Ser como Jesús

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Sinopsis

El autor reflexiona en este libro sobre las cualidades que el apóstol Pablo incluye en el fruto del Espíritu en la Carta a los Gálatas. Muestra cómo ellas están enraizadas en el carácter de Dios, revelado en el Antiguo Testamento, y modelado y enseñado por Jesús. El objetivo de estas reflexiones no es otro que motivar tanto a los cristianos como a las iglesias a crecer no sólo numéricamente por medio de la evangelización, sino también que la profundidad de su madurez espiritual logre desarrollarse hacia la meta de ser cada vez más como Jesús.

Muchas veces se destaca con razón la importancia de los dones, el poder y los ministerios del Espíritu Santo, pero fácilmente se descuida el mandato de Pablo de vivir y caminar por el Espíritu y cultivar el fruto que sólo él puede producir en la vida de las personas. Prestar mucha atención a las cualidades que el apóstol explica, y tratar de cultivarlas diariamente con la ayuda de Dios, es sin duda una forma de encaminar nuestras vidas hacia la meta señalada. Los seguidores de Jesucristo crecen en madurez cuando se alimentan de la Palabra de Dios, y cuando ella es estudiada y predicada con fidelidad.

Se trata, pues, de un libro en el que el autor aplica su sabiduría de experto en Biblia en forma didáctica y pastoral para el lector de hoy. Contiene aplicaciones que tienen por objeto fomentar el crecimiento en profundidad, preguntas al final de cada capítulo para profundizar la reflexión; es un recurso valioso para predicadores, grupos de estudio y reflexión personal.



Ser como Jesús

Cómo cultivar el fruto del Espíritu

Christopher J. H. Wright

Título original en inglés: Becoming Like Jesus: Cultivating the Fruit of the Spirit

Langham Preaching Resources, Carlisle, Cumbria, United Kingdom

© 2016 Christopher J. H. Wright

© 2016 Langham Preaching Resources

© 2020 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma

Primera edición, versión digital: diciembre 2020

ISBN N° 978-612-4252-85-3

Categoría: Religión - Estudios bíblicos - Nuevo Testamento

Primera edición, versión impresa: diciembre 2020

ISBN N° 978-612-4252-83-9

Editado por:

© 2020 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma

Av. 28 de Julio 314, Int. G, Jesús María, Lima

Apartado postal: 11-168, Lima - Perú

Telf.: (511) 423–2772

E-mail: administracion@edicionespuma.org | ventas@edicionespuma.org

Web: www.edicionespuma.org

Ediciones Puma es un programa del Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip)

Traductor: Sara Deik

Editores: Jim Breneman y Alejandro Pimentel

Diseño de carátula: Eliezer D. Castillo P.

Diagramación y ePub: Hansel J. Huaynate Ventocilla

Reservados todos los derechos

All rights reserved

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o introducida en un sistema de recuperación, o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro, sin previa autorización de los editores.

Esta traducción se publica por acuerdo con Langham Publishing.

Salvo indicación especial, las citas bíblicas se han tomado de la Nueva Versión Internacional © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional.

Dedicado

a mi esposa Liz

y a todos los hijos y nietos

que Dios nos ha dado

Que nuestro objetivo común sea

«ser cada vez más como Jesús»

Prólogo

El gran maestro y expositor bíblico John Stott era un discípulo de Cristo que cultivaba con mucho esmero su vida espiritual, día tras día. Como parte de su disciplina espiritual oraba regularmente usando la enseñanza del apóstol Pablo en el capítulo 5 de la Epístola a los Gálatas, acerca del fruto del Espíritu Santo en la vida del creyente. Como se sabe, uno de los legados de Stott a los evangélicos de todo el mundo es el programa Langham, que busca mantener y elevar la calidad de la predicación evangélica.

El biblista y educador teológico Chris Wright nos cuenta en este libro que los encargados de Langham decidieron promover un programa de formación espiritual basado en el cultivo y la promoción de los dones del Espíritu Santo que el apóstol nos ofrece en la Epístola a los Gálatas. Este libro de Wright, que ahora Ediciones Puma nos presenta en castellano, ha sido una herramienta fundamental para ese programa que Langham sigue promoviendo en diferentes partes del mundo.

