Za darmo

Zadig, ó El Destino, Historia Oriental

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CAPITULO XIV

El bayle.

Tenia que ir Setoc para negocios de su tráfico á la isla de Serendib; pero el primer mes de casados, que, como ya llevamos dicho, es la luna de miel, no le dexó ni separarse de su muger, ni aun presumir que podria separarse un dia de ella. Rogó por tanto á su amigo Zadig que hiciera por el este viage. ¡Ay! decia Zadig: ¿con que aun he de poner mas tierra entre la hermosa Astarte y yo? Pero es fuerza que sirva á mis bienhechores. Así dixo, lloró, y se partió.

A poco tiempo de haber aportado á la isla de Serendib, era tenido por hombre muy superior. Escogiéronle los negociantes por su árbitro, los sabios por su amigo, y el corto número de aquellos que piden consejo por su consejero. Quiso el rey verle y oirle, y conoció en breve quanto valia Zadig; se fió de su discrecion, y le hizo amigo suyo. Temblaba Zadig de la llaneza y la estimacion con que le trataba el rey, pensando de noche y de dia en las desventuras que le habia acarreado la amistad de Moabdar. El rey me quiere, decia; ¿seré un hombre perdido? Con todo no se podia zafar de los halagos de su magestad, porque debemos confesar que era uno de los mas cumplidos príncipes del Asia Nabuzan, rey de Serendib, hijo de Nuzanah, hijo de Nabuzan, hijo de Sambusna; y era difícil que á quien le trataba, de cerca no le prendase.

Sin cesar elogiaban, engañaban y robaban á este buen príncipe; y cada qual metia la mano como á porfía en el erario. El principal ministro de hacienda de la isla de Serendib daba este precioso exemplo, y todos los subalternos le imitaban con fervor. El rey, que lo sabia, habia mudado varias veces de ministro, pero nunca habia podido mudar el estilo admitido de dividir las rentas reales en dos partes desiguales; la mas pequeña para su magestad, y la mayor para sus administradores.

Fió el buen rey Nabuzan su cuita del sabio Zadig. Vos que tantas cosas sabeis, le dixo, ¿no sabríais modo para que tope yo con un tesorero que no me robe? Sí por cierto, respondió Zadig; un modo infalible sé de buscaros uno que tenga las manos limpias. Contentísimo el rey le preguntó, dándole un abrazo, como haria. No hay mas, replicó Zadig, que hacer baylar á quantos pretenden la dignidad de tesorero; y el que con mas ligereza baylare, será infaliblemente el mas hombre de bien. Os estais burlando, dixo el rey: ¡donoso modo por cierto de elegir un ministro de hacienda! ¿Con que el que mas listo fuere para dar cabriolas en el ayre ha de ser el mas integro y mas hábil administrador? No digo yo que haya de ser el mas hábil, replicó Zadig, pero lo que sí aseguro es que indubitablemente ha de ser el mas honrado. Tanta era la confianza con que lo decia Zadig, que se persuadió el rey á que poseía algun secreto sobrenatural para conocer á los administradores. Yo no gusto de cosas sobrenaturales, dixo Zadig, ni he podido nunca llevar en paciencia ni los hombres que hacen milagros, ni los libros que los mentan: y si quiere vuestra magestad permitir que haga la prueba, quedará convencido de que mi secreto es tan fácil como sencillo. Mas se pasmó Nabuzan, rey de Serendib, al oir que era sencillo el secreto, que si le hubiera dicho que era milagroso. Está bien, le dixo, haced lo que os parezca. Dexadlo estar, que ganaréis con esta prueba mas de lo que pensais. Aquel mismo dia mandó pregonar en nombre del rey, que todos quantos aspiraban al empleo de principal ministro de las rentas de su sacra magestad Nabuzan, hijo de Nuzanab, viniesen con vestidos ligeros de seda á la antecámara del rey, el primer dia de la luna del crocodílo. Acudiéron en número de sesenta y quatro. Estaban los músicos en una sala inmediata, y dispuesto todo para un bayle; pero estaba cerrada la puerta de la sala, y para entrar en ella habia que atravesar una galería bastante obscura. Vino un uxier á conducir uno tras de otro á cada candidato por este pasadizo, donde le dexaba solo algunos minutos. El rey que estaba avisado, habia hecho poner todos sus tesoros en la galería. Quando llegáron los pretendientes á la sala, mandó su magestad que baylaran, y nunca se habian visto baylarines mas topos ni con ménos desenvoltura; todos andaban la cabeza baxa, las espaldas corvas, y las manos pegadas al cuerpo. ¡Qué bribones! decia en voz baxa Zadig. Uno solo hacia con agilidad las mudanzas, levantada la cabeza, sereno el mirar, derecho el cuerpo, y firmes las rodillas. ¡Qué hombre tan de bien, qué honrado sugeto! dixo Zadig. Dió el rey un abrazo á este buen baylarin, y le nombró su tesorero: todos los demas fuéron justamente castigados y multados, porque miéntras que habian estado en la galería, habia llenado cada uno sus bolsillos, y apénas podia dar paso. Compadecióse el rey de la humana naturaleza, contemplando que de sesenta y quatro baylarines los sesenta y tres eran ladrones rateros, y se dió á la galería obscura el título de corredor de la tentacion. En Persia hubieran empalado á los sesenta y tres magnates; en otros paises, hubieran nombrado un juzgado, que hubiera consumido en costas el triplo del dinero robado, y no hubiera puesto un maravedí en las arcas reales; en otros, se hubieran justificado plenamente, y hubiera caido de la gracia el ágil baylirin: en Serendib fuéron condenados á aumentar el fisco, porque era Nabuzan muy elemente.

