Escapando del laberinto del abuso espiritual

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Hay diferentes historias y relatos de abuso espiritual y a lo largo de este libro haremos referencia a algunos de ellos; asimismo, compartiremos citas de nuestra reciente encuesta. Sabemos que algunas personas han experimentado un control extremo, mientras que para muchas otras ese control ha sido más sutil. Por lo mismo, no hay una sola historia que nos represente a todos, por lo que buscamos incluir una gran variedad de vivencias en este libro. Estamos extremadamente agradecidos con aquellas personas que han tenido el valor de compartir sus testimonios y reconocemos el costo personal que tuvo hacerlo. Solo a través de este intercambio podemos realmente comprender este asunto de una mejor manera. Las historias nos proporcionan una base sobre la cual podemos construir modelos de comportamiento y culturas cristianas en el futuro que sean mejores y más sanas. Este primer relato ilustra el tipo de desafío que abordaremos en este libro.

La historia de Steve

Comencé a participar en una iglesia por primera vez hace unos cinco años. Era una de las más amigables a las que había asistido. Las personas parecían muy interesadas en mí y me sentí como en casa. Era como una gran familia. Pensé que pertenecía y que era realmente bienvenido. Era, ciertamente, lo que había estado buscando en una iglesia.

Durante un tiempo fui feliz y no fue hasta que llevaba un par de años que la situación empezó a cambiar. Dentro de la iglesia se hacía un gran énfasis en estar presente en todas las reuniones. Nos dijeron que esto era porque nos ayudaba, y que si faltábamos nos perderíamos. Una noche no pude asistir a una reunión porque no me sentía bien. Al día siguiente recibí una llamada del ministro preguntando por qué no había estado en la reunión. Le expliqué que no me sentía bien. No pareció muy contento con mi respuesta y me dijo que me habrían cuidado si hubiera ido. Le pedí disculpas y le dije que estaría en la de esa noche. Cuando colgué el teléfono no pude entender por qué me había disculpado por estar enfermo, pero igual me cuestioné y me pregunté si podría haber ido a la reunión después de todo. Decidí que debía tratar de asistir a todas las reuniones en el futuro.

Durante un tiempo todo siguió bien y me empecé a involucrar más en la vida de la iglesia. Con el tiempo comencé a dirigir el trabajo con el grupo de jóvenes. El ministro me dijo lo talentoso que era con la juventud y cómo la iglesia había estado rezando por contar con alguien como yo. Me hizo sentir bien y feliz de poder ayudar en este grupo. Pasé mucho tiempo con el ministro y su familia, y fui parte de muchas cosas en la iglesia. Pasaba la mayor parte de mi semana ahí, pero estaba feliz de hacerlo. En retrospectiva puedo ver que las personas recibían un trato especial cuando se involucraban más y a menudo eran vistas como “espiritualmente especiales”. Ahora puedo ver que este “ser especial” se usaba para que la gente siguiera haciendo lo que la iglesia quería que hicieran y para que otros se esforzaran más en involucrarse.

En ese momento me sentía parte de la iglesia y tenía un gran sentido de pertenencia. Sabía que las decisiones no se discutían y que con cierta frecuencia la gente se iba y, cuando esto ocurría, se hablaba mal de esas personas. Sin embargo, en ese momento creía lo que decían de la gente y pensaba que su salida era culpa de ellos y así continué siendo feliz.

Todo iba bien hasta que organicé un viaje a un concierto cristiano con el grupo de jóvenes. El ministro me llamó y me dijo que debería haber pedido permiso para organizar el evento. Le contesté que lo había hecho porque estaba a cargo del trabajo con los jóvenes. Él se enojó mucho conmigo y me respondió que yo causaba problemas, y que mi actitud no ayudaba. Incluso sugirió que no era un buen modelo a seguir para los jóvenes. Me recordó que yo no estaba a cargo y que todas las decisiones sobre los jóvenes debían pasar por él, me citó la Biblia sobre ser sumiso a los líderes y colgó el teléfono.

Quedé devastado. Se suponía que el viaje ayudaría a los jóvenes. Me dolió mucho lo que dijo sobre mí y mi influencia en los jóvenes. Más tarde lo llamé para conversar sobre lo que me había dicho y era otra persona. Descartó mis preocupaciones y dijo que no se había enfadado en absoluto, que solo estaba cuidando de mí y que le preocupaba que yo estuviera trabajando demasiado y quería asegurarse de que descansara. Por eso quería que consultara las cosas con él para asegurarse de que no me autoexigiera demasiado. Nuevamente terminé disculpándome y diciéndole lo agradecido que estaba por su apoyo.

