Eslabones del mundo andino

Текст
0
Отзывы
Читать фрагмент
Отметить прочитанной
Как читать книгу после покупки
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

Tan lucrativos eran para aquel entonces esos monopolios que se los disputaban antioqueños, santafereños y bugueños. La obtención de esta posición originó varias veces agresivas contiendas entre grupos rivales de poder local, que no solo controlaban los mejores cargos de la provincia sino que también poseían vigorosos lazos clientelares con los más importantes terratenientes de la zona.66 Llegar a ser obligado del abasto en aquellas áreas (lo cual se otorgaba por dos años) implicaba grandes responsabilidades, como proveer semanalmente de carne a los más de mil quinientos negros que por entonces habitaban únicamente en Remedios y por lo menos con año y medio de anticipación negociar los ganados mayores y menores que iban a ser enviados desde la gobernación de Popayán. Además, para satisfacer el consumo de carne de cerdo que tan generalizado estaba en dichas zonas mineras no bastaba con las propias piaras, por lo que era necesario para el obligado comprar lotes de cientos de estos animales a criadores del valle de Rionegro, de Arma y de la misma provincia de Tunja que enviaban agentes suyos hacia la provincia de Antioquia para distribuir puercos para la venta.67

Otro fragmento menor de esta demanda ganadera llegaba para entonces de los más cercanos valles interandinos de Aburrá y Rionegro, pero para ese entonces su oferta pecuaria no alcanzaba para saciar la creciente necesidad de los núcleos mineros del Bajo Cauca. Antes bien, sobre todo en el valle de Aburrá los más importantes mineros de Zaragoza, Remedios y Cáceres (tales como el cura Miguel de Heredia, Francisco Beltrán de Caicedo, Fernando del Toro Zapata, Juan Bueso de la Rica, entre otros) habían establecido estancias ganaderas con manadas de hasta cuatro mil animales para abastecer ellos mismos a sus cuadrillas y con ello depender cada vez menos de las importaciones de bovinos realizadas desde el valle del Cauca. Ello les posibilitaba endeudarse mucho menos con los tratantes payaneses, ahorrar dinero para invertirlo posteriormente en la adquisición de nueva mano de obra o en el cateo de posibles yacimientos auríferos y enfrentar con mayor solidez las crisis de mantenimientos que constantemente afligían a tales espacios.

Mapa 2. Lugares destinados a la cría de ganado en el valle de Aburrá, s. XVII


Fuente: Elaboración propia.

Por otra parte, dado que tales zonas de pastizales se ubicaban en el camino que comunicaba la provincia de Antioquia con la gobernación de Popayán fueron destinadas por algunos tratantes y ganaderos payaneses tanto para establecer estancias especializadas solamente en la ceba y engorde de los bovinos provenientes del valle del Cauca como para la estancia temporal de estos rumiantes foráneos, los cuales una vez se recuperaban de la despeadura y recobraban peso proseguían su trayecto hacia las áreas mineras septentrionales. La producción aurífera por entonces en auge no solo estimuló el establecimiento de heredades ganaderas con los mencionados propósitos en el seco norte de las llanuras del valle de Aburrá, sino que propició allí mismo la emergencia de industrias de transformación de las materias primas que ofrecía el ganado, tales como la salazón de carnes (muy en boga en el sitio de La Tasajera, de allí su nombre) y la elaboración de embutidos. Del mismo modo, la demanda cárnica incitó a la mercantilización de los cientos de bovinos montaraces que para la primera mitad del siglo XVII habitaban en el llano de Guayabal y el sitio de Güitagüy (al sur del valle de Aburrá).68 Para 1675, don Miguel de Aguinaga (gobernador de la provincia de Antioquia) consideraba que existían treinta hatos con sus “rancherías y estancias” en el valle de Aburrá y que a lo largo de sus dehesas pastaban más de treinta mil reses.69