No era ménos agradecido, y dió á Zadig una suma mas quantiosa que nunra habia robado tesorero ninguno al rey su amo. Valióse de este dinero Zadig para enviar á Babilonia expresos que le informaran de la suerte de Astarte. Al dar esta órden le tembló la voz, se le agolpó la sangre hácia el corazon, se cubriéron de un tenebroso velo sus ojos, y se paró á punto de muerte. Partióse el correo, vióle embarcar Zadig, y se volvió á palacio, donde sin ver á nadie, y creyendo que estaba en su aposento, pronunció el nombre de amor. Si, el amor, dixo el rey; de eso justamente se trata, y habeis adivinado la causa de mi pena. ¡Qué grande hombre sois! Espero que me enseñeis á conocer una muger firme, como me habeis hecho hallar un tesorero desinteresado. Volviendo en sí Zadig le prometió servirle en su amor como habia hecho en real hacienda, aunque parecia la empresa mas ardua todavía.

CAPITULO XV

Los ojos azules.

Mi cuerpo y mi corazon, dixo el rey á Zadig… Oyendo estas palabras no pudo ménos el Babilonio de interrumpir á su magestad, y de decirle: ¡Ouanto celebro que no hayáis dicho mi alma y mi corazon, porque no oimos mas voces que estas en las conversaciones de Babilonia, ni leemos libros que no traten del corazon y el alma, escritos por autores que ni uno ni otra tienen; pero perdonadme, Señor, y proseguid. Nabuzan continuó: Mi cuerpo y mi corazon son propensos al amor; á la primera de estas dos potencias le sobran satisfacciones, que tengo cien mugeres á mi disposicion, hermosas todas, complacientes, obsequiosas, y voluptuosas, ó fingiendo que lo son conmigo. No es empero mi corazon tan afortunado, porque tengo sobrada experiencia de que el halagado es el rey de Serendib, y que hacen poquisimo aprecio de Nabuzan. No por eso digo que sean infieles mis mugeres, puesto que quisiera encontrar una que me quisiera por mí propio, y diera por ella las cien beldades que poseo. Decidme si en mis cien sultanas hay una que de veras me quiera.

