Todo esto es mi país

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La alusión a la posibilidad de que un autor peruano pudiera crear un “cuento surrealista”, “una novela a la manera de Kafka” o “una historia fantástica” y, por último, la fuerza expresiva lograda a través de “una escena onírica” como la que se logra en la película de Buñuel revela la idea de que —contrariamente a lo que podría asumirse— a pesar de privilegiar el realismo como modo de representación, Salazar Bondy no excluía la posibilidad de que existieran otras modalidades que acertaran a mostrar “la vigencia [del] gran drama humano formado por mil pequeños dramas”. En tal sentido, opta por la defensa de los derechos de la literatura como un instrumento capaz de develar y fundar una nueva realidad como aquellas que crearon las célebres novelas de Cervantes o Dostoievski. En el ámbito latinoamericano, la tarea resultaba tanto o más urgente pues se trataba de que la literatura lograra impulsar en algún modo las transformaciones que se requerían y que ni los mismos políticos estaban en condiciones de llevar a cabo, como apunta en “Mucha realidad por revelar”:

los nombres de Azuela, Icaza, Alegría, Asturias, etc., se vienen a la memoria. No fueron, pues, las creaciones de estos y bastantes más, simplemente intentos de novelística, sino también textos dinamizadores del desenvolvimiento social. Ellos no producirán —es ingenuo pedirles eso— la transformación, pero su contribución al despertar a los pueblos no fue ni es pequeña. (2014b, pp. 304-305)

* * *

Tal como ha podido constatarse a lo largo de este capítulo, los planteamientos de Salazar Bondy en torno a la cultura, la identidad cultural, así como el llamado “arte realista” se sitúan en el ámbito del debate tanto nacional como latinoamericano de mediados del siglo XX y forman parte de un proyecto más amplio de impulsar y promover una mayor conciencia del papel tanto del intelectual como del artista y el escritor en la sociedad de su tiempo. Sus reflexiones deben entenderse a la luz de las necesidades y demandas propias del país y la época y, en muchos casos, alcanzan una lucidez y profundidad inusuales. Por otra parte, su participación activa en la discusión en torno a la cultura desde la tribuna periodística le permitió acceder a conocer las realidades del ciudadano de la calle, así como las múltiples facetas de la problemática cultural, temas que requerían una urgente atención y sobre los que me centraré en los siguientes capítulos.

CAPÍTULO 2
Periodismo y literatura


El vínculo y diálogo entre el periodismo y la literatura se establece en la obra de Salazar Bondy desde muy temprano. En sus artículos periodísticos se distinguen una serie de temas vinculados con el campo literario nacional: el desarrollo de la lectura y su importancia en la formación del individuo, el estado de la industria editorial y la misión del editor, el impulso y apoyo a las revistas como instrumentos de intercambio de opiniones e ideas y, por último, la necesidad de la formación de una tradición literaria que contemple el reconocimiento de escritores y textos canónicos, así como la promoción de los nuevos escritores. El objetivo central de este capítulo reside en demostrar el papel de la crítica en el campo literario y el diálogo entre el discurso periodístico y el literario. Mi atención, por lo tanto, se funda en los mecanismos que hacen evidente la función y el papel que el crítico asume a través del periodismo en el panorama del desarrollo y difusión de la literatura nacional y de qué manera se sitúa en el terreno de la institución literaria.

El ejercicio de los “dos oficios”

Como ya se ha visto, Salazar Bondy opta por el periodismo como medio de contacto con las necesidades de los ciudadanos de a pie, con el “hombre de la multitud”. Desde esa posición pudo, además, desarrollar una vasta tarea que habría de convertirlo en una figura central en el ámbito de las letras peruanas a lo largo de dos décadas. Al respecto y sobre la relación entre periodismo y literatura en la obra del autor, comenta Abelardo Oquendo:

El periodismo fue el campo de las principales batallas de Sebastián, batallas casi todas libradas para conquistar un objetivo no para derrotar a adversarios, por esto era fecundo el mensaje de Sebastián, por eso trascendía. Abierto y generoso. Inclinado a estimular y alentar antes que ejercer con rigor el juicio de la crítica, los autores noveles encontraban en él un apoyo, alguien que los ayudaba a darse a conocer. No estoy tratando de pintar un hombre bueno, sino un convencido de que en un medio pobre hay que propiciar la producción, no inhibirla, castigándola por su impericia o sus ineptitudes. Él creía que las obras mayores requieren un suelo abonado con el humus de las medianas y pequeñas y discutimos sobre esto más de una vez. No es habitual que situados en el campo de lo que restringidamente se denomina la cultura sea el periodismo una actividad que le dé a alguien un sitio preferente u destacado en los anales de la literatura.

Sebastián no ejerció el periodismo para eso. Obviamente lo hizo como un profesional pero en un sentido que iba más allá que el común de ganarse la vida, quiero decir que profesaba el periodismo como se profesa, digamos, el sacerdocio. Llamado por la vocación, por una vocación profunda, la suya era la de participar y la de actuar a través de la escritura como hemos dicho. Y a esto responden las virtudes de su prosa e cronista: la claridad con que transmitía las ideas, y el atractivo con que las presentaba. Siempre era gustoso leer a Sebastián y esta limpidez, y este discreto placer le ganaron una vasta audiencia, el numeroso público lector que el resto de su obra no tuvo, como no la tuvo tampoco ninguno de sus compañeros de generación. Sin esa otra parte de su obra, sin embargo, el periodista no hubiera logrado la repercusión que alcanzó. (Hirschhorn, 1996, pp. 830-831)1

En “El escritor y el «otro oficio»”, sobre el “segundo oficio” del escritor —en su caso, el periodismo— y la necesidad de vincular el trabajo intelectual y artístico con la vida diaria de sus lectores, Salazar Bondy anota:

[l]o importante del “otro oficio” del escritor, del artista, del pensador, es que lo pone en contacto con el mundo y con la humanidad que lo constituye. Participa, de este modo en las angustias propias del individuo corriente y las hace suyas. (2014b, p. 44)

Al ejercer su oficio, el periodista asume el rol de vocero de las preocupaciones y del “heroísmo” del ciudadano: “debemos estar en el mismo sitio en que está el heroico ciudadano que día a día, en perpetua batalla, va al taller, a la oficina, al campo, a desangrarse por un mundo más digno y mejor” (p. 44). En tal sentido, a diferencia del solitario oficio del escritor o el artista, la labor periodística se desarrolla en un espacio de contacto con la multitud y el ritmo vertiginoso de la vida urbana; de allí que el lenguaje se convierta en una herramienta decisiva para llamar la atención del lector en el corto lapso que dispone este último para el consumo del artículo.

El ejercicio de los dos “oficios” —el periodismo y la literatura— dará como resultado en la obra de Salazar Bondy un periodismo de profunda raigambre literaria a la vez que una literatura teñida por la urgencia e inmediatez de lo cotidiano2. Ello puede constatarse en las características que impregnan tanto su prosa periodística como de ficción. Un primer acercamiento permite distinguir, en la primera de estas, la agilidad, concisión y brevedad de la expresión, la presentación directa de la información, la aplicación de estrategias de persuasión y una sólida argumentación basada en el manejo de una bibliografía sumamente completa. En el caso de la segunda, prevalece la elección de temáticas vinculadas con los conflictos de sujetos que, por lo general, pertenecen a la clase media y cuyo tratamiento trasunta las bases de una narrativa de corte realista, como ya se ha visto. El vínculo entre periodismo y literatura es materia de reflexión en “Periodismo y literatura”, donde Salazar Bondy vislumbra las relaciones de tensión y atracción que se establecen entre estos dos tipos de discurso y la necesidad de conservar un equilibro entre ambos:

En América Latina, hasta hoy, la crónica del comentarista que emplea la forma literaria para expresar su punto de vista acerca de la variedad de la historia que fugaz pasa en la pantalla de la primera plana, conserva un sitio en el papel que imprime la rotativa incansable. Pero la tendencia general, en especial en las naciones industrialmente s[ú]per desarrolladas, es adjudicar al periodista solo periodista —que escribe en lo que se ha dado en llamar “estilo periodístico”, suerte de no estilo, de impersonalidad expresiva, indefinible aún por sus inventores— la misión tanto de informar cuanto de opinar. El divorcio de los dos hijos de la imprenta (el periódico y el libro) y sus dos autores, ayer identificados, el periodista y el escritor, parece estar a punto de consumarse. Muchos factores contribuyen a determinar esta lamentable escisión. La hegemonía de la imagen sobre la palabra escrita, el triunfo del titular sobre el texto del artículo, la celeridad con que varían las noticias, la intención multívoca que se aspira a dar al efecto de los hechos, etc., conspiran contra la esencia discursiva, analítica, comprometida y unívoca de lo literario e intelectual. No obstante, la necesidad de que no se produzca la total ruptura, sino que, por el contrario, se hallen los puntos de contacto y solidaridad entre ambas posiciones, terminará por imponerse. (2014a, pp. 377-378)

 

Salazar Bondy advierte el peligro del distanciamiento entre estas dos prácticas, producto de la naturaleza de cada una de ellas, y establece una red de oposiciones que ilustran el enfrentamiento entre ambas —imagen/palabra escrita, titular/texto, celeridad/profundidad analítica— que deberá resolverse en el futuro. La reflexión sobre el tema es determinante para poder entender los términos en que concibe la relación entre ambos discursos y los retos que asume quien los produce. Consciente de la separación entre ambos, pero también de sus puntos de contacto, Salazar Bondy intenta ofrecer en su propia producción un modelo que sintetice lo mejor de ambos.

Otro de los grandes retos que enfrenta el crítico reside en la necesidad de realizar su función a través de una mayor independencia y rigor analítico, hecho que, para la época, resulta poco común. Ello puede comprobarse a la luz del significativo crecimiento de fines de la década de los años cincuenta del número de editoriales y libros publicados3, momento en el cual la valoración de la producción literaria y artística se encuentra en un estado incipiente y la función del crítico ha de adquirir nuevos perfiles, a la vez que asumir los riesgos que ello implica, como se subraya en “En los críticos del crítico”4:

Quien cumple la función de crítico sabe perfectamente a cuántas desazones conduce el ejercicio honesto e imparcial del juicio valorativo. El que estas líneas escribe desempeña a su pesar esa tarea y lo hace, cada vez que le toca opinar sobre una obra de arte, con el espíritu desasido de todo compromiso y libre, dentro de la medida de lo posible, de influencias extrañas, simpatías ideológicas e inclinaciones amistosas ajenas a la objetividad que debe prevalecer en su labor. Él mismo, de otro lado, cuando ha sido objeto de un juicio, ha respetado las consideraciones de sus críticos y ha preferido pensar que emanaban de un sincero propósito orientador. No obstante, asumir una actitud independiente y, al mismo tiempo, serena ante una obra de arte, emitir el parecer sin disimulos o rodeos perifrásticos, es entre nosotros cosechar inquinas y odios gratuitos, pues no son sólo los juzgados los que se rebelan, sino ciertos insólitos aliados que parecen proceder así llevados por la animosidad o el deseo de polémicas y figuración. De estos es de quienes uno menos espera tal reacción y, por ello, es que el desengaño es mayor. (2014a, p. 343)

El fragmento ilustra el trasfondo de las relaciones de poder al interior de la institución literaria, es decir, el valor de las alianzas estratégicas entre ciertos autores y críticos que, lejos de privilegiar las cualidades intrínsecas de un texto, se fundan en el intercambio de favores y prebendas. Salazar Bondy intuye que la ausencia de una crítica literaria seria en el ámbito periodístico está estrechamente vinculada con la pobreza de las producciones artísticas e intelectuales5 y, por otra parte, inhibe la posibilidad de que el talento de los jóvenes talentos se desarrolle en toda su plenitud pues la celebración y consagración prematuras de sus obras es una de las causas de lo que él llama la “alta mortalidad de la inteligencia peruana”:

La crítica aquí es amistosa o inamistosa. O se desborda en loas sin medida o asesta improperios despiadados. Toda posición justa, intermedia, serena, con verificaciones y reservas, es considerada tibia y, por ende, mezquina. En general, se derrocha, por compromiso y galantería —residuo este último de nuestro origen cortesano, colonial—, toda clase de incienso intelectual. Y como no es común la conciencia de la propia finitud, como no abunda el equilibrio, el elegido por las ponderaciones casi siempre pierde el sentido y sucumbe a ese éxito temporal. Aquella falta de presión exterior, es decir, aquella escasez de barreras la fácil vanidad, redunda fatalmente en el fracaso. Hay un instante en que todo ello estalla pero en un paradójico silencio. (2014b, “Talento, ocio y voluntad”, pp. 31-32)

Para él, por otra parte, la misión del crítico es orientadora a la vez que pedagógica:

la misión primordial de quien hace de crítico es procurar orientación al lector, darle instrumentos para que aprecie hondamente el objeto de arte que contemplará, y enseñarlo, de paso, como un pedagogo, dónde radica la falla y el acierto que haya intuido por su cuenta. Si el crítico no destaca lo bueno por sobre lo malo o lo pésimo —y el episodio que origina esta explicación era rotundamente pésimo—, sobra en las páginas de un periódico. Lo ingenuo es pensar que las columnas de comentario de un diario son una suerte de decoración amable y cortesana. (2014a, “Los críticos y el crítico”, p. 344)

El crítico juega un rol mediador fundamental en la relación entre el autor y el lector no solo en la difusión y valoración de la literatura producida durante un periodo específico, sino en la tarea de articularla con la tradición literaria así como en el establecimiento de un canon6. Es precisamente este rol el que asume Salazar Bondy desde muy temprano a través de la elaboración de antologías7.

El artículo en la crítica de Salazar Bondy

En la crítica literaria de Salazar Bondy se constata rápidamente el papel central que ocupa el artículo como instrumento portador de ideas. Sin embargo, para poder situar la discusión, se hace necesario, en primer lugar, formular una definición óptima del término; en segundo, reconocer sus características; y, por último, cómo estas se presentan en los textos de nuestro autor. Así, en relación con lo primero, el diccionario de la RAE nos brinda una definición según la cual se establece que el término se refiere a “[c]ualquiera de los escritos de mayor extensión que se insertan en los periódicos u otras publicaciones análogas”. Esta definición se complementa con aquella otra que sostiene que “[un] artículo periodístico [es] una modalidad de creación literaria destinada a informar sobre acontecimientos o ideas de actualidad y a orientar, mediante juicios de interpretación y valoración, la opinión de los lectores sobre dichos acontecimientos e ideas” (Estébanez Calderón, 2004, p. 34).

La gran mayoría de los artículos de Salazar Bondy se adecúan a ambas definiciones con justeza e, incluso, las superan en la medida en que van más allá de las expectativas del lector promedio del periódico si es que se presta atención a algunos de sus componentes: el estilo y flexibilidad sintáctica de la frase, la riqueza del léxico empleado, las constantes referencias a escritores canónicos de diversas tradiciones, la efectividad en la adjetivación, la contundencia de las conclusiones y otros elementos. Ciertamente, Salazar Bondy no se limita a alcanzar a un lector poco versado en los temas que aborda, sino más bien a instruirlo y exhortar su participación; es decir, crear un lector modelo o ideal, capaz a su vez de ser crítico. En ese sentido, la naturaleza de sus artículos excede largamente la posición del articulista que busca congraciarse con el lector a través de una crítica impresionista o provocar su complicidad en el ataque mediante la frase ingeniosa: la suya es una forma de entender el periodismo cultural completamente nueva y distinta a la que se estilaba en su momento en la prensa peruana8. De allí que sus piezas periodísticas, por su expresividad, dominio del lenguaje y argumentación pueden ser consideradas como literatura en el sentido más estricto.