Las sabanas aluviales del Bajo Magdalena igualmente sirvieron de despensa alimentaria para los centros auríferos antioqueños. Desde esa zona no solo llegaban ganados en pie y productos derivados, sino también el maíz (que tanto se demandaba para el sustento de personas y animales domésticos) y la sal, cuyo consumo es vital para cualquier ser vivo y que para aquel entonces era requerida para curar la carne y evitar así su descomposición en esos parajes húmedos y tropicales. Así, para finales del siglo XVII, desde el hato de Aguachica (que hacía parte de la jurisdicción de Ocaña –gobernación de Santa Marta–) se sacaban cerdos para comercializarse en Zaragoza,70 y a la ciudad de San Jerónimo del Monte, que había sido fundada en 1584 en “una pequeña sabaneta, tierra llana”, le entraban la mayor parte de sus mantenimientos desde la zona del Bajo Magdalena a través del río San Jorge, un tributario del Cauca. Otro mercado importante para los géneros ganaderos provenientes del Bajo Magdalena lo era la ciudad de San Francisco de Nuestra Señora la Antigua del Guamocó (fundada por Juan Pérez Garavito en 1611), en la cual se hallaron placeres auríferos de oro “muy subido” que comenzaron a ser labrados por negros esclavos introducidos desde Zaragoza, distante a veinte leguas o seis días de camino. El hallazgo de estos placeres (localizados al oriente del río Nechí en la densa selva pluvial de la cuenca del alto Tigüí) suscitó una fiebre del oro similar a la que se había presentado años atrás en Remedios y, como era usual, numerosos mineros de otras latitudes concurrieron con sus cuadrillas para mejorar sus caudales, y negociantes de toda laya metieron allí “todo lo necesario de comidas y vestidos” sin que se los impidiera el mal estado de los caminos de acceso a esta población.71

No debe pasarse por alto que las necesidades de aprovisionamiento de los distritos auríferos antioqueños del norte y de las áreas mineras meridionales payanesas más antiguas de Anserma, Chisquío, Jelima, Almaguer y Quinamayó (que por aquel entonces se encontraban en recesión, mas no en quiebra) contribuyeron a que se masacraran los más de cuarenta y dos mil animales cimarrones que a principios del siglo XVII existían dispersos a lo largo de las porosas jurisdicciones de Buga y Cartago. En efecto, el auge minero provocó que el recurso natural gracioso que representaban estos bovinos silvestres se volviera rentable sin que en ello se invirtiera capital y ni siquiera conocimientos técnicos, pues los vacunos en pie se enviaban para su sacrificio a dichos mercados o las hembras con sus terneros eran atrapados para repoblar los hatos de la zona. Al mismo tiempo, sobre todo en aquellos distritos mineros payaneses se comercializaban materias primas, tales como el cuero, la carne fresca y salada y su sebo. También se masacraban estos animales para obtener la gordana que se precisaba para elaborar cargazones de jabón, un producto altamente demandado en los espacios urbanos adyacentes. Posiblemente, la alta oferta de subproductos derivada de la matanza de tales reses montaraces influyó para que su precio se mantuviera relativamente estable (y en algunos casos con tendencia hacia la baja) en las minas de Chisquío durante el lapso comprendido entre 1605 y 1613, tal como puede inferirse de la lectura de la siguiente tabla.

Tabla 3. Precio de la arroba de carne y de los subproductos pecuarios en las minas de Chisquío


Fuentes: ACC, Signatura: 680 (Col. c1-4dt; ACC, Signatura: 689 (col. c1-4dt); ACC, Signatura: 8086 (Col.c1. 21dt), f. 1r; ACC, Signatura: 31 (Col. c1. 4dt), f. 6r.

Asimismo, la pujante actividad aurífera de aquellos años aceleró el ritmo de otorgamiento de grandes mercedes de tierras en el valle del Cauca durante las tres últimas décadas del siglo XVI para que se destinaran a la ganadería extensiva. Los repartos de grandes heredades en esta zona favorecieron especialmente a las opulentas familias de los Cobo, Astigarreta, Palomino, Rengifo y Barbosa, quienes se hallaban vinculados con el tráfico de ganados no solo hacia las áreas mineras aludidas sino también hacia Popayán y la Audiencia de Quito. En 1574, Diego Fernández Barbosa, quien unos años después se convertiría en el más importante comerciante de ganados vallecaucanos en las minas de Antioquia y en abastecedor del centro aurífero de Remedios (y quien estaba emparentado con grandes familias terratenientes de aquélla zona como los López de Ayala y los Lemos Aguirre), recibió del gobernador de Popayán, don Jerónimo de Silva, una merced sobre las entonces yermas y despobladas tierras ubicadas entre la quebrada de las Cañasgordas y el río La Paila (entre las jurisdicciones de Buga y Cartago) en donde llegó a poseer hasta veintiséis mil cabezas de ganado vacuno, montaraz en gran parte. Once años después aquel individuo expandió aún más su heredad con otra dádiva otorgada por dicho gobernador que comprendía terrenos ubicados entre los ríos Tuluá y Morales.72

