DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS

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_Bueno, es lo que se comenta, ¿son primos o no?

_Somos más que eso, somos primos y hermanos de crianza, lo que pasa es que Ricardo salió bonitillo y yo soy, por así decirlo, el patico feo de la familia.

Enseguida me di cuenta que había metido la pata con eso del patico feo, porque las dos zorras comenzaron a reírse como si les estuvieran dando cuerda. Ríe que te ríe y ríe.

_ ¿Dónde está la gracia que no se la veo?

Y más risas y ahogos y toses y todo el mundo puestos para nosotros. Por suerte la rubita, mejor dicho rubiota, que después supe se llamaba Bety, tuvo la elegancia de darme la explicación al oído. Explicación cargada de insinuaciones por supuesto.

_Cuidado con eso del patico_ me cuchicheo_, tú no tienes tipo de eso ¿O es que eres un gallo tapado?

_Ni tengo tipo ni lo soy, y el que tenga dudas que venga a probar.

La otra, más feíta y desparpajada, se moría visiblemente de las ganas de saber qué hablábamos. De aquel incidente surgió una maravillosa relación que me hizo pasar días espléndidos

En cuanto llegamos al campamento, unas viejas naves largas y despintadas de paredes de madera y techo de zinc, Luis Maldonado, amigo cercano de Ricardo se me acercó.

_Tú no pierdes tiempo compay.

_ ¿Con qué? _ le pregunté extrañado.

_Vamos, no te hagas el bobo, que ya te vi disparándole a Bety.

_No chico, no, lo que pasa es que se quiso hacer la graciosa y tuve que pararla como era debido.

_La graciosa no, ella es así, mi socio, salsosa y camina, ¡para que lo sepas, camina!..

_Entonces es fácil, ¿tú crees que si le disparo la tumbe?

_No es que sea fácil, pero camina. En la Prepa sólo tuvo dos novios, el último fue Ricardo ¿Él no te lo dijo?

_ ¡No jodas compadre que esa chiquita fue jeba de Ricar!

_Uhm.

_ ¿Y cómo soltó esa prenda?, porque está buenísima.

_Na’, la profe Berta se le metió entre ceja y ceja y como él es un barco para los estudios con esa relación vio aseguradas las notas del curso y se enganchó con ella.

_Pues mira que voy a probar a ver si de verdad camina. Gracias mi hermanito por la información.

Por la noche, después que nos acabamos de acomodar en los albergues, en la plazoleta frente a ellos se formaron espontáneamente cuatro o cinco grupos de jóvenes. Unos hacían chistes, otros jugaban a las cartas o al dominó, aquellos por allá cantaban rumbas acompañándose del toqueteo de las maletas de madera, los de más allá, los romanticones, se complacían oyendo un recital de la Pequeña Compañía y entre ellos distinguí a Bety, que al verme se me acercó con un brillo pícaro en la mirada.

_Ven para acá, patico_ me dijo bajito.

_Deja la gracia, ¿me oíste?, ¡deja la gracia!

Me tomó muy suavemente por el brazo.

_No te sulfures mi chiquitico, es una broma entre tú y yo. Ven que te voy a presentar al grupo.

_ ¿Estás loca?_ cuchicheé_, si me doy mucha publicidad va y algún chivato se va de lengua y se descubre que Ricardo no vino al trabajo y a lo mejor por eso le tumban el viaje a la URSS.

_No tengas miedo que aquí los que estamos somos de la pandilla, además, lo de la ausencia de Richard lo conoce todo el mundo, con nosotros no hay escache. Ven.

A muchos ya los conocía, a los varones sobre todo, a las hembras les di la mano mientras sonreía. Enseguida me percaté que con mi llegada se completaban cinco parejas y me dije esto va bien. Uno de los romanticones era Luis y me hizo señas para que me sentara a su lado, le hice un gesto preguntando ¿y Bety?

_Vengan los dos para acá, que esto ahora se pone bueno y dése un buche asere y desconecte hoy, que mañana tendremos que fajarnos duro con las yerbas ¡Arriba, venga, todos conmigo! y cantó: “mujer, si puedes tú con Dios hablar, pregúntale si yo alguna vez te he dejado de…mamar” y allí mismo estalló la carcajada colectiva.

