Etiopía

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Z serii: Petit Futé
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Población e idiomas

Población

Demografía. Estimada en 105 millones de habitantes en 2018, la población etíope podría alcanzar los 185 millones de aquí a 2050. Con una tasa de fertilidad del 4,5 % y una tasa de crecimiento demográfico del 2,5 %, Etiopía es uno de los países con mayor crecimiento demográfico, y también uno de los de mayor densidad de población, con 108 habitantes/ km2. Sin embargo, y a falta de una política eficaz contra el sida, esta cifra podría reducirse considerablemente. La población está compuesta por una proporción casi idéntica de hombres y mujeres, cuya esperanza de vida es de 62 y 65 años, respectivamente. La población es muy joven, la edad media es de 19 años, y también muy pobre (aproximadamente un tercio vive por debajo del umbral de pobreza). Entre los jóvenes de entre 15 y 24 años, el 63 % de los chicos sabe leer y escribir, frente al 47 % de las chicas.

Distribución étnica. Etiopía está formada por multitud de grupos diferentes, a menudo divididos en varios subgrupos, que hacen del país un verdadero mosaico de pueblos, muchos de los cuales carecen de rasgos comunes. De los casi 80 grupos recogidos en fuentes oficiales, hay tres mayoritarios que representan más de dos tercios de la población: los oromo (con casi el 40 %), los amhara (30 %) y los tigrayas (alrededor del 6 %), siendo estos dos últimos muy próximos en cuanto a cultura. Les siguen los sidama (9 %), somalíes (6 %), afares (4 %) y gurage (2 %). El resto de la población está formado por decenas de micropoblaciones, muchas de las cuales corren el riesgo de desparecer porque no reúnen más que unos pocos miles de individuos, como los karos, de los que solo quedan 1500 miembros.

Idiomas, escritura y alfabeto

Los etíopes actuales pertenecen a la familia cusita. Etiopía ha recibido profundas influencias semíticas. La mayoría de las lenguas y los múltiples dialectos que se hablan en el territorio pertenecen a una de las tres ramas de la familia afroasiática: semita, cusita y omótica.

Grupo semita. La lengua clásica etíope, el ge’ez, es una lengua puramente semítica emparentada con el árabe, el hebreo y el arameo. Desapareció de la cultura oral hacia el siglo X (entre 900 y 1200, según los expertos), pero siguió siendo una lengua culta y literaria hasta el siglo XIX y aún hoy es la lengua litúrgica de la Iglesia etíope. El tigraya, que se habla en el norte del país y en Eritrea, es la lengua semítica más pura, mientras que el amárico, que se ha impuesto como lengua oficial, está muy influenciado por el cusita. Ocurre lo mismo con el gurague y harari, enclaves semíticos en territorio oromo que con el tiempo han absorbido muchos rasgos cusitas.

Grupo cusita. El oromifa es el idioma cusita dominante y utiliza el alfabeto romano. Además de los oromos, afares, sidamos y somalíes representan los mayores grupos cusitas. Los boranas, konsos, dassanetch y hameres en el sur, así como los agaw, aislados en el norte en un país semita, pertenecen a este grupo lingüístico.

Grupo omótico. Emparentadas con las lenguas cusitas, las lenguas omóticas, probablemente presentes en un territorio más extenso antes de la expansión oromo, se concentran hoy en el valle del Omo. Incluyen multitud de idiomas y dialectos, entre ellos el bana, el ari o el karo.

Otros grupos. Los grupos anuak, nuer y surma, concentrados principalmente a lo largo de la frontera sudanesa, hablan lenguas nilóticas emparentadas con el grupo de lenguas nilo-saharianas.

