Álvaro Obregón

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El arreglo definitivo entre la empresa y el gobierno del estado llegó un poco más tarde, después de que la tesorería del municipio de Veracruz intervino todas las instalaciones y el equipo de la compañía el 8 y 11 de octubre. Para el día 20, Rodolfo Montes y los representantes del gobierno veracruzano elaboraron un compromiso de acuerdo que fue aprobado unos días después por Obregón. El gobierno y los municipios de Veracruz aceptaron levantar todos los embargos practicados hasta el 1 de octubre de 1921 y dieron por pagados los impuestos “de todo género” que tuviere que enterar la compañía hasta el 31 de diciembre de ese año. A cambio de ello, El Águila depositó en las arcas federales 1’070,548 pesos, de los cuales 708,000 correspondieron al estado de Veracruz. Además, la compañía se comprometió a pagar a las autoridades locales el impuesto de patente sobre una cotización fija de alrededor de 200,000 pesos anuales a partir de 1922. El acuerdo fue ratificado por la legislatura local en noviembre y al mes siguiente la compañía recibió todos sus bienes del puerto de Veracruz. [115]

Realmente, el acuerdo representó, por un lado, una solución práctica y de carácter retroactivo al problema de los impuestos; sin embargo, por otra parte, era el comienzo de una nueva política fiscal que reclamaba para el gobierno estatal el derecho de participar de la riqueza generada en su jurisdicción. Dicha política no estuvo exenta de complicaciones posteriores que, inclusive, implicaron un conflicto abierto con los poderes federales. Durante los siguientes años, el gobierno radical de Tejeda promulgaría nuevos impuestos a la industria petrolera que romperían nuevamente con los esquemas hacendarios de centralización y de participación de los gobiernos locales. [116]

Del acuerdo al que llegaron el gobierno de Veracruz y El Águila, en el cual la participación del presidente Obregón fue importante, podemos desprender algunos aspectos generales de las relaciones entre gobierno y compañías petroleras que matizan las interpretaciones generales al respecto. Como se pudo observar no todas las compañías actuaron “coordinadamente” cuando el gobierno amenazaba sus derechos de propiedad. El Águila actúo separadamente y logró acuerdos más rápidos al negociar directamente con el gobierno de Veracruz, aunque nunca dejó de utilizar los mecanismos legales. Tampoco recurrió a la presión diplomática como arma principal. El gobierno de Veracruz consiguió participar significativamente de la renta petrolera, de hecho sería por algún tiempo el estado más beneficiado en ese sentido, conservando un grado de autonomía considerable. Por su parte, el gobierno federal pudo allegarse de fondos que necesitaba urgentemente dejando actuar libremente a Tejeda.

El fotógrafo del constitucionalismo, la sombra de Obregón
CARLOS MARTÍNEZ ASSAD [117]

Investigador Emérito del Instituto de Investigaciones Sociales - UNAM


EL CONTEXTO

“Desde que puse mi vida al servicio de la Revolución he creído que sería una fortuna para mí perderla”, dijo Álvaro Obregón, para luego agregar “…la muerte me daría una personalidad que jamás he soñado en tener”. Falsa o verdadera, la frase premonitoria fue pronunciada al calor de la disputa con Francisco Villa en Chihuahua cuando lo visitó el 16 de septiembre de 1914 buscando mantener la unidad de los grupos revolucionarios. [118] Ya como presidente municipal de Huatabampo, Sonora, en 1912, recibió de Venustiano Carranza la invitación para reclutar voluntarios para combatir a Pascual Orozco, quien se había levantado en contra del presidente Francisco I. Madero. El ranchero sonorense con nombramiento de teniente coronel se hizo de unos 300 seguidores en poco tiempo y luego del Cuartelazo de febrero de 1913, que depuso al presidente legítimo se aprestó a combatir de inmediato al golpista Victoriano Huerta desde Sonora, en donde se organizaron todos los militares que se rebelaron en sus respectivos territorios. (F1)

Obregón respondió como otros al llamado contra la imposición, de acuerdo con el que Carranza como gobernador del estado proclamó desde la hacienda de Guadalupe, en Coahuila, en contra del general beneficiario del golpe el 26 de marzo de 1914. Ese plan desconoció los tres poderes de la Unión y a los gobernadores que no lo siguieran. Pronto, gracias a su raigambre popular, el protagonismo lo asumieron los caudillos Francisco Villa y Emiliano Zapata con quienes el maderismo mantuvo relaciones ambiguas y no los pudo sumar a su proyecto. Sin embargo, el constitucionalismo con el Primer Jefe Venustiano Carranza y con el general Álvaro Obregón, como su principal estratega ya convertido en capitán, llevaron a cabo el movimiento que logró hegemonizar el proceso y encaminar al país a la institucionalización con la bandera del constitucionalismo.