Al terminar esa llamada telefónica quedé muy confundido. Me sentía muy culpable y pensaba que quizás había malinterpretado la situación y que el ministro me estaba tratando de ayudar. Es extraño mirar hacia atrás y pensar que me culpaba a mí mismo. Pensé que había algo malo en mí que me hizo malinterpretar lo que me dijo. Ahora me doy cuenta de que el ministro tenía la habilidad de hacerte pensar que tú lo habías malentendido y que tú eras el responsable, cuando en realidad era al revés y él tenía la culpa.

Después de esto las cosas siguieron bien durante algunas semanas y realmente traté de comportarme adecuadamente. Una noche uno de los jóvenes se me acercó y me pidió un consejo sobre un tema que le preocupaba. Lo escuché y le di algunas sugerencias de cosas que podía hacer. Al día siguiente, mientras charlaba con el ministro mencioné la conversación que había tenido con el joven. El ministro se enojó mucho y me dijo que se suponía que tenía que consultar todo con él y que no tenía permitido dar consejos. Me volvió a recordar la necesidad de someterme a los líderes y me señaló que llevaba un tiempo sintiendo que Dios quería que yo descansara del trabajo con los jóvenes, ya que necesitaba un respiro. Le dije que no quería, pero cuando llegué a casa me había dejado un mensaje telefónico diciéndome quién sería mi reemplazo. Me pidió que le entregara toda la información sobre los jóvenes a esa persona. Desde entonces muchos me han dicho que el ministro habló mal de mí y dijo que no era apto para el trabajo con los jóvenes, que había tratado de apoyarme, pero que por el bien de ellos había tenido que dejarme ir.

Luego de que me obligaran a renunciar ya nada fue igual. Se me hacía difícil lidiar con la situación cuando los jóvenes me preguntaban por qué los había dejado, porque se les dijo que había sido mi decisión. Me resultó difícil aceptar que el ministro señalara que Dios le había dicho que yo tenía que renunciar. No sabía cómo argumentar en contra de eso. Me pregunté por qué Dios se lo había dicho a él y no a mí, pero muchos en la iglesia pensaban que Dios hablaba directamente con el ministro y, por lo tanto, no cuestionaban lo que él decía.

También empecé a ver que gran parte de lo que ocurría en la iglesia era controlado, algo que también me costó aceptar. Me di cuenta de que el ministro tomaba todas las decisiones. Sabía que no podía seguir en la iglesia, tenía que irme. Llamé al ministro y le expliqué que me iba. Se enojó mucho y me dijo que lo estaba traicionando a él y a la iglesia, y que no estaba bien que me fuera. Que Dios no me bendeciría si me iba. Según él me costaría mucho acostumbrarme a otra iglesia. Le dije que tenía que irme y me colgó el teléfono. Poco tiempo después vino a verme y me dijo que Dios tenía planes para mí y que debía quedarme y resolver mis problemas. Le dije que no eran MIS problemas y que necesitaba irme. No volví a la iglesia después de eso.

Cuando me fui, el ministro le dijo a la gente de la iglesia que yo era un irresponsable y que lo había herido profundamente. Perdí a varias amistades, ninguno se acercó cuando me fui. En realidad, ya no veo a nadie de ahí. Según lo que he oído la gente sigue marchándose, pero nada parece cambiar y el ministro sigue en su cargo.

Después de irme pasé por uno de los momentos más oscuros de mi vida. Toda la experiencia fue más profunda y dolorosa de lo que puedo explicar. Es como si ya no te conocieras a ti mismo, quién eres, qué piensas y en qué crees. Creo que de alguna forma perdí el sentido de quién era. No logras entender cómo es que te absorbió la situación y por qué no viste lo que estaba pasando. Ahora se me hace difícil hacer amigos y soy reacio a abrirme a las personas por miedo a que abusen de mi confianza. De hecho, me cuesta mucho confiar. En cuanto a la iglesia, recién estoy pensando en volver a alguna. Toda esta experiencia es muy difícil y abusiva, y usan a Dios para justificar el comportamiento controlador y manipulador. La gente necesita saber que esto es real y que está ocurriendo en las iglesias de todo el país.