Escritura y alfabeto. Etiopía es el único país africano con alfabeto propio, que es la base del amárico moderno. Adaptado primero al alfabeto arábico, que solo recogía consonantes sin vocales, la escritura etíope cambió para convertirse en un silabario. Hay 34 caracteres básicos (veintiséis clásicos, más seis que aparecieron con la evolución del idioma), cada uno de los cuales representa una sílaba. No hay vocales, pero los cambios en la forma de los caracteres marcan las vocalizaciones. Cada carácter tiene siete vocalizaciones, con lo que para poder leer y escribir en amárico hay que memorizar 238 caracteres. Eso sin tener en cuenta algunas combinaciones adicionales para los diptongos como wa. Si a esto añadimos que nuestra escritura es incapaz de reproducir correctamente los sonidos del etíope, que muchos sonidos son muy parecidos y que otros parecen en principio impronunciables, la tarea es difícil. Sin embargo, los etíopes aprecian sobremanera que los extranjeros conozcan unas pocas palabras y frases básicas. Los contactos espontáneos se multiplican y el trato es aún más amable y acogedor. Además, estas palabras pueden hacer que sea más fácil deshacerse de las personas no deseadas y regatear bienes y servicios a precios justos.

Estilo de vida

Nacer en Etiopía significa muchas cosas, dependiendo de si uno es de las altas mesetas o de las regiones periféricas, cristiano, musulmán o animista, sedentario o nómada, y, por último, si proviene de zonas rurales o urbanas, pues ello implica estilos de vida muy diferentes y, a veces, costumbres opuestas. Sin embargo, todos estos pueblos pertenecen a la entidad nacional etíope y crean vínculos que van desde lo más distendido a relaciones estrechas entre pueblos.

Vida social

Nacimiento y edad. Un niño etíope tiene más de un ochenta por ciento de posibilidades de nacer en un entorno rural. En condiciones de bienestar, higiene y alimentación que suelen ser mínimas, la primera batalla es la supervivencia en un lugar en el que la tasa de mortalidad infantil es de casi 47 muertes por cada 1000 nacimientos. Para muchos el nombre recibido es un signo de afiliación religiosa, que permite distinguir entre musulmanes, con nombres de influencia árabe, y cristianos, entre los que hay muchas referencias bíblicas. Así, Belén, Betel (casa de Dios), Yordanos (Jordania), Gabra Christos (obra de Cristo) o, más simplemente, Petros, Paulos y Mariam son comunes. Aún más típico, muchos nombres tienen su propio significado, que se supone que debe determinar el carácter de la persona o incluso glorificarlo: Abebe (ha florecido), Tadesse (ha sido restaurado), Abera (el que ilumina), Getachew (el líder, el guía), Teferi (el que tememos). Pero el primer nombre también puede tener su origen en acontecimientos durante el embarazo o el parto, por lo que Aschenek (el que causó dolor) recordará un parto difícil. Es común a todos que el apellido del padre se una al nombre de la persona de forma patronímica, con lo que se suele llamar a la gente por su apellido, que define su verdadera identidad. En las tribus animistas es común que los niños reciban un segundo nombre del bestiario o que esté vinculado a elementos naturales. Entre las poblaciones nómadas, para las cuales el ganado es la riqueza suprema, el segundo nombre suele ser el de un bovino o un término que caracteriza el color del pelaje de una vaca. Según el ritual ortodoxo, se bautiza a un niño cuarenta días después de su nacimiento (ochenta días si se trata de una niña) y, aunque la religión no lo menciona expresamente, es probable que sea circuncidado por tradición, como en casi todo el país. Aunque algunas etnias del valle del Omo no practican la circuncisión, otras la acompañan de rituales colectivos que reconocen al niño en la estructura social del grupo. Entre los afar, los kereyu o los somalíes, « en el mejor de los casos » las niñas padecerán la escisión, y en el peor la infibulación, prácticas mutiladoras que pueden llevarse a cabo hasta una edad avanzada. Para algunos cristianos que lucen una cruz en la frente y en muchos grupos étnicos donde los motivos son decorativos, la adolescencia es el período de escarificación que marca el orgullo de pertenecer a un grupo. Frente y mejillas llenas de cortes y busto y espalda repletos de pequeñas cicatrices son marcas de coraje y resistencia al dolor, y se muestran como un documento de identidad imborrable que determina los orígenes de cada uno.

