Pisagua, 1948. Anticomunismo y militarización política en Chile

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116 Rolando Álvarez. «Frente Popular», op. cit, p. 89.

117 El Despertar (Iquique), 29 de noviembre 1947.

118 Solidaridad (Santiago), Año 1, No. 2, agosto de 1948, p. 2.

119 Solidaridad (Santiago), Año 1, No. 2, agosto de 1948, p. 2. La cita es de este mismo artículo; Año 2, No. 2, octubre de 1949, p. 5.

120 Solidaridad (Santiago), Año 2, No. 2, octubre de 1949, p. 7.

121 El Estado Policial, op. cit., pp. 79-80.

122 Solidaridad, Año 1, No. 2, agosto de 1948, p. 2.

123 Solidaridad (Santiago), Año 1, No. 2, agosto de 1948, p. 3. El énfasis es nuestro.

124 Solidaridad (Santiago), segunda quincena de junio, 1951, p. 3.

125 Solidaridad (Santiago), Año 2, No. 2, octubre de 1949. El comité estuvo formado por Miguel Lawner, Rudecindo Ortega, Óscar Waiss, Mireya Lafuente, Víctor Galleguillos, Humberto Martones, Santiago Wilson, Carlos Vicuña, Domiciano Soto, Manuel Eduardo Hübner y representantes de las organizaciones que adhirieron.

126 Solidaridad (Santiago), ibid., p. 4.

127 El Tarapacá (Iquique), 27 de enero de 1949, p. 1.

128 El Tarapacá (Iquique), 27 de enero de 1949, p. 1.

129 El Tarapacá (Iquique), 31 de enero de 1949, p. 2. La comisión parlamentaria no dictaminó el carácter de Pisagua ni el estado de los reclusos, pues sus miembros renunciaron. Fue solo un diagnóstico supuestamente verbal que Errázuriz le habría dado.

130 El Tarapacá (Iquique), 28 de enero de 1949, p. 4.

131 El Tarapacá (Iquique), 29 de enero de 1949, p. 8.

132 Democracia (Santiago), 28 de septiembre de 1949.

133 Democracia, 28 de septiembre de 1949, sin número de página.

134 Solidaridad, Año I, No. I, junio de 1948, p. 2.

135 Bárbara Koehn. La resistencia alemana contra Hitler, 1933-1945. Madrid, Alianza, 2005.

136 Comité de Solidaridad y libertades Públicas El Estado policial, op. cit., p.9.

137 Hemos analizado esto en Verónica Valdivia Subversión, cohesión y consenso, op. cit., cap.II

138 Luis Corvalán. Fonseca, combatiente ejemplar. Talleres Gráficos Lautaro, 1949, pp. 166-167.

139 Ibid., p. 168.

140 «Inspector Jefe de Investigaciones a Intendente», No. 231, Confidencial, 18 de septiembre de 1949, ITAR, vol. 1865 (1949); véase también el volante «El pueblo dice ¡Basta ya con tantas alzas, miseria y cesantía!», ITAR, vol. 1883, Carabineros e Investigaciones (1951).

141 Jean-Marie Domenach. La propaganda política. Buenos Aires, Eudeba, 2009, p. 24.

142 BSCD, 28 de octubre de 1947. Firmaron la acusación los diputados Andrés Escobar, Oscar Baeza, Natalio Berman, Cipriano Pontigo, Bernardo Araya, Juan Vargas Puebla, Carlos Rosales, Víctor Contreras, Alfredo Escobar y Luis Valenzuela.

143 BSCD, 4 de noviembre de 1947.

144 Pablo Neruda. Yo acuso. BSS, 6 de enero de 1948.

145 Ibid.

146 BSS, 22 de junio de 1948, p. 768.

147 BSS, 22 de junio de 1948, p. 768.

148 Frente Popular, 30 de diciembre de 1936. Agradezco a Rolando Álvarez esta información.

149 Andrew Barnard. El Partido Comunista de Chile, 1922-1947, Santiago, Ariadna, 2017, p. 242.

150 Karen Donoso Fritz. «Las mordazas a la prensa obrera. Los mecanismos de la censura política en Chile, 1919-1925». Izquierdas, No. 28, julio de 2016, pp. 191-225.

