Universidades, colegios, poderes

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Z serii: CINC SEGLES #43
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37. AUSA 17, ff. 87v y ss., con el auto del maestrescuela en f. 90r.

38. AUSA 19, ff. 75v y ss., esp. 76v, comisión que se nombró luego el 8 de mayo en el convocado para elegir las personas «que declaren los estatutos propuestos en el claustro pleno pasado» (íd., ff. 81r y ss.).

39. AUSA 19, ff. 88 y ss., pese a la oposición del maestrescuela y después de que en el claustro anterior, el 8 de mayo, se hubiesen manifestado las discrepancias al respecto, con predominio ya de la opinión favorable a la revocación, sin llegar a un acuerdo (íd., ff. 81r-82v). Resistencias al estatuto que prohibía dar teóricas y tratados in scriptis en AUSA 19, ff. 133v-134r, 19 de octubre de 1550, y al de las lecturas en AUSA 19, ff. 104r-05r, 27 de junio de 1550, y f. 143r, 8 de noviembre de 1550.

40. AUSA 19, ff. 137r y ss.

41. En AUSA, Fondo Ricardo Espinosa Maeso, detalle de su desarrollo en el manuscrito de este autor «La reforma universitaria de Don Diego Enríquez de Almansa, obispo de Coria en 1551», que puede consultarse en la red.

42. AUSA 20, f. 14, claustro pleno de 26 de enero de 1551.

43. AUSA 20, ff. 44v y ss.

44. AUSA 20, ff. 49r-50v, claustro pleno de 15 de julio.

45. AUSA 20, f. 53r-v, sin la presencia del rector, que se asomó brevemente para decir que estaba indispuesto.

46. AUSA 20, ff. 57v-60v.

47. AUSA 20, f. 113r; en ff. 113r-147v un borrador de los estatutos, en el que se aprecia con claridad que se parte del texto impreso de 1538, sobre el que se hacen nuevos añadidos, incorporaciones, correcciones y eliminaciones y se mantienen sin modificación otros capítulos. Termina con la indicación del orden conforme al cual «se an de imprimir los statutos nueuos para poder facilmente entender quales de los viejos quedan como estauan y quales se an mudado» (f. 147r-v).

48. En concreto, la del presidente del Consejo Real, el patriarca de Indias Fernando Niño (AUSA 21, f. 35r, diciembre de 1551 y 107v, junio de 1552). En f. 33v copia de la real provisión (Madrid, 27 de noviembre de 1551 –también en AUSA 2869, 70–), que ordenaba la vuelta de los dos comisarios presentes a la sazón y el envío en febrero de un doctor «de los que se hallaron en façer los dichos estatutos que estuviere mas ynformado para que entienda en ello».

49. AUSA 21, ff. 133v y ss.

50. AUSA 22, ff. 81v y ss.

51. AUSA 22, 87v y ss., claustro pleno del 11 de abril de 1553.

52. Así, por rp Valladolid, 20 de septiembre de 1553 (AUSA 22, f. 130v), y por su carta leída en el claustro de diputados del 2 de diciembre (AUSA 23, f. 9v).

53. AUSA 23, ff. 30r y ss., claustro pleno del 14 de febrero de 1554; ff. 33v y ss., del 26 de febrero; 35r y ss., 28 de febrero; 37v y ss., 4 de marzo.

54. AUSA 23, ff. 17r y ss., claustro pleno del 20 de enero de 1554.

55. Leída en el claustro pleno del 21 de julio (AUSA 23, ff. 74r y ss.; también en AUSA 2885, f. 19). En el del 22 de enero (íd., 18v y ss.) se nombraron comisarios para ir al Consejo sobre el asunto.

56. Copia de ellas, junto a otras, en AGS, Cámara de Castilla, Diversos, 48, 22, encuadernadas bajo el título «Libro de la vnyversidad de salamanca donde se asientan todos sus despachos» y en su interior «Estatutos y otras provisiones que se an despachado para la vniversidad de la ciudad de Salamanca. En este año de mill e quinientos e çinquenta y çinco años». Se comunicaron por el rector en los claustros plenos del 18 y el 21 de junio de 1554 (AUSA 23, ff. 58v-59r y 60r-61r).

57. Claustros plenos del 31 de marzo, 10 de junio y 31 de julio de 1556, AUSA 25, ff. 50v y ss., 79v y ss. –en 80v lo entrecomillado en el texto– y 86r-v.