Educación. Dado que la sociedad etíope es esencialmente rural, el trabajo infantil es una necesidad desde una edad temprana e incluso la educación primaria se percibe a menudo como innecesaria, sobre todo para las niñas. Con los reyes, la política educativa se limitaba a la formación de altos cargos y la educación de las masas no comenzó hasta después de la revolución de 1974. Según las cifras de UNICEF, alrededor de la mitad de los niños/as acude a la escuela primaria, pero solo el 26 % de los niños y el 19 % de las niñas sigue asistiendo a la escuela secundaria. Aunque la escuela es obligatoria, no consigue dar cabida a todos, a pesar de los grandes esfuerzos del Gobierno en los últimos años para construir nuevas escuelas en el campo. Para muchos niños, la gran distancia hasta la escuela es un obstáculo para la escolarización. Casi dos tercios de la población menor de 20 años está alfabetizada, pero las diferencias entre las zonas urbanas y rurales siguen siendo sorprendentes, y se dice que la capital posee más de la mitad de todas las escuelas. Más de una docena de universidades, incluida la de Adís Abeba, fundada por Haile Selassie en 1961, acogen a estudiantes de todo el país. Las mejores facultades se encuentran en Adís Abeba y suelen acoger a estudiantes de las clases acomodadas, algunos de los cuales continuarán sus estudios en el extranjero. El Gobierno ha invertido mucho en educación en los últimos años, pero la calidad de la formación es deficiente. El país cuenta con una universidad ortodoxa paralela que acoge a un número reducido de estudiantes. Un niño puede decidir abandonar a sus padres para asegurar su educación con un maestro tradicional o en un monasterio. Hasta hace poco esta enseñanza combinaba un entrenamiento espiritual estricto con la privación material que obligaba a cada estudiante a mendigar diariamente en las aldeas de los alrededores. Este tipo de formación, que depende de la Iglesia, siempre ha preservado la cultura cristiana del país en su forma original. Para los musulmanes, la escuela coránica suele completar la educación clásica y es aquí donde se introduce el árabe a través de la lectura del Corán.

 

Familia. Aunque para muchos la familia sigue siendo la base de la educación fuera de la escuela, para otros, como los konso, borana y oromo, la educación comunitaria por grupos de edad suele ser una constante. En estos grupos, que reciben una intensa iniciación social, se elegirán representantes de competencias administrativas, así como responsables espirituales que garanticen el respeto a las tradiciones. En las familias rurales el niño tiene un vínculo estrecho con su madre, que lo amamanta hasta los dos años o más, mientras que al padre lo trata con gran deferencia hasta la edad adulta. Esta actitud de sumisión está especialmente marcada en el campo, donde los niños prestan servicio y no comparten la comida de sus padres. La educación de niños y niñas sigue caminos diferentes. Si no van a la escuela, los niños cuidan del ganado y ayudan en las labores del campo. La mayoría del trabajo doméstico está reservado a las mujeres y, por consiguiente, a las niñas, que aprenden a cocinar y se encargan de ordeñar los animales, de buscar leña y agua, y de la venta de productos en el mercado. La educación tradicional se reduce a convertirlas en buenas amas de casa, madres y esposas. Otra tarea de los niños es cuidar de sus hermanos menores. Es típico ver a niños pequeños cargando con niños aún más pequeños sobre sus espaldas. Con independencia del origen étnico, el poder de decisión casi siempre lo tienen los hombres. Sin embargo, algunos grupos como los surma tienen un espíritu profundamente igualitario. En los afar, la mujer puede poseer ganado (generalmente cabras) a su nombre, lo que le garantiza cierta independencia.

Vivienda. La cabaña tradicional en todas sus formas, generalmente de adobe y cubierta con un techo de paja, es aún, y por mucho tiempo, la casa de la gran mayoría de la población. Se pueden distinguir las casas de los dorze, muy altas y de forma ojival, y la de los gurage, famosos por sus grandes cabañas bien acondicionadas. La cabaña afar, una estructura sencilla y ligera cubierta de pieles, es una especie de tienda que puede desmontarse fácilmente y adaptarse a la vida nómada. Por último, las casas del casco antiguo de Harar tienen su propio encanto, con sus diferentes pisos y habitaciones que incluyen una sala de recepción ricamente decorada. Dependiendo de la región, las viviendas pueden estar decoradas con motivos animales, geométricos o simbólicos.En zonas poco arboladas y áridas, la piedra es el material de construcción natural y da lugar a edificios más logrados. En Tigray, algunas granjas se organizan en torno a grandes dependencias, mientras que en la región de Lalibela hay casas de varios pisos. En general, las ciudades medias, sin encanto alguno, son similares y se organizan alrededor de una calle principal rodeada de edificios bajos con techos planos. Cabe señalar que la propiedad horizontal, que hasta hace poco solo existía en Adís Abeba, se está desarrollando en las afueras de las capitales de provincia para responder al rápido crecimiento demográfico y tratar de frenar la urbanización incontrolada.