Algo muy particular sucedió porque al calor del desarrollo de la primera revolución del siglo XX, las imágenes proliferaron gracias a la fotografía y al cine por muchos interesados en dejar testimonio visual de los acontecimientos. Los hechos suscitaron enorme interés y la estratégica frontera de México con Estados Unidos facilitó el empleo de nuevas formas de difusión. Fue extraordinario el hecho de que el Ejército del Noroeste que encabezó Obregón, fuera seguido para documentar sus acciones en campaña por el fotógrafo y cineasta Jesús H. Abitia, ejemplo de un fotógrafo clave para la historia tanto por su “trabajo” como por su “valor”. [119] (F2)


F1: Álvaro Obregón de 32 años, 1912. Fondo Salvador Toscano, Filmoteca de la UNAM. En adelante JHA-FST-FUNAM.

La fotografía sobre la Revolución mexicana pronto encontró muchos adeptos y el interés de los protagonistas por la difusión de sus actuaciones. Sin su complacencia sería difícil entender la presencia constante de fotógrafos y cineastas siguiendo a los ejércitos de los diferentes bandos. Fue además un buen negocio el de las fotografía si se sabe, por ejemplo, que Heliodoro J. Gutiérrez hizo grandes tirajes para venderlas como tarjetas postales. [120] Por su parte, Doubleday & Patton en Arizona, anunciaba un día después de la batalla de Ciudad Juárez: “Insurgent Photo Postals” por 25 centavos o un paqute de 50 fotografías por 2 dólares.” [121] Sobre la importancia que adquiría la transmisión de las imágenes de los revolucionarios, puede mencionarse que solamente en la salas que se abrieron en El Paso hasta 1912 ingresaban a diario 1 mil quinientos dólares cuando por la compra de pan se reunía apenas 1 mil dólares. [122] Y ya las salas de cine de la Ciudad de México proliferaban y el público asistía ávido a las vistas que se proyectaban.

Otis A. Aultman tomó una fotografía impactante algún día en vísperas de la batalla de Ciudad Juárez en mayo de 1911. En ella destaca la presencia de Orozco y Villa en El Paso, en la Elite Confectionary, la confitería que éste visitaba a diario durante su exilio en Estados Unidos. Allí por 10 centavos degustaba su helado favorito cubierto de chocolate y podía comer hasta una libra de palanqueta de cacahuate, especialidad de la casa. Así que cuando el campo de batalla estaba asediado por mil hombres desde el mes de febrero y los revolucionarios estaban prestos a la acción, los dos estrategas fueron fotografiados y una copia de esa placa fue conservada por Abitia en sus archivos. (F3)


F2: Indios yaquis como efectivos del Ejército del Noroeste, 1912. Fondo Jesús H. Abitia, Archivo del Centro de Estudios de Historia de México, CARSO. En adelante FJHA-CEHM.


F3: Francisco Villa y Pascual Orozco con miembros de su tropa en la Elite Confectionary en El Paso, Texas. Otis A. Aultman, mayo de 1911, FJHA-CEHM.

EL ENCUENTRO

El fotógrafo, cuyo nombre fue Jesús Hermenegildo Abitia Garcés nació en Batuchic, Chihuahua, en 1881, fue hijo de Luz Garcés Ibarra y del ingeniero agrónomo Luis Abitia, cuyo padre había sido oficial a las órdenes del general Mariano Escobedo, a quien Maximiliano rindió su espada en Querétaro. Así, puede considerarse al fotógrafo heredero del liberalismo juarista. Además engendraron a sus cinco hermanos: José María, Luis José, Julián, Librado, Francisca y María. [123]