58. AUSA 23, f. 117r, tras modificarse algo ese capítulo, que en una primera versión decía: «Yten que por quanto esta Vnyversydad de Salamanca de tienpo ynmemoryal a esta parte es libre para poder azer estatutos por donde se gobiernan e de pocos tienpos a esta parte que es desde la vltima visytaçion que hizo el muy reverendo yn Cristo padre obispo de Coria los señores del consejo a ynstanzia del dicho señor obispo se an querido meter en que los estatutos de la dicha Vnyversydad no valgan syn aprovaçion del consejo lo qual es cosa nueva se mande a los del consejo no se entremetan en mas de aquello que en los tiempos pasados se guardo e yzo con la dicha Vnybersydad». Entre las otras instrucciones se incluía la súplica de confirmación de los privilegios reales y el mandato de obedecer los concedidos a los doctores y maestros por el derecho común y regio.

59. La cédula, en AUSA 2870, 17. Se leyó en el claustro pleno del 31 de marzo junto a una carta del maestro Gallo en la que daba cuenta de la buena disposición del rey ante sus gestiones (AUSA 26, ff. 44r y ss., con copia de la cédula en f. 45v).

60. AUSA 26, ff. 39v y ss., con copia de la bula, que llevó personalmente al claustro ese doctor, en ff. 40r-41r.

61. AUSA 29 ff. 19r y ss., claustro pleno del 19 de febrero de 1560, con las instrucciones de lo que debía hacer el maestro Gallo en la Corte en ff. 23v y ss. Entre ellas, también la confirmación de otro estatuto que estaba en trámite («Yten si se ynbiare el estatuto de cómo se an de graduar los catredaticos entienda que se confirme», f. 24r), aprobado luego el 4 de marzo (ff. 26v y ss.). Por carta fechada en Toledo el 1 de mayo el comisionado informó de que el primer estatuto se había confirmado y separado del resto de estatutos que se iban resolviendo «para la vesita del señor obispo de Çibdad rrodrigo que andan ya al cabo en algunas cosas», pero que tenía muchas dudas sobre el segundo (ff. 66r y ss., claustro pleno del 6 de mayo). En ff. 67v-69r la real provisión, leída en ese claustro, que se obedeció y mandó guardar.

62. AUSA 29, f. 66v.

63. AUSA 30, ff. 4r y ss. La real provisión con los estatutos, en AUSA 2885, 1.

64. AUSA 30, f. 4v.

65. AUSA 30, ff. 5r y ss., 12r y ss., 15v y ss., claustro del 10 de enero de 1561 en el que Gómez presentó el borrador del memorial y se comprometió a entregarlo en limpio. El 12 de febrero su hijo anunció su muerte (f. 20v).

66. Como se deduce del auto proveído en la reunión del 28 de marzo de 1561 donde se reconocía que los claustrales «no se an querido ny quyeren juntar aun que se an llamado a muchos claustros con penas y con prestitos que avian e hobieron por leydos e por rreferidos los dichos estatutos» (ibíd., f. 36v; en ff. 24r y ss., claustro pleno del 26 de febrero de 1561 en el que comenzó la lectura).

67. AUSA 30, ff. 70v y ss.

68. AUSA 30, f. 78r, claustro pleno del 14 de junio.

69. En el claustro pleno del 24 de octubre, donde se presentaron (ibíd., ff. 117v y ss.). Manuscrita, en AUSA 2885, 2. En BG 57183_3, Estatvtos hechos por la muy insigne Vniuersidad de Salamanca. Año MDLXI, Salamanca, Juan María de Terranova, 1561.

70. Sobre el episodio y los argumentos esgrimidos a favor y en contra de la eficacia de la bula en el momento, M.ª Paz Alonso Romero: «Anotaciones sobre las reformas de los estudios jurídicos en la Universidad de Salamanca durante el siglo XVIII», en Jorge Correa Ballester (coord.): Universidad y sociedad: historia y pervivencias, Valencia, Universitat de València, 2018, t. I, pp. 45-62, esp. pp. 55 y ss.

