La Esposa Perfecta

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CAPÍTULO SEIS

Jessie se incorporó de repente en la cama, despertándose justo a tiempo de oír su propio grito. Le llevó unos segundos reorientarse y caer en la cuenta de que estaba en su propia cama en Westport Beach, y que llevaba puesta la ropa en la que se había quedado frita la noche pasada con la embriaguez.

Tenía el cuerpo cubierto de sudor y la respiración agitada. Creyó que realmente podía escuchar cómo le corría la sangre por las venas. Levantó la mano y se tocó la mejilla izquierda. La cicatriz causada por la rama todavía seguía allí. Se había difuminado y podía cubrirla con maquillaje, a diferencia de la otra más alargada que tenía a la derecha del cuello. Aun así, podía sentir dónde sobresalía del resto de su piel. Casi podía sentir el pincho afilado en este momento.

Echó una mirada a su izquierda y vio que la cama estaba vacía. Podía asegurar que Kyle había dormido allí por el hueco que había en su almohada y el lío de sábanas, pero él no estaba por ninguna parte. Se quedó escuchando a ver si oía el sonido de la ducha, pero la casa estaba en silencio. De una ojeada a su reloj de sobremesa, vio que eran las 7:45 de la mañana. A estas horas, Kyle ya se habría ido al trabajo.

Salió de la cama, tratando de ignorar su cabeza pulsante mientras se metía al cuarto de baño. Después de una ducha de quince minutos, de la que se pasó la mitad sentada en las baldosas frescas, se sentía preparada para vestirse y bajar. En la cocina, vio una nota que habían colocado sobre la mesa del desayuno. Decía “Lamento de nuevo lo de anoche. Me encantaría hacerlo de nuevo cuando estés dispuesta. Te quiero.”

Jessie la puso a un lado y se preparó algo de café y avena, lo único que se sentía capaz de engullir en este momento. Consiguió terminar la mitad del bol, tiró el resto a la basura, y se fue hasta la sala de estar, donde le esperaban una docena de cajas por desembalar.

Se acomodó en una butaca con unas tijeras, dejó su café sobre la mesa que había al final, y acercó una caja hacia sí. Mientras revisaba distraídamente las cajas, tachando artículos a medida que los localizaba, su mente divagó hacia el tema de su tesis en el DNR.

De no haberse peleado, seguramente Jessie le hubiera acabado contando a Kyle no solo lo de sus prácticas en las instalaciones, sino lo de las terribles consecuencias a las que había tenido que enfrentarse debido a su tesis, entre ellas el interrogatorio. Y eso hubiera sido una violación de su acuerdo de confidencialidad.

Obviamente, él conocía el tema a grandes rasgos, ya que había hablado del proyecto con él mientras lo investigaba. Pero el Panel le había obligado a guardar el secreto a posterioridad, incluso de su marido.

Le había resultado extraño ocultarle una parte tan importante de su vida a su compañero. Pero le habían asegurado que era necesario. Y aparte de algunas preguntas generales sobre cómo había ido todo el asunto, él no le presionó mucho sobre ello. Unas cuantas respuestas vagas le dejaron satisfecho, lo cual había sido todo un alivio en su momento.

Pero ayer, con el entusiasmo por lo que había estado haciendo—visitando un hospital mental para asesinos—en su máximo cociente, estaba dispuesta a ponerle por fin al día, a pesar de la prohibición y de sus consecuencias. Si su pelea tenía alguna consecuencia positiva, era que le había impedido contarle todo a Kyle y poner sus futuros en peligro.

Pero, ¿qué clase de futuro es ese si no puedo contarle mis secretos a mi propio marido? ¿Y si a él parece no importarle que los tenga?

Una ligera ola de melancolía le recorrió el cuerpo ante esa idea. Intentó echarla a un lado, pero no podía deshacerse de ella.

