En pos de los puritanos y su piedad

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Capítulo cuatro

LOS ESCRITOS PRÁCTICOS DE
LOS PURITANOS INGLESES

l Directorio cristiano de Richard Baxter, compuesto entre 1664–65 e impreso en 1673, de acuerdo con el juicio de los primeros editores, contiene «probablemente el mejor cuerpo de teología práctica que está disponible en nuestro idioma o en algún otro».54En su «Anuncio» preliminar, Baxter dice que lo escribió en parte para que «los ministros más jóvenes que tienen poca experiencia, puedan tener a su alcance un manual de resoluciones prácticas y direcciones acerca de los temas que deben tratar».55 Bajo el título «Casos eclesiásticos de conciencia» aborda, como se vio en el capítulo anterior, muchos asuntos prácticos en los que los ministros más jóvenes podrían necesitar orientación, y cuando responde a la pregunta 174, «¿Cuáles son los libros, especialmente de teología, que debería escoger una persona que, ya sea por falta de dinero o de tiempo, no puede leer mucho?»56 enlista lo que él consideraba «La biblioteca más pobre o más pequeña que uno puede tolerar», y con eso se refería a la colección privada de un ministro joven. Su respuesta, numerada en el estilo puritano estándar, consta de seis elementos: Una Biblia, una concordancia, un comentario, los catecismos, algo acerca de las doctrinas del evangelio, y el sexto elemento es: «todas las obras prácticas y fervorosas que puedas conseguir de escritores ingleses». Después de nombrar más de sesenta obras como esas, él repite: «Todas las que puedas conseguir».57 Tanto su repetición enfática como el tamaño de la lista58 son excepcionales. Es evidente que Baxter no tenía muchas esperanzas para los ministros jóvenes que no se sumergían en las «obras prácticas y fervorosas de los escritores ingleses».

Pero esa recomendación no la hacía únicamente para los ministros. En la carta dedicatoria de su primera obra escrita, The Saints’ Everlasting Rest [El reposo eterno de los santos] (1649; un éxito en ventas de 844 páginas, que fue reimpreso anualmente durante los primeros diez años después de su publicación), instó a su congregación de Kidderminster con las siguientes palabras: «Lean muchos escritos de nuestros teólogos antiguos y sólidos.»59 Y ahí se refería a los mismos escritores «prácticos y fervorosos». La invitación a leerlos, a menudo con recomendaciones particulares, aparece muchas veces en los libros devocionales de Baxter, los cuales fueron puestos juntos para aumentar este corpus. En el prefacio de su sermón acerca de la soberanía absoluta de Cristo (1654), Baxter escribió:

Me he esforzado por adaptar todo, o casi todo, en contenido y forma, a la capacidad de las personas del vulgo. No obstante, el contenido es muy necesario para toda clase de personas, pero lo publico principalmente para los del vulgo; y yo preferiría que este texto fuera contado entre aquellos libros que viajan de puerta en puerta por todo el país, entre la mercancía de los vendedores ambulantes, antes de que se pusiera entre los libros que se encuentran en los estantes de las librerías, o entre los libros que guardan en las bibliotecas de los teólogos eruditos. Y mi intención, si Dios me concede el tiempo y la capacidad, es diseñar de esa manera la mayoría de mis publicaciones.60

Baxter mismo, un cuarto de siglo antes, había aprendido la fe en Cristo de la obra de Sibbes, The Bruised Reed [La caña cascada], la cual compró su padre de manos de un vendedor ambulante en la puerta de su casa,61 y él no podía imaginar una mayor utilidad para sus propios libros que la de cumplir con tal ministerio. Aquí, nuevamente, podemos ver un indicador del valor tan preciado que él había encontrado en «las obras prácticas y fervorosas de los escritores ingleses».

