Darwin en España

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Z serii: Historia #93
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A comienzos de siglo los puntos de vista de Cajal acerca del desarrollo del sistema nervioso eran al mismo tiempo darwinistas y teleológicos. Suponía que si los animales pluricelulares no hubieran sido capaces de crear un sistema nervioso en un momento determinado de su evolución, no habrían avanzado en complejidad mucho más allá de lo que observamos en el reino animal: «porque la división excesiva del trabajo exige, al objeto de conservar la armonía y solidaridad de las diversas partes asociadas, el freno y dirección suprema de las células nerviosas». Además, en la lucha por la existencia, las respuestas nerviosas amplias y enérgicas son más eficaces que las débiles; de aquí la base evolutiva de la diferenciación de las funciones nerviosas en la escala animal. En los años siguientes, el pensamiento de Cajal fue, cada vez, menos darwinista y más propiamente teleológico.[32]

La influencia del evolucionismo en otras ramas de la ciencia española se refleja, quizá, más en trabajos de divulgación que en contribuciones científicas de carácter original. Un ejemplo representativo es el libro de fisiología general publicado por Balbino Quesada en 1880. Su contenido se basa en un punto de vista estrictamente evolucionista, en especial porque destaca, repetidas veces, la importancia de la adaptación en el proceso fisiológico, desde la célula al organismo. Expone la reproducción, apoyándose ampliamente en Spencer, y defiende la conclusión eugenética de que los hombres cultivados están obligados a la mejora de la especie. El volumen termina con un panorama general del transformismo y sus detractores, y afirma Quesada que el evolucionismo es la única teoría capaz de explicar los datos científicos sin contradicciones.[33]

No cabe duda de que autores como Quesada y Cajal eran convencidos evolucionistas. Sin embargo, se encuentran en sus obras importantes aspectos vitalistas y finalistas. Sobradamente conocida es la tendencia de Cajal a describir, en términos antropomórficos, las neuronas y otras células. Por otro lado, parte de su resistencia inicial a aceptar el evolucionismo se debía a su opinión de que la interpretación estrictamente haeckeliana de la relación entre el hombre y los animales inferiores atentaba a la dignidad humana. Quesada, más finalista que vitalista, no creía en una evolución en línea recta, sino en la que, «por cambios y evoluciones progresivas y desenvolvimientos cada vez más elevados, conduce a la realización de un fin universal».[34]En un filósofo evolucionista como Miguel de Unamuno, los elementos vitalistas y finalistas son mucho más centrales y explícitos, lo que sugiere que la conciliación entre el evolucionismo y los valores tradicionales de la cultura española se realizó en un nivel explicativo filosófico antes que en el terreno teológico.[35]

En la recepción y difusión de las ideas evolucionistas en España, parece haber sido crucial el papel desempeñado por las sociedades científicas fundadas tras la Revolución de 1868, aunque en el actual estado de la investigación solamente disponemos de noticias generales al respecto. A través de las biografías de los primeros neurohistólogos sabemos, en concreto, que las Sociedades de Anatomía e Histología, fundadas ambas en Madrid después de 1868, eran centros de investigación evolucionistas. La segunda de estas instituciones, creada en 1874, tenía la significativa denominación de Sociedad Libre de Histología, símbolo de su independencia de las instituciones académicas tradicionales, al igual que la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1875, subrayó su independencia después de la segunda crisis universitaria. La Sociedad Histológica sirvió de tribuna para discutir los avances científicos europeos, así como de trampolín para la investigación con supuestos evolucionistas.[36]El Ateneo de Madrid fue también uno de los núcleos de la polémica sobre el tema. De origen anterior, estaba, no obstante, dominado por los hombres de 1868, sobre todo después de 1876, cuando los conservadores desertaron en masa. A pesar de que la dirección krausista tendía a ser contraria al evolucionismo, el Ateneo fue el escenario de una amplia y, a menudo, agria discusión en torno a la teoría darwinista.[37]La Sociedad Antropológica Española, fundada en 1865, fue también otro de los centros del debate en torno al tema, y algunos de los primeros trabajos acerca de la influencia del evolucionismo sobre la antropología se publicaron en su revista. Las instituciones humanísticas al viejo estilo, como la Academia Española y la Academia de la Historia, parecen haber sido bastiones antievolucionistas, aunque se adujera que la admisión en la segunda del geólogo Juan Vilanova y Piera, un seguidor español de Armand de Quatrefages, era un signo de su falta de hostilidad hacia Darwin.[38]