Le sobresaltó el sonido del timbre. Mirando a su reloj de pulsera, se dio cuenta de que había estado sentada en el mismo lugar, perdida en su tristeza, con las manos sobre una caja de embalaje sin abrir, durante los últimos diez minutos.

Se levantó y caminó hacia la puerta, tratando de sacudirse el pesar de su sistema a cada paso que daba. Cuando abrió la puerta, allí estaba Kimberly, la vecina de enfrente, con una sonrisa animada en la cara. Jessie intentó imitarla.

“Hola, vecina,” dijo Kimberly con entusiasmo. “¿Cómo va el desembalaje?”

“Lento,” admitió Jessie. “Pero gracias por preguntarlo. ¿Cómo estás?”

“Estoy bien. Lo cierto es que tengo a unas cuantas mujeres del vecindario en mi casa en este instante para tomar un café de media mañana y me preguntaba si querrías unirte a nosotras.”

“Claro,” respondió Jessie, contenta de tener alguna excusa para salir de la casa por un rato.

Agarró sus llaves, cerró la puerta principal, y caminó junto a Kimberly. Cuando llegaron, cuatro cabezas se giraron en su dirección. No le sonaba ninguna de esas caras.

Kimberly hizo las presentaciones y se llevó a Jessie a la zona de preparar cafés.

“No esperan que te acuerdes de sus nombres,” le susurró mientras servía dos tazas. “Así que no te sientas presionada. Todas han estado donde tú estás ahora.”

“Tengo tantas cosas dándome vueltas a la cabeza, que apenas puedo acordarme de mi propio nombre.”

“Es perfectamente comprensible,” dijo Kimberly. “Pero debería advertirte, les mencioné todo eso de que eres una creadora de perfiles del FBI así que puede que te hagan algunas preguntas al respecto.”

“Oh, pero no trabajo para el FBI. Ni siquiera tengo todavía mi diploma.”

“Hazme caso—eso da igual. Todas creen que eres una Clarice Starling de carne y hueso. Mis límites en referencias de asesinos en serie llegan hasta tres.”

Kimberly no había calculado bien.

“¿Te sientas en la misma habitación que esos tipos?” preguntó una mujer llamada Caroline con un cabello tan largo que algunos mechones le llegaban hasta el trasero.

“Depende de las normas de la instalación,” respondió Jessie. “Pero nunca he entrevistado a uno sin que haya presente un perfilador o investigador experimentado, llevando la voz cantante.”

“¿Son todos los asesinos en serie tan listos como parecen en las películas?” le preguntó titubeante una mujer de aspecto tímido.

“Todavía no he entrevistado a suficientes como para decirlo con certeza,” le dijo Jessie. “Pero en base a la bibliografía, además de mi experiencia personal, diría que no. La mayoría de estos hombres—y casi siempre se trata de hombres—no son más listos que tú y que yo. Algunos se salen con la suya durante mucho tiempo debido a investigaciones precarias. Algunos se las arreglan para evadir la captura porque escogen a víctimas de las que no preocupa nadie—prostitutas, los sin techo. Lleva un tiempo que la gente note que faltan esos personajes. Y algunas veces, simplemente tienen suerte. Cuando me gradúe, mi trabajo consistirá en hacer que su suerte cambie.”

Las mujeres la machacaron a preguntas cortésmente, sin que pareciera importarles que no se hubiera graduado, mucho menos que nunca hubiera trabajo de perfiladora en ningún caso.

“¿Así que todavía no has resuelto un caso?” preguntó una mujer particularmente inquisitiva llamada Joanne.

“Todavía no. Técnicamente, solo soy una estudiante. Los profesionales manejan los casos de verdad. Hablando de profesionales, ¿a qué os dedicáis?” preguntó con la esperanza de redirigir la conversación.

“Solía trabajar en marketing,” dijo Joanne. “Pero eso fue antes de que naciera Troy. Me tiene bastante ocupada en estos momentos. Es todo un trabajo de jornada completa él solito.”