Jubilación. Excepto para los funcionarios y militares, en Etiopía no existe ningún sistema de pensiones. En las zonas rurales los « mayores » (que rara vez superan los 45 años) trabajan todo lo que pueden porque si no dependen de sus hijos y del clan para su sustento. Tradicionalmente, y por razones obvias de salud, los funerales se celebran el mismo día de la muerte o al día siguiente. Durante cuarenta días, los familiares y amigos acuden a visitar a la familia, a veces tras un viaje de varios días, y esta debe asegurar su comida. Al igual que las bodas, los funerales son caros y, en el campo, se han creado fondos de solidaridad para ayudar a los más desfavorecidos.

Salud. Como ocurre con la educación, el acceso a la atención sanitaria es muy desigual entre las zonas urbanas y las rurales. Con una media de un médico por cada 30 000 habitantes, muchos etíopes no tienen acceso a una atención básica. En las zonas más remotas, la población debe contar con los programas sanitarios de las organizaciones internacionales o las clínicas abiertas por los misioneros para tener acceso a la sanidad. Con estas condiciones, no resulta extraño constatar una fuerte supervivencia de la medicina tradicional practicada por herboristas, a veces religiosos, ya que las técnicas ancestrales aún se enseñan en los monasterios. Entre las distintas creencias, la relativa a los zar parece estar especialmente viva. Según la leyenda, Eva escondió de los ojos de Dios a sus quince hijos más hermosos. Cuando Dios se enteró, decretó que « los que habían estado ocultos permanecerían ocultos », dando origen al mundo de los zar, invisible pero similar al de los hombres, organizado en una sociedad jerárquica, con líderes y servidores. Los adeptos a esta creencia interpretan la palabra del Todopoderoso que indica que « el hermano gobernará a su hermano » como la afirmación de que los zar dominan secretamente a los hombres, lo que les obliga a dedicarles rituales para asegurarse su benevolencia. Porque si se ofende a un zar, este puede infligir a los humanos tormentos a los que solo un curandero podrá poner fin a través de la meditación y los sacrificios. Aunque la Iglesia condena la acción de estos iluminados y el culto a los genios, los daftara (clérigos laicos) practican una forma de exorcismo confeccionando pergaminos profilácticos y, para el diagnóstico de los trastornos graves, llegan a emplear cálculos mágicos y datos astrológicos. Para el profano que desee evitar los malos espíritus, es esencial seguir algunas reglas simples: no frecuentar zonas de altas hierbas, sobre todo después de la temporada de lluvias, parece que a los malignos zar les gustan estos lugares; no quedarse fuera cuando el sol está en su punto más alto, momento en el que el nedade (demonio que temen los afar) puede atacar y volverte loco, o evitar respirar el aire de una habitación que no ha sido ventilada durante mucho tiempo, ya que puede acechar la megania, portadora de enfermedades...

Medicina espiritual y brujería

La creencia en espíritus de todo tipo anima a los etíopes a utilizar amuletos para protegerse de las fuerzas del mal y de lo desconocido. Desde que nacen, los niños reciben un talismán que los protege de enfermedades y de la mala suerte. En su bautizo, un cristiano recibe el mateb, un triple cordón de seda del que se colgará una cruz de la que nunca debe separarse. Por lo tanto, puede que se tatúen el símbolo cristiano en la frente para evitar posibles olvidos y lleguen incluso a escarificarlo. A lo largo de la vida del creyente, el agua bendita se consume en abundancia por sus propiedades curativas y el emnet, un polvo de carbón e incienso, se aplica en la cara para repeler a los demonios. En cuanto a los musulmanes, llevan pequeñas cajas que contienen versos del Corán alrededor del cuello.

