Za darmo

Crónica de la conquista de Granada (1 de 2)

Tekst
0
Recenzje
iOSAndroidWindows Phone
Gdzie wysłać link do aplikacji?
Nie zamykaj tego okna, dopóki nie wprowadzisz kodu na urządzeniu mobilnym
Ponów próbęLink został wysłany

Na prośbę właściciela praw autorskich ta książka nie jest dostępna do pobrania jako plik.

Można ją jednak przeczytać w naszych aplikacjach mobilnych (nawet bez połączenia z internetem) oraz online w witrynie LitRes.

Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

CAPÍTULO XX

Empresa del marqués de Cádiz para recobrar á Zahara, y su resultado

Los adalides ó espías que el marqués de Cádiz tenia constantemente á su servicio, no cesaban de rondar las plazas y fortalezas de los moros, para reconocer su situacion y fuerza, el número de la tropa que las guarnecia, y la vigilancia ó descuido de los alcaides. De todo esto daban puntualmente parte á su dueño, el cual por este medio sabia el estado de defensa en que se hallaban todas las fortalezas de la frontera, y el momento mas favorable para atacarlas con ventaja. Ademas de muchos pueblos y villas sobre los cuales egercia un dominio feudal, tenia el Marqués siempre á su disposicion una fuerza armada compuesta de sus vasallos, deudos y familiares, que en todo lance ú ocasion estaban prontos á seguirle, y á morir en su defensa. En las armerías de sus castillos habia gran provision de corazas, yelmos, y armas de varias clases, todo á punto de servir; estando ademas llenas sus caballerizas de caballos fuertes, activos y muy propios para el servicio de la montaña.

Persuadido el marqués de Cádiz que por efecto de la derrota de los moros en las orillas del Lopera, estarian los pueblos fronterizos del enemigo con muy poca defensa, y reducidas á muy corto número sus guarniciones, por la pérdida de sus alcaides, juzgó ser esta la ocasion mas oportuna para intentar una nueva empresa. Las noticias que le daban sus espías, le determinaron á acometer á la fortaleza de Zahara; la misma que dos años antes habia Muley Aben Hazen arrebatado á los cristianos, y que á la sazon se hallaba mal guardada y escasa de mantenimientos.

Habiendo participado sus designios á Luis Fernandez Portocarrero, y á Juan Almaraz, que mandaba las gentes de la hermandad, juntaron estos caudillos sus tropas, y el dia 28 de octubre de este año, se reunieron con el Marqués sobre la ribera del Guadalete, junto á un desfiladero que conduce á Zahara. Reunidas sus tropas, llegaban al número de seiscientos caballos y mil quinientos infantes, con los cuales se pusieron en movimiento contra Zahara en cuanto cerró la noche. Entrando por el desfiladero, siguieron su marcha con precaucion y silencio al través de aquellos montes, hasta llegar junto á los muros de la plaza. Llegaron tan callando, que los centinelas no sintieron ni una voz, ni una pisada; y la oscuridad era tanta, que no pudieron distinguir objeto alguno. Venia con el marqués de Cádiz el famoso escalador Ortega de Prado, que ya se habia distinguido en la sorpresa de Alhama. Este veterano con diez hombres prevenidos de escalas, fue á colocarse en el hueco de unas peñas junto á la muralla: en un barranco, no muy lejos de alli, se apostaron setenta soldados que debian sostener á los escaladores; y en una hondonada que distaba poco de la puerta de la plaza, se ocultó la demas tropa, para esperar el momento de acometer.

Lo que restaba de la noche se pasó guardando todos el mas profundo silencio: al fin amaneció, y los rayos del sol naciente comenzaron á dorar los altos picos de la serranía de Ronda. Los soldados de la guarnicion de Zahara, mirando desde las almenas y viendo la quietud que reinaba en aquel pais solitario, abandonaron las murallas, muy lejos de sospechar que no habia peña ni mata que no ocultase un enemigo. Entonces fue cuando por órden del Marqués salió de la hondonada un escuadron de caballería ligera, que se presentó delante de la villa, y corriendo el campo llegó hasta la misma puerta, provocando á los moros para que saliesen á escaramuzar. Asi lo hicieron en efecto unos setenta de á caballo y algunos peones de los que guardaban la muralla, los cuales pensando castigar la osadía del enemigo, arremetieron á él con valor impetuoso. Huyeron los cristianos, y corrieron en pos de ellos los moros persiguiéndolos; pero en esto oyeron á sus espaldas una vocería y tumulto grande, y volviendo los ojos, ven que se está atacando á la villa, y que una partida de escaladores va subiendo, espada en mano, por la muralla: al punto vuelven las riendas á sus caballos y se retiran con precipitacion hácia el lugar. Saliendo entonces de la hondonada donde estaban emboscados, trataron el marqués de Cádiz y Portocarrero de cortarles la retirada; mas no lo pudieron conseguir, y los moros tuvieron lugar de refugiarse dentro de la plaza.