Si nos atenemos a una clasificación más exhaustiva del artículo como modalidad de discurso, los textos de Salazar Bondy pueden, en un primer acercamiento, ajustarse a lo que se considera como artículos de ensayo y de crítica9. Con el riesgo que implica ceñirse dogmáticamente a una clasificación de este tipo, en el primer caso el articulista da a conocer su pensamiento “sobre cuestiones ideológicas de tipo cultural, filosófico, político, literario, etc.” (p. 35), mientras que, en el segundo, busca difundir las obras publicadas por escritores de trayectoria reconocida o de reciente aparición. En la crítica periodística de Salazar Bondy el primer grupo resulta más numeroso principalmente por el hecho de que su labor se dirige a promover y discutir preocupaciones que son de interés público y nacional. El artículo se constituye en el instrumento a través del cual se transmite la voz de su autor y a la vez le permite inscribirse en el escenario de una tribuna partidaria. Así, los artículos de ensayo responden a una necesidad urgente de hacerse escuchar en un medio en el que el silencio y la indiferencia reinan con respecto al papel de la cultura y sus dominios.

En el caso referido a los artículos de crítica, muy tempranamente Salazar Bondy se preocupa por el reconocimiento de la obra de poetas modernos peruanos (José María Eguren, César Vallejo, Alberto Hidalgo, Carlos Oquendo de Amat, Emilio Adolfo Westphalen, Martín Adán, César Moro, entre otros)10, así como la producción de sus compañeros de promoción (Wáshington Delgado, Juan Gonzalo Rose, Carlos Germán Belli, Javier Sologuren, Blanca Varela, entre otros), y la de poetas más jóvenes (Antonio Cisneros, César Calvo, Javier Heraud y Arturo Corcuera). Algo similar sucede en el campo de la narrativa en donde, por ejemplo, participa en la discusión acerca del surgimiento del problema de la representación de las nuevas realidades urbanas11.

Como puede observarse, en sus distintas modalidades los artículos de Salazar Bondy referidos a la producción literaria así como los distintos aspectos vinculados con ella (difusión del libro y la lectura, papel de las editoriales y revistas culturales y literarias, principalmente) se ajustan a los diversos tipos y subtipos brevemente esbozados en estas líneas; sin embargo, es necesaria una aproximación más rigurosa para poder establecer con mayor precisión sus características y variaciones de acuerdo a cada una de las temáticas planteadas.

El libro, la lectura y la industria editorial

El primer hito en la tarea de despertar el interés del lector en relación con la difusión de la lectura —y, por extensión, de la literatura— reside en la problemática del libro peruano. Esta preocupación se manifiesta, por ejemplo, en aquellos artículos en los cuales Salazar Bondy examina la calidad de las ediciones peruanas de la época, como sucede en “Nuestros pobres libros”:

Pocas cosas revelan tanto la precariedad de la vida intelectual peruana que el aspecto exterior de nuestros libros. Ellos parecen hechos de un barro triste y opaco. Tintas, papeles, cartones, hilos, gomas, todo lo que constituye el indumento de una novela, un ensayo o un texto para el estudio, denuncian una pobreza conmovedora. Ningún libro nos invita a desplegar sus páginas. Acudimos a él más por interés o compromiso que por suerte de la seducción turbadora que ejerce una edición desconocida. Nuestros libros no son objetos decorativos. Son modestos vehículos por medio de los cuales nuestros escritores intentan difundir sus ideas a un público indiferente que “pasa y no dura”. (2014a, p. 57)

