El rincón del Chesterfield

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El rincón del Chesterfield
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Letrame Editorial.

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© Judit Martínez Paredes

Diseño de edición: Letrame Editorial.

ISBN: 978-84-18468-29-2

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

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Para ti, Sergio.

1

La inauguración

Son casi las siete de la tarde, faltan apenas unas horas para la apertura, y aún tengo una lista demasiado larga de tareas importantes e inexcusables por terminar. Todavía hay cinta de carrocero por retirar de algunos marcos, el lampista está acabando de conectar las lámparas, tengo que ventilar (huele demasiado a pintura y, si no, la gente mañana saldrá de aquí colocada)… entre muchas otras, y por último acabar de limpiar y adecentar porque, muy a mi pesar, esto sigue pareciendo una reforma por acabar, no una que haya llegado ya a su fin.

Justo cuando estoy abriendo las ventanas empieza a sonar mi móvil. Bueno, he de admitir que no lo escucho, más bien lo siento vibrar en el bolsillo delantero de mi peto azul de trabajo. Siempre lo llevo silenciado. Se ha convertido en una norma para mí, no quiero que el móvil coja demasiado protagonismo durante mi día, y la mejor manera es teniéndolo fuera de la vista y silenciado. Si llaman, la vibración continuada e incesante me hace reaccionar, y aunque a veces ya han colgado, es suficiente, y hace la función. En fin, a lo que iba, el retrato de mi madre me devuelve la mirada desde la pantalla del aparato. Ostras, no me puedo entretener nada, con ella siempre hablamos en periodos mínimos de media hora, y ahora no tengo tiempo, pero no dudo en cogérselo, mi madre es un sol y seguro que está preocupada por lo de la apertura.

—¡Hola! —Imprimo entusiasmo y alegría en el saludo, no quiero que se piense que estoy en absoluto estresada «no, para nada, ¡qué cosas!».

—Hola, cariño, ¿cómo vas?

—Bien, mamá, el electricista está acabando con las lámparas de la entrada, en cuanto termine me pongo a limpiar y en dos horitas máximos creo que podré finiquitar. —Sonrío sin darme cuenta de que no me ve, pero la verdad es que le he puesto tanto empeño en mi explicación que hasta me he convencido a mí misma, y la idea de terminar tan pronto me ha alegrado.

—¡Ooooh, pues vas muy bien entonces! ¿No quieres que venga y te echo una mano a acabar de recoger? Me sabe mal que estés sola con tanto lío, además, estarás nerviosa también, ¿no?

—No hace falta que vengas, mamá, entre que sales y llegas, y lo poco que queda por hacer, vendrás y te tendrás que volver a ir. Y sí, estoy nerviosa, claro, pero de los nervios buenos, no te preocupes. —Realmente no tengo claro si son buenos o malos, pero me empieza a doler la barriga con solo pensarlo, así que dejo de pensarlo, tampoco me puedo permitir encontrarme mal ahora ¡con todo el trabajo que tengo!

—¿Seguro? de verdad que no me cuesta nada venir, aunque sea para luego cenar juntas, así desconectas un poquito…

—No, de verdad, quiero acabar, irme a casa, pegarme una ducha reparadora y quitarme todo el sudor de todo el día de trabajo, y luego tirarme al sofá hasta que se me cierren los ojos. Mañana será un día largo y cansado (más que hoy, si cabe), quiero estar todo lo relajada y tranquila que pueda el rato que me quede cuando termine.

—Está bien, pero si necesitas cualquier cosa me llamas, ¿de acuerdo?

—Sí, mamá, gracias, no te preocupes, lo tengo todo controlado. —De nuevo vuelvo a sonreír, es tan buena y la quiero tanto que me hace feliz el simple hecho de hablar con ella. Además, está casi más nerviosa que yo, se lo noto, siempre le tiembla ligeramente la voz cuando las emociones la atenazan—. Mañana nos vemos a primera hora, quedamos a las nueve aquí, en el local, ¿de acuerdo?

Disimuladamente voy zanjando el tema, necesito todo el tiempo que pueda para terminar con la reforma, si no mañana no estará y me veo sin pegar ojo al final, ¡pasando el mocho una y otra vez por el local gran parte de la noche!

