Romper el corazón del mundo

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Pensar es una práctica materialista que se hace con otras, dice Donna Haraway,15 y ese otras toma aquí, en estos textos que se presentan, los contornos variables, precarios e inestables de un grupo de discusión, un taller de escritura individual, la lectura de un libro, una correspondencia epistolar amorosa, una performance callejera, una conversación con vecinas, un coger16 salvaje, una contemplación nocturna de las estrellas, una receta de cocina hecha al calor de un beso.

Romper el corazón del mundo se modula en este libro como un modo excéntrico de hacer teoría que se implica visceralmente con un modo de hacer de la palabra y del cuerpo, en especial del cuerpo lesbiano, para descolonizarlo de cualquier ideal moral o normativa, y que excede las fronteras de las disciplinas, géneros y prácticas. Prácticas teóricas sin pretensión totalizante sino como pequeños gestos indisciplinados de (des)composición, una práctica cotidiana que se redefine en cada ocasión como una indocilidad de actos capilares habituales que se resisten a la estandarización de los usos habitados de la lengua, sin garantías de univocidad y unidireccionalidad del sentido. La teoría ya no es propiedad privada de la academia ni su autoridad monopólica, sino un campo de acción corporal que puede producir excitación imaginativa, gramáticas afectivas del desorden y comunidades de (des)pertenencia con identidades abiertas a la reinvención, sin reclamar patrullajes de fronteras porque su potencia de vida se cultiva en el entre como experiencia del umbral.

Modos fugitivos de hacer teoría es el residuo de una relación fracasada con el régimen de saber académico, la huella de un conjunto de relaciones forjadas en experiencias micropolíticas que hacen saber desde los cuerpos, el vestigio de una serie de prácticas que (des)organizan la economía política de la vida. Porque los modos de hacer teoría son en definitiva modos de relación con y entre los cuerpos, las palabras, los afectos, las imágenes, los contextos. Un pensamiento de la intersección17 que no busca definir cuerpos o bien normalizarlos o bien contestarlos, sino que atiende al reparto de lo sensible y de lo afectable mediante el cual unas vidas cuentan más que otras, para advertir versiones minoritarias de la norma, de esas corporalidades desplazadas, extemporáneas o no previsibles que habitan temporalidades heterogéneas y discontinuas. Estas escrituras son el resto de una disputa con la institucionalización y normalización de los feminismos, la disidencia sexual, la poesía y la pedagogía. Un repertorio de textos como modos de intervención crítica que instigan una posibilidad innombrada o impronunciable desde un vagabundeo político que elude las certezas del resplandor; una errancia epistémica que declina de la transparencia, la asepsia y la claridad; y una fugitividad poética que inventa un idioma para entrar y salir de nuestra propia vulnerabilidad y de nuestros imaginarios dañados, como un trabajo inmersivo en las configuraciones encarnadas del poder desde una artesanalidad minuciosa y comprometida con las palabras.

Modos fugitivos de hacer teoría se trata de las esquirlas de un deseo de teoría como labor insurgente de una lengua escurridiza de la luminosidad omnisciente, huidiza de las categorizaciones totalizantes, esquiva del giro épico de explicarlo todo. Un modo de hacer hecho a fuerza de obstinación, escucha y una feroz pulsión por el derrumbe, que es apenas un rasguño,18 un roce, una picadura, gestos desafiliados de un régimen académico tan procaz en su desvinculación entre las prácticas corporales, los actos del pensar y los modos de escribir. Escrituras que ponen el cuerpo y la palabra en el corazón gravitacional de la pregunta por el propio hacer, labrando minuciosas laceraciones de la normalidad imperante.

¿Cómo teoriza una maestra que se mueve rozando los bancos de sus estudiantes y que va por los bordes del aula?, ¿cómo hace teoría una lesbiana chonga que es tratada en masculino?, ¿cómo se hace teoría con el nombre propio en minúsculas?,19 ¿qué residuos tiene la hechura de una teoría por fuera de la academia pero robando cosas de ella?, ¿cómo se hace una calle o un piquete en la teoría?, ¿qué experiencia erótica vivimos en el hacer teórico?, ¿qué callejeos teóricos atraviesan nuestras prácticas políticas y artísticas?, ¿cómo una práctica artística (des)compone una práctica teórica?, ¿si una lesbiana hace teoría se convierte en una teoría (solo) lésbica?, ¿se puede hacer teoría con la mano lesbiana?, ¿qué temporalidades implosionan en una práctica tan teórica como lesbiana?, ¿qué efectos políticos y biográficos provoca la impugnación contemporánea de una identidad lésbica considerada anacrónica, suspendida o retrasada?

Estos escritos son formas fugitivas de habitar la institucionalidad del saber, intentos de un pensar que va por las fronteras de la academia, de un estar sin ser parte, de preguntas situadas que los acontecimientos nos fuerzan a formular y de una disposición imaginativa que nos fuerza a crear. Ecos y resonancias de un modo de (des)hacer y (des)habitar la política feminista, lésbica y queer/cuir que se remonta a un nombre que tocó radicalmente mi vida con la acción directa de la provocación, la ironía y la distorsión, fugitivas del desierto - lesbianas feministas,20 una estremecedora experiencia política que me marcó a fuego y su quemadura fue impulso de derivas críticas y torceduras emocionales.

Fugitivas del desierto fue un nombre colectivo, un agenciamiento afectivo y un proyecto de imaginación política para sobrevivir como lesbianas del sur en clave creativa, que en lo personal sigue vibrando y pulsando como un espectro de un modo de hacer antinormativo e inventivo. Desde la autogestión del saber que convertía nuestras vidas en un núcleo político de prioridad irreverente, la autonomía para diseñar estrategias creativas por fuera de los marcos del activismo institucional o más clásico, la insolencia de hacer con desechos desde nuestras precarias condiciones materiales, sin apostar a la masividad ni a reclutar para nuestras filas, la producción teórica fue una acción (micro)política al desajustar los formatos regularmente conocidos, legibles y legítimos del hacer/saber. En especial, la experiencia fugitiva nos afectaba tanto corporal como subjetivamente, así como pretendíamos afectar la organización normativa del deseo. Una politicidad de la vida que fermentó como un modo lúdico y textual de hacer teoría.

Esa fugitividad de tono pendenciero conserva algo de la negatividad afectiva del fracaso y la aguafiestas, porque nuestra púa creativa para espolear el festejo servicial y complaciente de las políticas asimilacionistas no nos hacía renunciar a un espíritu festivo.21 Escrituras enraizadas en esa fugitividad, una condición de yire epidérmico que no consiente los diagramas del control. Por eso, a diferencia del nomadismo como desplazamiento incesante del deseo, la fugitividad parte de una condición de posibilidad saturada de poder de la que deserta, no del poder como si hubiera un afuera puro de relaciones, sino para no quedar presa de sus operatorias subjetivantes e intentar gestos de intervención, maniobras de creación y huecos de experimentación en las zonas menos densificadas de su inscripción. Si el nomadismo opera como práctica de alteración y de ruptura frente al sedentarismo de la norma de las sociedades disciplinarias, la fugitividad se enfrenta con los efectos de la huida y deserción de los ordenamientos en las sociedades de control. Muy lejos de un no lugar que termina por invisibilizar tanto la particularidad contingente de las marcas que agotan las zonas efectuación del poder, la fugitividad es un gesto crítico, siempre ubicado y situacional, que busca desacotar esas marcas.

La fugitividad es estar separado del asentarse,22 fermento móvil de producir acontecimientos más que certezas, entonces, en el juego de nombrar y teorizar hay un pulso fugitivo que busca la multiplicación de gestualidades minúsculas que van lesionando las narrativas higienizantes y normalizadas del hacer institucional y del activismo convencional. Una disposición a experimentar un modo de estar juntxs,23 que es un estado de desposesión e improvisación como apertura a la futuridad que anhelamos, y que hace de la pregunta un estado de imaginación permanente, buscando construir colectivamente aquella que no ha sido formulada todavía.

Pensar y ejercitar prácticas de conocimiento que rechazan tanto la forma como el contenido de cánones tradicionales abre posibilidades versátiles e insólitas que conducen a modos ilimitados de especulación, a formas de pensar que no se vinculan al rigor y al orden instituidos, a estéticas divergentes para la organización espacial, a considerar productivamente la vulnerabilidad y el poder de nuestra lengua, a la incomodidad como un habitus que desestabiliza los binarismos que estructuran el pensamiento. Así, desde las preguntas como latigazos que perturban, la teoría se vuelve performance de un pensar que exhuma nuevas formas de imaginar,24 un estrépito que produce otras formas de vida, una cierta configuración del saber, un cierto vínculo con las palabras y lxs otrxs, y un compromiso político diferente al consagrado por la imaginación liberal25 cuya racionalidad anuda éxito individual, esfuerzo personal y desvinculación comunitaria.

Un planear fugitivo, dicen Harney y Moten, como un intento de producción teórica salvaje que la autoridad académica no puede domesticar, en el que la escritura es gesto de incisión epistémica en los lugares que antes se veían como no políticos, eludiendo el reclutamiento del deseo por parte de un régimen de conocimiento/ignorancia que demuele nuestra confianza, nuestra intuición, nuestras poéticas barrocas, nuestras opacidades intraducibles y las formas comunitarias de hacer/saber. En la lengua de las minúsculas hay una des-mayuscularización de la teoría, que trabaja contra la sustancialización y sacralización de los modos autorizados de producción de saber, e incita a prácticas teóricas como tropismos desheterosexualizantes de las formas del (des)conocer. Los tropismos, por su violencia, son capaces de oponerse a cualquier reducción del yo a un común denominador, son capaces de desgarrar y abrir el cerrado tejido material de los tópicos, evitando siempre que se organicen en un sistema de sentido obligatorio, nos indica Wittig.26

 

Estos ensayos se vuelven una ocasión para buscar cómplices cimarronxs que huyen de la autoridad legítima, para crear disonancias, interruqciones o formas de rechazo como aventuras intelectuales y afectivas que intentan dar forma a la vida que buscamos mediante acciones políticas no reconocibles o reconocidas. Diferentes figuras coagulan en la fugitividad como operatoria del (des)saber de este vandalismo teórico: la lesbiana fugitiva de Wittig, la maestra prófuga de la escuela, la tránsfuga de la academia, la desertora de la institucionalidad, la dimitente de la poesía… son apenas algunas de ellas, un ardid menor de desprivatización del saber que desconecta del mérito individual y de la competitividad con un trabajo clandestino no ligado a la productividad normativa.

La forma de ser fugitivxs como una contingencia radical procura un modo de identificarse que no sea traducible ni legible. En el laboratorio del lenguaje, la hapticalidad de la disidencia son unas pezuñas de polen en acrobacia vegetal, un presente de oscuras lamidas atascadas en una cicatriz, unas vértebras apretadas por los títulos que todavía no nos atrevemos a imaginar… un preguntar a destajo mientras un latido prosexo se interpone entre un entonces y un aquí. La fugitividad es un limbo almático donde se ausculta con alacridad el linaje de una bomba libada con la savia de un estar entre las plantas como se está entre los suburbios del lenguaje. Estos textos son pequeños rasguños como experiencias de ensayarse a una misma en el relato de la herida y con la capacidad para herir. Un espacio experimental del pensamiento en el que se tantea una lengua para volver a interrogarla porque hay una implicación problemática con ella, para sentirnos y rozarnos en una casa vagabunda, un lugar roto, que desnaturaliza la miseria y la explotación. Porque en la confusión y el desorden entre la teoría y lo poético se multiplican sus incógnitas inventivas y asoman las pequeñas preciosuras de la vida y los saberes vitales como corazonadas incestuosas.

La ruina como acto alquímico: el desencanto, una práctica afectiva del (des)saber

Estos ensayos teóricos prosexo experimentan una gramática disonante de la escritura desde un feminismo excrementicio, perforando el orden de pruebas y certezas de un feminismo identitario abroquelado en lo mujeril y en una moral puritana, con un tajo especulativo y un lengüetazo húmedo en su didáctica activista moralizante, victimizante y anti-puta, que no duda en hacer alianzas con el Estado y las fuerzas de seguridad antes que con lxs propixs trabajadorxs sexualxs.27 Se sublevan contra la lengua demasiado seca del feminismo que hace de la escritura una moral sexual bajo el mandato del disciplinamiento del deseo, e instigan a perturbar radicalmente la adecuación satisfecha entre sexo bueno y sexo malo, y a conmocionar los léxicos de la in-tocabilidad que se institucionaliza a través del pánico sexual como arma de destrucción sexo-afectiva.

Textos como actos alquímicos que inventan nombres como modos errantes de existencia, ficciones especulativas criadas desde lenguas extrañas que se hacen con los excrementos de la luz, hurgando en los remanentes de la hipervisibilidad otras posibilidades de vida, tal vez más opacas, imperceptibles, intraducibles. Un feminismo menor como dentellada feroz de la resistencia sexo-política desde el sur, que se desajusta de las retóricas triunfalistas del feminismo hegemónico activando el desencanto como un modo de hacer. ¿Puede un afecto negativo producir un modo de (des)hacer sexo-político? ¿Podríamos pensar el desencanto como operación pedagógica? ¿Podría ser un modo de saber/hacer en un tono afectivo que haga de la diferencia una erótica del conflicto? ¿Podría el desencanto ser una práctica de (des)conocimiento feminista que atente contra las lógicas binarias, los corsés conceptuales y la tentación moral de producir posiciones subjetivas correctas?

En los desechos de cada disciplina, de cada práctica, de cada género, resuena una fertilidad insospechada para la experiencia teórica, para el placer de perturbar un orden de la subjetividad modulada por las disciplinas del cuerpo y los discursos normativos, para trazar líneas de desplazamiento y de fuga de lo ya constituido. Un hacer teórico emparentado con el bricoleur que usa recursos desviados de su finalidad, materiales que provienen de construcciones y destrucciones anteriores: esos recursos son todos materiales heteróclitos, cosechados al azar, y las herramientas, no siempre adaptadas, que encuentra a mano.28 Si en cada objeto recuperado se inscriben rasguños, hendiduras, roturas, que constituyen la historia particular de cada pieza, como estéticas de lo bruto, de la errancia, del circo, y de cierta memoria,29 en cada palabra hay restos de un pasado que se recicla para arreciar sus posibilidades teóricas. Las palabras no nombran solamente el mundo, sino que el modo mismo de nombrar lo va construyendo y destruyendo, por lo que nuestras posibilidades de ver y construir otros mundos se juegan en la disputa de los vocabularios teóricos disponibles que diseñan los límites de lo visible, lo viable, lo posible, lo imaginable.

Restos de un hacer teórico que se engendra en situaciones liminales y fisuras institucionales, como zona de contagio y contaminación transfronteriza donde se cruzan la vida y la investigación, la escritura y las prácticas corporales, modos de acompañar la construcción de una voz en tanto escucha autoral y las formas absurdas de activismo feminista, de la disidencia sexual y queer/cuir. Una teoría pervertida urdida como una práctica sensible que excita nuestras fantasías de desorganización de las maniobras del poder y nos vuelve desertorxs de ser colaboracionistas del régimen escritural liberal o estatal, al forcejear con el secuestro de nuestra experiencia por parte de la burocracia colonial de la palabra y la administración legítima de los saberes. Si toda política de conocimiento es una política sexual, el desencanto licúa el modelo de éxito individual neoliberal heterosexual y se traduce como una disposición a crear problemas, a arruinar la reputación de un discurso demasiado seguro de sí mismo, que se exalta como triunfante e imperturbable.

La escena de la ruina en que se descompone un estado de la lengua por medio de otro vuelve la práctica teórica una ceremonia de la indiscreción empecinada en la experimentación micropolítica, el parloteo balbuciente, el murmullo extático.30 La memoria de ese resto no es admisible ante las jurisdicciones científicas porque las coacciones técnicas vuelven su olvido políticamente necesario.31 La ruina como las artes de una reserva de conocimientos por inventar, en el que somos propietarixs de nuestra propia habilidad práctica que no se reduce a un principio imperceptible del conocimiento. Un arte de pensar32 en el que las prácticas ordinarias competen tanto como la teoría, rechazando la división ideológica de los conocimientos y su jerarquización social. Como la actividad del funámbulo, tiene valor ético, estético y práctico, inscribiendo una memoria y la práctica de un tacto. Este tacto anuda en un mismo conjunto una libertad (moral), una creación (estética) y un acto (práctica).33 Tal como nos cuenta Lispector, si no fuese por los caminos de emoción adonde el pensamiento conduce, el pensar ya se habría catalogado como uno de los modos de divertirse, siendo la actitud: no se pierde por esperar, no se pierde por no entender.34

La pregunta como sabotaje epistémico35 y la escritura teórica como escenario poético operan como dispositivos de des-educación corporal contra el disciplinamiento académico y como ruptura de la dicotomía teoría-práctica. Textos como experiencias de implicación para fabular un modo de hacer política de la teoría en el que nuestros cuerpos y afectos importen, deshaciendo los programas hetero y homonormativos de predestinación de nuestro futuro para tejer un tiempo desclasificado de prioridades que nunca alcanzamos a ser. Con la obviedad en disputa, somos la escoria sexual que intenta construir, desde la escritura como práctica material y la teoría como práctica especulativa, espacios de lo común que alojen nuestros deseos sin ley para derrumbar los escenarios políticos normativos que nos aprisionan, activar las pasiones activistas que nos inquietan y crear las condiciones de escucha para estremecer los repertorios de acción que rompan con el pacto de conformidad actual y sus políticas integracionistas de la inclusión, la tolerancia, la transparencia, la higiene, la prohibición. Un acto de confianza en nuestras lenguas insumisas para sobrevivir en este presente que nos aniquila.

Las identidades como políticas y prácticas de (des)conocimiento

Pensar desde un gesto queer/cuir impugna el diseño de una respuesta totalizante y única, desafiándonos a enfrentar la obstinada pregunta que interrumpe la normalidad. El término cuir deja de ser un mero genérico acumulativo de gay, lesbiana, bi, trans, etc., para situarse como una posición crítica al interior de toda afirmación de identidad,36 y se instaura como una práctica crítica al operar como fuerza de descentramiento y extrañamiento político-cultural, que rechaza la categoría de diversidad como disciplinamiento político y epistemológico del conocimiento sexual. Como una activista de la disidencia sexual y una feminista heterodoxa me interesa el activismo teórico como desborde de los límites y práctica de promiscuidad, un desear y practicar una política feminista que se vuelva incómoda, que palpite en un activismo bastardo que se mueve entre lo teórico y ficcional.37

Todo régimen de conocimiento también es una política de desconocimiento. La homosexualidad y la heterosexualidad, lejos de ser tendencias naturales transhistóricas, son producciones creadas por el discurso médico-legal centroeuropeo de finales del siglo XIX. En este proceso de implantación de una sexualidad normativa, conocimiento va a significar, en primer lugar, conocimiento de la sexualidad «normal» e ignorancia, ignorancia de las sexualidades «desviadas», «anormales», «perversas»; de este modo, conocimiento y sexo se volverán conceptualmente inseparables uno del otro.

Conocimiento e ignorancia están mutuamente implicados, por lo cual la ignorancia es un efecto de un modo de conocer, que puede ser entendida como una «forma» de conocer. La ignorancia y la opacidad actúan en connivencia o compiten con el saber en la activación de corrientes de energía, de deseo, de productos, de significados y de personas.38 Deborah Britzman señala que cualquier conocimiento ya contiene sus propias ignorancias;39 siendo una especie de residuo del conocimiento. Por lo tanto, el ocultamiento como forma de ser y como forma de vida es producido por los efectos de un conocimiento hegemónico. Entonces, es posible aventurar que la ignorancia como política sexual y de conocimiento es la forma que adquiere la heterosexualización del saber40 en el proceso de normalización de las identidades. Por eso mismo, cuando hay ciertas identidades sexuales y de género que se constituyen en desconocimiento, en secreto, en ignorancia, la afirmación «soy tortillera» que practico no es un enunciado soberano, sino una inversión performativa, una «citación descontextualizada» de la injuria y una (re)conversión antinormativa de conceptos.