En este libro Wright aplica su sabiduría de experto en la Biblia en forma didáctica y pastoral para el lector de hoy. Las iglesias evangélicas en el mundo de habla hispana tienen que llevar adelante su misión en una sociedad que va cambiando, tanto en España como en América Latina. Ese es el contexto cambiante en el cual nos toca proclamar con fidelidad, claridad y consistencia el texto de la Palabra de Dios. Este libro será de gran ayuda en esa tarea. Es el tipo de libro que puede usarse como texto de estudio en la Escuela Dominical, o en programas juveniles, o en el estudio bíblico regular de las iglesias.

Al igual que otros libros de Wright, que ya tenemos en lengua castellana, éste nos permite apreciar la riqueza y profundidad del texto bíblico presentada sistemáticamente. Wright es un maestro de la comunicación y puede llevarnos a la profundidad del texto sin caer en un estilo erudito pero difícil de entender. Además, la habilidad pastoral de Wright lo lleva a plantear aplicaciones que son posibles en nuestro contexto. Yo mismo necesito la lectura disciplinada de material bíblico como el libro de Gálatas y espero poder usar este libro para enseñar cursos en iglesias y escuelas bíblicas con las cuales estoy relacionado. Bienvenido este libro magistral y mi gratitud profunda a Ediciones Puma por ponerlo al alcance de nuestro pueblo evangélico de habla hispana.

Samuel Escobar

Valencia, España

noviembre de 2019

Prefacio

Durante varios años, el sistema de salud británico dirigió una campaña de concientización sobre la importancia de incluir una buena cantidad de frutas y verduras para lograr una dieta saludable. Recomendaron que todos debían ingerir al menos cinco porciones de frutas o verduras en sus comidas diarias. La campaña se conoció popularmente como «Cinco al día». «¿Ya comiste tus cinco al día?», se solían preguntar unos a otros.

En 2013, la Sociedad Langham del Reino Unido e Irlanda, bajo la dirección de nuestro director ejecutivo, Ian Buchanan, lanzó una campaña a fin de alentar a que las personas logren ser cada vez más como Cristo. La visión de Langham es que los cristianos y las iglesias por todo el mundo crezcan no solo numéricamente por medio de la evangelización, sino que la profundidad de su madurez espiritual también logre crecer. Lo cual significa que se logre ser cada vez más como Jesús. Creemos que crecer en madurez se produce cuando nos alimentamos de la palabra de Dios, y en particular cuando esta palabra se predica con fidelidad y claridad con el fin de que produzca un impacto relevante en las vidas y los contextos de la gente. Es por ello que uno de los objetivos principales de Langham es mejorar el nivel de la predicación bíblica.

Se decidió que el contenido principal de la campaña consistiría en una serie de estudios bíblicos y videos sobre el fruto del Espíritu en Gálatas 5.22–23. Se llegó a esta decisión, en parte, porque sabíamos que John Stott, fundador de la Sociedad Langham, oraba todas las mañanas, pidiendo a Dios Espíritu Santo, que permitiera que el fruto del Espíritu madurase en su propia vida. Entonces, ya que Pablo enumera nueve elementos en su descripción del fruto del Espíritu, a Jonathan Lamb (quien era en ese momento el director de Langham Predicación) se le ocurrió la idea de llamar a nuestra campaña «Nueve al día: Ser como Jesús». Cada día deberíamos seguir cultivando estas nueve cualidades que conforman el fruto del Espíritu, así como deberíamos asegurarnos de comer cinco porciones de frutas o verduras todos los días.

En preparación para esa campaña, me comprometí a predicar una serie de exposiciones bíblicas sobre el fruto del Espíritu en la Convención de Portstewart Keswick en Irlanda del Norte (mi tierra natal) en julio de 2012. De aquellas exposiciones surgieron las breves y condensadas charlas que grabamos en video para la campaña «9 al día», y esas mismas exposiciones proveen el material básico para los capítulos de este libro. Así que lo que aparece en las siguientes páginas tuvo originalmente el formato de ponencia, y no he intentado cambiar o disimular ese estilo de comunicación al ponerlas por escrito.