El primer paso en la estimulación del interés por la lectura ha de pasar por la “seducción turbadora” que produce el libro en tanto objeto. Siguiendo un principio elemental de aquello que podríamos describir como el “arte de vender libros”, el cronista se coloca en la posición del potencial comprador que visita las librerías en busca del libro como una fuente de conocimiento o placer; la experiencia, sin embargo, según él está condenada al fracaso debido a la pobreza y descuido de su presentación material. Salazar Bondy considera que todo libro no solo ofrece determinados contenidos, es decir, un mensaje constituido por un conjunto de signos y sus respectivos significados, sino que, a la vez, está conformado por el continente o significante portador de esos contenidos. De este modo, en un estado precario, el libro se ofrece como un signo mutilado y desprovisto de atractivo cuyo revestimiento revela, en última instancia, el estado de la industria editorial nacional, pero también el de la cultura —entendida en su sentido más convencional— y, por extensión, la literatura nacional. La imagen es sumamente poderosa pues, con ella, Salazar Bondy denuncia una serie imbricada de problemas cuya solución urge encontrar: el estado material del libro que se ofrece a los lectores es un síntoma de la situación de la industria editorial, pero también una muestra del carácter de la comunicación que se establece entre el autor y el lector: su descuido es reflejo del vínculo desaprensivo y la falta de lazos —al menos en las condiciones presentadas en el pasaje— entre ambos: la captura y adhesión de lectores se inicia con la atracción que ejerce físicamente el libro. La efectividad de la imagen, por lo tanto, se debe a la cadena de significados que genera y es, por otra parte, una metáfora muy apropiada para demostrar la naturaleza de la verdadera comunicación entre autor y lector. Los libros peruanos, en tal sentido, se encuentran muy lejos de satisfacer las demandas comunicativas de los lectores —no las de un público, pues, aparentemente este aún no se había conformado o, en todo caso, se encontraba en proceso de formación—.

 

Más adelante, Salazar Bondy insiste en subrayar las cualidades físicas del libro, en particular, de aquellos que provienen de fuera del país:

Hay cierta sensualidad en los materiales y la impresión de cualquiera de las ediciones que nos vienen del exterior y que tanto frecuentamos. Las yemas de los dedos y las pupilas del amateur suelen saborear, si la expresión cabe, el grano del papel, la nitidez de la tipografía, la delicadeza de los colores. Y el libro fuera de nuestras manos, abandonado sobre nuestra mesa de noche, puesto entre otros varios en el estante de nuestra biblioteca u olvidado en un rimero polvoriento suele recordarnos de su presencia con silenciosa elocuencia (p. 57)

El libro, por lo tanto, es un objeto que trasluce una determinada estética a través de cada uno de sus atributos —carátula, grano del papel, tipografía, etcétera— y la experiencia de su contacto involucra la percepción de todos esos elementos; ello, no obstante, se opone diametralmente a la penosa experiencia del lector del libro peruano:

Cuán común es darse con la impresión descolorida, que manifiesta la vejez de las prensas en que el libro se hizo, o con las letras movidas u horadadas que dramáticamente expresan que el cáncer del tiempo ha hecho mella en el plomo. Luego el desorden. Nuestros libros comienzan sin las previas páginas de advertencia, sin los índices necesarios, sin los datos fundamentales que predisponen a una mejor comprensión del texto. Se desencuadernan al primer movimiento brusco, se despintan se pican, se manchan, se arrugan. (p. 58)

Salazar Bondy propone una sinécdoque según la cual el examen del estado de un libro producido por la industria editorial nacional permite diagnosticar lo que ocurre en su conjunto. Este recurso luego se aplica a la relación entre autor y lector, pero, en este caso, la figura del libro se convierte en una metáfora según la cual su precariedad desnuda el problema de la comunicación entre ambos y, más precisamente, entre el autor y el lector peruanos, como se observa más adelante en el mismo artículo (“Nuestros pobres libros”):

El público peruano lector ha sido, y es desafortunadamente, desconfiado hacia la obra de sus escritores, investigadores y hombres de ciencia. Ello es una forma del “complejo de inferioridad” que siempre nos ha dominado. También, es cierto, se trata de un fruto de la incultura media. (p. 59)

Ciñéndose a la noción tradicional de cultura, Salazar Bondy expone no solo el estado de la industria editorial y el tipo de relación entre autores y lectores peruanos, sino un rasgo general de la sociedad peruana a la cual percibe sumida en una “incultura media”; es decir, propone una nueva metonimia para entender el estado en el que se encuentran el país y sus habitantes en relación con el acceso al conocimiento y saberes proporcionados por la “cultura”. Esta estrategia, evidentemente, es formulada desde la posición de un sujeto letrado que omite otras acepciones del término; sin embargo, lo significativo reside en que él mismo se incluye dentro de ese panorama desalentador, como parte del problema. Con ello, el uso del pronombre “nos” formulado en el pasaje comprende no solo a los sujetos involucrados en el proceso de diseminación de la cultura (autores, editores y lectores), sino a toda la sociedad.

