Eslabones del mundo andino

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En este estudio también se usaron críticamente las fuentes publicadas o impresas. Entre ellas fueron de especial relevancia las relaciones geográficas de los siglos XVI y XVII que describían las Audiencias de Quito, Santafé y la gobernación de Popayán. También se consultaron las que provenían del virreinato del Perú (recopiladas por Marcos Jiménez de la Espada), pues no hay que olvidar que una enorme porción de los Andes septentrionales estuvieron incluidos dentro de su jurisdicción. Y es que para el historiador que se adentra en aquellos períodos tan tempranos es necesario comprender muy bien las divisiones administrativas y eclesiásticas de aquel entonces (con todo su entramado de yuxtaposiciones) pues esta es una herramienta de imprescindible ayuda en la fase heurística de la investigación, ya que posibilita realizar la búsqueda de fuentes con rigor, eficiencia y ahorro de tiempo. Tales relaciones geográficas son documentos de gran valor informativo (no solo para los historiadores sino también para los estudiosos de otras disciplinas), pues proporcionan datos y ofrecen pistas sobre la demografía, cultura material, recursos naturales y articulaciones económicas de las áreas que se seleccionaron como objeto de estudio. Así mismo, este tipo documental muchas veces dio cuenta de las transformaciones del espacio y el aprovechamiento del ecosistema efectuados por los hombres de aquellos tiempos pretéritos.

Estado de investigación

Simultáneamente, este escrito se apoyó en ciertos textos que hacen parte tanto de la historiografía colombiana como de la ecuatoriana. De la primera se aprovechó alguna información fragmentaria ofrecida en algunos libros y publicaciones periódicas que abordan tangencialmente la actividad pecuaria. De este sector económico durante el período colonial hay algunos apuntes en obras que se han concentrado en el estudio de la actividad minera,18 algunas haciendas coloniales,19 las empresas agropecuarias de los jesuitas,20 los modos de alimentación y prácticas de consumo de algunas poblaciones,21 el funcionamiento del sistema de abasto santafereño,22 la producción agropecuaria de los valles del Magdalena y del Cauca,23 la historia socioeconómica de los llanos orientales24 y recientemente algunas visiones panorámicas del devenir de la ganadería en Colombia desde los tiempos de la conquista hasta nuestros días.25 Casi todas ellas se han concentrado en el siglo XVIII (en particular en su segunda mitad), y muy pocas se remiten a períodos más tempranos. En general, cualquier referencia a la centuria decimoséptima casi siempre está ausente. Asimismo, la mayor parte de estos textos se circunscribe a ciertas regiones o jurisdicciones y otra porción mucho menor se limita a los márgenes del actual territorio nacional. En general, gran parte de este material bibliográfico se consultó (junto con otros textos provenientes de otros espacios del mundo iberoamericano y de la América Anglosajona) en la biblioteca Daniel Cosío Villegas (El Colegio de México), la Biblioteca Luis Ángel Arango (Bogotá, Colombia), la Biblioteca Nacional de Colombia (Bogotá), la Escuela de Estudios Hispanoamericanos (Sevilla, España), el Instituto Iberoamericano (Berlín, Alemania), entre otras.

A grandes rasgos, pudimos constatar que, a pesar de la existencia de esta información bibliográfica tan dispar, no hay trabajos serios y visiones holísticas de historia sobre la ganadería en la conquista y la colonia, y que aún siguen siendo muy exiguas las obras que abordan el estudio del abasto y aprovisionamiento de las villas y ciudades neogranadinas. En otras palabras, no existe una visión sistemática del conjunto de la economía agrícola y pecuaria en el Nuevo Reino de Granada durante los siglos XVII y XVIII (en su estructura y funcionamiento) producto de la investigación detallada de los archivos. Tampoco han sido utilizadas apropiadamente las fuentes manuscritas para la reconstrucción del mundo agropecuario del período colonial, y por ello no hay trabajos sobre las alteraciones medioambientales generadas por la introducción de la actividad ganadera en aquellos ecosistemas, no existen estudios sobre las plagas de langosta y la epizootias que diezmaron el hato vacuno en aquellos años y están apenas en pañales los análisis sobre las sequías y alteraciones meteorológicas que afectaron a tal sector productivo en determinados territorios. Igualmente, sobre algunas industrias de transformación de materias primas pecuarias hay tan solo unos tímidos atisbos, son exiguos los trabajos que se concentran en el impacto de la cría de cabras y chivatos en la economía de los pueblos de indios del altiplano muisca y en cuanto a análisis sobre los diezmos (y su importante rol en la evaluación de la producción agropecuaria) solo hay una vieja tesis doctoral norteamericana limitada a la segunda mitad del siglo XVIII.26