151 Testimonio del militante comunista Américo Zorrilla en José Miguel Varas, Los tenaces, p. 45.

152 «Prefecto a Jefe de Zona», 20 de diciembre de 1949 e Inspector Jefe provincial de Investigaciones a Intendente, No. 198, Confidencial, 25 de agosto de 1949, ITAR, vol. 1865, Carabineros e Investigaciones (1949). En el documento de agosto, el Inspector señalaba que en el allanamiento al exlocal de la CTCH en Iquique se habían encontrado 14 publicaciones comunistas entre novelas y folletos, las que aparecen identificadas por sus títulos.

153 «Prefectura de Tarapacá No. 1 a Jefatura de Zona de Emergencia», 2 de diciembre de 1948», ITAR, vol. 1839, Oficios Enviados desde Carabineros e investigaciones (1946-1948).

154 José Miguel Varas. Los tenaces, op. cit., p. 107. Carabineros e Investigaciones procedieron a «recoger cuantos panfletos les fue posible», Confidencial No.81, 3 de septiembre de 1949, ITAR, vol. 1865 Carabineros e Investigaciones (1949).

155 «Memorándum No. 38», 2 de noviembre de 1949, ITAR, vol. 1865, Carabineros e Investigaciones (1949).

156 «Prefecto a Jefe de Zona de Emergencia», 19 de abril de 1948, ITAR, vol. 1839, Oficios Enviados desde Carabineros e Investigaciones (1946-1948).

157 «A la URSS en su 32 aniversario», Prefecto a Jefatura de Zona de Emergencia, 11 de noviembre de 1949, ITAR, vol. 1865, Carabineros e Investigaciones (1949). En el mismo volumen consúltese también el Memorándum No. 37 de la Prefectura al Jefe de Zona, del 26 de octubre de 1949, y el del 22 de octubre sobre la paralización de las oficinas del grupo Nebraska, que implicaría la cesantía de 45.000 obreros y empleados.

158 En uno de los panfletos encontrados en la oficina Victoria y el mercado municipal de Iquique, se argumentaba el cierre de la prensa comunista «por denunciar los desaciertos gubernativos de González Videla, los robos de la camarilla que le rodea, la entrega de nuestras materias primas y nuestra independencia política, económica y militar a los deseos de los banqueros de Wall Street (Pacto del Atlántico)», «Prefecto a Intendente», Iquique, 1 de mayo de 1949, ITAR, vol. 1865, Carabineros e Investigaciones (1949).

159 Prefecto accidental a Intendente, No. 159, 6 de febrero de 1951, ITAR, vol. 1883, Carabineros e Investigaciones (1951).

160 ITAR, vol. 1866, gobernaciones y subdelegaciones (1948-1950).

161 «No solteís el Morro», en ITAR, vol. 1866, gobernaciones y subdelegaciones (1948-1950).

162 Senador Carlos Contreras Labarca, BSS, 19 de noviembre de 1947.

163 Ángel Veas en Volodia Teitelboim. Pisagua, op. cit., p. 36.

164 Solidaridad, Año I, No. 2, agosto de 1948, p. 2.

165 El Despertar (Iquique), 22 de noviembre de 1947.

166 El Despertar (Iquique), 1 de diciembre de 1947.

167 Luis Corvalán Ricardo Fonseca, op. cit., p. 170. Sobre el impacto de la experiencia frentepopulista en la cultura política comunista y su carácter nacional, ver Marco González M. «Comunismo chileno y Frente Popular. Las representaciones de los comunistas chilenos a través de la revista Principios, 1935-1947». Izquierdas, No. 11, 2011, pp. 54-69; Jaime Massardo. La formación del imaginario político de Luis Emilio Recabarren. Contribución al estudio crítico de la cultura política de los grupos subalternos de la sociedad chilena. Santiago, LOM, 2008.

