Resistir en tiempos de pandemia

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I PARTE

Un testimonio

“Los ‘daños’ duermen la conciencia, y lo que no esté precavido se muere… Aquí hay un ‘bajo astral’ y si te distraes te penetra…

El ‘daño’ está herido y va a penetrar a quien se distraiga”.

[PACHITA, enseñanzas chamánicas nahuatl entregadas a Jacobo Grinberg, 1994].

Kom wüñokey. Kümeke zungu ta ka:

“Todo vuelve, lo bueno también”

[Aforismo proveniente de la tradición oral mapuche]

BITÁCORA DE UNA PESTE GLOBAL


14 de marzo del 2020

Enciendo mi teléfono. Ya en cama, consumo mi pequeña porción de higos, la primera de la higuera del jardín. Me sabe infinitamente dulce.

Humnnn, ¡y ahora esta peste! Pero si andaba tan contento el Diablo Global estallando por ahí, preparando el caldo para más violencia y sangre, y ahora nos sueltan esto… Aunque la reacción de la gente, tan dramáticamente frustrada, era más que entendible, porque desde hace tantos años otros virus muchísimos más malignos nos han azotado a vista y paciencia de todos. Y los gobiernos de derechas e izquierdas jamás declararon ningún “estado de excepción constitucional” por esta pandemia inmoral de total inequidad. Claro, cómo sus ingresos reflejaban la cierta bonanza del país y ellos no tenían peligro de muerte, para qué iban a desgastarse por mejorar las vida de los otros. El virus del materialismo liberal ya nos ha carcomido hasta la decencia. Ahh, si pidiéramos cuantificar esas toneladas de sufrimiento que padecemos por el virus del egoísmo sin nombre de las élites… O el virus de la indolencia política por estragos en el ambiente, bien calientito y acunado por los sobornos y mordidas a los parlamentarios. O bien, las decenas de muertes de niños en los hogares estatales de menores, el virus de la pobreza infantil que ya es parte del paisaje estructural de nuestros países. Pero para qué seguir. Mejor volver al viejo y desacreditado tema dizque “espiritual”: sólo un despertar profundo podría matar y desinfectar de raíz la cama global con el virus de la inconciencia. Pero ¿cómo, si hoy el Diablo Global tiene a su disposición la sangre digital, las redes sociales y sus pantallitas?

Bueno, mañana será otro día. Quiero tranquilizarme y dormirme pensando que en la humanidad primará el sentido religioso del mundo, pues lo que ha cambiado ha sido sólo el nombre de sus dioses.


15 de marzo del 2020

¡Qué gran milagro el de una manzana que ha madurado en tu propio huerto! En tiempos de la II Guerra, el lujo más grande para un niño de ocho años era que le pagasen con una manzana, raquítica y agraz, su trabajo de limpiar la porqueriza de los cerdos. Fue el caso de mi amigo Romé, quien muchas veces tenía que recorrer los 10 kms. que distaba su casa, porque ya no quedaba en el árbol su minúscula ración. Decepción infinita en ese niño, llanto y gruñir de tripas por el hambre que le seguía aguijoneando toda la noche. Hoy domingo he desayunado manzanas y duraznos. Una vez más se renueva el diario milagro gracias a Dios y a nuestro trabajo en el jardín-huerta de nuestra casa. Por doquiera hay muchos signos que se viene el temido “dies irae”, una nueva Edad Media donde resistiremos a las plagas solo a condición de que tengamos autonomía alimentaria, acceso al agua, al calor de la leña y con solidaridad productiva. Es decir, tal como en el lof mapuche, el territorio indígena.

