Mitología Maya

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Mitología Maya
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© Plutón Ediciones X, s. l., 2020

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

E-mail: contacto@plutonediciones.com

http://www.plutonediciones.com

Impreso en España / Printed in Spain

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I.S.B.N: 978-84-18211-13-3

A Vianey Serrano,

linda hermosa,

tan enigmática y misteriosa

como las leyendas del Mayab.

Y a Yayá Balam,

que me abrió las puertas

mágicas del mundo maya.

Prólogo: La ruta maya del misterio

Amo la ignorancia,

dijo el sabio Zamná,

porque la ignorancia

es el punto de partida

de todo conocimiento.

Resulta paradójico que cuando más se estudia una cultura, como la maya, más dudas, enigmas y misterios van apareciendo a lo largo y ancho de la investigación, así como más leyendas y mitos, tanto populares como académicas, unas llenas de errores y falsos amigos, y otras revisables, aunque eruditas, ante los constantes descubrimientos arqueológicos.

El pasado sigue enterrado, y a menudo en lugar de desenterrarlo de una vez por todas, parece que lo enterramos aún más con la democratización o vulgarización del conocimiento, como la información que aparece en las redes sociales y con las películas que se hacen al respecto, así como con el oscurantismo de las versiones oficiales que aparecen en los libros de texto e historia.

Uno de los errores más comunes es el de confundir a la cultura maya con la cultura azteca, como habitualmente hacen los europeos y los norteamericanos, lo que no es de extrañar, pues muchos de ellos creen que Sevilla está en México.

Eso no es todo: también hay personas que confunden incluso a la cultura inca con las culturas maya y azteca, pensando que el continente americano comparte un pasado prehispánico completamente homogéneo. No solo es la falta de conocimiento o la ignorancia general, porque en cierta forma nadie está obligado a saber lo que desconoce, y nuestro cerebro está acostumbrado a aceptar y a creer lo primero que escucha, sobre todo si proviene de la letra escrita o de la imagen filmada o fotografiada, es decir, de una fuente de supuesta autoridad, sino el exceso de información que se ha de procesar día a día más allá de nuestro entorno más inmediato, el cual a menudo también desconocemos. Muchas veces ni siquiera nos damos cuenta de en dónde estamos inmersos.

Interpretamos e incluso inventamos a partir del desconocimiento, o de lo que de lo que creemos conocimiento oficial y científico, creando nuestra propia ficción, nuestra propia historia, nuestra propia leyenda, y tal parece que esta forma de actuar y de pensar no ha cambiado mucho en los últimos diez o doce mil años: los seres humanos fabulamos independientemente de lo que sea la verdad o la realidad, y sin importarnos si fallamos en parte o en el todo.

A veces, hasta parece que no se quiere llegar a la verdad y a la realidad, porque la imaginación resulta más interesante que la claridad y el misterio atrae mucho más que lo explícito.

La mitología maya está llena de misterios y enigmas, por eso es tan atractiva. Se sabe mucho de ella, pues ha sido y es ampliamente estudiada, pero a la vez sabemos muy poco, y eso da lugar a todo tipo de especulaciones, como pasa con su calendario y sus supuestas profecías, sobre una cultura que desapareció de la faz de la Tierra no una, sino tres veces, para reaparecer y volver a desaparecer sin que nadie sepa nada al respecto.

Una civilización tan elevada y sofisticada como la maya, con ocho mil años de historia, en una región fértil y rica en toda clase de recursos naturales, capaz de construir hermosas e increíbles ciudades, con conocimientos matemáticos, astronómicos y científicos tan elevados y adelantados a su tiempo que siguen sorprendiendo a propios y extraños, con una escritura jeroglífica que no entiende nadie a pesar del ruso que asegura haberla decodificado, da lugar a todo tipo de historias, leyendas, mitos e interpretaciones, y, por lo mismo, a muchas dudas y preguntas al respecto.

Nos quedan los pueblos mayenses, descendientes directos de aquellos mayas que implementaban el cero en sus cuentas y construyeron Tikal y Palenque, que pueden contarnos muchas cosas, pero que de la ciencia antigua saben muy poco, pues es muy raro que alguno de ellos sepa los ciclos de Venus, a menos que haya estudiado astronomía moderna, o de arquitectura capaz de captar los solsticios, o de recubrir una pirámide con otra pirámide. Quedan los mayenses, pero no los mayas, a los que buscaremos a lo largo y ancho de este libro a través de sus mitos y sus leyendas, que quizá guarden las claves que abren las puertas de la ruta del misterio.

La historia es una ciencia social que busca ser exacta, o por lo menos acercarse a la realidad con cada nuevo dato y cada nuevo descubrimiento, e incluso mediante sus mitos y leyendas, que a menudo son más fascinantes que la historia oficial, porque en ellos se encuentra una esencia y se realiza una búsqueda que va más allá de la cronología y de los hechos: un prisma que nos abra los ojos a otras realidades, a otras formas de estar en la Tierra y a otras maneras de entender el universo y nuestra propia humanidad.

