poco reconoce el sonajero, el plato con la comida o el perro, cuando se los encuentra por cuarta o quinta vez. Al principio son solo percepciones aisladas, pero cuantas más cosas reconoce el niño, tantos más sucesos encajan en una imagen mucho mayor. De ese modo aprenden paulatinamente a entender la relación entre las cosas. Cuando la puerta de su habitación se abre, papá o mamá entran en ella y el bebé, con su sonrisa radiante, da a entender que ha comprendido lo que ahora va a suceder. En un siguiente paso, el bebé estira los brazos si alguien entra y así muestra activamente lo que espera. Con esta forma de captar las cosas nos ofrecen los primeros indicios de su capacidad de combinar y de pensar.

 

Los niños pequeños investigan por su cuenta su entorno y hacen sus primeros descubrimientos. Progresivamente, identifican las relaciones existentes entre las cosas y su capacidad de reconocimiento se afina cada vez más. Esta forma de pensar permanece unida a la realidad visible y al entorno vital de los niños hasta que cumplen cuatro o cinco años. Solo después de ese período adquieren la capacidad de formar pensamientos de forma autónoma, sin ver nada en concreto que esté en relación directa con esos pensamientos.

Además de las percepciones a través de los sentidos, el lenguaje supone un estímulo importante para el desarrollo del pensar. Este se pone en marcha conforme aprenden a denominar los objetos que les rodean.

“Pensar” significa poder establecer una conexión entre los conceptos que se dominan. El niño aprende primero, por ejemplo, lo que es “papá” y después, lo que es “baño”. A continuación logra establecer una relación entre las palabras “papá” y “baño”. Ahora está en condiciones de construir la frase “papá baño”. Aprende a manejar las palabras aprendidas y de ese modo a comprenderlas y a pensarlas.

Las palabras “hilar” o “discurrir” expresan lo que queremos decir: al pensar recorremos un camino. A veces, cuando el niño pequeño piensa en voz alta, podemos seguir ese camino paso a paso.

El mundo interior de los niños no solo se llena del color y de la vida que la realidad diaria les ofrece a través de los sentidos para convertirse en una experiencia anímica; su mundo interior también se compone de la llamada “conciencia mágica”. Es una característica de esta edad gracias a la cual el niño vive en las imágenes. Para él, la realidad y la fantasía van tomadas de la mano. Las brujas, los gigantes, los enanos, los ángeles pueblan ese reino mágico de los niños y son reales para ellos. La mirada de los adultos solo puede entrever de vez en cuando parte de ese mundo, pero la mayoría de las veces nos resulta difícil hacernos una imagen propia. En algún momento determinado, durante la infancia, ese mundo mágico desaparece. Para algunos niños ese proceso se produce de forma paulatina, de modo que los adultos apenas lo perciben.; para otros, tiene un fin repentino.

Durante esta fase, en la que aprenden a reconocer las relaciones existentes entre las cosas, les resulta de gran apoyo que el transcurso de los días sea rítmico y previsible. Cuanto más intenso sea el cuidado que los adultos le dedican a ese ritmo y plan diarios, más fuerte es el sostén y la seguridad que les damos a los niños.

— APRENDER A PONERSE EN LA SITUACIÓN DEL MUNDO MÍTICO DE LOS NIÑOS —

Los padres deben respetar esa conciencia mágica de su hijo y aprender a tratarla de forma correcta. Cuando entienden que los gigantes, los ángeles y los Reyes Magos son miembros de un mundo que conocían y que han perdido, pueden encontrar de nuevo el acceso a ese mundo y hacer que su hijo se sienta comprendido.

EL DESARROLLO SOCIOEMOCIONAL

La base del desarrollo socio-emocional es la vida afectiva.

La característica más importante de los sentimientos es que siempre oscilan entre dos polos, agradable o desagradable, alegre o triste, bonito o feo. Cada sentimiento se encuentra en algún lugar de la escala entre esos extremos de simpatía y antipatía, y va acoplado siempre a experiencias elementales de gana y desgana, atracción y aversión. En el caso de los niños pequeños, todo gira principalmente alrededor del bienestar o malestar corporales. Durante los años de educación infantil esos sentimientos se disocian un poco del propio cuerpo y entran en una relación recíproca con el entorno.