Cuando apenas tenía un año, la familia se trasladó a Álamos, Sonora, y al cumplir siete se mudó a Huatabampo, donde el destino le hizo ser compañero de banca del niño Álvaro Obregón Salido. Éste fue originario de la hacienda de Siquisiva, Navojoa en Sonora, y allí vio la luz el 19 de febrero de 1880, hijo del agricultor Francisco Obregón y de la señora Cenobia Salido, quienes procrearon una numerosa prole de dieciocho hijos. La diferencia de edades entre Abitia y Obregón era apenas de unos meses. Se conocieron en la primaria de ese lugar que dirigía José J. Obregón, donde se hicieron amigos de correrías; madrugaban para ir hasta las orillas del río Mayo donde uno sembraba tabaco y el otro, garbanzo. Además hacían funciones de circo en el que Álvaro realizaba suertes y Abitia finjía ser director de orquesta, contó él mismo en sus memorias aparecidas en diarios nacionales mucho tiempo después. Aunque a veces cambiaba ligeramente la versión cuando se les unía Francisco Serrano en un espectáculo donde éste era el payaso y Obregón el gimnasta. [124]

 

Al concluir sus estudios fue a ejercer el magisterio en una escuela a la región de Navojoa, mientras Obregón se trasladó a Moroneari al ejercicio de su profesión. Muy joven, en 1895 improvisó en Uruáchic un negocio de toscos instrumentos de cuerda que vendía a los indígenas. Para ello usó de modelo un violín alemán que había comprado por 18 pesos. Llegó por entonces desde París quien venía a casarse con su tía y traía consigo un aparato completo de Lumière. Años después afirmaría que “En aquel punto nació en mí una irresistible afición por la técnica cinematográfica, y consecuentemente fotográfica, que ha sido la pasión de toda mi vida”. [125]

En 1903 falleció su padre por lo que la familia se reubicó en ciudad Guerrero, Chihuahua, y desde allí ejerció como fotógrafo trashumante. Con la nueva responsabilidad a sus espaldas, viajó a la Ciudad de México para ver, observar y leer todo tipo de avances que le ayudaran a mejorar su fotografía y a conocer el cinematógrafo. Estuvo bajo la tutela del muy frecuentado estudio fotográfico de los Hermanos Valleto y pudo asistir con frecuencia a las primeras salas de cine.

Regresó con los nuevos conocimientos para radicarse en Hermosillo. “El 18 de noviembre de 1908 estableció formalmente con sus hermanos Julián y Librado […] en la esquina de la calle Comonfort 10 y Querétaro 2, el Estudio de arte y fotografía de Abitia Hermanos”, [126] convirtiéndose en el más conocido. Por entonces comenzó su involucramiento con el acontecer nacional marcado por la sucesión presidencial de 1910, en un ambiente de cuestionamiento de la continuidad de la dictadura. En esas circunstancias conoció a Francisco I. Madero quien en su campaña antirreleccionista llegó a esa ciudad en compañía de su esposa Sara, de Roque Estrada y de su taquígrafo Elías de los Ríos. Contó Abitia que entonces salvó de una detención arbitraria a Madero y a su esposa. La pareja encontró fuertes resistencias para hospedarse en los hoteles disponibles, por lo que finalmente sólo fue aceptado en un hotel de mala nota y aun así, corrió la noticia que por la noche sería aprehendida. Así que con riesgo de su vida Abitia, hizo salir a Madero con su esposa por la puerta trasera y le dio hospedaje por la noche en su casa. [127] Es posible que eso haya sucedido, lo que no tiene sentido es que ubique el episodio en enero de 1910, cuando hasta abril fue proclamado candidato a la presidencia; el episodio pudo haber sucedido en la gira que llevó a Madero hasta Monterrey en el mes de junio; allí fue aprehendido antes de las fiestas del Centenario a celebrarse durante el mes de septiembre.

Abitia protegió durante toda esa noche a la pareja. Al día siguiente Madero cambió un cheque en el banco y dio una vuelta por la ciudad. Realizó su mitin en el corral de la casa de un carnicero en donde fue amedrentado y el acto debió cancelarse y la presión policial le obligó finalmente a abandonar la ciudad. La protección que le dio a Madero provocó que él y sus hermanos fueran perseguidos por lo que Luis José y Julian salieron a Guaymas, donde abordaron un barco que los llevó a La Paz, Baja California, para hacer propaganda maderista como les instruyó el mismo lider. Sin embargo ahí fueron aprehendidos por el jefe general Agustín Sanginés. Liberados poco después, continuaron con la propaganda en los estados de Oaxaca y Chiapas. Jesús Abitia permaneció en Hermosillo donde, aunque hostigado, como era el único fotógrafo el gobernador Cubillas y el general Luis Torres le pidieron algunos trabajos, para enterarse más tarde que el plan de ambos era que, una vez que los terminara lo detendrían para enviarlo al presidio de las Islas Marías. Jesús, de 15 años, terminó los encargos, pero dejó a su hermano Librado la comisión de entregarlos hasta recibir un mensaje de él proveniente de Nogales, Arizona, a donde llegó en la madrugada. De esa forma burló la disposición pero su hermano José María no tuvo la misma suerte y días después fue enviado a la penitenciaría.

