Canción del Machichaco

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Como todos los pueblos de África, deberían emplear música en sus actividades cotidianas, pero no lo hacen. No se me ocurre otra explicación que la prohibición de toda actividad musical por parte de los patrones negreros que los trajeron aquí. De este modo, una vez extinguida la generación de esclavos nacidos en tierras de Angola, sus descendientes se criaron sin esa música y sin ningún otro recuerdo de los quehaceres de sus ancestros. Doy gracias al cielo por haberme conducido aquí porque creo, amigo Mbongo, que hasta nuestra llegada su vida era triste y desesperanzada.

Entre las nuevas ocupaciones que he podido enseñarles está también el juego de ajedrez, en el que yo soy muy poco hábil, y como en cualquier otra sociedad, ha despertado enorme interés en unos pocos, mientras que una mayoría no parece entender casi nada. Me resultó muy llamativo el hecho de que no comprendían qué representaba cada pieza. Desconocen el referente real de lo que es un caballo o una torre o los conceptos de rey y reina. Dos personas en concreto, un hombre mayor al que llamamos Nanasi y una jovencita, Ngonda —quien también es por cierto la más destacada entre los cantores de coro y luce orgullosa, imitando tu colgante de la supervivencia, su propia figura que me pidió que le tallara de la dama negra en un collar—, lo han tomado muy en serio y, como es lógico, al segundo día ya me ganaban las partidas. Ahora enseñan a más isleños con el fin de poder tener rivales dignos algún día.

Todos los días interpreto alguna pieza con la vihuela. Una melodía concreta que anda en boca de las gentes en España desde tiempos de nuestros abuelos se denomina Guárdame las vacas, y sobre ella han engalanado composiciones y sus propias series de diferencias varios autores. De algunos de ellos te hablé en Santo Tomé, como de aquel ciego recién fallecido organista de los reyes, llamado Antonio de Cabezón. Sus diferencias, junto a las de Luys de Narváez sobre esta misma canción, constituyen la obra favorita de los annobonenses, la que todos los días me piden que interprete y que ellos ya cantan conmigo imitando la pronunciación en castellano. Al principio traté de hacerles comprender que la música no consiste en nada sobrenatural, sino en un arte tan humano como cada uno de ellos y así permití que algunos tañesen mi vihuela para sacarle algún sonido. No lograron emitir otra cosa que ruidos anárquicos y siguieron considerando la música como un objeto de adoración divina ante lo cual surgió mi gran idea: enseñarles música, permitirles ver que todo se aprende como yo mismo aprendo de ellos a remar, pescar o partir cocos.

No me queda un minuto de asueto al día entre la pesca, fabricación de cayucos, labores agrícolas y cultivo de la yuca, que hemos plantado al sur, puesto que es la zona más húmeda de la isla. Espero darte buenas noticias en mi próxima carta respecto al arraigo y cultivo de dicho tubérculo. De momento, todas las plantas presentan buen aspecto. Perdona el desorden con el que me expreso. Voy escribiendo según me vienen las ideas y ¡tengo tantas cosas que contar que no me caben en este espacio! Por la tarde, como te decía, voy admitiendo a varios de ellos en una especie de lecciones de vihuela. Algunos van aprendiendo a tocar y parece que varios serán estudiantes destacados.

Con todo, aquella parcela de su instrucción musical que me produce mayor satisfacción es la práctica del canto polifónico, en lo que sí participan de forma generalizada. En ello se ve que conservan en la sangre la propensión musical de los africanos. El hecho de que no hayan tenido oportunidad de conocer experiencia melódica con anterioridad no ha restado un ápice de su potencial natural. Son mucho más capaces que los seises españoles de conservar en la memoria auditiva una melodía y reproducirla mientras suena una segunda voz que hace de acompañamiento.

Mis satisfacciones crecen día a día cuando compruebo que en cada reunión hay un progreso real respecto a la lección anterior. En primer lugar, pues para ellos es lo más sencillo, aprendemos la melodía. La canto varias veces y ellos repiten y van uniéndose a mí. En poco tiempo, son capaces de tararear dicha melodía, en lo que demuestran poseer un excelente oído musical, y entonces pasamos a colocar el texto. Esto les resulta más dificultoso, pero muestran asimismo una capacidad admirable en cuanto a la imitación de sonidos vocálicos y consonánticos.

De los álamos vengo, madre.

De ver cómo los menea el aire.

