Pisagua, 1948. Anticomunismo y militarización política en Chile

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3.- Resistencia

La represión puesta en marcha por el gobierno de Gabriel González y la Ley Maldita suscitó la inmediata organización de los comunistas y de los opositores a aquella y a las leyes de excepción puestas en vigencia. Todos entendían que «la SOLIDARIDAD (sic) con las víctimas de la represión es la primera forma de resistencia […] Es la urgencia de ayudar a los que hoy son arrancados de sus hogares, destituidos de sus empleos, privados de su libertad, trasladados a puntos del país […] mantenidos en calabozos o prisiones arbitrarias o, sencillamente, encerrados entre alambradas ya tristemente célebres»134.

En general se habla de resistencia para referirse a la disposición a combatir una dictadura, aunque también puede tratarse de un determinado régimen en el poder, contra el cual deben definirse objetivos a conseguir, los que pueden apuntar a su derrota, la negociación, el desmantelamiento total del orden creado, o solo parcialidades. Las resistencias pueden actuar de forma autónoma o en alianza con otras, y de ello, muchas veces, depende su éxito. Un aspecto importante es el espacio en el cual se desenvuelve la resistencia, si es el marco impuesto por la dictadura/régimen o fuera de él, lo que depende de si ciertas instituciones siguen existiendo y tienen, o no, capacidad fiscalizadora o de contrapeso, pues ello incidirá en la potencialidad y tipo de resistencias. Las que están fuera de la institucionalidad siguen lógicas distintas. Las resistencias pueden ser pasivas o activas; las primeras son aquellas casi privadas, no militantes, y se manifiestan en actitudes; las activas, en cambio, son más orgánicas: grupos de reflexión, partidos ilegales, organizaciones públicas, movimientos sociales clandestinos, grupos conspirativos135.

En este caso utilizamos el término resistencia para referirnos a aquellos que rechazaron en su totalidad las políticas de represión física (arrestos, relegaciones, torturas, internación en el Campo de Pisagua) como las leyes que suspendían los derechos y libertades garantizados constitucionalmente (facultades extraordinarias, Zonas de Emergencia, Ley de Defensa Permanente de la Democracia) y que se movilizaron en su contra, por su derogación. Es decir, resistencias activas. A nuestro entender es posible hablar de resistencia toda vez que hubo expulsión de un sector político, en el marco de la suspensión de los derechos constitucionales, pretendidamente legitimados en los estados de excepción. Sus militantes debieron pasar a la clandestinidad –un punto clave–, salvo sus parlamentarios, a excepción del senador Pablo Neruda, acusado de injurias al Presidente de la República, por lo que fue perseguido, debiendo huir del país. Entre quienes resistieron incluimos al Partido Comunista y agrupaciones como el Comité de Solidaridad y Libertades Públicas, al que ya hicimos alusión, y el Movimiento por la Paz, ambos de carácter pluriideológico. Asimismo, distintos tipos de resistencia, tanto la abierta como la clandestina, toda vez que, en el caso analizado, subsistió parte de la institucionalidad, ya que los partidos siguieron existiendo –salvo el Comunista que pasó a la clandestinidad–, el Congreso no fue clausurado y mantuvo una importante cuota de autonomía, y las orgánicas sociales fueron perseguidas, pero no cerradas, como la prensa, la cual solo pudo ser censurada. Todo esto permitió cierta oposición abierta, pública, para aquellos que todavía podían utilizar esas instituciones. Aunque fuera de la institucionalidad, hubo también una resistencia abierta de los propios recluidos en Pisagua. Expulsado del sistema político, el Partido Comunista, ilegalizado, resistió desde la clandestinidad.

A diferencia de lo ocurrido bajo la dictadura ibañista de 1927, la resistencia contra el régimen de Gabriel González fue políticamente amplia, en la cual los comunistas no lucharon aislados, logrando unirse a sectores políticos socialcristianos, algunos radicales, otros socialistas, posibilitando el accionar en distintos ámbitos. El propósito de estas resistencias no era el derrocamiento del gobierno, sino la eliminación de las medidas de excepción constitucional, impedir la aprobación de la Ley de Defensa de la Democracia y, posteriormente, su derogación, y de las medidas de represión tomadas al amparo de esas normas excepcionales: el fin de las relegaciones y el cierre del Campo de Pisagua. En el entender de la resistencia, su acción buscaba la defensa de la democracia: «los Comités de Solidaridad y Defensa de las Libertades Públicas y de Recuperación de estas mismas libertades han tomado la iniciativa de promover un amplio movimiento nacional que cohesione las energías y las luchas de todos los ciudadanos que aman de veras la democracia, a fin de instaurar un régimen conforme a la voluntad de la mayoría del país. Al mismo tiempo han elaborado un proyecto de ley sobre la derogación de la Ley de Defensa de la Democracia y un programa de trabajo para obtener la aprobación de él por el Parlamento, la libertad de los innumerables presos, relegados y perseguidos políticos […] la derogación de las Zonas de Emergencia, la restitución de los derechos cívicos a los eliminados de los Registros Electorales […]la disolución de la policía política, el castigo a los flageladores y la reincorporación de los obreros y empleados exonerados de sus cargos por razones políticas»136.

La primera resistencia fue la del Partido Comunista, el que anteriormente, en la dictadura ibañista (1927-1931), enfrentó la persecución, el exilio y el confinamiento de sus más altos dirigentes en la isla Más Afuera en el archipiélago Juan Fernández, así como la relegación y apresamiento de decenas de militantes. En ese momento su proceso de bolchevización apenas había comenzado, careciendo de los conocimientos y herramientas para afrontar con éxito la arremetida de la dictadura, por lo que sus dirigentes fueron rápidamente detenidos, confinados o exiliados y rotos sus lazos con los trabajadores. La dictadura consiguió, también, fracturar a la naciente izquierda y al movimiento obrero, los que reaccionaron de forma diversa respecto a cómo lidiar con ella. Por ejemplo la negativa del PC de sumarse a otros grupos que resistían, implicó su aislamiento político. Cuando emergió de la dictadura, había perdido parte sustancial de sus militantes, su conexión con las bases sociales, estando muy debilitado137.

El Partido Comunista chileno de 1948 enfrentó la nueva persecución en condiciones muy diferentes y con la decisión de evitar los golpes demoledores de 1927. Su Secretario General, Ricardo Fonseca, definió el tipo de resistencia comunista y los espacios en los que se desarrollaría. Lo primero fue desechar una resistencia armada para derrocar al gobierno, considerando las divisiones que afectaban al movimiento obrero tras la ruptura de la CTCH y el quiebre entre comunistas y socialistas, al igual que el distanciamiento político con radicales. Siguiendo las enseñanzas de Lenin, «Con la vanguardia sola es imposible triunfar […] Los partidos comunistas […] han aprendido a atacar. Ahora deben comprender que esta ciencia tiene que estar completada con la de saber replegarse con el mayor acierto». La opción fue «pelear, pero retirándose organizadamente […] y combatiendo, resistir y resistir, salvando la organización y los cuadros»138. En consecuencia, la primera preocupación fue salvaguardar a los dirigentes, evitando su captura por los organismos policiales estatales, de modo de asegurar el paso del partido a la ilegalidad, con su organización y cuadros intactos, a la vez que Fonseca montó un secretariado en la clandestinidad. Dispersó a lo largo del país a los viejos dirigentes que habían combatido a la dictadura ibañista para enseñar a la nueva generación, inexperta en esas lides. La lucha se enfocó en mantener la solidaridad con los trabajadores que declaraban huelgas, impulsando paralizaciones o movilizaciones por aumentos salariales, precio de los alimentos y artículos de primera necesidad –las «subsistencias»– y los canon de arrendamiento, buscando incorporar nuevos grupos a la «lucha contra la dictadura y los planes imperialistas»139. En el panfleto «Con el fantasma de la cesantía se da un nuevo golpe al estómago del pueblo», los comunistas explicaban la exigencia de la empresa salitrera (CSTA) a que los trabajadores moderaran sus «aspiraciones» como una forma de asegurar un gran incremento de sus utilidades a costa de las condiciones salariales y de vida de los obreros. Por ello, desde la clandestinidad sostenía su política de movilización de los trabajadores, quienes debían insistir, en el caso de los salitreros, en un reajuste de un 40% y un aumento en el racionamiento de carne y pan, abriéndose a un comercio mundial amplio y evitando el cierre de muchas oficinas. Los obreros no debían permitir que el acoso represivo del gobierno detuviera sus luchas sociales: «¡CIUDADANOS, LUCHAD CONTRA LAS ALZAS Y LAS FACULTADES […] Luchemos en los sindicatos y en todos los organismos por aumentos de salarios y sueldos, contra toda alza, por viviendas, por el cumplimiento de los convenios, por igual salario del hombre y de la mujer. Por la formación de un gobierno popular que dé solución a los problemas»140.

En ese sentido, el discurso de la clandestinidad se mantenía dentro del debate socio-político del período de Gabriel González acerca de la presión obrera por los salarios y los precios de los artículos esenciales, especialmente de los alimentos, los que crecían al ritmo de la espiral inflacionaria y la especulación y que estuvieron en el origen de muchas de las huelgas de los años cuarenta y de la represión posterior.

Asimismo, la resistencia comunista tuvo como objetivo la denuncia del Campo de Pisagua, el imperialismo norteamericano, la defensa de las libertades públicas y el rechazo de la Ley de Defensa de la Democracia. Para ello usaron el Parlamento, la prensa –pública y clandestina– y cualquier tribuna, incluyendo las paredes, para revelar la política gubernativa y acrecentar la movilización en su contra. Este tipo de resistencia era coincidente con la propugnada por el bolchevismo acerca de la «revelación política», es decir, la denuncia, para esclarecer la naturaleza del poder al que se enfrentaban141.

 

La primera resistencia pública comunista la ofrecieron sus parlamentarios, quienes recurrieron a la institucionalidad vigente aún en pie, para intentar detener el avance coercitivo del estado, presentando una acusación constitucional contra el Ministro del Interior, entre otros motivos por «la detención inhumana de mujeres, como es el caso de las regidoras señorita Blanca Sánchez, de Lota, y señora Julieta Campusano, de Santiago, negándose a la primera hasta el derecho de proveerse de las más indispensables prendas de vestir, y apresándose a la segunda en estado avanzado de embarazo, al extremo de que dio a luz apenas horas después de ser detenida»; y más aún por «el anuncio de que en Pisagua, Huara, Pozo Almonte y otras partes del territorio nacional existen o se preparan verdaderos campos de concentración donde se están reuniendo a muchos relegados políticos trasladados en las peores condiciones que puedan imaginarse, desde todos los puntos del país, entregando su vigilancia a las fuerzas armadas»142. La acusación constitucional lo instaba a responder por la detención de numerosos regidores, alcaldes y secretarios municipales, por la suspensión de las autoridades administrativas, bajo tuición militar por las Zonas de Emergencia, por la prohibición de acceso a ellas, por la expulsión de poblaciones obreras y de trabajadores a la isla Quiriquina sin orden de relegación, así como por las numerosas acciones propiamente castrenses aplicadas por las fuerzas armadas en sus respectivas Zonas. En esa materia, el diputado Óscar Godoy denunció que «2.200 obreros […] fueron sometidos a largos interrogatorios por la autoridad militar con el objeto de establecer quiénes eran los dirigentes que los habían inducido a esa acción incalificable. Del resultado de esta investigación se pudo establecer el nombre y la afiliación de más o menos 300 dirigentes, los que fueron detenidos de inmediato y trasladados a bordo del buque madre Araucano, donde comenzaron ayer mismo a funcionar los tribunales militares […] Los llamados Tribunales Militares han estado conociendo de supuestos delitos de competencia de la Justicia Ordinaria, lo que anula de nulidad absoluta la mayoría de los procesos y de las sentencias que puedan haber dictado»143.

Sin duda, la principal resistencia pública comunista la personificó el poeta Pablo Neruda, quien desde el hemiciclo refutó las acusaciones que en su contra lanzó el gobierno, atribuyéndole injurias al Presidente de la República y sometiéndolo a los Tribunales de Justicia. Fue desaforado y se ordenó su detención. En ese marco, Neruda imputó al Presidente pretender evitar «que desde este recinto se deje escuchar mi crítica a las medidas de represión […] ante el Honorable Senado […] En Chile no hay libertad de palabra, no se vive libre del temor. Centenares de hombres que luchan por que nuestra patria viva libre de miseria son perseguidos, maltratados, ofendidos y condenados […] Hay una petición de desafuero en mi contra. La razón de ella no está en las acusaciones que se me hacen, sino en el hecho, imperdonable para el gobierno, de haber hecho saber al país y al mundo sobre las actuaciones que él quería hacer permanentemente en la sombra espesa, aherrojado el país por las facultades extraordinarias, la censura de prensa y las detenciones»144. Citando al abogado Carlos Vicuña Fuentes, su defensor ante el Pleno de la Corte de Apelaciones, sostuvo que sus cargos políticos a Gabriel González no eran injurias, porque correspondían a hechos ciertos y conocidos en Chile y el mundo, como la intromisión estadounidense en el aparato estatal del país, especialmente en el militar, y la participación de empresas extranjeras en la identificación de los futuros trabajadores detenidos, nacionales y extranjeros.

Los parlamentarios comunistas, falangistas y algunos radicales hicieron del Congreso Nacional un espacio de resistencia a la persecución y las leyes de excepción constitucional. Desde allí Neruda lanzó su feroz «Yo acuso al Presidente de la República, desde esta tribuna, de ejercer la violencia para destruir a las organizaciones sindicales. Yo acuso al Presidente de la República, presidente de las organizaciones franquistas […] Yo acuso al Presidente de la República de la desorganización y descenso de la producción, como fruto de la evacuación en masa de miles de trabajadores»145.

Un elemento clave en la construcción de la memoria nacional respecto de la persecución contra el comunismo hecha por este partido fue el lenguaje, el cómo denominar lo que estaba ocurriendo, en especial la ley exclusoria buscada por el Presidente. Durante la discusión en el Congreso, el senador comunista Carlos Contreras Labarca calificó el proyecto de Ley de Defensa de la Democracia como maldito: «Lleva el estigma de la maldición de todas las conciencias limpias y democráticas de nuestro país; y despoja a la clase obrera del acervo de sus más preciadas conquistas y libertades, y restablece la inquisición y el régimen de San Bruno»146. El senador comunista buscó graficar el tipo de represión en boga, estableciendo una conexión con la persecución en tiempos de la Reconquista española y la lucha por la Independencia nacional, feroz e ilegítima. Al tiempo, vaticinaba su futuro: «He aquí el resultado que ha de traer esta ley maldita. Esta ley no habrá de estabilizar a un gobierno que el país entero repudia y desprecia, y que apenas se sostiene por medio de la violencia y del terror; no habrá de dar luces y sabiduría para el país, a un gobierno que solo atiende las instrucciones que vienen desde Washington; no habrá de dar decencia a un régimen corrompido de traficantes que solo se preocupan de su propio enriquecimiento»147. Más aún, la calificación de maldita para las leyes que coartaban los derechos civiles y políticos, en supuesta defensa de la seguridad, ya había sido levantada por la izquierda durante los años treinta, precisamente para enfrentar la Ley 6026 de Seguridad Interior del Estado, primera ley salida del Congreso Nacional, discutida durante 1936 y aprobada en enero de 1937: «Tal como había ocurrido con las huelgas ferroviarias de 1935 y 1936, que coadyuvaron a acelerar el proceso de unidad sindical, la denominada “ley maldita” fortaleció los lazos entre actores sociales y políticos. Así se desprendía de la coordinación entre el Frente de Unidad Sindical (antecesor de la CTCH), el Frente Popular, La Liga por la Defensa de los Derechos del Hombre y la Federación de Estudiantes de Chile, los que junto a intelectuales y personalidades del país acordaron constituir un organismo unitario para rechazar el proyecto»148. Aunque la denominación de maldita en 1937 no tuvo el impacto que tendría la de 1948, en la batalla por los imaginarios, a las acusaciones a los comunistas de extranjerizantes y propulsores de huelgas revolucionarias, estos respondieron otorgando a la Ley de Defensa de la Democracia su apellido, Maldita.

Una de las armas más utilizadas por los comunistas fue la imprenta, desde donde salieron escritos en distintos formatos. Según el historiador Andrew Barnard, la resistencia en forma de publicaciones clandestinas respondió a la dificultad para seguir resistiendo en el campo sindical, por las limitaciones que imponía el Código del Trabajo, de manera que en la medida que la persecución arreciaba, aquella se fue trasladando a la prensa clandestina149. A nuestro entender, también influyó la cultura política de izquierda y comunista, en particular. Como ya ha sido planteado, la prensa era vista por anarquistas y comunistas como un medio para la organización del movimiento obrero, su movilización, la difusión de su pensamiento político y propaganda, de educación del mundo obrero, por lo que se convirtió en un elemento central en su forma de entender y hacer política. La prensa permitía confrontar a la cultura dominante y articular la propia150. Este era un rasgo muy pronunciado entre los comunistas: «Todo esto venía de antes. Venía de la tradición de Recabarren. Es uno de los factores que explican el hecho de que el Partido Comunista sea el partido político de Chile que nunca ha dejado de tener su propia prensa. Este concepto, esa idea está vinculada a la existencia misma del partido. Recabarren, dondequiera que llegara, fundaba la Federación Obrera (la FOCH), el partido y el periódico»151. En ese marco insertamos la resistencia mediática comunista de los años cuarenta, la lucha por mantener un discurso alternativo al oficial, que desmintiera sus acusaciones y develara lo que se entendía como la naturaleza de su régimen, tras el cierre de la prensa partidaria: El Popular de Antofagasta, El Despertar de Iquique, El Siglo de Coquimbo, Jornada de Valdivia y El Siglo de Santiago. Eje de esa resistencia fue la mantención de imprentas donde editar folletos, panfletos y prensa que mantuvieran viva la voz del partido. En los periódicos asociados al PC en clandestinidad participaba un espectro político variado, como ocurría en Solidaridad y Democracia. En este trabajo nos abocaremos preferentemente a la resistencia de panfletos.

A diferencia de la dictadura ibañista, cuando la prensa comunista fue escasa, los Prefectos de policía y de Investigaciones de los tiempos de Gabriel González informaban permanentemente al Jefe de Zona de Emergencia de Tarapacá del hallazgo de panfletos en la vía pública: «En calle Pedro Lagos, un panfleto en el que se recuerda la muerte de Luis Emilio Recabarren, y en su parte final se injuria a S. E. el Presidente de la República y su gobierno. Horas más tarde, el carabinero Alberto Villalobos Jiménez encontró, en la Plaza Condell, SIETE (sic) de estos mismos ejemplares y el carabinero Mario Aguirre encontró 15 más en la Plaza Prat»152. Este tipo de denuncia no era excepcional, pues constantemente la Prefectura de la misma provincia informaba sobre volantes y recortes de propaganda encontrados pegados en las “javas” que transportaban los obreros pampinos: «No fue posible ubicar al autor(s) de esa propaganda, pero se presume que llega de otras localidades en encomiendas, sobres y paquetes postales, por lo que esta Prefectura dio instrucciones al Jefe de la Tenencia de Pozo Almonte para que se entrevistara con el Bienestar de las oficinas salitreras de su sector, para controlar la llegada de paquetes a aquellas personas que se encuentren sindicadas de simpatizantes comunistas […] estos mismos volantes y folletos han llegado por intermedio del correo, dirigidos al suscrito y a oficiales de su dependencia […] si esa Jefatura lo estima procedente, disponga que el Gabinete de Identificación trate de individualizar las posibles huellas digitales que puedan encontrarse en su interior»153.

Los impresos comunistas buscaban quebrar la exclusión a que los sometía la política represiva de Gabriel González. Según el testimonio de su militante Samuel Riquelme, «en Santiago se organizaban a cada rato algaradas, “mitines-relámpago”»154, por medio de los cuales vendían el periódico de la JJCC, Mundo Nuevo, y lanzaban «palomitas», es decir, volantes y panfletos. Los panfletos y los rayados en las murallas fueron parte de los medios de comunicación utilizados durante la segunda clandestinidad. El Prefecto de Carabineros denunciaba a la Jefatura de Zona: «En el Cementerio Nº 3 se encontró en la muralla exterior y a todo lo largo, por el lado oeste, escritura con lápiz de cera que decía: “Abajo el Traidor. Abajo González Videla, Viva el Partido Comunista, etc., etc.”. Estas escrituras fueron borradas de inmediato […] A las 6:45 horas, en el Cementerio Nº 2, se encontró en la muralla exterior, por el lado oeste, escrita la siguiente frase con alquitrán: “Viva el Partido Comunista, luchar por el derrocamiento del Tirano, Muera el Rey Títere de la pantalla de ladrones, el Vende Patria, Afuera los asesinos de la Moneda”. Estas frases también fueron borradas. – Octavio Allende Letelier. – Teniente Coronel de Carabineros y Prefecto»155. En las murallas se recalcaba la alianza con Estados Unidos: «En la Bomba No. 8, en la calle Juan Martínez No. 558: “Libertad presos políticos. – Viva el P.C.– Videla de Truman. – 1º. de mayo. – Mueran los traidores…”.Se comunicó este hecho al Servicio de Investigaciones, habiéndose procedido a borrar los motes de que se trata»156.

 

Los panfletos instalaron al régimen y a la represión de Gabriel González como parte del conflicto político chileno, regional y mundial, leído siempre en clave imperialista. Por ello, los panfletos abordaban distintos aspectos de esa confrontación.

El Partido Comunista interpretó la represión de Gabriel González como parte del alineamiento de Chile con Estados Unidos en el naciente conflicto con la Unión Soviética y la solidificación del dominio norteamericano sobre América Latina. En ese sentido no se trataba de una persecución aislada, sino parte de una nueva configuración del escenario regional-mundial. Uno de los panfletos editados clandestinamente por el PC y dirigido a saludar a la Revolución Bolchevique en su 32 aniversario, se congratulaba del crecimiento del mundo comunista tras el triunfo de la revolución en China en 1949 y la configuración de la Europa del Este (1947-1949), en comparación a lo que calificaba como la agresión imperialista estadounidense en el subcontinente americano: «El Imperialismo Yanky ha elaborado los planes de dominación llamados “Marshall”, “Clayton”, “Truman” y otros, y ha confeccionado pactos obligándolos a aceptarlos a los países débiles, tales como “El Pacto de Rio de Janeiro”, donde se acordó formar un ejército continental al servicio del Estado Mayor yanky con 3.000.000 de soldados a su servicio en caso de guerra puestos por Chile, que serán reclutados entre lo mejor de nuestra Juventud; obreros, empleados, estudiantes, etc., que serán carne de cañón en algún frente de guerra fuera del país, defendiendo los intereses yankys […] Este pacto vergonzoso lo suscribió González Videla como sirviente del imperialismo y la oligarquía, por eso declara la guerra a los obreros de su patria»157. En ese aspecto, la nueva dependencia regional de Chile implicaba no solamente la exclusión de los partidos comunistas de su sistema político y la persecución a sus dirigentes y a su base social, sino también la reorganización del sistema interamericano al servicio de Estados Unidos, como parte de su disputa por la hegemonía mundial158.

Un rechazo abierto a esta forma de dependencia lo constituían los cambios que ello producía en la política internacional de Chile, la que históricamente se había situado a favor de la paz. No obstante, como parte de la conformación de los bloques de la Guerra Fría, los países fueron empujados a adherir públicamente a uno de ellos; en el caso de América Latina y Chile, al liderado por Estados Unidos. A comienzos de la década del cincuenta, los comunistas discrepaban de ese cambio en las relaciones internacionales llevado a cabo por el régimen de Gabriel González. En el volante «Chile no debe ir a la guerra», el PC rechazaba la decisión del Ejecutivo de tomar una posición belicista en la naciente Guerra Fría: «El Presidente de la República ha anunciado el envío inmediato de tropas chilenas a la Guerra de Corea o a cualquier lugar de Europa, Asia, África o donde sea necesario a defender los conceptos de democracia y libertad […] la orden del Presidente […] no basta por sí sola para movilizar soldados chilenos fuera del territorio nacional, en ausencia de razones que justifiquen la adopción de tal medida»159. A juicio comunista, Chile debía mantener su historial de favorecer la solución democrática y pacífica de las disputas, política sostenida por la Cancillería chilena. El folleto «Juventud» llamaba a resistir el alineamiento occidental del país y su apoyo a lo que entendía como agresión a los movimientos descolonizadores: «El imperialismo yanqui está en guerra con los pueblos que luchan por su libertad […] Su intromisión en Corea obedece a convertir ese país en punta de lanza de su ubicación estratégica en Asia para agredir a las naciones libres y democráticas, y desatar la 3ª. GM, e impedir, reprimir los movimientos de liberación nacional que han estallado en ese continente, después de China y Corea, como son Indochina, Birmania, Indonesia, etc.»160. La completa subordinación de Chile a las directrices estadounidenses aparecía como explicación de la política internacional del gobierno, rompiendo con su historial diplomático, como lo ejemplificaban las tratativas confidenciales llevadas adelante por el Presidente para entregar un corredor a Bolivia: «La entrega de Arica […] no es algo que se ventila entre países libres y democráticos, sino […]entre tres tiranuelos, serviles instrumentos del tirano mayor: TRUMAN, las grandes empresas imperialistas yanquis, es el gobierno de traficantes de Norteamérica, quienes exigen y se beneficiarán con esta desmembración de Chile, para construir una nueva base militar, refinerías de petróleo, un cómodo puerto de embarque»161.

Desde ese punto de vista, la resistencia comunista situó el accionar del Presidente y su gobierno en un bando político.

Por su parte, los recluidos en el Campo de Pisagua decidieron resistir de diversas maneras, siendo la primera su reafirmación patriótica: «Los presos de las zonas del carbón, del salitre, del cobre y de Santiago, llevados al norte en el Araucano, barco de la Armada, bajaron y penetraron al Campo de concentración de Pisagua cantando el Himno Nacional»162.

La decisión era enfrentar la nueva detención sin dejarse batir: «Haremos de esta prisión una escuela […] tenemos que volvernos más fuertes […] Seremos el batallón que lucha en el desierto de manera silenciosa [hay que] hacer de Pisagua una escuela, una forma de lucha y no una caleta de amargura»163. Esta disposición fue idéntica a la mantenida por los confinados en Más Afuera durante la dictadura de Ibáñez, quienes fueron calificados de «irreformables» por la policía a cargo de su vigilancia, debido a la reafirmación de su ideología, habiendo transformado su prisión en un espacio para la lectura política, incluso intentando instruir a los delincuentes comunes que se encontraban en la isla. En esta segunda experiencia de 1947-1949, reiteraron esa actitud. Por eso, junto con los víveres y frazadas que llevaban los distintos comités de ayuda y solidaridad, siempre se enviaban «revistas y libros de lectura que necesitan impostergablemente los relegados, detenidos»164.

Quienes visitaron el campo en sus inicios –el diputado Díaz, el director de El Despertar y un dirigente del comité– fueron informados que los maestros organizaron doce cursos de enseñanza, «que comprenden un grupo de alfabetización y otro de cultura general y en cuyo desarrollo participó la casi totalidad de los trasladados. Estos cursos se realizan no obstante la carencia de medios necesarios, tales como textos de enseñanza, cuadernos, lápices, etc.»165. Esta tarea educadora fue resaltada por el periodista de El Siglo que visitó el Campo de Pisagua: «Es emocionante […]aprovechar su estada para aprender nuevos conocimientos que sirvan mañana al pueblo y los trabajadores; funcionan numerosos cursos de alfabetización, estudios superiores; tienen conjuntos artísticos y se preocupan del deporte»166. A su juicio, requerían de parlantes para poder escuchar música, tema que abordaría con el Jefe de Zona de Emergencia, General Guillermo Aldana.

Como parte de su rechazo al mote de satélite soviético, la resistencia comunista destacó, contrariamente, el carácter profundamente chileno del partido, enraizado en la historia nacional: «Lo fundaron obreros chilenos y siempre han militado en él los mejores hijos de la clase obrera. Recogimos la bandera de la patria y de la justicia, levantada por O’Higgins en 1810»167. Parte de esa lucha se expresó entre los recluidos en el Campo en la conmemoración de la Toma de Pisagua, durante la Guerra del Pacífico, una tierra conquistada con el conocimiento territorial de los miles de peones chilenos que fueron incorporados al Ejército y que trabajaban en las salitreras desde antes de la guerra: «Los pobladores de este pueblo y los dirigentes comunistas y sindicales que se encuentran relegados en este puerto, conmemoraron […] esta fecha […] los relegados organizaron un acto en que el Capitán de Ejército Luis Alberto Boero hizo una breve reseña histórica de la fecha conmemorada. Luego se desarrolló un programa artístico […] iniciándose con la Canción Nacional […] la delegación de relegados de Valparaíso cantó su himno intitulado “La despedida del 25 de octubre” en la barcaza “Bolados” y se agradeció la facilidad del Capitán, Comandante del destacamento del grupo “Salvo” en Pisagua»168.