Fernández Barbosa llegó a poseer otra estancia destinada para la crianza y ceba de reses en el norte del valle de Aburrá (los potreros de Barbosa) y fue dueño de mulas en las Sabanas de Cancán, las cuales vendía para las labores cotidianas en las minas de Los Remedios. Con los ganados que criaba en Buga, Aburrá o que les compraba a pequeños propietarios de Rionegro llevaba a cabo transacciones no solo con ayuntamientos sino también con particulares. En 1592, le vendió al minero Fernando Beltrán de Caicedo ciento diez novillos, a cinco pesos cada cabeza. Del mismo modo, vendía ganados en diversos parajes de la gobernación de Popayán. En 1606, dio poder a Pedro Venegas para vender mil cabezas en distintos lugares de este territorio, adquiridas todas por el capitán Pedro Velasco, quien residía en Cajibío.73

 

Gráfica 2. Producción aurífera en Anserma, 1606-1638


Fuente: Sluiter, The Gold and Silver… pp. 109-110, 119-124.

Y aunque la producción minera de la jurisdicción de Anserma padeció muchos altibajos durante la primera mitad del siglo XVII (tal como se aprecia en la gráfica anterior), de todas formas su relativa estabilidad material continuó siendo un incentivo para la producción pecuaria y manufacturera de Cartago, Buga, Cali y Roldanillo durante esos años. Los mineros y las cuadrillas de esa zona siempre dependieron de las mercancías y vituallas provenientes de estas dehesas, lo cual era facilitado no solamente por la corta, fácil y rápida comunicación fluvial entre uno y otro punto por pequeñas canoas que en aquel segmento recorrían el río Cauca, también porque ambos espacios se hallaban directamente comunicados por el camino real que conectaba la provincia de Antioquia con la gobernación de Popayán.74 Cientos de animales en pie y grandes recuas con mantenimientos llegaban constantemente a este territorio aurífero, a pesar de que algunos de sus mineros poseían en la cercana vega de Supía algún ganado vacuno para su autoabastecimiento y de que ingresaban cerdos desde la adyacente jurisdicción de Arma.

Para 1582, se calculaba que existían en los distritos auríferos de Marmato, Quiebralomo, Riogrande, Pícara y Mapura veinticuatro vecinos, cuyas cuadrillas sumaban más de mil esclavos. A esta población se agregaban algunos centenares de indios que laboraban en las minas a cambio de un jornal.En la visita practicada por el oidor Lesmes de Espinosa y Sarabia a dicha zona en 1627,75 se estableció que un negro o indio de mina llegaba a consumir media arroba de carne por semana; es decir, unas doce libras. Por lo tanto, es posible que para aquel entonces aquella mano de obra consumiera entre veinticinco y treinta reses a la semana, es decir, entre mil trescientos y mil quinientos sesenta novillos por año, cuyo costo por cabeza oscilaba entre seis y ocho patacones.

El período de la crisis de la minería aurífera: 1630-1680

Entre 1630 y 1670, como consecuencia de la aguda crisis de la actividad aurífera que golpeó el territorio neogranadino, decayó el comercio de ganado hacia los centros mineros anteriormente aludidos. Para entonces, solo se realizaron esporádicas sacas de ganado hacia esas zonas pauperizadas y semidesiertas, cuyos pocos habitantes estaban sumidos en la iliquidez y ahogados por las deudas. En general, descendió y emigró la mayor parte de la población de los distritos mineros y disminuyó el nivel de consumo, en parte como consecuencia de una expansión de las actividades agrícolas de autosubsistencia.