Fuera de ello, la historiografía colombiana insiste en aferrarse a dos paradigmas que continúan limitando el análisis histórico de estas economías precapitalistas. El primero es la anacrónica imposición de las divisiones nacionales en muchos de los estudios de historia económica colonial y en otros casos la estricta delimitación de las investigaciones a las anteriores jurisdicciones administrativas o a solo un fragmento de estas. Pareciera como si se temiera vincular estos territorios con los espacios vecinos, establecer estudios comparativos con otras áreas del espacio iberoamericano y abandonar la comodidad (y dispendio en recursos financieros) que implica llevar a cabo estudios circunscritos a más vastas escalas. Esto ha provocado la invisibilización de las sinergias materiales (y de otra índole) que estableció el Nuevo Reino de Granada con el resto del conjunto de las Indias Occidentales y tal ensimismamiento ha impedido la clara percepción de las particularidades, similitudes y contrastes de esta área en el marco del orbe indiano.

El segundo es la marcada tendencia a caracterizar (sin suficientes indicios) la economía de aquel segmento de los Andes septentrionales como fragmentada internamente en espacios aislados unos de otros, que al modo de islotes o archipiélagos estaban sumidos exclusivamente en mezquinas prácticas autárquicas o de simple autosubsistencia y que, por ende, carecían casi completamente de cualquier contacto entre sí. Tras esta percepción subyace no solo un peligroso determinismo geográfico sino también una serie de maniqueas generalizaciones que han menospreciado ciertos renglones productivos que –como el comercio de ganados– establecieron redes internas que vinculaban a muy heterogéneas áreas geográficas, permitieron a sus agentes articularse con otros circuitos materiales (algunos de ellos de dimensiones interprovinciales e intercoloniales) y brindaron a los individuos alicientes para superar las barreras geomorfológicas que los condenaban al encierro. Así mismo, este lugar común (que en parte se ha transformado en un estorbo cognitivo) ha subestimado tanto la capacidad de aquellos hombres para sobreponerse a los condicionamientos del medio físico como la extraordinaria movilidad de los seres humanos y de las mercancías a lo largo y ancho del espacio del mundo andino. Por todo esto, hoy en día es necesario confrontar, refutar y transgredir este mito fundacional (reproducido a lo largo de varias generaciones) que ha imposibilitado comprender los múltiples matices y claroscuros de la economía colonial neogranadina. Salvo por unas cuantas alusiones y por ciertas investigaciones que recientemente han incursionado en el análisis de la vinculación de Cartagena de Indias con el espacio histórico caribeño,27 en general la historiografía colombiana carece de obras académicas que relacionen el espacio neogranadino con otros ámbitos de la monarquía hispánica, especialmente con el dinámico mundo andino meridional, esto es, con la Audiencia de Quito y el virreinato del Perú.

Las dificultades orográficas del territorio, su enorme extensión, su baja densidad demográfica y la escasa capacidad de consumo de la mayor parte de esta población han sido algunas de las razones expuestas para defender esta tesis. El historiador Guido Barona Becerra en su libro La maldición de Midas en una región del mundo colonial (1730-1830) ha expresado que la fragmentación política y la marcada autonomía de las elites locales (derivadas del poco control ejercido por la Corona) incidieron en esta propensión hacia el aislamiento, en particular en la gobernación de Popayán. A ello se añade la existencia de grandes espacios vacíos en esta provincia o de áreas carentes de la vida en “policía”, establecidos por los parámetros poblacionales hispánicos. Así mismo, el control de su elite regional sobre las haciendas y las minas (que le permitió monopolizar la actividad comercial, evitar la entrada de competidores externos y captar la mayor parte del oro en polvo) así como el carácter “espasmódico” de la producción minera (y por ende la carencia de “mercados dinámicos”) remarcaron esta tendencia hacia la insularidad y la autosuficiencia. Por eso, para este autor, el flujo y movilidad de mercancías en dicho espacio y por aquel entonces era sumamente reducido, casi inexistente.28

 

