Sin miedos ni cadenas

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20 de enero
¡Fuerte!


“Gobernaba en aquel tiempo a Israel una mujer, Débora, profetisa, mujer de Lapidot” (Juec. 4:4).

Cuando piensas en lo que significa ser una mujer cristiana, ¿qué palabras vienen a tu mente? Sabia, cortés, trabajadora, buena hija/esposa/madre, sumisa… ¿Y fuerte? ¿Consideras que para ser una verdadera seguidora de Cristo debes ser fuerte? En su artículo “Lisa Bevere on Why the Church Must Stop Undermining the Strength of Women”, la escritora estadounidense comenta: “Por alguna razón, pareciera que, en la comunidad cristiana, a las mujeres se les envía el mensaje de que ser fuertes está mal. La fuerza está mal. Ser fuertes es ser ambiciosas. Ser fuertes es algo que las mujeres cristianas no somos. Somos dulces y calladas”. Esta imagen de feminidad cristiana, sin embargo, no es realmente bíblica.

Tan solo doscientos años después de que Josué guiara al pueblo de Israel a tomar posesión de la Tierra Prometida, los israelitas se olvidaron de Jehová y comenzaron a adorar a los ídolos cananeos. En ese contexto de idolatría y opresión, Dios llamó a una mujer para guiar a su pueblo: Débora. Y Dios le dio una misión doble: como profetisa y como jueza. En A Prophet Among You [Un profeta entre vosotros], T. Housel Jemison comenta: “Débora sirvió en un cargo prominente, ya que hombres y mujeres venían de muchas partes de Israel para consultarle acerca de sus problemas y obtener un juicio. Su reputación no estaba fundada solamente en el hecho de que emitía un buen juicio, sino que era reconocida por todos como profetisa del Señor”. Estoy absolutamente convencida de que Débora no podría haber cumplido con su misión sin fortaleza. Débora se sentaba bajo su palmera a juzgar al pueblo. Cuando los israelitas le traían sus disputas y querellas, ella las resolvía con justicia, sabiduría y gran fortaleza de carácter.

Tendemos a confundir el adjetivo “fuerte” con “agresivo” o “pendenciero”. Sin embargo, una persona musculosa puede usar su fuerza para protegernos o para lastimarnos. El problema no son los músculos, sino el carácter. Como mujeres, Dios nos llama a ser fuertes. Él nos llama a recibir su fortaleza de carácter, para tomar nuestro lugar y hacer nuestra parte. En el trabajo o en la esfera en que te encuentres, Dios te dice: “¡Sé fuerte y muy valiente!” (Jos. 1:9).

Señor, gracias porque tú me das la fortaleza necesaria para hacer mis tareas y cumplir con mi llamado. En ti, aunque me sienta débil, soy fuerte. “Con tu fuerza puedo aplastar a un ejército; con mi Dios puedo escalar cualquier muro” (Sal. 18:29, NTV).

21 de enero
Hija de Dios


“Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1:12, NVI).

“¿Todavía no te casaste?” Aunque he escuchado esta pregunta cientos de veces, nunca sé muy bien qué responder. “Pero eres demasiado linda como para ser soltera”, dice la gente, con buenas intenciones, pero dejando entrever que creen que solo la gente fea o rara no se casa después de cierta edad. Lamentablemente, la iglesia puede ser un espacio bastante tóxico para las mujeres solteras; un lugar donde se las hace sentir inferiores por no haber podido, o no haber querido, formar una familia. La escritora estadounidense Elyse Fitzpatrick, en Good News for Weary Women [Buenas noticias para las mujeres cansadas], comenta: “Es bíblicamente insostenible y abrumador decirle a una mujer que la única actividad valiosa que puede hacer es dar a luz hijos y servir a un esposo y una familia”. Pero esta idea oprime no solo a las mujeres solteras, sino también a las casadas, “haciendo que el éxito como ama de casa/madre sea la vocación más importante en la vida de una mujer. Y aunque este es un gran llamado, no debería triunfar sobre nuestro primer y más importante llamado: creer en Cristo”.

Tu estado civil no es el barómetro de tu valor como persona. Así tengas un marido y siete hijos fabulosos, o no hayas tenido una sola cita fabulosa en siete años, tu estado civil no te define. Casadas, solteras, viudas o divorciadas, todas pertenecemos a Cristo y solo él tiene el derecho de definirnos. En The Single Issue [El problema de la soltería], el autor cristiano Albert Hsu señala que, “en abrupto contraste con el pensamiento convencional judío, Jesús enseñó que la salvación no se encuentra en el matrimonio, y que la vida eterna no viene a través de engendrar hijos que continúen con el apellido de la familia”. En cambio, recibimos nuestro sentido de valor y dignidad cuando nos “identificarnos con el Reino de Dios”.

Aprender a identificarnos con el Reino de Dios y con sus valores lleva tiempo, ¡pero vale la pena! Es un proceso en el que aprendemos a soltar rótulos y etiquetas de todo tipo, para recibir a cambio un título más poderoso: “Hija de Dios”. ¡La sangre de Cristo define tu valor! Aprender a confiar en esta verdad nos permite servir en todas y cada una de las etapas de la vida, con sus bendiciones y desafíos específicos.

Señor, cuando me sienta tentada a permitir que mis circunstancias me llenen de orgullo o de vergüenza, recuérdame que solo tú tienes el poder para definir mi valor como persona. Ya sea casada, soltera, con hijos o sin ellos, yo te pertenezco por completo y quiero vivir para servirte.

22 de enero
Vida abundante


“El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

¿Y si no tuvieras nada que probar? Estaba pedaleando al trabajo, en mi bicicleta roja, cuando Dios me sorprendió con esa pregunta. A Dios le gusta hablarme mientras pedaleo en las mañanas, cuando mi cabeza aún está callada y tranquila. Esa mañana, la pregunta fue clara y penetrante: “¿Cómo vivirías si la vida no fuera un examen cotidiano en el que tu valor e identidad estuvieran permanentemente en juego?”

Muchas mujeres creemos que esta alocada carrera por probar nuestro valor se terminará en cuanto crucemos la meta. Pensamos que obtener un título universitario, casarnos con un buen hombre y tener hijos les mostrará a todos, nosotras incluidas, que valemos y somos necesarias. Sin embargo, tal como en los dibujitos animados, cuando llegamos a esa meta, jadeantes y sedientas, el oasis se disipa y terminamos lamiendo la arena. En Uninvited [No invitada], la autora Lysa Terkeurst cree que en este proceso “corremos más y más lejos del único que quiere vivir una historia de amor con nosotras. […] El que nos acalla, nos tranquiliza, nos quita el cansancio y susurra: ‘No se trata de lo que logres. Tu alma fue diseñada simplemente para estar conmigo. Conmigo eres libre, puedes ser realmente tú’ ”.

Cierra los ojos por un momento e imagina esa libertad. Más allá de tus éxitos y fracasos, más allá de lo que diga o calle la gente, tu valor es inamovible. Como no tienes nada que probar, puedes invertir toda tu energía –no solo las sobras–en amar a otros y a ti misma. ¡Tu valor no está en juego! “Yo no soy quien ese tipo dice que soy,” escribe Lysa. “Yo no soy quien esa chica dice que soy. Yo no soy quien los ‘me gusta’ y los comentarios de las redes sociales dicen que soy. Yo no soy quien mis calificaciones, mis listas de tareas por hacer, mis problemas y mis errores dicen que soy. Yo no soy quien la balanza dice que soy, ni la suma de todos mis errores dice que soy. […] Yo soy amada. Abrazada. Yo soy tuya. Yo soy por siempre tuya”.

Señor, no quiero malgastar ni un minuto más tratando de ganar lo que tú me regalas. Tu amor es el ancla de mi identidad. Mi valor no proviene de mis logros y no se disipa con mis errores. Cuando me sienta tentada a poner el peso de mi identidad en cualquier otra cosa –mis hijos, mi carrera, mi matrimonio o mis talentos–, recuérdame que ninguna cosa, por buena que sea, puede satisfacer mi sed; solo el Agua viva puede hacerlo.

23 de enero
Mujeres comunes y corrientes


“Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros” (2 Cor. 4:7, NVI).

Hay cinco mujeres que Mateo menciona en la genealogía de Jesús: Tamar, Rahab, Rut, la esposa de Urías y María. En aquella época, las genealogías seguían la línea paterna y normalmente no incluían a ninguna mujer. ¿Para qué incluyó específicamente a estas cinco mujeres? Para demostrar cómo Dios redime la historia. Aunque cada una de ellas tenía un pasado vergonzoso, esto no impidió que Dios las usara. Tamar se disfrazó de prostituta para tener relaciones con su suegro, porque este se negaba a darle a su hijo menor como marido (Gén. 38). Rahab era una prostituta cananea que vivía en Jericó y albergó a los dos espías israelitas (Jos. 2). Rut era moabita, no israelita de sangre (Rut 1:16). Betsabé, la esposa de Urías, o bien fue abusada por la codicia del rey David, o bien lo sedujo bañándose a propósito donde él podía verla (2 Sam. 11). Finalmente, María, la madre de Jesús, había sido humillada por haber quedado embarazada antes de casarse con José. Mateo tiene la osadía no solo de incluir a mujeres en la genealogía del Mesías, sino a mujeres de una dudosa reputación.

 

Dios no tiene miedo de nuestro pasado. Él no esconde los capítulos tristes ni los fracasos. Dios los reescribe y redime para su gloria. En su artículo “Women in Jesus’ Genealogy”, Nell Sunukjian escribe: “Cinco mujeres se incluyen, en su mayoría pobres. […] Viudas, mujeres sin importancia, desconocidas, mujeres pecadoras que cambiaron el curso de la historia con sus vidas simples y obedientes. […] Uno podría suponer que todas las mujeres en la genealogía de Jesús, el Mesías, deberían haber sido las mejores mujeres judías, pero no fue así; la mayoría ni siquiera eran judías. Y, con excepción de Rut y María, tenían un pasado sexual oscuro. Eran mujeres comunes y corrientes”. ¡Dios escogió y usó a mujeres comunes y corrientes! Mujeres viudas, inmigrantes y pobres. Mujeres menospreciadas, con pasados vergonzosos. ¿Para qué? Para resaltar el extravagante poder de su gracia. Esta es la belleza del evangelio: que Dios toma exactamente lo que somos y nos transforma para la gloria de su nombre.

Señor, te agradezco porque tú eliges a mujeres comunes y corrientes como yo, y nos das un rol importante que cumplir. Te entrego mi vida, una vez más, para que escribas con ella una historia llena de gracia y de amor.

24 de enero
Samgar


“Entonces el Señor le preguntó: —¿Qué es lo que tienes en la mano? —Una vara de pastor —contestó Moisés” (Éxo. 4:2, NTV).

Samgar no esperaba que Dios lo eligiera. Después de todo, él no tenía mucho que ofrecer. Era tan solo un granjero de sangre “impura” (su nombre tiene raíces cananeas, no hebreas). Si el trabajo de juez de Israel se hubiera ofertado en los clasificados de la época, Samgar no hubiera podido cumplir con los requisitos por su falta de experiencia y preparación. Él solo tenía a su ganado y su vara para arrear bueyes. Pero ¿de qué servía eso contra todo un ejército de filisteos? Sin embargo, Samgar decidió poner lo poco que tenía en las manos de Dios y su vida cambió por competo. La Biblia resume su historia con solo un versículo: “Después de Aod fue Samgar, hijo de Anat, quien rescató a Israel. En una ocasión mató a seiscientos filisteos con una aguijada para bueyes” (Juec. 3:31, NTV).

“La historia de Samgar conmueve mi alma”, escribe Lysa Terkeurst en su artículo “A Life with Extraordinary Impact, Proverbs 31”. “Él era una persona común, en un lugar común, y hacía un trabajo común. Lo que lo hizo extraordinario no fue nada externo. Fue su impulso a ser obediente a Dios y a hacer lo correcto, exactamente donde se encontraba. Su trabajo era ser obediente; todo lo demás era trabajo de Dios”. A veces pensamos que nuestras vidas y nuestros esfuerzos son demasiado pequeños como para determinar una diferencia. Sin embargo, Dios únicamente nos pide que seamos fieles con lo que tenemos en la mano: cinco panes y dos peces, un poco de harina y aceite, cinco piedras lisas y una honda... Dios no necesita que tengas recursos o talentos extraordinarios, sino que estés dispuesta a usar tu vara para arrear bueyes exactamente donde estás.

Los israelitas no podían forjar espadas en aquellos días, porque los filisteos no se lo permitían (1 Sam. 13:19). Pero Samgar no dejó que esto lo detuviera. Las varas para arrear bueyes de aquel entonces tenían más de dos metros de altura y un cincel en uno de sus extremos, que servía para limpiar el arado. Samgar sencillamente afiló lo que ya tenía y lo usó para servir.

Señor, ¡yo estoy dispuesta! Aunque no sienta que soy la candidata ideal, aunque soy tan pequeña comparada con la tarea que hay que hacer, estoy dispuesta a servirte. Te entrego todo lo que soy y lo que tengo. Confío en que, por más comunes que sean mis talentos y circunstancias, serán más que suficientes en tus manos.

25 de enero
¿Quién eres?


“Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1:12, NVI).

¿Quién eres? Si alguien te preguntara esto, ¿cómo responderías? Tal vez comenzarías diciendo tu nombre, o compartiendo información acerca de tu familia y el lugar donde creciste. O tal vez hablarías de tu profesión. Y aunque todo esto forma parte de la respuesta, no define realmente quién eres. Unos meses atrás tuve la oportunidad de entrevistar a Tola Doll Fisher. Tola es una escritora cristiana y editora de la revista Woman Alive (Mujer viva). Tola tenía un plan claro para su vida: ella iba a casarse, tener tres hijos antes de cumplir 24 años y ser una excelente profesional. Sin embargo, el plan no salió como ella esperaba. Tola se comprometió a los 24, se casó a los 26, a los 28 perdió a su bebé y a los 30 se divorció. Mientras charlábamos, Tola reflexionó acerca de cómo estos cambios afectaron su sentido de identidad. ¿En quién te conviertes cuando las cosas no salen como esperabas? Si te ves obligada a enterrar una hija y a renunciar al sueño de envejecer con tu marido, ¿quién eres ahora?

Tola me contó que, recientemente, tuvo que completar uno de esos formularios en los que preguntan tu estado civil. Poner una tilde junto a la palabra “divorciada” le generó mucho dolor. ¿Era este el nuevo rótulo de su vida, la nueva etiqueta pegada a su frente? ¿Estaba su vida definida por el rechazo y el fracaso? O, mejor dicho, ¿era ella una fracasada? Luchando con estas preguntas, Tola recordó las palabras de Juan 1:12: “Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios”. “Esto significa que Dios nos ha dado una forma para identificarnos que no depende de nuestras circunstancias, no depende de una relación, del lugar donde nacimos o de nuestro estado financiero”, dice Tola en Still Standing [Todavía en pie]. “Si aceptamos a Dios, somos sus herederos. […] Nuestra verdadera identidad se encuentra en él”, agrega.

Como muchas veces nos gusta lo que dicen las etiquetas que llevamos pegadas, no nos preocupamos por poner todo el peso de nuestra identidad en Jesús. Mientras que las etiquetas digan: “bella”, “inteligente”, “buena amiga/esposa/madre” las llevamos con orgullo. Pero cuando el viento amenaza con arrancarnos la etiqueta que dice “bella”, o el enemigo trata de pegarnos al corazón una que dice “rechazada”, entonces comprendemos nuestra absoluta necesidad de Jesús. ¿Quién eres? Tú eres una hija de Dios. Eres amada incondicionalmente y entrañablemente por el Creador del universo.

Padre, yo soy tu hija. Ayúdame a vivir hoy anclada en esta generosa verdad.

26 de enero
Un nombre nuevo


“Todo el que tenga oídos para oír debe escuchar al Espíritu y entender lo que él dice a las iglesias. A todos los que salgan vencedores, les daré del maná que ha sido escondido en el cielo. Y le daré a cada uno una piedra blanca, y en la piedra estará grabado un nombre nuevo que nadie comprende aparte de aquel que lo recibe” (Apoc. 2:17, NTV).

Ayer, un amigo me envió un poema que había escrito acerca de las palabras con las que nos definimos. Hay etiquetas y rótulos con los que cargamos desde la infancia. Palabras que nuestros padres o compañeros del colegio usaron para describirnos, y que se nos pegaron al corazón como velcro. Si te detienes tan solo unos segundos a meditar, estoy segura de que sabrás cuál es la palabra que vienes acarreando. La palabra que Carrie O’Toole llevaba colgando de su cuello era “estúpida”.

Carrie O’Toole es una consejera y autora estadounidense. Cuando la entrevisté para la Radio Adventista de Londres, me contó que durante un retiro espiritual el predicador pidió a los presentes que pasaran tiempo a solas con Dios para recibir una nueva palabra. Él le dio a cada uno una roca pintada de blanco, para que pudiesen escribir lo que oyeran. Carrie estaba preocupada; no estaba acostumbrada a este tipo de ejercicios y tenía miedo de ser la única que no oyera a Dios decir nada. Sin embargo, se sentó en el parque, como el predicador había sugerido, y le preguntó a Dios qué palabra la definía mejor. Su sorpresa fue grande cuando Dios le dijo: “¡Brillante!” Esta palabra habla no solo de inteligencia, sino de la luz que se refleja en alguien. Carrie escribió la palabra en la roca y la colocó en el escritorio de la oficina de su casa. Ahora, todos los días Dios le recuerda quién es ella realmente.

¿Cuáles son los rótulos, las palabras con las que has estado cargando toda tu vida? La Biblia dice que conocer la verdad nos hará libres (Juan 8:32). Si te acercas a Jesús y le preguntas, él te dirá quién eres. Con sus propias manos despegará los velcros y las espinas, sanará tus heridas y te dará un nombre nuevo.

Señor, tú sabes quién soy realmente. Me acerco a ti con todas las etiquetas y rótulos del pasado. Yo soy tu hija. Es tu privilegio como Padre darme un nombre nuevo.

27 de enero
Sin calcomanías


“Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida” (Isa. 43:4).

En la tierra de los wemmicks, en el bellísimo cuento de Max Lucado, cada muñeco de madera, cada wemmick, es único y diferente. A estas criaturas, sin embargo, les gusta pasarse la vida evaluando la conducta, el talento y la apariencia de los demás. Si un wemmick actúa o luce bien, otro wemmick le pega una calcomanía de una estrella de oro. Sin embargo, si su conducta o apariencia no es aprobada, recibe calcomanías grises. En la aldea hay un wemmick llamado Punchinello. Cada día, él intenta recibir estrellas doradas, pero solo le dan calcomanías grises. Punchinello está muy triste, hasta que se encuentra con Lucía y se da cuenta de que ella no tiene pegada ninguna calcomanía; ni dorada ni gris. ¿Cuál es su secreto? Lucía visita al carpintero Elí todos los días. Por esto no se le pegan las calcomanías que otros wemmicks quieren darle. El cuento termina cuando Punchinello decide visitar a Elí y comprende lo que el carpintero realmente piensa de él. Elí le dice: “Cuanto más te importe mi opinión, menos se te pegarán las calcomanías”.

Obviamente, las opiniones de los demás influyen en nosotros (y hasta cierto punto esto es normal y lógico). Sin embargo, como el carpintero del cuento le dice a Punchinello, cuanto más nos aferremos a la opinión que Dios tiene de nosotras, menos poder tendrán las críticas y los aplausos de los demás. Podrán importar, sí, pero no definirnos. ¿Sabes qué es lo que Dios piensa acerca de ti? Que tienes un valor inestimable y que él te ama (Isa. 43:4); que te formó con sus propias manos para darte una vida con sentido y propósito (Efe. 2:10); que eres heredera de las promesas y más que vencedora (Rom. 8:17, 37); que eres su embajadora y su representante escogida (2 Cor. 5:20; 2 Ped. 2:9); y que eres redimida, perdonada y libre de condenación (Efe. 1:7; Rom. 8:1).

Al comenzar el día hoy, tómate un momento para recordar lo que Dios realmente piensa de ti. Deja que sus palabras te definan. Permite que la verdad sea como un óleo santo, que cubre cada rincón de tu corazón e impide que las calcomanías de los demás se te peguen.

Señor, gracias por liberarme del peso de las opiniones de los demás con la verdad de tu Palabra. Yo soy exactamente quien tú dices que soy. Cada palabra que has pronunciado acerca de mí es cierta y la acepto. Yo soy tu hija. Soy amada infinitamente. Soy libre y perdonada.