Por lo tanto, la capacidad de consumo de estas áreas se contrajo completamente por estos años, ya que a esta escasez de capital iban ligados otros dos fenómenos, como lo fueron el desplazamiento de la disminuida mano de obra esclava hacia otras zonas para llevar a cabo nuevos cateos y exploraciones de mineral y el cese de nuevas introducciones de cautivos puesto que sus precios se habían triplicado para ese entonces, ya que el valor de una sola pieza había pasado de doscientos a seiscientos pesos como consecuencia de la disminución de importaciones de esclavos que se produjo con la separación de Portugal y por la puesta en marcha del sistema de asientos implementado por la Corona, que había incrementado exponencialmente el costo de este tipo de mano de obra.

Como refiere Germán Colmenares, la interrupción de la trata de negros a partir de 1640 fue un golpe definitivo para los propietarios de Cáceres, Zaragoza y Remedios. Sin embargo, hacía muchos años que la introducción de esclavos se había reducido al mínimo y ya no bastaba para sustituir a los que se iban muriendo. En 1633 había apenas veinticinco propietarios con doscientos veinticinco esclavos en Zaragoza, allí en donde una generación atrás se habían contabilizado trescientos propietarios con casi cuatro mil negros cautivos.76 Al mismo tiempo, una porción considerable de la fuerza de trabajo que antes era ocupada en las minas fue transferida a laborar en sementeras, hatos y trapiches de miel para así disminuir los costos de una actividad económica que estaba rindiendo muy pocos dividendos, tal como había acontecido entre los vecinos de Popayán, Caloto, Barbacoas y Almaguer durante 1654, cuando le solicitaron a la Real Hacienda que les permitiera continuar pagando el veinteno en vez del quinto, pues se hallaban muy cortos de recursos pecuniarios para alimentar y vestir a sus cuadrillas, adquirir herramientas, pagar salarios de mayordomos, realizar los pagos forzosos de doctrinas y cancelar los derechos de corregimientos.77

Como puede observarse en las diversas peticiones enviadas al Consejo de Indias por los vecinos de Zaragoza, Cáceres y Anserma entre 1616 y 1647 (en las que constantemente se reiteraban las palabras “pobreza”, “carestía” y “disminución de caudales”), una vez concluido el período de apogeo aurífero se volvió insostenible para los mineros el ritmo de gastos que habían tenido hasta unos años atrás en la adquisición de mantenimientos, pertrechos y fuerza de trabajo esclava, todos ellos elementos que de por sí habían tendido a adquirir a precios muy elevados dadas las tremendas dificultades y altos costos que implicaban su transporte y distribución hacia estos destinos que dependían casi completamente de territorios foráneos para garantizar su subsistencia.78

La drástica caída demográfica de la mano de obra indígena (que tan solo en Cáceres en un lapso de quince años había sido de un 80%) no solamente había generado la ruina de los pocos encomenderos del área por la reducción de sus demoras (que para entonces percibían en oro en polvo), sino que había incidido en el aumento exponencial del precio del maíz, pues a su cultivo y cosecha había estado dedicada la mayor parte de la población indígena tributaria de aquellos contornos. Por eso, con la desaparición gradual de estos naturales también mermó una base importante de sustento agrícola. Asimismo, al escasear el oro los mineros fueron abrumados por las deudas y empeños que habían adquirido con mercaderes y tratantes, por lo que se vieron obligados a desplazar sus cuadrillas a otras zonas, a mudarse con sus capitales a otras poblaciones como Cartagena y Mompox, y a paralizar sus gastos de inversión en nueva mano de obra, herramientas de trabajo y cateo de nuevos yacimientos.

Lo poco que se lograba extraer en aquellos tiempos de crisis ni siquiera alcanzaba para sostener a unas cuadrillas que se iban reduciendo cada vez más y más por la muerte de sus miembros, su huida y cimarronazgo o su traslado masivo hacia otros espacios más promisorios, rentables y menos caros. Con el declive de la producción aurífera (que tan solo en Cáceres había mermado en un 65% en 1638) también se interrumpió el comercio y los mercaderes asistieron cada vez menos a estas poblaciones en bancarrota, pues ya no circulaba como antes aquel dorado mineral a cuya “voz de su abundancia se trajinaban las demás cosas”.79