Mi tarea en este momento es introducir o reintroducir a estos hombres ante el mundo cristiano, el cual por lo general los ha descuidado. Ya que en su época ellos fueron populares y apreciados, y después de dos siglos las personas seguían estimándolos de esa manera, pero actualmente son muy poco conocidos. El interés por el puritanismo que se ha despertado en los últimos 50 años es principalmente académico, pero parece que muy pocos creyentes están leyendo las reimpresiones puritanas que afortunadamente están disponibles hoy en día.62 Creo que esta negligencia nos ha empobrecido gravemente, y me gustaría verla llegar a su fin.

De manera que me referiré a estos «escritores ingleses prácticos y fervorosos» como puritanos, de la misma manera en la que todos los demás los llaman. Pero es importante aclarar que así es como los veían en el siglo XVIII,63 y que los autores contemporáneos no tienen la misma perspectiva. Sin embargo, es necesario resaltar que, en el campo de la teología práctica, el uso de la palabra «puritano» no corresponde con ninguna de las aplicaciones que se le daban en el periodo (1564–1642) en el que comenzó a usarse.64 Durante ese período era un insulto, el cual conllevaba uno, o los dos males, de la «iglesia pura»: el elitismo y la censura arrogante —dos formas horribles de orgullo. Esa era la carga semántica de esta palabra, la cual se aplicaba con desprecio a los que aspiraban a ser reformadores de la iglesia nacional y a las personas piadosas en general, como le ocurrió al padre de Richard Baxter, a quien sus vecinos le hacían burla llamándolo «puritano» por quedarse en su casa los domingos por la tarde para leer la Biblia y orar con su familia, en lugar de salir a bailar y jugar con el resto del pueblo.65 Aparte de los oscuros Anabaptistas de Londres, quienes, de acuerdo con el informe de John Stowe, se llamaban a sí mismos «puritanos, los corderos sin mancha del Señor»,66 nadie más reclamó ese nombre, de hecho, William Perkins, la figura paterna de estos «escritores ingleses prácticos y fervorosos» rechazó ese término como una palabra «vil».67 De manera que, es evidente que, esta palabra es inestable y difícil de manejar. R. T. Kendall observa con justicia que, «si hemos de aceptar consistentemente el término «puritano», tenemos dos opciones, o reajustar la definición para que se adapte a un hombre a la vez, o, si estamos tratando con una tradición, comenzar con una definición y terminar con otra». Kendall opta por denominar a estos hombres «prácticos y afectuosos» como: la escuela de los «predistinacionistas experimentales», lo cual es apropiado.68 Sin embargo, por comodidad, me quedaré con la descripción convencional de estos escritores, y me referiré a ellos como puritanos.

La mejor introducción a estos escritores «prácticos y afectuosos» es su historia, la cual a continuación voy a revisar de manera rápida. Ya que, ésta no es muy bien conocida. Pero lo que es más conocido es el hecho de que, a partir de 1564 la etiqueta de «puritano» aplicaba a los defensores de una reforma más externa para la Iglesia de Inglaterra; y una gran cantidad de historiadores a lo largo de dos siglos han definido al puritanismo de esa manera. G. M. Trevelyan, por ejemplo, sigue ese modelo típico cuando explica el puritanismo como «la religión de todos aquellos que deseaban “purificar” a la iglesia establecida de la mancha del papado o que buscaban adorar por separado utilizando formas de adoración más “purificadas”».69 Sin embargo, en raras ocasiones se ha reconocido que la agitación eclesiástica puritana era solo un aspecto de un movimiento religioso multifacético, cuyo principal objetivo era el evangelismo y la educación espiritual. Este movimiento pastoral, en el que los conformistas y los inconformistas, anglicanos, presbiterianos, independientes, bautistas y erastianos eran esencialmente uno, no era un movimiento espectacular, como tampoco lo son la mayoría de los movimientos pastorales. Nunca fue un movimiento con un nombre partidario, y su historia nunca se ha escrito de manera adecuada. Esa historia es una de avivamiento espiritual, que comenzó siendo pequeño, pero que a lo largo del siglo empezó a ganar más ímpetu, hasta que, las políticas de la Restauración Inglesa hicieron que éste se disolviera. En resumen, esta historia contiene los siguientes puntos.

