Lógicas y modelos de decisión y acción organizacional

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Etapa clásica

En la antigüedad la idea de la decisión no tenia un lugar definido puesto que en es ese tiempo estaba muy arraigado el pensamiento de que las conductas estaban determinadas por Dios y la autoridad de los Reyes; fueron los griegos los que al introducir el concepto de logos o razón la vinculan con la libertad y la igualdad, con ello surge el dialogo entre compañeros y la argumentación razonada contra el acto mágico, es el nacimiento del compromiso entre iguales y contra los decretos arbitrarios de la autoridad.

Pero la libertad griega, como su idea de democracia, era selectiva, no incluía a esclavos o a los ciudadanos comunes, fueron los primeros cristianos los que insistieron en la igualdad de todos frente a Dios. Tomas de Aquino, al incluir a la razón como una manera de acercarse y conocer a Dios, sienta las bases de la decisión moderna que es la libertad y tendrá su máximo esplendor con Descartes y la Filosofía de las Luces, propia del Siglo XVIII. Descartes con su idea del cogito1 y la autonomía propia del «yo pienso” plantea como sinónimos pensar y razonar. El centro de atención se ha vuelto el individuo pensante y por extensión las buenas leyes responden a la razón, pero las malas no y en contra ellas pueden levantarse los individuos libres. Tal es el panorama de la revolución francesa y el siglo de las luces (Ralston-Saul;1992).

Con la revolución francesa la razón asciende al poder desde el momento en que la vieja estructura de clases (con la realeza y la nobleza a la cabeza) es sustituida por dos nuevos liderazgos que concentran las decisiones o influyen en ella: el tecnócrata y el héroe. Esta tendencia predomina desde entonces, aunque no hay consenso popular, oficial, ni filosófico, que acepte que estas dos son las cabezas complementarias de la estructura del poder racional. El tecnócrata inició su existencia como servidor ideal del pueblo, un hombre liberado de la ambición y del egoísmo, aunque luego, con sorprendente rapidez, evolucionó hasta convertirse en alguien que usa el conocimiento que posee, con un distante desprecio por el pueblo, como se explicará mas adelante (Ralston-Saul,1992).

El héroe fue un fenómeno más complejo, apareció de manera imprevista desde las sombras de la razón, pasando a primer plano cuando el pueblo se impacientaba o aburría con sus gobernantes y la tecnocracia se mostraba incapaz para gobernar. En los momentos de mayor confusión, el héroe salía de las sombras y se presentaba como la cara entusiasta de la razón, el hombre que podía satisfacer las necesidades del pueblo y ganarse su amor, el hombre que podía asumir la dificultosa tarea de razonar, decidir y actuar por cuenta del fatigado y confundido ciudadano.

Atrapados entre los tecnócratas y los héroes estaban los que se consideraban así mismos, auténticos individuos de la razón: los humanistas que se aferraban con firmeza a su sensata moralidad, pero sin la suficiente eficiencia y entusiasmo para resistir en esa lucha entre la lógica fría de la razón y la lógica heroica, no obstante, algunos libraron una acción de retaguardia predicando la tolerancia y la defensa de lo humano, fueron los casos de Pascal Paoli en Córcega, Jefferson en Estados Unidos, el primer ministro Pitt en Inglaterra, Michel de L’Hopital en Francia. Pero la maquinaria racional continuó su camino siendo afirmada por Kant. Un siglo después Nietzsche demostró que la razón estaba dominada por la pasión y los superhombres como Napoleón, que precisamente había cabalgado a lomos de la razón y en nombre de ella había reorganizado y gobernado Europa, estaban envueltos en la pasión por lo legal y lo administrativo (Morin, 2015).