Al ver que Bety era una de la que con más fuerza reía la ocurrencia obscena me desinhibí y después del tercer trago saqué a relucir mis dotes de artista y le metimos mano a unas cuantas guarachas picantes, entonces contrario al efecto que esperaba ver, la muchacha se puso seria y como me olí que algo andaba mal me puse serio yo también.

_ ¿No te gusta cómo canto?

Negó con la cabeza mientras contraía los labios y ladeaba el rostro

_No, no es eso.

_ ¿Y entonces…?

_Es que no me dejas escuchar el recital por el radio ¿No te gusta la Pequeña Compañía?

De situaciones anteriores tenía el conocimiento y la experiencia de que no podía hacerme amigo de las mujeres. Cuando establecía una relación cordial sana con ellas, no había forma de que después pudiera conquistarlas, así que vi la oportunidad para comenzar mis insinuaciones antes de que la confianza con ella fuera mayor.

_ ¿Tú sabes qué cosa me gusta más que la Pequeña Compañía? Tu pequeña y cercana compañía.

Me miró recelosa, o más bien fingiendo recelo y con un brillo nuevo en la mirada

_Te pareces a alguien que yo conozco.

_Difícil, mi niña porque de los locos entre los locos yo soy el más loco.

_ ¿Y músico y poeta?

_De todo, por ti soy capaz de todo. Yo puedo decir los versos más tristes esta noche.

_No es decir, es escribir.

_No, ese fue Neruda. Yo te los digo, o los más alegres, los más originales, los que tú quieras escuchar.

Me miraba con aire de incredulidad, sonriendo la ocurrencia y creía adivinar en sus ojos cierta aceptación cuando Luis nos interrumpió.

_Guarde la Colt, compadre. Mira me contaron que aquí cerca hay una presa de lo más bacana. Vámonos todos a pecar.

_ ¿A pescar a esta hora?_ me extrañé_. ¡Tú estás loco!

_Loco no mi socio, tú eres el que estás sordo, dije a pecar, sin ese. Mira para acá, todavía queda una botéllula por los hómbrulos.

Y en la presa fue el despelote, tragos, canciones, chistes, más tragos y después el embullo colectivo de bañarnos y ellas que si los caimanes y nosotros que aquí no hay nada de eso, después ellas que si las trusas y nosotros que las de Adán y Eva y ellas que no y nosotros que sí y con el otro trago, la noche y las aguas oscuras nos engulleron totalmente en cueros. Al inicio chapoteamos y reíamos, luego nos fuimos separando hasta conformar cinco minúsculas islas que cada vez reducían más su territorio a medida que nuestros cuerpos se pegaban, se fundían y vino entonces el alboroto de Amarilis corriendo desnuda por las piedras de la orilla y Luis detrás de ella tropezando mientras intentaba ponerse los pantalones.

_Ese Plomo no es fácil_ se compadeció Bety.

_ ¿Qué plomo?_ pregunté ingenuo

_Luis, le dicen el Plomo y no es por lo pesado que es. Dicen que se manda mal, está más que bien dotado. Amarilis lo sabía y quería probarlo, alardeaba que ella sí se la disparaba completa y mírala ahora cómo va.

Aquel comentario sobre dimensiones fálicas, el sobresalto, el efecto del alcohol y un poco de complejo de inferioridad hizo que se me enfriara hasta el alma. Las otras parejas también salían del agua y los imitamos. Nuestras mentes, ahora más lúcidas después del chapuzón nos forzaban a enfundarnos en los comunes pitusas descoloridos. Amarilis ni atrás ni alante quiso volverse a unir al grupo y las muchachas solidarias la acompañaron de vuelta, unos cincuenta metros delante de nosotros. Los varones acabamos de despachar la botella y empezamos a darle cuero al Plomo y cuero y cuero hasta que el tipo se decidió a hablar, que no, que no se la pudo meter, que cuando ella vio cómo era la cosa comenzó a recular y que no, que no. Ni siquiera la pinchó.

Al otro día coincidí casualmente con él en el baño y al verme mirarle de soslayo su aparato me soltó.