Se impone como nunca antes valorar lo que tenemos. Esta gran crisis de epidemia global, es al parecer un imperativo, mucho más que una invitación a volver a conectarnos con lo verdaderamente esencial. Se tratará de una vuelta al hogar de la familia, conexión con los ciclos de la naturaleza, volver a cultivar y cosechar. Volver a tener tiempo, mucho tiempo para el compartir trabajando, la conversación, la reflexión, la contemplación y el autocuidado. Al final, parece que era cierto que este modelo se iba a derrumbar algún día, al final era cierto que vivíamos una burbuja utópica que lo controlábamos todo. Y ahora todo, nuestra supuesta seguridad puesta en envoltorios brillantes, se desvanece y sólo queda lo esencial.

Es un privilegio de sacar alimentos de tu propio patio, aunque éste sea 12 mts. por 15. Pero no importa los metros si tu eres tu propio agricultor, podador, regador y consumidor. Hasta un macetero produce orgullo a condición de que ames lo que allí has sembrado. ¡Confía!, me digo y repito, siempre habrá un fruto o un tipo de cosecha.


16 de marzo del 2020

El agente infeccioso es invisible al ojo humano. Primera gran enseñanza para los países, hoy que la OMS lo ha declarado “pandemia”: no porque no veamos el mal éste no existe. No porque no percibamos el chorro de infección y larvas que salen de un lenguajear inconsciente y ofensivo de la dignidad, éstas dejan de operar y de enquistarse en quien las recibe. Pero los titulares del diario y la misma televisión dan más bien cámara al reclamo de los gerentes de las aerolíneas. Uno se pregunta, cuando ya van a sumársele los reclamos de los bancos…Ante el cierre total de fronteras, ocurre una cancelación masiva de vuelos. Le acompañan los directores de turismo y cámaras de comercio, lamentando la drástica baja de los ingresos en dólares que atraía esta potente industria al finis terrae de Chile.

Sin aerolíneas, con las agencias internacionales de turismo amenazadas de quiebra, queda oficialmente abierta al mundo la más grande y rentable de las empresas: el turismo interior. Cerrar la boca con mascarilla y abrir la mente en búsqueda de algún tesoro en el viejo inconsciente. Se viene la geología de la introspección, el hábito del viaje interior de la meditación. Es el turno de los filósofos y sabios expertos en guiar por los senderos del autoanálisis, que ayuden a reconocer los abismos del alma, los grandes “Cañones del Colorado” de nuestro Ser, sus ríos profundos, sus selvas emocionales con aún desconocidas fieras y a la vez sus alucinantes pantanos, plenos de aves multicolores.

La nueva oferta turística comprenderá también conocer el mundo del Hades, viajar a la infancia para revisitar y sanar traumas, volar hacia al pasado para revisar el legado de nuestros ancestros y darnos cuenta cómo funciona la mente sin artificios, confrontada con la plena desnudez de la existencia.

Retorna entonces el viejo negocio presocrático (“negar el ocio”) de griegos y mapuche: iluminarnos con los arquetipos y los mitos. Para ello, estamos listos.

Que fantástica oportunidad para los individuos dentro del marco del turismo nacional y autodidacta. Tan así, que podríamos viajar tantísimo más lejos que antes conociendo nuevos mundos. Mi siempre tan juicioso amigo Jorge Tahiel Salinas, me agrega que se inaugura así “la arqueología perceptiva y conceptual de civilizaciones pasadas; por ejemplo, las del día de ayer con la pareja, un familiar o cualquier otro “buen enemigo”. Se me ocurre también “astronomía de las emociones”, con o sin trancas. El nuevo mundo está en casa, demasiado cerca, y nos espera desde siempre para ser redescubierto con sus soles y desiertos.”