Esta es, sin duda, una perspectiva simplista que desdibuja las relaciones económicas interprovinciales de los Andes septentrionales a fin de no refutar los viejos cánones y las ideas preconcebidas. Es una visión que castra la capacidad expresiva de los datos empíricos para así amoldarlos y hacerlos encajar forzosamente a miopes modelos explicativos. De igual modo, este es un enfoque que niega la capacidad de las economías subrepticias e informales (o que se ejercían tanto al margen del control del poder real como de las autoridades locales) para integrar y vincular grandes espacios geográficos, y, como si esto no bastara, no solo menosprecia la capacidad del ganado de trasladarse por sí mismo hacia los epicentros que lo demandaban (y ello a pesar de su poca regularidad estacional), sino que también subestima su papel en la conformación de encadenamientos productivos que lo hacían rentable tanto para sus productores como para sus distribuidores. Además, por medio de tales conjeturas no se advierte la capacidad de los centros mineros neogranadinos (a pesar de su inestabilidad) y de las zonas urbanas de generar efectos económicos de arrastre, y ello aunque no hubieran alcanzado las magnitudes (productivas y demográficas) de los ejes coordinadores altoperuanos. Por último, dichas elucubraciones desdeñan las densas relaciones económicas que a través del ganado en pie y sus productos derivados se establecieron entre los valles del Cauca y del Magdalena con Quito a lo largo del siglo XVII, lo que en parte se explica ora porque el autor no alude a la superposición jurisdiccional de la gobernación de Popayán mencionada anteriormente, ora porque ignora u omite los enlaces establecidos entre esta área con los Andes meridionales.

En cuanto a la historiografía ecuatoriana, en una situación de abandono similar se encuentran los estudios sobre este sector productivo. Los pocos escritos existentes versan sobre la comercialización de ovinos y sus materias primas hacia el Perú, y de cómo este ganado menor suplantó a los camélidos durante el siglo XVI en parte debido al despegue de la producción textil en los obrajes de la sierra norcentral.29 Así mismo, en años recientes se han realizado estudios sobre los gremios de artesanos de la Audiencia de Quito, en los que se resalta la importancia de la manufactura de cueros sobre todo en la jurisdicción de Cuenca tanto para proveer a las zonas mineras adyacentes como a la distante plaza de Lima.30 En otros estudios históricos generales sobre este corregimiento se han destacado la importancia de sus tenerías, el comercio local de carne vacuna y la exportación de reses, cerdos y caballos hacia Riobamba, Quito y el Perú durante la segunda mitad del siglo XVI.31 Unas cuantas anotaciones sobre el renglón ganadero yacen diseminadas en obras que se han concentrado en explorar diversos temas tales como la producción minera interna de este territorio,32 el desarrollo del sector textil,33 las propiedades y negocios de los jesuitas,34 el crecimiento demográfico del altiplano durante el siglo XVII,35 los grupos de poder local36 y las dinámicas del comercio doméstico.37

En general, resulta sorprendente que, a pesar del loable esfuerzo del Archivo Metropolitano de Historia por transcribir, compilar y publicar las actas capitulares de Quito (de los siglos XVI y XVII) y de la riqueza documental del Archivo Nacional del Ecuador, no existan trabajos que aborden el funcionamiento del abasto cárnico de esta capital durante el período colonial, las pautas del consumo alimenticio de sus habitantes, el proceso de absorción y desaparición de sus ejidos y mucho menos sobre el tráfico de ganado mayor y menor que estimulaba esta ciudad desde espacios internos y externos a su jurisdicción. Asimismo, no existe aún una obra académica que profundice en los lazos económicos de la Audiencia de Quito con las zonas mineras y centros pecuarios neogranadinos, pues de ello solo hay unas breves anotaciones realizadas por Lane, Estupiñán Viteri y Borchart de Moreno en sus respectivos libros.

A grandes rasgos, es notoria la existencia de un desbalance en la historiografía económica ecuatoriana, pues se les ha dado un papel muy relevante a los mercados del virreinato del Perú como centros de absorción de su producción interna (ovinos, cueros, tejidos, etc.) mientras los neogranadinos han sido simplemente desdeñados en particular para el período anterior a 1680. De este modo, la gobernación de Popayán (cuya porción meridional conformaba la parte norte de esta Audiencia) ha sido vista como un espacio accesorio solo importante para este centro administrativo por cuanto aportaba una cantidad considerable del oro que ingresaba a su caja real. Por otra parte, la demanda de los textiles producidos en la sierra quiteña en los campamentos mineros de esta provincia y que desde Popayán eran redistribuidos hacia el valle del Cauca, el Alto Magdalena y la provincia de Antioquia (y que llegaban a trocarse por ganado mayor) solo es mencionada por la emergente relevancia que adquirió cuando decayeron las exportaciones hacia el Altoperú a finales del siglo XVII.38 Y casi ninguna información existe sobre la dependencia de Quito respecto de la producción pecuaria proveniente desde los valles intramontanos neogranadinos a lo largo del siglo XVII y principios del XVIII, ni ha sido destacado el papel crucial que desempeñaron la villa de Ibarra y sus llanos de Cayambe como espacios de acopio, ceba y reventa de aquellos vacunos forasteros que se destinaban a abastecer a la capital de esta audiencia y su área de influencia. Tampoco se ha abordado el rol de la Audiencia de Quito como espacio redistribuidor de mercancías peruanas (y extranjeras) hacia los centros mineros neogranadinos (en particular hacia aquellos que protagonizaron el segundo ciclo de auge aurífero) y se ha subestimado su papel como eje de contacto entre las economías auríferas y argentíferas de los Andes septentrionales y meridionales.