De los álamos de Sevilla,

de ver a mi linda amiga.

Tras algunas jornadas ya cantaban este villancico en castellano con perfectas entonación y pronunciación. La cueva de San Antonio arropa solícita nuestros sones con su acústica y permite que la población pueda experimentar el poder catártico de la música. Hombres, mujeres y niños juntos tienen la oportunidad de vivir su colectividad de manera productiva.

Una vez que tuvimos soltura para mantener la voz melódica de la canción, decidí tentar la posibilidad de la polifonía y no lo hice de una manera sencilla, sino con una apuesta por la calidad de la materia humana de la que disponía. Fui consciente, y en verdad así lo pienso, de que en cualquier lugar de Europa este desafío no habría resistido un primer día de ensayos, pero creí en mi pueblo y ellos me han dado la razón. Uno de los compositores españoles que en más alta estima tengo, Juan Vásquez, quien también habitó mi ciudad de Sevilla, escribió su polifonía a cuatro voces sobre esta canción, la cual conozco muy bien de memoria desde niño, cuando la aprendí con mi maestro, Cristóbal de Morales. Organicé a mis cantores en cuatro grupos: niños y niñas, mujeres, hombres altos y hombres bajos, y repartí las horas de ensayo de modo que me vi con cada grupo tres veces durante tres días. Como sabes, aquí no existen las horas ni los minutos, por lo que hablamos llanamente de «lecciones».

Confieso que llegué a dudar del éxito de mi arrogante apuesta personal, pues quería hacer cantar a gentes que no lo habían hecho nunca, nada menos que en estilo contrapuntístico, algo sumamente complicado y que solo los grupos mejor adiestrados de nuestra Europa musical son capaces de llevar a cabo con fortuna. El contrapunto, amigo Mbongo, consiste en que las voces no cantan el mismo texto a la vez, sino que entrando a destiempo y evolucionando de forma independiente entre ellas, ofrecen un resultado final armonioso y perfectamente ordenado.

Una vez superado el choque inicial que supone para un oído humano la exposición a una primera experiencia polifónica, todo fue cobrando forma: las líneas melódicas fueron adoptando disciplina rítmica en cuanto a la coordinación vertical indispensable entre las cuatro y en lo concerniente a cada una de las entradas, que yo procuraba indicar con la máxima claridad de mi gesto. Como habrás podido suponer, todo esto te cuento porque quiero compartir contigo el éxito de la experiencia. La obra de Juan Vásquez sonaba afinada y bien cuadrada al cuarto día. Pero las lecciones continúan y debemos cantar piezas nuevas.

Mi memoria, si bien es limitada, hasta la fecha y a Dios gracias conserva toda esta música en los recodos de sus archivos. Me pregunto qué sería de mí si no poseyera el don del recuerdo musical, que hoy día constituye mi principal y más eficiente herramienta de acercamiento al pueblo de Annobón. Por el momento dominamos dos piezas polifónicas. Tras la espinosa prueba que supuso De los álamos vengo, nos enfrentamos a otro villancico de un autor vascongado de muy probada finura llamado Juan de Anchieta, fallecido hace ya unas décadas y un poco anterior a esta prodigiosa generación de músicos españoles, de la que te voy dando cuenta (Morales, Cabezón, Vásquez, Luys de Narváez, etcétera). El padre Anchieta, emparentado en lejanía con Íñigo de Loyola, el fundador de mi Compañía, compuso una melodía extremada y sutilísima y, sobre ella como canto dado, elaboró una polifonía mucho más sencilla que la anterior referida de Vásquez. Su texto, popular y claro como la mañana, canta la pena de amor de una joven y dice así:

Con amores, la mi madre,

con amores me dormí.

Así dormida soñaba

lo que el corazón velaba

que el amor me consolaba

con más bien que merecí.

No puedo extenderme más, amigo Mbongo. Como ves, mi ánimo es entusiasta. La evangelización de Annobón está encauzada solo un mes después de haber llegado aquí. Mis expectativas han sido desbordadas en cuanto a los avances musicales, ya que si bien guardaba alguna esperanza de enseñar música, nunca imaginé semejante desenvoltura por su parte y que fuese este el mejor vehículo de adoctrinamiento. Quizá con el tiempo, cuando haya adquirido mayor dominio de su idioma, y establecido los cánones de la fe cristiana, podamos encarar la celebración solemne del sacramento eucarístico con sus partes cantadas, a la manera que en México un coro de indígenas celebró los funerales del rey Carlos con el Oficio de difuntos de Morales. Nada me satisface más que acercar a este querido pueblo a Dios mediante la música. Espero darte noticias de progreso en unos meses. Cuida a los demás padres. Rezo por todos ellos. Y cuida de ti mismo, amigo.