“Apuesto a que sí. ¿Está echándose la siesta ahora en alguna parte?” preguntó Jessie, mirando a su alrededor.

“Seguramente,” dijo Joanne, mirando su reloj. “Pero se despertará enseguida para tomar su tentempié. Está en la guardería.”

“Oh,” dijo Jessie, antes de plantear su siguiente pregunta lo más delicadamente posible. “Creía que la mayoría de los niños en las guarderías tenían madres trabajadoras.”

“Sí,” dijo Joanne, sin parecer ofendida. “Pero lo hacen tan bien allí que no podía dejar de matricularle. No va todos los días, pero los miércoles son difíciles, así que le suelo llevar. Los días fastidiosos son duros, ¿verdad?”

Antes de que le pudiera responder Jessie, se abrió la puerta del garaje e irrumpió en la habitación un tipo de treinta y tantos años con un sorprendente cabello pelirrojo desaliñado.

“¡Morgan!” exclamó Kimberly llena de felicidad. “¿Qué haces en casa?”

“Me dejé el informe en el despacho,” le contestó. “Tengo la presentación en veinte minutos así que tengo que darme prisa en regresar.”

A Morgan, que parecía ser el marido de Kimberly, no pareció sorprenderle lo más mínimo que hubiera media docena de mujeres en su sala de estar. Pasó corriendo entre ellas, saludando de manera general al grupo. Joanne se inclinó hacia Jessie.

“Es algún tipo de ingeniero,” dijo en voz baja, como si se tratara de algún secreto.

“¿Para quién? ¿Alguna empresa de defensa?” preguntó Jessie.

“No, para alguna cosa de bienes raíces.”

Jessie no entendía por qué eso se merecía tanta discreción, pero decidió no indagar más. Unos momentos más tarde, Morgan entró de nuevo en la sala con una pila de papeles en la mano.

“Encantado de veros, damas,” dijo él. “Lamento no poder quedarme por aquí. Kim, recuerda que tenemos eso en el club esta noche así que volveré tarde.”

“Muy bien, cariño,” dijo su mujer, caminando detrás suyo para asegurarse de que le diera un beso antes de salir corriendo por la puerta.

Cuando se hubo ido, regresó a la sala de estar, todavía excitada por la inesperada visita.

“Os juro que se mueve con tal determinación, que una podría pensar que es un perfilador de criminales o algo por el estilo.”

 

Ese comentario produjo una ola de risitas en el grupo. Jessie sonrió, sin saber exactamente qué es lo que resultaba tan divertido.

*

Una hora después, estaba de vuelta en su sala de estar, tratando de encontrar la energía para abrir la caja que tenía delante de ella. A medida que cortaba con cuidado la cinta adhesiva, repasó su salida de la mañana para tomar el café. Había algo extraño en todo ello. Pero no podía concretar de qué se trataba.

Kimberly era encantadora. A Jessie le caía bien de verdad y le agradecía especialmente el esfuerzo que estaba haciendo para ayudar a la chica nueva. Y todas las demás mujeres eran agradables y cercanas, aunque un tanto sosas. Pero había algo… misterioso en sus interacciones, como si todas conocieran un secreto en común que Jessie desconocía.

Parte de ella pensaba que estaba paranoica por sospechar algo así. No sería la primera vez que se había lanzado a sacar conclusiones que habían resultado equivocadas. Claro que todos sus instructores en el programa de Psicología Forense de la USC le habían alabado por su sentido de la intuición. No parecían pensar que estuviera paranoica, más bien que era “desconfiadamente inquisitiva,” como le había dicho uno de sus profesores. En su momento, le había sonado como un cumplido.

Abrió la caja y sacó el primer artículo, una foto enmarcada de su boda. Se quedó mirándola un momento, fijándose en las expresiones de felicidad que tenían Kyle y ella en la cara. A ambos lados de ellos, había varios familiares, también con enormes sonrisas de júbilo.