Los filósofos moralistas franceses de la Antigüedad impulsaron la razón al considerarla como una de las motivaciones de la conducta humana, junto con la pasión y el interés. A la razón la concebían por sus atributos de búsqueda de la verdad y de justicia; a la pasión como la que agrupa los sentimientos nobles, pero también los estados de locura, de excitación sexual y de intoxicación; mientras que el interés lo refieren como la inclinación humana por lo material, pero también por lo inmaterial, como la búsqueda del honor o gloria, por ejemplo. Las tres motivaciones tienen interesantes interacciones y comparaciones en cuanto a su fuerza, por ejemplo, razón y pasión son opuestas y se dice que ésta ultima fácilmente se sobrepone a la primera, también a la pasión se le considera como una poderosa aliada y guía del interés, precisamente esta última motivación es la que va a permear en las teorías de los economistas modernos fundadas en el homo economicus, que se comentará líneas abajo. Es importante notar que, en aras de la razón, la pasión dejo de estudiarse no obstante su capacidad para apoyar o socavar las mejores intenciones (Elster, 2011).

A partir del siglo dieciocho se registra un progreso material importante junto con una mayor armonía social, es la época de los avances científicos como la creación del cálculo infinitesimal2 un método matemático general, novedoso y susceptible de ser aplicado a una enorme cantidad de problemas, el cual tanto por la técnica a que dio lugar, como por su notación, se asoció a la decisión y ésta se volvió productiva, inaugurando así una tendencia que liga a la razón con la ciencia y al método científico y en este campo a la razón se le define como un sistema de organización de conocimientos; es el tiempo de la ciencia clásica donde leyes, causalidad y determinismo son atributos constitutivos del mundo objetivo y la inteligibilidad se justifica como un reflejo propio del ser y la verdad del mundo (Nepote, 2011).

Etapa moderna

Si bien en una sociedad basada en la fe y en la revelación, la Iglesia es la institución sagrada al simbolizar la glorificación de Dios y el humano acepta su guía divina; pero en una sociedad moderna basada en la razón, en la racionalidad y en una concepción de que es el humano quien controla su destino, la toma de decisiones se vuelve la institución sagrada. El mundo es imaginado como producto de la intención y acción humana deliberada, que la intención se transforma en acción mediante la decisión y en general, que cualquier elección es guiada por la razón (March,1994).

En la modernidad, la ciencia avanza con dos pilares: la experiencia, cuya veracidad se alcanza mediante la experimentación, y la inteligibilidad, que debe traducirla en términos racionales, es decir, en conocimiento organizado. Pero la articulación entre lo empírico (los hechos) y lo racional (lo científico, el conocimiento organizado) no es inmediato, ni fácil; unas veces, para que sea racional se manipula el conocimiento y la realidad empírica se simplifica; otras veces, una concepción racional previa se “maquilla” y se presenta como una nueva teorización; en otros términos, lo que se hace es una especie de racionalidad ad-hoc, que a la larga se va convirtiendo en racionalización, o peor, en racionalismo: una visión de que el mundo es evidentemente racional y el “ser” del mundo obedece a una legislación universal de orden.

El siglo XX es el del encumbramiento de la razón, pero también de estallidos de violencia y distorsiones del poder sin precedentes. Cuando se argumenta que nuestra civilización esta construida para evitar la barbarie, cuesta trabajo aceptar, que el asesinato de seis millones de judíos haya sido un acto totalmente racional, en el sentido de que fue planeado (Bauman,1989). Esmeradamente, racionalmente, a decir verdad, atribuimos la culpa de nuestros crímenes al impulso irracional, cerrando los ojos al malentendido central y fundamental: la razón, que es un marco mental fácil de controlar por la pasión y por quienes se sienten libres del peso del sentido común y del humanismo.

Debe reconocerse, por otra parte, que el cultivo de la razón impulsó el progreso material y en lo social impulsó el debate entre temas importantes como la disyuntiva entre la libre empresa y la planificación económica nacional; el dilema entre la construcción del progreso mediante la conciencia planificadora o el desarrollo empírico de las leyes del mercado y la libertad individual. El debate entre las ideas anteriores fue abordado bajo la sombra del marxismo y el liberalismo económico, subyaciendo en el fondo el campo de la decisión: las obras y acciones o son de la autoría del sujeto individual, es decir del empresario, actuando en un espacio de libertad como es el mercado, o bien, son del proletariado como sujeto colectivo que, por su conciencia de clase, cree que tiene el derecho de cambiar el orden del mundo, mediante la planificación. Evidentemente, los contenidos de los proyectos son diferentes, pero la racionalidad, la normalidad y las formas de organización son idénticas (Sfez, 1987).