LA UNIVERSIDAD NACIONAL ANTE LAS FIESTAS CONMEMORATIVAS DE LA CONSUMACIÓN DE LA INDEPENDENCIA (1921)

M.ª DE LOURDES ALVARADO

IISUE, UNAM

I. INTRODUCCIÓN

Once años después de que el Gobierno de la República celebrara a nivel nacional y con gran derroche de recursos materiales y humanos el primer centenario del inicio de la guerra de la independencia de México, a lo largo del mes de septiembre de 1921, bajo el mandato de un gobierno emanado de la revolución, se llevó a cabo una segunda conmemoración de dicho suceso. Solo que en esta ocasión se festinaba la consumación de esa gesta, encabezada cien años atrás por Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide.

Los motivos que animaron al presidente Álvaro Obregón a llevar a cabo tal homenaje, a solo nueve meses de haber asumido la presidencia de México y en medio de graves problemas en espera de urgente solución, son varios y de no poco peso, entre los que destacaban la necesidad de unir y fortalecer el espíritu patriótico de los mexicanos y fomentar el sentimiento nacionalista de la población. Para lograrlo, se pensó en aprovechar el potencial educativo que brindaban eventos de este tipo pues, como afirmaba El Universal, «aparte de constituir una perenne fuente de ejemplos cívicos, señalan la génesis misma de nuestra nacionalidad».1 Pero al parecer la razón fundamental que animaba al presidente era otra: trasmitir a los representantes de los países invitados la imagen de un país próspero y que nuevamente gozaba de paz, aspecto fundamental para el futuro de su administración, ya que le urgía contar con el reconocimiento oficial a su gobierno por parte de Estados Unidos de Norteamérica.

Si bien entre ambas festividades patrias –1910 y 1921– se perciben ciertas coincidencias pese a las profundas diferencias características de los respectivos Gobiernos convocantes –el porfirista y el revolucionario–, predominan contrastes significativos, como es natural que sucediera por tratarse de contextos históricos, principios políticos y concepciones ideológicas y sociales opuestas. No es casual que Annick Lempérière haya calificado las festividades de la consumación de independencia como una «contracelebración», animada de un espíritu completamente nuevo, «cuyo discurso oficial subrayó sus caracteres “nacional” y “popular”», en oposición de las realizadas en 1910, que se caracterizaron «por su tono aristocrático y su indiferencia a nuestras tradiciones, artes y costumbres».2

 

Pero entre las múltiples divergencias de ambas celebraciones ha llamado especialmente mi atención una de ellas, seguramente motivada por mi interés en la temática educativa. Se trata del radical contraste entre la intensa y determinante participación de Justo Sierra, secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes en las festividades patrias del porfiriato, y la asumida por José Vasconcelos, rector de la Universidad Nacional al tiempo del centenario de la consumación de la independencia y, a partir de octubre de 1921, titular de la secretaría de educación pública, quien se incorporó al programa oficial de festejos en forma por demás selectiva y a los cuales calificó, en tono desdeñoso, como una «humorada costosa».3 Analizar esta sorpresiva respuesta a la convocatoria oficial, inexplicable en una primera lectura de los sucesos septembrinos; explicar las razones que la motivaron e identificar y estudiar los casos excepcionales en los que el rector de la Universidad Nacional aceptó encabezar alguna de las actividades del centenario, representan el objetivo del presente trabajo.

II. ÁLVARO OBREGÓN Y LAS FESTIVIDADES CENTENARIAS DE 1921

Si bien durante largo tiempo la importancia de las celebraciones de la independencia nacional –inicio y consumación– fueron poco apreciadas por los estudiosos de Clío, con el paso de tiempo fueron cobrando el valor que sin duda les corresponde. Como respuesta a dicho interés, en los últimos tiempos han visto la luz pública diversos e interesantes trabajos sobre el tema que nos ocupa, los cuales abordan desde distintas perspectivas el sentido y riqueza de sendos acontecimientos. Y es que tal género de conmemoraciones representan un excelente recurso para analizar la visión de la historia oficial en un momento dado y las expectativas a futuro de sus respectivos gobiernos, al punto que, para el caso que nos ocupa, uno de los autores consultados plantea que la historia política y cultural de la gestión de Álvaro Obregón (1920-24) estaría incompleta si se ignoran las memorables fiestas de la consumación de la independencia.4 Tal es la importancia que le concede a dicho suceso, entre otras razones, porque –nos dice– dan cuenta del espíritu mestizo, incluyente y democrático que el gobierno en turno se propuso imprimir al evento, por la imagen progresista y exitosa que el régimen político emanado de la reciente lucha armada se afanó en proyectar, tanto al interior como exterior del país, así como por los vínculos de unión que al parecer logró establecer entre la población de México, en especial entre los habitantes de la capital, donde las celebraciones septembrinas tuvieron mayor esplendor.