El evolucionismo darwinista alcanzó su máxima influencia entre los positivistas cultivadores de las ciencias sociales. Los primeros tratadistas de temas antropológicos en la España del siglo XIX estaban todos influenciados, en mayor o menor grado, por Darwin y Haeckel y por antropólogos evolucionistas como John Lubbeck y Edward B. Tylor.[39]Entre los prehistoriadores puede citarse a Manuel Sales y Ferré (1843-1919), krausista de formación que estuvo después fuertemente influenciado por el positivismo y el evolucionismo. Fue el fundador de otra institución académica nueva, el Instituto de Sociología de Madrid. El supuesto de su visión del desarrollo de las primeras civilizaciones era la noción de la lucha por la existencia entre las tribus y sociedades primitivas.[40]

El sociólogo evolucionista más importante en la España de finales del siglo XIX fue Pedro Estasen y Cortada (1855-1913), autor de una serie de artículos (1876-1878) destinados a demostrar la naturaleza totalmente evolutiva del desarrollo social.[41]

La teoría positivista transformista [afirmó] parte de la observación, consigna la ley de la evolución que halla en los organismos sociales, así como en los naturales, y aplica la ley de la selección, de la herencia, de la adaptación al estudio del humano desenvolvimiento.

Esta evolución es, además, finalista, en cuanto que las leyes inmutables de la naturaleza conducen a una perfección incesable de todas las cosas, incluyendo las leyes sociales. Las transformaciones naturales y orgánicas han llegado a un punto en el que la humanidad tiende cada día al ideal de la verdadera felicidad. El mecanismo que subyace en estas transformaciones es la selección, «esta ley que refunde lo irregular e inarmónico, esta fuerza que sostiene a lo bueno y lo hace permanecer».[42]La función que desempeña la herencia en la evolución natural corresponde en la evolución social al derecho, conjunto de preceptos con los que las sociedades se organizan a sí mismas, de acuerdo con concretas coordenadas morales. Por otra parte, el derecho se relaciona directamente con la lucha por la existencia en el sentido de derecho a la vida, derecho inherente a los mejor adaptados, lo que en términos sociales implica la sociedad con el mejor sistema de sanciones jurídicas o, lo que es lo mismo en este contexto, con la mejor moralidad. Tales sanciones pasan de generación a generación, constituyendo este proceso la ley de la herencia social, «el cúmulo de elementos y de instituciones que una generación hereda de otra generación». Por este mecanismo, «los pueblos se van transformando, poco a poco, en virtud de la adaptación y de la variabilidad de las especies sociales».[43]

La variación (y la selección natural) de la teoría evolucionista de Darwin tiene sus correlatos sociales en la división del trabajo, analizada por Estasen en un estudio sobre la función de las aristocracias. El trabajo subraya la existencia en todas las sociedades del fenómeno constante de la diversidad de clases y categorías, lo mismo que en la naturaleza. Todos los seres son desiguales, lo que conduce a la desigualdad de funciones, así como a la adaptación de los organismos, a través de continuos cambios de forma, a la di-visión del trabajo que la naturaleza exige. En la historia general de los organismos, los que aparecen más tarde, con mayor complejidad morfológica y, por ello, con mayor capacidad para adaptarse a las variadas condiciones del medio ambiente, ocupan la posición más destacada, tanto en el mundo vegetal y animal como en las sociedades humanas. Antes de exponer el núcleo de su interpretación acerca del mecanismo de selección de las minorías, Estasen hace una breve y fascinante disgresión en torno a la ley biogenética: de la misma forma que la ontogenia recapitula la filogenia en el seno materno, el desarrollo extrauterino del ser humano recapitula la historia social de la humanidad. El proceso de socialización de un niño es «un resumen sociológico de la vida de la humanidad». El perfeccionamiento del control de la motilidad en el individuo se considera, por ello, análogo al desarrollo del control social. Los aristócratas no son más que los selectos que han demostrado ser capaces de ocupar los puestos más elevados de la vida social. Estasen aclara que los únicos aristócratas dignos de este calificativo son los aristócratas de la inteligencia. La aristocracia del dinero de su época no significa el cumplimiento del orden natural, sino una injusta deformación de éste. Para explicar por qué su interpretación evolucionista no debe ser entendida como una justificación de la tiranía recurre de nuevo a la noción de derecho, a través del cual la sociedad garantiza a todos las mismas oportunidades y una minoría intelectual asume el Gobierno.[44]