El origen oral de este material nos conduce a otras dos observaciones. Primera, esta clase de libro se debe realmente leer con la Biblia a mano. En cada capítulo, he explorado algo de la profundidad y la amplitud del contexto bíblico de cada una de las palabras que el apóstol Pablo usa para describir el fruto del Espíritu. Así que habrá bastante exploración bíblica a medida que avancemos, y espero que sea una experiencia enriquecedora y alentadora.

 

Segundo, ya que espero que este libro sea útil para otros predicadores (como también para lectores cristianos en general), no he incluido a propósito muchas ilustraciones e historias. Eso puede parecer extraño ya que los sermones necesitan ilustraciones adecuadas que nos ayuden a enfatizar los puntos principales y lograr que los oyentes los recuerden. Y ciertamente cada uno de los elementos del fruto del Espíritu podría ilustrarse abundantemente con ejemplos e historias. Pero un elemento crucial de toda buena predicación es que no solo debe ser fiel al texto bíblico; también debe ser pertinente para el contexto local del predicador y sus oyentes. Por eso, dudé de sumar ejemplos extraídos de mi propio contexto en el Reino Unido. En cambio, he utilizado muchos ejemplos de historias y personajes bíblicos (especialmente de su personaje principal —Dios mismo, tal como se revela a sí mismo en el Antiguo Testamento y en la persona de Jesucristo). Es, entonces, la responsabilidad de cada predicador que quiera usar este libro como recurso para su propia predicación, pensar en ejemplos extraídos de su propia cultura y contexto, y así ilustrar y aplicar el desafío bíblico del fruto del Espíritu de una manera que involucre e impacte los corazones, mentes y vidas de su propia gente. Las preguntas al final de cada capítulo tienen el propósito de facilitar este proceso, y pueden servir también como preguntas iniciales para un estudio bíblico grupal de cada tema.

Chris Wright

Director de Ministerios Internacionales

Sociedad Langham

Junio de 2015

Introducción

Padre celestial, te ruego que este día yo pueda vivir en tu presencia y complacerte cada vez más.

Señor Jesús, te ruego que este día yo pueda tomar mi cruz y seguirte.

Espíritu Santo, te ruego que este día tú me llenes de ti y permitas que tu fruto madure en mi vida: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.

Esta fue la oración que John Stott hacía todos los días cuando se despertaba por la mañana. No debería sorprendernos, entonces, que muchas personas que conocieron a John Stott personalmente, decían que era la persona más parecida a Cristo que conocieron. Dios respondió a su oración diaria haciendo que el fruto del Espíritu madurara en su vida. Y lo que hace el Espíritu de Dios, sobre todo, es hacer que quienes ponen su fe en Jesús se parezcan cada vez más al Jesús que aman, en quien confían y a quien siguen. De hecho, podríamos decir que el fruto del Espíritu en Gálatas 5.22-23, con sus nueve cualidades, forma una bella imagen de Jesús. Porque Jesús ciertamente estaba lleno del Espíritu de Dios, y es Cristo quien mora en nosotros por medio del Espíritu. Entonces, cuanto más llenos estemos del Espíritu de Dios, y mientras el Espíritu más madure su fruto dentro de nosotros, más seremos como Cristo.

Esa también fue la oración del apóstol Pablo. No sabemos si, como John Stott, recitaba una oración así para sí mismo todos los días, pero ciertamente era lo que ansiaba ver en las vidas de todos a los que había llevado a la fe en Cristo. Pablo se sentía como una madre para los creyentes de Gálatas, «por quienes», dijo, «vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Gá 4.19; las cursivas son mías). Pablo anhelaba que los creyentes cristianos estuvieran tan llenos del Espíritu Santo que en realidad Cristo mismo moldearía sus vidas desde adentro hacia afuera. Y es exactamente eso lo que Pablo quiere decir cuando habla del fruto del Espíritu en el capítulo 5 de Gálatas.

Pero ya que estos famosos versículos acerca el Espíritu Santo están en Gálatas 5, necesitamos retroceder un poco y ver algo del contexto respecto a lo que Pablo dice allí. Entonces podremos ver que su hermosa imagen del fruto forma un claro contraste con otras dos cosas que son mucho menos atractivas —dos cosas que los seguidores de Jesús deberían rechazar completamente. Volveremos a eso en un minuto. Pero, primeramente, sería bueno asegurarnos de tener una Biblia a mano para que juntos podamos ver algunos pasajes bíblicos.