A medida que sus ojos se alejaron del grupo, volvió a sentir de repente la melancolía que había notado surgir hacía un rato por dentro. Un apretón de ansiedad le contrajo el pecho. Se guió a sí misma para tomar unas inspiraciones profundas pero no había cantidad suficiente de respiraciones o exhalaciones que le pudieran calmar.

No estaba segura de cuál había sido el desencadenante de esto—los recuerdos, el nuevo entorno, la pelea con Kyle, ¿o una combinación de todo ello?

Fuera lo que fuera, se dio cuenta de una verdad fundamental. Ya no era capaz de controlar esto por sí misma. Tenía que hablar con alguien. Y a pesar del sentimiento de terrible fracaso que empezaba a abrumarla mientras se iba en busca de su teléfono, marcó el número que había esperado no tener que utilizar nunca más.

CAPÍTULO SIETE

Concertó una cita con su antigua terapeuta, la doctora Janice Lemmon, y solo con saber que atenderla requeriría una visita a la zona donde solía vivir le hizo sentir más cómoda. El pánico se había disipado casi inmediatamente después de concertar la sesión.

Cuando Kyle regresó a casa esa noche—lo cierto es que pronto—pidieron comida para llevar y vieron una película cursi pero entretenida sobre realidades alternativas que se titulaba El 13º Piso. Ninguno de los dos se disculpó formalmente, pero parecían haber redescubierto su zona de confort. Después de la película, ni siquiera subieron arriba para disfrutar del sexo. En vez de eso, Kyle simplemente se encaramó encima de ella allí mismo en el sofá. Eso le recordó a Jessie sus días de recién casados.

Kyle hasta le había preparado el desayuno esa mañana antes de salir hacia el trabajo. Era horrible—tostada quemada, los huevos sin hacer, y el bacón de pavo mal frito—pero Jessie agradecía el intento. Se sentía un poco mal por no haberle contado los planes que tenía para hoy, aunque tampoco él le había preguntado, así que no es que estuviera mintiendo.

Hasta que no se vio en la autopista al día siguiente, con los rascacielos del centro de Los Ángeles en el horizonte, Jessie no sintió que se calmaba el pinchazo de nerviosismo en sus entrañas. Había realizado el viaje a mediodía desde Orange County en menos de una hora y se metió a la ciudad solo para caminar un rato por allí. Aparcó en el aparcamiento próximo a la consulta de la doctora Lemmon enfrente de Original Pantry en la esquina de Figueroa y West 9th.

Entonces se le ocurrió la idea de llamar a su compañera de dormitorio de la USC y amiga más antigua de la universidad, Lacey Cartwright, que vivía y trabajaba en la zona, para ver si podían pasar un rato juntas. Le salió el buzón de voz y dejó un mensaje. Mientras empezaba a descender por Figueroa en dirección al Hotel Bonaventura, Lacey le envió un mensaje de texto para decirle que estaba demasiado ocupada ese día pero que ya quedarían la próxima vez que Jessie pasara por allí.

¿Quién sabe cuándo sucederá eso?

Se sacudió la decepción de su cabeza y se concentró en la ciudad que le rodeaba, admirando las vistas y sonidos bulliciosos que eran tan diferentes de su nuevo entorno. Cuando llegó a la Calle 5ª, giró a su derecha y siguió vagabundeando.

Eso le recordó a los días, no hace tanto tiempo, cuando hacía esto mismo varias veces a la semana. Si tenía dificultades con el estudio de un caso para clase, simplemente se iba a la calle y paseaba por las calles, utilizando el tráfico como ruido de fondo mientras le daba vueltas al caso en su mente hasta que encontraba una manera de enfocarlo. Su trabajo casi siempre era más potente si había tenido tiempo de vagabundear por el centro de la ciudad y de explorar diversas avenidas al respecto.