Se mantuvo en el destierro hasta que pudo reintegrarse con Madero, días antes de los Tratados de Ciudad Juárez; después le pidió que lo acompañara a México pero él decidió regresar a Hermosillo. El gobernador del estado, José María Maytorena, efectuó las elecciones de ayuntamiento y Jesús salió designado Síndico Procurador del Municipio de Hermosillo; en ese cargo pudo repartir algunos terrenos a los trabajadores para que establecieran sus casas. Fue comisionado para ir a México a ayudar a Madero para gestionar la ley correspondiente para ampliar el Fundo Legal de la ciudad de Hermosillo. Durante el camino, en Mazatlán se enteró del cuartelazo de la ciudadela y para su llegada a México, Madero acababa de ser asesinado. Ahí estuvo 10 días tomando fotografías y haciendo algunas vistas cinematográficas de los daños causados por los enfrentamientos.

Decidido a regresar a Sonora, al pasar por Colima fue identificado como maderista pero logró escapar. Para hacerse de recursos trabajó en Manzanillo y al enterarse que sería detenido, se embarcó hacia San Diego, California. Allí estuvo unos días para luego dirigirse a Los Ángeles, luego a Nogales, donde ya del lado mexicano, se reencontró con Obregón. [128] Se unió formalmente a la Revolución, conoció al Primer Jefe, quien lo vio con mucha simpatía por su actividad en la propaganda revolucionaria, fue él quien le llamó el “Fotógrafo del constitucionalismo”. [129] (F4)


F4: Supervisión de la artillería por el Primer Jefe, Venustiano Carranza y el teniente coronel, Álvaro Obregón, 1913. FJHA-CEHM.

Por el mismo tiempo, en noviembre de 1913, Francisco Urquizo conoció a Carranza cuando era gobernador de Coahuila y pasó a ser el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista formado para luchar contra el usurpador. Para él fue, sin embargo, importante definir, luego de varias batallas a finales de octubre, a “los siempre victoriosos jefes sonorenses, entre los cuales se destacaba en primerísimo término el general Álvaro Obregón”. Lo encontró como “un hombre joven y robusto, con una inteligencia bien clara y despierta y con una simpatía que se apreciaba y subyugaba desde el primer momento”. [130] De la misma forma lo captó entonces la cámara de Abitia, (F5) quien también conoció a Benjamín Hill (F6) y Fermín Carpio que, junto con otros, trabajaban en Navojoa y Álamos. También estuvo cerca de José María Maytorena, Adolfo de la Huerta, Juan G. Cabral y todos los que cercaron al grupo de los sonorenses. La destreza militar de Obregón hizo que Sonora quedara libre de enemigos federales después de batallas memorables en Nogales, Naco, Santa Rosa y Santa María (F7), haciéndoles huir hacia el puerto de Guaymas por medio de una estrategia que aún en la Segunda Guerra Mundial —opinaría Urquizo—, mostró su eficacia al dejar tomadas unas plazas para ir por la principal. (F8) A Obregón también se debió que por primera vez se utilizara un avión con fines militares en el mundo cuando en abril de 1914 el biplano Sonora actúo en las cercanías de la Bahía de Topolobampo, tripulado por el capitán Gustavo Salinas, para lanzar bombas sobre el cañonero Guerrero al servicio del usurpador Huerta, para lo cual voló 18 kilómetros mar adentro y se sostuvo a una altura de 3 mil pies. [131] (F9)