_Unos porque quieren tenerla más grande, y a mí porque me sobra un pedazo.

Tenía el rabo más largo que jamás en mi vida vi, nueve pulgadas en reposo, catorce y media parado. Yo no lo medí, me lo contó él y por lo que se apreciaba no debía haberse equivocado.

_Compadre, pero a usted hay que cambiarle el apellido, en lugar de Luis Maldonado eres Luis Biendonado.

_ ¡Ah, no jodas, tú también me vas a dar cuero!_ me dijo desconsolado.

_No mi herma, no es cuero. Alégrese de ser así, siempre es mejor que sobre y no que falte, además lo suyo tiene solución.

_ ¿Verdad?_ en su rostro se notaba alegría y esperanza._ ¿Cuál es la solución?

_Ponerte un pañuelo amarrado en el tronco del rabo como si fuera una arandela.

Tuve que salir de allí a millón porque el muy degenerado me lanzó no un cubo de agua, sino el mismísimo cubo por la cabeza, y era de zinc galvanizado.

Más tarde un sol juliano, tropicalísimo y achicharrador se ensañó en nuestras espaldas juveniles y trasnochadas mientras guataqueábamos unos interminables surcos de caña nueva. Con la resaca de la noche anterior y el cansancio del viaje parecíamos verdaderos zombis, los pesados azadones se levantaban arrítmicos y cansones, mientras nuestra ilusión se centraba en el remoto final del campo, donde un incitador y frondoso mamoncillo esparcía una sombra grande y fresca. Luis, Fidel y yo fuimos los primeros en llegar a él y a pesar de no haber hecho mucho hincapié en cumplir la faena con calidad sentía en las manos el escozor de las incipientes ampollas. A las muchachas las habían mandado a unos semilleros distantes de nuestro campo, por lo que nos sentíamos aún más abandonados y desalentados. Apoyamos las espaldas en el tronco rugoso, a lo lejos los otros sufrían aún bajo el sol.

_Que lo aprovechen bien, porque en Diciembre y Enero cuando los coja el frío de la Sóviet van a llorar por un poquito de sol.

El Plomo me miró sonriendo.

_Algunos, porque yo voy para Alma Atá y allá dicen que se mete un calor de más de cuarenta grados. Peor que este.

_Entonces vamos a solidarizarnos contigo y nos quedamos aquí a la sombra_ sugirió Fidel_, y hablando de sombra. Plomo, necesito que me tires un cabo. Tú sabes que estoy puesto de lleno para Olga, pero veo que le han disparado más de veinte tipos durante todo el curso y ninguno ha podido sacarle el sí. Tú eres socito de ella, ponme una piedra compadre, a ver si paso estos días como se merece.

 

_ ¿Qué piedra ni un carajo? , bájale muela. Tú eres un tipo de jeta fácil y gracioso. Tienes quince días para ligarla.

_El lío no son los quince días, yo quiero ligarla ahora y pasar estos días con ella. De verdad que me gusta, la tengo metida entre tarro y tarro. Tírame un cabo, asere.

_ ¿Tú le tienes miedo a la niña?_ me metí en la conversación.

_No es miedo, viejo, ella tiene su carácter y sus resabios y con una buena piedra es mejor.

_Ná, compadre, usted lo que tiene es miedo ¿Cuánto te apuestas a que si yo la enamoro la tumbo?_ empecé a cuquearlo.

_No me jodas con eso, chico, pero es más si de apuestas se trata la cosa, ¿nos jugamos una botella de ron a que hoy converso con ella?

_ ¿Conversar nada más?_ dije escéptico_, así no tiene gracia.

_ ¿Va la botella a que hoy la enamoro?_ se envalentonó Fidel

_ ¡Va!_ le respondí animoso y confiado en que me ganaría sin problemas el roncito para pasar la noche.

Y cada uno con el aliciente de la posibilidad de ganarle al otro nos metimos otra vez en el surco antes de que el jefe de brigada llegara hasta nosotros para regañarnos.

Después de la comida, unos chícharos innombrables con arroz blanco y huevos salcochados volvimos a formar los viejos grupos. Bety me acariciaba las ampollas boludas, el Plomo ahora sin Amarilis tenía los cañones listos para dispararle a cualquiera; Fidel, recién incorporado al grupo era una bola de nervios esperando a que Olga saliera del albergue.

