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La Tierra de Todos

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No la vería más. Cuando ella muriese, él no recibiría la noticia de su muerte. Iba á pasar el resto de su existencia sin saber con certeza si la otra vivía aún. Después de este encuentro adivinaba su final. Era de las que salen de la vida de un modo trágico, pero sin estrépito, sin que suene su nombre, habiendo sobrevivido muchos años á su historia muerta.

– Y esta es la Elena— se dijo— que, igual á la del viejo poeta, originó la guerra entre los hombres en un rincón de la tierra…

La duda formulaba preguntas en su interior. ¿Había sido esta mujer verdaderamente mala, con plena conciencia de su perversidad?… ¿Era una ansiosa de los placeres de la vida, que avanzaba inconsciente, sin reparar en lo que iba aplastando bajo sus pies?…

Mientras buscaba un carruaje, se dijo como conclusión:

– Mejor hubiese sido para ella morir hace doce años… ¿Para qué sigue viviendo?

Sonrió tristemente al pensar en la relatividad de los valores humanos y la distinta importancia de las personas, según el ambiente en que se mueven.

– ¡Pensar que este andrajo fué igual á la heroína de Homero en aquella tierra á medio civilizar, donde no abundan las mujeres!… ¿Qué dirían ahora los que tantas locuras hicieron por ella, si la viesen como yo la he visto?…

Cuando llegó al hotel, Watson y su esposa acababan de volver de su paseo.

Dos criados seguían á Celinda cargados con enormes paquetes: las adquisiciones de aquella tarde.

Miró Watson su reloj con impaciencia.

– Son cerca de las siete, y hemos de vestirnos y comer antes de ir á la Opera… Cuando las mujeres se ponen á comprar trajes y sombreros, no acaban nunca.

Celinda remedó la fingida indignación de su esposo con graciosos ademanes, y acabó por besarle, entrándose luego en la habitación inmediata para cambiar de vestido.

Watson preguntó á Robledo si les acompañaba á la Opera.

– No; voy haciéndome viejo, y me molesta ponerme de frac y guantes blancos para escuchar música. Prefiero quedarme en el hotel. Veré cómo acuestan á Carlitos… Le he prometido un cuento.

Sintió en su interior la molestia de la duda. ¿Debía relatar á Celinda y su marido el encuentro de aquella tarde?… ¿Sería más prudente comunicárselo solamente á Watson?

Rara vez en sus conversaciones habían recordado á la esposa de Torrebianca. Celinda, tan alegre y desenfadada, fruncía el ceño con expresión agresiva cuando nombraban en su presencia á la marquesa.

Podía representar para ella un deleite cruel el conocimiento de la abyección de la otra. Luego, Robledo se arrepintió de tal suposición. A Celinda, en plena felicidad, le repugnaba seguramente la venganza, y sólo le proporcionarían sus noticias la molestia de un mal recuerdo.

«¿Para qué resucitar el pasado?… ¡Que la vida continúe!»

Y sólo se ocupó en pensar la maravillosa historia que iba á contarle á su príncipe heredero.

FIN

Villa Fontana Rosa

Mentón (Alpes Marítimos)

Febrero-Abril 1922.