LAS IMÁGENES DE LOS REVOLUCIONARIOS

Carranza se convirtió en el Primer Jefe y enarbolando la bandera del constitucionalismo obtuvo el apoyo de la mayoría de los grupos revolucionarios por todo el país; (F10) mantuvo una relación tensa con Villa y con Zapata y, pese a todo, coincidieron y con sus acciones provocaron la renuncia de Huerta el 15 de julio 1914. Un mes después, Álvaro Obregón, como el más destacado militar carrancista fue aclamado cuando, al amparo de los Tratados de Teoloyucan, entró en la Ciudad de México con apenas 6 mil hombres el 15 de agosto como avanzada de la llegada del Primer Jefe el día 20. El caudillo militar detuvo su caballo brevemenete en la puerta de honor del Palacio Nacional; no se decidió a hacer un saludo formal a la muchedumbre concentrada allí, evitando un exceso de protagonismo que disgustara a Carranza. No obstante, su primera acción fue visitar la tumba de Francisco I. Madero en el Panteón Francés, donde destacó la entrega de su pistola a la señorita María Arias porque, le dijo: “[…] esa arma sólo puede ser confiada a las mujeres”. [132]


F5: Álvaro Obregón con el señorío del ranchero, 1915. JHA-FSTFUNAM.


F6: Álvaro Obregón y Benjamín Hill en campaña contra el ejército de Francisco Villa, 1915. JHA-FST-FUNAM.


F7: Salvador Alvarado observa en el telémetro la retirada de los federales antes el empuje de los revolucionarios. Detrás de él, con prismáticos, el general Eduardo Hay. Batalla de Santa Rosa, Sonora. 1913. JHA-FST-FUNAM.


F8: Los campos de batalla quedaban sembrados de muertos, 1913. JHA-FST-FUNAM.


F9: Llegada de las fuerzas constitucionalistas a Navojoa rumbo a Sinaloa, 1914. FJHA-CEHM.


F10: Los cañones arrebatados en Ojeda, Estación Ortiz Santa María, 1913. JHA-FST-FUNAM.

El 20 de agosto, los habitantes de la capital vitorearon al Ejército Constitucionalista; cuando después de un trayecto de 6 horas desde la calzada de la Verónica, llegó hasta el Palacio Nacional. Venustiano Carranza quien encabezaba la marcha y, de muy buen ánimo se descubría la cabeza para enarbolar su sombrero a forma de saludo y, a su lado Obregón hacía el mismo gesto con su kepis, de vez en cuando. El contingente se detuvo frente a la fotografía Daguerre, en el mismo sitio donde la mañana del 9 de febrero de 1913 lo hizo el presidente Madero; allí recibió Carranza la bandera que enarbolara en aquella ocasión el presidente mártir, ante la aclamación del público. Al entrar al Zócalo, le seguían, Coss, Villarreal, Blanco, Buelna, Acosta, Pesqueira y otros revolucionarios más. Desde el balcón central se destacaron las dos figuras más reconocibles compartiendo el saludo con la multitud. [133]

Abitia tanto con su cámara fotográfica como con la de cine, captó el momento. En el extenso material fílmico de esa ocasión coincidieron las imágenes de los Hermanos Alba y del equipo encabezado por Salvador Toscano, quien a lo largo de su vida, reunió muchos de esos archivos. Lo interesante es lo que se capta de la actitud de los revolucionarios al saberse fotografiados. A Obregón observó Jorge Aguilar Mora,

“…nada lo intranquilizaba más que la tranquilidad misma. Nunca supo qué hacer en los momentos de reposo, ni antes ni después de su triunfo. Escogía en consecuencia los umbrales, las fronteras entre el claro y el oscuro, los balcones cubiertos que se robaban la luz, las loberas que los ocultaban, lo enrejados que podían confundirse con su estatura, Era generoso con las caprichosas posturas de su cuerpo, pero suspicaz con la luz que lo rodeaba”. (F11)


F11: Obregón en un campamento de La Piedad, Michoacán, 1913. Colección particular.

Sin embargo, la relación con Abitia parece contradecir la idea de:

“[…] que le tuviera desconfianza a las cámaras fotográficas. (F12) La fijación, la inmovilidad perenne a la que los condenaba la lente aumentaba su desasosiego ante la eternidad de un momento idéntico a sí mismo, ante la desmesura de su cuerpo abandonado a su propia indeferencia. Y menos extraño aún era que evitara entregarle a la placa fotográfica su mirada. Siempre que podía desviaba la mirada del foco, sin cerrar los ojos, pues no entendía de deslumbramientos; y cuando tenía que mirar de frente no trataba de ocultar su reticencia”. [134]

 

Dicha actitud resultaba extraña porque sabía bien que era seguido por la cámara de un amigo a quien él mismo había conferido ese derecho y, junto a Abitia, buen número de fotógrafos mexicanos y extranjeros que querían fijar esos momentos para la historia.