Sociedad y costumbres

Entre los ortodoxos, lo normal es la monogamia y la indisolubilidad del matrimonio religioso. Por eso, muchos etíopes se casan fuera de la Iglesia, bajo varios contratos, y los casos de divorcio y segundos matrimonios son frecuentes. Los sacerdotes, por su parte, pueden casarse, pero solo una vez. La poligamia es muy común en Etiopía, ya que la practican los musulmanes y las tribus animistas. Para estas últimas, la virginidad no tiene ningún valor y la sexualidad es libre desde la adolescencia, ya que el matrimonio solo conlleva obligaciones de fidelidad (sobre todo para las mujeres). En varios grupos étnicos, el derecho al matrimonio se concede después de ciertos rituales. Así, el ukuli de los hamer o el sagine de los surma son un paso obligatorio hacia la edad adulta sin el cual no se acepta un matrimonio. Entre los oromo, borana y guji, el derecho a la procreación está condicionado por el acceso a un grupo de edad determinado en el sistema gada, mientras que, en otras tribus, el consejo de ancianos regula los nacimientos en función de los recursos necesarios para la supervivencia del grupo. La importancia del ganado en las uniones es común entre los pueblos nómadas o seminómadas. Solo un hombre que ha formado un rebaño considerable puede aspirar al matrimonio y la riqueza de su ganado le permitirá tomar varias esposas.

Se casan demasiado jóvenes. Aunque existe una edad legal para contraer matrimonio, casi nunca se respeta, ya que las uniones precoces siguen siendo un gran problema en la sociedad etíope. Con frecuencia, se casa a las niñas a partir de los doce años y muchas jóvenes sufren complicaciones durante el embarazo. Estas complicaciones pueden llevar al rechazo de sus maridos e incluso su entorno, lo que crea situaciones de gran angustia. Según un informe de IRIN de 2015, el 50 % de las niñas de la región de Amhara se casa antes de cumplir los quince años. A nivel nacional, más de la mitad contrae matrimonio antes de los dieciocho. La Fistula Clinic en Adís Abeba se dedica al tratamiento de mujeres con fístula obstétrica, una dolencia directamente relacionada con la maternidad temprana.

La violación como ceremonia prenupcial. Afecta a unas 1200 niñas cada año, pero esta es una pequeña proporción de las niñas que necesitan ayuda. Además, en algunas zonas, aún es frecuente secuestrar a la novia, aunque esté castigado por la ley. Zeresenay Mehari llevó esta antigua tradición a la gran pantalla en la película Difret, estrenada en 2015. En un estudio entre 227 esposas etíopes, también realizado por IRIN, el 60 % informó haber sido víctima de secuestro antes de cumplir los quince años y el 93 % antes de cumplir los veinte.

Algunas tribus animistas en el valle del Omo practican la ablación parcial o total, lo que provoca complicaciones de salud bastante graves (sobre todo infecciones). Los musulmanes del este de Etiopía también practican la ablación a la gran mayoría de las niñas, así como en la vecina Somalia.

Religión

En Etiopía la religión es omnipresente y tiene un profundo impacto en todas las etapas de la vida. La influencia de la Iglesia ortodoxa en las esferas política, social y cultural nunca se ha negado a lo largo de los siglos, a pesar de la creciente competencia de otras religiones.Hoy en día, la religión ortodoxa sigue siendo mayoritaria en las tierras altas, vecina de un islam que ha seguido extendiéndose en las regiones periféricas y de las creencias animistas de las zonas más remotas.

Ortodoxos. El origen del cristianismo en Etiopía se remonta a principios del siglo IV con la conversión del rey Ezana bajo la influencia de su tutor sirio Frumentius, que se convirtió en el primer patriarca de la Iglesia etíope. Sin embargo, es cierto que el cristianismo se había introducido en la región hacía mucho por medio de los comerciantes cristianos romanos, muy presentes en el mar Rojo. Una vez que el cristianismo se convirtió en religión de Estado, su difusión estuvo vinculada a las conquistas territoriales del reino y, sobre todo, a la llegada de misioneros de Oriente Medio, incluidos los « nueve santos sirios » tan queridos por la tradición etíope (Za-Miguel, Pantaleón, Isaac, Afse, Guba, Alef, Mata, Liqanos y Sehma). Durate siglos, el monacato fue la piedra angular del asentamiento de la fe ortodoxa en el seno de la sociedad. Repartidos en pequeñas comunidades en las fronteras del territorio, bajo la autoridad de grandes centros religiosos (Lago Tana, Debre Damo, Debre Libanos, Estifanos), los monjes tradujeron los textos sagrados al ge’ez y garantizaron la educación de la población. Bajo la autoridad del patriarcado de Alejandría, desde sus inicios, la Iglesia etíope se convirtió en autocéfala en 1959, antes de perder su estatus de religión oficial cuando cayó el emperador. La doctrina de la Iglesia unitaria ortodoxa etíope es el monofisismo, que llevó a la división de las iglesias coptas egipcias, armenias, sirias y etíopes en el Consejo de Calcedonia en el año 451 por su adhesión a la naturaleza única de Cristo frente a los defensores de dos naturalezas distintas (humana y divina). Teológicamente basada en la Biblia y en textos apócrifos, la ortodoxia etíope ha preservado muchas prácticas veterotestamentarias como la circuncisión, el respeto al sabbat, los sacrificios de animales e incluso la arquitectura de las iglesias.