En los países de economía capitalista, la razón se convirtió en franco racionalismo: la visión de un mundo enteramente racional cuya esencia obedece a un orden universal; la consigna que lo que es real es racional y viceversa a tenido dos consecuencias: i) en lo sagrado, la sociedad se secularizó eliminando mitos y supersticiones; y ii) en lo profano, la industrialización, la urbanización, la burocratización y la tecnificación de la sociedad, justificando con ello la manipulación de personas, al ser tratadas como cosas en aras de los principios de orden, de economía y de eficiencia. La racionalización cobró mayor fuerza en la era neoliberal que inicia en la década de los 80 del siglo pasado y sólo ocasionalmente fue atemperada por el humanismo y el pluralismo de las fuerzas sociales agrupadas en sindicatos y partidos políticos.

En el fin del Siglo XX la razón se distingue por la coherencia lógica de una idea o de una teoría y por su adecuación a la experiencia, que tiene como consecuencia la racionalidad que es la manera de pensar basada en el uso de la razón (Morin,2015), pero pese a sus consecuencias inesperadas antes comentadas, las modificaciones aún son tenues como , por ejemplo: se rechaza la linealidad de los fenómenos gracias a los avances de la cibernética y el pensamiento sistémico, pero en lo general persiste la idea que lo normal es pretender que las decisiones logren eficiencia-utilidad en las acciones, es decir que la razón este al servicio del interés, un ejemplo patético de esto persiste en las industrias farmacéutica y alimenticia, cuando producen y administran de manera indiscriminada antibióticos al ganado, no tanto porque hayan animales enfermos sino para que engorden mas rápido, la consecuencia es que las bacterias desarrollan defensas contra estos medicamentos y luego son transmitidas a los consumidores, trabajadores y comunidad circundante de las granjas3 .Queda claro que en este caso la razón se vuelve completamente instrumental, un pistolero a sueldo que puede emplearse al servicio de cualquiera de las metas que se tengan, buenas o malas (Simon,1989).

 

En el campo de las ciencias sociales, la racionalidad introdujo interesantes cambios, en primer lugar gracias a la Teoría General de los Sistemas se empiezan a vislumbrar el carácter organizacional de la decisión y a concebirla como vinculada a otras de similar y diferente magnitud, aunque todas ellas dentro de un marco de una finalidad global dada; la planificación es justamente la preparación agrupada de las decisiones para el logro de la coordinación y orden en medio de la complejidad del sistema.

March y Simon (March y Simon,1958; Simon, 1997) son los que admiten por primera vez los limites cognitivos de la racionalidad (racionalidad limitada) y plantean que tanto los individuos como las organizaciones mas que maximizar se conforman con alternativas cuyas consecuencias satisfacen algún criterio previamente establecido. El concepto de racionalidad limitada es un cambio apreciable, pero poco divulgado, no obstante, se aplica —aunque no se reconoce— de manera cotidiana por directivos de empresa.

Ya en las postrimerías del siglo pasado, empieza a visualizarse que la decisión no es ya la bella elección en línea recta que genera productividad y progreso proviniendo de un ser libre; se cobra conciencia que el individuo ya no es acertado, que la sociedad tiene un futuro incierto, ha comenzado la era de la incertidumbre que enrarece la información, el principal insumo de la decisión y por ende la debilita, su agonía es pues la agonía del liberalismo clásico, de sus frivolidades y de sus obras (Sfez, 1987).

El racionalismo y sus consecuencias

Algunos pensadores empiezan a advertir que la racionalidad al no integrar la ética, la política y los sentimientos, conduce a los excesos y a deformaciones en la teoría y la práctica como son el homo economicus y el tecnócrata que enseguida se comentan.