168 El Despertar, 5 de noviembre de 1947.

169 «Los relegados de Pisagua se dirigen al país», noviembre de 1948, en ITAR, vol. 1839, Oficios Enviados desde Carabineros e Investigaciones (1946-1948).

170 «Luis Saldes Walker, Mayor Gobernador suplente a Intendente de Tarapacá», 23 de noviembre de 1948, ITAR, vol. 1838, gobernaciones (1946-1948).

171 «Los relegados de Pisagua se dirigen al país», ITAR, vol. 1839, Oficios Enviados desde Carabineros e Investigaciones (1946-1948).

172 La cita en «Prefecto a Jefe de Zona, 22 de noviembre 1948»; además «Prefecto a Intendente, 2 de julio de 1948», ITAR, vol. 1839, Oficios Enviados desde Carabineros e Investigaciones (1946-1948) y «Confidencial No. 8, 21 de enero de 1949», ITAR, vol. 1865, Carabineros e Investigaciones (1949).

173 «Froilán Lagos Lillo, Prefecto accidental a Intendencia», 26 de diciciembre de 1948, ITAR, vol. 1839, Oficios Enviados desde Carabineros e Investigaciones (1946-1948). En el mismo volumen, los documentos de 16 de septiembre de 1948 y del 14 de diciembre del mismo año.

174 Pablo Neruda. «Carta para millones de hombres», en Para nacer he nacido. Cuaderno No. 6.

<www.librosmaravillosos.com>.

175 Ibid., p. 179.

176 Ibid., p. 180.

177 Baldomero Lillo. Subterra, subsole. Concepción, 1904.

178 Pablo Neruda. «Carta íntima a millones de hombres», op. cit., p. 189.

179 Ibid., p. 197.

180 Frances Stonor Saunders. La CIA y la Guerra Fría Cultural. España, Debate, segunda edición en español, 2013. La participación de intelectuales en la lucha política de los gobiernos comenzó durante la Segunda Guerra Mundial. Max Hastings. La guerra secreta. Espías, códigos y guerrillas, 1939-1945. Barcelona, Crítica, 2016, cap. 3. Los conservadores chilenos trataron de rechazar la tesis de la seducción del marxismo entre la intelectualidad, siendo, a su juicio, solo una minoría. El Diario Ilustrado, 6 de marzo de 1948, p. 3..

 

181 Ibid., caps. 2-4; Jean-Marie Domenach. La propaganda política. Buenos Aires, Eudeba, tercera reimpresión, 2009; Bernarda Calandra y Marina Franco (editoras). La Guerra Fría Cultural en América Latina, Buenos Aires, Colihue, 2012.

182 «Chile no debe ir a la guerra», noviembre de 1950, (Fdo.) Olga Poblete y Guillermo del Pedregal, «Prefecto accidental a Intendente», No. 159, 6 de febrero de 1951, ITAR, vol. 1883, Carabineros e Investigaciones (1951). Véase también el «Memorándum No. 6, Confidencial», 28 de julio de 1951, en el mismo volumen.

183 Germán Albuquerque. La trinchera letrada. Intelectuales latinoamericanos y Guerra Fría. Santiago, segunda edición, Ariadna Ediciones, 2017, pp. 35-38 y 41; Adriana Petra. «Cultura comunista y Guerra Fría: los intelectuales y el Movimiento por la Paz en Argentina». Cuadernos de Historia, No. 38, 2013, pp. 99-130.