_Vamos a duplicar la apuesta_ le dijo Luis_. Si yo, a pesar de mi mala fama me empato con alguna jebita hoy y tú no logras ligar a Olga, me das dos botellas. Si yo fallo y tú lo logras entonces yo pongo una y Rey pone la otra ¿De acuerdo?

_ ¡Eh!, ¿y yo qué gano en todo esto?_ protesté.

_Cállese la boca, compadre, que nos vamos a empinar dos pomos esta noche a costilla del socio.

_ ¿Tú crees? Mira que con tus antecedentes…

_Olvídese de eso, que aunque sea con Dayana, que ya me aguantó una vez yo me empato hoy.

_ ¿Quién es esa Dayana?_ la curiosidad por la mencionada heroína me hizo preguntar.

_Ná, una feótica ahí que está reguliche de cuerpo, pero de cara lo que se manda es una caricatura. Eso sí, no sé si es por el queso que siempre tiene acumulado, pero me aguantó, es verdad que regateaba y decía toda no, toda no y hasta lloró su poquito, sin embargo esa vez pude limpiar el tubo.

En esos momentos salía Olga del dormitorio y guardamos de inmediato absoluto silencio. Alta, imponente de cuerpo, diría que hasta bella, con un aire de orgullo que la hacía más atractiva, la muchacha se acercaba.

_Un buche, Plomo, necesito un buche_ pidió Fidel.

_ ¿Tú estás loco? ¡Ni se te ocurra! Si te siente olor a bebida entonces sí no la vas a ligar más nunca ¡Con el carácter que se manda! Tienes que llegarle a pecho limpio ¡Arriba, que de los cobardes no se ha escrito nada!

Fidel se persignó burlonamente, pero más serio que una tusa y se acercó a saludarla. Cuando al rato logró llevarla a solas hasta un rincón apartado, Luis me haló por la mano.

_Vamos con disimulo a oír lo que hablan, que este cabrón es capaz de inventarnos un cuento con tal de no pagar la apuesta.

Nos escurrimos hasta unas arecas cercanas y desde allí nos echamos todo el play.

_Mira mami…yo te llamé…porque…_él nervioso.

_ ¿Y quién te dijo que yo soy tu mami?_ ella castigadora.

_Es un decir…o mejor dicho…no lo eres, pero quiero que lo seas. No mi mami…porque yo sé que a ti no te gusta ese lenguaje chabacano…pero es que yo…es que yo…Ná, vieja, que estoy metío contigo, que me tienes loco, vaya, que estoy enamorado de ti, que me gustas una pila, que quiero ser tu novio, que…

_ Pero cuantos qué!_ ella haciéndose la dura.

_Todos los que hagan falta, Olguita. Me tienes el coco hecho agua. Por ti soy capaz de cualquier cosa_ él envalentonado.

_ ¿Ahora…?_ ella imponente.

_Ahora, ¿qué?_ él sorprendido.

_Ahora que se acabó el curso, que lo que nos queda apenas en Cuba son unos días y luego yo para Leningrado y tú para Bakú a miles de kilómetros uno del otro.

_Lo mío es serio, Olga, te lo juro. Es más, fíjate si es serio que si tú quieres nos casamos antes de irnos, o no nos vamos y estudiamos cualquier cosa aquí en Cuba. Lo que tú digas, pero dime que sí anda. Antes no te había dicho nada porque de verdad que soy un poco tímido, por no decir que miedoso, pero no puedo resignarme a separarnos y no decirte lo que siento. Yo hago lo que tú quieras, lo que me digas, pero dime que sí, chica, ¡anda!

_Tú no me caes mal, eres un poco barco y mal hablado, pero no me caes mal_ ella cediendo.

_ ¿Entonces…?_ él desesperado.

_ ¿Entonces?…lo contrario de no.

_ ¿Cómo que lo contrario de no? ¿Es que acaso no me crees? ¡Yo soy un hombre…!

_Déjame tocarte las manos, ¡huy, pero si las tienes heladas!

_ ¿Ah, también te vas a burlar de mí ahora?