Del mismo modo, en estos períodos adversos se incrementó el contrabando de este mineral, pues los mineros y mercaderes lo sacaban en polvo subrepticiamente para convertirlo en filigranas en la villa de Mompox o en la ciudad de Cartagena, lo que lógicamente agudizó la disminución de ingresos para la Real Hacienda. Como última esperanza para tratar de atenuar las crecientes necesidades les quedaba a los mineros esperar que el monarca los eximiera de pagar gabelas como la media anata, el derecho de puertos o que por lo menos les permitiera pagar el quinceavo o el veinteno en vez del quinto por derechos de fundición y ensaye. También se esperaba que cesaran las visitas a dichas poblaciones de jueces y oidores de la audiencia que tantos gastos generaban por concepto de pago de comisiones y salarios. Sin embargo, estas medidas a las que siempre accedía el monarca resultaban ser meros paliativos que no lograban sofocar el hambre y despoblamiento que padecían estos lugares ni frenar la espiral de endeudamiento en que los mineros se encontraban sumergidos.80

En 1678, en su escrito Descaecimiento universal de las provincias del Nuevo Reino de Granada de las Indias Occidentales, el oidor de la Audiencia de Santafé (don Antonio de Mata Ponce de León) le informó al monarca Carlos II que desde hacía varias décadas la economía neogranadina se encontraba en un notorio estado de postración dada la conjunción de factores como el colapso de la actividad aurífera, el hundimiento del comercio de perlas y esmeraldas, las rencillas internas que por entonces corroían los poderes civil y eclesiástico, y la hecatombe de la población indígena.81

Tal como se expresa fragmentariamente en otros manuscritos contemporáneos, este funcionario atribuía esta decadencia fundamentalmente al descenso de los naturales como consecuencia de su muerte o de su huida hacia territorios inexplorados o hacia la misma Audiencia de Quito. La permanencia de los servicios personales y otras extorsiones cometidas por encomenderos, doctrineros y corregidores (que violaban flagrantemente las Leyes de Indias) eran consideradas por entonces como las causas de la desaparición de aquella fuerza de trabajo libre que tan vital resultaba para el sostenimiento material del reino. Esta situación de escasez de fuerza laboral se había agravado por la imposibilidad de los mineros de acceder en su reemplazo a negros esclavos que pudieran explotar los recursos naturales, dada la pobreza y escasez de capitales que los aquejaba. Desde aproximadamente 1640 el sistema de asientos impuesto por la Corona había hecho que se triplicara el precio de cada pieza importada. Para remediar todo esto, Mata Ponce de León le propuso al rey que se implementaran varias medidas, tales como eliminar el sistema de asientos vigente, abrir los puertos de Maracaibo, Cartagena y Portobelo para la libre introducción de esclavos (estableciendo allí, eso sí, ministros que se encargaran de evitar la introducción de mercancías ilícitas), eliminar las encomiendas (y que los indios se pusieran bajo la potestad de la Corona), reparar a los encomenderos despojados con una renta perpetua y entregar las doctrinas al clero secular.

En ese momento se explicaba aquella crisis por un factor monocausal: la escasez paulatina y crónica de mano de obra. Y aunque esta apreciación un tanto subjetiva no era falsa, de todos modos desconocía otros aspectos generadores del problema estructural como lo eran el agotamiento del material aurífero superficial y las atrasadas técnicas de explotación y extracción imperantes. Por otra parte, tras aquellas explicaciones subyacía una generalización, pues señalar la hecatombe de la población indígena como la causa directa de la crisis no era completamente adecuado para aquel contexto y mucho menos hacerlo extensivo a todo el territorio neogranadino, tan heteróclito en cuanto a sus procesos de poblamiento. Los distritos auríferos que por entonces estaban eclipsados nunca habían dependido de la población indígena como fuerza laboral nativa (excepto para dedicarlos a ciertas tareas agrícolas), pues allí los naturales no fueron fáciles de doblegar, las enfermedades introducidas por los españoles causaron estragos entre ellos y los supervivientes se internaron en zonas recónditas. Debido a esto, las encomiendas tendieron a ser demasiado pobres y desde muy temprano aquellas zonas dependieron de la mano de obra esclava africana para explotar sus abundantes riquezas auríferas. Esa es la razón de que en los reclamos aludidos se le pidiera al Rey reiteradamente (entre otras cosas) que se pusieran en marcha estrategias para disminuir el costo de los cautivos y que se les adelantaran préstamos a largo plazo para poder adquirir negros bozales durante esa difícil coyuntura.