La mitología maya nos ofrece esta posibilidad, porque es una de las pocas que pone en cuestionamiento a los jerarcas y a los señores divinos, que se burla de ellos y que señala la astucia e independencia de los humildes seres humanos con respecto a las normas establecidas que solo obedecen a los intereses de las élites. Cuestiona, además, las leyes morales, las relaciones de parentesco y los tabús sexuales tan propios de Occidente y de nuestro tiempo, donde la diversidad se ha convertido en opresión, intereses económicos y disputas ideológicas sin sentido.

La mitología maya nos habla de las grandes urbes, pero también de los pueblos mayenses que se mantuvieron al margen de aquellas imponentes civilizaciones, como los lacandones —mi etnia preferida y a la cual le dedico un capítulo—, que jamás se dejó seducir por los oropeles de la riqueza y el conocimiento reglado y de pensamiento único de los mayas civilizados, como no se deja seducir hoy en día por el supuesto progreso.

«Busco en el pasado una brecha, algo que rescate a la humanidad de su ignorancia y de sus sistemas jerárquicos de opresión, codicia y guerra, porque en el presente no la hay y, en el futuro, mucho menos». Palabras de Yayá Balam.

J.T.R.

Introducción: Los tres periodos de

la cultura maya

Tres veces hemos nacido,

tres veces hemos muerto,

de barro, madera y maíz,

la cuarta vez ya no moriremos.

Hablar de la mitología maya es remontarse hasta el año ocho mil antes de nuestra era, hasta el 1480 de la era común marcada por los romanos a partir del año uno, porque los romanos, a diferencia de los mayas y los hindúes, desconocían el cero. Por tanto, y aunque parezca exagerado, nos enfrentamos a una de las culturas más antiguas y sabias del planeta, tanto, que no falta el arriesgado investigador que asegure que, en Mayapán, para bien o para mal, nace la civilización humana, y que a partir de ella, como primer mito, se desarrollan las culturas china, hindú y egipcia, así como la cimeria, la caldea y otras civilizaciones convenientemente olvidadas por el tiempo y la academia.

Puestos a mitificar, y como cuenta una leyenda maya que veremos más adelante, los mayas, junto con los egipcios, serían descendientes directos de la mítica Atlántida que se salvaron de la terrible catástrofe acaecida en el planeta hace nueve u once mil años atrás.

La Atlántida puede ser un mito platónico, pero la devastación planetaria que convirtió en un desierto al vergel del Sahara es un hecho.

La gente que sufrió aquella tragedia posiblemente desapareció en su mayoría, pero los sobrevivientes tuvieron que reubicarse en otros territorios, ya fuera por tierra, como los egipcios, o por mar, como en el caso de los mayas.

Estas especulaciones copan seis mil años de mitología maya, porque en el dos mil antes de nuestra era ya aparece la primera civilización maya en lo que los libros de texto llaman preclásico.

Primer periodo maya

Los procesos históricos nunca se dan de un día para otro, ninguna civilización aparece de la nada con sus domos y sus pirámides, sus glifos o jeroglíficos y su capacidad para medir el tiempo y observar las estrellas, y la cultura maya no es la excepción, por lo que los dos mil años de antigüedad que se adjudican son solo orientativos y nos sirven para tener una referencia cronológica más o menos consistente, pero nada más.

No aparecen trece grandes ciudades maya de la noche a la mañana ocupando casi todo el sur de lo que ahora es la República Mexicana. Estos son los asentamientos maya descubiertos de manera directa, pero las fotografías satelitales con filtro azul de los años ochenta del siglo XX, así como las infografías actuales, revelan que los asentamientos maya son bastantes más y con una red de carreteras compleja, tanto, que hay quien asegura que las primeras carreteras del mundo son de origen maya, y que servían tanto para el transporte como para la limpieza y distribución de agua para todo el territorio.

 

Área maya del Preclásico

Ya en aquella época hubo pirámides que cubrían a otras pirámides, y trabajos en cristal, obsidiana y alabastro que no tienen nada que envidiarles a las técnicas modernas de pulido, con lo que los dos mil años que se le adjudican pueden quedarse cortos.

La cultura maya no fue, en ninguno de sus tres periodos, imperialista; es decir, nunca se dedicó a conquistar otros pueblos para cobrar tributos o expandir su religión o su lengua, sino que se dedicó a su propio desarrollo y crecimiento.