Mantuvo la charla inminente con la doctora Lemmon al fondo de su mente mientras repasaba mentalmente el café del día anterior en casa de Kimberly. Todavía no podía concretar el carácter de la misteriosa discreción de las mujeres que había conocido allí. Pero algo le llamó la atención en retrospectiva—lo desesperadas que estaban todas por escuchar los detalles de sus estudios de perfiladora de criminales.

No estaba segura de si se debía a que la profesión en la que se estaba metiendo era tan inusual o simplemente porque era una profesión. Ahora que pensaba en ello, caía en la cuenta de que ninguna de esas mujeres trabajaba.

Algunas lo habían hecho. Joanne había trabajado en marketing. Kimberly decía que solía ser una agente de bienes raíces cuando vivían en Sherman Oaks. Josette había dirigido una pequeña galería en Silverlake. Pero ahora todas eran amas de casa y madres. Y a pesar de que aparentaban sentirse felices con sus vidas, también parecían hambrientas por detalles del mundo profesional, con avaricia, casi con culpabilidad devorando cualquier pedacito de intriga.

Jessie se detuvo, cayendo en la cuenta de que, sin apenas darse cuenta, había llegado al Hotel Biltmore. Ya había estado aquí en muchas otras ocasiones. Era famoso por, entre otras cosas, albergar las primeras entregas de los Óscar en los años 30. También le habían dicho en una ocasión que aquí era donde Sirhan Sirhan había asesinado a Robert Kennedy en 1968.

Hace tiempo, antes de decidirse a hacer su tesis sobre el DNR, Jessie había considerado la idea de hacer un perfil de Sirhan. Por eso, se había presentado allí un día sin anunciar su visita y le había preguntado al conserje si daban tours del hotel que incluían la escena del tiroteo. Él se le quedó mirando, perplejo.

Le llevó unos momentos algo embarazosos caer en la cuenta de lo que ella estaba buscando y varios más para que él le explicara que el asesinato no había tenido lugar allí sino en el ahora ya demolido Hotel Ambassador.

Trató de suavizar el golpe diciéndole que JFK había recibido su nominación de los demócratas para presidente en el Biltmore en 1960. Pero se sentía demasiado humillada como para quedarse a escuchar esa historia.

A pesar de la vergüenza, la experiencia le enseñó una lección muy valiosa que se había quedado para siempre en su memoria: No hagas suposiciones, especialmente en una línea de trabajo donde hacer las suposiciones equivocadas puede acabar matándote. Al día siguiente, cambió el tema de su tesis y decidió que, a partir de ahora, iba a hacer sus averiguaciones antes de aparecer en un lugar.

A pesar de ese desastre, Jessie regresaba a menudo, ya que le encantaba el estilo anticuado del hotel. Esta vez, se metió de lleno en su zona de confort mientras merodeaba por los pasillos y las salas de baile durante unos buenos veinte minutos.

Cuando atravesó la recepción al salir, notó a un hombre joven vestido de traje que estaba parado como si nada cerca del mostrador de los botones, leyendo un periódico. Lo que llamó su atención fue lo sudoroso que estaba. Con el aire acondicionado a tope en el hotel, no podía entender cómo era posible. Aun así, cada pocos segundos, se secaba las gotas de sudor que se formaban constantemente en su frente.

¿Por qué está tan sudoroso un tipo que está leyendo un periódico tan tranquilamente?

Jessie se acercó un poco más y sacó su teléfono. Pretendió estar leyendo algo, pero encendió la cámara y la inclinó para poder observar al tipo sin tener que mirarle. De vez en cuando, tomaba una foto rápida.

No parecía que realmente estuviera leyendo el periódico, sino más bien que lo estuviera utilizando como decoración mientras miraba intermitentemente en la dirección de las maletas que se estaban colocando en el carrito para equipajes. Cuando uno de los botones empezó a empujar el carro hacia el ascensor, el hombre de traje se colocó el periódico debajo del brazo y caminó por detrás suyo.

El botones empujó el carro hacia el ascensor y el hombre de traje se quedó de pie al otro lado del carro. Justo cuando se cerraban las puertas, Jessie vio cómo el hombre de traje agarraba una maleta del lado del carro que estaba fuera de la vista del botones.