_Yo no me estoy burlando. Ya te dije, lo contrario de no.

_ ¡Coño, pero que bruto soy!, si lo contrario de no es sí. ¿De verdad? ¿Me estás dando el sí?

_Claro chico ¡Mira que eres bruto!

El Plomo me haló suavemente otra vez, ahora hacia atrás.

_Vamos echando, compay, que el socio nos jodió las botellas. Ve a buscar el dinero para comprarlas.

Dos botellas entre doce no es gran cosa, si acaso sirvió para quitarnos la pena y para que Olga después del quinto o sexto trago accediera a apoyarnos en una idea loca que tenía Bety: meterme disfrazado de mujer en el albergue de las muchachas. Ver y no tocar fue lo único que me recomendó, cuando luciendo falsas protuberancias y maquillado casi a la perfección nos escabullimos en el dormitorio.

Después que estuve dentro sentí miedo de que me fueran a descubrir en la jugada y con el alboroto saliera preso o botado de allí, pero ya estaba dentro y no había marcha atrás posible. Bety me acostó en su litera y puso el mosquitero prometiendo volver enseguida. El en seguida se convirtió en casi una hora, durante la cual me di gusto vacilando culitos tiernos, peluqueras, teticas limón y tetonas melón. Ya estaba en punto de frenesí cuando Bety se coló dentro de la litera. Me palpó mis partes sin recato, así era como te quería, me susurró, para que no pase lo que anoche en la presa ¡Ven mi patico!

¡Ay Dios mío, qué noche aquella!, y así fueron muchas más, todas las noches siguientes, intensas, frenéticas, alocadas, como la vez que decidimos sacar a uno que le decían Pato Oyuyo y que era una piedra después que se dormía, con litera y todo para el área de formación. El susodicho usaba unos calzoncillos de patas largas y cuando despertó en medio del coro que le formamos, hembras y varones, se levantó de un brinco, pero encañado como estaba, parece que de retener los deseos de orinar, se le salió el aparato aquel por la pata del calzoncillo y lo que se armó allí fue el acabose. Quería fajarse y todo, se cagó en la madre de los culpables, pero nadie saltó. Yo por si acaso, en silencio, me cagué en la suya mil veces.

Las cañas guataqueadas yo no sé si agradecerían el tratamiento que le dimos, pero yo sí agradecí y agradezco todavía a Ricardo y a Bety, a Luis y muchos otros aquellos días pasados allí y que todavía hoy recuerdo con agrado. A mi rubita le prometí en la despedida del campamento ir a verla antes de abordar el barco que los llevaría hasta Odesa. Se llevó mi dirección para enseguida que llegara escribirme y que de esa forma no se perdiera la comunicación. Juró que me quería y hasta yo sentí de verdad nostalgia y dolor por separarnos. Cantando las viejas estrofas de “Reloj” y pidiéndole que no marcara las horas porque íbamos a enloquecer, con un beso largo y un abrazo interminable nos despedimos.

A la Habana llegué una noche lluviosa dos días antes de que comenzara el Onceno Festival de la Juventud y los Estudiantes. La Colmillo Blanco en que viajé era la mar de cómoda, pero apenas si pude disfrutar en el trayecto de las bellezas del paisaje, para mí casi desconocido, pues el chofer, un aprendiz de esquimal, tenía el aire acondicionado a todo meter y me temblaba hasta la quijada de arriba. El shock hipotérmico debe haber sido el culpable de mi maltrecha estampa cuando descendí del ómnibus, tal sería mi facha que enseguida un policía me pidió identificarme. Trabajo me costó convencerlo de que yo era un delegado de la Universidad Central al que se había ido la guagua que transportó a los participantes del evento.

Libre de él, pero con la preocupación renovada por mi seguridad, pues este hecho me venía a confirmar que la policía, en estos días especialmente, iba a estar más activa que de costumbre y por tanto debía cuidarme de no ser sorprendido en mis proyectos de plagio. Crucé la Avenida Boyeros y deambulé entre los kioscos, vacíos a causa del mal tiempo, de la Feria de la Juventud. Una malta y un par de panes con croquetas calmaron mi apetito ¿Adónde ir? La idea que traía era acercarme a la Escuela Vocacional Lenin, que sería una de las Villas de alojamiento de los visitantes al evento, pero realmente no sabía dónde esta se encontraba, ni cómo llegar hasta allí, de contra la lluvia continuaba y volví a tiritar. La CUJAE era la otra opción y una más remota, por la lejanía era pernoctar en casa de mi tío Alfredo, el padre del huérfano, que vivía en Bauta. De esa última idea desistí de inmediato.