Las fases, una a una

* Si observamos el desarrollo socio- emocional de los niños pequeños, podemos percibir un punto de inflexión alrededor del momento en el que empiezan a emplear el pronombre “yo” para hablar de sí mismos, es decir, entre los dos años y medio y los tres años.

* Antes de esa fase en la que dice “Yo”, el niño pequeño se siente uno e idéntico con el mundo, unido a él en toda su diversidad. Vive de forma inmediata todas las alegrías de su alrededor, pero también todas las tristezas, y reacciona de acuerdo con ellas. Esta alternancia de sentimientos es algo muy típico en los niños pequeños. Para hacer reír a un niño que llora, a menudo basta con un poco de humor o alguna distracción.

* El primer paso en el camino hacia el autoconocimiento es, como hemos dicho, cuando el niño comienza a llamarse a sí mismo “Yo”. Ya no siente ser uno con el mundo, sino que ahora empieza a percibirse como “Yo” frente al mundo y a las otras personas. Ese es para él un sentimiento totalmente desconocido. Al decir “No” a todo, despierta de nuevo en sí mismo esa sensación de ser diferente hasta que esta permanece presente en él —aunque ya sin la necesidad de decir “No”—. Con ello termina la llamada fase de oposición.

En la siguiente fase, que empieza aproximadamente alrededor del tercer año, el “Sí” y el “No” coexisten con el mismo valor. Los niños se hacen más cooperativos y adquieren cierto sentido de lo que son las reglas. Cuando empiezan a ir a la escuela infantil ya son tan autónomos que pueden afirmarse dentro de un grupo, y sienten entonces la necesidad de jugar con otros niños.

— EL TERCER AÑO Y LA AÑORANZA DE LA TOTALIDAD PERDIDA —

Todos los niños poseen una gran fuerza en sí mismos, a menudo también efectiva en lo social: la añoranza de que el mundo que les rodea sea “feliz y seguro”. Si un objeto está roto, hay que arreglarlo, si falta uno de los miembros de la familia en la mesa, hay que ir a buscarlo. Hay que intervenir en las disputas y hay que consolar a quienes están preocupados. Sin embargo, durante la fase del “No”, a veces tenemos la sensación de que esa fuerza es ahogada por otra que todos los niños llevan igualmente consigo: el impulso de inspeccionarlo todo y de romperlo, de experimentar y de sobrepasar los límites marcados por los padres. Justamente durante esa fase los padres no deben perder de vista la otra faceta del niño, la positiva, y estimularla.

En un entorno familiar donde prevalezca la capacidad de escuchar y el respeto hacia las otras personas, y donde se traten con cuidado las cosas dentro y alrededor de la casa, la fuerza social de los niños se cuida de una manera natural. Después de todo, para el desarrollo de las capacidades sociales y de una vida emocional sana, es importante que el niño aprenda a asimilar los problemas, las contrariedades y las decepciones de la vida diaria. Eso incluye: esperar y compartir con los demás, saber manejar los celos y enfrentarse a las cosas que no salen bien.

ALGUNOS CONSEJOS PARA PADRES Y EDUCADORES

¿De qué modo puede fomentar la educación el desarrollo socioemocional de los niños?

* Con “el calor del hogar” o “el calor del nido” se consigue el requisito más importante: los niños se sienten protegidos, exploran con curiosidad su entorno y construyen poco a poco su autoconfianza frente a los eventuales obstáculos.

* Igualmente, el modelo o ejemplo que usted mismo les está ofreciendo juega aquí un papel significativo. Los niños reaccionan fuertemente frente a la atmósfera y estados de ánimo de su alrededor. Si está usted convencido de lo que está haciendo y lo hace con ganas, entonces está reforzando el sentimiento afirmativo de su hijo. Otra gran ayuda es arreglar la vivienda de modo que el niño pueda jugar tanto como quiera, sin tener que oír constantemente un “¡No!” por parte de los adultos.