Una media hora después, ya he quitado toda la cinta que quedaba, he ido a tirar las basuras, botes de pintura vacíos, cajas de cartón del material, etc., y el lampista aprovecha que salgo y se despide rápidamente. Quedamos que la semana que viene me manda la factura o me la acerca, y me desea suerte en la inauguración. Es buen hombre, la verdad, y que me hable de la inauguración justamente él, que ha formado parte de la reforma, hace que, de repente, toda mi realidad caiga por su propio peso sobre mí y sea consciente de que ¡por fin lo he logrado! Mañana abriré mi pequeño negocio, y aunque soy consciente de que lo difícil está por venir, estoy tan contenta que aún no me lo creo…

Finalmente no termino, como yo ya sabía, ni en media hora ni en una hora, salgo de allí a la una de la madrugada, pero ¿sabes aquellas veces que has llegado al límite, que no puedes más, que estás hasta de mal humor, pero sobre todas esas cosas malas pesa, y muchísimo, con diferencia arrebatadora, el hecho de estar orgullosa por el trabajo hecho y el resultado conseguido? Pues bien, es la una, estoy más que molida (yo creo que tendré agujetas durante semanas) pero estoy súper contenta y orgullosa, y mañana mi pequeño negocio saldrá a la luz ¡pisando fuerte! Porque es mío, soy yo con mis cosas, y no podía hacerlo de otra forma, todo tiene que estar genial, y lo he conseguido (y me duelen las mejillas de tanto sonreír mientras vuelvo a casa andando el corto camino de regreso, que apenas dura cinco minutos).

Estamos a mediados de abril, hace un tiempo loco. Es primavera y el día ya alarga lo suficiente para tener ese chute energético que hace que todos seamos un poco más felices, pero que solo lo notemos en invierno, cuando el día dura nada y menos. Debería hacer un tiempo agradable, ni frío ni calor, aunque con días de lluvia, y en cambio nos estamos encontrando con semanas seguidas de calor bastante sofocante y ni gota de agua. Pero a pesar de eso, a primera hora de la mañana y al anochecer, refresca bastante, todo hay que decirlo (y más en este pequeño pueblo de montaña, que aun y estando en el litoral, la diferencia de temperatura con los pueblos vecinos no baja de los cinco grados). Así pues, antes de salir de casa, me pongo la blazer marinera, que aún es temprano y no quiero coger frío.

Mi madre me espera abajo, al final ha venido aquí a buscarme en lugar de esperarme en la tienda. Cuando me ha escrito un whatsapp esta mañana me ha dicho «así vamos andando las dos y te hago compañía, no quiero que estés sola». De nuevo sonrío, se preocupa demasiado. Yo estoy más que acostumbrada a estar sola. Supongo que cuando una es madre siempre ve a sus hijos como sus pequeños, pero yo ya no soy pequeña. Tempo atrás un evento de esta envergadura, y con el impacto que tendrá en mi vida, me tendría temblando de pies a cabeza e incluso me paralizaría, pero ya no. Yo ya no soy esa Emma, y hoy estoy pletórica, entusiasmada, con ganas de llegar, de que venga todo el mundo, de abrazarme a los que me quieren y me apoyan. Y también de ver qué tal reacciona la gente del pueblo, si les gusta lo que vendo, si tendré alguna venta o algún encargo…

Sí, no negaré que estoy nerviosa, pero los nervios para mí ya son algo leve, que los tengo, pero no les hago caso, y al final, tal cual vienen se van. Me ha costado años, pero he conseguido dominarlos y ahora puedo disfrutar del momento. Y este, señoras y señores, es mi momento, hoy es mi día, por fin Emma —o sea, yo misma— va a abrir su pequeña tienda-taller.

¡Aún no me lo creo!


A las diez en punto subimos la persiana que oculta el antiguo aparador de madera. Efectivamente, he dicho antiguo, pues el local que he cogido es viejo y cuando lo vine a ver la primera vez con el agente de la inmobiliaria, olía como tal (a rancio, humedad y madera podrida). Pero fue un flechazo. Mi tienda, al ser taller también, debía tener una zona de trabajo que pudiera «maltratar» a gusto sin preocuparme del suelo, ni del polvo, ni de nada. No tenía zonas delimitadas, pero yo le he hecho una división con un panel rústico de madera con puerta grande corredera (de mecanismo visto) que separa la zona de tienda y exposición de la del taller, pero que a su vez, me permite estar trabajando en este y viendo la tienda por si entra algún cliente.