Las identidades como prácticas de (des)conocimiento implican situarnos desde ese doble vínculo del que habla Spivak, de aprender a vivir con instrucciones contradictorias;41 o como advierte Haraway, las identidades deben volver a crearse en conexión, para que las políticas de identidad no se conviertan en un modo de separatismo, sino en un modo de situarse.42 Aquí, lejos de apostar por la clausura, supresión o el fin de las identidades, se vuelve al problema y la tensión del gesto, atendiendo a los históricos efectos de la identidad como alternativamente paralizantes y a la vez generativos,43 como advierte Muñoz. Pensar la identidad es pensar en relaciones entre problemas, esquivando las jerarquías, alertas a la contingencia de las categorías, considerando más de un término a la vez. La escritora Maggie Nelson, que fuerza los límites del lenguaje, nos desliza una operatoria desde la que podríamos rumiar críticamente las identidades, la teoría, el saber, el activismo, cuando insta a que el significado de la frase «te quiero» debe renovarse cada vez que los amantes la enuncian, ya que el verdadero trabajo del amor y del lenguaje es darle a una misma frase inflexiones siempre nuevas.44

 

¿Por qué existe un afán por despegarse de la identidad en el campo sexual-erótico y, sin embargo, otros campos de saber que también son regulados por lógicas identitarias quedan anclados a una identidad tan naturalizada como legitimada? En otras palabras, se cuestiona que una se presente como lesbiana en un aula pero resulta indiscutible si se presenta con la identidad que le acreditó la institución académica. Tal como exigen Allison y Anzaldúa, resulta urgente confiar en nuestras historias sin borrar los conflictos, los horrores, las dificultades, las crueldades, las pérdidas, las ambivalencias, que constituyen nuestras identidades sexo-políticas. A la vez, se nos presenta como desafío preguntarnos como comunidad LGTTTBIQ+, frente a las poderosas disposiciones de normalización de nuestras identidades bajo las formas hegemónicas de los afectos liberales y las retóricas triunfalistas del asimilacionismo gay, mientras crece y se profundiza la precarización45 de nuestras vidas y la negación del derecho al placer sexual, ¿qué políticas de (des)conocimiento activan políticas de identidad que tienden a relatos de origen o de destino, con un fuerte control de sus límites, y promueven una gradación de victimización que anula las complejas y contradictorias experiencias interseccionales?, ¿cómo las políticas de identidad crean una nueva condición de conocimiento que disputa los escenarios situados donde la violencia normativa produce nuestros cuerpos dentro de matrices de afectos y eroticidades disponibles?

La experiencia poética como sensibilidad epistémica

La poesía es un organismo vivo, rebelde, en permanente revolución, en permanente metamorfosis,46 nos dice la poeta Olga Orozco. Lo poético como operador conceptual compone escenas de escritura a partir de la complicidad dialógica y la fuerza interrogativa de la contingencia, con una aguda sensibilidad por las implicancias epistemológicas y políticas de la forma. ¿Qué sintaxis crea una determinada escritura teórica, qué habitus lingüísticos supone, qué gestos normativos somete a crítica, que acepciones de palabras revisa? La acción poética como praxis teórica es una crítica del presente47 que se opone a la docilidad de las tradiciones de la producción autoritaria y colonial del saber. Un desgobierno escritural como interferencia en la geografía institucional del poder, en el que la preposición junto a teje la piel de la imaginación política y provoca la alteración del orden de lo sensible, donde ambos términos –lo teórico y lo poético– se modifican en su encuentro.