Respondióle Zadig lo mismo que acerca del ministro de hacienda. Señor, dexadlo á mi cargo; pero permitidme primero que disponga de todas las riquezas que se expusiéron en la galería de la tentacion, y no dudeis de que os daré buena cuenta de ellas, y no perderéis un ardite. Dióle el rey amplías facultades, y escogió Zadig treinta y tres jorobados de los mas feos de Serendib, treinta y tres pages de los mas lindos, y treinta y tres de los mas eloqüentes y forzudos bonzos. Dexóles á todos facultad de introducirse en los retretes de las sultanas; dió á cada jorobado quatro mil monedas de oro que regalar, y el primer dia fuéron todos felices. Los pages que no tenian otra dádiva que hacer que la de su persona, tardáron dos ó tres dias en conseguir lo que solicitaban; y tuviéron mas dificultad en salir non la suya los bonzos; pero al cabo se les rindiéron treinta y tres devotas. Presenció el rey todas estas pruebas por unas celosías que daban en los aposentos de las sultanas, y se quedó atónito, que de sus cien mugeres las noventa y nueve se rindiéron á su presencia. Quedaba una muy jóven y muy novicia, á la qual nunca habia tocado su magestad: arrimáronse á ella uno, dos y tres jorobados, ofrecréndole hasta veinte mil monedas; pero se mantuvo incorruptible, riéndose de la idea de los jorobados que creían que su dinero los hacia mas bonitos. Presentáronse los dos mas lindos pages, y les dixo que le parecia el rey mas lindo. Acometióla luego el bonzo mas eloqüente, y despues el mas intrépido: al primero le trató de parlanchin, y no pudo entender qual fuese el mérito del segundo. Todo se cifra en el corazon, dixo: yo no he de ceder ni al oro de un jorobado, ni á la hermosura de un page, ni á las artes de un bonzo; ni he de querer á nadie mas que á Nabuzan; hijo de Nuzanab, esperando á que él me corresponda. Quedó el rey embargado en júbilo, cariño y admiracion. Volvió á tomar todo el dinero con que habian comprado los jorobados su buena ventura, y se le regaló á la hermosa Falida, que así se llamaba esta beldad. Dióle con él su corazon, que merecia de sobra, porque nunca se vió juventud mas brillante y mas florida que la suya, nunca hermosura que mas digna de prendar fuese. Verdad es que no calla la historia que hacia mal una cortesía; pero confiesa que baylaba como las hadas, cantaba como las sirenas, y hablaba como las Gracias, y estaba colmada de habilidades y virtud.

Adorábala el amado Nabuzan; pero tenia Falida ojos azules, lo qual causó las mas funestas desgracias. Estaba prohibido por una antigua ley de Serendib, que se enamoraran de una de las mugeres que llamáron luego los Griegos BOOPES; y hacia mas de cinco mil años que habia promulgado esta ley el sumo bonzo, por apropiarse para sí la dama del primer rey de la isla de Serendib; de suerte que el anatema de los ojos azules se habia hecho ley fundamental del estado. Todas las clases del estado hiciéron enérgicas representaciones á Nabuzan; y públicamente se decia que era llegada la fatal catástrofe del reyno, que estaba colmada la medida de la abominacion, que un siniestro suceso amenazaba la naturaleza; en una palabra, que Nabuzan, hijo de Nuzanab, estaba enamorado de dos ojos azules rasgados. Los jorobados, los bonzos, los asentistas, y las ojinegras inficionáron de mal-contentos el reyno entero.

 

El descontento universal animó á los pueblos salvages que viven al norte de Serendib á invadir los estados del buen Nabuzan. Pidió subsidios á sus vasallos, y los bonzos que eran dueños de la mìtad de las rentas del estado, se contentáron con levantar las manos al cielo, y se negáron á llevar su dinero al erario para sacar de ahogo al rey. Cantáron lindas oraciones en música, y dexáron que los bárbaros asolaran el estado.