Te preguntarás de qué es la tienda-taller, supongo. La verdad es que no tiene secreto, la idea es bastante simplona. Es una tienda de decoración con taller propio, donde recupero piezas antiguas y les doy una segunda vida, y también creo algunas piezas nuevas. A veces son pequeños muebles, piezas tapizadas (butacas, divanes…) y otras, sencillamente, objetos decorativos, como cuadros o figuras con cemento, macetas…

 

Es un poco raro, puesto que mezclo muchas disciplinas en un mismo negocio, pero para mí es muy sencillo. Todo lo que sea ambientar, decorar y dar vida a los espacios forma parte de mí, y eso se consigue no solo con muebles, también con la pintura, la decoración, los textiles…

Me apasiona y no me canso de buscar, de aprender, de indagar y de soñar.

Después de años de naufragar entre mis aspiraciones profesionales, de la frustración causada por la realidad laboral en empresas con estructuras rígidas (sin posibilidad de crecer profesionalmente), la falta de motivación y, también, de vivir entre mares y mares de ansiedad por no sentirte bien haciendo lo que haces, y no saber por dónde tirar… por fin sé cuál es el camino que quiero seguir, cuál es mi pasión. Milagrosamente he podido encontrarlo, me siento afortunada, y más aún, porque hoy lo hago realidad.

Estoy tan contenta que cuando nadie me ve doy saltitos por la tienda y el taller, parezco una enana de cinco años pero es que ¡es genial!

No negaré que tengo el runrún de fondo que me va diciendo que abrir la tienda es fácil, lo difícil será llegar a fin de mes y superar el primer año (que dicen que es el más crítico en los nuevos negocios), pero me niego a dejarme influenciar por mi runrún negativo de fondo constante. Sé a ciencia cierta que será difícil y duro y que tendré miedo, incluso me encontraré falta de recursos para superar situaciones nuevas que seguro que surgirán, pero he hecho esto a conciencia. Tengo un plan de empresa, una asesoría que me ha hecho los cálculos con los que sé que puedo tirar sin ganancias un año entero sin problemas, además, me llevarán todos los números y los impuestos y demás burocracias chungas que yo no tengo ni idea de por dónde coger. Sé también, que en cuanto la fase dos del proyecto (la tienda online) se ponga en marcha todo irá mejor, y además, ya llevo tiempo en esto, he hecho muchos proyectos ya, es solo que no tenía local y que no era el foco de mi vida. Ahora tan solo tengo que seguir haciendo lo mismo que hasta ahora, pero en un sitio mejor (mi sitio), con más tiempo y más ganas. ¿Qué puede salir mal?


Miro alrededor desde mi posición un poco rezagada, en la puerta del taller. La tienda está a rebosar.

He hecho poner los canapés y el champán en el gran mostrador de madera maciza antigua. La gente come, ríe, habla y mira asombrada los objetos que tengo en la tienda.

Suena una agradable música relajante de fondo con mi súper altavoz bluetooth (parece mentira que unos bichos tan pequeños puedan durar tanto ¡y petar tan fuerte! No es el caso ahora, que el ambiente es relajado, pero sin duda son un invento genial, ¡y la mar de simplón! Son de esas cosas que no entiendes cómo vivía la gente antes sin ellas).

Bueno, a lo que iba, que me despisto, la visión de toda esta panorámica me sobrecoge. No me lo creo…

De repente un grito agudo y estridente me llama la atención, y no puedo evitar sonreír y echar a correr en dirección a Alex, la loca de mi amiga, que entra como un torbellino por la puerta.

Ella sigue gritando de emoción, y yo me sumo a ella y nos abrazamos fuerte a medio camino entre la puerta del taller y la puerta de entrada a la tienda. La gente ríe y nos mira. Supongo que quien no nos conoce estará flipando, pero es que Alex es así, está muy loca…

—¡¡Eeeemmmaaa!! ¡¡Lo has logrado!! —Nos caen las lágrimas a las dos, no se puede ser más feliz.

Alex y yo somos dos polos opuestos. Ella es pequeña, revoltosa, un alma libre, loca y segura de sí misma. Yo, ahora me parezco un poco más a ella (ya se sabe, todo se pega menos la hermosura), pero se puede decir que soy todo lo contrario, tímida, más bien grandota (sobre todo a su lado), pensativa e insegura. Ninguna de las dos sabemos por qué, pero nos llevamos genial, nos queremos y aunque van pasando los años, cada vez estamos más unidas y nuestro nivel de compenetración está llegando a límites estratosféricos. Ella es genial, es luz y energía positiva, y la quiero un montón por estar hoy aquí conmigo. Me siento muy afortunada, y de nuevo la situación me supera.