1

Diez años después del asentamiento isabelino, la Iglesia de Inglaterra se encontraba en mal estado. En primer lugar, por causa de la falta de dinero. Las depredaciones reales y aristocráticas en la época de la Reforma habían hecho que los fondos para sostener a la Iglesia fueran tan bajos que era imposible darle sustento económico a un pastor titular. Además de eso, había falta de hombres. Las persecuciones de la reina María habían acabado con los protestantes convencidos; el Juramento de Lealtad impuesto por la reina Isabel había arrasado con los papistas convencidos; y la mayoría de los clérigos que quedaban eran hombres con capacidades muy pobres y sin convicciones claras. Se sabía que muchos de ellos llevaban una vida inmoral. Las necesidades económicas de la iglesia eran solventadas por una pluralidad de extranjeros, y los artesanos sin ninguna preparación ministerial eran ordenados al ministerio, a falta de alguien mejor, de manera que ellos únicamente leían los servicios del domingo, y durante la semana continuaban con sus oficios y sus negocios. Por esa razón, muchas iglesias permanecieron muchos años sin que se predicara un solo sermón. Ni siquiera los obispos isabelinos podían atraer al ministerio a suficientes jóvenes universitarios que ayudaran a solucionar esta podredumbre.

La ignorancia del clero rural de mediados del siglo XVI se puede juzgar a partir de los registros de la investigación del obispo Hooper sobre las condiciones en su diócesis en 1551. A esos ministros se les hicieron las siguientes preguntas:

 

1. ¿Cuántos mandamientos hay?

2. ¿En dónde se encuentran?

3. Repítelos.

4. ¿Cuáles son los artículos de la fe cristiana?

5. Compruébalos a través de las Escrituras.

6. Repite la oración del Padre nuestro.

7. ¿Quién nos enseñó esa oración y cómo lo sabemos?

8. ¿En dónde se encuentra esa oración?

De 311 ministros examinados, sólo 50 pudieron responder a todas las preguntas, 19 de ellos respondieron de una manera mediocre, 10 de ellos no se sabían el Padre nuestro, y 8 personas no respondieron a ninguna de las preguntas.70

Entre los años 1551 y 1570 no ocurrió nada que mejorara esa situación; sino todo lo contrario, porque como ya hemos visto, los hombres más capacitados, tanto del lado de los protestantes como del lado de los papistas, habían sido erradicados. Los únicos protagonistas competentes de la religión reformada en Inglaterra fueron los exiliados del reinado de María que regresaron, los cuales no se habían convertido en obispos ni decanos, y prácticamente todos se habían establecido en las universidades (Oxford y Cambridge) o en Londres. Y muy pocos regresaron para irse al campo. De manera que, debido a todos los cambios que ocurrieron en la religión de Inglaterra durante 20 años, era posible que la reforma doctrinal de la iglesia inglesa nunca hubiera ocurrido. En el tiempo de Eduardo VI, y también después del reinado de María, hubo algunos movimientos superficiales en dirección hacia el protestantismo en grandes sectores de la comunidad; pero para el año 1570 era evidente que esos cambios no eran nada menos que un movimiento antipapista violento. La religión de la justificación por la fe era prácticamente desconocida, y la superstición estaba extendida y arraigada entre las personas, tal como había sido en el siglo anterior. Aunque Inglaterra profesaba la religión protestante reformada y todas las personas asistían obedientemente a la iglesia los domingos (ya que era ilegal faltar a la iglesia), era una realidad que Inglaterra todavía no se había convertido.

En febrero de 1570, Edward Dering, un célebre líder puritano que predicaba ante Isabel, le habló claramente sobre este asunto.