17 de marzo del 2020

De un día para otro, parece que todo cambia, todos los planes se suspenden, cambian o hibernan. Porque de un día para otro la curva, la progresión del contagio es alta, factor que a todos preocupa. Menos en Gran Bretaña donde, sin cuarentena, sin cerrar ninguna industria ni quebrar la economía nacional, han tomado la atención del Covid 19 como una nueva gripe y la atienden caso a caso. Veremos qué estrategia resulta mejor. Todos con estrés por el interés obsesivo por la pandemia y sus tan complejos cambios que comporta hacer en la vida laboral y social. Hay mucha angustia por la baja o la ausencia de empleo: ¿qué haremos sin sueldo, sin ventas, cuando no podamos salir a comprar algo? se preguntan todos. A todos les preocupa, menos a Carlota. Ella, nuestra gata, luego de comer solo riñe y da unos manotazos a Panchita, la perrita de la calle que hace un tiempo ocupa las faldas de Birgit, quien la acaricia mientras mira la televisión. Cambian todas las fechas del anunciado plebiscito para votar la nueva Constitución, se borran todas las agendas políticas, pero los celos, las pasiones antiguas tan rebeldes, los manotazos de gata ni siquiera una pandemia mayor las borraría. El mordisco de los intereses mezquinos quedará.

El quiebre, la interrupción imprevista de la normalidad es como la salida al exterior del “mito de la caverna” de Platón. Aunque en este caso, a las personas se les obliga esconderse, a encontrar el sol bajando al refugio de su propia casa y quedarse allí en cuarentena. Lo cierto es que “abajo”, en la vida dentro de la caverna –la vida de la supuesta normalidad bajo el sol– se vive un simulacro de realidad. En verdad, y es preciso reconocerlo ahora, hemos estado viviendo en la subrealidad de los seres en prisión, en una obscura cárcel que deforma toda percepción auténtica de las cosas. Por tanto, el acto interno de salir a la luz del sol será el momento supremo. Porque arriba, –que acaso ocurra ahora, paradójicamente en el encierro del sótano– en la cima de Sí mismo, en contacto con el sol del Yo Superior, con el impacto de lo verdadero, se descubrirá el descomunal engaño: será el momento en que se manifestará el auténtico color de las cosas. Y caerán estrepitosamente la basura de las sombras, esas manchas proyectadas desde los contornos de las sucesos, de las cosas. Se desclasificarán los archivos del ser verdadero. Sólo en el Cielo y subiendo, una vez traspuesto el infierno del autoengaño, percibiremos el mundo tal cual éste es. Nuestro trabajo en reclusión casera, y por más duro que sea este confinamiento obligado, si lo queremos ver bien, a la postre puede convertirse en el más grande de los regalos: aprovechar el tiempo para salir del engaño de las sombras. Nuestro trabajo está entonces en hacer lo único que no hemos hecho: ¡despertar!

 

18 de marzo del 2020

“Hay que prepararse en serio para lo que viene”, me ha advertido por enésima vez mi hermano Pedro, mi vecino. El vive al lado de mi casa, y me ha regalado menta hace unas semana de cosechada en su patio. “Llévate estas ramas de menta seca, el mate con menta te va a ayudar a desear comer sólo lo justo y no fuera del horario nuevo que uno debería ahora imponerse. Porque uno nada sabe cómo va a venir la mano con la comida. La hambruna puede estar ahí no más y crecer cada vez más. Yo a partir de hoy no suelto más el mate”, me comentaba. De improviso las charlas con mate empiezan a abundar, y con el mate los recuerdos compartidos de tanto personaje de nuestra niñez.

Junto a los libros y la escritura, junto a los quehaceres diarios del aseo riguroso de las manos y de las superficies de los muebles de la casa, la conjunción “mate-menta-mente” empieza a ser una trilogía muy atractiva. Me parece muy cuerdo hacerle caso a mi hermano y, ya con el primer mate, con la bombilla en la boca, decido que hoy se convertirán en mi compañía favorita.