Homo economicus: hombre acertado

El homo economicus, es un concepto fundamental de la economia del liberalismo clásico, es el individuo de ideas claras que sabe efectuar sus selecciones con discernimiento. Como consumidor escoge los mejores productos al mejor precio, como productor sabe fabricar los productos mas adecuados conforme a las materias primas y a la tecnica que dispone y hacerlos al gusto de los consumidores. Como ciudadano, sabe elegir a los mejores representantes y asi designar a los mejores funcionarios. Como representante o ministro, sabe efectuar las selecciones colectivas o individuales mejor adaptadas al estado de una sociedad.

El homo economicus representa tres cualidades: esta completamente informado, es infinitamente sensible y es racional. Completamente informado porque conoce no solo el curso de la actividad que emprende, sino también todas sus consecuencias; infinitamente sensible porque percibe todas las variaciones de su ambiente, hasta las mas imperceptibles; es racional en dos sentidos: pone orden en su ambiente y decide de manera que logra obtener el máximo de utilidad. Poner orden significa tener una clara preferencia, propósito o funcion de utilidad, de manera que puede clasificar las alternativas y finalmente elegir la mejor, la optima (Sfez,1987).

Pero este homo economicus es y siempre ha sido una ilusión por sus bases conceptuales y por sus resultados en la práctica. Con respecto a lo primero, se refiere a las bases cartesianas de linealidad, la racionalidad y libertad, que se esquematiza como sigue:

Figura 1-1: Linealidad de la decisión Fuente: Sfez,1987.

De acuerdo con la figura anterior, la acción necesaria (E) para la satisfacción de un deseo es siempre precedida por la percepción de la necesidad (C), la preparación (d) y la decisión (D); siendo las desviaciones posibles a esta lógica las siguientes (Sfez,1987):

•ausencia de E : veleidad: reflexión sin acción.

•ausencia de d y D: bestialidad: acción sin deliberación.

•ausencia de D y E: intelectualismo: deliberación sin acción.

Adicionalmente al homo economicus se le cuestiona su énfasis en la causalidad u ordenamiento necesario, el orden es un asunto de razón y la libertad, para que el sujeto siga libremente los dictados de la razón. Por último, sus criterios de progreso y ganancia-eficacia que guían la acción, tienen serias dificultades de cumplirse en la práctica.

Según Sunstein y Thaler (2017) hay ilusión en la idea del homo economicus, puesto que equivale a que el individuo pueda pensar como Albert Einstein, que tenga la capacidad de memoria de un gran ordenador y la voluntad de Mahatma Gandhi. En síntesis, la decisión del homo economicus es la buena decisión en línea recta, es la que garantiza al sujeto libre, las selecciones de productividad progresista, pero es el exceso de racionalidad lo que constituye el fracaso mas flagrante de la teoría que sustenta al homo economicus, esto se ve claro en el tecnócrata, su versión recargada.

El tecnócrata

El ascenso de la razón al primer plano alcanza un grado de desequilibrio extremo cuando queda personificada en el tecnócrata que oscurece los efectos perniciosos y arroja los demás elementos a las fronteras marginales de la respetabilidad dudosa, con consecuencias funestas, algunos ejemplos se ofrecen enseguida.

Robert McNamara es el individuo que cumple más dramáticamente el papel del hombre de razón, moderno tecnócrata, versión moderna del Cardenal Richelieu ( tecnócrata y cortesano, miembro de la corte real con influencia en el soberano por su conducta ingeniosa y obsequiosa4); McNamara que en 1961 abandonó la presidencia de Ford Motor Co. para convertirse en Secretario de Defensa del gobierno estadounidense de JF Kennedy , era visto en ese entonces como alguien que introducía en el sector publico los modernos métodos de gestión de la empresa privada; finalmente, ya siendo presidente LB Johnson, renuncia a la Secretaria de Defensa al darse cuenta que la Guerra de Vietnam se estaba saliendo de cauce; luego como jefe del Banco Mundial intento salvar a un desesperado Tercer Mundo enviándole un caudal de dinero que no aliviaron sus problemas. McNamara, creía firmemente que la aplicación de la razón, la lógica y la eficiencia producen necesariamente el bien, pero a la postre sus actos derivaron en desastres incontrolables de los que Occidente aun no se ha recobrado5.