 

En cuanto a la falta de innovaciones técnicas que permitieran aumentar las ganancias o por lo menos continuar con una explotación relativamente rentable, los mineros de las gobernaciones de Popayán y Antioquia se vieron obligados a explorar nuevas zonas, un proceso que llevó a la expansión de la frontera minera con la conquista del Chocó y el poblamiento de los altiplanos de Los Osos y Rionegro en Antioquia. La explotación económica de estos territorios fue designada por Germán Colmenares como el segundo ciclo del oro. La anterior crisis, sin embargo, no implicó el total abandono de los distritos del cañón del río Cauca, ya que muchos de ellos continúan en explotación activa hasta hoy.82

Ante la escasez de oro circulante, en esos años se presentó un proceso de desmonetización en los intercambios y se retornó a una especie de economía natural pues predominaron las transacciones a través del trueque.83 Por ello, fue frecuente que las raras sacas de ganado provenientes del valle del río Cauca se permutaran en los mercados por esclavos (como sucedía en la provincia de Antioquia), por arrobas de sal, y por telas y géneros elaborados muchos de ellos en los obrajes de Quito. Al respecto, resulta muy significativo que durante la segunda mitad del siglo XVII solo aparecieran registrados o simplemente aludidos en diversas fuentes manuscritas del período (tales como protocolos notariales y actas del cabildo) ocho negocios que daban cuenta del arribo de algunos ganados vallecaucanos a la provincia de Antioquia. Y para este mismo lapso de tiempo no aparece asentado en los libros de sisas y alcabalas ningún pago generado por la introducción de ganado forastero, una mercancía por la cual debía pagarse por cada cabeza un tomín de oro según lo estipulado por el cabildo de la ciudad de Antioquia en 1640.

En general, durante este largo período de crisis de la actividad aurífera neogranadina la oferta pecuaria vallecaucana en vez de estancarse ante el cese de la circulación de oro acuñado y en polvo se orientó en mayor proporción hacia los territorios meridionales de la Audiencia de Quito o bien se adaptó a las lógicas y dinámicas de una economía carente de moneda circulante. Al mismo tiempo, al parecer los entonces debilitados centros mineros de la provincia de Antioquia se enfrascaron en una economía casi autárquica pues el ganado que requerían llegaba desde los centros pecuarios domésticos, donde muchos de los mineros de entonces habían establecido sus propias empresas agropecuarias. Entonces, hubo una expansión de la economía natural, un posible proceso de ruralización, un predominio en la zona antioqueña de una economía de autosubsistencia y una diversificación de las actividades agrícolas. De forma paralela se efectuó la apertura de nuevas fronteras mineras, que actuaron después como focos de atracción y nuevos centros de demanda de los productos pecuarios payaneses.

Por ende, durante ese medio siglo de crisis emergieron otros mercados alternativos para la actividad pecuaria de los extensos pastizales de la parte meridional del valle del río Cauca, como lo fueron la ciudad de Popayán (y algunas minas de su jurisdicción), Ibarra y Quito. Al mismo tiempo, la oferta de ganados vallecaucanos en la Audiencia de Quito se vio estimulada no solamente por el paulatino crecimiento de su población indígena a lo largo del siglo XVII sino también por las compras efectuadas por el colegio jesuita y el convento de La Merced de esta capital, ya que resultaban necesarios tanto para repoblar sus hatos como para revenderlos en la carnicería pública de la ciudad y proporcionar varias semanas de su abasto durante el período de carnal.

Al mismo tiempo, la circulación en la sierra central ecuatoriana de plata peruana que llegaba allí a cambio de los tejidos de sus obrajes (que por entonces estaban en auge) y de los cueros curtidos de carnero que se exportaban hacia los Andes meridionales era otro factor que atraía a criadores y tratantes de ganados de la gobernación de Popayán, al igual que a mercaderes neogranadinos (muchos de ellos cartageneros) que se apropiaban de aquella moneda con la venta de ropas de Castilla. La plata que circulaba en Quito en reales, patacones y tostones llegaba desde la ciudad de Lima y había sido labrada en las cajas de Potosí. Era utilizada por los vecinos, indios naturales y forasteros para todo tipo de comercio y contrataciones. Con este mineral circulante amonedado se compraban los bastimentos necesarios para el sustento cotidiano, se costeaban salarios, se pagaban los tributos reales y se cancelaban las alcabalas y otros derechos de la Real Hacienda.