En la sobremesa de nuestro siempre sobrio almuerzo –hoy comimos lentejas con curry y mucho jengibre, bien recalentadas del día anterior– a Birgit, mi compañera, le preocupa la estupidez humana en la conducta de las gentes. En vez de enfocarse por robustecer el sistema inmunológico y comprar mucho ajo, naranjas y legumbres –dice ella– vi a la genta llenar su carrito de supermercado con la misma comida chatarra de siempre. Hasta en este pueblo se disparó el consumo de todo tipo carnes. Exagerados y sin un mínimo de solidaridad con el otro, todos se abalanzaron por acaparar hasta veinte unidades por producto, particularmente los insumos de limpieza. Yo le digo, que para esas virtudes todavía falta mucho, que tendrán que desengañarse más a fondo y sufrir más duras consecuencias. Todavía nadie piensa que para evitar que el otro me contagie, yo debo ayudarle a que en el supermercado encuentre lo que a él lo va a proteger. Es la hora de invertir en el otro, pero todavía casi nadie piensa así. No queda de otra, pienso, “los palos enseñarán a gente”, porque “nadie aprende en cabeza ajena”, como dicen en México; nadie aprende por buenos consejos. Ni siquiera echamos de menos el postre: así de sustanciosos estaban nuestras lentejas.

Otra vecina, pasa delante de nosotros al pasar la tarde. Como hemos construimos un banco de madera en la vereda y apegado a nuestro muro, ella se detiene. Y mientras mi mujer en otro asiento de la calle –el suyo de tronco– frente a nuestra puerta da la diaria ración de la tarde a los perritos callejeros, nos cuenta la última noticia del pueblo. El chisme es que vecino XX recién fallecido, ya es reemplazado sin pudor a apenas un día de su entierro en el cementerio del pueblo. La camioneta del mejor amigo de la pareja no ha dejado de verse estacionada frente a la casa de la viuda. “Yo creo que el interés de ellos venía de antes, ya en vida del finado: juntos iban bien seguido al campo del nuevo novio a comerse muy buenos asados. El finado no sabía que a “él ya le estaban de antes comiendo la color”. Asombroso como esta escena podría definir nuestro tiempo: se nos va la vida preocupados sobre lo que hacen o no hacen los otros, tal como beatas cuchicheando detrás de los cortinajes o visillos de la ventana de las vidas ajenas. Es el arte maestro de la Matrix: el “emborrachamiento de la perdiz”–el embotamiento relleno de boberías– o la enajenación con lo insustancial, lo baladí, lo que te saca de la fuente interior del cultivo.

Corro mi cortinilla y me encierro un rato; me tiendo en el diván de roble. Prendo la televisión: un presidente de Chile, hasta hace apenas unos días derrotado por el estallido social y casi sin ningún control político, parece levantar cabeza y bastante empoderado declara al país en “estado especial de catástrofe”. Si bien no le quedaba otra alternativa, igual parece renacer en los primeros medidas para la gestión de la pandemia. Todo es tan lábil y todo se revierte impensadamente en estas circunstancias. Incluso ya hay indicios de cierta “seguridad” que aún exista algún poder institucional como refugio. Dando directrices y contestando agudas y críticas preguntas, se le ve en su elemento. ¡Cómo cambia la realidad de un día para otro! Quien estaba muerto hoy resucita, lo que parecía imposible hoy se ve tan factible. Nadie podía pensar que los jóvenes más anarquistas y violentos de la llamada “primera línea”, los que no dejaban de asediar el centro de Santiago con llameantes barricadas, irían a batirse en retirada preocupados por el corona virus. Y nadie tampoco pensaría que los políticos del parlamento irían a poder tranquilamente legislar desde el descanso de sus casas aparentemente sin críticas, asunto que seguramente más va a contribuir a su desprecio. Pienso que el problema social es más importante que el problema político, y que el problema moral es más importante que el problema social. Se vuelve siempre a la lucha entre el bien y el mal, la lucha entre la impecabilidad generosa y el interés egoísta. Al respecto, una de las grandes lecciones político-evolutivas que debieran desprenderse de esta pandemia, es la especial conciencia a tener para elegir a quien conduzca la sociedad: es mejor un corazón impecable que una cabeza brillante pero desequilibrada. No hace mucho leí del antropólogo español Carbonell que cuando los elefantes necesitan de un líder, seleccionan a la hembra que tiene más memoria. Es decir, nadie selecciona a un ignorante sin sabiduría para que les dirija o determine el tipo de leyes. Pero también es preciso agregar que ni el mejor líder del mundo puede hacer mucho con los tres defectos típicos de nuestro pueblo: el “chaqueteo” (envidia),la deshonestidad y la indisciplina.