Querido Zadig, ¿me sacarás de este horrible apuro? le dixo en lastimoso tono Nabuzan. Con mucho gusto, respondió Zadig; los bonzos os darán quanto dinero querais. Abandonad las tierras donde tienen levantados sus palacios, y no defendais mas que las vuestras. Hízolo así Nabuzan; y quando viniéron los bonzos á echarse á sus plantas, implorando su asistencia, les respondió el rey con una soberbia música cuya letra eran oraciones al cielo, rogando por la conservacion de sus tierras. Entónces los bonzos diéron dinero, y se concluyó con felicidad la guerra. De esta suerte por sus prudentes y dichosos consejos, y por los mas señalados servicios, se habia acarreado Zadig la irreconciliable enemiga de los mas poderosos del estado: juráron su pérdida los bonzos y las oji-negras, desacreditáronle jorobados y asentistas, y le hiciéron sospechoso al buen Nabuzan. Los servicios que el hombre hace se quedan en la antesala, y las sospechas penetran al gabinete, segun dice Zoroastro. Todos los dias eran acusaciones nuevas; la primera se repele, la segunda hace mella, la tercera hiere, y la quarta mata.

Asustado Zadig, que habia puesto en auge los asuntos de su amigo, y enviádole su dinero, no pensó mas que en partirse de la isla, y en ir á saber en persona noticias de Astarte; porque si permanezco en Serendib, decia, me harán empalar los bonzos. ¿Pero adonde iré? en Egipto seré esclavo, en Arabia segun las apariencias quemado, y ahorcado en Babilonia. Con todo menester es saber qué ha sido de Astarte: partámonos, y apuremos lo que me destina mi suerte fatal.

CAPITULO XVI

El bandolero.

Al llegar á las fronteras que separan la Arabia petrea de la Syria, y al pasar por junto á un fuerte castillo, saliéron de él unos Arabes armados. Vióse rodeado de hombres que le gritaban: Ríndete; todo quanto traes es nuestro, y tu persona pertenece á nuestro amo. En respuesta sacó Zadig la espada; lo mismo hizo su criado que era valiente, y dexáron sin vida á los primeros Arabes que los habian embestido: dobló el número de enemigos, mas ellos no se desalentáron, y se resolviéron á morir en la pelea. Víanse dos hombres que se defendian contra una muchedumbre; tan desigual contienda poco podia durar. Viendo desde una ventana el dueño del castillo, que se llamaba Arbogad, los portentos de valor que hacia Zadig, le cobró estimacion. Baxó por tanto, y vino en persona á contener á los sujos, y librar á los dos caminantes. Quanto por mis tierras pasa es mio, dixo, no ménos que lo que en tierras agenas encuentro; pero me pareceis tan valeroso, que os exîmo de la comun ley. Hízole entrar en el castillo, mandando á su tropa que le tratase bien; y aquella noche quiso cenar con Zadig.

Era el amo de este castillo uno de aquellos Arabes que llaman ladrones, el qual entre mil atrocidades solia hacer alguna accion buena; robaba con una furiosa rapacidad, y daba con prodigalidad: intrépido en una accion, de buen genio en el trato de la vida, bebedor en la mesa, de buen humor quando habia bebido, y sobretodo sin solapa ninguna. Gustóle mucho Zadig, y con la conversacion que se animó duró mucho el banquete. Díxole en fin Arbogad: Aconsejoos que tomeis partido conmigo, no podeis hacer cosa mejor; no es tan malo el oficio, y un dia podeis llegar á ser lo que yo soy. ¿Se puede saber, respondió Zádig, desde quando exercitais tan hidalga profesion? Desde niño, replicó el señor. Era criado de un Arabe muy hábil, y no podia acostumbrarme á mi estado, desesperado de ver que perteneciendo igualmente la tierra á todos, no me hubiera cabido á mí la porcion correspondiente. Fiéle mi pena á un Arabe viejo, el qual me dixo: Hijo mio, no te desesperes; sábete que en tiempos antiguos habia un grano de arena que se dolia de ser un átomo desconocido en un desierto; andando años, se convirtió en diamante, y es hoy el mas precioso joyel de la corona del rey de las Indias. Dióme tanto golpe esta respuesta, que siendo grano de arena me determiné á volverme diamante. Robé primero dos caballos, me junté con otros compañeros, púseme en breve en estado de robar caravanas poco crecidas; y así fué disminuyéndose la desproporcion que de mi á los demás habia. Participé de los bienes de este mundo, v me resarcí con usura: tuviéronme en mucho, llegué á ser señor bandolero, y gané este castillo tomándole por fuerza. Quiso quitármele el sátrapa de Syria, pero era ya tan rico que nada tenia que temer: dí dinero al sátrapa, y conservé así el castillo, y agrandé mis tierras, añadiendo á ellas el cargo que me confirió el sátrapa de tesorero de los tributos que pagaba la Arabia petrea al rey de reyes. Yo hice las cobranzas, y me exîmé de hacer pagos.