Pese al propósito inicial por parte del Gobierno obregonista de mantener las fiestas conmemorativas del centenario de la consumación de la independencia dentro de un marco de austeridad, ajeno a los excesos cometidos en 1910,5 estas rebasaron los planes originales y se convirtieron en un conjunto abigarrado y heterogéneo de eventos múltiples, en los que hubo una respuesta satisfactoria para los diversos intereses, condición social y nivel cultural de la población. Como bien señala Clementina Díaz y Ovando, nadie fue olvidado, hubo actividades y espectáculos para todos los gustos, para todas las clases, tanto para la nostálgica aristocracia deseosa de revivir los antiguos ceremoniales que la distinguían del resto de sus paisanos, como para los nuevos ricos, los sectores medios y los menos favorecidos tanto económica como socialmente. Incluso, los indigentes gozaron de ciertos beneficios durante aquel mes de septiembre: alimentos gratuitos en los comedores públicos, ropa nueva para no deslucir en los festejos patrios, además de algunas actividades particularmente dedicadas a ellos. Del mismo modo se prestó atención a los presos, los ancianos de los asilos y a los niños pobres, quienes, entre otras acciones, tuvieron la posibilidad de dar un paseo en automóvil por la ciudad, a cuyo término recibieron dulces y frutas.6

Así, pese a la difícil situación política y económica por la que pasaba el país, secuela de la Primera Guerra Mundial y de la convulsa década de lucha armada que apenas llegaba a su fin, las festividades de 1921 se llevaron a cabo con gran profusión de brillantes ceremonias: bailes, recepciones, banquetes, cenas e inauguraciones de obras para beneficiar y embellecer la capital de la república, como monumentos, edificios, parques, jardines, calles, alumbrado, caminos y calzadas además de planteles escolares, entre los que destacaron las llamadas «Escuelas del Centenario». Hubo también exposiciones comerciales, industriales, educativas y artísticas, como las de «Pintura y Escultura», de la Academia de Bellas Artes, y la de «Arte popular mexicano», organizada por Gerardo Murillo –«Dr. Atl»–, Roberto Montenegro y Jorge Enciso y cuyo contenido significó toda una revelación para los asistentes, quienes pudieron apreciar la belleza de las artes manuales realizadas por las/los mexicanas/os, generalmente ignoradas cuando no abiertamente rechazadas.

Por supuesto, no faltaron los clásicos desfiles militares y de carros alegóricos, tan comunes en este tipo de programas, mientras que para los gustos más exigentes hubo conciertos, veladas literarias, juegos florales, conferencias, congresos, funciones de gala en los teatros principales de la ciudad, temporadas de ópera y de zarzuela, además de la ya clásica visita a Teotihuacán. Como una de las características de las fiestas fue la participación privada, con el pretexto de los festejos así como de la diversidad de intereses, no faltó quien contratara a las «Girls» de la compañía de revistas neoyorkina, quienes sorprendieron y alegraron al público capitalino.

Dado que una de las prioridades de estas celebraciones, claramente expresada en diversas ocasiones por el presidente Obregón, por los miembros del comité ejecutivo de los festejos7 y por la prensa en general, fue la de garantizar que estos tuvieran un perfil popular, el programa incluyó una amplia gama de actividades orientadas a dicho fin. Hubo funciones populares en los cines, carpas, corridas de toros, verbenas, jamaicas,8 fiestas charras, jaripeos, jura de bandera y una amplia gama de concursos como los de chinas y charros, cantadores, bailes regionales, poesía, himno del centenario, decoración de edificios con motivos alusivos a la ocasión y justas deportivas, entre otros.

Entre ese mar de actos llamó especialmente mi atención el concurso de la «India Bonita», por el interés que la élite gobernante y la población en general le otorgaron, pero sobre todo por el alto valor simbólico que se le asignó. Quizás por primera vez en el país, especialmente en un evento tan significativo como el referido, se eligió como una de sus reinas a quien les pareció que era una verdadera «representante de la raza».