Lo que parecía normalidad férrea e inquebrantable, hoy se tambalea como hoja seca en el viento de los imprevisibles cambios. Es la verdad de la vieja canción:”Cambia el más fino brillante/de mano en mano su brillo/cambia el nido el pajarillo/cambia el sentir un amante/cambia el rumbo el caminante/aunque esto le cause daño/y así como todo cambia/ que yo cambie no es extraño”... “–A partir de hoy yo dejo de preocuparme, –sentencia mi hermano–, “voy a vivir al día, momento a momento”. Y me pregunto, ¿Cuánto nos durará este propósito?


19 de marzo del 2020

De nuevo una hora frente a la TV escuchando noticias del mundo. Cansado y agobiado por tanto foco en los desafíos que trae este jinete apocalíptico, ya obscuro salgo a regar el jardín. Es la última tarde-noche del verano. Ante la tos y estornudos de la experta, me ofrezco para su reemplazo en esta tarea que ella diariamente ha realizado en todo el verano. Hace tres días que las plantas y flores no reciben agua. Reaccionan de inmediato. Parecen felices. Y son efectivas felices, porque hasta percibo que de nuevo les ha retornado un aura fosforescente que discretamente les brilla en la obscuridad. Compruebo que hay plantas que no se adaptan, que a duras penas se afirman al suelo. Algunas ya han muerto sus flores porque su ciclo acaba. Pero otras comienzan a sentirse mejor con la lenta baja de la temperatura. Estas, agradecen ese mínimo de agua que les estaba faltando. Pero otras, como ciertos débiles arbustos, se ven muy rezagados en su crecimiento respecto a otros de sus compañeros plantados en la misma fecha. Definitivamente no encuentran su lugar. Definitivamente no prosperan y se malogran, por más que insistamos en mimarlos. Es el caso de dos jóvenes canelos que –aunque muy sobreabundantemente regados y con especial cuidado– se apachurran y se secan sin vuelta. Tal como las personas que no encuentran su lugar en el mundo o no logran descubrir su misión. Tal como quienes, a pesar de traer talentos innegables, se equivocan de entorno, o nacen equivocados de época y de lugar. Tan distinto a nuestro vigorosísimo coihue (koiwe), el rey más alto de todos los del patio. Ya se percibe en su esbeltez formidable, que podría durar 400 años y vencer cuanta pandemia se abata sobre las generaciones. Este, si lo permitiera el Cielo protegerlo de ese azote perverso llamado “hombre-motosierra” duraría en el distante porvenir más que ninguna otra criatura vegetal en cien kilómetros a la redonda. Pero el más feliz de todos los árboles es un manzano, que como nunca antes más radiante, este verano suelta tres manzanas diarias, con una alegría sin paragón: lo noto en su tronco y hojas notablemente brillantes. En la noche, pareciera que me sonríe. Luego de cerrar la llave y colgar la manguera, escribo satisfecho estas tres líneas diarias. Me voy feliz a la cama. Como un manzano recién regado.