La precariedad de la industria editorial, como se ha visto, también incide en el distanciamiento entre el autor y el lector peruanos. Salazar Bondy retoma el tema en repetidas oportunidades y, ante el panorama desalentador, recoge un testimonio elocuente en “¿No hay escritores peruanos?”:

Una dama europea que desde hace poco tiempo vive en Lima, ha referido al cronista una anécdota que a cualquier peruano culto ha de avergonzar enormemente. Esta señora, aficionada a la lectura, se ha interesado, como es lógico, por el Perú: ha tratado de saber su historia, su geografía, su arte, etc. Dentro de ese espíritu ha querido conocer la literatura nacional, especialmente la contemporánea. Para ello, acudió a una librería —cuyo nombre, por ahora mejor será mantener en reserva— y preguntó allí por poesías, novela y obras teatrales de los escritores actuales del país. El librero le dio una respuesta increíble: “No hay escritores peruanos”. Ni más ni menos. De nada valió que la dama insistiera. La contestación, plena de convicción y certeza, fue la misma. En realidad en los escaparates y los estantes del establecimiento no había volúmenes literarios impresos en el Perú. (2014b, p. 39)

La anécdota ilustra una de las consecuencias —probablemente la más grave— de la situación de la industria editorial: la completa ausencia de la literatura nacional en el repertorio de las librerías de la época. El hecho —que linda con lo cómico, pero que, en última instancia, resulta patético— es una suerte de advertencia acerca del futuro de la literatura peruana: el estado de la industria —que no solo involucra la desprolijidad de sus publicaciones, sino el desinterés de los distribuidores por acoger y ofrecer la producción nacional a los lectores— traerá consigo la muerte de la literatura en el país. La afirmación colocada en boca del librero ante la pregunta de la compradora europea (“¿No hay libros peruanos?”) es, a su vez, un ejemplo de la ignorancia de quien ha de estar informado acerca de las novedades del mercado editorial; ese mercado, sin embargo, en el caso de la literatura peruana, simplemente no existe. La conclusión, en su sentido más extremo, genera la idea de que no existen escritores peruanos o que si, en todo caso, existieron alguna vez, ya nadie recuerda sus obras. La ausencia del libro peruano en las librerías es, por lo tanto, un indicio de la muerte de la literatura en el país. Aun cuando la anécdota presenta un hecho rayano en el absurdo —pues es evidente que sí existen escritores peruanos desde el momento en que el cronista se considera a sí mismo uno de ellos—, demuestra el divorcio existente entre autores y lectores en la época.

Por otra parte, independientemente de la naturaleza real o ficticia de la historia, la presencia de la compradora/lectora europea/foránea en el espacio de la librería implica la ausencia de un comprador/lector nacional; en un nivel simbólico, esta ausencia puede ser entendida como la inexistencia de un público lector nacional a cuya formación precisamente aspira contribuir el articulista. La anécdota, por lo tanto, refiere de una manera breve y sintética el problema de la configuración de ese público.

En lo que respecta al mercado de la información de la época, como se ha visto, Salazar Bondy considera la aparición de La Prensa como un hito importante en el desarrollo de una “clase moderna de información” en la medida en que, a través de sus noticias, da una mayor “importancia a sus contenidos” y, con ello, un mayor “atractivo” a sus lectores. Aun cuando estas características del diario no resultan útiles para reconocer un tipo específico de lector, existen otros indicadores que permiten suponer su pertenencia a la clase media —o “pequeña burguesía”, expresión también utilizada por el autor—, hecho que, por otra parte, coincide con el papel de esta última en la configuración de una cultura y un arte nacional. Así, por ejemplo, en un pasaje del ensayo “Aspecto cultural”, al referirse al “público burgués” y la relación que establece con el artista y el intelectual, y distinguirlo, a su vez, del “público popular”, Salazar Bondy (1963) afirma: