Cristianismo Práctico

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

Existe una gran diferencia entre oír y leer lo que es la convicción de pecado y sentirla en las profundidades de nuestra alma. Muchos están familiarizados con la teoría, pero desconocen totalmente a la experiencia. Alguno podría leer de los tristes resultados de la guerra, y estar de acuerdo de que son de verdad lamentables; pero cuando el enemigo está en su propia puerta, saqueando sus bienes, disparando a su casa, matando a sus seres queridos, se hace mucho más sensible a las miserias de la guerra. Por lo tanto, uno que no es creyente puede oír cuan lamentable es el estado de un pecador delante de Dios, y cuan terrible será el sufrimiento en el castigo eterno, pero cuando el Espíritu toma ese corazón en esa condición, y le hace sentir el calor de la ira de Dios en su propia conciencia, él está preparado para hundirse en el desaliento y en la desesperación. Lector, ¿conoces algo de tal experiencia?

Sólo de esta manera un alma verdaderamente está preparada para apreciar a Cristo. Aquellos que están sanos no necesitan un médico. El que ha sido convencido de salvación y se ha dado cuenta que solo el Señor Jesús puede sanar a un enfermo desahuciado por el pecado; que sólo Él puede dar la salud espiritual (santidad) que lo capacitará para andar en el camino de los mandamientos de Dios; que solo Su preciosa sangre puede expiar los pecados pasados y solo Su gracia infinita puede suplir en las necesidades del presente y del futuro. El Padre «atrae hacia» el Hijo (Juan 6:44) al impartirle a la mente una profunda comprensión de nuestra necesidad absoluta de Cristo, al darle al corazón un sentido real del inmenso valor que Él tiene, y al hacer que la voluntad desee recibir a Cristo en sus propios términos.

5. Sus evidencias

La gran mayoría de los que lean esto profesarán, sin duda, ser los que tienen una fe salvífica. A todos ustedes les preguntamos: ¿Dónde está su prueba? ¿Qué cambios ha producido en ustedes? Un árbol se conoce por su fruto, y una fuente por el agua que brota de ella; así mismo, la naturaleza de la fe puede ser asegurada por medio de un análisis cuidadoso de lo que ella está produciendo. Decimos «un análisis cuidadoso», porque así como no todos los frutos son aptos para ser comidos, ni toda agua puede ser bebida, así no todas las obras son el resultado de una fe que salva. La reformación no es lo mismo que regeneración, y una vida cambiada no siempre indica un corazón cambiado. ¿Has sido salvo de la antipatía hacia los mandamientos de Dios y del detestar Su santidad? ¿Has sido salvo del orgullo, la codicia y la murmuración? ¿Has sido librado del amor por este mundo, del miedo a los hombres, y del poder reinante de todo pecado?

El corazón del hombre caído está totalmente depravado, los designios de los pensamientos de su corazón son malos continuamente (Génesis 6:5). Está lleno de deseos corruptos, los cuales ejercen influencia sobre todo lo que el hombre hace. Ahora, el Evangelio viene en oposición directa contra esas pasiones egoístas y deseos corruptos, tanto en la raíz como en su fruto (Tito 2:11, 12). No hay mayor responsabilidad que el Evangelio demanda a nuestras almas que el mortificar y el destruir estos deseos, y esto es indispensable si tenemos la intención de ser hechos participes de sus promesas (Romanos 8:13; Colosenses 3:5, 8). De hecho, la primera obra de la fe es limpiar el alma de esta inmundicia y por eso, leemos: «Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos» (Gálatas 5:24). Notemos bien, ellos no «tienen que» hacerlo, sino que ellos ya lo han hecho, en cierta medida o grado.

Una cosa es pensar que creemos en algo y otra, es realmente hacerlo. Tan inconstante es el corazón del ser humano que aún en las cosas naturales los hombres no conocen sus propios pensamientos. En los asuntos temporales se conoce lo que un hombre realmente cree por lo que practica. Supongamos que yo me encuentro con un viajero en un camino muy estrecho y le diga que un poco más adelante hay un río imposible de atravesar, y que el puente para cruzarlo está podrido: Si él se rehúsa a regresar, ¿no tengo yo la garantía de concluir que no me ha creído? O si un médico me dice que tengo cierta enfermedad, y que en poco tiempo tendrá un efecto mortal si no uso el remedio que me ha prescrito el cual me debe sanar con toda seguridad, ¿No estaría justificado en declarar que yo no confié en su diagnóstico al verme ignorando sus indicaciones, y más bien viéndome hacer lo contrario? Igualmente, creer que hay un infierno y, sin embargo correr hacia él; creer que continuar en el pecado lleva a la condenación, y aun así vivir en él, ¿De qué propósito sirve alardear de semejante fe?

Ahora, de lo expuesto anteriormente, no debería haber espacio para dudar que cuando Dios imparte fe salvífica a un alma, afectos verdaderos y radicales vendrán de inmediato. Un hombre no puede levantarse de la muerte sin haber un consecuente caminar en vida nueva. No puede ser sujeto de un milagro de la gracia realizado en el corazón sin un cambio que sea notorio para todos los que le conocen. Donde ha sido sembrada una raíz sobrenatural, fruto sobrenatural debe nacer. No es que se obtiene una vida perfecta y sin pecado, ni que el principio de la maldad y la carne, haya sido erradicado de nuestro ser. Sin embargo, hay un anhelo por la perfección, un espíritu que resiste a la carne y una lucha en contra del pecado. Y aún más, hay un crecer en la gracia y un persistir hacia adelante en el «camino angosto» que conduce al cielo.

Un grave error completamente esparcido hoy en los grupos «ortodoxos», y que son responsables por muchas almas que están engañadas, es el de la doctrina que parece honrar a Cristo de que «solo Su sangre, salva a cualquier pecador». Satanás es muy inteligente; pues sabe exactamente qué carnada usar para cada lugar en el cual pesca. Probablemente, muchos de manera irritada se resistirán al predicador que les diga que bautizarse y participar en la Cena del Señor fueron medios indicados para salvar el alma; sin embargo, la mayoría de estas mismas personas aceptarán sin problemas la mentira de que es solamente por la sangre de Cristo que podemos ser salvos. Esto es verdad con respecto a Dios, pero no respecto a los hombres. La obra del Espíritu Santo en nosotros es igualmente esencial como la obra de Cristo por nosotros. Por favor lea cuidadosamente y medite en Tito 3:5.

La salvación es doble: Es tanto legal como experimental, y consiste en justificación y santificación. Por otra parte, la salvación la debo no sólo al Hijo sino a tres personas de la Deidad. Sin embargo, muy poco se comprende esto hoy en día, y muy poco se predica. Primero y principal, mi salvación se la debo a Dios el Padre, Quien la decretó y planeó, y Quien me eligió para salvación (2 Tesalonicenses 2:13). En Tito 3:4, es Dios Padre Quien es declarado como «Dios nuestro Salvador». Segundo y merecidamente, le debo mi salvación a la obediencia y al sacrificio de Dios el Hijo Encarnado, Quien actuó como mi Fiador por todo lo que la Ley requería, y satisfizo todas las demandas por mí. Tercero y eficazmente, le debo mi salvación a la regeneradora, santificadora y preservadora operación del Espíritu: note que Su obra es mostrada tan preeminentemente en Lucas 15:8–10, como la obra del pastor en Lucas 15:4–7. Tal como afirma Tito 3:5, que Dios «nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo»; y es la presencia de Su «fruto» en mi corazón y en mi vida la que provee la evidencia inmediata de mi salvación.

«Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación» (Romanos 10:10).

Por lo tanto, es el corazón el cual debemos examinar primero, para descubrir evidencias de la presencia de una fe salvífica. La Palabra de Dios es clara cuando dice «purificando por la fe sus corazones» (Hechos 15:9). El Señor dijo, «Lava tu corazón de maldad, oh Jerusalén, para que seas salva» (Jeremías 4:14). Un corazón que está siendo purificado por la fe (compare con 1 Pedro 1:22), es uno que está adherido a Cristo. Este corazón bebe de una Fuente santa, se deleita en una Ley santa (Romanos 7:22), y espera pasar la eternidad con un Salvador santo (1 Juan 3:3). Un corazón que aborrece todo lo que es espiritual y moralmente sucio, aborrece la misma ropa contaminada por la carne (Judas 23). Un corazón que ama todo lo que es santo, bueno y agradable para Cristo.

«Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mateo 5:8).

La pureza de corazón es absolutamente esencial en hacernos aptos y poder morar en aquel lugar donde «No entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero» (Apocalipsis 21:27). Quizás se necesite una definición más completa. Purificar el corazón por la fe consiste en la purificación del entendimiento, para limpiarlo del error por medio del resplandor de la luz Divina. Segundo, la purificación de la conciencia, para limpiarla de culpa. Tercero, la purificación de la voluntad, para limpiarla de la voluntad propia y el egoísmo. Cuarto, la purificación de los deseos, para limpiarlos del amor a la maldad. En la Escritura, el «corazón» incluye estos cuatro aspectos. Un deseo deliberado por continuar en un pecado no armoniza con un corazón puro.

De nuevo, una fe salvífica siempre se evidencia en un corazón humilde. La fe doblega el alma para que descubra su propia maldad, vileza e impotencia. Le hace comprender su pecaminosidad e indignidad; así como sus debilidades, deseos, su carnalidad y corrupciones. Nada exalta más a Cristo que la fe, y ninguna otra cosa humilla más al hombre que la fe. A fin de magnificar las riquezas de Su gracia, Dios ha elegido la fe como el instrumento más apto, y esto porque es lo que nos hace ir directamente a Él. La fe nos hace entender que solo somos pecado y miseria, y nos lleva como mendigos con manos vacías a recibir todo de Él. La fe quita toda presunción del hombre, toda autosuficiencia, toda justificación de sí mismo, y lo hace parecer nada para que Cristo sea todo en todos. La fe más fuerte siempre va acompañada por la más grande humildad, considerándose el más grande de los pecadores e indigno del más pequeño favor (cf. Mateo 8:8–10).

 

De nuevo, una fe salvífica se encuentra siempre en un corazón tierno.

«Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne» (Ezequiel 36:26).

Un corazón no regenerado es duro como una roca, lleno de orgullo y presunción. Es inamovible ante los sufrimientos de Cristo, en el sentido de que no actúan como un freno contra la voluntad y los placeres del hombre. Pero el verdadero cristiano es movido por el amor de Cristo, y dice, ¿Cómo puedo pecar contra Su amor sufriente por mí? Cuando incurre en una falta, hay un quebrantamiento y una tristeza amarga. Querido lector, ¿Sabes lo que es derretirse delante de Dios, con un corazón roto lleno de angustia por haber pecado contra el Salvador? No es la ausencia de pecado sino el dolor por pecar lo que distingue al hijo de Dios de los profesos vacíos.

Otra característica de la fe salvífica es que «obra por el amor» (Gálatas 5:6). No es inactiva, sino energética. La fe que es «por la operación de Dios» (Colosenses 2:12) es un poderoso principio de poder, que difunde energía espiritual a todos los aspectos del alma y los alinea al servicio de Dios. La fe es un principio de vida mediante el cual el cristiano vive para Dios; un principio de dirección, por el cual se camina hacia el cielo a través de la carretera de la santidad; un principio de fuerza, que se opone a la carne, al mundo y al diablo.

«La fe en el corazón de un cristiano es como la sal que fue echada en una fuente corrupta, que convirtió las aguas malas en buenas, y la tierra estéril en fructífera. Es tanto así que le sigue un cambio de la conversación y de vida, brindando un fruto acorde con: “Un buen hombre del buen tesoro de su corazón produce buen fruto;” cuyo tesoro es la fe» (John Bunyan en Christian Behaviour [Conducta cristiana]).

En el momento que la fe salvífica es sembrada en el corazón, esta crece y se esparce en todas las ramas de la obediencia, y es llenada con frutos de justicia. Hace que su dueño actúe para Dios, y por lo tanto muestre evidencia que es algo vivo y no una simple teoría muerta. Incluso un recién nacido, aunque no puede caminar y trabajar como un adulto, respira, llora, se mueve, come, y por lo tanto, muestra que está vivo. Así también el que es nacido de nuevo; respira para con Dios, clama por Él, se mueve en dirección a Él, depende de Él. Pero el infante no permanece siendo un bebé; el crece, obtiene fuerza, hay una actividad que va en aumento. Así tampoco el cristiano permanece sin cambios, va «de poder en poder» (Salmo 84:7).

Pero observe cuidadosamente que la fe no «obra» solamente, sino que «obra por el amor». Es en este punto que las «obras» del cristiano se diferencian de aquellas de un simple religioso. «El católico romano obra a fin de ganarse el cielo. El fariseo obra para ser aplaudido, para ser visto por los hombres, a fin de lograr una buena estima de ellos. El esclavo trabaja para no ser golpeado, para no ser condenado. El religioso obra para poder tapar la boca de su conciencia que lo acusará si no hace nada. El profeso común obra porque es vergüenza no hacer nada donde algo tan grande es profesado. Pero el verdadero creyente obra porque ama. Este es el motivo principal (incluso el único) que lo lleva a obrar. No hay otro motivo dentro ni fuera de él, sin embargo, se mantiene obrando para Dios, y actuando para Cristo porque lo ama; es como fuego en sus huesos» (David Clarkson).

La fe salvífica siempre va acompañada de un caminar de obediencia.

«Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él» (1 Juan 2:3,4).

No te equivoques en este punto querido lector: los méritos del sacrificio de Cristo y el poder de su intercesión sacerdotal son infinitos, sin embargo, el que es salvo no usa esto como excusa para continuar en desobediencia. Él reconoce como Sus discípulos a aquellos que le honran como su Señor

«Demasiados profesos se calman a sí mismos con la idea de que ellos poseen una justicia imputada, mientras son indiferentes a la obra santificadora del Espíritu. Ellos se rehúsan a ponerse los vestidos de la obediencia, rechazan el lino fino que es la justicia de los santos. Y así revelan su propia voluntad, su enemistad con Dios, y su falta de sumisión a Su Hijo. Tales hombres pueden hablar lo que quieran de la justificación por la fe y la salvación por gracia, pero son unos rebeldes de corazón; no se han puesto el vestido de bodas al igual que el que pretende justificarse por sus obras, el cual ellos mismos condenan. El hecho es que, si deseamos las bendiciones de la gracia debemos someter nuestros corazones a las reglas de la gracia, sin tomar unas y desechar otras» (C. H. Spurgeon en The Wedding Garment [El vestido de boda]»).

La fe salvífica es preciosa, pues, así como el oro, soportará las pruebas (1 Pedro 1:7). Un cristiano genuino no teme a las pruebas; sino que desea ser probado por Dios mismo. Él clama:

«Escudríñame, oh Jehová, y pruébame; Examina mis íntimos pensamientos y mi corazón» (Salmo 26:2).

Por lo tanto, está dispuesto a que su fe sea probada por otros, porque no esquiva el toque del Espíritu Santo. Con frecuencia se examina a sí mismo, pues donde hay tanto en juego debe estar seguro. Él está ansioso de conocer lo peor, así como lo mejor. La predicación que más le agrada es aquella que más le hace escudriñarse y probarse. Se resiste a ser engañado con vanas esperanzas. No se deja sumergir en una gran presunción de su condición espiritual. Cuando es retado, cumple con el consejo del apóstol en 2 Corintios 13:5.

Aquí está la diferencia entre el verdadero cristiano y el religioso. El profeso pretencioso está lleno de orgullo, y tiene una alta opinión de sí mismo, está muy seguro de que ha sido salvado por Cristo. Él detesta toda prueba que amerite examinarse, y considera el auto examen como algo altamente dañino y destructor de la fe. La predicación que más le agrada es aquella que se mantiene a una distancia respetable, que no se acerca a su conciencia, que no le escudriña su corazón.

Predicarle la obra consumada de Cristo y la seguridad eterna de todos los que creen, lo fortalece en su falsa paz y alimenta su confianza carnal. Si un verdadero siervo de Dios trata de convencerlo de que su esperanza es un engaño, y su confianza es una presunción, él lo consideraría como un enemigo, como si Satanás buscara llenarlo de dudas. Hay más esperanza de que un asesino sea salvo, que este deje de creer en su engaño.

Otra característica de la fe salvífica es que le da al corazón la victoria sobre las vanidades e inmundicias de las cosas del mundo.

«Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo; nuestra fe» (1 Juan 5:4).

Observe que esto no es un objetivo tras el cual el cristiano se esfuerza, sino en realidad es una experiencia presente. En esto el santo ha sido conformado a su Cabeza:

«pero confiad, Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33).

Cristo lo venció por Su pueblo y ahora Él lo vence en ellos. Él abre sus ojos para que vean lo hueco e indigno que este mundo ofrece, y desconecta sus corazones para satisfacerlos con cosas espirituales. Él mundo atrae tan poco al verdadero hijo de Dios que éste anhela que llegue el momento en que Dios lo saque de allí. ¡Ay de aquellos que profesan el nombre de Cristo no teniendo ningún conocimiento de estas cosas! ¡Ay de aquellos que han sido engañados con una fe que no salva!