Te abrazo con todo afecto.

Padre Juan de Alanís, S. J.

Ad maiorem Dei gloriam.

CAPÍTULO 8

Annobón: Utopía musical

Annobón

In die Nativitatis Christi. Anno Domini 1562

Mi muy querido amigo, padre Mbongo:

Pleno de enardecimiento te envío esta segunda correspondencia. Estas gentes ya son mis gentes; esta pequeña tierra es ya mi tierra; y sobre todo, este humilde siervo de Dios ya es el siervo de todos estos hermanos annobonenses. Cinco meses han pasado desde que solté la primera paloma con la esperanza de que cruzase el océano. Cuando la liberé de su caseta no dudó ni regresó, como aquella del arca de Noé, sino que alzó el vuelo y milagrosamente tomó sobre mis ojos la dirección nordeste, hecho este que me produjo una intensa emoción al saber que en unas horas estaría de regreso en su casa. Tengo fe en que pudiera realizar el trayecto sin incidentes ni lances desgraciados y que el crepúsculo de ese mismo día de Santiago lo admirases con mi carta en la mano.

 

Los designios del Señor avanzan a buen paso. Tengo tantas cosas que contarte que tal vez tenga que anudar el mensaje en dos palomas para que transporten la misiva dividida en dos mitades. Con todo, para ahorrar peso, será escrita en frases escuetas y tal vez desordenadas. No, no tengo miedo ya a quedarme sin aves, puesto que se han reproducido con facilidad manifiesta y espero que las nuevas no tarden en empezar a poner, pues comienzan a entrar en edad fértil.

Con mayor facilidad se están reproduciendo las gallinas, para las que se construyó un amplio corral en el que permanecen picoteando semillas, y coco machacado, todo ello mezclado con la viruta preparada de las cáscaras de plátano y algo de aceite de palma. Espero que con la reproducción de las gallinas y el aumento en el volumen de la puesta de huevos, pronto haya un huevo diario para cada familia. Pienso que ha sido una excelente idea el traer estos animales junto a las cabras, que procuran alimentos tan importantes para completar la paupérrima dieta que mantenían.

Las nuevas herramientas permiten que casi todos ellos tomen diligencia en el arreglo de los tejados para protegerse cuando llegan las lluvias. Saben bien cómo tratar las hojas de platanera en las cubiertas, pero hasta ahora les faltaba motivación para el trabajo, lo cual les llevaba a tener en muchos casos unos tejados infames. A raíz de la mejora evidente de la calidad de vida de la primera familia con tejado nuevo, numerosos annobonenses se están afanando en realizar un trabajo similar. Parece que en poco tiempo este será otro de los aspectos más visibles de la evolución del poblado.

Desde que estoy aquí dos personas han fallecido. Aproveché esos momentos luctuosos para hablarles del amor de Dios y asegurarles que quienes han fallecido bajo el signo del sacramento gozarán del paraíso tras la muerte. Hace aproximadamente un mes comencé a proporcionarles el bautismo. No tardé en darme cuenta de que la ocasión de un bautizo requiere de un escenario especial. Del mismo modo que en Europa empleamos un objeto digno de admiración, la pila bautismal, como receptáculo del agua bendita, quise buscar algún arrecife singular cuya forma y ubicación invitasen a considerar su peculiaridad en adelante como un emplazamiento que provocase algún tipo de devoción. Pues bien, no tuve que azacanarme en la labor de exploración porque toda la isla es en sí una grandiosa pila bautismal: en el centro de la misma, a gran altura según hay que subir una empinada pendiente durante media legua, se halla una especie de cráter que parece pertenecer a un antiguo volcán hoy dormido, cubierto por un lago de aguas perpetuas. ¿No te parece una particularidad maravillosamente poética? Annobón es tanto una alegoría del bautismo como de la eucaristía, pues no en menor grado representa el modelado natural de un formidable y colosal cáliz.