Pablo había sido enviado por la iglesia en Antioquía a predicar las buenas nuevas de Jesús entre los gentiles (no judíos) en las provincias de Asia Menor (la actual Turquía). Leemos la historia en Hechos 13–14. Personas de varios pueblos de la región de Galicia habían respondido a la predicación de Pablo. Se habían convertido en creyentes de Jesús de Nazaret y lo reconocían como Señor y Salvador, como aquel que Dios había prometido en las escrituras del Antiguo Testamento (que Pablo habría tenido que explicar, ya que estas personas no eran judías y no sabían nada respecto al «Antiguo Testamento»). Es claro que Pablo les enseñó acerca del Dios de Israel y de esa gran promesa que le había hecho a Abraham. Dios había prometido a Abraham que por medio de él y sus descendientes «todas las naciones en la tierra» serían bendecidas (Gn 12.1–3). Sabemos que Pablo les había enseñado a los nuevos conversos sobre estas grandes promesas bíblicas, porque se refiere a ellas muy claramente en su carta, aquella carta que conocemos como «la Epístola a los Gálatas». Pablo les aseguró a los creyentes de Galicia que, al poner su fe en el Mesías, Jesús, de hecho, se habían convertido en parte del pueblo de Dios. Ahora ellos también eran hijos de Abraham —no porque se habían convertido en judíos (cultural o étnicamente, o por conversión proselitista), sino porque se habían convertido en hijos de Dios, adoptados en la familia de Dios por la gracia de Dios y mediante la fe en Jesús el Mesías. Aunque eran gentiles, ahora se habían convertido en parte del pueblo del pacto de Dios. Ellos ahora estaban incluidos entre la simiente espiritual de Abraham. En esencia, Pablo les dice: si están en Cristo, entonces están en Abraham, y las promesas de Dios son para ustedes.

Así es como lo explica:

Por lo tanto, sepan que los descendientes de Abraham son aquellos que viven por la fe. En efecto, la Escritura, habiendo previsto que Dios justificaría por la fe a las naciones, anunció de antemano el evangelio a Abraham: «Por medio de ti serán bendecidas todas las naciones». Así que los que viven por la fe son bendecidos junto con Abraham, el hombre de fe…

Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús1, porque todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús. Y, si ustedes pertenecen a Cristo, son la descendencia de Abraham y herederos según la promesa (Gá 3.7-9, 26-29).

Eso es lo que Pablo les había enseñado, y es lo que les recuerda en esta carta.

Pero algo ocurrió.

Desde que Pablo trajo inicialmente a los gálatas a la fe en Jesús y plantó una iglesia entre ellos, otros habían llegado con un mensaje diferente. Eran judíos, como Pablo mismo. Y probablemente también eran creyentes en Jesús —como las personas de las que leemos en Hechos 15.5, que antes habían sido fariseos (también como Pablo). Pero, a diferencia de Pablo, pensaban que no era suficiente que estos gentiles depositaran su fe en Jesús. No, ellos decían que si estos gentiles querían las bendiciones de las promesas que Dios le había hecho a Abraham, entonces debían unirse al pueblo de Abraham convirtiéndose en judíos prosélitos. Los prosélitos era gentiles que se convertían a la fe judía circuncidándose y cumpliendo con la ley de Moisés, incluyendo especialmente las leyes relacionadas con el sabbat y con el consumo exclusivo de alimentos considerados limpios según las costumbres judías. Entonces, estos otros maestros intentaban persuadir a los creyentes gálatas que, además de depositar su fe en Jesucristo, debían convertirse en judíos, circuncidándose y cumpliendo con la ley de la Torá.