184 Germán Albuquerque, op. cit., p. 49-50.

185 Democracia, 5, 8 y 19 de octubre de 1948, pp. 1, 4 y 3, respectivamente.

Capítulo II Punto de llegada. Anticomunismo, Guerra Fría y Ley Maldita en Chile (1938-1948)

Durante el período gubernamental de Juan José Arévalo (1945-1950) [...] «El peligro de que Guatemala se vuelva comunista y pase a ser una cabeza de playa para que la Unión Soviética se infiltre en Centroamérica y amenace el Canal de Panamá es remoto y diría que, por el momento, no existe […] El peligro verdadero es de otra índole […] El peligro, señores, es el mal ejemplo. No tanto el comunismo como la democratización de Guatemala […] los avances en esa dirección significarían para nosotros un retroceso y una pérdida». Mario Vargas Llosa, Tiempos recios, p. 24

La historia de Pisagua es indisociable de la denominada Ley Maldita, aquella que estampó legalmente la exclusión de los comunistas y que fue discutida mientras se encontraban ya en el Campo.

La Ley de Defensa de la Democracia de 1948 fue vista durante mucho tiempo como una anomalía, una excepción dentro de una historia en la cual los conflictos políticos se resolvían dentro de la institucionalidad, de forma pacífica. El concepto de Estado de Compromiso, que Moulian aplicó para la historia política del período, enfatizaba la idea de negociación y acuerdo, aunque también reconocía momentos de conflictividad y polarización. No habría sido una historia lineal. La Ley de Defensa Permanente de la Democracia se insertaba en un contexto de gran confrontación, con un Partido Comunista en el gobierno, frente a lo cual la derecha abandonó sus posiciones defensivas para lanzarse a la ofensiva, entendida como la extirpación de la amenaza, ante a la imposibilidad de su neutralización186.

La interpretación predominante asoció esa ley al estallido de la Guerra Fría, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en la que América Latina se alineó con Estados Unidos. En ese momento, la nueva potencia inició una ofensiva contra los comunistas y su influencia sobre los trabajadores, poniendo fin a lo que se ha denominado la «primavera democrática» roosveltiana en el continente, impulsando la expulsión de los comunistas de los sistemas políticos, tal como ocurrió en Chile bajo Gabriel González y en la experiencia dramática de Guatemala187. Aprovechando las necesidades de financiamiento que tenía Chile, Estados Unidos lo habría presionado económicamente, exigiendo la salida de los comunistas del gobierno, lo que sumado a las huelgas encabezadas por el PC determinaron a Gabriel González a romper con sus antiguos aliados. La ley buscó detener la agitación comunista entre los trabajadores188, especialmente entre los obreros carboníferos, usando la Ley Maldita como parte de la «guerra» que el gobierno le declaró al Partido Comunista de Chile, al que acusó de promover huelgas revolucionarias en esa zona para imponer un régimen totalitario, subordinado a la Unión Soviética189.