Por el contrario, Venustiano Carranza, era narcisista y le gustaba que las cámaras se solazaran en su persona, aunque sus gafas de vidrios verde oscuro ocultaban sus ojos. El mismo subterfugio al que también recurrió Victoriano Huerta, ante las cámaras y ellos mismos decidían cuándo deseaban mostrar su mirada. Por el contrario, como aristócrata que era Francisco I. Madero estuvo acostumbrado desde su casa a enfrentarse desde niño a ese nuevo instrumento de preservación de la memoria.

Plutarco Elías Calles optaba por asumir una mueca burlona y Eduardo Hay con su parche en uno de los ojos asumía la ventaja del actor. Pancho Villa fue el más singular porque le gustaba el juego de las cámaras. No suscitaba mucha coherencia su disposición frente a las cámaras y, aun así, pese a la confianza que mostraba frente al fotógrafo de El Paso, Otis A. Aultman, no aceptaba que él lo fotografiara porque le decía en 1921: “Quiero un fotógrafo mexicano que haga dinero por tomar mi foto, no por un gringo”. De todas formas el fotógrafo logró la imagen que quería haciendo que un fotógrafo mexicano manipulara su cámara. [135]

El más enigmático fue Emiliano Zapata; se sabe que le gustaba lucir bien por el cuidado que ponía en su vestuario: pantalones con botonadura de plata, chaqueta de casimir y la mascada verde claro de seda que usó, según las cámaras lo mostraron a su ingreso en la Ciudad de México en diciembre de 1914. Aunque aceptó poses de estudio, le gustaba establecer un duelo con los camarógrafos quienes lo encontraban altivo como era, pero en cuanto el obturador iba a ser aplicado, movía la cabeza para que la sombra del sombrero ocultara el rostro o simplemente desviaba la mirada cuando algún reportero le interrogaba. Así lo muestran varias de sus películas. Su imagen fue la más mítica; por eso se le representa como centauro, confundiendo la figura humana con la del caballo, aun después de muerto.

La imagen que interesaba proyectar a (de) los revolucionarios es la del poder triunfador aún cuando la movilización de las masas estaba cambiando la percepción de la sociedad sobre el poder autoritario y vertical. [136] (F13) Caudillos, caciques y líderes cambiaban la correlación con las masas que el antiguo régimen mantuvo en constante alejamiento, buscando un acercamiento. Con la revolución se reforzaban los signos de la identidad y hay que fotografiar para reinventar la realidad. Primero se aparenta una desconcentración del poder al mostrar los retratos impávidos de la gama de revolucionarios: Obregón, Calles, De la Huerta, Amaro, Almazán, Cárdenas, cuyas imágenes fueron reproducidas y aparecieron aun en los lugares más apartados del país. (F14)

La fotografía de Porfirio Díaz ya había sido ampliamente difundida como la del ser impávido y siempre presente ante los mexicanos. Con Madero se asume la eficacia que puede tener la divulgación de su imagen desde el proceso electoral y en eso se adelantó notablemente a sus contrincantes por su uso propagandístico. El cine, es decir, la imagen en movimiento apuntaba más hacia los hechos consumados, pero el público ávido que asistía a las salas conocía así y reconocía a quienes encabezaban las batallas, aunque igualmente la muchedumbre se veía retratada a sí misma. Muchas de las vistas cinematográficas se detienen en quienes presencian alguna acción o desfile militar mostrando su asombro o su interés en formar parte del acontecimiento.

El poder se dejaba fotografiar y se adelantaba al siglo de los autoritarismos rompiendo la barrera con los ciudadanos. Ya el amplio acervo de las vistas sobre los festejos del Centenario en 1910 así lo demostró. Por más que el medio fuese reciente, los hombres del poder se dejaban retratar fácilmente. Aunque quizás resultaba más atractivo el seguimiento de lo sucedido en los lugares donde algún acontecimiento revolucionario acababa de acontecer y resultaba increíble la velocidad con la que esos hechos llegaban a la salas de exhibición para ver en la pantalla, las vistas tomadas en apenas el tiempo que tomaba el revelado de una película.


F12: Álvaro Obregón como civil, 1924. Colección particular.


F13: Obregón como secretario de Guerra con su Estado Mayor. Lo flanquean Francisco R. Serrano y Aarón Sáenz, Hermosillo, Sonora, 1913. JHA-FST-FUNAM.