Desde el 3 de agosto, María Bibiana Uribe, oriunda de San Andrés Tenango, distrito de Huauchinango, Puebla, fue declarada ganadora de este certamen porque, según explicaba el jurado respectivo, «reunía todas las características de la raza: color moreno, ojos negros, estatura pequeña, manos y pies finos, cabello lacio y negro, etcétera».9

A partir de entonces, pero en especial durante el mes de septiembre, la joven, considerada como símbolo de «la virgen morena de la raza de bronce, simiente del pueblo mexicano»,10 recibió todo tipo de halagos y homenajes. Si bien se convirtió en uno de los principales focos de atracción de las fiestas, y su presencia en los grandes salones atraía las miradas curiosas e incrédulas de la elegante concurrencia, tras bambalinas motivaba comentarios burlones y despectivos, los cuales –discursos aparte– mostraban con crudeza el verdadero rostro de la sociedad posrevolucionaria:

«Duro con María Bibiana»

Y… pare usted de contar

porque se va a celebrar

un merecido homenaje

a una india de linaje,

que sospecho va a acabar

haciendo el papel de guaje…11

A pesar de que todos los «elementos» del país fueron convocados para colaborar al mayor lucimiento posible de las solemnidades patrias, en el programa oficial de los mismos se observa una notable ausencia, inexplicable en un evento de tal importancia y cuyo óptimo desarrollo resultaba particularmente significativo para el Gobierno en funciones. Nos referimos a la del rector de la Universidad Nacional, el licenciado José Vasconcelos Calderón, miembro del círculo más cercano al presidente Obregón,12 además de figura clave en el programa educativo de su administración, quien al tiempo de las festividades estaba a punto de encabezar formalmente los destinos de la Secretaría de Educación Pública. Recuérdese que el decreto de creación de esta última dependencia gubernamental data del 29 de septiembre de 1921, el cual fue publicado el 3 de octubre del mismo año.

Ante este hecho, nos surgen varias preguntas: ¿cómo reaccionó la Universidad Nacional ante las celebraciones patrias de 1921? ¿Tuvo alguna participación significativa en estas y en qué consistió? ¿Por qué razón no se adelantó algunos días la fecha de inauguración de la Secretaría de Educación Pública para que constituyera el número estrella de las festividades patrias?

III. VASCONCELOS Y EL PROGRAMA DE FESTEJOS

Afortunadamente, el propio Vasconcelos dejó algunas pistas sobre el tema que nos ocupa en El Desastre, uno de los volúmenes de su autobiografía, en donde con toda claridad expone su posición frente al centenario e, incluso, precisa con exactitud los casos en los que decidió participar. De inicio, advierte al lector que dado que «el alboroto de las fiestas emborrachaba a la ciudad y deslumbraba a la república», contra sus intenciones originales, decidió intervenir de manera muy selectiva y aprovechar la oportunidad que la ocasión le brindaba para hacer «propaganda de la labor educacional», meta central de su quehacer público y que, sin duda, por entonces demandaba toda su atención y energías.13 Si bien se mantuvo firme en la negativa de asistir a los banquetes oficiales y recepciones, aceptó encabezar las sesiones del Congreso de Estudiantes Latinoamericanos y, vinculadas a este evento, presidir algunas «recepciones universitarias sencillas» en honor de los huéspedes distinguidos que acudieron al país con dicho motivo: José Eustasio Rivera, el novelista de La Vorágine; don Ramón del Valle Inclán y el ministro colombiano Restrepo.14

Llama la atención la actitud tan radical con la que el rector de la Universidad cumplió sus propósitos; pese a que durante las fiestas se realizaron diversas actividades directamente relacionadas con la temática educativa, sistemáticamente se mantuvo al margen. Así aconteció con la realización de la «Semana del Niño», actividad orientada a apuntalar la educación higiénica y cívica de los futuros ciudadanos,15 así como con la serie «Conferencias sobre arte y cultura coloniales», efectuadas en el anfiteatro de la escuela nacional preparatoria y cuya ceremonia inaugural contó con la presencia del presidente de la República. Igualmente sorprende su ausencia en la excursión a San Juan Teotihuacán efectuada el 14 de septiembre, a la que acudieron los embajadores extraordinarios y los jefes de las misiones especiales, los altos funcionarios de la Administración, los representantes de las cámaras, la prensa y algunos particulares. De acuerdo con la importancia histórica, cultural e incluso diplomática de este acto, la presencia de Vasconcelos era obligada, pero congruente con su decisión una vez más se mantuvo al margen.16

