Carácter y costumbres de los mexicanos

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Carácter y costumbres de los mexicanos
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FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

Carácter y costumbres de los mexicanos

Presentación de

ERNESTO DE LA TORRE VILLAR

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

2012

Índice de contenido

PRESENTACIÓN

CARÁCTER Y COSTUMBRES DE LOS MEXICANOS

CRONOLOGÍA DE FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

BIBLIOGRAFÍA MÍNIMA

AVISO LEGAL

DATOS DE LA COLECCIÓN

PRESENTACIÓN

Nacido en el puerto de Veracruz, Francisco Xavier Clavigero falleció desterrado en Bolonia. Ingresó en la Compañía de Jesús y fue contemporáneo del grupo brillantísimo en el que figuraron Diego José Abad, Francisco Javier Alegre, Andrés de Bazoazaval y otros más que se adhirieron a las ideas modernas y renovadoras de la filosofía y la teología. Impartió varios cursos en los colegios de Puebla, Valladolid y Guadalajara y dejó algunas exposiciones por escrito en estos planteles en las que se advierte su interés por las últimas tendencias del pensamento crítico.

Sufrió como todos sus compañeros la expulsión de los jesuítas ordenada por Carlos III y se avecindó en Bolonia, en donde formó un selecto grupo interesado en la cultura novohispana. Para defender a la Compañía de los ataques que se le hacían por su labor en California, redactó la Historia de la Baja California, editada en italiano en 1789. Añorando el esplendor de las culturas indianas y para abogar por la sociedad mexicana en contra de infundados ataques, escribió en español su Historia antigua de México, la cual se publicó en italiano en Cesena en 1780 y en español sólo hasta 1945.

Clavigero, en su Historia antigua y en las Disertaciones que la acompañan, hace justo y sentido elogio de la historia prehispánica, de sus valores, de sus hombres. Escrita en el destierro, las reflexiones que contiene son de enorme valor, pues se ocupan de analizar con esmero el espíritu y carácter de la sociedad precortesiana.

El apartado que ahora presentamos es prueba de su honda penetración y de la admiración reflexiva que siente el autor por el pasado mexicano. En él se aleja de las interpretaciones milagreras y diabólicas para asentar macizos juicios en los que el sentimiento nacional se palpa con vigor.

Obra capital de la historiografía mexicana, la Historia antigua de México representa el mejor resumen del pasado indiano y ejerció una influencia enorme en los escritores posteriores; fue, en su época, la historia del México antiguo más conocida en el exterior.

En Carácter y costumbres de los mexicanos” el método y la probada imparcialidad de Clavigero lo llevan a afirmar acerca de los otros historiadores y de sí mismo:

La pasión y los prejuicios en unos autores y la falta de conocimiento o de reflexión en otros, les han hecho emplear diversos colores de los que debieran. Lo que yo diré va fundado sobre un serio y prolijo estudio de su historia, y sobre el íntimo trato de los mexicanos por muchos años. Por otra parte, no reconozco en mí cosa alguna que pueda preocuparme en favor o en contra de ellos. Ni la razón de compatriota inclina mi discernimiento en su favor, ni el amor de mi nación o el celo del honor de mis nacionales me empeña a condenarlos; y así diré franca y sinceramente lo bueno y lo malo que en ellos he reconocido.

El padre Maneiro escribió -también en el destierro- la biografía de Clavigero y algunos historiadores modernos, como Gabriel Méndez Planearte, han penetrado lúcidamente en su pensamiento.