Vio cómo el ascensor se elevaba despacio y se detenía en el octavo piso. Después de unos diez segundos, empezó a descender de nuevo. Al hacerlo, Jessie se acercó al guardia de seguridad que había cerca de la puerta principal. El guardia, un tipo de aspecto amigable de cuarenta y muchos años, le sonrió.

“Creo que tienes a un ladrón trabajando en el hotel,” dijo Jessie sin preámbulos, con la intención de ponerle rápidamente al día.

“¿Cómo así?” le preguntó, ahora frunciendo el ceño ligeramente.

“He visto a este tipo,” dijo ella, enseñándole una de las fotos de su teléfono, “hacerse con un maletín de un carro de equipajes. Es posible que fuera suyo. Pero parecía estar disimulando y estaba sudando como un tipo que está nervioso por algo.”

“Muy bien, Sherlock,” dijo el guardia con escepticismo. “Asumiendo que tengas razón, ¿cómo se supone que le voy a encontrar? ¿Viste en qué pisos se detuvo el ascensor?”

“El octavo, pero si tengo razón, eso dará igual. Si es un huésped del hotel, me imagino que ese es su piso y ahí es donde se va a quedar.”

“¿Y si no es un huésped?” preguntó el guardia.

“Si no lo es, supongo que va a regresar de inmediato en el ascensor que está volviendo ahora mismo a la recepción.”

En el instante que dijo eso, se abrió la puerta del ascensor y el hombre sudoroso, vestido de traje, salió de él, con el periódico en una mano, el maletín en la otra. Empezó a caminar hacia la salida.

“Imagino que va a esconder eso en alguna parte y a empezar con todo el proceso de nuevo,” dijo Jessie.

“Quédate aquí,” le dijo el guardia, y después habló por su radio. “Voy a necesitar refuerzos en recepción cuanto antes.”

Se acercó al hombre de traje que, al verle por el rabillo del ojo, aceleró el ritmo de su paso. También el guardia aceleró. El hombre trajeado echó a correr y estaba ya saliendo por la puerta cuando se dio de frente con otro guardia de seguridad que corría en la dirección opuesta. Los dos se cayeron y rodaron por el suelo.

El guardia que estaba con Jessie agarró al hombre del traje, le elevó en el aire, le puso el brazo a la espalda, y le arrojó contra la pared del hotel.

“¿Le importa si miro en su bolsa, señor?” le exigió.

Jessie quería quedarse a ver cómo terminaba todo, pero un vistazo rápido a su reloj le mostró que su cita con la doctora Lemmon, concertada para las 11, era en solo cinco minutos. Tendría que saltarse el paseo de vuelta y tomar un taxi solo para llegar a tiempo. Ni siquiera iba a tener tiempo de despedirse del guardia. Estaba preocupada de que, si lo intentaba, él insistiría en que se quedara por allí para darle su declaración a la policía.

Llegó por los pelos y estaba jadeando sentada en la sala de espera cuando la doctora Lemmon abrió la puerta de su despacho para invitarle a pasar.

“¿Has venido corriendo desde Westport Beach?” le preguntó la doctora, riéndose.

“Se puede decir que algo así.”

 

“Bueno, pasa adentro y ponte cómoda,” dijo la doctora Lemmon, cerrando la puerta después de que entrara Jessie y sirviendo dos vasos de agua de una jarra que estaba llena de rodajas de limón y pepino. Seguía teniendo esa permanente tan terrible que Jessie recordaba, con pequeños ricitos rubios que rebotaban al tocarle los hombros. Llevaba puestas unas gafas gruesas que hacían que sus ojos afilados como de búho parecieran más pequeños. Era una mujer menuda, de apenas metro y medio de altura. Sin embargo, su cuerpo estaba visiblemente entonado, seguramente como resultado del yoga que practicaba tres veces por semana, según le había dicho a Jessie. Para una mujer de sesenta y tantos años, tenía un aspecto estupendo.