—Tía esto está genial —me dice separándose un poquito de mí pero sin soltarme las manos. Me sonrojo un poco, la verdad es que me intimidan los cumplidos, desde siempre.

—¿Te gusta? ¿En serio? —Lo que os decía, mi vena insegura aparece cuando menos la esperas.

—Pero ¡acaso lo dudas! Juer, es increíble el cambio que ha hecho, y todo lo que estoy viendo me encanta, ¡ya sabes que en esto somos iguales! —Es cierto, Alex y yo compartimos pasión, a ella también le encanta navegar horas por el Pinterest mirando espacios de interiores y cogiendo ideas que luego aplica a su súper mansión (como yo la llamo). Pero a ella le tira más su lado femenino, y no ha dejado de trabajar para el mundo de la cosmética.

—Gracias, guapa, sabes que valoro mucho tu opinión, para mí es como un examen cuando se trata de ti. —Le guiño un ojo, para quitarle hierro al asunto.

—¡Calla, tonta! Tu criterio es perfecto, salta a la vista ¿no? —dice moviendo el brazo alrededor abarcando la tienda. De nuevo noto que me sonrojo.

—Venga ven, que te enseño rápidamente todo. —Y tiro de ella con fuerza para llevarla al taller antes que nada, mi rincón preferido, y donde voy a pasar muuuuchas horas a partir de hoy (que conste que no puedo evitar que una enorme sonrisa me parta la cara en dos cuando pienso que mi futuro está aquí y que es tal y como lo he soñado).

Pasamos la puerta corredera de madera que da paso al taller y la conduzco a la zona de costura, que es la que queda más cerca de la puerta.

—Costura —le suelto mientras señalo el pequeño escritorio con la silla y la máquina de coser.

—Bien. —Me hace un asentimiento con la cabeza. Seguimos por la zona de manualidades varias, un banco bastante grande que queda debajo de una de las ventanas laterales del local, donde hay desde un cubo lleno de papeles y cartones interesantes, hasta pegamento, reglas, cutters, pinceles, pinturas….

—Banco de manualidades. —Y se lo señalo. De nuevo asiente y toca distraída un rollo de papel pintado que siempre me ha dicho que le chifla. Seguimos a la zona de madera. Aquí el taller pasa a ser más burdo, tengo maquinaria para cortar, lijar, herramientas para manipular (martillos, serruchos, destornilladores, alicates, mordazas…). Hay varios listones y tableros de madera en un rincón, sobre una estructura metálica que me he hecho hacer para poder organizarlos. Aquí ella se para y me mira.

—Tía, ¡eres una puta brico-loca! Si es que ¡te pareces a mi marido! —suelta flipada y, a la vez, con una sonrisa en la cara. Yo río con ella. Siempre dice que su marido y yo haríamos buena pareja, los dos somos manitas inquietos que no paramos de enredar con materiales diversos, y supongo que tiene razón. Es solo que nunca he conocido un hombre así, me puedo imaginar lo que dice, pero no sé lo que es, nunca lo he vivido de cerca.

—Ya sabes que el metal no es lo mío, pero sí, estoy segura de que él y yo nos llevaríamos bien. —La chincho siguiendo el juego, y le guiño un ojo, contenta.

La conduzco de nuevo hacia la entrada del taller, de regreso pasamos por otra zona donde tengo varios muebles en los que estoy ya trabajando, y finalmente la saco hacia la tienda.

Se para de golpe y me alarga los dos brazos, alojando la puerta entre ellos.

—Brutal —dice con una sonrisa enorme refiriéndose a la puerta y el panel que separa el taller de la tienda. Para Alex, «brutal» es simplemente inmejorable. Yo sabía que le encantaría la puerta, y ella acaba de confirmarlo. Sonrío como si fuera el día de mi boda.

—Lo sé loca, lo sé. —Y salimos cogidas de la mano y riendo hacia la multitud de gente de la tienda.