 

En los años setenta hubo en España numerosos comentarios del capítulo sobre las «facultades morales» de El origen del hombre. Fue un tema que ocupó a casi todos los filósofos sociales destacados; el más importante de ellos fue Antonio Cánovas del Castillo, futuro primer ministro. A Cánovas le complacía que Darwin hubiera prestado atención a la sensibilidad religiosa en su historia evolucionista de la humanidad, aunque le criticó que no indicara que era «indispensable».[45]Pocos años más tarde el mismo problema fue considerado con mayor amplitud por otro político conservador, Joaquín Sánchez de Toca, que pensaba que el análisis de los darwinistas acerca de la evolución de las facultades morales era históricamente incorrecto porque se basaba casi exclusivamente en observaciones de los pueblos primitivos y antiguos, omitiendo los progresos de la era cristiana. Criticó desde un punto de vista cristiano la interpretación darwinista del matrimonio y la aplicación social de la selección sexual, atacando las bases morales de la eugenética evolucionista.[46] En su artículo sobre la evolución de las instituciones religiosas (que lleva el interesante título de Materiales para llegar a la síntesis transformista de las instituciones humanas), Estasen desarrolló también el tema de las emociones en los animales como posibles antecedentes de las prácticas religiosas primitivas de los seres humanos, basándose no sólo en Darwin, sino también en Lubbock y Walter Bagehot.

La mayor parte de la actividad intelectual que hemos descrito hasta ahora tuvo lugar en Madrid, la capital política, intelectual y científica. Sin embargo, la difusión de las ideas evolucionistas en la periferia fue notable tanto por su profundidad como por su rapidez. En Sevilla, el médico Antonio Machado y Núñez contribuyó a la propagación de las ideas darwinistas con una serie de artículos de divulgación favorables a la evolución, aparecidos en la publicación positivista Revista Mensual de Filosofía, Literatura y Ciencias (1869-1874). En ellos destacó especialmente los temas geológicos que apoyaban la teoría evolucionista, citando procesos en marcha como la formación de dunas y pólderes que permitían deducir que la tierra tiene millones de años de antigüedad.[47] También comparó a Darwin con Newton e insistió en la apertura y falta de dogmatismo del primero.[48]En 1874, Machado y Núñez lanzó una campaña para divulgar las obras de Haeckel con un largo artículo sobre la ontogenia y la filogenia, junto con la traducción de un trabajo del propio Haeckel.[49]Sevilla fue también la sede de las actividades de Sales y Ferré a favor del evolucionismo.

En Granada hubo una polémica cuando, en el otoño de 1872, Rafael García Álvarez, profesor de Historia Natural del Instituto Provincial de Segunda Enseñanza, inició el curso con una exposición completa y explícita de la teoría de la evolución, que defendió como la mejor explicación del desarrollo natural y social. Su discurso fue condenado por el obispo e incluido en el índice de libros prohibidos.[50]En 1880 se produjo otra disputa académica en la misma ciudad, cuando Miguel Rabanillo Torres, catedrático de química orgánica en la Facultad de Farmacia, inauguró el curso universitario con una conferencia en la que afirmó que las emociones humanas eran cualitativamente semejantes a las de los animales, lo que motivó la condena de los ortodoxos.[51]

En Barcelona, aparte de la publicación de varias obras de Darwin, parece haber existido una actividad sorprendentemente reducida. Se desarrolló un fuerte contraataque católico en una serie de artículos publicados en la revista El Sentido Católico en las Ciencias Médicas, así como en conferencias antidarwinistas como las pronunciadas en febrero de 1879 por Francisco de Paula Benessat en la Asociación Catalana de Excursiones y el discurso inaugural del curso 1880-1881, pronunciado en la Facultad de Farmacia por Fructuoso Plans y Pujol.[52]