La región ocupada era y sigue siendo fértil, tropical y con lluvias abundantes, con una fauna y una flora exuberantes, a la que los mayas sumaron un sistema de cultivos eficiente y funcional; tenían con un ordenamiento jurídico estable, un cuerpo sacerdotal y unos «señores divinos» ecuánimes, así como con una sana convivencia social. Contaban con lo que podríamos llamar fuerzas armadas, pero no eran especialmente guerreros ni mantenían conflictos bélicos con los pueblos cercanos.

Sin embargo, entre los años doscientos cincuenta y cien antes de nuestra era, la primera etapa maya «desaparece», se abandonan pirámides y domos, y la selva se come prácticamente los caminos y carreteras, primero, y ciudades enteras después.

Hay muchas teorías al respecto, pero la verdad es que de momento nadie sabe con certeza cómo ni por qué sucedió el aparente declive de esta primera etapa maya.

Segundo periodo maya

La edad dorada de la cultura maya se da en el periodo clásico o segundo periodo maya, porque en él aparece la escritura que deviene de los glifos de la etapa anterior, pero ya de una forma ordenada que parece contarnos algo, y aunque no sabemos exactamente qué querían contar, se intuye por las pinturas y otros grabados que la acompañan en las paredes de las pirámides.

No contamos con una Piedra Roseta que nos aclare el contenido de la escritura maya con certeza. Sir Wallis E. Budge, gran egiptólogo inglés, se pasó buena parte su vida intentando descifrar los jeroglíficos egipcios y escribió algunos ensayos al respecto. Sus interpretaciones parecían lógicas y fueron aceptadas como buenas hasta que Champollion descubrió la Piedra Roseta y echó por tierra los largos esfuerzos de Budge, que atinó solo en la contabilidad egipcia.

Las inscripciones del obelisco de Cleopatra, que todos creían de contenido mágico y religioso, simplemente decían «Cleopatra Ptolomeo».

Con la escritura maya puede suceder algo parecido, y ahí donde los investigadores creen ver la reseña de una guerra, quizá solo se encuentre una anécdota cotidiana o el nombre de un personaje. También es un misterio este renacimiento que se da entre el año cien y el doscientos cincuenta de nuestra era y que llega hasta el año mil, aproximadamente, tras trescientos años de silencio. ¿Dónde estuvieron todo ese tiempo?

No se sabe, pero de pronto renace Copán y los pueblos maya se extienden por todo Guatemala con la impresionante ciudad de Tikal a la cabeza, sin dejar de lado a Palenque y Calakmul, todas ellas convertidas actualmente en importantes centros turísticos y de investigación arqueológica.

La política de esta época es más expansiva y de intercambio que guerrera, con una clara influencia de toma y daca con los toltecas que favoreció culturalmente a ambos pueblos, tanto en el arte como en la religión, así como en las ciencias y en los sistemas educativos. Hoy en día todavía se discute el origen del calendario de 260 días lunares y 365 días solares, con la confluencia de Venus cada 112 años, ya que unos apuestan por el origen maya y otros por el origen tolteca, cuando también es posible que haya nacido de la colaboración científica de ambos pueblos.

Los avances en astronomía son prodigiosos, y no solamente en el cálculo de eclipses, solsticios y equinoccios, sino también en el movimiento retrógrado de las constelaciones con respecto a la eclíptica del sol, con una duración cercana a los dos mil años.

Las matemáticas, y no solamente la simple contabilidad, con fórmulas y métodos en base veinte, por no insistir en la concepción del cero, son clara muestra de un refinamiento intelectual único en el mundo de su época.

El cuidado del entorno selvático, junto con el desarrollo sostenible de la agricultura, aseguraban los suministros alimentarios de una vasta región.


Ceremonia matrimonial maya

La formalización de actos rituales y familiares, como el matrimonio y las obligaciones y responsabilidades de los cónyuges, son un hito en una Mesoamérica que utilizaba a las mujeres como moneda de cambio (y que aún lo sigue haciendo en muchas comunidades mayenses). Llaman la atención, sin embargo, las grandes diferencias sociales entre el campo y la ciudad, entre las élites y el pueblo llano (y que se mantiene hoy en día), donde la población urbana e intelectual conforma un grupo social completamente ajeno a las comunidades vecinas y al conjunto de los habitantes de base. Los mayas eran cultos y refinados, mientras que los pueblos mayenses eran ignorantes y salvajes, como en el caso de los fascinantes lacandones, pueblo mayense alejado por completo de la gran cultura maya desde hace miles de años.

La mitología maya está más cerca de los segundos que de los primeros, es decir, es una expresión más popular que cultivada, más centrada en las etapas proto-maya y periodo preclásico que, en esta etapa dorada, donde los gobernantes y jerarcas son fuertemente criticados y sometidos a la venganza fabulada en sus leyendas, como en la famosa leyenda de El enano de Uxmal.