Mientras avanzamos, le cuento que la puerta y el panel son obra de Joaquín, el carpintero del pueblo. Es un hombre bastante mayor, pero es una pasada cómo trabaja. Cuando compré el local y tenía clara la distribución, fui a comentarle la idea que llevaba para hacer la división, y enseguida captó lo que quería, y aquí está. Es un trabajo excelente. La madera es bruta, se ven las vetas y los nudos. Al ser reciclada, también hay golpes, hendiduras, marcas… todo ello hace, si cabe, aún más preciosa la pieza.

Acabo de enseñarle la tienda a Alex, lo que queda ya es poco, hay más de taller que de tienda. Unas estanterías de madera con objetos decorativos (lámparas, mikados aromáticos, algún cojín, algo de cristalería, jarrones, espejos…), lo normal en una tienda de decoración, vamos. Tengo cestitos de mimbre desperdigados por la estancia, con pequeños objetos como puntos de libro monísimos, pomos para muebles, servilleteros, imanes o llaveros. También he organizado pequeños grupos de muebles creando pequeñas estancias dentro de la tienda, como por ejemplo la butaca con lámpara, puf y mesa auxiliar (con libros incluidos) que hacen el cálido y agradable rincón de lectura; la consola con el jarrón con flores, el espejo y la mullida alfombra que simulan un recibidor… y así con varias más, dentro de las posibilidades del local, que no supera los 25m2 (la zona de tienda y exposición).

La verdad es que hay bastante cosa por lo pequeña que es la tienda, pero aunque sé que queda mal que lo diga yo, debo admitir que no se ve recargada, y que en general el espacio es agradable, tranquilo, luminoso… ¡me encanta!

Por lo visto a Alex también le encanta, ya que no para de decírmelo durante el par de horas que está por aquí comiendo canapés, saludando a todo el mundo y cotilleando las piezas de la tienda. Sé que al final me querrá comprar más de un artículo, no podrá resistirse, y me da mucha rabia, porque hicimos el pacto de que le cobraría como a cualquier otro cliente (con un descuento por ser ella, pero que se las cobraría), y eso me va a costar bastante. Justamente porque es ella, yo se lo regalaría todo. Pero me lo hizo prometer, y ella lo hace por mí, y es verdad que si regalo todo a todo el mundo al final tendré que cerrar por quiebre… pero es mi amiga, ¡y se me hace tan raro! Pero bueno, no quiero adelantarme, de momento no ha cogido nada, todavía…

La dejo curiosear a sus anchas, está como pez en el agua, a ella todos estos eventos le van, ¡es una diva con todas las letras! Está ahora con su marido, Oscar. Ha venido hace un rato, siempre tiene mucho trabajo, es raro que se haya podido escapar. Antes ya le he dado las gracias con un par de sonoros besos y un abrazo. Es un sol de hombre, me alegra que haya podido venir.

Mi madre me pilla por sorpresa y me pasa cariñosa la mano por la espalda.

—¿Qué tal estás, cariño? —me pregunta solícita y llena de amor.

—Bien, mamá, todo está yendo perfecto, mejor de lo que me esperaba… —digo pensativa.

—¿Y eso por qué? Lo has preparado todo a conciencia, no podría ir de ninguna otra manera, ¡te lo mereces, señora empresaria! —me suelta de golpe, la muy pilla. Reímos un poco y acabamos de comentar cuatro cosas sobre los canapés, la gente y lo tarde que se ha hecho.

Cuando me doy cuenta estoy cerrando la persiana dispuesta a dar por terminado el día de la inauguración. Me ha pasado volando. Ha venido mucha gente, y ha sido muy emocionante.

Sin duda una antesala perfecta para abrir el lunes ¡con la máxima energía!

Por cierto, al final, he vendido bastantes piezas, algunas han sido pequeños objetos decorativos sin mucho valor, pero otras no tan pequeñas, ¡la butaca del rincón de lectura ya no está! Voy a necesitar otra con urgencia… «El lunes me apresuraré en terminar la que estoy tapizando en el taller», me ordeno mentalmente a mí misma.

2

Mi primer cliente

El resto del fin de semana ha pasado que ni me he enterado. Bueno, de hecho, mi fin de semana ha sido únicamente el domingo… aún no me he acostumbrado a esto de no disponer de los sábados, pero más vale que lo haga rápido, porque ¡esto ya ha empezado!