Valencia fue el escenario de un largo debate sobre el evolucionismo que tuvo lugar bajo los auspicios del Ateneo Científico en 1878. En la sesión del 4 de febrero, el médico Joaquín Serrano Cañete habló de la trascendencia del tema, lamentando que la polémica hubiera caído en manos de dos grupos de extremistas, «el partido de los impacientes» y el de los «retrógrados», cada uno de los cuales había engrandecido la teoría darwinista para sus propios fines. «Las ciencias experimentales [advirtió] no admiten tales mentores». Subrayó que la idea de la evolución era antigua pero que la gloria de Darwin consistía en haberla fundamentado sobre la sólida base de la selección natural y de la lucha por la existencia. Concluyó su participación con una crítica de las ideas exageradamente materialistas de Ludwig Büchner y Carl Vogt.[53]

Las tres sesiones siguientes se dedicaron a una exposición del darwinismo por parte del médico Amalio Gimeno, que inició su primera conferencia afirmando que a pesar del gran interés del tema pocos voluntarios se habían decidido a explicarlo públicamente, debido «al conflicto aparente entre las ideas religiosas y la teoría del transformismo». Aseguró que cuando la ciencia fuera capaz de probar la verdad del darwinismo, no existiría ya conflicto entre el evolucionismo y la religión, tal como lo habían afirmado clérigos católicos simpatizantes del transformismo como Angelo Secchi y Hiacinthe de Valroger. La resistencia religiosa, en su opinión, se debía principalmente a la repugnancia que inspiraba la idea del desarrollo de la vida a partir de la materia inanimada. La primera conferencia terminó con un comentario de la reciente división de los darwinistas entre materialistas como T. H. Huxley, Haeckel, Büchner y Vogt, por un lado, y evolucionistas deístas como Clémence Royer, Jean Albert Gaudry y Asa Gray, por otro. La segunda conferencia comenzó con la exposición de los puntos de vista de Gray (que afirmaba que los evolucionistas debían eludir el problema de la causalidad), de Secchi y Valroger. Fue seguida por una discusión entre Gimeno y Rafael Rodríguez de Cepeda, que proclamaba que el darwinismo era incompatible con el catolicismo porque negaba el espíritu humano, haciendo que toda la humanidad emanara de la materia. La última conferencia de Gimeno se ocupó de argumentos y pruebas a favor de la teoría de la evolución procedentes de la embriología, anatomía, fisiología y psicología. Citó la teoría de la gastrea de Haeckel y afirmó que la ley biogenética era por sí sola un sólido fundamento de la teoría de Darwin, aunque algunos la rechazaron considerando simplemente este proceso como prueba de la consustancialidad de la materia. Gimeno terminó advirtiendo que la teoría de la evolución era más importante de lo que pensaban muchos españoles y que los evolucionistas no podían ser condenados de oídas. Por otra parte, la generación joven parecía haberse convertido en esclava de un nuevo mesías científico, olvidando que el juicio científico final pertenecía al futuro.[54]

La sesión del 25 de abril, a cargo de José Arévalo, comenzó con una alusión apenas velada a la persecución política sufrida por los evolucionistas declarados que habían sido expulsados de sus puestos durante la segunda crisis universitaria. «El profesorado español en general y el valenciano en particular [afirmó Arévalo] tienen suficiente independencia y convicciones bastante firmes para no dejarse imponer por nadie». La mayor parte de su exposición la dedicó al concepto de especie, uno de los mayores obstáculos para que la teoría de la evolución fuera aceptada por los católicos dogmáticos. Defendió que las especies eran variables sin limitación alguna y que en épocas pasadas los lazos existentes entre los grupos naturales habían sido probablemente más estrechos que los actualmente existentes. Concluyó volviendo a insistir en la necesidad de la indagación científica libre, fuera o no contraria a las ideas de los teólogos.[55]