20 de marzo 2020

Tarde-noche compartiendo visiones, temores y recetas populares chilenas y alemanas en casa de nuestros amigos de Alemania, los Kaltenbach. El rito de despedir el verano, de marcar las cuatro estaciones, se hizo al modo antiguo: con lo mejor de la cosecha hecha por las propias manos, comiendo los dones sencillos de la tierra. Luego de un rato de ver en el Canal de la Deustsche Welle las angustiosas medidas de los países del mundo por detener contagios masivos, pudimos beber varias copas vino. Yo mismo –y tal como no lo hacía desde mi niñez– bombee la manguera que conectaba el barril de roble con el recipiente que llevamos a la mesa. Todo una técnica antigua esa la del adecuado bombeo con la boca. El vino no quería salir. Ante ello, Romé Martin cambió la manguera por otra de un calibre más angosto: el problema era la baja presión del aire. Ellos fabrican acaso único vino de arándano orgánico de Chile. Los exportadores intermediarios, bajaron tanto el valor del precio prometido, que a nuestros amigos tuvieron que destinar la mitad de la cosecha para hacer esta maravilla de vino artesanal. Se trata de un alemán de setenta y tres años que junto a su hijo de 27, desde hace ya más de dos décadas le están devolviendo la pureza y la dignidad a las plantas y los alimentos de Chile. Un día cansado de los tóxicos de Europa y de los efectos de Chernobyl, consideró trágico el monocultivo industrial agrícola. Entonces, al ver su güagüa (bebé) con muchas ampollas en su cabecita, liquidó sus pertenencias y salta al vacío: convence a su esposa y se vienen a esta tierra en pos de un cambio que es urgente tener si queremos salud nacional: eliminar los agrotóxicos, pesticidas químicos y transgénicos de nuestra mesa. Una vez aquí, embargado, estafado y robado, nunca bajó los brazos. Romé Kaltenbach y su hijo Romé Martin, arrendando una hectárea de tierra, acaban de demostrar a todo Chile que hasta sin ese recurso se puede hacer gran agricultura de la más alta calidad. En su pequeño laboratorio bajo plástico de Talquipén, hace dos meses presentaron “Kalfert”, un biofertilizante que podría tener incalculables beneficios mundiales para los alimentos y para la salud pública. Desarrollando un proyecto FIA se centraron en un conjunto de plantas milagrosas. Con años de trabajo, han dado con un producto tal que entrega notables aportes de potasio al suelo y a las raíces de las otras plantas. Hoy pueden ofrecer un biopreparado de hierbas medicinales, un purín fermentado de plantas, tan singular y poderoso –particularmente para el crecimiento de frutas, verduras y flores– que les hace aumentar hasta en un 100% el potasio. Aportándoles además otros micro y macronutrientes, este superfertilizante orgánico, posee la capacidad de repeler insectos, bacterias y plagas múltiples que amenazan a las plantas, aumentando su sistema inmunológico, fomentando su desarrollo radicular y aumentando su floración en un 40 %. Esto evita el estrés por calor de la planta contra los rayos UV de sol, o bien contra el frío excesivo de hasta unos cinco grados bajo cero. A poco de llegar, vio cómo muchos productores locales, no les movía el amor a la salud de las gentes, la producción limpia, sino aprovechar un dinero fácil: mentían en sus procesos, haciendo pasar por orgánico un proceso productivo que era químico. Una vez más la deshonestidad nacional. Con mínimas ayudas y máximos esfuerzos, desarrolló diversas experiencias de muchos cultivos exitosos. Así, en su invernadero modelo de hoy, cultivan plantas medicinales que a la vez son condimentos únicos, como el Liebstöckel, el tomillo, la salvia; o bien, el tomate nativo o el ajo chileno, algo no menor cuando en todos los mercados nos invade el ajo chino, de muy dudosa “perfección” aparente. Con ellos, y adicionalmente a sus cultivos de arándanos, una plantación modelo donde aplica el biofertilizante, en época invernal, se vuelve maestro en el faenar el cerdo. Cada invierno elabora salamis y cecinas únicas, de gusto europeo rescatando viejas recetas muy antiguas de la Selva Negra medieval, con muchas hierbas diversas y un tipo especial de ahumado. Destacan variedades de jamones, tocinos (Speck) y patés (Leberwurst) y Fleischkäse, el llamado “asado alemán”.