Primero quisiera centrar su atención en sus prebendas, observe que algunas de ellas son profanadas con negociaciones, otras con reparticiones, otras son acumuladas como pensiones, otras son privadas de sus comodidades (…) Observe (…) a sus patrocinadores. Y he ahí, muchos están vendiendo sus prebendas, otros las están subcontratando, algunos las guardan para sus hijos, otros se las dan a los niños, unos las utilizan para el servicio de los hombres, y muy pocos las aprovechan para buscar pastores preparados (…) Observe a sus ministros, hay algunos de una ocupación, algunos de otra, algunos bravucones, algunos rufianes, algunos vendedores ambulantes, algunos cazadores, algunos jugadores y apostadores, algunos guías ciegos que no pueden ver, algunos perros mudos que no ladrarán…

Y, sin embargo, mientras se cometen todas estas prostituciones, usted, a quien Dios le pedirá cuentas de esto, permanece tranquila y despreocupada; dejando que los hombres hagan como mejor les parece. Debido a que todas esas cosas no afectan su propia comodidad, usted está contenta dejándolos hacer lo que quieren.71

Lo que Dering lamentó no fue la falta de ecos de Ginebra en la Iglesia de Inglaterra, sino la situación pastoral terriblemente estéril junto con el hecho de que Isabel se negara a hacer algo al respecto. En 1571, Cox escribió el siguiente testimonio de ella: «Tiene la costumbre de escuchar con la mayor paciencia los discursos amargos e hirientes;»72 y ella ciertamente se negó a dejar que las denuncias de Dering sacudieran su pasividad. La única reacción que el sermón logró en ella fue que a él se le suspendiera el permiso para predicar.

No es fácil visualizar lo que Isabel pudo haber hecho para mejorar esa situación, incluso si hubiera tenido la disposición de hacer algo; pero la realidad es que ella no quería hacer nada. Por razones políticas, ella deseaba que el clero estuviera constituido por hombres poco distinguidos, sin iniciativa, que se limitaran a seguir la corriente. Sin embargo, aquellos que estaban en busca de la conversión de Inglaterra y de la gloria de Dios en la Iglesia inglesa, no pudieron quedarse quietos igual que ella. Pero, ¿qué se requería de ellos para que alcanzaran ese avivamiento espiritual que estaban buscando? ¿Qué era lo que tenían que hacer? ¿Cuál debía ser su estrategia? Ante esas preguntas podríamos dar diferentes respuestas.

Algunos de ellos, guiados por los veteranos que habían sido exiliados por María, ya estaban haciendo campañas para remover cuatro ceremonias del Libro de oración: el sobrepelliz de los clérigos, el anillo de bodas, la práctica de marcar una cruz en la frente antes del bautismo, y la obligación de arrodillarse en la santa comunión. La objeción que ellos presentaron era que, además de la falta de aprobación de las Escrituras, esas prácticas parecían apoyar las supersticiones medievales que afirmaban que los clérigos eran sacerdotes mediadores, que el matrimonio era un sacramento, que el bautismo era mágico, y que la transubstanciación era real. Se pensaba que, si estas cosas eran quitadas, Dios sería honrado y el cristianismo básico sería apreciado mucho más.

Más adelante, en 1570, tras la destitución de Thomas Cartwright, quien tenía el título «Lady Margaret Professor of Divinity» por parte de Cambridge University, el cual fue destituido por abogar a favor del presbiterianismo en sus enseñanzas acerca del libro de los Hechos, se despertó una inquietud por «presbiterianizar» radicalmente a toda la Iglesia isabelina de Inglaterra por medio de las promulgaciones parlamentarias. Entonces, los hombres jóvenes comenzaron a liderar, y se hicieron muy evidentes la rigidez teórica y la arrogancia argumentativa, que generalmente aparecen cuando los revolucionarios juveniles están determinados a realizar algo. La famosa «Admonición al Parlamento» de John Field y Thomas Wilcocks, (que hizo que sus autores se ganaran un año en prisión) era el manifiesto de este movimiento. Ya que, también en ese escrito se insinuaba la idea de que, a través de algunos cambios, el honor de Dios y la piedad de los ingleses serían favorecidos. Edwin Sandys, arzobispo de York, había sido uno de los exiliados del reinado de María, y siempre fue un protestante valeroso, sin embargo, él veía a los agitadores presbiterianos con cierto escepticismo. En 1573, le escribió a Bullinger en Zúrich:

«Se han levantado nuevos oradores entre nosotros, jóvenes necios, quienes, al mismo tiempo que menosprecian la autoridad y no reconocen a sus superiores, están buscando derrocar y desarraigar por completo nuestra política eclesiástica (…) y se están esforzando por darnos una especie de «nueva plataforma» para la iglesia, que todavía no entiendo cómo funciona (…) para que puedas estar más familiarizado con todo el tema, recibe este resumen del asunto en cuestión, condensado en ciertos encabezados:

1. El magistrado civil no tiene autoridad en materia eclesiástica. Él es solo un miembro de la iglesia, cuyo gobierno debe estar comprometido con el clero.

2. La iglesia de Cristo no admite otro gobierno que el del presbiterio; es decir, el pastor, los ancianos y los diáconos.

3. Los nombres y la autoridad de los arzobispos, archidiáconos, cancilleres, comisarios y otros títulos y dignidades similares deben eliminarse por completo de la iglesia de Cristo.

4. Cada parroquia debería tener su propio presbiterio.

5. La elección de ministros debe estar en las manos del pueblo.

6. Los bienes, posesiones, tierras, ingresos, títulos, honores, autoridades y todas las demás cosas que les pertenecen a los obispos y a las catedrales, deberían serles quitadas desde ahora y para siempre.

7. No se le debería permitir predicar a ninguno que no sea pastor de una congregación; y éste debería predicar para su rebaño exclusivamente, y en ningún otro lugar…

Y de acuerdo con lo que Sandys declaró, nada de eso «podrá obrar para el beneficio y la paz de la iglesia, sino para su ruina y confusión. Si eliminamos la autoridad, la gente se precipitará de cabeza hacia todo lo que sea malo. Si eliminamos el patrimonio de la iglesia, al mismo tiempo estaríamos eliminando no sólo la sana enseñanza, sino la religión misma».73

Sin duda alguna, Sandys tenía razón al declarar que en la Inglaterra que el conoció, en donde la mayoría de las personas eran analfabetas y seguían estando entregadas a la ignorancia y la superstición, ese programa de reforma presbiteriana, sin importar cuales fueran sus motivos y sus justificaciones, era un programa doctrinalmente impracticable y contrario a la causa de la piedad. Lo que Inglaterra necesitaba no era el presbiterianismo sino lo que en realidad era necesario era un cuidado pastoral, es decir, que los pastores se preocuparan por atender a sus rebaños. Estos «presbiterianizadores» farfullaron intermitentemente durante los siguientes 20 años, pero no crearon una corriente de opinión sólida, y no pudieron comprobar que sus ideas eran la manera correcta para completar la búsqueda de la santificación de Inglaterra; sino todo lo contrario, y finalmente, los tratados injuriosos de Marprelate (1588–89) destruyeron la credibilidad moral de ese movimiento. ¡Burlarse de los dignatarios de la manera en la que lo hacían esos tratados, no era la fórmula para ganar almas! Fue otro evento de 1570 el que mostró un camino a seguir más fructífero.

El 24 de noviembre de ese año, el Abraham de la escuela de pastores y escritores «prácticos y afectuosos» abandonó su Mesopotamia y se dirigió hacia la tierra prometida. Su nombre era Richard Greenham y había renunciado a su beca en el Pembroke Hall de Cambridge para convertirse en ministro de Dry Drayton, a unos 12 kilómetros de la ciudad. Él fue el pastor renovado pionero (con las características que Baxter esperaría), ya que, fue el primer hombre genuinamente capaz (hasta donde podemos decir) de abordar, de una manera auténticamente apostólica, la tarea de enraizar el evangelio en la Inglaterra rural. Ya hemos hablado un poco de su trabajo.74 Él se ganó una gran reputación como consejero pastoral o (como él mismo lo concibió) médico espiritual; y para sus amigos fue algo muy lamentable que él no «dejara para la posteridad un Manual en el que comentara acerca de las enfermedades tan particulares que Dios le permitió sanar, junto con los medios que utilizó para realizar sus curaciones». La cita anterior proviene de Henry Holland, el biógrafo de Greenham, quien expandió un poco más ese tema, diciendo:

La dieta y la cura necesarias para restaurar a las almas afligidas, es un misterio muy grande, y en ese sentido, muy pocas personas han logrado trabajar para comprender y desempeñar el buen arte de la medicina espiritual, o para enseñarnos algún buen método para practicar este (…) preciado arte, y transmitirnos gran experiencia; de tal manera que el peligro es grande, pues si no conocemos las reglas y los fundamentos prácticos de este arte, podemos cometer el error de adivinar con incertidumbre cuales son los mejores remedios y discursos que se deben aplicar sobre el alma enferma. Y si un médico natural, en lo que respecta a su oficio y sus facultades, puede decir efectivamente «ars longa, vita brevis [el arte es largo, la vida es corta], cuánto más el médico espiritual puede aplicar este aforismo a ese misterio del que estamos hablando. Los sabios piadosos saben que, es mucho más difícil discernir las causas secretas que producen las mucosidades ocultas del alma; y en esa área, es mucho más peligroso proceder confiando en la mera experiencia, sin conocer este arte ni tener las habilidades necesarias (…)

Pero, este reverendo hombre de Dios, el M. [maestro] GREENHAM, toda su vida fue un hombre que trasmitió gran esperanza, y él posiblemente nos ha dado las mejores reglas para desempeñar esta misteriosa facultad…75

Greenham nunca escribió el tratado sobre dirección pastoral que sus amigos deseaban (aunque la colección de cuarenta páginas titulada «Grave Counsels and Godly Observations [Consejos serios y observaciones divinas]» de Holland, que es la primera parte de las obras de Greenham, nos muestra cuál pudo haber sido la extensión y la fuerza que hubiera tenido ese tratado); sin embargo, sí realizó la segunda mejor opción, que posiblemente fue la mejor: entrenó a muchos de los pastores de la próxima generación. Los ordenandos (aspirantes a pastor) vivían en su casa y estudiaban con él como verdaderos aprendices; y regularmente, durante la comida del mediodía, se reunía con ellos un grupo de ministros locales y visitantes de otros pueblos; de manera que, en palabras de Holland, Greenham «fue un instrumento especial en las manos de Dios para alentar y entrenar a muchos jóvenes piadosos y eruditos en el servicio sagrado de Cristo, y en la obra del ministerio».

 

Aunque se estableció en Dry Drayton, Greenham continuó ejerciendo una influencia considerable en la universidad, con la cual mantuvo un estrecho contacto. En 1589, estuvo en el púlpito de la iglesia parroquial universitaria de Great St. Mary’s, criticando con dureza uno de los tratados de Marprelate que hostigaba a los obispos con el argumento de que «este libro tiende a hacer el pecado ridículo, cuando debería hacerlo aborrecible». Él se opuso consistentemente a los agitadores presbiterianos de Cambridge. Les decía que su manera de actuar era «equivalente a tratar de colocar el techo antes de colocar los cimientos». «Hay algunos que, ignorando cómo reformarse a sí mismos, están hablando de reformar a la iglesia».76 «Algunos se preocupan por la disciplina de la iglesia, pero ellos mismos no son capaces de ver sus corrupciones personales».77