La última conferencia del ciclo, pronunciada por José María Escuder el 9 de mayo, comenzó evocando el espíritu de la Revolución de 1868, que había terminado con todos los prejuicios sociales y religiosos. Escuder no se anduvo con rodeos. «Existe un antagonismo [afirmó], una oposición completa entre la revelación y la ciencia». La revelación no puede permitir contradicciones de ninguna clase, mientras que la ciencia se basa en un solo dogma, el dato, que investiga mediante la observación. Se ocupó a continuación con detenimiento del problema de si la materia era eterna o creada, considerando absurdo que el padre Secchi postulara una creación ex nihilo. A los argumentos de que el darwinismo era contrario a la Biblia, contestó que un libro cuyo autor era dudoso no podía ser aducido como criterio de verdad. Replicaron a Escuder dos asistentes que protestaron «en nombre de sus sentimientos católicos heridos» y la sesión fue apresuradamente clausurada por Gimeno, que ocupaba el sillón presidencial.[56]

La intensidad de la polémica en torno al darwinismo en las Islas Canarias en los años setenta demuestra la rápida difusión de la teoría evolucionista en España a partir de 1871; difusión que fue tan penetrante que alcanzó incluso a las provincias más alejadas en menos de una década.

El debate acerca del evolucionismo se desarrolló en Las Palmas, ciudad que entonces tenía unos veinte mil habitantes y era la capital intelectual del archipiélago. Comenzó en los primeros meses de 1876 con la aparición del fascículo inicial de la historia natural de las Islas, original de Gregorio Chil y Naranjo.[57]En la introducción a su tratado, Chil trazó un panorama del período cuaternario durante el cual las estructuras de los simios se habían modificado hasta conducir al hombre, que se distinguió de los otros animales por su capacidad de pensamiento abstracto. Subrayó que los estudios prehistóricos estaban todavía en su infancia y que habían recibido un gran impulso gracias a las obras de Darwin, que «ha abierto las puertas», y de Haeckel, que ha probado «la unidad de la naturaleza orgánica e inorgánica, la identidad de los elementos fundamentales en la una y en la otra y ha conducido la ciencia genealógica al punto de vista de la concepción de todo lo creado».[58]

Al publicarse en mayo el décimo fascículo, que no contenía referencia alguna a la evolución, se reunió un sínodo especial convocado por el arzobispo José María de Urquinaona y Bidot para examinar el contenido de la obra.[59]El 12 de junio emitió un informe negativo y nueve días más tarde el arzobispo publicó una carta pastoral prohibiendo la lectura del libro.[60]

En esta carta pastoral, Urquinaona lamentaba en primer término que Chil, miembro de una distinguida familia y educado en escuelas religiosas, se hubiera desviado por la senda del materialismo. El resto de la carta estaba dedicado en su mayor parte al informe del sínodo, que declaró que Chil era un librepensador de la estirpe de Hobbes, Diderot y La Mettrie. Casi todas las refutaciones de sus argumentos evolucionistas estaban basadas en la Biblia, aunque se citaba a Buffon para defender la superioridad del hombre sobre los animales y del espíritu sobre la materia.[61]El sínodo acusó a Chil de ignorancia teológica y advirtió que si sus ideas fueran aceptadas implicarían la negación del dogma del pecado original («la caída del primer hombre») y, con ello, de la promesa del mesías y de la fundación de la Iglesia. Los que favorecen la libertad de pensamiento, continuaba afirmando el informe, pretenden amar a la humanidad pero niegan al pobre la esperanza de la gloria eterna; el pobre, privado de sus creencias religiosas, maldecirá su miseria y pronto lanzaría su cuchillo contra el rico. Tales eran las consecuencias del materialismo que, en opinión del sínodo, no era sino «un síntoma triste de desorganización social».[62]La obra, en suma, se consideraba «falsa, impía, escandalosa y herética».

 

Como resultado del informe, el arzobispo ordenó a los fieles que se abstuvieran de leer el libro y que los fascículos que ya hubieran sido adquiridos fueran remitidos directamente al arzobispado o entregados a los párrocos. Ningún fiel cristiano podía leerlo, a no ser que contara con licencia de la Santa Sede. Urquinaona terminaba expresando su esperanza de que Chil tomara conciencia de su error y llegara a una retractación pública.[63]