Envió aquí el gran Desterham de Babilonia, en nombre del rey Moabdar, á un satrapilla para mandarme ahorcar. Quando él llegó con la órden, estaba yo informado de todo; hice ahorcar en su presencia las quatro personas que traía consigo para apretarme el lazo al cuello, y le pregunté luego quanto le podia valer la comision de ahorcarme. Respondióme que podria su gratificacion subir á trecientas monedas de oro, y yo le hice ver con evidencia que ganaria mas conmigo: le creé bandolero inferior, y hoy es uno de los mejores y mas ricos oficiales que tengo; y si me quereis creer, haréis vos lo mismo. Nunca ha corrido tiempo mejor para robar, desde que ha sido muerto Moabdar, y que anda en Babilonia todo alborotado. ¡Moabdar ha sido muerto! dixo Zadig: ¿y que se ha hecho la reyna Astarte? Yo no lo sé, replicó Arbogad; lo que sí sé, es que Moabdar se volvió loco, que fué muerto, que Babilonia esta hecha una cueva de ladrones, todo el imperio en la desolacion, que se pueden dar buenos golpes, y que yo por mi parte he dado algunos ballantes. Pero la reyna, dixo Zadig, ¿por vida vuestra nada sabeis de la suerte de la reyna? De un príncipe de Hircania me han hablado, replicó; es de presumir que sea una de sus concubinas, á ménos que en el alboroto la hayan muerto; pero á mí lo que me importa es avenguar donde hay que robar, y no noticias. Muchas mugeres he cogido en mis correrías, pero á ninguna conservo; quando son bonitas, las vendo caras, sin informarme de lo que son, porque nadie compra la dignidad, y para una reyna fea no se encuentra despacho. Posible es que haya yo vendido á la reyna Astarte, y posible es que haya muerto; poco me importa, y me parece que tampoco debe de importaros mucho á vos. Diciendo esto bebia con tanto aliento, y de tal manera confundia las ideas todas, que no pudo Zadig sacar de él cosa ninguna mas.

Estaba confuso, pensativo y sin movimiento, miéntras que bebia Arbogad y contaba mil historietas, repitiendo sin cesar que era el mas venturoso de los hombres, y exhortando á Zadig á que fuera tan dichoso como él era. Finalmente embargados los sentidos con los vapores del vino, se fué á dormir un sosegado sueño. Zadig pasó aquella noche en la mas violenta zozobra. ¡Con que se ha vuelto loco el rey, y ha sido muerto! decia; no puedo ménos de compadecerle. ¡Está despedazado el imperio, y este bandolero es feliz! ¡O fortuna, o destino! ¡un bandolero feliz, y la mas amable produccion de la naturaleza ha muerto acaso de un modo horrible, ó vive en peor condicion que la misma muerte! ¡O Astarte! ¿qué te has hecho?

Desde que amaneció el dia, hizo preguntas á todos quantos habia en el castillo, pero estaban todos ocupados, y nadie le respondió: aquella noche habian hecho nuevas conquistas, y se estaban repartiendo los despojos. Quanto en esta tumultuaria confusion pudo conseguir, fué licencia para irse, que aprovechó sin tardanza, mas sumido que nunca en sus tristes pensamientos.

Caminaba Zadig inquieto y agitado, preocupado su ánimo con la malhadada Astarte, con el rey de Babilonia, can su fiel Cador, con el dichoso bandolero Arbogad, con aquella tan antojadiza muger que babian robado unos Babilonios en la frontera de Egipto, finalmente con todos los contratiempos y azares que habia sufrido.