 

La flamante nueva lechuga hidrópica del cultivo del huerto casi se derrama al suelo porque una pata de la viejísima mesa de eiche (encina) se desplomó. “No hay dinero para una mesa nueva: la que hace una semana había, se la llevó el arriendo de esta casa”, entre risas decía el viejo chef quien celebraba haber podido salvar también su copa en la mano. Sin un peso en los bolsillos, en los de ellos y en los de nosotros –y como un presagio respecto a lo que vendrá, tuvieron que sacar pan congelado para acompañar la cena– con algunos restos de estos productos gourmet en la mesa. Fuimos intensamente felices. La alegría era el compartir, la inenarrable experiencia de estar vivos y aún sanos, la maravilla de comer rebosantes de cariño lo que rebosante de virtud prepararon aquellas manos. Y lo que rebosante de amor preparó la naturaleza, justamente para nosotros.


21de marzo 2020

Primer día del otoño y de golpe, matemáticamente ha cambado el clima. Con ello, y a pesar que ya quisiera florecer el dafne, quisiera creer que todavía hay una determinada regularidad en las estaciones. Día largo, nuboso con muy baja temperatura: ideal de para que los virus empiecen a “frotase las manos” con aquellos que incluso han empezado a lavarse las manos… Sobretodo para atacar a los más ancianos. Mi celular mi informa de la primera muerte en el país de uno de ellos. Y matemáticamente, con el otoño, empiezan a escucharse las motosierras pueblerinas de mi barrio: desesperada alguna gente no puede aceptar el crecimiento de los ramas hacia el cableado público. En estas fechas todos se vuelven especialistas en cercenar, mochar, mutilar. Tampoco se sustrae de ello una vecina: no puede tolerar que ganchos preciosos de mis arboles invadan el espacio aéreo de su terreno. Sin misericordia y sin ningún criterio estético, esta mañana cortó en línea recta todo lo que “afectaba” a su deslinde. ¡Ay la cultura popular respecto a las podas!: definitivamente no se sabe, y lo que es por, no hay amor a los cercos verdes, a la sombra, a la maravilla de experimentarse siendo humano bajo un follaje frondoso. A pesar que venir recién de la experiencia de un sol inclemente, les molesta que cualquier arbolito haga sombra o se abra a su paso…Esta cultura de la insensibilidad depredadora es la que debe borrase de nuestra sociedad; es más, estamos obligado a poner el respeto al ecosistema inmediato y a la observación del orden natural como fundamento de la nueva civilización, la que debería emerger post crisis. Me pregunto: para que aquello nuevo ocurra ¿es requisito que primero haya desierto total, que se hunda completamente el mundo y la mentalidad vieja? ¿Es preciso sufrir más?

Salgo al patio y abrazo mi laurel santo o triwe (es mi árbol totémico), nuestros canelos y maquis. Con enorme paciencia, Birgit y yo, por años debimos regarlos y cuidarlo para que ahora estén con vigor en pie. De repente, ya no fue necesario más riego porque ellos mismos lograron encontrar la napa subterránea. Profundizaron sus raíces, se ahondaron a sí mismos y con esa fortaleza, lograron sacar sus pestes hacia fuera, hacia la corteza que pareciera revelar su luchas y enfermedades internas. Las mujeres mapuche y mestizas del campo chileno, siempre han sabido que “para mejorarse, el mal debe reventar hacia fuera”. Y tres son los puntos clave de expulsión: la frente, el estómago (ombligo) y los pies. También –y en ese orden– son los tres puntos típicos de entrada del mal: los pensamientos (“palabras oídas que son como pus”), los alimentos y los “malos pasos” (conductas de todo tipo en contra del Orden natural). ¿Cómo revienta el mal hacia fuera? No eliminando la fiebre sino canalizándola hacia una maduración de crisis; es decir a que el cuerpo sude de una buena vez. Y en ello es fundamental beber mucho suero de vinagre con agua y/o suero de miel diluido en agua. Pero lo más eficaz son las compresas (paños húmedos muy calientes) empapados de barro, de arcilla, vinagre y natri (natrüng) conocido también como “tomatillo” (Solanum crispum). Como son tres puntos de expulsión, son también puntos para el cambio de energía, por lo que es preciso ir cambiando las compresas. Yo vi, en mi niñez coihuecana, cómo un hombre muy pobre, decaía su salud inexorablemente. A causa de su delgadez y palidez extrema, todos decían en el pueblo que su muerte era cuestión de días. Tenía cáncer. Por eso a nadie extrañó que desapareciera. Además la gente se alejaba de él porque en los últimos días despedía un mal olor insoportable. Y yo pude ver la causa: a orillas de un camino un dia lo vi colocándose pescado en descomposición entre la planta de sus pies y las ojotas, ese modesto calzado de los jornaleros del campo. “Hago esto –me dijo– porque el mal lo tengo que obligar a que se vaya pah abajo”. Décadas después comprendí la lógica de esa ley mapuche: “al mal, dale de su propia comida –fuñapue, “lo podrido”– para que no se cebe, no se aficione con lo sano”. El hombre triunfó en su estrategia de eliminar por los pies: se murió de viejo caminando por el pueblo.