Esta historia incluye algunos de los elementos clave del abuso espiritual que exploraremos en los próximos capítulos. También comienza a ilustrar el impacto que el control coercitivo tiene en una persona. Si bien en esta historia quien se comporta de esta manera es el ministro de la iglesia, es importante reiterar que este tipo de conducta no está ligada a los cargos de liderazgo.

¿No le pasa esto sólo a las personas “vulnerables”?

A menudo nos preguntan si algunas personas son más vulnerables al abuso espiritual que otras. Si bien hay un libro en esta área que sugiere precisamente eso, el abuso espiritual es complejo y es una forma bastante simplista de ver las cosas, lo que podría ser peligroso. Si pensamos que esto solo les sucede a las personas “vulnerables”, podríamos considerar que estamos “seguros” o que somos “inmunes”, y no es tan simple. Más adelante, exploraremos lo que sucede en una experiencia de abuso espiritual. Por ahora, basta con decir que suele ocurrir que haya largos períodos llenos de momentos positivos y esto hace que uno se cuestione cuando empiezan a suceder cosas negativas. Con frecuencia es sutil y no es nada fácil de detectar. Cualquiera puede vivirlo.

 

Es importante señalar que cuando tenemos un “niño o adulto en riesgo de daño” debemos ser especialmente cuidadosos con la coerción y el control. También debemos tener en cuenta a las personas que ya están recibiendo los servicios de una iglesia u otro organismo, y considerar qué tipo de ayuda y apoyo adicional pueden necesitar. Asimismo, deberíamos pensar en cómo podemos asegurarnos de que se les ofrezca opciones sobre las que tengan capacidad de decisión.

¡Esto no sucede en nuestra iglesia!

Tuve una experiencia muy interesante en un seminario cristiano. En dicha ocasión el orador explicaba por qué era muy poco probable que el abuso espiritual ocurriera en su denominación, ya que no operaban con modelos que fomentaran el control coercitivo. Además, según él, tenían una clara estructura de información y la gente sabía a dónde acudir para obtener ayuda y apoyo. Tras estas audaces declaraciones, uno a uno los miembros de esta comunidad se levantaron para contar sus historias y experiencias de abuso espiritual. Todas nuestras investigaciones hasta la fecha aportan pruebas de que el abuso espiritual no está vinculado a una denominación o expresión de la iglesia (Oakley, 2009; Oakley - Kinmond, 2013; Oakley - Kinmond, 2014; Oakley - Kinmond - Humphreys, 2018). Nuestra encuesta más reciente muestra que las personas que se identifican como víctimas de abuso espiritual vienen de una amplia gama de denominaciones e iglesias independientes.

Algunos escritos sugieren que esto es más común cuando los feligreses creen en el ministerio del Espíritu Santo (Enroth, 1994), en particular cuando hay una creencia de que el Espíritu Santo habla a través de palabras e imágenes. Ciertamente, es posible distorsionar tal ministerio para controlar a otra persona, deliberadamente o no. Sin embargo, es importante entender que hay muchas iglesias sanas que siguen tales tradiciones cristianas. Probablemente no sea útil empezar diciendo que ocurre aquí, pero no acá. La verdad es que, como con otras formas de abuso, el control coercitivo puede ocurrir en cualquier denominación o expresión de la iglesia. El lenguaje puede ser diferente, las historias se enmarcarán en contextos, pero las características del abuso espiritual serán las mismas.

¿No basta mantener la postura teológica correcta?

El abuso espiritual no está vinculado a una postura confesional, y tampoco a una posición teológica particular. Un encuestado señala la importancia de separar el abuso espiritual de las posturas teológicas de la siguiente manera.

“Una de las cosas más importantes para mí y mi familia era separarlo de la teología” (O&H).