Jessie se sentó en la cómoda butaca que siempre utilizaba para sus sesiones y de inmediato, se metió en el antiguo estado al que estaba acostumbrada. No había estado aquí durante un tiempo, más de un año, y había tenido la esperanza de que seguiría siendo así. Pero era un lugar de consuelo, donde se había peleado con, y tenido éxito a ratos, con la tarea de hacer las paces con su pasado.

La doctora Lemmon le dio el vaso de agua, se sentó enfrente de ella, agarró un bloc de notas y un bolígrafo, y los depositó sobre su regazo. Esa era su señal de que la sesión había dado comienzo formalmente.

“¿De qué vamos a hablar hoy, Jessie?” le preguntó con calidez.

“Las buenas noticias primero, supongo. Voy a hacer mis prácticas en DSH-Metro, en la Unidad DNR.”

“Oh vaya. Eso es impresionante. ¿Quién es tu asesor en la facultad?”

“Warren Hosta de UC-Irvine,” dijo Jessie. “¿Le conoces?”

“Hemos interactuado,” dijo la doctora misteriosamente. “Creo que estás en buenas manos. Es fastidioso, pero sabe de lo que habla, y eso es lo importante para ti.”

“Me alegro de oír eso porque no tenía mucha elección,” apuntó Jessie. “Era el único que tenía la aprobación del Panel en la zona.”

“Supongo que para conseguir lo que quieres, tienes que hacer las cosas a su manera. Esto es lo que tú querías, ¿no es cierto?”

“Así es,” dijo Jessie.

La doctora Lemmon le miró de cerca. Hubo un momento de entendimiento entre ellas. En su momento, cuando las autoridades habían interrogado a Jessie sobre su tesis, la doctora Lemmon había aparecido por la comisaría de policía sin más ni más. Jessie se acordaba de ver a su psiquiatra hablar en voz baja con varias personas que habían estado observando su entrevista en silencio. Después de eso, las preguntas le habían parecido menos acusatorias y más respetuosas.

No sería hasta más tarde que Jessie se enteraría de que la doctora Lemmon era miembro del Panel y era totalmente consciente de lo que pasaba en la DNR. Incluso había tratado a algunos de los pacientes que había allí. En retrospectiva, no debería haber sido una sorpresa. Después de todo, Jessie había buscado a esta mujer como terapeuta precisamente debido a su reputación de experta en ese tema.

“¿Puedo preguntarte otra cosa, Jessie?” le dijo la doctora Lemmon. “Dices que lo que quieres es trabajar en la DNR. Pero, ¿has pensado que puede que ese lugar no te de las respuestas que andas buscando?”

“Solo quiero entender mejor cómo piensa esta gente,” insistió Jessie, “para poder ser una mejor perfiladora criminal.”

“Creo que ambas sabemos que estás buscando mucho más que eso.”

Jessie no le respondió. En vez de eso, colocó las manos en su regazo y tomó una inhalación profunda. Sabía cómo iba a interpretar la doctora eso, pero no le importaba en absoluto.

“Ya volveremos a eso,” dijo la doctora Lemmon en voz baja. “Continuemos. ¿Cómo te está tratando la vida de casada?”

“Esa es la razón principal de que quisiera verte hoy,” dijo Jessie, contenta de cambiar de tema. “Como ya sabes, Kyle y yo nos acabamos de mudar de aquí a Westport Beach porque su empresa le ha relocalizado a la oficina de Orange County. Tenemos una casa enorme en un vecindario estupendo a un paseo de distancia del puerto…”

“¿Pero…?” le incitó la doctora Lemmon.

“Hay algo que no es del todo normal en ese lugar. He tenido problemas para definirlo. Todo el mundo ha sido de lo más amistoso hasta ahora. Me han invitado a cafés y almuerzos y barbacoas. Me han pasado sugerencias de las mejores opciones de supermercados y guarderías, en el caso de que acabemos necesitando una. Pero hay algo que resulta… peculiar. Y está empezando a afectarme.”