Ernesto de la Torre Villar

CARÁCTER Y COSTUMBRES DE LOS MEXICANOS

Las naciones que ocupaban estas tierras antes de los españoles, aunque muy diferentes entre sí en su lenguaje, y parte también en sus costumbres, eran casi de un mismo carácter. La constitución física y moral de los mexicanos, su genio y sus inclinaciones, eran las mismas de los acolhuas, de los tlaxcaltecas, de los tepanecas y de las demás naciones, sin otra diferencia que la que produce la diferente educación. Y así, lo que dijere de unos, quiero que se entienda de los demás. Varios autores, así antiguos como modernos, han emprendido el retrato de estas naciones, pero entre tantos no he hallado uno que sea exacto y en todo fiel. La pasión y los prejuicios en unos autores y la falta de conocimiento o de reflexión en otros, les han hecho emplear diversos colores de los que debieran. Lo que yo diré va fundado sobre un serio y prolijo estudio de su historia, y sobre el íntimo trato de los mexicanos por muchos años.

Por otra parte, no reconozco en mí cosa alguna que pueda preocuparme en favor o en contra de ellos. Ni la razón de compatriota inclina mi discernimiento en su favor, ni el amor de mi nación o el celo del honor de mis nacionales me empeña a condenarlos; y así diré franca y sinceramente lo bueno y lo malo que en ellos he reconocido. Son los mexicanos de estatura regular, de la cual se desvían más frecuentemente por exceso que por defecto; de buenas carnes y de una justa proporción en todos sus miembros; de frente angosta, de ojos negros y de una dentadura igual, firme, blanca y tersa; sus cabellos tupidos, gruesos y lisos; de poca barba y rala y de ningún pelo (por lo común) en aquellas partes del cuerpo que no recata el pudor. El color de su piel es ordinariamente castaño claro. No creo que se hallará nación alguna en que sean más raros los contrahechos. Un mexicano corcovado, un estevado, un bizco, se puede mirar como un fenómeno. Su color, su poca barba y sus gruesos cabellos se equilibran de tal suerte con la regularidad y proporción de sus miembros, que tienen un justo medio entre la hermosura y la deformidad; su semblante ni atrae ni ofende, pero en las jóvenes del otro sexo se ven muchas blancas y de singular belleza, a la cual dan mayor realce la dulzura de su voz, la suavidad de su genio y la natural modestia de su semblante. Sus sentidos son muy vivos, especialmente el de la vista, la cual conservan entera aun en su decrepitud. Su complexión es sana y su salud robusta. Están libres de muchas enfermedades que son frecuentes en los españoles; pero en las epidemias, que suele haber de tiempo en tiempo, son ellos las principales víctimas; en ellos empiezan y en ellos acaban. Jamás se percibe de la boca de un mexicano aquel mal aliento que produce en otros la corrupción de los humores o la indigestión del alimento. Son de complexión flemática, pero su salivación es rara y muy escasas las evacuaciones pituitosas de la cabeza. Encanecen y encalvecen más tarde que los españoles y no son muy raros entre ellos los que arriban a la edad centenaria. De los demás casi todos mueren de enfermedad aguda. Son y han sido siempre muy sobrios en la comida, pero es vehemente su inclinación a los licores espirituosos. En otro tiempo la severidad de las leyes los contenían en su beber; hoy la abundancia de semejantes licores y la impunidad de la embriaguez los han puesto en tal estado, que la mitad de la nación no acaba el día en su juicio; y ésta es sin duda la principal causa del estrago que hacen en ellos las enfermedades epidémicas, a lo cual se allega la miseria en que viven, más expuestos que otros algunos a recibir las malignas impresiones y, una vez recibidas, más destituidos de los medios para corregirlas. Sus almas son en lo radical como las de los demás hombres y están dotados de las mismas facultades. Jamás han hecho menos honor a su razón los europeos que cuando dudaron de la racionalidad de los americanos. La policía que vieron los españoles en México, muy superior a la que hallaron los fenicios y cartagineses en nuestra España, y los romanos en las Galias y en la Gran Bretaña, debía bastar para que jamás se excitare semejante duda en un entendimiento humano, si no hubieran contribuido a promoverla ciertos intereses injuriosos de la humanidad. Sus entendimientos son capaces