Pablo reacciona con mucha vehemencia. A lo largo de los primeros cuatro capítulos de su carta, insiste en que Cristo es lo único que necesitan. Nuestra salvación proviene por medio de la fe en la promesa de Dios, tal como sucedió con Abraham. La ley de Moisés funcionaba de manera adecuada y correcta para el pueblo de Israel del Antiguo Testamento durante esa era anterior a Cristo. Pero ahora que el Mesías ha venido, el camino ha sido abierto para que personas de cualquier nación logren la bendición de Abraham mediante la fe en el Mesías Jesús. Por ello, todos los que confían en Cristo —ya sean judíos o gentiles— no tienen la obligación de vivir bajo la autoridad disciplinaria de la ley del Antiguo Testamento. Más bien, deberían vivir sus vidas en libertad, viviendo para Dios, con Cristo morando de ellos, y «caminando» con la guía del Espíritu.

¿Pero ello no llevaría a la permisividad moral? Es decir, si las personas no están contenidas por la ley de Moisés, ¿qué impide que todos estos nuevos gentiles hagan lo que les dé la gana y, por ende, vuelvan a caer en su inmoralidad pagana. No, dice Pablo. Esa es una falsa polarización entre dos extremos. Estos son los dos peligros a los que nos referimos más arriba, y que ahora podemos nombrar —los extremos del legalismo por un lado y del libertinaje por el otro.

Ahora bien, es importante darnos cuenta de que la ley del Antiguo Testamento no era, en sí misma, de carácter legalista. Al contrario, estaba fundada sobre la gracia de Dios, que el pueblo recibió luego de que Dios los rescatara de Egipto. Pero fácilmente podía torcerse hacia una manera bastante legalista de pensar. Aquellos que insistían en que los cristianos también debían cumplir con la Torá, decían que lo que realmente importaba era que uno cumpliera con las leyes y las regulaciones de la ley (especialmente la circuncisión, el sabbat y las reglas de alimentación) —como una especie de verificación de la identidad étnica y afiliación en el pacto, como credencial para demostrar que uno estaba entre los justos, que pertenecía al pueblo de Dios y era un verdadero judío en todo el sentido de la palabra (como Pablo había dicho de sí mismo en Fil 3.4-6).

Pero la respuesta a aquella tergiversada insistencia en la ley no es irse al otro extremo y pensar que, ya que no estamos «bajo la ley», podemos hacer lo que nos da la gana y satisfacer cualquier deseo que tengamos. El legalismo es un extremo (mantener todas las reglas) y el libertinaje es el otro (rechazar cualquier regla): los dos ofrecen respuestas completamente equivocadas a la pregunta: ¿Cómo debe vivir un cristiano?

Es sorprendente que estos dos extremos y peligros todavía se encuentran en la iglesia hoy en día. Por un lado, hay algunos cristianos y algunas iglesias que son muy legalistas. Resaltan la importancia de obedecer todas las reglas. Insisten en que uno debe hacer tal cosa y jamás la otra si es que quiere demostrar que realmente es cristiano. Les encanta que todo sea estricto y claro, y por lo general tienen muy poca simpatía hacia aquellos que no pueden o no quieren adecuarse. Su actitud pareciera ser: «Si no puedes obedecer nuestras reglas, no eres de los nuestros». Por otro lado, y a menudo en reacción a ese tipo de legalismo, hay quienes rechazan toda idea de reglas o tradiciones en la iglesia. Todo el sentido de la fe cristiana, como ellos lo ven, es liberarnos de la carga religiosa institucionalizada. «¡Dios nos ama, así como somos!», dicen, y no tienen lugar para conceptos como disciplina y obediencia. Esto puede llevarlos hacia tentaciones y conductas inmorales y pueden terminar viviendo y pensando de las mismas maneras que el mundo que los rodea.

Al parecer, oscilamos entre los que quieren que todos cumplan las reglas y los que rechazan todo tipo de reglas. Pero se trata de una polaridad completamente equivocada y falsa. Pablo se enfrenta con ello en Gálatas 5 y nos muestra un camino mucho mejor —la manera verdaderamente cristiana de vivir nuestra vida— el camino del Espíritu de Dios que nos ha sido dado por medio de Cristo.

Ahora sería realmente útil que tengamos nuestras Biblias abierta en Gálatas 5 para seguir el bosquejo del argumento de Pablo.

Primeramente, Pablo está de acuerdo en que ¡efectivamente!, el evangelio de Cristo nos ha liberado. Así que les pide a los gálatas que no se dejen influenciar por aquellos que quieren imponerles toda la ley del Antiguo Testamento, a fin de que basen su justicia en esa ley —por haber adquirido la identidad judía. «Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud» (5.1).

