Someone to me

Tekst
0
Recenzje
Przeczytaj fragment
Oznacz jako przeczytane
Czcionka:Mniejsze АаWiększe Aa

―Tienes que comer algo ―ordena suplicante mientras entra y se sienta en mi cama dejando escapar un suspiro.

―Gracias, mamá. Pero no tengo… ―Al notar su expresión de preocupación agarro el sándwich―. Está bien, lo intentaré. ―Doy un mordisco―. ¿Tú has comido?

―Sí, algo sí… Las chicas me obligaron. ―Sonríe sin ganas―. Pero tú no tienes que preocuparte por eso.

―Pues claro que me preocupo.

Me duele mucho verla así. Yo he perdido a mi padre, pero ella ha perdido al amor de su vida.

―Un… un compañero de clase me escribió por Instagram, no sé cómo me encontró, pero… ―rompo el silencio.

―Oh. ―Sonríe de forma torcida ligeramente sorprendida―. Igual solo quiere hacer amigos. ¿O te has perdido algo en clase?

―No…, mamá, era el primer día. Hablamos por llamada, me dijo de quedar, pero le dije que no…

―Deberías ir, Alice. ―Se levanta. ―Yo me tengo que ir…, tengo que hablar con el notario por el seguro de vida, y organizar el entierro, y… ―La voz se le vuelve a cortar y traga saliva.

Al escucharla un escalofrío recorre todo mi cuerpo y las lágrimas vuelven a aparecer, provocando que deje la comida a un lado.

―Alice…, de verdad, tienes que distraerte. Eres muy joven para vivir esto.

―Pero no quiero dejarte sola. ―Me levanto también―. Iré contigo.

Niega rotundamente.

―De ninguna manera. Además, iré con las chicas, no estaré sola. ―Sonríe de forma forzada―. Llama a tu amigo. Solo… no vengas muy tarde.

Abandona la habitación y me dejo caer en el colchón de nuevo, agarrando el móvil. Tiene razón, no puedo estar aquí encerrada y sola todo el día mirando a la nada, papá no me dejaría hacerlo.

Esbozo una leve sonrisa y abro el chat de Eric, escribiéndole.

Alice Evans

Lo he pensado mejor… Necesito despejarme. ¿Sigue en pie?

5

Alice

Un autobús frena en la parada y de él empieza a bajarse gente.

Al parecer Eric vive en el pueblo donde está ubicado nuestro instituto.

Juego con los extremos de mi camiseta azul celeste, la cual me puse unos minutos atrás cuando decidí ponerme algo más cómodo como la prenda ya mencionada, unos shorts blancos y unos tenis.

Repaso a cada persona con la mirada mientras van bajando del vehículo.

Ni siquiera sé qué aspecto tiene Eric, un logo de Batman en su foto de perfil no es exactamente descriptivo. O quizá sí. Mi vista se detiene en el único chico de mi edad. En su camiseta está plasmado el mismo logo que en aquella foto de perfil. Tiene que ser él. No me acerco por miedo a hacer el ridículo si no lo es, pero lo examino bien desde mi posición.

Madre mía, madre mía. ¿Cómo pudo pasarme desapercibido un chico así? Parece el tipo exacto de chico del que me enamoraría por la calle, o en una parada de autobús, y jamás volvería a saber de su existencia. Me siento completamente afortunada de conocerlo, o de estar a punto de hacerlo.

No estoy al cien por cien segura de que sea él. Pero, por favor, que lo sea.

―¡Hey, Alice!

El chico que llevo un buen rato observando se acerca a mí con una amplia sonrisa y me saluda con un abrazo. Me quedo inmóvil, percibiendo un agradable olor a lavanda.

―¿Eric? ―pregunto mientras me separo poco a poco de su cuerpo.

―En carne y hueso.

Su cálida sonrisa me hace sentir muy cómoda. Y ahora que está más cerca, aprovecho para fijarme en cada detalle de él; sus ojos color avellana, su pelo corto negro abundante…

―¿Qué te apetece hacer?

«La verdad es que estaba muy entretenida contemplándote».

Carraspeo un poco, con mis mejillas ligeramente rosadas.

―Solo… solo necesito distraerme. ―Desvío la mirada, avergonzada.

―Entonces estás con la persona adecuada.

Vuelvo a repasarlo con la mirada mientras caminamos intentando ser sutil, alzando ligeramente la cabeza, debido a la considerable altura que me lleva. Parece que estoy dentro de un jodido sueño.

¡Un sueño! ¡Mierda!

«Con la excusa de que eres nueva, varios chicos se te van a acercar, si quieres ahorrarte ese fastidio…».

¡Niall! ¡He dejado plantado al rubio de ojos azules! Y no puedo hacer nada, absolutamente nada. No sé dónde vive, ni sus apellidos, y para colmo no nos hemos dado ni el número. Quizá podría preguntarle a Eric por él. O igual es una idea horrible.

―¿Y si pruebas a contarme qué te gusta hacer?

―Oh. ―Su pregunta me pilla desprevenida―. Puedo intentarlo.

«Leer novelas eróticas en internet, soñar despierta y fantasear con vivir en una novela. No tengo hobbies normales como quedar con amigos, porque no tengo amigos». No, eso no es respuesta socialmente aceptada.

―Me gusta mucho leer, dormir…

―¿Dormir? ―me interrumpe mirándome con diversión―. Creo que eso no puede considerarse un hobby.

―No dije que fuera un hobby. ―Juego con mis manos, tímida. ―No es exactamente por dormir, sino por soñar. Me encanta viajar a mundos paralelos a través de los sueños.

―Wow. ―Me mira con sorpresa―. Esa es una teoría interesante.

―Sí, bueno, en realidad no es mía.

Es de mi padre.

―¿Y por qué no me hablas de tus sueños? ―su voz expresa curiosidad.

―¿Qué? Bueno, tú no me has dicho nada sobre ti.

―Tienes razón, aunque no sabía que querías que lo hiciera. ―Sonríe de forma torcida―. Me gustan los cómics, los superhéroes…, creo que se nota un poco. ―Rasca su nuca, parece más tímido cuando habla de ello―. Dibujo, no se me da del todo mal.

―¿Dibujas? ―me sorprendo―. ¡Eso es muy guay! Me encantaría ver algunos de tus dibujos.

―¿En serio? ―Puedo notar un leve sonrojo en su piel―. Me da algo de vergüenza.

Me doy cuenta al momento de que él siente lo mismo por el dibujo que yo por la escritura.

―Yo… yo escribo ―confieso para hacerlo sentir más cómodo.

―¿En serio? ―Su sonrisa se intensifica―. Si tú escribes y yo dibujo…¡Podríamos hacer un cómic!

Río un poco al escucharlo, enternecida.

―Eres muy agradable, Eric.

Tierno, quería decir tierno.

―Gracias. ―Ríe conmigo―. Siguiendo con las preguntas, ¿qué sueles hacer en San Valentín?

―¿Cómo? ―Intento contener la risa―. ¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Acaso es una manera ingeniosa de saber si tengo novio?

―No sé de qué hablas. ―Trata de contener una nueva sonrisa.

―Bueno, pues, que yo recuerde… Pasé San Valentín leyendo y viendo películas románticas. ¿Qué te parece? ―Lo miro divertida.

―Pues un plan bastante bueno. ―Ríe―. Yo hice más o menos lo mismo, pero cambiando películas románticas por películas de Spiderman, y leer por comida basura.

―Madre mía. ―Río sin poder evitarlo―. Qué imagen más triste para San Valentín.

―¡Hey! Eso hiere mis sentimientos. ―Se lleva la mano al pecho de forma dramática.

―Perdón, perdón. ―Intento aguantar la risa, pero no lo consigo―. Pero, en serio, ahora tengo curiosidad de cómo son tus dibujos. ¿Puedo ver alguno?

―Si te refieres a ver fotos de ellos… no suelo sacarles fotos… ―Su móvil vibra y él no se molesta en comprobar quién le ha escrito―. Pero si consigues papel y lápiz puedo hacer uno ahora mismo.

―¡Genial! ―exclamo ilusionada y mientras nos sentamos en un banco saco de mi bolso una libreta de tamaño mediano, un lápiz y una goma―. Adelante entonces.

―Wow. ―Ríe un poco, observando mis movimientos impresionado―. Qué preparada vas. ¿Lees el futuro? ―Agarra los materiales y apoya la libreta en sus rodillas, adoptando una postura cómoda.

―Simplemente cuando eres escritora te vienen ideas en cualquier momento, es mejor tener una libreta a mano y no confiar en tu memoria. ¿Qué vas a dibujar? ―A ti. ―Acerca el lápiz al papel mirándome con detenimiento.

―¿Qué? ―Mis mejillas arden y siento un ligero mareo―. No… no sé si es buena idea... ―Río nerviosamente.

―Claro que es una buena idea, eres lo más bonito que he encontrado para dibujar. ―Empieza a mover el lápiz, empezando el dibujo.

Recuerdo instantáneamente aquellos horribles dibujos que hacían mis compañeros de mí en la clase de Plástica.

Me quedo todo lo quieta que puedo intentando ignorar los suaves temblores de mi cuerpo, mientras él dibuja con plena concentración.

Él no es así. Él no puede ser así. No puede tratarse todo de una farsa. No va a reírse de mí.

Cálmate, cálmate, cálmate.

Aproximadamente quince minutos después, levanta la cabeza del papel por fin y me mira.

―¿Lista para ver mi obra de arte?

Asiento rápido, intrigada.

Gira la libreta mostrándome el resultado final y me quedo boquiabierta. Agarro el boceto para verlo más de cerca. Los trazos son finos y delicados, la apariencia es frágil y dulce, como si fuera una muñeca. Pero lo que más me sorprende es que no me ha dibujado con la ropa que llevo puesta, sino con el vestido de por la mañana.

―¿Pero cómo que no se te da mal? ¡Dibujas increíble! ¡Es precioso! ―exclamo emocionada sin poder dejar de mirar el dibujo―. Hasta me has subido la autoestima.

―Oh. ―Sus mejillas se tiñen de rojo y ríe nerviosamente―. Gra… gracias.

Me sorprendo cuando agradece con un tartamudeo como si no estuviese acostumbrado a que halaguen sus dibujos.

―¿Puedo quedármelo?

―Sí, sí, claro, es tu libreta. ―Rasca su nuca.

―Igual te lo querías quedar tú, es tu creación.

―Siempre puedo volver a hacerlo… ―Su móvil suena con insistencia, esta vez en forma de llamada―. Perdona, tengo que irme. ―Se levanta―. Me lo he pasado genial, me encantaría que quedásemos otro día.

 

―Yo también me lo he pasado muy bien… ―Me levanto también―. Sí, no te preocupes, vete antes de que te castiguen. ―Lo miro divertida.

Me estrecha de nuevo entre sus brazos y mis ojos se cierran de forma inconsciente, envolviéndome con su olor.

―Gracias por todo, Eric. ―Sonrío de forma sincera.

―Gracias a ti por dejarme conocerte, Alice. ―Me devuelve la sonrisa―. ¡Nos vemos en clase! ―Abandona el lugar a paso rápido.

Observo cómo se va mientras saco los auriculares, enchufándolos a mi móvil y poniendo a Taylor Swift, mi cantante favorita.

Al llegar a casa siento un gran alivio al ver que mi madre ya ha llegado.

―Hola, mamá. ―Me acerco a ella y me siento a su lado en el sofá.

―Hola, Alice. ¿Cómo ha ido todo? ―Aparta un poco los papeles de los que está rodeada.

Le muestro el dibujo que no he dejado de mirar en todo el camino.

―¡Es muy agradable! Muy tierno, muy lindo… y guapo, muy muy guapo. ¡Mira lo que me hizo!

―¡Oh! ―Agarra la libreta examinándolo―. Vaya, sí que te ha clavado. ―Sonríe de lado―. Me alegra que te lo hayas pasado bien con ese chico, sabía que te vendría bien salir.

―¡Sí!, mucho mejor incluso de lo que pensaba. Gracias por presionarme para que salga. Estoy…, me siento mucho mejor.

―Me alegro mucho, de verdad. Dame media hora y me pongo con la cena.

―No tengas prisa, tranquila.

Subo a mi cuarto y vuelvo a encerrarme en él dejándome caer en la cama.

Por un largo momento el doloroso evento del día se me había olvidado por completo. Pero al volver a estar sola y, peor, ver la enorme luna llena tras la ventana las lágrimas volvieron a aparecer.

«¡Alice! ¡Alice! ¿Lo has visto? ¡Hay luna llena! ¡Vamos a verla en la terraza con el telescopio!».

Vuelvo a romper en llanto recordando las palabras de mi padre en cada noche como esta y tapo mi boca para que mi madre no pueda escucharme.

6

Alice

Anoche me costó mucho dormirme y, cuando por fin lo conseguí, pasé toda la madrugada despertando cada par de horas sin ser capaz de conciliar el sueño durante mucho tiempo seguido.

Intento seguir mi rutina de fin de semana alargando el brazo para agarrar un libro de mi mesilla, pero enfrascarme en la lectura se vuelve una tarea imposible cuando no consigo retener las palabras y tengo que releer el mismo párrafo como tres veces para enterarme de algo.

¿Por qué papá no ha venido a verme en sueños? Ni siquiera pude despedirme y eso me atormenta. No puedo controlar mis pensamientos y no soy capaz de centrarme en el libro. ¿Dónde está exactamente? ¿Y si ahora es un fantasma? He estado atenta a cualquier pequeño detalle paranormal y no ha pasado absolutamente nada en ningún momento.

Igualmente, hoy es veintiuno de septiembre y…

Un repentino golpe en la madera de mi puerta logra sobresaltarme.

Mi madre entra por ella sin esperar permiso entonando una alegre melodía.

―¡Cumpleañoooos feliiiz!

Me sorprendo al escucharla. Creía que no estaría para fiestas, pero parece que me equivocaba.

―¡Mami! ―exclamo emocionada.

Ella se acerca a mí con una tarta de fresa de tamaño considerable adornada con dos velas de color morado. Al terminar de cantar me acerca un poco más el pastel para que sople las velas. Cierro mis ojos por un momento intentando pensar en un deseo, pero por primera vez no se me ocurre nada. Lo único que quiero no va a cumplirse, así que simplemente me limito a soplar sin ninguna intención mágica detrás.

Me levanto y mi progenitora deja el gran plato en la mesilla para poder abrazarme.

―Gracias por esto, de verdad ―agradezco con sinceridad.

―No puedo creer que ya tengas dieciséis años… ―dice con nostalgia mientras me estrecha contra ella―. ¿Qué te gustaría hacer? Yo todavía tengo que terminar algo de papeleo, pero podemos ir a la librería por la tarde y cenar juntas en algún sitio, y...

―La verdad, no contaba con nada ―la interrumpo―. Así que no tenía nada planeado.

Saco una fotografía a la tarta y la subo a mi perfil. Eric es, por no decir el único, el primero en felicitarme. Mamá se sienta a mi lado y le echa un vistazo a la pantalla.

Eric Jones

¡¡¡Felicidades, Alice!!! ¡No te lo vas a creer, el mío es en dos días! :O

―¿Ese chico otra vez? ―Me mira divertida y, al leer su mensaje, se sorprende tanto como yo―. Wow, qué casualidad.

Iba a escribir una respuesta, pero él se adelanta mandando otro mensaje.

Eric Jones

¿Y vas a celebrarlo? Si no tienes nada planeado, podríamos celebrar juntos una fiesta esta noche.

Miro de reojo a mi madre, que no borra su expresión de diversión mientras mis dedos se mueven solos, respondiendo.

Alice Evans

Tan solo me siento cómoda en fiestas de disfraces…

Eric Jones

¡Oh! No lo había pensado. ¡Suena genial! ¿De disfraces entonces?

Miro a mamá con ojos de corderito haciéndola reír.

―Si esa es tu forma de pedirme permiso, ya lo tienes. No voy a dejar que te quedes sin fiesta de cumpleaños y lo que él te ofrece es mejor que lo mío. Ya iremos a la librería por semana. ¿Dónde vive?

―Cerca del instituto, pero… puedo coger el bus…

―¿Qué dices? Yo te llevo. ―Agarra de nuevo el plato―. Y ahora vamos a desayunar tarta. ―Sonríe para ocultar el dolor al imitar una de las frases de mi padre.

Mi móvil vuelve a vibrar.

Eric Jones

¿Entonces…? ¿Confirmado? ¿Fiesta de disfraces a las siete…?

Respondo que sí, ilusionada.

―¿Y de qué te vas a disfrazar? ―pregunta mamá mientras corta un buen trozo para cada una.

―En realidad, no lo había pensado… ―Río nerviosa y agarro el trozo que me da, mordiendo hambrienta―. Dios, está buenísima.

―¿Pides que sea una fiesta de disfraces sin saber de qué te vas a disfrazar? ¿En serio? ―Ríe―. A ver, es sábado, no hay muchas tiendas abiertas… ¡Ya sé! ¿Te acuerdas del disfraz de Campanilla que te regaló papá por Navidad?

Asiento despacio. No sé si será el mejor momento para ponérmelo.

―Pues vamos a ver cómo te queda ―dice mientras se levanta.

Cuando abre el armario, una caperuza de color rojo cae sobre su cabeza, provocándome una carcajada. Ella hace una mueca y se la quita, analizando la prenda.

―Anda, Caperucita… ―Me mira―. ¿Recuerdas lo que decía siempre papá?

―Que no existen los accidentes… ―respondo en voz baja.

―¿Y si te disfrazas de ella? Ibas a ponértelo en carnaval, pero al final fuiste en pijama, ¿te acuerdas?

Como para no acordarme. Tenía tantas ganas de llevar ese disfraz…, pero una de mis compañeras también había decidido ir así y encima lo había anunciado, así que no me atreví. No quería que añadiesen a la larga lista de insultos la palabra copiona.

Me limito a asentir mientras mamá alcanza el resto del disfraz para que me lo pruebe.

Contemplo el espejo, impresionada.

No se trata de una aburrida falda larga de campana como parecía en su bolsa plástica, si no de una preciosa falda roja terminada en encaje blanco que me llega por encima de las rodillas. El supuesto delantal no existía. Había sido sustituido por una preciosa y ceñida blusa blanca y un corsé negro atado en un rojizo lazo que realzaba todavía más mi figura. Y, obviamente, la característica caperuza roja a la altura de mis hombros.

Ambas abrimos la boca maravilladas.

―¡Me encanta! ¡Es perfecto! ―Doy saltitos muy feliz.

―¡Te queda precioso! ―asegura mi madre.

La mandíbula casi se me cae al suelo al girar la última rotonda y entrar en la urbanización. Nos vemos rodeadas por unas increíbles casas de color blanco que, comparadas con la nuestra, son inmensas. Mi boca permanece abierta mientras contemplo cómo a las casas les faltan unos pocos metros para estar prácticamente pegadas, a pesar de poseer cada una su propio jardín. Está claro que este barrio es mucho menos asequible que el nuestro.

Bajo del vehículo y mi madre me saca como la octava foto de la noche.

―Mamá. ―Río en un suspiro.

―Es que estás preciosa, mi amor. ―Sonríe orgullosa―. Tengo que cuidar a los Collin hasta la noche, pero no me avises muy tarde para volver.

―Sí, mamá. Pero recuerda que es mi primera fiesta. ―Me acerco y la abrazo. ―¡Te quiero! ―Salgo de nuevo.

―Te quiero, Alice, pásalo muy bien.

Tras una pequeña duda de cuál es la casa correcta y teniendo que volver a revisarlo en mi móvil, timbro mirando de reojo cómo mi madre espera.

Eric me abre casi al momento.

―¡Hola, Alice! ―Antes de saludarme con un abrazo me repasa con la mirada, abriendo ligeramente su boca―. Si te quedan así los disfraces, me voy a plantear que todas mis fiestas sean con esa temática.

Mis mejillas se vuelven tan rojas como mi caperuza, sorprendida por su comentario.

Intento mirarlo de la forma más sutil posible. Lleva puesto un traje de Superman, el cual se ciñe tanto a su cuerpo que puedo apreciar cada parte de su anatomía. Paso un dedo por mis labios de forma disimulada para comprobar que no estoy babeando con su tonificado cuerpo y su marcado abdomen.

―Hablas de mí, pero ese disfraz te queda increíble ―confieso.

―Gracias. ―Sonríe de forma torcida y lleva una mano a su nuca.

Siento de nuevo aquel característico olor a lavanda al entrar en el recibidor.

Miro alrededor mientras caminamos hacia un sofá de color azul, fijándome con admiración en el orden en cada pequeño rincón.

―Has sido la primera en llegar a nuestra fiesta.

―No me gusta nada llegar tarde a los sitios… ―Me siento a su lado y abro mi boca sorprendida―. ¡Oh!, es cierto, también es mi fiesta.

―¿No te acordabas? ―Me mira divertido.

―Mi memoria no es muy buena. ―Río con él mientras saco mi móvil, mostrándole la foto de mi corcho con su dibujo en él.

―Queda bastante bien. ―Una sonrisa se dibuja en su rostro mientras mira la foto―. Cuando quieras te hago más.

―¡Sí! Me encantaría. ―Sonrío de forma tímida.

Mi sonrisa se hiela al escuchar un repentino barullo. Llevo la vista hacia la puerta de la entrada, abierta de par en par, presenciando cómo pequeños grupos de gente diferente entran a cada segundo. Siento un ligero mareo y mi respiración se entrecorta. Mierda, no pensé que vendría tanta gente.

Aprieto uno de los cojines del sofá intentando contenerme para no rasgarlo con las uñas. La ansiedad se asienta en mi pecho a una gran velocidad, impidiéndome respirar con normalidad.

―¿Alice? Hey, hey, ¿qué ocurre?

Eric se fija casi al segundo del cambio en mi expresión y agarra despacio la mano que estaba a punto de deshilar el tejido.

―No… no es nada. ―Trato de ocultar lo evidente.

―¿Tienes ansiedad? ―Me mira preocupado―. ¿Es por la gente?

Trato de decir algo, pero soy incapaz de hablar. Eric echa un vistazo a nuestro alrededor con expresión seria.

―Ya no estás sola, Alice, ahora me tienes a mí.

Ignoro que mi corazón late incluso más fuerte, viendo cómo se levanta sin soltar mi mano. Siento el gentío acercarse y escucho una marea de voces felicitándonos, pero Eric no se detiene. Sonríe de manera cortés a los invitados y comienza a subir los escalones tirando de mí.

―La comida está en el jardín junto a la piscina, bajaré en unos minutos. ―anuncia.

¿Piscina?

Llegamos al piso de arriba y abre una puerta aparentemente aleatoria.

―Bienvenida a mi habitación.

Suelta mi mano poco a poco, encendiendo la luz y entrando. Entro detrás de él sintiendo cómo mi pecho deja de doler poco a poco y mi respiración se normaliza. Centro mi atención en cada detalle del cuarto, impresionada.

Lo más destacable es un gran saco de boxeo de color rojo, prácticamente al lado de una cinta de correr y de un par de pesas. Todo colocado frente a una cama de matrimonio.

Avanzo despacio y sin permiso, casi hipnotizada por un rincón en concreto.

Toda la habitación está en perfecto orden, menos ese rincón.

Sus dibujos. Todos sus dibujos. Un corcho lleno de ellos. Puro placer visual para mis ojos. Batman, Spiderman, Superman, reconozco varios de los superhéroes que se repiten innumerables veces. Lo único que no consigo reconocer son los trazos de una chica de cabello anaranjado. Tal vez sea una invención suya. Algo así como su chica perfecta.

 

Mi atención se desvía al escritorio, rebosante de dibujos tachados, bocetos, materiales, y una enorme libreta con hojas asomándose.

―Dios mío. Esto es increíble. Has superado mis expectativas.

Eric sonríe de manera tímida y desvía la mirada. Me contengo para no abrir la misteriosa y atrayente libreta.

―Me gustaría mucho ver los demás dibujos.

―¿En serio? ¿Todos? ―Me mira con sorpresa.

Asiento dedicándole una sonrisa. Él parece dudar unos segundos, pero finalmente agarra la libreta, me guía a la cama y la pone sobre mis piernas con confianza. Paso los dedos por la cubierta, abriéndola, y me sumerjo en su mundo de lápiz y papel. Más superhéroes, villanos, de nuevo aquella chica. Halago sus dibujos con admiración, cada uno es mejor que el anterior y el progreso creativo se nota en cada página. Paso las hojas muy despacio, deteniéndome en cada dibujo el tiempo que se merece. El final se acerca y la esencia cambia. Páginas en blanco, tachones, borrones, papel agujereado seguramente por la rabia de no conseguir dibujar. El color desaparece y todo se vuelve blanco y gris. Cierro la libreta y él la deja en su sitio.

―Nunca nadie había halagado así mis dibujos.

―¿Qué? ¿En serio? ―Lo miro incrédula―. Eres un artista, Eric, deberías hacerte una cuenta para subirlos. ¡Son increíbles! Tienes tanto talento, no prives al mundo de ver tu arte.

Sus mejillas enrojecen y se sienta un poco más cerca de mí esta vez. Enmudezco cuando siento sus ojos clavados en los míos y el ambiente se vuelve diferente. Mi corazón vuelve a martillear por la cercanía.

El silencio nos envuelve y una extraña tensión flota en el aire. Nuestra respiración se agita casi al mismo tiempo. No entiendo ni sé cómo explicar lo que está pasando. Pero la sensación que siento en el pecho es completamente nueva. Sus labios se entreabren, intenta mirar a otra parte, pero sus ojos siempre acaban volviendo a los míos.

―Alice…

Mi cuerpo se acerca inconscientemente al suyo como si se tratase de un imán. Me pierdo en el color avellana y luego en la forma de sus labios.

Su cuerpo por el contrario está rígido y parece que la timidez no le deja acercarse también. Así que continúo acercándome, muy despacio, sin apartar la vista de sus ojos. Insegura, nerviosa, indecisa, atrevida.

Si él no es capaz de dar el paso, yo lo daré por él.

Mis párpados se cierran solos y puedo sentir el suave roce de sus labios.

Pero apenas unos segundos. Porque no siento el movimiento de su boca contra la mía. No siento sus manos agarrar mi cintura y volverse más valientes. No.

En su lugar siento cómo agarra mis hombros, con suavidad, separándome de él.

―Lo… lo siento mucho. Creo… creo que me has interpretado mal.

7

Alice

Abro los ojos de golpe, cayendo de nuevo en la realidad.

Las mejillas me arden y mi cuerpo empieza a temblar. Mi garganta emite pequeños sonidos agudos intentando encontrar cualquier palabra coherente. Ahora los fuertes latidos no son placenteros, sino que duelen. Duelen mucho.

―¡Lo siento! ―Me levanto del colchón como si hubiera sido propulsada por un muelle―. Lo siento, lo siento, lo siento mucho, yo… yo pensaba que...

Incapaz de mirarlo, mis ojos rebotan por toda la habitación.

―Alice, no pidas perdón, por favor, yo…

―Lo siento, lo siento, lo siento ―sigo repitiendo incapaz de escucharlo.

Huyo del incómodo escenario corriendo escaleras abajo, viéndome atrapada otra vez. Múltiples olas de gente desconocida me rodean, chocan contra mí.

Me hunden, me ahogan. Un barullo de voces y música insoportablemente alta ensordece mis oídos. Siento un horrible mareo que podría hacerme perder el conocimiento. Necesito salir de aquí, necesito salir de aquí.

Distingo a lo lejos un apartado sillón gracias a su destacable color rojo.

Avanzo rápidamente y me dejo caer en él sacando mi teléfono y mirando la hora en la pantalla: las nueve y media. Vale, bien, es la hora perfecta para pedirle a mi madre que me venga a recoger sin que sea sospechosamente temprano.

―Por fin he encontrado a mi caperucita…

Una voz grave, profunda, sensual, llena mis oídos aislándome por unos segundos de cualquier sonido ajeno a ella.

Las risas, el barullo, la música. Todo queda completamente insonorizado hasta que me giro para descubrir el dueño de la voz.

Me contengo para no pellizcar mi piel, incrédula de estar en la realidad.

Incrédula de no estar inmersa en mi mente. Incrédula de no haberme desmayado y estar dentro de un sueño. Incrédula de que uno de esos tantos personajes aparentemente perfectos con los que mi mente sueña se hubiera escapado de mi cabeza.

¿Pero tú de qué libro te has escapado?

Me resisto a no soltar mis pensamientos en voz alta.

Al girarme, la considerable altura que me lleva provoca que lo primero que vea sea su torso. Un inesperado calor invade todo mi cuerpo al darme cuenta de que su camisa está abierta de par en par, dejando al descubierto un cuerpo duro y definido. Cada parte de él me deja más y más sin aliento.

Alzo la cabeza para intentar recuperarme un poco, pero mi estado empeora incluso más al chocar con sus ojos. Unos impresionantes ojos verdes, tan profundos e hipnóticos como los de un gato.

Me resulta irónica esa descripción al darme cuenta de las orejitas que adornan su rebelde y ondulado cabello color chocolate. ¿Eso es… un disfraz de gato?

―¿Necesitas un lobo? ―Sonríe de forma traviesa mientras la música de la fiesta, Back in black de AC DC le da la presentación perfecta.

Da un paso hacia mí y retrocedo de manera inconsciente provocando que mi espalda choque contra la pared. Él simplemente estira su brazo hasta que su mano choca a un lado de mi cabeza, acorralándome.

¡No es posible! En serio. ¿De qué libro te has escapado?

Vuelvo a tragarme la pregunta, aparentando solo tragar saliva.

―H… Hola ―consigo a duras penas que me salga un hilo de voz.

El mareo desaparece por completo. La incomodidad también.

Quiero quedarme. De verdad quiero quedarme. Él no tendrá ni que esforzarse en que olvide todo por un buen rato.

La figura de Eric bajando las escaleras me hace dar un pequeño brinco.

Mi expresión cambia a una de susto y hablo con apuro en la voz.

―¡Tengo que irme!

―¿Qué? ―Su expresión también cambia, mirándome extrañado―. ¿Tienes que ir a casa de tu abuelita? ―Su sonrisa reaparece con su chiste.

Trato de aguantar la risa, pero no lo consigo, aunque suena como un suspiro.

―De verdad, perdona, tengo que irme.

Aparto mis ojos de los suyos, buscando la salida. Esta vez la encuentro y salgo de la casa, corriendo cuesta abajo. No me detengo hasta no escuchar ni un solo decibelio de música. Me dejo caer en el primer banco que encuentro, rompiendo en llanto, liberando toda la tensión de la noche.

La fiesta tenía que haber sido mágica, no una de las peores noches de mi vida. Es todo mi culpa, yo interpreté mal las señales. No tengo ni idea de lo que es tener un amigo. Lo he incomodado. Lo he fastidiado todo, como siempre.

Un brusco ruido de un frenazo seco me asusta, haciendo que aparte las manos de mi rostro.

―¿Alice? ―Aquel chico rubio del primer día de clase aparece por arte de magia frente a mis ojos como si fuera fruto de mi imaginación.―. ¿Qué haces aquí sola? ¿Qué te ha pasado? ―Se sienta a mi lado haciendo que perciba de nuevo el fresco olor de su perfume.

―Niall… ―pronuncio su nombre casi de forma inconsciente―. Estaba... estaba en la fiesta de Eric... ―Desvío la mirada decepcionada―. Bueno, y mía…, mi primera fiesta, ha sido un desastre… ―Me atrevo a mirarlo poco a poco―. ¿Y tú qué haces a estas horas aquí?

―Yo he preguntado primero ―dice sorprendiéndome―. Vale, estabas en la fiesta, ¿pero por qué estás llorando?

Dejo escapar un suspiro y lo miro con tristeza.

―¿Te sirve de respuesta que me han roto el corazón?

―¿Quién?

Me quedo callada pensando si debería o no decírselo.

―¿Te da vergüenza decirme quién fue el imbécil?

―Fue Eric ―suelto sin poder contenerlo―. Pensaba que sentía algo por mí… Ayer y hoy estuvimos muy bien… ―Suspiro de nuevo frustrada―. Creía que le gustaba y me lancé, y me rechazó, porque soy estúpida.

To koniec darmowego fragmentu. Czy chcesz czytać dalej?