Esta era apenas mi segunda visita a la Habana, la anterior había sido como diez años antes, así que poco práctico como estaba para deambular sin dirección, decidí pasar la noche en los bancos de la Lista de Espera de la Terminal de Ómnibus. Me encontré allí un hervidero de gente tirada en el piso sobre cartones y ni un huequito siquiera en un banco donde reposar mi huesos. Me entraron unas ganas tremendas de regresar a casa, a mi camita tibia, hacía más de un mes que no sabía nada de mi madre, abuela, hermano y primo. Las defensas comenzaron a ceder ante la tentadora idea del regreso y la obtención del perdón familiar y ya casi estaba decidido a apuntarme en la Lista de Espera para volver a Santa Clara cuando tres jóvenes amulatados se me acercaron.

En seguida me puse alerta, pues tenía conocimiento de los maleantes y embaucadores habaneros que merodeaban por las terminales y timaban a los pasajeros que veían con cara de guajiros, pero no, era mi salvación lo que el Destino ponía en mis manos. Por lo que pude entender con mi famélico inglés, supe que eran egipcios y que andaban extraviados, habían llegado el día anterior para el Festival y ansiosos por conocer la ciudad y su gente salieron a dar una vuelta, se empataron con unas muchachas habaneras que los engatusaron y robaron los dólares que traían. De pronto me alumbré y les pregunté por los pasaportes, por suerte los conservaban consigo, para no llamar mucho la atención de posibles curiosos bajamos al piso inferior donde era menor la multitud y les hice creer que yo era un estudiante nicaragüense también delegado al Festival y prometí ayudarlos. Un rápido cálculo de mis finanzas me demostró que bien valía la pena gastarme diez pesos y alquilarles un taxi que los llevara hasta su albergue. Insistieron para que los acompañara pues temían el regaño del jefe de su delegación, pero con el pretexto de que estaba allí esperando por unos compañeros míos que pronto arribarían me los quité de encima. Después de media hora tratando de capturar un Chevy, logré que uno los llevara. En la despedida, con fuertes abrazos incluidos, me las arreglé para extraer los papeles del bolsillo de uno de ellos.

Así es la vida, en apenas unos minutos me había convertido en Ahmed el Meligui, natural del Cairo y con alojamiento en el Pedagógico Varona. Indudablemente que por aquel lugar no podría ni asomarme, pero tener en mis manos una credencial para mostrar a las autoridades y entrar en los lugares de los eventos era un gran logro, algo con lo que no había ni siquiera soñado. Me quedaban veinticinco pesos.

Amaneciendo llegué a la escuela Lenin, al parecer allí habían trabajado toda la noche recibiendo delegados, porque numerosas personas caminaban aún a esa hora por los pasillos y áreas exteriores. Me colgué del cuello la credencial y haciendo uso de un acento extraño empecé a mascullar un español que para cualquiera era legítimamente extranjero, así supe donde se encontraba el comedor, mi primera e inmediata meta, ya que nada me apetecía más, ni más agradecerían mis húmedos huesos que un café con leche bien caliente y un pan con mantequilla. En el comedor, amplio y encristalado había para escoger: yogur, malta, helado, leche fría, frutas, ensaladas, dulces, pero café con leche ni para un remedio. Tuve que conformarme con un par de bocaditos de jamón y queso y una taza bien llena de té caliente. Pregunté después, para quitarme el susto, qué delegaciones se hospedaban en la escuela, pues me hubiera visto en un aprieto si alguien se dirigía a mí en árabe, idioma en el que sólo sabía decir Salam Alekum, por suerte allí primaban delegados latinoamericanos y de la Europa socialista.