«Un cristiano solamente vive para Cristo. Muchas personas piensan que pueden ser cristianos en términos más fáciles que estos. Ellos piensan que es suficiente confiar en Cristo, aunque no vivan para Él. Pero la Biblia nos enseña que si tenemos parte de la muerte de Cristo también somos participantes de su vida. Si tenemos tal valoración de Su amor al morir por nosotros y llevarnos a confiar en los méritos de Su muerte, seremos llevados a consagrar nuestras vidas a Su servicio. Y ésta es la única evidencia de la autenticidad de nuestra fe». (Charles Hodge acerca de 2 Corintios 5:15)

Querido lector, ¿Has comprobado estas cosas en tu propia experiencia? Si no, ¡Qué indigna y perversa es su profesión! «Por lo tanto, es excesivamente absurdo para cualquiera, el pretender tener un buen corazón mientras se tiene una vida perversa, o no producir el fruto de santidad universal en su práctica. Los hombres que viven en el camino del pecado, y sin embargo alardean de que irán al cielo, esperando ser recibidos como personas santas, sin una práctica santa, actúan como si ellos esperaran hacer de su Juez un tonto. Esto viene implicado en lo que dijo el apóstol (hablando de las buenas obras del hombre y del vivir una vida santa y así mostrar la evidencia de su conversión para vida eterna), «No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gálatas 6:7). Así que debemos decir, no se engañen a ustedes mismos con una esperanza de cosechar la vida eterna, si no siembran para el Espíritu en esta vida; es en vano pensar que Dios se volverá un tonto por ustedes» (Jonathan Edwards en Religious Affections [Afectos Religiosos]).

Lo que Cristo demanda de Sus discípulos es que ellos Le magnifiquen y Le glorifiquen en este mundo; y que vivían una vida santa para Él, padeciendo pacientemente por Él. Nada honra más a Cristo que aquellos que profesan Su nombre manifiesten el poder de Su amor sobre sus vidas y corazones, mediante una obediencia santa. Por el contrario, nada es de mayor reproche y deshonra para Él, que aquellos que viven para sus propios placeres, quienes están conformados a este mundo, y encubren su maldad bajo Su santo nombre. Un cristiano es uno que ha tomado a Cristo como ejemplo en todas las cosas; y cuán grande es el insulto cuando esos que profesan ser cristianos viven diariamente sin mostrar respeto por Su ejemplo piadoso. Son como una fetidez ante Sus narices; y son causantes de grandes dolores a Sus verdaderos discípulos; ellos son el mayor obstáculo que existe para el progreso de Su causa en la tierra; ellos, sin embargo, encontrarán los lugares más ardientes que han sido reservados para ellos en el infierno. Oh que ellos abandonen su curso de auto placer o que abandonen la profesión de ese Nombre que es sobre todo nombre.

Quiera el Señor usar este libro para deshacer la falsa confianza de algunas almas engañadas, y si preguntan con sinceridad como obtener una fe genuina y salvífica, respondemos, usa los medios que Dios ha prescrito. Debido a que la fe es Su don, Él la da a Su modo; y si deseamos recibirla, entonces debemos ponernos en el camino donde Él desea comunicarla. La fe es la obra de Dios, pero Él no la obra sin ningún medio, sino a través de los medios que Él ha determinado. Los medios determinados no pueden producir fe en sí mismos. Estos no son más que instrumentos en las manos de Quien es la causa principal. Aunque Él no Se ha atado a ellos, si nos ha atado a nosotros. Aunque Él es libre, para nosotros son medios necesarios.

El primer medio es la oración: «Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros» (Ezequiel 36:26). He aquí una promesa de gracia, pero ¿De qué manera Él ha de cumplir esta, y otras promesas similares? Pues escucha:

«Así ha dicho Jehová el Señor: Aún seré solicitado por la casa de Israel, para hacerles esto; multiplicaré los hombres como se multiplican los rebaños» (Ezequiel 36:37).

Clama sinceramente a Dios por un nuevo corazón, por Su Espíritu regenerador, por el don de la fe salvífica. La oración es una responsabilidad universal. Aunque un no creyente peque al orar (al igual que lo hace en todo), para él orar no constituye un pecado.

El segundo medio es escuchar la Palabra de Dios (Juan 17:20; 1 Corintios 3:5) o leerla (2 Timoteo 3:15). David dijo:

«Nunca jamás me olvidaré de tus mandamientos, Porque con ellos me has vivificado» (Salmo 119:93).

 

Las Escrituras son la Palabra de Dios; a través de las cuales Él habla. Entonces, lee la Biblia y pídele que te hable vida, poder, liberación, paz a tu corazón. ¡Que el Señor digne a incluir Su bendición!