Por lo tanto, mantener una postura teológica no es en sí mismo necesariamente espiritualmente abusivo. Por ejemplo, hay una serie de opiniones sobre las donaciones de dinero. Para algunas iglesias el diezmo (dar el 10% de tus ingresos) es una creencia fundamental. Algunas se cuestionan si se trata del 10% de los ingresos brutos o netos. En otras expresiones de la iglesia, se incentiva la donación, pero la cantidad entregada se ve como un asunto privado y no como algo que la iglesia deba dictar. Aunque se puede argumentar que ambas cuestiones son bíblicas, la enseñanza sobre cualquiera de ellas y la adopción de una u otra práctica no es en sí misma abusiva desde el punto de vista espiritual. Lo que importa es cómo se comparte y se practica la postura que tienes. Cuando se mantienen de manera controladora y coercitiva, esto puede ser perjudicial y puede derivar en un abuso espiritual. Si presionas constantemente a los individuos para que donen, pides estados de cuenta bancarios para mostrar que están donando y sugieres que dar es una medida de la relación que alguien tiene con Dios, entonces esto tendría el sello de abuso espiritual.

Este es un punto importante que hay que señalar desde el principio, pues muchas personas tratarán de utilizar el lenguaje del abuso espiritual para apoyar su propia postura teológica sobre algún tema. Pueden sugerir que pensar de manera diferente es espiritualmente abusivo, mientras que los que tratan de proteger la libertad religiosa quieren asegurarse de que se puedan adoptar todas las posturas teológicas. Sin embargo, cualquier postura teológica debe ser compartida y practicada con una actitud de gracia, libertad y respeto.

¿Qué vas a hacer al respecto?

Al final de una conferencia muy concurrida –dice Lisa–, después de que hablé sobre el abuso espiritual, un delegado se acercó y me preguntó: “Bien, sabemos que esto está sucediendo, pero ¿qué vas a hacer al respecto?”.

Este libro trata de abordar esta pregunta. Primero, exploramos qué es realmente el abuso espiritual y cuáles son sus características clave. Segundo, consideramos la forma en que se puede abordar el abuso espiritual, de manera individual y colectiva. Definiremos lo que es útil para responder a una historia de abuso espiritual y tomar medidas. También consideraremos el papel del liderazgo y la necesidad de apoyo, y cómo es un liderazgo sano. Luego hablaremos de la cultura, y finalmente resumiremos y plantearemos algunos pasos a seguir en el capítulo 8.

Todos somos parte de la cultura en la que estamos. Nuestra idea es explorar las características de una cultura cristiana sana. El propósito de este libro es obtener una respuesta y prevenir. Buscamos discutir el abuso espiritual y dar voz a quienes han tenido esta experiencia. Nos esforzamos por definir en qué consiste una respuesta sana y útil.

También nos interesa mucho entender cómo prevenir este comportamiento en el futuro. Nuestro objetivo es permitir un “reconocimiento de la herida” (O&H), proporcionar sugerencias para “un apoyo continuo que permita procesar el daño hacia la curación” (O&H) y ayudar a desarrollar “un sistema sólido que trate el tema en el futuro” (O&H).

Un podcast de Malcolm Duncan (2017) contenía esta frase: “Lo malo puede usarse para el bien, lo bueno no se puede eliminar y lo mejor está por venir”. Para nosotros, esto resume el itinerario que recorrerán los lectores con este libro: examinar la difícil realidad del abuso espiritual y aprender de él; explorar ejemplos de liderazgo y cultura sanos; y anhelar un momento en que este tema se aborde de manera amplia y cuidadosa: que el futuro se vea mejor que el presente.

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El problema de la definición, ¿de qué estamos hablando?

“Se necesita que esté claramente definido para que cualquier persona pueda entender, sin importar su habilidad de comprensión” (O&H).

Esto no es un laberinto

El libro That’s Not a Maze [Esto no es un laberinto] está hecho de páginas que parecen un gran dibujo semejante a un laberinto. Es difícil ver algún orden o encontrar sentido a lo que hay. Sin embargo, con un poco de orientación y con los consejos del libro, pronto descubres que, si conectas diferentes partes del dibujo y diferentes rutas a través del laberinto, hay imágenes escondidas en su interior. Hay una mariposa, un auto y otros dibujos para colorear. Es simplemente cuestión de unir las partes correctas y descubrirlos. Respecto del abuso espiritual, todavía hay muchas cosas que no están claras y diferentes opiniones acerca de si existe; qué imagen tiene y cómo deberíamos llamarlo. Este capítulo explorará los muchos problemas que enfrentamos cuando tratamos de definir el abuso espiritual.

Abrir la caja de Pandora

“Se necesitan definiciones muy claras del abuso espiritual para evitar que el término pierda su significado y se convierta en un concepto que lo abarca todo y que impida a la Iglesia vivir un desafío genuino, amoroso y muy necesario” (O&H).