 

Protestantes y católicos. A pesar de la presencia de los portugueses en el siglo XVI y los misioneros que los siguieron, y pese a las relaciones de Menelik con Italia, y aún después de que los mussolinistas ocuparan el país, el catolicismo nunca logró penetrar en Etiopía y sigue siendo una religión minoritaria. Solo los reyes Za Dengal y Susenyos se atrevieron, a principios del siglo XVII y bajo influencia jesuita, a declarar su conversión al cristianismo. El primero fue asesinado, mientras que el segundo abdicó tras graves disturbios sociales y la fuerte oposición del clero ortodoxo. Fue algo pasajero y provocó una gran desconfianza de las autoridades hacia los extranjeros y, en particular, hacia los misioneros. Cuando fueron aceptados de nuevo estos últimos, se les impuso la estricta condición de restringir su evangelización a las poblaciones no ortodoxas. Sin embargo, el protestantismo siguió creciendo. En esta carrera por las conversiones, los misioneros, algunos procedentes del vecino Sudán, lograron establecerse entre los pueblos del sur y disfrutaron de un verdadero éxito. Entre las muchas iglesias presentes, la de Mekane Yesus era la más poderosa y mejor equipada para la pesca de almas. Esta expansión creó fuertes tensiones con la Iglesia ortodoxa.

Musulmanes. La llegada de los musulmanes a Etiopía se remonta al nacimiento del islam, cuando los primeros seguidores de Mahoma, perseguidos en la península arábiga, encontraron asilo en Axum. Durante los siglos VIII y IX, la nueva religión se extendió rápidamente a Oriente Medio. Las incursiones árabes en las costas occidentales del mar Rojo y los mercaderes del interior debilitaron gravemente a los reinos cristianos, que estaban aislados de las rutas comerciales marítimas. Las relaciones entre el poder central y los emiratos musulmanes etíopes de Ifat y Adal se deterioraron rápidamente, lo que condujo a Mahfuz a declarar la yihad (guerra santa) en 1490. En 1527, el infame Gragn la retomó y dirigió una sangrienta guerra de dieciséis años, cuyo recuerdo persiste aún en la memoria colectiva etíope. Hoy, la relación entre las dos principales religiones de Etiopía parece apacible y, a pesar de la presencia de un islam estricto en sus fronteras (Sudán, Somalia), el extremismo es prácticamente inexistente en el país.

Judíos. La controversia que rodea el destino de los únicos judíos negros conocidos no ha terminado de agitar a la comunidad de estudiosos que analizan el tema. ¿Qué esconde el término falasha, que en ge’ez significa « emigrantes », si las raíces etíopes, y más precisamente el agaw, se basan en estas comunidades que se hacen llamar Bet Israel? Para algunos, podría explicarse porque una parte del pueblo judío expulsado de Egipto se asentó en Etiopía; para otros en cambio es por la influencia cultural y comercial del Reino de Israel. Según otras hipótesis, los judíos formaban parte del séquito de Menelik, donde escoltaban el Arca de la Alianza, o los habría traído el rey Kaleb como esclavos en el siglo VI tras su invasión de Yemen... Lo más probable es que los judíos etíopes se establecieran alrededor del siglo XIV. Los falasha, a quienes se prohibía la posesión de tierras, eran principalmente alfareros o herreros, profesiones que les valieron la reputación de magos. Tras los primeros contactos con otras comunidades judías en el siglo XIX, el rabinato israelí confirmó su judaísmo en 1973, aunque se consideraba arcaico, y les otorgó el derecho a la Ley del Retorno. Después de los puentes aéreos (Operación Moisés, entre noviembre de 1984 y enero de 1985, y Operación Salomón en 1991) que organizaron la repatriación a la Tierra Prometida, donde su destino era hostil, quedaron muy pocos judíos en Etiopía, principalmente concentrados en la región de Gondar.