Para acorazarse frente a pestes respiratorias como ésta del corona virus, la fórmula es simple: masticar maqui u hojas de maqui antes de dormir. O tomar de noche infusión de tres o una y media hoja de canelo (siempre nro. impar) con miel y limón. Y mucho té de natri o natrüng, amargo como el canelo, pero que es lo mejor para la fiebre. En el wallmapu antiguo se le llamaba “hierba del chavalongo”, es decir “para la calentura de la cabeza”. Tal como a gritos ya lo estaba pidiendo el país: con hierbas y cultura mapuche expulsar sus wekufes que le trastornaban su cabeza.


22 de marzo del 2020

Para una incierta empresa que arranca, me piden preparar un perfil profesional que sea acorde para estos tiempos. Es decir, la oferta profesional hay que subirla a la red de Internet si es que quieres tener una remota posibilidad de trabajo remoto. En la Edad Media era muy parecido: había que salir a las calles a vocear lo que uno era y podía hacer, si es que querías tener esperanza de comer ese día. O bien, salir en carromato a exhibir alguna acrobacia o encantar con algún artificio. De nuevo a ejercitar el oficio de saltimbanqui pero hoy a través de una filmación, de un audio o post, o de un video que viaje en el carromato no de cuatro ruedas sino en el de la 4G. Me siento al teclado a exponerme por la pantalla a vocear mis ofertas: “Soy Ziley Mora, filósofo y escritor, creador de la Ontoescritura un tipo de ingeniería narrativa de la identidad. Mi pasión es extraer la miel del significado perenne de los acontecimientos, míos y de las vidas de mis semejantes, más allá de la anécdota circunstancial que nos toque vivir. Esto me lleva a rastrear, reconstruir y hacer perdurar el diseño original del daimon o genio de las personas. Busco reencantar guiones de vida que, a fuerza de ser demasiado repetidos, se apoderaron como quistes malignos de la historia personal. Con ello, hacer apasionante el viaje de regreso a casa, a Ítaca. Me especializo en potenciar relatos marginales –“pequeñas felicidades”– y devolverles su impensado lugar central en la biografía. Diseñarle preguntas a las personas, las comunidades y a los países con el antiguo e insobornable formulario del genio puro de su origen. Para ello, trabajo con sueños rotos, utopías olvidadas, visiones descartadas, esperanzas abandonadas, corazones partidos por la decepción de paciencias agotadas…para con todo eso, reapuntalar la esperanza de que un nuevo mundo es posible, haciendo de nuevo respirable el aire de esta tierra. Vibro y me siento llamado a dar un poco de brillo a los residuos de eco-virtudes humanas, pisoteadas por la modernidad y la deshumanización. A reinterpretar ancestrales mitos indígenas en completo desuso, a decodificar claves de ciertos cristianos Griales rotos y sagas gnósticas, re-editando apócrifos evangelios y “leyendas” sumidas en la incomprensión…”

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