 

Al cabo de una hora el jolgorio y el aire festivo aumentaron cuando se fueron sumando a los deambulantes otros cientos de jóvenes recién llegados y otros cientos recién levantados. Me puse en una fila en el vestíbulo y me entregaron dos pullovers, uno con la Flor del Festival y otro con un CUBA SI grandísimo en el pecho; en otra cola me dieron una gorra roja y un puñado de sellitos metálicos con saludos y consignas. Hice otra cola, esta vez más larga y pude abordar un ómnibus que nos llevó hasta la Playa de Santa María.

Después de la tormenta del día anterior el sol lucía radiante y la atmósfera limpiecita, como acabada de estrenar, sin embargo mi mente, que debía estar también clara y como recién estrenada, era un hervidero, una madeja de sentimientos, deseos, aspiraciones y miedos que le roncaba. Por un lado tenía la tranquilidad de poseer un documento que me amparaba y que suponía iba a ser el Ábrete Sésamo de los próximos días, por el otro me corroía el temor de ser sorprendido in fraganti en mis mentiras, lo mismo por la policía o autoridades de los albergues, que por los propios delegados, ya que si ante algunos me había presentado como árabe, para otros era nica, para otros más colombiano y todavía me faltaba personificarme como Silvio.

La barbita que me había afeitado en Camagüey ya estaba casi como antes, sólo que sin guitarra me sería mucho más difícil lograr mis propósitos. Por lo pronto y en vista de que era la tendencia generalizada entre los delegados, que serían muy revolucionarios, antimperialistas y todo eso, pero que ahora estaban entregados de lleno al vacilón y al ligue de sus respectivas parejas, decidí seguirles la corriente, no desentonar y comencé a barrer con ojos de perro sato las arenas circundantes. Bikinis y más bikinis, chores, pescadores y risas lindas y pelos largos o cortos, rubios, castaños y nalguitas y nalgonas, peloticas y pelotonas ¡Crema era lo que había allí, pura crema!

Siguiendo la vieja técnica empleada en el Parque Céspedes, y como por obligación yo era el delegado más solitario y desamparado, decidí hacerme el sueco, el interesantón, pero nada. Media hora de técnica aplicada y nada. Se habían formado grupos de a quince, veinte y más, se hablaba en español, ruso, inglés, portugués, francés y no sé en cuantas otras lenguas, me parecía estar metido en una verdadera olla de grillos o en la torre de Babel. En proporción abundaban las muchachas sobre los varones y eso me tranquilizó, pero era ya cerca del mediodía y continuaba en mi idiota estatuez. La espalda ya me ardía y decidí darme un chapuzón, miré en derredor a ver a quién dejar al cuidado de mi ropa y me decidí por una joven que al parecer también disfrutaba o penaba por la soledad. Era mulata, delgada, pero no de una delgadez extrema como años después diría Pablito Milanés, era una flaca con figura y rostro hermoso y estaba tendida a unos veinte metros de mí. Sin saber en qué idioma chapurrear para llamar su atención, me decidí por mi español macarrónico.

_Amica, per favor, yo quisiería…

Hice la pausa normal del que está buscando la palabra adecuada cuando ella saltó.

_Dime, papito, ¿en qué puedo servirte, mi cielo?

¡Pa´ su escopeta!, aquella chiquita era más cubana que yo. Debo haber palidecido de inmediato, porque sentí que una bola fría bajaba y me daba salticos en el estómago.

_Dime, papi, ven siéntate aquí conmigo, no seas malito. ¡Ven!

Ni atrás ni alante salía de mi boca palabra alguna. De pronto me entraron unas ganas tremendas de reír y no las pude evitar. Ella por contentarme también reía, pero cuando vio que al parecer lo mío no tendría fin comenzó a mirarme con detenimiento.

_Ven acá, chico, ¿tú no eres…?

No la dejé terminar, salí de allí haciendo piruetas, muecas y monerías a pesar de que llamaba la atención de muchos.

Aún hoy me queda la duda de si ella era una agente civil de la policía o una de las antecesoras de las actuales jineteras, lo cierto es que yo no tenía ni tiempo ni agallas para averiguarlo en aquel momento. Supongo que me creería un loco. Por mi parte, del susto, salí corriendo y por poco llego a Guanabo. Había recibido otra lección que me llamaba a cuidarme más, lo mismo de otros pícaros como yo, que de agentes policiales encubiertos.