A lo largo de esta primera exposición se ha demostrado la transcendencia de la actividad pecuaria en la economía, la vida cotidiana y la cultura material tanto de los centros urbanos como de los centros mineros, lo que motivó la temprana regulación de su consumo y usufructo por parte de los cabildos. Con respecto a estos últimos polos de crecimiento caracterizados en el Nuevo Reino de Granada por su transitoria y frágil vida productiva probamos que durante sus períodos de auge no solo impulsaban el asentamiento, la colonización y la apertura de nuevas fronteras, sino que también estimulaban la llegada masiva de una población sedentaria y estacional que demandaba para su subsistencia grandes cantidades de ganado en pie y materias primas provenientes desde muy heterogéneos espacios geográficos.

En particular, se señaló que durante la primera fiebre minera de la explotación aurífera neogranadina (que tuvo como epicentro a varias localidades de la provincia de Antioquia) y al ser espoleados por la amplia capacidad de gasto y de consumo de los mineros y por la amplia circulación de oro en polvo y amonedado, en esta área se comercializaron grandes volúmenes de bovinos, porcinos y sus respectivos subproductos provenientes desde la gran área de pastizales del valle geográfico del río Cauca, la meseta de los Pastos, las sabanas aluviales del Bajo Magdalena y los valles interandinos de Aburrá y Rionegro. El acrecentamiento de la demanda ganadera en tales distritos mineros provocó que en algunas de estas zonas de pastizales se sacrificaran los millares de animales cimarrones que entonces las ocupaban y que se acelerara la creación de nuevas unidades de producción mediante el otorgamiento de mercedes de tierras.

Mapa 3. Núcleos del consumo pecuario y epicentros de la producción ganadera


Fuente: Elaboración propia.

Pero este optimista panorama fue nublado con la grave crisis de la economía aurífera que comenzó a manifestarse en la década de los treinta del siglo XVII y que se expandió hasta las postrimerías de esta centuria, la cual fue provocada por diversos factores internos y externos como las atrasadas técnicas de extracción de mineral, el agotamiento del material aurífero superficial y el incremento en el costo de la mano de obra provocado por la separación de Portugal y la entrada en vigencia del sistema de asientos. La capacidad de gasto de los mineros de aquellas áreas se fue a pique y muchos de ellos se encontraban sumergidos en una opresiva espiral de endeudamiento. Las cuadrillas de negros esclavos (otrora numerosas) se fueron reduciendo por el alto índice de mortalidad y de fugas o fueron paulatinamente desactivadas o manumitidas por sus amos puesto que no podían acarrear con los altos costos e inversión de capital que implicaba su mantenimiento.84 Ante semejantes situaciones adversas, se interrumpió gradualmente la venta de ganados en estas zonas pauperizadas. A su vez, ante el cese de esta oferta los mineros se vieron constreñidos a marcharse hacia otros territorios más promisorios, a concentrarse en actividades económicas de autosubsistencia o a diversificar sus actividades productivas para así evitar la adquisición de nuevos débitos con los mercaderes. Los raros intercambios comerciales de esa época se hacían con auxilio del trueque.

Ante el eclipse de estos mercados se modificó el rumbo hacia el cual se dirigía la producción pecuaria excedente de las dehesas del río Cauca. Sus grandes manadas de bovinos fueron orientadas casi totalmente hacia las áreas urbanas de la Audiencia de Quito, donde el crecimiento acelerado de la población, la compra masiva de semovientes efectuada por algunas comunidades religiosas y la crisis de mantenimientos cárnicos habían incrementado el costo del ganado en pie y de la arroba de carne. Al mismo tiempo, este mercado eminentemente urbano se hizo muy atractivo para los criadores y tratantes de las llanuras de la gobernación de Popayán pues a cambio de sus ganados podían insertarse en los circuitos de la plata y de los tejidos que por entonces predominaban en aquel fragmento de los Andes meridionales. De modo que, ante la interrupción de la demanda en los mercados mineros, la actividad pecuaria no menguó, ni se vio enfrentada a una recesión, ni mucho menos cesó en su ritmo de crecimiento.