El lunes a las 9.00 ya estoy en la tienda, pero no subo del todo la persiana hasta que no dan las 9.30. Me dirijo directa al taller, tengo que ponerme a fondo con la butaca, porque quiero dejarla hoy terminada, si no tendré que comprar otra para poder tener el rincón de lectura completo.

Me encanta esta butaca. La encontré en la calle, tirada para que la recogieran los del ayuntamiento. Estaba hecha una pena. Se trata de una butaca de oficina de los años sesenta. Tiene las patas estilizadas e inclinadas, los reposabrazos de madera que se unen a la estructura, y un respaldo que envuelve todo el sillín, incluido el lateral de los reposabrazos. Es muy cómoda, pero la he tenido que restaurar entera, empezando por eliminar la carcoma, que la estaba destrozando por dentro. Tengo unos colaboradores que me congelan las piezas una semana para matar todo bicho y larva viviente en la madera. ¡Es la manera más rápida, cómoda, natural y eficaz de acabar con este bicho odioso! La estructura, barnizada en color negro brillante, estaba bastante destrozada… por no hablar de la tapicería, el terciopelo rojo había dejado de ser suave y brillante, para ser una tela reseca y quebradiza.

 

El caso es que me enamoré de ella en cuanto la vi, y ahora que la estoy terminando casi, me gusta todavía más.

He lijado toda la estructura para que se vean las vetas del roble, y la he blanqueado, para suavizarla.

También he rehecho toda la parte tapizada (el asiento y el respaldo envolvente), poniendo espuma y elásticos nuevos. La tela que he escogido, y que ahora estoy acabando de poner, es en tonos tierra y gris suaves, con un estampado geométrico retro que encaja a la perfección con su estilo de los sesenta.

Me encanta cómo está quedando, me va a dar pena venderla, lo sé de antemano.

Sigo trabajando con ella y horas después, mientras escucho la música de fondo a través de los golpes secos de mi grapadora neumática para tapizar, escucho la campanilla de la puerta de la tienda. Me incorporo de golpe y noto cómo los nervios se me ponen en el estómago en forma de dinosaurios haciendo sprints. Madre mía, ¡¡¿¿mi primer cliente??!!

Me asomo por la puerta del taller mientras me quito los guantes, y veo a un chico alto, moreno y risueño parado delante de la puerta y mirando con curiosidad las estanterías de la tienda.

Lo miro un segundo más de lo que debería —aprovechando que está distraído—, ostras… es muy atractivo.

—¡Hola! —lo saludo alzando la voz, para que sepa de dónde salgo y me localice.

—Hola. —Sonríe.

—¿Puedo ayudarte en algo? Soy Emma, la dueña.

—Hola, Emma, pues la verdad es que un poco de ayuda sí necesito… —me dice pensativo—, tengo un sofá falto de mesilla y lámpara en mi salón, y he pensado que a lo mejor aquí tendrías algo que pudiera servirme —me comenta interrogativo. Yo sonrío abiertamente, esto es lo mío.

—Por supuesto que tengo algo, si me acompañas te enseño un poco alguna de las mesillas que tengo por aquí, a ver si alguna te gusta… ¿Qué tipo de mesilla buscas? ¿Cómo tienes decorado el salón? —le pregunto curiosa. Siempre me fascina descubrir los gustos decorativos de la gente, es algo con lo que fantaseo a menudo cuando intento dilucidar los perfiles de las personas que me presentan o que se cruzan por mi camino (¿de qué color tendrá pintado el dormitorio? ¿Será minimalista o le gustarán los ambientes recargados? ¿Sabrá combinar bien los colores?). En fin, supongo que es deformación profesional, o no lo sé, a lo mejor es que no estoy muy cuerda… El caso es que, si quieres que te aconseje una mesita para el sofá, antes tendré que saber cómo es el sofá y la estancia donde está, y también, si me apuras, cuáles son tus gustos para no proponerte algo que encuentres horrible (eso iría en contra totalmente de conseguir una venta…).

—Tengo el piso bastante austero, la verdad —dice rascándose la nuca con un gesto avergonzado—, pero en general me gusta el estilo industrial, ¿se llama así? —Lo miro sonriendo.

—Sí, se llama así, es genial el look industrial, pero no se puede abusar mucho, porque si el espacio es pequeño puede llegar a recargar. Pero si me dices que es austero, seguro que no tenemos riesgo de recargar —concluyo toda convencida—. Ven, que tengo un par que te pueden encajar.