Definir el abuso espiritual es muy difícil: “He oído que otras personas lo mencionan, pero no estoy seguro de qué es, es difícil de expresar con palabras” (O&K). Durante los últimos 15 años ha sido un desafío agotador desarrollar una definición de abuso espiritual que abarque los diferentes aspectos de esta experiencia y que sea universalmente aceptada. Hemos tenido innumerables reuniones, discusiones y conversaciones sobre si debiésemos usar el término en absoluto. A algunas personas les preocupa que al explorar este tema y utilizar este lenguaje, amenacemos la libertad religiosa y la libertad de mantener puntos de vista sobre una serie de temas. Alguien dijo una vez: “Si sigues hablando de abuso espiritual, terminaremos en una situación en la que nadie podrá rezar con nadie, nadie podrá desafiar a nadie y en la que el trabajo de la Iglesia se verá amenazado”. Es cierto que cualquier libro en esta área, escrito por cristianos, debe tener en cuenta el impacto que puede tener en la Iglesia. Sin embargo, es igual de importante asegurarse de no silenciar a la gente o negarse a hablar de estas experiencias para proteger a la Iglesia. En realidad, además de causar daño a las personas, hace poco por proteger a la Iglesia. Más bien, nuestro objetivo es discutir de manera abierta y honesta los temas para construir una respuesta y un apoyo adecuados.

Cuando redactamos este documento, no había un acuerdo sobre cómo definir este concepto, o incluso si era el mejor término a utilizar. De hecho, a principios de 2018, una variedad de artículos en los medios de comunicación cristianos debatían si el término debía usarse porque ya existía o si todavía estábamos a tiempo de cambiarlo (Alianza Evangélica, 2018; Kandiah, 2018). Un artículo posterior sugería que la “caja de Pandora” de los abusos espirituales estaba abierta y que ahora el desafío era abordarla (Norman-Walker, 2018). Lo que está claro, a partir de nuestra investigación y trabajo en esta área, es que es necesario que haya un término que describa las experiencias exploradas en este libro para que la gente tenga un lenguaje que le permita hablar de sus experiencias. Además, es necesario un término que nos permita a todos pensar la mejor manera de prevenir y responder a estas experiencias.

La voz del sobreviviente

Nos hemos dado cuenta cada vez más de lo vital que es escuchar e incluir la voz de los sobrevivientes en cualquier discusión sobre el abuso. La frase “nada acerca de nosotros, sin nosotros” es muy relevante. A menudo la voz de los sobrevivientes ha estado ausente, o subordinada a los que están en posiciones de poder por su papel o profesión. Al escribir este libro nos comprometimos a asegurar que las voces de aquellos que han tenido esta experiencia sean escuchadas y respalden los temas presentados. Es por eso que aparecen tantas citas. Gebotys, O’Connor y Mair (1992) sugieren que las definiciones de abuso de los sobrevivientes suelen ser diferentes de las elaboradas por los profesionales. Queríamos que cualquier definición se elaborara conjuntamente, aprovechando la experiencia vivida por los sobrevivientes y las enseñanzas de las investigaciones académicas, sin dejar de lado los marcos reglamentarios en los que se sitúa el abuso. Estábamos decididos a contar con la opinión de los sobrevivientes en todas las etapas, por lo que les pedimos que leyeran la versión final de este texto y nos dieran su opinión antes de publicar.

También estábamos conscientes de la necesidad de escuchar el nombre que le querían dar los sobrevivientes a su experiencia. El galardonado autor cristiano Mark Stibbe (2018a) escribió un conmovedor artículo en el Church of England Newspaper sobre su experiencia como víctima de John Smyth (el infame consejero de la Reina y líder del campamento en el Reino Unido, ahora fallecido). En él afirma:

“Solo hay un término que describe satisfactoriamente lo que me pasó a mí y a las otras víctimas: abuso espiritual” (Stibbe 2018a).

Mark, como muchos otros que han experimentado el control coercitivo en un contexto religioso, se refiere a esto como “abuso espiritual”. También señala el malestar que muchas de las víctimas sintieron cuando se elaboró un artículo en el que se sugería que su abuso era únicamente “abuso físico”, sin preguntarles si pensaban que el “abuso espiritual” describía de mejor manera sus experiencias.