A pesar de su gloria y esplendor, con una arquitectura cada vez más refinada, la segunda civilización maya también desaparece sin causa aparente alrededor del año mil de nuestra era, mientras que los pueblos mayenses del vecindario permanecen, como los lacandones antes mencionados, y las especulaciones —cada una más fantástica—, se disparan, como la evacuación por parte del Gran Monstruo Creador o la diáspora para recorrer el mundo y llevar allende los mares y los continentes su conocimiento, e incluso la aniquilación por muerte, hambre o la invasión de otro pueblo, como el itzá, fundador de Chichen Itzá en el tercer periodo maya, e incluso por la gran expansión tolteca, que parece ser la más acertada, que ocupó los territorios, destruyó las ciudades e impuso su religión y su lengua a los conquistados durante varios siglos.

Tercer periodo maya

Dependiendo de la fuente, el tercer periodo maya se da entre los siglos VI y XV de nuestra era, según unos, o del siglo X al siglo XVI, según otros. De una u otra manera, el resurgimiento de la cultura maya es un hecho contrastado que tuvo lugar en la península de Yucatán, conservando o rescatando su escritura, su ciencia astronómica, su lengua, su religión e incluso sus leyendas populares, así como su mitología puramente maya.

Para unos el Quetzalcóatl de los toltecas se convirtió en el Kukulkán de los mayas, para otros Kukulkán no es para nada Quetzalcóatl, sino el Señor de la Estrella del Amanecer, o del Amanecer simplemente; y, para algunos más, Kukulkán no es más que el título que recibían los capitanes toltecas que comandaban los ejércitos invasores del territorio maya.

Los tenochcas, o aztecas si usted lo prefiere, llegaron muy tarde a la cultura maya y no invadieron la península de Yucatán, aunque sí practicaron el intercambio de mercancías e información.

La invasión bélica de los itzaes se dio entre los siglos XI y XIII, pero el conflicto parece venir de más lejos, probablemente desde el siglo VI, por cuestiones de origen y de identidad, así como de política, ya que los mayas no tenían la intención de convertirse en un imperio, y los itzaes sí. De una o de otra manera itzaes y mayas convivieron durante mucho tiempo en la llamada liga de Mayapán, que unía a las grandes ciudades de Mayapán, Chichen Itzá y Uxmal, y sus mitos y leyendas suelen ser comunes y basados en dos libros sagrados: el Popol Vuh y el Chilam Balam.


Segundo y tercer periodo maya (clásico y posclásico)

Lo que no sucede en milenios sucede en un día, y lo que en dos periodos había sido armonía, se convirtió en violencia cortesana y en codicia humana por el poder y los bienes materiales en la tercera y última etapa maya, cuando los itzaes son vencidos y la fabulosa ciudad de Chichen Itzá es la primera gran ciudad maya abandonada del todo antes de la llegada de los conquistadores europeos.

En el año 1465 estalla la guerra y la división irreconciliable entre los mayas, cada uno se aferra a su ciudad y entorno, y hace lo posible para que el de al lado fracase. En 1480 todo acaba, y las tres grandes ciudades pierden a sus habitantes, junto con sus sabios, profesores, jerarcas y sacerdotes, y nadie vuelve a saber nada de ellos. Hay quien asegura que hubo una epidemia terrible y que los sobrevivientes se refugiaron en el Petén, pero este nuevo final también está lleno de leyendas y especulaciones, porque entre los que se salvaron no quedó nadie que supiera leer la escritura maya, y mucho menos determinar el paso de los astros.

Cuando Hernández de Córdoba llega a la península en el 1517, la gran cultura maya ha desaparecido. En el 1524 Pedro de Alvarado conquista Guatemala y las Hibueras (Honduras), pero no logra someter a los pueblos mayenses de la selva ni a los de la península, que van a resistir y a rebelarse continuamente hasta el siglo XIX, y a sentirse un poco mexicanos, que tampoco lo deseaban, hasta bien entrado el siglo XX.

¿Qué fue del gran pueblo maya constructor de las pirámides y conocedor del devenir de los cielos?

¿Qué pasó en los trescientos años que estuvieron desaparecidos entre el primero y el segundo periodo?

¿Qué fue de ellos durante los seiscientos u ochocientos años que pasaron entre el segundo y el tercer periodo?

¿Dónde están o a dónde fueron los mayas que desaparecieron en 1480?

La respuesta es «yucatán», es decir, «no lo sé» o «no lo entiendo» en lengua maya.

De hecho, y de momento, nadie puede dar una respuesta fidedigna y basada en hechos y datos certeros, porque no hay huesos de los millones, cientos de miles o incluso miles de habitantes de Mayapán, Uxmal y Chichen Itzá.

Esperemos que la mitología maya, con sus historias populares y leyendas que han sobrevivido durante milenios entre los pueblos mayenses, en tono rebelde, diverso y contestatario nos den, si no una respuesta clara y concisa a los misterios mayas, sí las claves para imaginar con el corazón su mágica existencia.