Toda su influencia en Cambridge se concentró en promover la religión personal y la paz dentro de la iglesia, y en hablar en contra del pecado y el cisma. Él se opuso y se resistió a todo aquello que estuviera en contra del amor cristiano y la paz, incluso cuando simpatizaba con las opiniones expresadas. En su práctica personal era un inconformista en lo que respecta a las cuatro ceremonias desagradables, y aunque simpatizaba con la visión de la reforma presbiteriana; nunca la defendió a capa y espada. Todo lo que él pedía era libertad para obedecer a su conciencia y para predicarle el evangelio a su gente. En 1573, el obispo Cox lo mandó llamar porque no había usado el sobrepelliz, y en respuesta, él escribió una explicación completa acerca de su postura. En la que se manifestó indispuesto a debatir acerca de ese tema:

Percibo por experiencia que la disensión de razones causa la alienación de los afectos. Yo creo que ese tema ya se ha debatido, y sigue siendo debatido entre los hombres piadosos eruditos, y yo, en comparación con ellos, no soy más que un simple hombre de campo, un académico joven, que durante los últimos tres años se ha encargado día con día de predicar al Cristo crucificado para sí mismo y para las personas del campo, de manera que no tengo ninguna necesidad de debatir este asunto con usted.78

Su postura al respecto nunca fue un misterio: «No puedo, ni usaré esa vestimenta, ni estaré de acuerdo con su uso, ni el uso del libro de comunión»; pero cuando fue confrontado con la pregunta: «¿Entonces cómo juzgas las acciones de hombres piadosos que creen que pueden estar de acuerdo con las ceremonias?» él no estuvo dispuesto a comprometer su integridad:

Yo reverencio a los verdaderos siervos de Dios, con sus misterios y sus vidas piadosas; yo no los juzgo en las ceremonias, porque ellos las pueden usar para el Señor, yo no quisiera ser juzgado por rechazarlos, y esto lo hago para el Señor.79

En conclusión, le recordó sutilmente al obispo que el estándar bíblico para los ministros de Cristo no depende de la conformidad a esas ceremonias. Después, él citó Mateo 7:15–16 y continuó diciendo:

Nuestro Señor celestial ha dejado la verdadera insignia, o la vestimenta común, por la cual sus verdaderos siervos serán reconocidos entre los demás (…) Este tipo de juicio, hasta ahora usted sólo lo ha aplicado en contra de mí, y yo no me sublevado; y espero que mientras yo me mantenga así, usted pueda estar contento con eso.80

En otras palabras, él simplemente estaba pidiendo ser juzgado por la calidad de su ministerio pastoral, y que se le dejara en paz para poder desempeñar su cargo. Y esa fue una característica muy marcada entre la nueva generación de pastores puritanos que fueron guiados por él entre la oscuridad espiritual de la Inglaterra rural. Algunos de ellos eran inconformistas, pero muchos estaban satisfechos con el marco existente de la iglesia establecida y la única cosa que ellos reprobaban era su falta de pastores. Así fueron hombres como Laurence Chaderton, Richard Sibbes, William Perkins, y Robert Bolton; cuya membresía de esta hermandad de maestros y médicos espirituales «prácticos y afectuosos» no se vio afectada por sus opiniones acerca de los problemas de las políticas eclesiásticas.