 

Como habían confiado en el Mesías Jesús, no importaba si estaban circuncidados o no; lo que importaba era que su fe era real y que ellos demostraban esa realidad mediante su amor: «En Cristo Jesús de nada vale estar o no estar circuncidados; lo que vale es la fe que actúa mediante el amor» (5.6).

Pero inmediatamente después, Pablo insiste en que ser «libre» no significa libertad para complacer «a «la carne». En los escritos de Pablo, «la carne» no significa simplemente nuestros cuerpos físicos; en realidad es una forma abreviada con la que se refiere a nuestra naturaleza humana caída y pecaminosa (que, obviamente, incluye nuestros cuerpos, pero también abarca nuestros pensamientos, emociones, voluntad, deseos, sentimientos, etc.). «Les hablo así, hermanos, porque ustedes han sido llamados a ser libres; pero no se valgan de esa libertad para dar rienda suelta a sus pasiones. Más bien sírvanse unos a otros con amor» (5.13).

¿Vieron la doble referencia al amor al final de los versículos, 6 y 13 (y otra vez más en el versículo 14)? El amor es la respuesta frente al legalismo y al libertinaje.

• A los que buscan imponer el cumplimiento de la ley, Pablo dice que lo que realmente importa es la «fe que se expresa mediante el amor». El amor nos permite cumplir la ley de Dios de la manera correcta, sin legalismo.

• Y a los que rechazan las reglas, Pablo dice que debemos asegurarnos de servirnos, con humildad, «unos a otros con amor». El amor nos permite usar nuestra libertad de la manera correcta y sin egoísmo.

Permítanme ampliar ambos puntos. Por un lado, el amor del uno por el otro es la manera correcta de responder obediente y fielmente a la ley de Dios, como Dios mismo pretendía y como Jesús lo señaló. Pablo hace eco de las palabras de Jesús en el versículo 5.14, citando Levítico 19.18: «En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”» (5.14; ver también Ro 13.9-10). Pues ese es el versículo que Jesús había indicado como el segundo gran mandamiento de la ley (después del primero, que es amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y fuerza —Dt 6.5).

Por el otro lado, el amor impedirá que usemos nuestra libertad para nuestra satisfacción egoísta. La libertad cristiana, a la vez que nos libera de un tipo de esclavitud (el de someternos a la ley), en realidad nos introduce a otro tipo de «esclavitud» muy diferente, una «esclavitud» por la causa de Cristo —sometiéndonos unos a otros, sirviéndonos «con amor».

Con razón, unos versículos más adelante, Pablo coloca el amor a la cabeza de su lista del fruto del Espíritu. ¡Es doblemente importante!

Y luego, justo antes de pasar al clímax de su argumento, Pablo lanza una advertencia a ambos grupos (5.15). Los que buscan imponer la ley y los que la rechazan pueden tratarse bastante mal unos a otros, con actitudes y palabras —expresadas tanto verbalmente como por escrito. Pueden terminar como perros de pelea, hiriéndose gravemente entre sí, y ese tipo de conflicto entre cristianos puede terminar destruyendo por completo a una iglesia. Pablo dice: «si siguen mordiéndose y devorándose, tengan cuidado, no sea que acaben por destruirse unos a otros» (5.15).

Al final Pablo llega a su «punto principal». Si no debemos dejarnos gobernar ni por la ley ni por la carne, entonces ¿qué debe regir nuestra manera de vivir? La respuesta: el Espíritu. Pablo coloca esto al principio, en el medio y al final de su siguiente sección, en los versículos 16, 18 y 25. «Vivan por el Espíritu… si los guía el Espíritu… andemos guiados por el Espíritu». Esa es la esencia, el alma de la vida cristiana. Ese es el centro y el secreto de lo que significa ser una persona «en Cristo».

Así como Pablo ha hablado del poder del amor que nos capacita para vivir en una relación correcta con la ley del Antiguo Testamento y también para superar el egoísmo de la carne, Pablo también explica que si permitimos que el poder del Espíritu de Dios gobierne cómo vivimos, evitaremos ambos extremos de legalismo y libertinaje. Esto es lo que explica en los versículos 16-18.

Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa. Porque esta desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a ella. Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden hacer lo que quieren.2 Pero, si los guía el Espíritu, no están bajo la ley (Gá 5.16-18).

Así que cuando decimos «¡sí!» a Jesucristo, y «¡sí!» al Espíritu Santo, decimos «¡no!» a la carne (no haremos solo lo que nos dé la gana), y decimos «¡no!» a aquellos que nos quieren imponer el yugo de la ley como camino para demostrar nuestra propia justicia.

Ahora, en este punto, quisiéramos avanzar y descubrir qué significa caminar, vivir y ser guiados por el Espíritu. Pero Pablo quiere asegurarse, en primer lugar, de que tenemos muy en claro qué significa lo contrario: ¿hacia qué tipo de vida conducen los actos de «la carne»? Pablo ofrece una lista lúgubre en los versículos 19–21.

Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (Gá 5.19-21).

Es sombrío, pero revelador. Menciona cosas que son individuales, y cosas que son sociales y culturales. Abarca desde lo privado hasta lo público, desde actos exteriores hasta emociones internas. Y es un verdadero reflejo de lo que, a mayor o menor escala, vemos a nuestro alrededor. Este es el mundo en que vivimos. Y hemos sido llamados a ser distintos a este mundo. ¿Pero cómo?

Ahora, por fin, y en un deslumbrante contraste con esa lista, Pablo describe la vida del Espíritu. Aquí está el pasaje que será nuestro texto por el resto del libro:

En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas (Gá 5.22-23).

En primer lugar, prestemos atención a lo que este pasaje no es. No es una lista de virtudes que se contraponen a los vicios que acaba de enumerar como las «obras de la naturaleza pecaminosa». En los documentos griegos y judíos de aquel entonces, eran comunes los listados de vicios y virtudes correspondientes que supuestamente debían dar forma al comportamiento de las personas. Básicamente decían: «No hagan estas cosas (los vicios). Más bien, hagan estas cosas (las virtudes)». El énfasis estaba en lo que no se debía hacer y en lo que sí se debía hacer. Por supuesto que hay alguna similitud con la doble lista de Pablo aquí en Gálatas 5. Las listas de vicios y virtudes fácilmente podrían usarse como simples listas de reglas —la lista de «no hagan esto» y la lista de «hagan aquello». Y esto definitivamente no es lo que Pablo dice aquí. Pablo no está diciendo: «No trates de obedecer todas las reglas de la ley del Antiguo Testamento; aquí hay un conjunto de reglas mucho más fácil de obedecer». Se trata de reemplazar una actitud incorrecta con otra. Pablo ni siquiera se ha referido a «reglas».

No, la clave para entender lo que Pablo está diciendo aquí es la metáfora que utiliza: el fruto. Todas las hermosas palabras que escribe son, en conjunto, el fruto (singular) del Espíritu. Ahora bien, el fruto es el producto natural de la vida. Si un árbol está vivo, dará fruto. ¡Concuerda con el hecho de ser un árbol vivo! El fruto es lo que se obtiene cuando un árbol tiene vida en su interior.

¿Por qué un árbol da fruto? No es porque haya alguna ley de la naturaleza que dicte que deba hacerlo. Más bien, sencillamente se debe a la vida que tiene dentro, que surge del suelo y del agua que alimenta sus raíces y que fluye, por medio de la savia, por cada rama. Un árbol no da fruto porque obedece las leyes de la naturaleza (si podemos usar nuestra imaginación y «pensar como un árbol»), sino porque sencillamente es un árbol vivo, que se comporta según lo que es.

Entonces, lo que Pablo trata de decirnos con su lista de bellas cualidades es lo siguiente: Estas son las cualidades que Dios mismo producirá en la vida cotidiana y ordinaria de una persona, porque la vida de Dios mismo está obrando dentro suyo. La vida de Dios (por su Espíritu) dará fruto en el «árbol» de la vida de una persona, simplemente porque así es Dios y eso es lo que Dios produce. O, como dijimos anteriormente, el Espíritu de Dios, que es el Espíritu de Cristo, hará que las cualidades de la vida de Cristo crezcan en la vida de una persona para que se vuelva cada vez más como Cristo —que es el deseo de Dios para todos sus hijos e hijas.