Mientras Portocarrero combatia la puerta, el Marqués metiendo las espuelas al caballo, corrió al socorro de los escaladores, los cuales acometidos por cincuenta moros armados de lanzas y corazas, se veian en el mayor aprieto, y á pique de ser lanzados de la muralla. En tan crítico momento llegó el Marqués, que arrojándose del caballo y animando á sus gentes, subió por una escala con algunos soldados y atacó vigorosamente al enemigo30. Turbados y confusos, desampararon los moros la muralla, pero siguieron defendiéndose por las calles: al fin, acosados por los cristianos, se recogieron á la ciudadela, dejando las puertas y torres de la plaza en poder del enemigo. Los moros no pudiendo subsistir en la ciudadela por ser muchos y tener pocos bastimentos, ofrecieron darse á partido, y el Marqués les concedió el de salir libremente con sus efectos, dejando las armas y obligándose á pasar á Berbería.

Asi se volvió á ganar la villa de Zahara para confusion de Muley Aben Hazen, que de esta manera pagó la pena y perdió el fruto, de aquella su agresion injusta. Los Reyes de Castilla, agradeciendo esta hazaña al valiente Ponce de Leon, le concedieron el título de duque de Cádiz y marqués de Zahara; pero él estimaba en tanto su primer título, que nunca lo dejó, y firmaba siempre: el marqués duque de Cádiz.

CAPÍTULO XXI

De la disciplina y buen gobierno que estableció el conde de Tendilla en la guarnicion de Alhama

Con motivo de la toma de Zahara, ganada por segunda vez por los cristianos, se complacen los coronistas de aquella época en cotejar el descuido del alcaide moro, que perdió esta fortaleza en la claridad del dia, con la vigilancia del cristiano gobernador de la de Alhama. Las observaciones que hacen á este intento, servirán de asunto al capítulo presente.

La custodia de esta importante plaza, estaba entonces confiada á don Iñigo Lopez de Mendoza, conde de Tendilla, caballero esforzado y de noble sangre, hermano del gran cardenal de España. Al tomar posesion de su gobierno, halló que la guarnicion se componia de solo mil hombres entre peones y caballos: tropa aguerrida y veterana, pero licenciosa, adicta al juego y á la holganza, y agena de disciplina. Los naipes y los dados eran ya las armas que mas bien manejaban: los cantares deshonestos, las músicas ociosas, les ocupaba lo mas del tiempo, á vueltas de ruidosas altercaciones y sangrientas riñas. “Aqui, dijo el Conde, no hay mas que un puñado de hombres: es menester, pues, que cada uno de ellos sea un héroe.”

Desde luego se dispuso á reformar estas costumbres, procurando inspirar á sus soldados una loable ambicion, y doctrinándoles en todo lo concerniente al ejercicio de la caballería: desterró los juegos, prohibió las músicas é hizo desaparecer la ociosidad, origen de tantos vicios, y causa de la perdicion de tantos ejércitos31. “El justo fin de una guerra, dijo, se pervierte muchas veces por la pravedad de los que la siguen: y la insubordinacion y falta de órden en la tropa, suelen ser el escollo de los planes mas bien concertados.” Añadiendo, cuando era menester, el rigor á la blandura y el castigo á los consejos, logró poco á poco restablecer la disciplina, despertó el espíritu belicoso de sus soldados, y los hizo ser el terror del enemigo.

La fortaleza de Alhama, por la elevacion en que estaba puesta, dominaba el camino que conducia á Málaga, y aquella parte de la vega regada por el Cazin y el Jenil. Desde aqui hacia el Conde sus salidas y correrías, arrebatando ganados, destruyendo mieses, é interceptando los convoyes que pasaban por el camino; y esto era tan frecuente, que decian los moros que ni una hormiga podia atravesar la vega sin que lo advirtiese el conde de Tendilla. Algunas veces salia á combatir las torres y casas fuertes que habia en contorno, donde el paisanage moro se guarecia y depositaba sus cosechas y ganado. En estas ocasiones solia llevar sus estragos hasta cerca de Granada, y volvia á Alhama conduciendo gran cantidad de despojos, y muchos prisioneros. Tal, en fin, era la actividad y solicitud con que el conde de Tendilla hacia la guerra, que ni dejaba en ócio á los suyos, ni en seguridad al enemigo: y los moros, viendo que no podian alejarse de Granada mas de una legua, para atender á las labores del campo, sin mucho peligro de quedar cautivos, prorrumpieron en quejas y clamores contra el Rey, que asi permitia se insultase su territorio. Con este motivo se despacharon de Granada varios escuadrones de caballería, á fin de que protegiesen á los labradores en la colectacion de sus cosechas. Estas tropas, rondando en las inmediaciones de Alhama, impedian las salidas de los cristianos, y los tuvieron por algunos dias encerrados en la fortaleza.

Estando asi bloqueado el Conde, se oyó una noche un estampido tremendo, que estremeció la fortaleza hasta sus cimientos. Los habitantes de la villa despertaron llenos de temor, y los soldados de la guarnicion corrieron á las armas, recelando fuese un asalto del enemigo: pero la causa de esta alarma resultó ser la caida de un gran trozo de la muralla del castillo, que minada por las lluvias del invierno, se habia hundido, dejando una gran brecha por la parte que miraba al campo. En gran cuidado puso este fracaso al Conde, pues llegando á conocimiento de los moros, era indudable que darian aviso en Granada y Loja, y que viniendo de alli una fuerza considerable, les seria fácil combatir la fortaleza y entrarla por aquella brecha. En este apurado lance dió el Conde pruebas de un ingenio fecundo de recursos. Mandó cubrir toda aquella parte del muro que se habia caido con un gran lienzo, el cual hizo luego pintar, imitando una muralla con sus almenas; y en efecto salió tan semejante, que desde lejos no se podia distinguir el lienzo de la muralla32. En seguida hizo trabajar con la mayor diligencia en el reparo del portillo, sin permitir entre tanto que saliese nadie de la villa, porque no diesen aviso al enemigo, del estado indefenso en que se hallaba. Algunas partidas de caballería ligera se vieron discurrir en aquellos dias por los campos de Alhama; pero ninguna notó el engaño del lienzo y el defecto de la muralla; de suerte que en pocos dias quedó ésta reedificada y mas fuerte de lo que antes estaba.

 

No es menos digno de atencion otro arbitrio, que poco despues discurrió este ingenioso caballero. Llegó á faltarle enteramente el dinero, y no tenia oro ni plata con que pagar los sueldos de los soldados, que murmuraban y se quejaban, viéndose sin los medios de comprar en la villa lo necesario para su subsistencia. Para ocurrir, pues, á esta necesidad, escribió de su mano en varios papelitos diversas cantidades, grandes y pequeñas, segun le pareció que lo exigian las circunstancias, y autorizando estas cédulas con su firma, las dió á su tropa en pago de su sueldo33. Al mismo tiempo mandó bajo las penas mas severas, que nadie en Alhama rehusase admitir este papel por el valor que en él estaba señalado; prometiendo solemnemente redimirlo con el tiempo, y pagar su importe en oro ó plata. Los habitantes que conocian la integridad del Conde, fiaron en su palabra, y recibiendo sus pagas en esta moneda, remediaron las necesidades de la guarnicion.

Preciso es añadir, en honor de la justicia, que el Conde cumplió su palabra como buen caballero; y este es el primer ejemplar que se sabe del uso de papel-moneda, que despues se ha hecho tan general en todo el mundo civilizado.

CAPÍTULO XXII

De la entrada del ejército cristiano en el territorio de los moros para talar sus tierras
Año 1484.

Los caballeros que habian sobrevivido á la matanza de los montes de Málaga, no obstante haber vengado en diversas ocasiones la muerte de sus compañeros, aun conservaban altamente en el corazon la memoria de aquel sangriento suceso: ardian por entrar de nuevo por el territorio moro, para llevarlo todo á fuego y sangre, y dejar aquellas fértiles regiones, que habian sido testigos de su desgracia, hechas triste y espantoso monumento de su venganza.

Sus deseos se cumplieron, y en la primavera de 1484, volvió la antigua ciudad de Antequera á resonar con el estrépito de las armas. Muchos de los caballeros que el año anterior se habian reunido alli para aquella expedicion desastrosa, volvieron á entrar por las mismas puertas con sus soldados, cubiertos de hierro; no ya con la pompa y alegría que entonces, y sí con gravedad y silencio, y con ánimos resueltos. En breve se juntó en aquella plaza una fuerza de seis mil de á caballo y doce mil de infantería, tropa escogida y compuesta en parte de los caballeros de las órdenes militares y religiosas, y de las gentes de la hermandad. Todo cuanto podia ser de necesidad y provecho al ejército en esta nueva incursion, se le suministró con prevision diligente. El celo caritativo de la Reina dispuso, que fuesen con la tropa muchos cirujanos para que curasen á los heridos, sin llevar precio, pues ella pagaba sus servicios. Asimismo se previno por órden de Isabel un hospital de campaña, compuesto de seis tiendas espaciosas, provistas de camas y todo lo necesario para los heridos y enfermos.

Hechas estas y otras prevenciones, salió de Antequera aquel lucido y poderoso ejército llevando el órden siguiente. Don Alonso de Aguilar guiaba la vanguardia, acompañándole el alcaide de los Donceles y Luis Fernandez Portocarrero, con los capitanes de la hermandad y sus gentes. La segunda batalla iba al mando del marqués de Cádiz y del maestre de Santiago, con los caballeros de esta órden y las tropas de la casa de Ponce de Leon. En el ala derecha de esta batalla mandaba Gonzalo de Córdoba y en la izquierda Diego Lopez de Ayala. La tercera batalla venia á las órdenes del duque de Medinasidonia y del conde de Cabra, que llevaban asimismo las gentes de sus respectivas casas. El comendador mayor de Alcántara conducia la retaguardia, acompañándole los caballeros de su órden y los de Jerez, Écija y Carmona.

Tal fue el ejército que salió de Antequera para ejecutar la mas rigurosa tala, que habia desolado jamas el reino de Granada. Entrando en el territorio moro por la via de Alora, destruyeron luego todos los panes, viñas y olivares en contorno de aquella villa: pasaron adelante por los valles y tierras de Coin, Casarabonela, Almejía y Cartama, y en diez dias convirtieron aquel pais risueño en un desierto espantoso. Desde alli á manera de un arroyo de lava ardiente siguió el ejército su curso lento y destructor por tierras de Pupiana y Alhendin, y mas allá, hasta la vega de Málaga, abrasando y talando huertas, olivares y almendrales, sin dejar cosa verde. Los moros de algunos de estos pueblos procuraron eximir sus tierras de tanto estrago, ofreciendo poner en libertad á los cristianos que tenian cautivos: otros salieron animosamente á defender sus propiedades; pero fueron rechazados con mucha pérdida, y los arrabales de sus pueblos destruidos y quemados34. Á la noche era un espectáculo, que infundia horror ver como entre columnas de denso humo subian las devoradoras llamas desde los pueblos y caseríos incendiados.

Llegando á las orillas del mar, halló el ejército muchos barcos, que le estaban esperando con toda clase de mantenimientos y municiones que habian traido de Sevilla y de Jerez, para que nada faltase á la tropa en esta expedicion. Asi pudieron continuar su marcha hasta las inmediaciones de Málaga, donde fueron atacados vigorosamente por los moros de aquella ciudad, y un dia entero se pasó en escaramuzas muy reñidas; pero mientras una parte del ejército peleaba, la otra se ocupaba en asolar la vega.

Conseguido el objeto de esta expedicion, que no era el de hacer conquistas, sino solo de debilitar al enemigo, volvieron atrás los cristianos, dirigiendo su marcha hácia las montañas. Dieron la vuelta por Coin, Altazaina, Gutero y Alhaurin, talando y arrasando cuanto hallaron en circuito de estos pueblos, cuyos floridos valles eran la gloria de aquellas montañas y las delicias de los moros. Al cabo de cuarenta dias que duró esta tala, volvió el ejército cristiano á los prados de Antequera.

Á principios de junio tomó el Rey Fernando en persona el mando de estas tropas, aumentando su fuerza con varias lombardas y otras piezas de batir, dirigidas por ingenieros alemanes y franceses. Con esta nueva arma, aseguraba el marqués de Cádiz que se podrian ganar con poca dificultad todas las fortalezas de los moros; pues siendo su principal defensa la aspereza y elevacion del terreno, no tenian las murallas el espesor y fuerza necesaria para resistir el furioso ímpetu de las balas arrojadas por la pólvora. Asi era la verdad, como luego se conoció en la suerte que cupo á la villa de Alora. Apenas se rompió el fuego contra esta fortaleza, cuando se reconocieron los efectos de estas máquinas terribles: dos torres y una parte de la muralla fueron derribadas en poco tiempo. Los moros, amedrentados y confusos por este nuevo género de ataque, no acertaban á defenderse: el estruendo de la artillería y la ruina de sus casas, tenia á las mugeres llenas de consternacion; y éstas, pidiendo á voces la rendicion, obligaron á aquellos á entregarse á los sitiadores. En efecto el dia 20 de junio quedó esta plaza por el Rey, habiéndose permitido á los habitantes salir de ella con sus efectos.

Igual suerte tuvo la villa de Setenil, situada sobre un peñasco escarpado, y tenida por inexpugnable. Diversas veces se habia combatido esta fortaleza por los Reyes anteriores, que nunca la pudieron rendir. Aun ahora la artillería estuvo asestada contra sus muros por algunos dias, sin hacer impresion alguna; pero al fin el marqués de Cádiz, dirigiendo él mismo los tiros, aportilló las puertas y abrió una gran brecha en la muralla, obligando á los moros á rendirse.

Á la toma de Alora y Setenil, se siguió la de otros muchos pueblos, que sin esperar á ser combatidos, se entregaron á las armas del Rey. Los moros habian desplegado siempre mucha constancia y valor en la defensa de sus plazas: eran temibles en sus salidas y escaramuzas; y en los sitios sabian sufrir el hambre y la sed; pero esta terrible artillería, que con tanta facilidad daba en tierra con sus murallas, los tenia llenos de confusion y espanto, pues veian ser en vano toda resistencia. Admirado el Rey del efecto producido por los cañones, mandó aumentar su número; y esta arma poderosa fue mas adelante de gran de influencia en el resultado de la guerra.

La última operacion de este año, tan desastroso para los moros, fue una incursion que hácia el fin del verano hizo el Rey en la vega de Granada. En esta ocasion, despues de asolar el pais, quemó dos pueblos, y destruyó varios molinos que habia á las puertas mismas de la capital.

El viejo Muley Aben Hazen, contemplaba con dolor y asombro la devastacion de sus dominios: la adversidad y los achaques habian postrado aquel espíritu altivo, y suspiraba por la paz. Á fin de obtenerla, hizo proposiciones al Rey, ofreciendo tener su corona como tributario de la de Castilla; pero Fernando, que no aspiraba á menos que á la absoluta conquista de Granada, no quiso entrar en negociacion alguna. Dejando bien provistas y guarnecidas las plazas que se habian tomado á los moros, volvió el Rey á Córdoba, donde entró en triunfo, terminando una série de campañas que le habian cubierto de gloria.

CAPÍTULO XXIII

Tentativa del Zagal para sorprender á Boabdil en Almería

Todo este año, tan desastroso para los moros, permaneció Boabdil, verdaderamente llamado el Zogoibi, en la ciudad marítima de Almería. Reducido á una corte mezquina, y conservando apenas el nombre de Rey, esperaba que la fluctuacion de los eventos, haciendo volver á su obediencia á aquel inconstante pueblo, le restituyese al trono de la Alhambra. Su altiva madre, la sultana Aixa, procuró sacarle de este letargo. “Es de ánimos apocados, le dijo, esperar que vuelva la rueda de la fortuna; las almas grandes saben asirla y sujetarla á su voluntad. Sal al campo, acomete empresas, arrostra peligros; asi podras acaso recobrar el trono de Granada, ó conservar al menos la sombra de soberanía que te queda.”

Pero Boabdil no tenia la fuerza de alma que era menester para seguir estos animosos consejos, y en breves dias le sobrevinieron los males que su madre le tenia pronosticado.

Postrado en cama, y casi ciego, el anciano Muley Aben Hazen, iba sucumbiendo á la vejez y á los achaques. Su hermano Audalla, por otro nombre el Zagal, el mismo que habia concurrido á la matanza de los cristianos en los montes de Málaga, era general en gefe de los ejércitos moros, y habia llegado insensiblemente á encargarse de casi todos los cuidados del gobierno. Entre otras cosas proseguia con tanto celo la guerra del Rey padre contra el hijo, que sospechaban algunos habia en esto algo mas que simpatía fraternal.

 

Las desgracias y reveses sufridos últimamente por los moros, habian herido el amor propio de la nacion: en Almería se indignaban de la inaccion de Boabdil, y de los tratos que traia con el enemigo; al paso que en Granada se fomentaban mañosamente estos mismos sentimientos por los agentes de Audalla. Poco á poco lograron malquistarle con el pueblo y con la tropa, y formaron una tenebrosa conjuracion para su ruina. En febrero de 1485, se presentó el Zagal delante de Almería á la cabeza de un escuadron de caballos. Las puertas le fueron inmediatamente abiertas por los conjurados, y entrando con su gente, corrió el Zagal á la ciudadela, donde fue recibido con aclamaciones por la guarnicion, que mató al alcaide. Pasando en seguida al Alcázar, recorrió todos sus aposentos en busca de Boabdil: en uno de ellos halló á la sultana Aixa, con el jóven Aben Ahagete, hermano menor del Rey, y algunas personas de su servidumbre. “¿Dónde está el traidor Boabdil?” exclamó el Zagal. “El traidor y el pérfido lo eres tú, le replicó la intrépida Sultana, y mi hijo á esta hora confio estará en parte segura, para vengarse algun dia de tu traicion.” La rabia del Zagal, cuando supo que se le habia escapado su víctima, llegó al último extremo. En su furor mató al jóven príncipe Aben Ahagete; y sus secuaces, siguiendo este ejemplo, sacrificaron á los demas que se hallaban presentes, escepto á la sultana Aixa, que quedó su prisionera.

Un soldado leal habia prevenido á Boabdil de su peligro, en tiempo para efectuar su fuga. Saltando en un caballo ligero, partió á escape, acompañado de algunos parciales, y en medio de aquella confusion logró salir de la ciudad: ¿pero dónde habia de acudir, si no habia fortaleza ni castillo que no estuviese contra él? ¿de quién se habia de fiar, si ya los moros estaban enseñados á detestarle como traidor y apóstata? En tal estado, no le quedó otra alternativa que la de refugiarse entre los cristianos, sus enemigos naturales, y volviendo pesaroso las riendas á su caballo, dirigió los pasos hácia Córdoba. Hubo de pasar como fugitivo una parte de sus propios dominios, sin hallarse enteramente seguro hasta pasar la frontera, y dejar atrás las altas montañas que eran la barrera natural de su pátria. Entonces fue cuando reconoció toda la humillacion de su estado: un desertor de su trono; un desecho de su nacion; un Rey sin reino. En la agonía de su dolor se dió un golpe en el pecho, y exclamó: “¡en hora fatal nací, y verdad dicen los que me llaman el desventurado!”

Entró en Córdoba con semblante decaido, y acompañado de solo cuarenta de sus partidarios. Los Reyes estaban ausentes; pero los señores de la corte le recibieron con demostraciones afectuosas, y con la generosidad que distingue á las almas nobles y caballerescas.

Entre tanto, el Zagal puso en Almería un nuevo alcaide, para que mandase en nombre de su hermano; y habiendo reforzado la guarnicion, partió para Málaga, donde se esperaba un nuevo ataque de los cristianos. Expulsado de aquellos dominios el Rey chico, y ciego é impedido su padre Aben Hazen, era el Zagal virtualmente el Soberano de Granada. El pueblo, bien hallado con su nuevo ídolo, victoreaba su nombre y fundaba en él las esperanzas de la nacion.

30Cura de los Palacios, c. 68.
31Pulgar, Crónica. Salazar, Hist. del gran Cardenal.
32Pulgar, parte III. cap. XXVI.
33Pulgar, ubi supra.
34Pulgar. Crónica, 3 parte, cap. XX.