Porque la poesía pierde parte de su fuerza cuando está encerrada dentro del poema. Por eso es preciso crear oportunidades para que lo poético se escape de la poesía, haciéndolo funcionar como un modo de la sensibilidad del (des)saber y una sensorialidad del pensamiento, sin estar sujeto al poder administrativo del poeta, con una forma única y definitiva, dando cabida a modulaciones discordantes, antagonismos mánticos y diálogos difíciles. La errancia como condición poética del pensar contra el universalismo, la abstracción descorporizada y la autoinvisibilidad de la enunciación, supone una conversación entre los sinuosos y laberínticos caminos de la teoría y la poesía, esa composición orgánica de luz y oscuridad. Mientras Orozco nos dice hay que encender y apagar la lámpara de acuerdo con los accidentes del camino,48 Diéguez nos propone que buscar o investigar no es, de ningún modo, iluminar. Es una travesía en las sombras, una exposición de contraluces, un correr de velos, un espejismo, una ficción.49

El acto poético como impulso vital de un pensamiento que ejerce la insolencia y la ironía contra sí mismo no tiene un territorio delimitado, por el contrario, trabaja contra los límites del lenguaje. Si la poesía es un acto de fe, una crítica de la vida, un cuestionamiento de la realidad,50 la experimentación teórica provoca una alteración temporal, sensible y cognitiva. Modos fugitivos de hacer teoría es la activación de una experiencia poética como acontecimiento liminal que se teje entre escrituras académicas, lenguajes artísticos, conversaciones personales, para montar un tono «sísmico» de la práctica escritural, para habitar los umbrales del pensamiento y construir ficciones políticas como una potente maniobra de subversión epistémica y poética. Porque para romper con el consenso del miedo y de la obediencia hay que romper los pactos de escritura.51

La experiencia poética como sensibilidad epistémica produce un disturbio en las economías escriturales de la teoría, es una obstinación que se pliega al amparo de una pluralidad de lenguas, torsión que merodea la intemperie, refractaria a la comodidad y a los signos confortables del quehacer del pensamiento. Un ejercicio de (re)creación de la lengua pública que no se rinde ante los tribunales de las convenciones vigentes. Así, la escritura se despega de frases estereotipadas, descripciones repetitivas o prosas burocráticas, buscando disolver el enquistamiento de un modo de lectura que enmudece las preguntas por las condiciones culturales de habilitación y restricción de la práctica teórica.

Gemir como práctica teórica

Los textos de este libro son minúsculos tropismos para un intento de reorganización conceptual del mundo, como proponía Wittig, desde una pulsión poética, un deseo de teoría, una indisciplina política y una pasión erótica, que hace del «acto de escritura» una práctica que se echa a rodar, abriendo relatos desde donde (des)ordenar, (re)organizar y desplegar otros mundos, ensayando nuevos y singulares modos de nombrar y de contar/nos lo que (no)somos.

Si la vergüenza sigue configurando nuestra experiencia no normativa, como sugiere Sedgwick al definir lo queer en relación a la timidez,52 estos escritos llevan la sangre de mi timidez lesbiana que se productiviza como ficción teórica. Des-enamorada de las performances heroicas y glamorosas de la radicalidad más elogiada, estos escritos no son un acto de superación ni una retórica de progreso. Son un acto de colectivización de una extrañeza que se torna erótica en el espacio público, una política sexual de la timidez que intenta vivir con la herida y la historia del daño que retiene su capacidad de herir en el presente, drenando su fuerza invalidante al sostener la paradoja del movimiento de la rotura y el puente, la ruina y la composición, en un (no)proyecto teórico y escritural ni prescriptivo ni moralista ni exclusivista, desde un deseo de llenar la teoría de gemidos, desbordarla de nuestras cicatrices y contaminarla con nuestras artes de la intuición y la corazonada, para reescribirla en nuestros propios términos con el método del caos y la insolencia, sacudiendo la somnolencia cadavérica de los papers.53 ¿Cómo es la temporalidad de una teoría que producen los cuerpos rotos?, ¿cómo hacer de la rotura un ejercicio de interrogación crítica de la normalización, de eso que se nos presenta como entero o completo, y que funciona como ideales reguladores de las relaciones entre los cuerpos?, ¿puede ser la rotura una epistemología que diseñe otros modos de saber/nos?54