Durante la siguiente mitad de siglo, Cambridge produjo muchos médicos espirituales con el molde de Greenham. El Christ’s College fue su primer semillero; Dering estuvo ahí, primero como estudiante universitario, desde 1560, y después como maestro. Laurence Chaderton, quien se convirtió en protestante durante su tiempo como estudiante universitario allí, fue maestro durante casi dos décadas, antes de convertirse en el Primer Maestro del Emmanuel College, que acababa de ser fundado por Sir Walter Mildmay, en 1584. Chaderton dio una «conferencia» semanal (es decir, un sermón) en St. Clement’s Church durante 50 años, y cuando, a los 82 años, decidió dejar de predicar, recibió cartas de cuarenta clérigos que le rogaban que no lo hiciera y que testificaban que le debían su conversión a su ministerio. Fue Chaderton, a quien la audiencia le recibió sólo una vez su disculpa por haber predicado durante dos horas completas, pero Fuller testifica que, la congregación clamaba: “¡Señor, por amor a Dios, continúe, continúe!”81 Richard Rogers, «otro Greenham»,82 ministro del Wethersfield desde 1574, junto con Arthur Hildersam, predicador durante cuarenta años en Ashby–de–la–Zouch y mentor de William Gouge y John Preston, ambos fueron hombres de Cristo ; como también lo fue William Perkins, alumno de Chaderton, se convirtió cuando era estudiante ,y en 1584 comenzó a ser maestro. Paul Baynes, otro hombre de Cristo, quien sucedió a Perkins como conferenciante semanal en Great St. Andrew’s Church cuando éste murió en 1602, predicó para la conversión de Richard Sibbes, quien predicó para la conversión de John Cotton, quien predicó para la conversión de John Preston. Cuando Thomas Goodwin llegó al Christ’s College en 1613, a la edad de 12 años, este recinto universitario podía jactarse de tener a «seis maestros que eran grandes tutores, los cuales profesaban la religión del tipo más riguroso, y que después serían llamados “puritanos”».83 Un sermón de funeral acerca del arrepentimiento, predicado por Bainbridge, el maestro, muy pronto se convirtió en el instrumento humano que dio lugar a la conversión de Goodwin. De manera que, Chaderton, Rogers, Hildersam, Perkins, Gouge, Baynes, Sibbes, Cotton, Preston, y Goodwin obtuvieron el estatus de «ejemplos a seguir» como predicadores–evangelistas «prácticos y afectuosos». Así que, el movimiento de Cambridge progresó, manteniendo la profundidad espiritual y acumulando fuerza numérica durante mucho tiempo.

Lamentablemente, aunque no era de sorprenderse, los jóvenes que le siguieron la pista a estas grandes figuras patriarcales tuvieron dificultades para encontrar un cargo pastoral. Podemos imaginarnos, con justa razón, que, en esos días, muy pocos patrocinadores estaban dispuestos a ofrecer apoyo económico a los predicadores que, como era la intención de estos hombres, hablaban de una manera severa e intransigente acerca de la justicia y el arrepentimiento. En 1586, algunos estudiantes de Cambridge presentaron una petición al Parlamento, en la cual se solicitaban acciones legales con respecto a ese asunto:

Es imposible negar que ésta, nuestra Universidad, actualmente ha florecido en toda clase de buena literatura, mucho más que en cualquier otra temporada, pero gloria sea dada a Dios por ese florecimiento; sin embargo, también es imposible negar que nosotros, los que escogimos estudiar las Sagradas Escrituras y que nos hemos preparado para el santo ministerio, encontramos menos oportunidades legales para servir a la Iglesia de Dios, y se le da menos preferencia a nuestros servicios de lo que se daba en tiempos pasados, y esa es una lamentable noticia a la luz de este precioso evangelio. Justo ahora, en nuestra Universidad de Cambridge (…) hay hombres capacitados y dotados con las habilidades y dones necesarios para enseñarle a las personas ignorantes, pero esta falta de oportunidades ha sido un tema común que ha causado estragos en casi la mayoría de los rincones de esta tierra, y eso lo sabemos, en parte por experiencia, y en parte por causa de las quejas generales del pueblo, sin embargo, a causa de eso, muy pocos de nosotros tienen condiciones justas e iguales para desempeñar este oficio, y por su parte, los ministros ignorantes, la verdadera escoria del pueblo, prefirieron la ruina de miles de almas, y todo eso acarrea vergüenza para la Iglesia de Dios, y provoca la ruina absoluta del aprendizaje. Porque si nosotros mismos usamos algunos medios para obtener un cargo, la codicia de los patrocinadores es tal, y en la mayoría de los casos es tan insaciable, que no podemos esperar nada de ellos que no sea a través de simonía, perjurio, y en última instancia, una mera mendicidad. De manera que, en medio de esta gran falta de obreros, nos quedamos todo el día desocupados en la plaza, porque casi ningún hombre está dispuesto a contratarnos; así de lamentable es el estado de nuestra Iglesia en estos tiempos.84