¿No crees, amigo Mbongo, que esta isla con sus pobladores constituye un símbolo perfecto del Grial de Cristo? Mis hermanos annobonenses son verdaderamente para mí los santos de hoy sin necesidad de leyenda ninguna. A ellos me entrego y por ellos vivo cada día. De ser los más pobres de entre los pobres, los olvidados e ignorados, aquellos a los que nadie quería acristianar, son ya hoy equiparables a los más ricos en fe sobre la tierra.

La música posee ya importancia primordial en todas las actividades cotidianas. Los grupos de hombres que buscan leña lo hacen cantando; los que suben a zonas altas a recoger verde para las cabras, cantan también; quien ordeña, quien tala, quien pesca: todos ellos entonan canciones que han aprendido estos meses. Como en Europa, tenemos varios géneros musicales, a saber, el profano, el religioso y el instrumental. Las melodías profanas de autores españoles, que ponen una sonrisa en sus labios, hacen sus faenas más llevaderas. Todos tararean, e incluso cantan en algo similar al castellano, villancicos, canciones y romances con inequívoca afinación. Por otro lado, si bien toda esta monodia profana acompaña sus labores, el género religioso es casi siempre polifónico. Nuestros progresos han sido espectaculares en el canto polifónico, pues no solo dominamos ya multitud de piezas, sino que a medida que los annobonenses se escuchan cantar juntos lo hacen cada vez mejor como un solo ente, no como voces individuales. Te relataré a continuación el gran reto que vamos a culminar en siete días para celebrar el Año Nuevo, es decir, el Annobón.

Fue hacia el día de la Virgen del Pilar cuando tomé la decisión de acometer el estudio de una obra de gran envergadura de la que conozco desde la primera a la última nota. El acontecimiento luctuoso que te he mencionado me hizo meditar la posibilidad de cantar el texto de un oficio de difuntos, pero como puedes imaginar ahora que conoces tanto la fe que tengo depositada en mi pueblo como mi espíritu aventurero, no soy persona proclive a concebir apuestas menores, por lo que me propuse enseñarles una de las obras cumbre de la polifonía española: el Officium defunctorum de mi maestro Cristóbal de Morales. Las obras que habíamos cantado anteriormente eran piezas de breve duración. Esta, sin embargo, consiste en media hora de música en la que se alternan entonaciones en canto llano y polifonía con un volumen de texto en latín ciertamente extenso y prolijo. El pretender interpretar semejante composición con un coro de personas que tan solo hace medio año desconocía el significado de la palabra música no es otra cosa que una absurda temeridad. Sencillamente no es posible aprenderlo en tres meses. Pero he aquí la grandeza de este pueblo mío. No es posible en una cantoría europea; no es posible en nuestras scholae cantorum ni en nuestras escolanías de niños que poseen otras inquietudes en la vida. Eso es cierto. Y sin embargo, con la dedicación de las lecciones vespertinas de seis días semanales, toda la música ya estaba juntada el día de San Nicolás, es decir, hace ya tres semanas. Desde entonces hasta hoy llevamos a cabo una labor de perfeccionamiento que nos está permitiendo alcanzar una cota emocionante de calidad.

Quise crear una suerte de coro superior, para poder llevar a cabo los proyectos que requieren una mayor profesionalización. A él acceden quienes destacan de manera evidente e indiscutible. A este coro primo lo hemos bautizado como Coro San Antonio de Annobón, y representa la más exquisita manifestación de música vocal que yo haya podido escuchar jamás. Ojalá pudieras estar aquí y verificarlo con tus propios oídos para dar fe de que no exagero un ápice.

No obstante, nadie que quiera cantar queda fuera de un coro a su medida. En sentido piramidal hacia abajo, se han creado otras cuatro agrupaciones, de cuya instrucción se encargan algunos de los jefes de cuerda del San Antonio, unos muy aptos asistentes de dirección, cuando no puedo hacerlo yo mismo. Son los coros Estrella de Belén, Pico de Fuego y Niño Jesús. El primero consiste en una masa coral mixta numerosísima, de más de ciento cincuenta integrantes, capaz de hacer retumbar las entrañas mismas del antiguo volcán sobre el que nos encontramos. La denominación del segundo, integrado por adolescentes, chicos y chicas, hace referencia a una elevación rocosa muy característica, visible desde todo el norte de la isla y situada entre el poblado y el lago, que por su picuda formación geológica recibe ese mismo nombre de Pico del fuego. Por su carácter impetuoso y vivaracho está especializado en música profana, tanto monodia como polifonía. Niño Jesús es la escolanía, el lugar de formación para los futuros integrantes de los otros dos coros. Aún no puedo decir de ellos que sean voces angelicales… pero no les faltan ganas y varios de ellos muestran las cualidades que les permitirán cantar en el primer coro dentro de unos años.