“¿De qué manera?” preguntó la doctora Lemmon.

“Es que me siento abatida sin ninguna razón,” dijo Jessie. “Kyle llegó tarde a casa para una cena que había preparado y dejé que me hundiera mucho más de lo debido. No era para tanto, pero es que él se mostraba tan indiferente sobre ello. Me ponía enferma. Además, solo la tarea de desembalar las cajas resulta abrumadora de una manera que resulta exagerada en este caso. Tengo esta sensación constante, inquietante, de que no pertenezco allí, de que hay algún tipo de llave secreta a una habitación donde han estado todos y que nadie me la va a dar.”

“Jessie, ya ha pasado algún tiempo desde nuestra última sesión así que te voy a recordar algo de lo que ya hemos hablado. No tiene por qué haber una ‘buena razón’ para que tengas esos sentimientos. Lo que tú estás tratando puede surgir de ninguna parte. Y no es de sorprender que una situación estresante, nueva, da igual lo perfecta y de postal que sea, podría revolverlo. ¿Estás tomando tu medicación con regularidad?”

“Todos los días.”

“Muy bien,” dijo la doctora, anotando algo en su cuaderno. “Puede que tengamos que cambiarla. También noté que dijiste que puede que te haga falta una guardería en el futuro. ¿Es algo a por lo que estáis yendo activamente—hijos? Si es así, es otra razón para cambiar tu medicación.”

“Lo estamos intentando… a veces y a ratos. Pero a veces parece que Kyle esté entusiasmado con la idea y entonces se pone… distante: casi frío. A veces dice algo y me pregunto, ‘¿quién es ese hombre?’”

“Si te sirve de algún consuelo, todo esto es muy normal, Jessie. Estás en un nuevo entorno, rodeada de desconocidos, con solamente una persona a la que conoces lo bastante bien como para contar con ella. Es estresante. Y él está pasando por muchas de esas mismas cosas, así que sin duda vais a enfadaros y a tener momentos en los que no conectéis.”

“Pero es que esa es la cuestión, doctora,” presionó Jessie. “Kyle no parece estar estresado. Obviamente, le gusta su trabajo. Tiene a un viejo amigo del instituto que vive en la zona así que tiene ese escape. Y todas las señales indican que está totalmente entusiasmado de estar aquí—que no necesita ningún periodo de reajuste. No da la impresión de que eche en falta nada de nuestra vida anterior—ni a nuestros amigos, ni nuestros antiguos lugares de ocio, ni estar en algún sitio donde realmente sucede algo después de las nueve de la noche. Está completamente adaptado.”

“Puede que tengas esa impresión, pero estoy dispuesta a apostar que no está tan seguro de todo eso por dentro.”

“Aceptaría esa apuesta,” dijo Jessie.

“Tengas o no tengas razón,” dijo la doctora Lemmon, percibiendo la tensión en la voz de Jessie, “el siguiente paso es preguntarte a ti misma qué vas a hacer respecto a esta nueva vida. ¿Cómo puedes hacer que funcione de mejor manera para ti y para los dos como pareja?”

“La verdad es que me siento perdida,” dijo Jessie. “Me parece que le voy a dar una oportunidad a este lugar. Pero es que yo no soy como él, no soy la típica chica que se ‘tira al fondo de la piscina’.”

“Sin duda eso es cierto,” asintió la doctora. “Tú eres una persona cautelosa por naturaleza, por buenas razones. Pero puede que tengas que bajarle el volumen a esa vocecita para arreglártelas durante un tiempo, especialmente en situaciones sociales. Quizá puedas tratar de abrirte un poco más a las posibilidades que te rodean. Y a lo mejor darle a Kyle el beneficio de la duda un poco más. ¿Te resulta esto razonable?”

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