Tras el fin de la dictadura pinochetista, jóvenes historiadores interesados por los grupos de ultraderecha sostuvieron que la ley de 1948 fue una respuesta al creciente poderío del Partido Comunista, especialmente en el terreno electoral, el cual pudo observarse en las elecciones municipales de 1947, su influencia en las huelgas protagonizadas por los trabajadores mineros y la agitación en el campo, todo lo que movilizó a la ultraderecha nacionalista, encarnada en el grupo Estanquero y la Acción Chilena Anticomunista (ACHA)190. En los últimos años se ha recalcado la conexión entre la agitación que los comunistas desarrollaron en el campo, organizando a los campesinos en sindicatos, rompiendo con el «pacto de dominación» supuestamente establecido entre los líderes del Frente Popular, los terratenientes y la derecha en 1938, y la dictación de la ley en 1948. El Presidente hubo de enfrentar las demandas de los terratenientes, de los campesinos politizados y de un movimiento obrero en ascenso. Habría una estrecha conexión entre la Ley de Sindicalización Campesina y la de Defensa Permanente de la Democracia191. De acuerdo al análisis del politólogo Carlos Huneeus, la importancia de la ley no estuvo en la intervención norteamericana, que relativiza, sino en el daño que produjo a la democracia chilena, quebrando a todos los partidos y favoreciendo una lectura subversiva de la demanda social entre el empresariado, el que tras ella restó legitimidad a las peticiones del movimiento obrero. Huneeus sostiene que el anticomunismo que desató dejó profundas y dañinas huellas y que la crisis que derivó en el Golpe de 1973 tuvo su origen en la política anticomunista de 1947 y la Ley Maldita, que no solo persiguió y reprimió al PC, sino afectó los derechos laborales de los trabajadores fiscales y de empresas de servicios de utilidad pública192. Desde la óptica del anticomunismo, la Ley Maldita sería una de las tres oleadas anticomunistas vividas por Chile en el siglo XX193, resultado de presiones anticomunistas de distinto signo, tanto derechistas como socialistas, cerrando una etapa generada por el conflicto social, la modernización política y de la sociedad194. Tal «guerra contra el comunismo» también se habría dado en la educación chilena, espacio donde se eliminó a los profesores de tendencias izquierdistas, tildados de comunistas, dando lugar a una formación antisovietista y pro norteamericana195. Rechazando las interpretaciones democratizantes del siglo XX chileno, Elizabeth Lira y Brian Loveman han documentado la represión sobre el movimiento popular a lo largo del siglo XX, la aplicación sistemática de leyes de seguridad interior y la declaración de distintos estados de excepción que le permitieron al estado reprimir, de forma ilegal e inconstitucional. La recurrente violencia estatal fue subsanada, posteriormente, con leyes de amnistía o indultos presidenciales. La Ley de Defensa Permanente de la Democracia habría sido parte de esa tendencia represiva histórica196.

Este capítulo analiza el por qué de una ley que excluía a los comunistas si, según los estudios existentes, el sistema político chileno se estabilizó y flexibilizó desde 1932 con la inclusión de la izquierda marxista. En Chile, el Partido Comunista fue incorporado al sistema de partidos y participó de la vida política, constituyendo un factor crucial en el proceso de democratización subsiguiente. Si ello fue así, ¿por qué en determinado momento ese partido y sus militantes fueron considerados una amenaza al orden constitucional? ¿El contexto de Guerra Fría fue lo determinante o las reformas sociales promovidas por ellos? En segundo lugar, inquiere acerca de la decisión de elaborar una ley que contó con un importante respaldo socio-político, siendo aprobada por el Congreso, si ya existía una Ley de Seguridad Interior que tipificaba como delitos una amplia gama de acciones sociales y políticas, estando declarado el Partido Comunista como asociación ilícita, es decir, existiendo ya herramientas legal-penales susceptibles de usarse en su contra.

A nuestro entender, la Ley Maldita debe situarse en un período más amplio que el del gobierno de Gabriel González y dentro de formas represivas de larga data en Chile, toda vez que esta ley respondía al desafío global que la presencia comunista suponía para la secuencia exclusionaria diseñada históricamente. Como ha planteado Fernández Darraz, la oligarquía excluía a través de la práctica política, administrativa y legal, en esa secuencia197. Esta fórmula de exclusión fue alterada con la introducción de nuevos aparatos coercitivos estatales en los años veinte y treinta –Carabineros, Investigaciones y el Servicio de Identificación–, encargados de la vigilancia y el control social, a pesar de lo cual el aparato legal siguió cumpliendo un papel central. A nuestro juicio, este legalismo era una impronta oligárquica que se expresaba ahora a través de sus partidos, especialmente el Conservador. En ese sentido, los dispositivos represivos-exclusionarios revelan una cierta persistencia de formas oligárquicas de dominación, que cruzaron el espectro político. La persistencia legalista también respondió al tipo de conflicto político en Chile, con una izquierda marxista institucionalizada que participaba de las alianzas de gobierno y su agenda, y con amplias bases sociales. Su fuerza provenía, en importante medida, de su institucionalización. La lucha, por tanto, debía ser sistémica.