Amigo mío, de nuestra recia y sobria Castilla a las exuberantes laderas de Annobón se extiende todo un universo de diferencias, mas ¡cuán cercanas y similares parecen ambas tierras en mi imaginación cuando interpretamos una música como este Officium defunctorum, que gracias al sentimiento místico del que escribió Teresa de Cepeda le hace a uno sentir la comunión con Dios y con cualquier lugar sobre nuestro mundo!

Mi idea, tal como la he transmitido a los jefes de cuerda, consiste en instaurar una festividad musical anual el día de Año Nuevo, en la que se interpretará dicha obra en dos ocasiones, siendo la primera por la mañana en nuestra cueva capilla y la segunda tras el atardecer arriba, sobre el lago. Para las convocatorias de los años sucesivos he elaborado un calendario en el que indico los pasos necesarios que hay que seguir en diversas fechas. Me interesa hacer especial hincapié en que la fiesta goce de continuidad. Es evidente que dentro de una semana seré yo mismo quien guíe la interpretación, pero quiero que cada año esta figura cambie de cara. Será el modo de conseguir un extra de motivación en los annobonenses.

Cada nuevo maestro será elegido al finalizar la actuación por los integrantes del Coro San Antonio y, como es de suponer, se tratará de una distinción de la máxima respetabilidad entre la población. Asimismo, y en consecuencia, se trata de un honor que igualmente no acarrea otra canonjía que la del servicio a la comunidad y no implica más distinción que la de formar parte de los turnos de aguada y leña con los demás coristas. Ya tienen decidido quién será la cabeza del entramado musical de la isla a partir del año que viene. Una jovencita dotada de un oído prodigioso —creo que ya te la mencioné en mi primera carta— y una capacidad para aprender fuera de lo normal, mucho más dotada para la música que yo mismo, llamada Ngonda, un nombre que como sabes significa «luna». La continuidad de la formación musical de la isla está a salvo con ella.

¿Puedes imaginar la pequeña civilización musical en que va a convertirse la isla de Annobón? ¿Imaginas el grado de perfección de una sociedad estructurada en sentido artístico? Aquí no habrá lugar para un cacique que maneje las armas, sino una cultura igualitaria en el duro trabajo de subsistencia en la que todos forman parte necesaria de una pirámide de naturaleza musical. Mi sueño, padre Mbongo, consiste en el cincelado de una sociedad tendente a la perfección basada en la fe cristiana y en el arte, lo que considero los mejores fundamentos para una convivencia civilizada.

He de finalizar mi carta para evitar mayor peso a la paloma mensajera.

Me arrepiento de no haber traído de Santo Tomé otros animales como algún cerdo o tal vez ovejas. Dos de las cabras están preñadas y cada año, si Dios quiere, habrá varias más, pero el progreso físico, a pesar de los huevos y la leche de que ya disponemos sigue su ritmo calmo. La yuca tardará aún varios meses en poder ser cosechada para dar los primeros frutos. En ella están mis mayores esperanzas de abonanzar la nutrición de este pueblo y también de elaborar un pan con el que poder celebrar el sacramento de la eucaristía, que tanto ansío día sí y día también. Viviremos el progreso con paciencia y a buen paso, pues bien pensado, tal vez un vuelco radical en sus costumbres, su alimentación, su fe y su modo de vida, implicaría un cambio demasiado violento y quizás no constituiría una solución eficaz a los avatares de su vida cotidiana. ¡Mas olvidaba contarte un detalle! Como cualquier festividad, la actuación de Año Nuevo ha de portar también una denominación. No me costó encontrar el nombre perfecto, amigo mío, como recuerdo de quien dio pie a iniciar la nueva etapa de la historia de este suelo bendito. De aquí en adelante, cada primero de año, el Officium defunctorum sonará en la festividad musical Padre Mbongo de Annobón. Dignum et iustum est.