Subí a uno de los ómnibus y me quedé dormido hasta que montaron todos, me eché el pullover sobre la cara y así me mantuve hasta llegar a la Lenin. Por los altavoces Argelita Fragoso cantaba repetidamente la canción tema del Festival y yo un poco desanimado decidí guardar mis fuerzas para el acto de inauguración del próximo día y me acosté temprano. Acostarse temprano en un albergue repleto de gente con ánimo de fiesta es una estupidez, de eso me percaté apenas subió la mayoría de mis compañeros y empezaron a cantar, a hacer chistes y reír.

Un nica verdadero se me acercó a pedirme fósforos y estuvimos conversando de la guerra. Era de Masaya y había venido casi directo de la guerrilla para acá, tenía unas ganas locas de divertirse, mañana tendremos pláticas de Revolución, me decía, pero ahora huevón vamos a ponernos las pilas. Esa noche probé por vez primera el Flor de Caña, aguardiente, y con una buena dosis de él en vena salí a acompañarlo. Afuera ya se veían parejas romanceando, ¿ves mano?, vamos nosotros también a buscarnos unas chulitas.

Alrededor de los restos, todavía humeantes de una fogata que debió ser enorme, nos sentamos a despachar la botella El nica, Eusebio, era todo ojos y todo oídos, parecía un radar, un verdadero guerrillero o un cazador profesional.

_ ¿Ves? Esas que están ahí son rumanas y aquellas búlgaras.

Me sorprendí enormemente con su conocimiento, él se percató de ello y me explicó.

_Aquí donde me ves, soy a lo mejor medio guerrillero, pero compa entero y entero también Licenciado en Economía Política. Yo estudié en la Sóviet, me mandó el Frente Sandinista antes de que empezara la ofensiva grande.

_Compadre vamos para allá entonces, si usted es un traductor caído del cielo, vamos a ligarlas_ le dije envalentonado por el alcohol.

_Suave, compa, suave. Tú me dijiste que eras colombiano, les diremos a ellas que somos mexicanos, para no tener que estar en la vaina esa de hablar de la guerra y otras mierdas ahora. Pero fíjate, vamos a tantear primero a las rumanas que son mejores hembras y más calenticas que las búlgaras.

_ ¿Y tú hablas rumano también?

_No, compa les hablaré en ruso. En esos países casi todos hablan el ruso bastante bien, se lo enseñan en las escuelas. Mira, aquella pelicolorada, sí, la del short azul, si cuadramos algo es la mía ¿Vale?

_Dale, que pa´ luego es tarde.

De Rumania lo único significativo que conocía era la participación de Nadia Comaneci en las Olimpíadas de Montreal dos años atrás, así que mencionándola y también un poco de Ceauchescu jarachó me defendía. Por suerte las chicas sacaron a colación el tema de la música, y hablando de Boney M y los Bee Gees Eusebio se dio gusto parlando paruski.

Me tocó una trigueñita flaca, muy bonita, pero que hubiera pasado sin muchos problemas por cubana, o por española. Fue la primera carne extranjera que probé y no estuvo nada mal. Gracias al Flor de Caña me porté como era debido y fornicamos de lo lindo en unos arbustos de los alrededores de la escuela. Marina se llamaba, o se llama.

Para mi desgracia, o mi suerte, en los primeros ajetreos mi viejo pitusa se descosió por el fondillo. Del desconsuelo me sacó mi compañera que prometió ayudarme y para cumplir su promesa me regaló un Wrangel azul nuevecito que me quedó que ni pintado. Me sentía el hombre más feliz del mundo, y tenía razones para estar rebosante de alegría, en apenas una hora me había merendado una niña que era un caramelo y de contra me había obsequiado un pitusa, con la falta que me hacía. Como agradecimiento le espanté un beso largo, el más largo que he dado en mi vida, por lo menos veinte minutos estuvimos trenzando nuestras lenguas. La madrugada se nos gastó tan rápido o el amanecer la fue empujando con el mismo ritmo con que nosotros movíamos las cinturas, que por poco nos coge el sol en aquellos menesteres.