Otro caso fue el de Edward Heath que como primer ministro inició en Gran Bretaña el mismo proceso que McNamara inauguró en Estados Unidos. Su oficina de revisión de políticas centrales contrató a gente brillante, contaba con un estilo de planificación basado en métodos de análisis que le facilitaban el control de la efectividad de los programas, pero parecía incapaz de vincular su creencia en los métodos con el efecto de su aplicación en el mundo real. Los mineros del carbón arruinaron la carrera de Heath, su larga huelga derribó a su Gobierno, a diferencia de McNamara ocupaba un cargo de elección. Se suele atribuir el fracaso de Heath a su carácter frágil y a una visión excesivamente intelectual del funcionamiento del gobierno. Ninguno de ambos comentarios es inexacto. Lo interesante de Heath es precisamente su convicción de que la gente y los sistemas podían cambiar radicalmente por el simple acto de reencauzarlos para que logren una mejor forma de hacer las cosas. En realidad, no le importaba si los métodos que él proponía eran mejores, tenia una absoluta convicción de que lo eran, eso lo define como una versión temprana del tecnócrata con poder político (Ralston-Saul, 1992).

Raúl Muñoz Leos es otro caso ilustrativo de la inoperancia del tecnócrata; director de la empresa pública mexicana PEMEX, de 2000 a 2004, no produjo mejores resultados como se supuso que ocurriría por haber sido antes director general de la multinacional Dupont. Más aún, fue sancionado con una multa millonaria por haber entregado recursos al sindicato sin cumplir la legislación aplicable. También se le inhabilitó para ocupar cargos durante 10 años; sanción inocua, si las hay, pues nadie osará emplearlo y mucho menos el inculpado aceptaría volver al gobierno6. Un caso mas actual y grave, siempre relativa a la conducción de Pemex, es el de Emilio Lozoya. Egresado de Harvard —como McNamara— y con una carrera ascendente por organismos internacionales, en mayo de 2019, debido a las irregularidades detectadas durante su gestión (2012-2016) al frente de la empresa mas grande de México, Lozoya tiene una orden de aprehensión emitida por un juez federal y “ficha roja” para su búsqueda en el extranjero por la Interpol y finalmente es detenido en España.

En síntesis, si bien los modernos tecnócratas parecen tener diversos rasgos, están ligados por las características siguientes (Ralston-Saul, 1992):

•Muestran una gran dificultad para integrar o integrarse a un proceso democrático, su talento no congenia con el debate público ni con una relación abierta con el pueblo. Se vuelven altaneros y ocultan su desprecio, o bien son ridículamente amigables, como si el pueblo fuera idiota, o simplemente caen en la confusión y se van por otras direcciones. Son diestros en los métodos y los sistemas, en las batallas clandestinas y en el arte de deformar o retener información. Son mercaderes del conocimiento y lo venden a cambio de poder. Atribuyen gran valor al secreto.

•Saben del poder paralizante que en la práctica tienen los informes, que los datos son conocimiento y el conocimiento es verdad. Los informes y los “datos duros” son muy apreciados y los usan como recurso de poder en toda la sociedad occidental, saben que controlarlos equivale a controlar el debate y con ellos terminan diluyendo la función de los órganos de gobierno colectivo, tanto públicos como privados (cabildos, consejos y juntas) destinados a usar el sentido común colegiado.

•Sus actitudes y conductas hacen que los viejos aristócratas y cortesanos parezcan profundos y civilizados. Es que el tecnócrata cuenta con una formación intensa en un arte u oficio, pero desconoce todo lo relacionado con la historia y contexto; uno de los motivos por los que no pueden reconocer la relación necesaria entre el poder y la moralidad, es que las tradiciones morales son producto de la civilización y tienen poco conocimiento de ésta.

Los tecnócratas evidencian porqué la razón y su uso indiscriminado conducen a una racionalidad cerrada, a un racionalismo que únicamente obedece a la lógica clásica o niega todo aquello que la rebasa. También muestran al racionalismo como una ideología que predica la pertinencia universal de la razón para todo conocimiento y conducta, según el cual todo lo que existe tiene una razón de ser, qué hay una asociación clara entre inteligibilidad racional y el ser.