de todas las ciencias, como lo ha demostrado la experiencia. Entre los pocos mexicanos que se han dedicado al estudio de las letras, por estar el común de la nación empleado en los trabajos públicos y privados, hemos conocido hábiles geómetras, excelentes arquitectos, doctos teólogos y buenos filósofos, y tan buenos (hablo de la filosofía arábiga que se enseñaba en nuestras escuelas) que en concurso de muchos hábiles criollos llevaron el primer lugar, de los cuales aún viven algunos que podría nombrar. Muchos, concediendo a los mexicanos una gran habilidad para la imitación, se la niegan para la invención. Error vulgar que se ve desmentido en la historia antigua de la nación. Su voluntad es sensible a las pasiones, pero éstas no obran en sus almas con aquel ímpetu y furor que en otras. No se ven regularmente en los mexicanos aquellos transportes de ira, ni aquellos frenesíes del amor que son tan frecuentes en otras naciones. Son lentos en sus operaciones y de una flema imponderable que necesitan de tiempo y de prolijidad. Son muy sufridos en las injurias y trabajos y muy agradecidos a cualquier beneficio, cuando la continua experiencia de tantos males no les hace temer algún daño de la mano benéfica Pero algunos poco reflexivos, confundiendo el sufrimiento con la indolencia y la desconfianza con la ingratitud, dicen ya como proverbio que el indio ni siente agravio ni agradece beneficio. Esta habitual desconfianza en que viven, los induce frecuentemente a la mendacidad y a la perfidia y, generalmente hablando, la buena fe no ha tenido entre ellos toda la estimación que debiera. Son por su naturaleza serios, taciturnos y severos, y más celosos del castigo de los delitos que del premio de las virtudes. El desinterés y la libertad son de los principales atributos de su carácter. El oro no tiene para ellos todos los atractivos que tiene para otros. Dan sin dificultad lo que adquieren con sumo trabajo. Su desinterés y su poco amor a los españoles les hace rehusar el trabajo que éstos les obligan, y ésta es la decantada pereza de los americanos. Sin embargo, no hay gente en aquel reino que trabaje más, ni cuyo trabajo sea más útil ni más necesario. El respeto de los hyos a los padres y de los jóvenes a los ancianos, es innato a la nación. Los padres aman demasiado a sus hijos, pero el amor del marido a la miy er es mucho menor que el de la mujer al marido. Es común (no general) en los hombres el inclinarse más a la miyer ajena que a la propia. El valor y la cobardía en diversos sentidos se alternan de tal suerte en sus ánimos que es difícil el determinar cuál de los dos prevalezca. Se avanzan con intrepidez a todos los peligros que les amenazan de parte de las causas naturales, pero basta a intimidarlos el ceño de un español. Aquella estúpida indiferencia respecto de la muerte y de la eternidad, que algunos autores creen trascendental a todos los americanos, sólo se verifica en aquellos que por falta de instrucción no han formado idea del juicio de Dios. Su particular afecto a las prácticas exteriores de la religión degenera fácilmente en superstición, como sucede a los idiotas de todas las naciones cristianas. Su pretendida adhesión a la idolatría es una quimera forjada en la desarreglada imaginación de algunos ignorantes. Uno u otro ejemplo de algunos serranos no es bastante para infamar a todo el cuerpo de la nación. Finalmente, en la composición del carácter de los mexicanos, como en el carácter de las demás naciones, entra lo malo y lo bueno, pero lo malo podría en la mayor parte corregirse con la educación, como lo ha mostrado la experiencia. Difícilmente se hallará juventud más dócil para la instrucción, como no se ha visto jamás mayor docilidad que la de sus antepasados a la luz del evangelio. Por lo demás no puede dudarse que los mexicanos presentes no son en todo semejantes a los antiguos, como no son semejantes los griegos modernos a los que existieron en tiempos de Platón y de Pericles. La constitución política y religión de un Estado tiene demasiado influjo en los ánimos de una nación. En las almas de los antiguos mexicanos había más fuego y hacían mayor impresión las ideas de honor. Eran más intrépidos, más ágiles, más industriosos y más activos, pero más supersticiosos y más inhumanos.

 
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