Necesitamos saber de qué estamos hablando

Varios comentarios en nuestra investigación reciente sugieren que la gente no tenía claro exactamente lo que significaba el término. Se dieron distintas respuestas que mostraron que hay una necesidad real de desarrollar una clara definición de abuso espiritual.

“Creo que esta área de abuso espiritual no está bien definida y por lo tanto una definición más clara sería útil” (O&H).

 

Sin embargo, los que respondieron también señalaron que no era una tarea fácil. Como era de esperar, el término en sí mismo suscitó preocupación en algunas personas.

“La frase abuso espiritual es fuerte en el sentido de que tiene dos palabras opuestas... el abuso es, en definitiva, negativo, y la mayoría de la gente ve la palabra ‘espiritual’ en el contexto de la Iglesia como algo más cercano a Dios y, en definitiva, positivo. El simple hecho de escuchar la frase perturba a la gente que no confía en la prevención... entender completamente o ser capaz de definirla rápidamente ayudaría” (O&H).

En el capítulo 1 comenzamos a explorar algunas de las dificultades asociadas con el trabajo en el campo del abuso espiritual. Cuestiones sobre el liderazgo, la doctrina, quién lo experimenta, dónde ocurren estas experiencias: todas estas son consideraciones difíciles e importantes. Sin embargo, como se ha dicho, lo que no podemos dejar de lado es el daño y el perjuicio que experimentan las personas. Por lo tanto, aunque es difícil llegar a una definición o incluso a consensuar un término, es un camino que debemos hacer. En el presente capítulo examinamos algunas de las definiciones clave de este término que se han utilizado anteriormente. También plantearemos si el abuso espiritual debe considerarse como una forma separada de abuso. Estos debates contribuirán a fundamentar la definición de abuso espiritual que se ofrece en este capítulo. ¡Por favor, evita la tentación de ir directamente a leerla!

Empecemos por el principio

El término “abuso espiritual” es relativamente nuevo (Ward, 2011). Comenzó a utilizarse en los Estados Unidos para describir experiencias de comportamiento controlador vinculado a creencias espirituales. Gran parte de la literatura en esta área viene y sigue viniendo de ahí. En un principio, la atención se centró muy claramente en las personas que estaban en posiciones de liderazgo y que abusaban de sus seguidores.

“El abuso espiritual ocurre cuando un líder con autoridad espiritual usa esa autoridad para coaccionar, controlar o aprovecharse de un seguidor, causando así heridas espirituales” (Blue 1993, p. 12).

En cierta medida, este enfoque en los líderes como abusadores se mantiene en las definiciones recientes: “El abuso espiritual ocurre cuando un líder cristiano causa daño a otros actuando de manera egocéntrica para beneficiarse a sí mismo” (Nelson, 2015). Sin embargo, como se describe en el capítulo 1, los líderes pueden abusar espiritualmente de aquellos de quienes son responsables y también pueden experimentar este abuso ellos mismos. Esto ha llevado a algunos a definir el abuso espiritual de una manera diferente para mostrar que los líderes no son los únicos que actúan así. “El abuso espiritual ocurre cuando la gente usa a Dios, o su supuesta relación con Dios, para controlar el comportamiento de otros para su beneficio” (Diederich, 2017).

Todavía recuerdo –dice Lisa– haber estado sentada escuchando a alguien contarme su historia de abuso espiritual y sentirme conmovida por la forma en que el hombre declaró apasionadamente: “Esto es abuso, y la gente necesita saberlo”. A lo largo de los años muchos nos han dicho lo dañados que están por sus experiencias. La profundidad de la emoción compartida me pesó mientras hacía mi doctorado. Quería contar la historia del abuso espiritual para construir una definición que fuera útil, pero que reflejara el dolor personal ligado a la experiencia. En un momento dado, sentí que me estaba desviando de este camino, que estaba escribiendo algo académico, pero no exacto. Lograba reflejar los hechos de la experiencia, pero no el impacto o la profundidad del daño. Si bien en el capítulo 4 estudiamos con mayor profundidad las huellas del abuso espiritual, es importante plantearlo aquí porque mi necesidad de hacerle justicia a la experiencia dio forma a la definición de abuso espiritual que desarrollé por primera vez.