Por lo anteriormente expuesto, el homo economicus y el tecnócrata, evidencian la incapacidad de la razón como sistema de conocimiento para aprehender al sujeto como tal, incluso si lo circunscribe como homo sapiens7, en ambas concepciones el individuo tiene una subjetividad muy limitada, no afectiva, que deshecha por inasimilable una parte enorme de la realidad que es todo lo que se refiere a la complejidad del individuo, por lo tanto, el racionalismo es una racionalidad cerrada e incompleta al no considerar como dice Morin (2015):

•Lo singular, lo individual que es borrado en aras de la generalidad abstracta.

•Lo concreto (contingente), lo existencial, siempre afectivo, por ende, subjetivo y falto de razón.

•Todo aquello que no es sumiso al estricto principio económico de eficacia, es decir, lo que es “gasto”, dilapidación, lo festivo, la donación, lo destructivo, en fin, todo aquello que el racionalismo ha visto como propio de seres irracionales, poco razonables, o bien lo que considera como formas balbucientes, débiles de la economía.

 

•La poesía y la estética, que se toleran en tanto que diversiones, pero que no tienen el valor de conocimiento, de verdad.

•El juego, que solo se tolera si se ve como aprendizaje, o como medio agradable de cumplir una tarea y si puede ser cuantificada como una meta, mucho mejor, pues se convierte en un modelo, en una norma.

•El desorden, el azar, que conllevan lo absurdo, la anarquía, a los qué hay que refutar y combatir, incluyendo todo aquello que se denomina: trágico, sublime, ridículo, sobre todo lo relacionado con: humor, dolor y amor.

En suma, el racionalismo al rechazar la parte a la vez grávida y obscura, etérea y onírica, afectiva y subjetiva de la realidad humana — que es sin duda la realidad del mundo— que ha estado presente en la parte maldita/bendita de la poesía y de las artes, por lo tanto, padece de una carencia inédita con respecto a lo que es el sujeto, la afectividad, la existencia, la complejidad, la vida.

Finalmente, es justo reconocer que después del largo periodo recorrido por la razón, se ha dado un paso claro, un paso que nos aleja de la revelación divina y del poder absoluto de la Iglesia y del Estado; esa lucha muy real y ardua contra la superstición y el poder arbitrario, se ganó con el uso de la razón y del escepticismo, pero cuando se consideró como arma moral tuvo como efecto inesperado, la separación y distanciamiento de otras características humanas ya mencionadas como: la afectividad, la intuición y ante todo la pasión. Para contrarrestar lo anterior fue necesario ir mas allá de la razón y acercarse a los conceptos de humanismo e inteligencia, así como desvelar los lazos ambiguos y fundamentales que existen entre lo racional y lo irracional (Morin, 2015) (Ralston-Saul, 1992).

Humanismo, inteligencia y razón renovada

La puesta del individuo en el centro del interés de la ciencia y el arte fue definitiva para el surgimiento del humanismo, las humanidades y el estudio de sus atributos únicos como la acción y la inteligencia, esto a su vez condujo al replanteamiento de la razón y sus métodos. Lo que sigue es una apretada síntesis de este proceso.

El Humanismo y su evolución

Morin (2015) revisa la trayectoria del humanismo antes de proponer su regeneración, según este autor han habido dos humanismos, el primero presente en el siglo XVI estaba ligado al estudio y práctica de las humanidades que en aquel tiempo estaban en su apogeo; poco después pasó de ser humanidades para quedar como la humanidad, el conjunto de seres humanos y de allí derivó en humanismo que en la civilización occidental se manifestó con dos rostros antinómicos: él primero es el de la cuasi-divinización del humano y su derecho a dominar a la naturaleza, que dio lugar a las expresiones homo sapiens/faber/economicus que a su vez, transmiten la idea que el hombre es la medida de todas las cosas y fuente de todo valor. Esta es una especie de humanismo antropocéntrico, que aspira a ganar legitimidad absoluta con argumentos tales como: la fuerza de la razón, los poderes de la técnica y el monopolio de la subjetividad y lleva a concebir a un hombre autárquico, sobrenatural, centro del mundo, amo de la naturaleza, que termina destruyéndola.