Animistas. En Etiopía todavía se practican multitud de cultos animistas, principalmente entre los cusitas y los grupos nómadas o seminómadas del este, sur y suroeste del país. Incluso las poblaciones más cristianizadas o islamizadas (oromo, sidama, gurage), conservan prácticas religiosas ancestrales, creando así un sincretismo religioso muy particular.

Los lugares santos del islam etíope

Negash se considera el primer lugar de establecimiento de una comunidad musulmana en Etiopía, en el siglo VII. Aquí es donde los discípulos de Mahoma, que huían de las persecuciones en Arabia, encontraron refugio y erigieron la primera mezquita del país. Hoy, el nuevo edificio está aislado en el corazón de Tigray, bastión de la ortodoxia, pero simboliza uno de los lugares santos más importantes del islam etíope. La ciudad de Harar, que alberga las tumbas de varios de los primeros predicadores del islam y todavía goza de la reputación de ser un centro de enseñanza coránica, es muy admirada por los musulmanes, que la consideran una ciudad santa. Por último, la tumba del sheikh Hussein es el principal lugar de peregrinación del país y atrae a miles de fieles durante las grandes celebraciones. El sepulcro del santo, actor en la conversión de las poblaciones de Bale y Arsi en el siglo XIII, se confunde con los ancestrales lugares de culto oromo, dando lugar a una forma de sincretismo entre el islam y las antiguas creencias. Prácticas que se observan igualmente en la cueva de Sof Omar, refugio de otro predicador musulmán en la región.

Los cultos precristianos

Según las fuentes tradicionales, paganismo y judaísmo convivían codo con codo en Etiopía mucho antes de la aparición del cristianismo.

Entre estos cultos, la adoración a la serpiente, honrada en rituales de sacrificio, parece haberse practicado ampliamente. La descripción de este culto transcrita en el Avesta, libro sagrado de los persas, concuerda con la tradición establecida en Etiopía, lo que demuestra que su difusión se derivaría de contactos comerciales con los países de Oriente Medio.

En el siglo I a. C., los sabeos que se asentaron en Etiopía aportaron su propia religión politeísta, que se caracterizaba por la veneración de los dioses del cielo, de la tierra y del mar, en cuyo panteón Almouquah era una divinidad central, al cual no cabe duda de que le habían dedicado Yeha, el templo más antiguo identificado en Etiopía, fechado en el siglo V a. C.

Otras divinidades como Astar, equivalente a la Afrodita griega y la Venus romana; Sin, dios de la luna, y Shams, dios del sol, eran honrados ampliamente en templos edificados para su culto. Más tarde, la influencia helenística impuso los dioses del panteón griego, que los etíopes irían rebautizando: así, Marhem sustituyó a Ares, Baher a Poseidón, y Semay destronó al dios sabeo Almouquah.

La Iglesia etíope

La Iglesia etíope cuenta con 45 millones de fieles (incluida la diáspora) y un clero de unos 400 000 miembros, es decir, el doble que hace treinta años, que prestan servicio en 30 000 parroquias repartidas por todo el país. Además de las nueve fiestas mayores y las nueve menores, todas ellas relacionadas con acontecimientos de la vida de Cristo, se rinde homenaje a los apóstoles, mártires y santos (especialmente a san Jorge, san Juan Bautista y san Miguel) en conmemoraciones mensuales. Hay nada menos que 33 días dedicados especialmente a la Virgen María, que es objeto de especial veneración. Todos los días festivos importantes están precedidos de ayunos específicos de 3 a 55 días. Así, de promedio, una persona fiel guarda 180 días de ayuno y el clero unos 250 días al año. Además, durante los días festivos, el creyente debe detener sus actividades manuales. Cultivar, forjar o tejer, por ejemplo, son actividades desaconsejadas...