Tan solo me queda hablarte de la última parcela de la música que cultivamos con éxito: la música instrumental. Creo recordar que en mi primera carta ya te comenté que habíamos comenzado una primitiva instrucción de vihuela con unas tablas alargadas en las que ellos imitaban la posición de mis dedos… ¡Qué lejos queda ya aquello! Con nuestras herramientas hemos sido capaces de elaborar cajas de resonancia, clavijas y mástiles con madera de ceiba, un árbol utilísimo que aquí empleamos con todo fin. Algunos instrumentos están muy logrados mientras que otros, la mayoría, son bastante rudimentarios, si bien es cierto que hay manos muy hábiles entre estos muchachos y que la calidad de las vihuelas es cada vez mejor. Las cuerdas constituyen la parte más delicada, pues el material más adecuado que hemos podido encontrar es la tripa de tiburón, convenientemente secada, tratada y estirada. Nuestra pequeña escuela de vihuela crece a medida que la gente se fabrica nuevos instrumentos y hay varios grupos de lecciones en función de la destreza que van mostrando los alumnos.

 

Me despido ya, amigo mío. Como intuí, esta carta es demasiado extensa y pesada para ir anudada en una sola paloma. Según la escribía he decidido enviarte, junto a una de las aves primigenias, dos de sus hijas, por ver si con suerte siguen a su progenitora hasta Santo Tomé, tal como planeamos en su día. De este modo, cuando las sueltes individualmente, si se cumplen las leyes de la cría, habrán de regresar a Annobón. ¡Bendito sea este animal prodigioso! ¡Ese instinto que le va a permitir estar en tus manos esta misma noche en Santo Tomé me tiene maravillado hasta el extremo!

Te agradezco más que nunca que pronunciases el nombre de este bendito lugar estando yo enfermo y recién llegado a Santo Tomé. Mi vida y mi vocación han cobrado sentido gracias ti, hermano.

Te abrazo con todo cariño.

Padre Juan de Alanís, S. J.

Ad maiorem Dei gloriam

CAPÍTULO 9

Echado está por tierra el fundamento que mi vivir sostenía

La naranjada, como el sol de noviembre, no tardó en descender en cada vaso hasta verse totalmente apurada. La noche trajo el fresco y Galdós preguntó a sus colegas si preferían continuar la lectura en el interior del chalet.

—No, no. Aquí se está divino —respondió Morante Serna.

—Esperen, que pongo una luz sobre la mesa… ¡así! ¡Mucho mejor ahora!

—¡Hay que cuidar la vista! —dijo Pereda—. Háganme caso, que soy más viejo y por eso sé más de esto. De otras cosas no, ¡pero de achaques…!

—José María, si está usted hecho un jovenzuelo —le dijo Galdós, que había entrado a buscar una mantita para abrigarlo.

—Muchas gracias, Benito —respondió buscando acomodo en el calorcito de la manta—. Ahora ya estoy en condiciones de aguantaros hasta el final. Si soportáis mi ritmo lento de lectura, puedo hacerme cargo de este tramo del relato.

—¡Es toda una Utopía musical lo que aquí se describe! —exclamó Galdós—. Una isla que encuentra su funcionamiento ideal sobre los pilares del trabajo, la fe y la música.

—Y los dos últimos de esos pilares —añadió Morante—, surgen desde cero en la narración: tanto la música como la fe cristiana no existían en la isla hasta la llegada del caballero.

—¿Cuánto puede haber de real en todo ello? —se preguntó Pereda.

—No creo que mucho —respondió Morante, que era un buen aficionado a la música—. Los estudios musicales no son cosa de unos meses, sino de años y años. Sinceramente, opino que es todo cosa de ficción.

—Es lo más probable —intervino Menéndez Pelayo—, pero no creo que eso importe ya demasiado. Habría que interesarse por la isla de Annobón, por su tradición musical y sus costumbres, para comprobar si algo de lo que se cuenta en el manuscrito se conserva en los usos de los isleños.

—Pero digo yo —dijo Pereda—, que por qué el autor de la historia iba a inventarse un relato sobre la música de un lugar real.

—Cierto —refrendó Menéndez Pelayo—. En ese caso, si nunca existió esa Utopía musical, el relato queda simplemente como una fábula ambientada en un escenario real. Y da la impresión de que ese lugar ofrece un topos incomparable, el marco escénico que cualquier escritor desearía para recrear en su suelo una historia como esta y muchas más. Su situación geográfica aislada en el centro del mundo, las historias de comercio de esclavos, ese lago elevado en el cráter…

—El lugar debe de ser espectacular, sin duda —señaló Galdós—. Todo escritor se inventa sus propias historias y casi siempre tienen lugar sobre ciudades o pueblos concretos, es decir, en escenarios reales. Yo supongo que sobre una base de realidad, el autor, construyó su relato, que pertenece en su mayor parte a la ficción narrativa. ¡Ojalá fuese todo verídico! ¡Eso sería fantástico! Pero me temo que no habrá manera de descubrirlo.