En esa lógica, si bien la izquierda marxista se incorporó formalmente al sistema de partidos a fines de 1932, ello fue frenado sistemáticamente con los dispositivos coercitivos estatales de orden legal, policial y de inteligencia. Esta exclusión comenzó a erosionarse en 1938 con el ascenso de la centroizquierda al gobierno, lo que alcanzó su cenit en los comienzos de la administración de Gabriel González, cuando el Partido Comunista cruzó todas las barreras exclusionarias, fortaleciéndose social, política y electoralmente. Por ello, el anticomunismo se dinamizó a partir de 1938, especialmente el de la derecha, la que desde ese momento presionó por su expulsión legal del sistema político. Dicho anticomunismo se entrelazó con el estatismo económico y social llevado adelante por el Frente Popular y los gobiernos radicales, lo que fue rechazado por las derechas, las que buscaron frenar el crecimiento del aparato estatal. Así, anticomunismo y antiestatismo estuvieron en la raíz de la ley.

A ese anticomunismo derechista se sumó el socialista, sobre el que estaban actuando, fundamentalmente, razones coyunturales de índole política y, en menor medida, el anticomunismo doctrinario de izquierda. Ambos anticomunismos utilizaron el ambiente y discurso de la naciente Guerra Fría, bajo cuyo manto se expulsó y persiguió a los comunistas, aunque con sentidos y efectos distintos.

Desde nuestra óptica, el conflicto político chileno sobrepasaba con mucho al problema específico del comunismo y la Guerra Fría, pero los utilizó.

1.- La histórica «guerra contra el comunismo»

Aunque la imagen de un Chile democrático en el siglo XX ya ha sido cuestionada, en general los argumentos han aludido al carácter parcial de la apertura política, dirigida a impedir una democracia más plena, manteniendo importantes exclusiones ciudadanas de campesinos, mujeres, indígenas y pobladores, sin que tal crítica se haya relacionado con la existencia de un acentuado anticomunismo198. Como estableció el trabajo pionero de Marcelo Casals, el anticomunismo en Chile se enlazó con las tendencias contrarrevolucionarias decimonónicas, las que fueron reforzadas con la Revolución Bolchevique y la creación de la III Internacional. La aparición de un desafiante y poderoso movimiento obrero en Chile tras el fin de la Primera Guerra Mundial, la transformación del POS en Partido Comunista y su irrupción en el Parlamento fue estructurando un anticomunismo de derecha, el que fue reforzado con la intervención militar y la dictadura ibañista –anticomunismo militar-nacionalista–, la cual ejecutó la primera represión sistemática en su contra. El anticomunismo se profundizó durante los críticos años 1931-1932, bajo el impacto de la Depresión, los golpes militares y la movilización de los sectores populares199. Según Casals, el anticomunismo se habría articulado claramente en la década de 1930, para enfrentar a una izquierda con pretensiones de poder, neutralizando sus aspiraciones y presiones por transformaciones profundas. En ese sentido habría un anticomunismo de derecha, decidido a defender la nación, la religión y la civilización cristiana occidental, la propiedad privada y las libertades, amenazadas por un comunismo calificado de estatizante, dictatorial y totalitario. Asimismo, existiría un anticomunismo nacionalista, defensor de una idea de nación y de los nacionales, rechazando la diversidad social; dotado de nociones orgánicas, verticalistas y autoritarias de la sociedad, rechazaba las tesis igualitaristas del socialismo y su vínculo con el comunismo internacional, que lo transformaba en una ideología foránea. El anticomunismo conservador y liberal habría incidido en la articulación de la díada izquierda-derecha en los años treinta, toda vez que los polos fueron definidos ideológicamente: socialismo vs capitalismo200. Al parecer esta articulación polarizada era posible, a pesar de que la derecha hizo de la lucha contra el comunismo una de sus tareas principales.

 

Si se sigue esta argumentación, el anticomunismo no habría sido un impedimento para la estructuración de un sistema de partidos polarizado.