* Para aprender a enfrentarse a los obstáculos y a las frustraciones, los niños necesitan el ejemplo de los padres. Si su hijo experimenta que usted reacciona con serenidad frente a una situación difícil, su efecto sobre él será muy distinto a si se pone usted colérico o, por el contrario, aparta hacia un lado los problemas porque le resultan molestos. Intente valorarse a sí mismo y la situación de forma correcta. Si consigue transformar las dificultades y las frustraciones en oportunidades plenas de sentido, logrará un efecto positivo sobre la vida emocional del niño, que será más rica y variada. Una vida emocional equilibrada supone una base firme para la vida futura y para afrontar lo que le pueda llegar, puesto que los sentimientos juegan un papel central en esos procesos.

* Además de un entorno cordial y cariñoso, y del buen ejemplo, es importante que usted escuche atentamente al niño y trate de averiguar lo que ocurre en su interior o de qué tiene miedo. Si expresa con palabras el problema, ya ha dado el primer paso para su solución y la de sus miedos.

* Una “mano firme” en la educación tiene efectos positivos sobre el desarrollo de las aptitudes sociales. Sin embargo, un régimen demasiado estricto hace que los niños se adapten demasiado a las exigencias de los padres y se conviertan en demasiado obedientes. De ese modo, evitarán poner en juego el amor de las personas que les rodean, pero, a lo mejor, lo que ponen entonces en juego es su saludable amor propio.

* Por otro lado, la escasez de dirección o de guía tampoco favorece a los niños, puesto que estos se acostumbran a hacer solo lo que les apetece. Se vuelven miedosos, porque echan de menos la guía plena de sentido de un buen educador. Si los padres consiguen encontrar un camino intermedio entre estos dos extremos, su hijo será capaz de seguir las reglas sociales y podrá desarrollar la conciencia de lo que está bien y mal en base a su propio sentido de la responsabilidad.

* Del mismo modo, a lo largo de las siguientes fases es importante que exista una autoridad sana. Si queremos que los niños desarrollen aptitudes sociales, deben aprender a obedecer, y en caso de que algo no les guste, deberán acostumbrarse a dominarse a sí mismos. Un niño con un lazo interior de unión con sus padres tenderá más a obedecer, y aprenderá a dominarse mejor que otro que tenga trastornada la relación con ellos. Si la relación es buena, esa obediencia no convertirá en absoluto a los niños en acoquinados o cobardes, por el contrario, se atreverán a plantar cara a sus padres, y ello les ofrecerá la posibilidad de conocerse a fondo a sí mismos.

Mi hijo tiene miedo: ¿qué puedo hacer?

UN SENTIMIENTO QUE TODOS LOS NIÑOS CONOCEN ES EL MIEDO. APARECE POR PRIMERA VEZ ALREDEDOR DEL PRIMER AÑO, EN FORMA DE MIEDO A LA SEPARACIÓN Y RESERVA FRENTE A PERSONAS EXTRAÑAS.

La intensidad de esos sentimientos es muy distinta en cada niño. En cualquier caso, esos sentimientos indican un cambio de conciencia. Los “no educadores” son reconocidos como personas ajenas y, como tales, rechazados. Durante este período los niños tienen gran necesidad de protección del entorno que les resulta familiar. De esa forma es posible entrever parte de la unión íntima tan especial que existe entre los niños y las personas que cuidan de ellos. Cuanto más profundamente puedan unirse los niños a alguien, más fuertemente se sentirán protegidos en su vida posterior y los futuros sentimientos de miedo que afectan a casi todos los niños, también a los mayores, no adquirirán formas extremas.

El surgimiento del miedo también se halla influido por el desarrollo de la fantasía. Alrededor del tercer año es posible percibir los primeros tímidos signos de su despertar. Por ejemplo, un periódico puede convertirse en una tienda de campaña si los niños esconden la cabeza debajo de él. Junto a la fantasía también se pone en marcha la capacidad de recordar. Esa combinación provoca que los sucesos del día adquieran unas formas grotescas durante la noche y aparezcan los miedos (véase también página 89).

Por último, también es posible que los niños sientan miedo si carecen de límites y son ellos quienes más o menos llevan la dirección de la casa. En este caso, a menudo se trata de niños a quienes les resulta difícil aceptar normas u obedecer, o a los que les gusta darse aires de importancia, pero en realidad –tal y como suelen describirlos sus padres– son extremadamente vulnerables y sienten mucho miedo.