Lo llevo a uno de los rincones con diferentes mesitas auxiliares, y le señalo una que he hecho yo misma, con base de hierro y un sobre de madera rudo y sólido, irregular y precioso a la vez. Me encanta esta mesita.

—Hay esta, con líneas bastante sencillas, y que además, con la base de hierro resulta muy ligera. La madera le da un toque grunge y natural que contrasta con el hierro —comento orgullosa—. Y luego hay esta otra que también podría encajar —le señalo otra, unas piezas más alejada, toda de hierro, con los remaches vistos, pintada de gris oscuro desgastado. Está muy bien también, pero a ver, no la he hecho yo, la otra es mejor, sin duda.

Me muero por saber qué opina él, así que lo miro intrigada, y añado:

—Toda de hierro, es más atrevida, y el material y los remaches vistos realzan el estilo industrial.

En cuanto al precio están más o menos ahí mismo. Esta te sale por 35,90 € y la otra es un poco más cara debido a la madera, te sale por 52,00 €.

Él me mira pensativo y dudoso. Claramente está indeciso y tiene que pensarlo, así que le doy su espacio para que decida tranquilamente. No me gusta nada agobiar a la gente que pueda venir a la tienda. Que conste que estoy encantada de ayudar cuando se me necesite, pero no quiero ser de esas dependientas que están encima, presionando por tomar decisiones, y que parece que te obligan a comprar. De hecho, lo detesto, así que, como decía, enseguida tomo cartas en el asunto:

—Te dejo tranquilo que las mires con calma y lo pienses sin prisa. Hay otros modelos por aquí, tú mismo puedes echar un vistazo, a ver si alguna te encaja. Si necesitas algo más estaré en el taller, me llamas sin problema ¿de acuerdo? —Levanto la vista y lo miro a los ojos. Son de color marrón oscuro, profundos. Tiene una mirada inteligente, pero no sabría distinguir si está espantado, contento o indiferente. Ahora mismo es un misterio para mí, así que, antes siquiera de que responda, doy media vuelta sobre mis talones y me dirijo al taller—. Me llamo Emma, por si me tienes que avisar —le recuerdo en un tono bajo con cierta vergüenza. ¿Por qué tengo vergüenza?

—¡Gracias! —me dice al rato cuando ya estoy dentro del taller.

No contesto, y sigo con la butaca que me tenía entretenida.

No soy consciente de nada, ensimismada en la tela que se me escapa en una curva del dorso del respaldo del asiento, cuando oigo que alguien me llama por mi nombre con un tono cálido.

Me giro asustada de golpe y lo veo apoyado en la pared que hace de marco de la puerta del taller, mirándome fijamente, como curioso.

—Perdona, no quería asustarte —me dice acercándose—, ¿puedo pasar?

Yo me levanto algo patosa, estaba muy concentrada, la verdad es que ni me acordaba de él, y ahora me da vergüenza que me haya visto trabajando tan absorta, y mi poca falta de atención hacia él, mi primer cliente.

—No, tranquilo, quiero decir sí, pasa, pasa… es que me había olvidado por completo de ti, la verdad, lo siento —digo avergonzada y sonrojándome—. Estaba concentrada…

—Sí, ya me he dado cuenta. ¿En qué estás trabajando? No sabía que tenías taller propio. —Hace una pausa, también avergonzado—. Bueno, de hecho hasta hoy no había reparado en tu tienda, supongo que es normal que no supiera lo del taller, pero…

Le veo que se está metiendo él solito en un apuro y le tiendo un cable amable.

—Tranquilo, es normal que no hayas reparado en la tienda, justo inauguré el sábado. Y sí, tengo taller, hago lo que puedo, y lo que quiero, la verdad —le miro a los ojos y le sonrío—. Estoy re-tapizando esta butaca, la he restaurado por completo y quería terminarla hoy, porque el sábado, en la inauguración, vendí la de la tienda y necesito una butaca para el rincón de lectura… —¡Mierda, ahora soy yo la que me enredo solita!

—¿Así que vendes lo que restauras? ¡Qué buena idea!

—Gracias. —Sonrío tímida y me sonrojo más, joder, ¡¿por qué tengo tanta vergüenza?!—. Pero no solo restauro, también creo de cero. Esa pintura, por ejemplo, es mía. —Señalo detrás de él, donde tengo un cuadro abstracto que pinté hace tiempo apoyado sobre una repisa.