“El abuso espiritual es la coerción y el control de un individuo sobre otro en un contexto espiritual. El individuo experimenta el abuso espiritual como un ataque personal profundamente emocional... Este abuso puede incluir: manipulación y aprovechamiento, rendición de cuentas forzada, censura de la toma de decisiones, exigencia de secreto y silencio, coerción para amoldarse, mal uso de las escrituras o del púlpito para controlar el comportamiento, exigencia de obediencia al abusador, suposición de que el abusador tiene una posición ‘divina’ y aislamiento de los demás, especialmente de los que son externos al contexto abusivo” (Oakley - Kinmond 2013, p. 21).

Esta definición de abuso espiritual se ha usado muchas veces desde entonces, especialmente en el Reino Unido. A menudo he conversado con personas que han experimentado abuso espiritual, quienes me han dicho lo útil que ha sido esta definición para ellos. Sin embargo, durante el último año, muchas conversaciones en diferentes reuniones se han centrado en la necesidad de crear una definición que no solo describa lo que sucede, sino que también pueda utilizarse para determinar si se ha traspasado algún umbral. Hay una tensión en que, por un lado, lo que parece necesario es una definición que ayude a la persona promedio a entender la experiencia: “Una definición de abuso concisa, para que cualquiera en la Iglesia pueda reconocerlo” (O&H). Por otra parte, es necesario que haya una definición que sea útil para los que toman decisiones sobre la conveniencia de remitirse a organismos legales. “Necesito algo que me ayude a decir, mira, este comportamiento es abuso y tenemos que tomar medidas” (O&H). Se argumenta que se necesitan definiciones de abuso para saber cuándo se debe intervenir (Giovannoni y Becerra, 1979). No es una tensión fácil de manejar. Stibbe (2018b) se refiere a este mismo dilema de la dificultad de reconocer el punto de transición del comportamiento de “exhortación a coacción”. Al momento de escribir este texto, quienes sufren o han sufrido abuso espiritual cuentan con pocas oportunidades para contarlo, y no tienen la confianza de que se tomarán medidas concretas al respecto. Esto se debe, en parte, a la falta de reconocimiento y a la ausencia de una definición de abuso espiritual que apoye la identificación y la respuesta. Por consiguiente, la definición debe reflejar el daño causado, pero también permitir a los profesionales determinar si se ha traspasado un umbral (y si es necesario, tomar medidas y responder).

Pasarse del límite

“Necesitamos pautas claras sobre lo que es y lo que no es abuso espiritual, lo que es un ejercicio apropiado de la autoridad y lo que es pasarse del límite” (O&H).

En 2016, acababa de terminar de hablar en una conferencia –cuenta Lisa– y miraba cómo las manos de las personas se levantaban para hacer preguntas, y esperaba la pregunta de siempre: “¿Dónde está la línea? ¿Cuándo el abuso espiritual se convierte en abuso espiritual? La primera persona que preguntó fue un ministro, quien señaló que tiene que haber una verdadera claridad sobre lo que es y no es abuso espiritual. Agregó: “¿Cuál es la diferencia entre guía y control? ¿Cuál es la diferencia entre desafío bíblico y coerción?” Sus preguntas además de ser genuinas eran importantes. Muchas veces nos han sugerido que hay tantas zonas grises que es imposible decir realmente qué es y qué no es abuso espiritual.

Estamos de acuerdo en que es difícil definir y emitir juicios sobre comportamientos particulares. Aunque esto también es válido en muchas otras formas de abuso. Si bien algunos comportamientos son claramente abusivos sexualmente, a menudo no está claro cuándo se ha cruzado el umbral del bienestar o del delito. En 2017, el movimiento #MeToo hizo tomar conciencia a la gente sobre el número de personas que había sufrido abuso o acoso sexual. Esta campaña fue muy importante para visibilizar el nivel de abuso que muchas mujeres experimentaron. Sin embargo, también dio lugar a un gran debate sobre lo que se considera o no acoso y abuso sexual. Está claro que el comportamiento que es realmente abusivo y acosador es inaceptable. Lo que también es evidente es que, aunque hubo un debate, nadie sugirió que esto significaba que no debíamos hablar del abuso sexual. De hecho, muchos argumentaron que el movimiento y la respuesta al mismo demostraban lo mucho que necesitamos hablar de estos temas y entenderlos más claramente. De la misma manera, argumentamos que es necesario hablar e intentar definir el abuso espiritual, aunque sea difícil y haya muchas preguntas.

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