Sin embargo, localizamos dos excepciones a la regla general de conducta autoimpuesta por Vasconcelos. La primera de ellas es que aceptó inaugurar la sala de conferencias del antiguo cuartel de San Pedro y San Pablo, en donde descubrió la estatua de Dante obsequiada por la colonia italiana con motivo de las fiestas. El segundo caso es su asistencia a la premiación de los «Juegos Florales», torneo poético organizado por la Universidad, para cuya realización el propio rector convocó a todos los literatos de habla española residentes en la República.17 Pero la presencia del escurridizo Vasconcelos en este último caso no se debió a que dicho certamen fuera responsabilidad de la máxima casa de estudios, sino a que el general Obregón, quien debería presidir la ceremonia, se disculpó a última hora, por lo que delegó tal función en la figura del rector.18 Con todo y de acuerdo con las fuentes consultadas, incluido el álbum gráfico, el dirigente universitario no pronunció ningún discurso alusivo a la ocasión o, por algún motivo que desconocemos, los medios de información evitaron hacer algún comentario al respecto.19 En contraste, muy al estilo de la época, la prensa relató con lujo de detalles los momentos más representativos de la premiación, como podemos apreciar en las líneas siguientes: «Con voz pausada, el señor Torres Bodet recitó su poema escuchándose un estruendoso aplauso cuando terminó, mientras que el poeta, de rodillas, recibía la “Flor Natural” de manos de la reina, la señorita Hortensia Elias Calles».20

 

IV. LA EXCEPCIÓN DE LA REGLA: EL PRIMER CONGRESO INTERNACIONAL DE ESTUDIANTES

Así, tal y como lo había afirmado Vasconcelos al hacer el recuento retrospectivo de su participación en las fiestas septembrinas de 1921,21 esta prácticamente se concretó en un acto: organizar y presidir el primer congreso internacional de estudiantes, evento de grandes vuelos realizado en la ciudad de México entre el 20 de septiembre y el 8 de octubre.22

El momento era propicio para congregar a los estudiantes de distintos países e intentar la unión continental del gremio, aunque a juicio de Ciriaco Pacheco la premura con que este programa se organizó impidió la presencia de algunos de los delegados que contaban con mayor experiencia en la movilización estudiantil de sus respectivos países. Por supuesto que las inquietudes juveniles que afloraron en México no representaron un hecho aislado, sino que hubo expresiones del mismo género en casi toda Hispanoamérica: «en el ambiente –afirma el mismo escritor– flotaba un anhelo de unión y de conocimiento, de simpatía continental»,23 fenómeno que en el caso de Argentina desembocó en el movimiento de Córdoba de 1918 y cuyos logros presagiaron una nueva era para la juventud estudiosa del continente.

En cuanto a México, no tardaron en escucharse los ecos de voces inconformes y renovadoras, las que aprovechando el «arrebato triunfal» del momento político propicio, como señala Enrique Krauze, manifestaron su indignación en contra del presidente venezolano Vicente Gómez El Bizonte, quien había ordenado el encarcelamiento de aproximadamente setenta estudiantes por intentar fundar una federación estudiantil. Al conocerse en nuestro país esta noticia, gracias a Carlos Pellicer Cámara (24 de abril de 1921), se comisionó a la mesa directiva de la federación de estudiantes de México, recientemente nombrada y presidida por Daniel Cosío Villegas, para que solicitara el apoyo de las universidades del continente en contra de la injusticia sufrida por los hermanos del sur.

De inmediato, Vasconcelos olfateó los posibles beneficios políticos que le redituaría encabezar esta causa, ya que le permitiría extender su influjo moral a toda América Latina, por lo que decidió publicar una «excitativa» dirigida a «los intelectuales de todo el continente y a las Universidades de la América del Norte y de la América del Sur», con el fin de que presionaran a sus respectivos gobiernos y buscaran una solución al problema de los estudiantes venezolanos presos.24

A la acción de la rectoría se sumó el presidente Álvaro Obregón, quien siguiendo su fino instinto político accedió a que en medio de las fiestas centenarias se convocara la realización de un congreso estudiantil internacional. En última instancia, la función de este evento era «ganarle reconocimientos de la opinión culta internacional a un gobierno en dificultades»,25 o como más detalladamente señala Enrique Krauze:

La principal preocupación del gobierno era entonces obtener el reconocimiento diplomático norteamericano, pero sin necesidad de ceder en los puntos centrales de la Constitución. Cualquier presión era válida en esas circunstancias y Obregón discurrió organizar las fiestas del Centenario de la Consumación de la Independencia invitando a todos los países que habían reconocido ya a su gobierno y evidenciar de esta manera la injusta actitud de los Estados Unidos. Como parte del tinglado, el Presidente de México aceptó que el presidente de los estudiantes [Daniel Cosío Villegas] convocara a un Congreso Estudiantil Internacional que coincidiera con las fiestas.26

Fue así como desde julio de 1921 el rector convocó a todos los países amigos a participar en un sínodo estudiantil, al que acudieron trece países además de la Liga Panamericana de Estudiantes de Nueva York, el Grupo «Ariel», también de Nueva York, y una amplia representación de «delegados adherentes», cuya mayor parte eran mexicanos. Estos últimos estaban conformados27 por aquello estudiantes o exestudiantes, con no más de tres años de haber abandonado las aulas, que desearan inscribirse para las deliberaciones, aunque únicamente tendrían derecho a voz. Buena parte de ellos empezaban a destacar en los distintos ámbitos de la vida política y cultural del país.

Entre las representaciones que acudieron al primer congreso destacaron Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú y, por supuesto, el país anfitrión, y todos ellos contaban ya con una Federación de Estudiantes. El primero de ellos estuvo representado por cuatro grandes figuras, entre las que sobresalen Héctor Ripa Alberdi, presidente de la delegación, y anteriormente miembro de la junta representativa de la federación universitaria argentina, y Arnaldo Orfila Reynal, quien había sido presidente del comité de la huelga grande de la Plata, secretario del comité pro afianzamiento de la reforma educacional y de la asociación de exalumnos de la Universidad de la Plata. Por Colombia estuvo el escritor José Eustasio Rivera, ampliamente conocido por su libro La Vorágine; mientras que Perú envió una representación formada por un grupo de jóvenes con varios años de actuación estudiantil, acompañados por el doctor Víctor Andrés Belaunde. Por lo que toca a México, el país anfitrión, tuvo como representantes a Daniel Cosío Villegas, Raúl J. Pous Ortiz, Rodulfo Brito Foucher, Francisco del Río y Cañedo y Miguel Palacios Macedo.28

Para orientar las deliberaciones de la asamblea se estableció un temario conformado por diversos puntos, los que dieron lugar a interesantes discusiones y resoluciones, tanto desde el punto de vista económico como político y moral. Particularmente importante es que se acordó hacer a un lado todas aquellas «cuestiones sentimentales y sin importancia», pues se consideró que únicamente darían lugar a discursos fáciles y sin contenido. La agenda concertada se constituyó de los siguientes puntos:

a) Función social del estudiante

b) Método más adecuado para establecer esa función

c) Objeto y valor de las asociaciones de estudiantes

d) ¿Convendría la organización de una federación internacional de estudiantes?

e) Bases sobre las que debieran descansar las relaciones internacionales en opinión de los estudiantes

f) Ejecución de las resoluciones del Congreso29

En atención a las características, antecedentes ideológicos y militancia universitaria con que contaba buena parte de los participantes, así como a las directrices que normaron los debates, estos condujeron a seis resoluciones sumamente ambiciosas y complejas, cuyo cumplimiento significaba cambios radicales en aspectos medulares de la organización del país. Al respecto, concluye Enrique Krauze: los delegados «llegaron a las regiones más sublimes de internacionalismo estudiantil […] Era una borrachera mística, la primera gran fiesta civilizada después de diez años de fiesta de las balas».30

Solo por dar una idea del tipo y nivel de las cuestiones abordadas, a continuación citamos algunos de los acuerdos que se alcanzaron, los que sin lugar a dudas rebasaron con mucho el temario original. El primero de ellos proclamaba que la juventud universitaria lucharía por el advenimiento de una nueva humanidad, fundada sobre los principios modernos de justicia, tanto en el orden económico como en el político. Para lograrlo, los estudiantes se proponían luchar por la abolición del «concepto de poder público», ya que este se traducía en el dominio de los menos sobre los más; por destruir la explotación del hombre por el hombre y el sistema vigente de propiedad y por la integración de los pueblos en una comunidad universal. De manera optimista, ante los graves problemas que entonces agitaban al mundo, prometían luchar por una nueva organización social, la que a su vez conduciría a la realización de los fines espirituales del hombre.