—A eso voy —añadió Menéndez Pelayo—. Nos quedamos con la curiosidad y el exotismo del relato. Y, como lectores que somos, nos complacemos fantaseando sobre la verosimilitud de la historia. Tal vez lo mejor de todo el relato es simplemente eso: el preguntarnos si esa Utopía musical existió alguna vez, así como ese protagonista de enorme personalidad y presencia, Juan de Alanís.

Morante, que permanecía pensativo, muy atento a los comentarios de sus ilustrados colegas, solo acertó a añadir:

—José María. Léanos, que escuchamos.

*****

Isla de Santo Tomé

26 de diciembre de 1562 a. D.

Estimado padre Alanís:

Recibimos ayer, día de la Natividad del Señor, vuestra segunda carta con alegría. Tal como previsteis, llegaron al palomar del padre Mbongo tres palomas, una anillada en Santo Tomé y dos sin anillar, que han de ser los pichones. En uno de estos anudaré la presente y tras darle el día de hoy, festividad de San Esteban, como descanso para recuperar fuerzas, lo soltaré mañana por la mañana con la confianza de que volará hasta su lugar de nacimiento y cría en Annobón. Desde que el padre Mbongo falta en Santo Tomé me ocupo yo, el padre Mario, de cuidar a sus palomas.

El padre Mbongo regresó de Annobón con bien en la fecha prevista. Era el día dieciséis de junio cuando muy de mañana, antes del amanecer entró en el hospital. Saludó al padre Gilberto, que estaba de guardia, y tras explicarle que las dos travesías se habían desarrollado según lo previsto y que habíais sido bien recibidos por los annobonenses añadió que tenía que regresar al puerto para entregar al patrón la moneda de oro que faltaba por pagar. Tomó la moneda y salió, pero nunca regresó. Nadie lo ha vuelto a ver. A los pocos minutos de haber salido el padre Mbongo, el padre Gilberto vio zarpar una balandra por la bahía. Poco después del amanecer, preocupados por su tardanza, varios padres nos acercamos al puerto, pero no había allí ninguna balandra ni ningún barco de tamaño medio. Solo había barcas de pescadores. Nos extrañó mucho que el patrón no hubiese permanecido fondeado al menos unas horas para dormir y descansar tras el viaje. ¿Por qué esa prisa por zarpar?

Nos tememos lo peor, padre Juan. Y cuando digo lo peor no pienso en la muerte. Si alguien ha asesinado al bueno del padre Mbongo, bendito sea, en la Gloria está ahora. Creemos que una vez hubo pagado al patrón, este empleó la fuerza para impedirle salir del barco y lo llevó para venderlo como esclavo a algún otro puerto quién sabe dónde, quizás en la costa de África para reembarcarlo con más esclavos hacia América. Todos los días rezamos por él, padre Juan, porque esté gozando de Dios y no sufriéndonos a los hombres blancos.

Un asunto importante más he de comunicaros, padre. Recibimos hace algo más de un mes un correo proveniente de España, firmado por el padre provincial de la Compañía de Jesús con el que contestaba a una carta previa que vuestra merced le envió estando aquí, en Santo Tomé. En él os insta a regresar de inmediato a España. Indica que se os otorgó permiso para viajar a vuestra misión, que se encontraba en las Américas, mas no para navegar a África. No os envío dicho correo por no cargar en exceso al pichón, pero os lo entregaré a vuestro regreso. Especialmente tajante se mostraba al señalar que vuestro campo de evangelización se reducía al número exiguo e incierto de una mínima población, los trescientos, cuatrocientos o mil habitantes de Annobón. Hacía referencia a la parábola de los talentos para significar que las múltiples habilidades y talentos con que vuestra merced fue obsequiado por Dios están siendo descuidados o más bien desaprovechados, pues podrían beneficiar a miles de personas y no solamente a esa pequeña población isleña. Así pues decidnos, si tenéis a bien, si queréis que enviemos un barco a buscaros a Annobón, pues conservamos el dinero que generosamente donasteis a nuestra institución y podríamos emplearlo en este asunto.

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