F14: Obregón durante un descanso a lado del fotógrafo Jesús H. Abitia y de Francisco R. Serrano en las costas de Sonora,1913. FJHA-CEHM.

LA LUCHA CONTINÚA

Era inminente el rompimiento del movimiento revolucionario que apenas nacía y fue en ese contexto que Obregón profirió aquella frase de lo que vislumbraba como una muerte heroica, cuando acudió a Chihuahua para tratar de convencer a Villa de participar en la Convención revolucionaria iniciada en la Cámara de diputados en la Ciudad de México el 1 de octubre de 1914 y luego trasladada a Aguascalientes, por petición de los opositores de instalarla en un lugar neutral. Allí Abitia siguió las reuniones en el Teatro Morelos desde el día 10, según lo muestra una fotografía con Obregón al centro, entre muchos apenas identificable, como el muy joven Saturnino Cedillo apenas separado unos metros.

Las acusaciones entre Villa y Carranza van y vienen; la Convención se declara soberana y el 31 de octubre destituyó a Carranza como encargado del Ejecutivo y el 5 de noviembre los convencionistas nombran a Eulalio Gutiérrez como presidente provisional de la república. Mientras tanto el Primer Jefe, ordenaba la evacuación de la Ciudad de México a Obregón el 17 de noviembre, cuando en un manifiesto éste condenó la “trinidad maldita” de Ángeles, Villa y Maytorena y convocaba al pueblo contra quienes la formaban: “La Patria, en su agonía, como las madres que al expirar lanzan una mirada en torno suyo para cerciorarse si están todos sus hijos a su lado, lanza también una mirada agónica sobre los mexicanos, para saber cuantos hijos tiene dignos de ella”. [137]

Carranza, instalado en la capital desde el 20 de agosto, tomaba la decisión de evacuar para trasladarse a Veracruz, donde estableció su gobierno en el edificio de Faros el 26 de noviembre. Lo hizo apoyado por su yerno Cándido Aguilar, quien le había abierto camino cuando las fuerzas invasoras de Estados Unidos se retiraron tres días antes, entregándole la plaza, luego de mantener ocupado el puerto por varios meses. El abandono del lugar por la fuerzas de Estados Unidos, entre otras razones, para atender la guerra en Europa, dejó todas las armas confiscadas a los constitucionalistas, lo cual garantizaba su triunfo

El 4 de diciembre de 1914 Villa y Zapata se reunieron en Xochimilco, un pueblo que entonces se consideraba en las goteras de la Ciudad de México donde expresaron abiertamente sus intenciones en contra de Carranza. Acompañados por sus ejércitos ingresaron hasta el centro del poder político dejado vacante. Las largas columnas de los campesinos que les siguieron como soldados fueron filmadas el 6 de diciembre por Abitia, los Hermanos Alva y otros cineastas. A los fotógrafos se debe que sea ya dominio popular el banquete en el cual Villa y Zapata, junto al presidente Gutiérrez comen en Palacio Nacional, y es notable la disposición de Villa quien muestra su arrogancia al sentarse en la silla presidencial. Mientras Zapata dejaba ver su escasa destreza en el manejo de los cubiertos. Y al lado se encontraba José Vasconcelos, quien se dijo, fue quien los hizo quedarse en esa comida dispuesta solamente para el cuerpo diplomático.

Después Abitia siguió a Villa quien, debido al frío llevaba un grueso suéter de lana, para filmarlo en el Panteón Francés llorando y secándose las lágrimas con un gran pañuelo blanco frente a la tumba de Madero. De nuevo, como en la visita de Obregón, rodeado por mujeres. Luego, en la calle de Plateros sobre el edificio de la joyería La Esmeralda, quitó la placa que le daba nombre para sustituirla por la que homenajeaba a Francisco I. Madero.

Gutiérrez no logró controlar a Villa y a Zapata, a quienes tratará de insubordinados junto con otros convencionistas, y prefiere renunciar el 16 de enero de 1915 a la presidencia que recayó en Roque González Garza. Obregón regresó cuando el gobierno de la Convención abandonó la ciudad y encontró una situación muy difícil porque estaba prácticamente sitiada por la División del Norte y por el Ejército libertador del Sur. El año que se inició, continuó con graves dificultades, solamente un documento de los constitucionalistas estimó que 201 personas murieron de inanición durante el mes de agosto por el hambre que extendía por la Ciudad de México. Por el contrario, en los campos de batalla la situación se orientaba a favor de los constitucionalistas que se harían del control del país.

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