El segundo humanismo, sigue diciendo Morin (2015), fue el formulado por Montaigne en dos frases: “yo veo a todos los hombres como mis compatriotas” y “los bárbaros nos parecen tan maravillosos como nosotros les parecemos”, Montaigne practicó su humanismo al reconocer la humanidad plena de los indígenas americanos cruelmente conquistados y dominados, provocando con ello el malestar de sus dominadores. Este humanismo fue enriquecido por Montesquieu al agregarle un componente ético: “entre la patria y la humanidad se debe elegir la humanidad”. Finalmente, como corolario, en el siglo XVIII, tiene lugar la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, reconociendo como principio la plena calidad humana en cada ser de nuestra especie y la existencia de una identidad común, más allá de las diferencias.

Pero el humanismo no ha tenido una trayectoria fácil, su fuente, es decir, las humanidades, en los siglos dieciséis y diecisiete, tenían una posición delicada como disciplina, porque se creía que eran la zona donde podían esconderse con mayor facilidad la superstición y el prejuicio, se requería de la ciencia para eliminarlos y muchas veces fue un buen pretexto para limitar el avance de las humanidades. Por ejemplo, cuando el Cardenal Richelieu de Francia se quejaba que ocupaban demasiado espacio, no le preocupaba tanto los peligros de la superstición, sino la amenaza que representa la educación humanista cuando el Estado estaba procurando crear una elite útil.

La apreciación de que las humanidades constituyen una interferencia para la educación útil resurge una y otra vez, por ejemplo, el Instituto Aspen, principal centro de estudios empresariales de Estados Unidos, ofrecía, hasta hace poco tiempo, un curso de humanidades de una semana, con un titulo obscuramente cómico: ¿Pueden las humanidades incrementar la efectividad de la gestión? Otras organizaciones educativas recientemente invitaban a un curso como este: ¿paga ser una empresa social y ambientalmente responsable? Estos falsos y tristes remedios están proliferando en un intento de insuflar humanismo en seres formados racionalmente, también conducen a cuestionar si las élites contemporáneas, a pesar de sus múltiples títulos, están realmente educadas.

Se estima que, en correspondencia con su falta de bagaje histórico, las elites suelen leer lo menos posible evitando ante todo la historia, la filosofía y la narrativa, limitando sus lecturas a novelas escapistas, periódicos y documentos técnicos. Quizás lean algunas biografías, que cumplen el mismo papel voyeurista que las vidas de santos cumplían en las sociedades anteriores. Mintzberg (2004) en su critica a la formación de maestros en administración, MBA por sus siglas en inglés, concluye que es una mala formación aplicada a gente mal seleccionada, por lo que recomienda que a los graduados se les debe grabar en su frente la figura formada por dos huesos cruzados y una calavera, con la leyenda: incapacitado para administrar.

Harari (2014) por su parte, comenta que el humanismo comulga con la idea que el homo sapiens posee una naturaleza única y sagrada que lo hace fundamentalmente diferente de la naturaleza de todos los demás seres y fenómenos, que el bien supremo es el bien de la humanidad y esta creencia coincide con el primer humanismo a que se refiere Morín (2015). A partir de lo anterior, Harari (2014) argumenta han surgido tres sectas rivales que luchan por imponer su definición de “humanidad”:

•Humanismo liberal: cree que la “humanidad” es una cualidad de los humanos individuales y que la libertad de los individuos es por tanto sacrosanta. El mundo interno de los humanos individuales da sentido al mundo y es el origen de toda autoridad ética y política; ante un dilema hemos de mirar dentro de nosotros y escuchar nuestra voz interior: la voz de la humanidad. Los principales mandamientos del humanismo liberal están destinados a proteger la libertad de esta voz interior frente a cualquier intrusión o daño. A estos mandamientos se les conoce colectivamente como “derechos humanos”.