Excepto por los trabajos de unos cuantos académicos estadounidenses, las actuales historiografías colombiana y ecuatoriana no han traspasado la actual frontera internacional demarcada por el puente de Rumichaca, y por ende han sido invisibilizadas las vigorosas relaciones de intercambio y reciprocidad que existían por aquel entonces entre ambas audiencias y sus respectivas jurisdicciones. Uno de los aportes del presente libro consiste en establecer vínculos y conexiones entre las economías quiteña y neogranadina por medio del estudio de un elemento que llegó a articular un espacio con el otro: el comercio pecuario. A la par, el presente estudio señala otros fenómenos que propiciaron intensas relaciones entre ambos espacios (y que hasta hoy son el embrión de futuras investigaciones) como lo fueron la circulación del oro neogranadino, el movimiento de la plata peruana, la distribución de los tejidos quiteños, el flujo de mercancías peruanas en el territorio chocoano a través del tráfico transpacífico y las redes diádicas, clientelares, profesionales y políticas que se tejieron entre neogranadinos y quiteños.

Plan de trabajo

Para la elaboración de esta investigación su autor se ha divorciado de los rígidos enfoques tradicionales ya señalados, escudriñó acervos documentales a uno y otro lado de las enunciadas fronteras nacionales y recorrió este espacio para tratar de comprender el alto grado de dinamismo e integración que tuvo durante el marco temporal delimitado. Además, con el auxilio de las herramientas y técnicas aludidas, se ha intentado iluminar terrenos de investigación que habían sido omitidos, olvidados o minimizados por el peso de esquemas conceptuales reduccionistas. Como resultado de este proceso heurístico y hermenéutico, se ha producido un texto compuesto por seis grandes capítulos que fueron organizados por parejas en tres grandes líneas temáticas.

En los dos primeros capítulos se estudian las características, vicisitudes y magnitudes del abasto cárnico en los dos grandes ejes coordinadores (distritos mineros y centros urbanos) que –por las funciones ya citadas– estimularon la producción y el comercio pecuario (al igual que la proliferación de algunas industrias subsidiarias) en los valles interandinos del río Cauca y la cuenca superior del Magdalena. Junto con esto, se analizan las pautas de consumo imperantes y se delimitan los espacios con los que establecieron articulaciones. Asimismo, se escudriñan los factores que provocaron diversas oscilaciones en los precios del ganado en pie y sus productos derivados y se mencionan algunas de las rentas e ingresos generados por la comercialización de la carne, el sebo y los cueros.

En el tercer capítulo se exploran algunos de los diversos sujetos que conformaban la cadena de la distribución. Es decir, aquí se examina la red de tratantes y agentes intermediarios que (con auxilio de sus conocimientos empíricos y relaciones clientelares) enlazaban las zonas de producción pecuaria con las de consumo. Además, se abordan los diferentes sistemas de pago y medidas de valor que permitieron la circulación del ganado desde unos sectores hacia otros en una economía que se caracterizaba por estar muy poco monetizada. Por tal razón se enfatiza en la utilización recurrente del oro en polvo para llevar a cabo este tipo de transacciones. En el cuarto capítulo se examina el sistema de caminos por los que se llevaba a cabo el tráfico pecuario y de otras mercaderías. Se señalan las dificultades que debían superarse habitualmente a lo largo de estas redes viales, las estrategias cotidianas que se implementaban para trasladar los hatos de vacuno hacia los mercados y los diferentes gastos que exigía el transporte de tales semovientes. A la par, se aborda el comercio clandestino de vacunos desde las dehesas del Alto Magdalena hasta Popayán y Quito a través del territorio de los indios paeces y los esfuerzos de las autoridades santafereñas para frenarlo puesto que iba en desmedro del abasto ganadero cotidiano de esta capital.

Los dos últimos capítulos hacen hincapié en los factores constituyentes de las diversas heredades de producción pecuaria existentes tanto en las llanuras del río Cauca como en las del Alto Magdalena. Se analizan entonces los rasgos geomorfológicos de cada uno de estos espacios así como algunos de los elementos que incidieron en el surgimiento de estancias ganaderas en estas áreas. También se alude a las características de la mano de obra, a los sistemas de trabajo imperantes y a los principales capitales que conformaban estas unidades de producción, y se examinan los múltiples sucesos coyunturales que llevaron a que durante la primera mitad del siglo XVIII la producción ganadera del valle del Cauca diversificara su actividad productiva y a que los pastizales de los valles de Neiva, Timaná y La Plata comenzaran a ocupar un papel secundario en el aprovisionamiento cárnico de Santafé.