Esta circunstancia se demostraría con la incorporación al Congreso de dos colectividades marxistas, Socialista y Comunista, a fines de 1932, sumándose a los partidos históricos. Esta integración ha facilitado una lectura de la derecha liberal-conservadora como un sector que se «flexibilizó» ante la ampliación de las facultades económico-sociales del estado y la apertura del sistema político, haciendo posible la negociación y el acuerdo entre los polos, con la intermediación de los radicales201.

De alguna manera, de la tesis inclusiva se deduce que el comunismo y el anticomunismo podían convivir dentro del sistema. Este trabajo evalúa esa interpretación.

Tanto Rodrigo Patto Sá Motta como Marcelo Casals han estudiado el anticomunismo, definiendo sus matrices doctrinarias: una vinculada a la Iglesia Católica, otra de matriz liberal y una nacionalista, a la vez que analizaron las agrupaciones y los momentos de estallidos anticomunistas. En el caso de Brasil, la intentona comunista de 1935 y los años de Goulart previo al golpe militar de 1964; en el caso de Chile, Casals rastreó un agudo antimarxismo existente desde fines del siglo XIX, el que evolucionó al anticomunismo. La campaña presidencial de 1964 habría constituido un punto de inflexión en esa trayectoria, con la denominada «campaña del terror», llevada adelante por la candidatura de Eduardo Frei Montalva, promovida y auspiciada por Estados Unidos. Para ambos autores, el anticomunismo en sus respectivos países se volvió una corriente doctrinaria permanente202.

Desde nuestro punto de vista, es necesario complementar ese análisis doctrinario del anticomunismo, para el caso chileno, con las formas históricas de exclusión diseñadas por la oligarquía, es decir, evaluar cómo se ligó la práctica de la exclusión política, administrativa y legal con la Ley Maldita, toda vez que esta última, como es fácil apreciar, apuntó a una expulsión de los comunistas en esas tres áreas, esto es, la propiamente política de los registros electorales, cerrando su derecho al sufragio y a tener representación parlamentaria; la administrativa con su expulsión de todo el aparato estatal, incluyendo los establecimientos educacionales, y, finalmente, todo ello estampado en una legislación que excluía y buscaba ser permanente. En esa línea, la ley de 1948 exhibía continuidades que retomaban las barreras históricas de exclusión oligárquica, las que en esta etapa se usaron frente a un desafío obrero-marxista que mostrba capacidad de derribarlas y potenciarse políticamente con su inserción, amenazando el poder oligárquico. En ese sentido, la lucha anticomunista permitiría mantener exclusiones históricas, que aseguraban el orden existente.

Contrariamente a lo que se suele sostener, la década del treinta (1932) muestra el ingreso de los partidos marxistas al sistema de partidos chileno, pero no una inserción plena y libre, ya que sobre socialistas y, especialmente, comunistas se aplicó una represión gubernativa sistemática, de relegaciones, censura a su prensa, apresamiento de dirigentes sindicales y sus representantes parlamentarios. La derecha partidaria respaldó la aplicación de la normativa sobre Seguridad Interior del Estado, creada por la dictadura ibañista y los gobiernos cívico-militares de los años veinte y comienzos de los treinta, sobre la izquierda, legalizándola en la ley de 1937, de la cual fue su impulsora, ofreciendo sus votos para su aprobación en el Congreso. La estructuración de izquierdas y derechas no se consolidó completamente en los años treinta, pues la integración de los comunistas no se normalizó, sino estuvo interrumpida permanentemente, bajo condiciones de acoso. Su incorporación estuvo constreñida por un severo dispositivo represivo legal y policial compartido por el gobierno y la derecha partidaria. No solo fueron las facultades extraordinarias con que gobernó Alessandri todo el año 1933, sino el uso reiterado de distintos recursos legales e ilegales contra la izquierda marxista y los trabajadores, al punto que muchos dirigentes comunistas recordaban esta época como de represión cotidiana203. Participar en una huelga, editar un periódico o pegar un afiche en una muralla podía costar la cárcel, la tortura o la relegación, como documentan Elizabeth Lira y Brian Loveman. El DL 50 sobre Seguridad Interior del Estado se les aplicó de forma reiterada, las libertades de reunión y de expresión eran transgredidas constantemente, mientras sus parlamentarios eran desaforados, encarcelados o relegados, por lo que su presencia en el Congreso no transcurría con normalidad204. Entre 1933 y 1937 ella no solo fue esporádica, sino encubierta bajo el rótulo de «independientes», pues estaban impedidos de utilizar su verdadera adscripción205.

Esta precariedad solo comenzó a revertirse con la reorganización del sindicalismo y la creación de la CTCH, el desplazamiento de los radicales a la izquierda y la conformación del Frente Popular en 1936. De allí que creemos pertinente modificar la cronología establecida respecto de la ampliación del sistema político, ya que fue recién tras la toma del poder por el Frente Popular a fines de 1938, cuando se produjo la real institucionalización de los comunistas. Que ello fuera así, hace inteligible la activación del anticomunismo derechista, con el propósito decidido y sistemático de expulsarlos del sistema político206. La guerrilla de 1947-1948 solo fue la fase final de una política sostenida desde 1938, que buscaba institucionalizar la expulsión.

En efecto, la alianza de los radicales con los comunistas para la presidencial de 1938 fue fuertemente criticada, pues «da carta de ciudadanía a esos grupos revolucionarios, los alienta a seguir en el camino trazado contra la sociedad»207, siendo un peligro para la estabilidad institucional. A juicio conservador, la disputa electoral era una lucha frontal entre quienes deseaban mantener a Chile como pueblo libre y organizado y «las fuerzas demoledoras que tratan de destruirlo en su esencia para implantar en él la más inconsciente tiranía»208. Tras el fracaso de su tentativa de desconocer el resultado electoral, estuvieron a la espera del derrumbe del gobierno por una acción cívico-militar, el «Ariostazo», conspiración que fracasó, obligando a la derecha a volver al terreno propiamente político, en calidad de oposición209. Los conservadores llamaron a prepararse para la lucha, siguiendo el ejemplo francés, identificando la «raíz del mal, descubrir al enemigo […] Combatirlo, lo urgente»210.

Esta decisión de lucha se acentuó a raíz de la activación política del campesinado, en pos de su sindicalización y mejoras en salarios y condiciones de trabajo, respaldada por socialistas y comunistas, frente a lo cual la derecha política y económica cerró filas, coaccionando al gobierno para reprimir lo que denominaban acciones sindicales ilegales. El Presidente Aguirre Cerda se vio enfrentado al dilema de avanzar con la sindicalización campesina o suspender la ley vigente, como había hecho Alessandri y reclamaban los terratenientes y la derecha. Las demandas campesinas fueron leídas desde el anticomunismo, a la vez que se denunciaba como prueba del peligro la expansión comunista en la zona salitrera, las carboníferas, los gremios del transporte y los ferroviarios211.

La estrategia de los partidos de derecha para lograr su objetivo de exclusión política siguió varios rumbos. En primer lugar, retomar un discurso de décadas anteriores respecto a su carácter antidemocrático, en tanto representaba un peligro para la tranquilidad pública y las instituciones republicanas, que se consideraba «más grave que cualquier amenaza externa». Por ello, la pluralidad político-ideológica del sistema no debía tolerar que «al amparo de las libertades públicas y escudándose en las disposiciones legales que toda democracia se da para la libre expresión de sus ideas […] nazca, crezcan y se desarrollen tendencias y entidades organizadas con el único propósito de perforar la ley»212. Desde ese punto de vista, la derecha retomaba el camino andado desde 1919, cuando tras el desafío obrero y de socialistas y anarquistas identificó a las garantías constitucionales de libertad de reunión y de expresión como los canales a través de los cuales la «subversión» y el comunismo se filtraban, amenazando el orden institucional213. Esta capacidad de penetrar el sistema hacía inteligible la percepción derechista de que se trataba de un peligro real que debía ser enfrentado.