La condena de Chil se convirtió en un caso célebre. Al parecer, la Iglesia acosó personalmente al naturalista, porque sabemos que a principios de julio tuvo que trasladarse a Madeira para contraer matrimonio a causa de la oposición de ciertas autoridades de la diócesis local.[64]Acontecimientos posteriores ejemplifican el modo en la que las medidas antidarwinistas se desarrollaron en el ámbito de las parroquias. La Prensa informaba en agosto de que el párroco del pueblo de Santa Brígida había ordenado a sus fieles entregar inmediatamente «algunos papeles» de la obra de Chil. Más tarde ordenó a todos los católicos que se presentaran en su casa para firmar una especie de declaración jurada. «¡Y estamos en el último tercio del siglo XIX!», comentaba el periódico.[65]Varios días después el párroco de San Telmo, en Las Palmas, leyó la condena desde el púlpito advirtiendo a los fieles que entregaran los ejemplares de la obra proscrita. Apenas había pronunciado el nombre de Chil cuando un perro, que hasta entonces había estado quieto, saltó al altar y comenzó a ladrar al sacerdote. El animal, observaba La Prensa:

parecía combatir abiertamente el veto eclesiástico, pudiendo a duras penas terminar el sacerdote la lectura del celebérrimo documento contrariado por el can, que produjo la hilaridad en el auditorio. Este suceso se ha interpretado de dos modos a cual más maravilloso: unos han creído que Satanás, por boca de un gozque, se declaraba en contra del mandato episcopal, y otros, que el sentido común se expresaba por el conducto canino.[66]

El asunto Chil, que provocó una polémica generalizada en torno al evolucionismo en Las Palmas, llegó a alcanzar en el extranjero cierta notoriedad. En junio de 1877, La Prensa informó de que había llegado de París René Verneau, profesor en el Museo de Historia Natural, con cartas para Chil de Quatrefages y Paul Broca. Varios días después se supo que Broca había leído en una sesión de la Sociedad Antropológica de París un pasaje del libro de Chil que defendía la necesidad de realizar más investigaciones sobre la prehistoria canaria.[67] El interés de la Sociedad Antropológica Francesa por la obra de Chil fue todavía más lejos. Sus Estudios, aunque llevan pie de imprenta en Las Palmas, fueron en realidad impresos en París por Ernest Leroux. El trabajo fue comentado en la revista de la Sociedad por Ludovic Martinet,[68]que más tarde publicaría un amplio informe sobre el asunto Chil comentando el texto de la condena episcopal y preguntándose retóricamente: «A quand notre tour?».[69]

La polémica sobre la evolución suscitada por la carta pastoral de Urquinaona fue una batalla de tres frentes entre Baltasar Champsaur Sicilia, socialista partidario de Darwin que publicaba en Las Palmas; el abogado Rafael Lorenzo y García, librepensador anticlerical opuesto al darwinismo que escribía en La Prensa, y los antidarwinistas clericales, encabezados por un joven sacerdote llamado José Roca y Ponsa, que publicaba en el semanario eclesiástico El Gólgota y era defendido por revistas derechistas como La Lealtad y Gran Canaria. La fase inicial de la polémica consistió en varios artículos que intercambiaron durante el invierno de 1876-1877 Champsaur y Lorenzo con motivo de la publicación del libro de este último, Estudios filosóficos sobre la especificación de los seres, que criticaba las concepciones de Darwin sobre este tema.[70]La opinión de Lorenzo, bosquejada en su libro y desarrollada en posteriores artículos y monografías, era que las especies eran inmutables y no podían transformarse unas en otras, aunque se modificaran de manera limitada. La fundamentaba con citas de Louis Agassiz, Pierre Flourens y otros científicos antidarwinistas.[71]

Lorenzo fue defendido por Pablo Romero, director de La Prensa. La posición de ambos es difícil de comprender. Combinaron de modo ininterrumpido ataques al evolucionismo con lugares comunes sobre las conquistas omnímodas de la ciencia y, por otra parte, el periódico había sido un destacado defensor de Chil.[72]A lo largo de la controversia quedó claro que su enemigo real era la Iglesia; tanto Lorenzo como Romero se esforzaron por mantener una discusión intelectual con Champsaur, mientras que insistieron en la obstinación y la ignorancia de los clérigos. De este modo, Lorenzo se tomó la molestia de citar en la introducción de su tratado antidarwinista el libro de John William Draper sobre la oposición entre ciencia y religión, afirmando que el evolucionismo no era antiespiritualista.

A pesar de ello, los teólogos persiguen como impío, escandaloso y herético a cualquiera que defienda lo que ellos consideran una idea antiespiritualista, sin conocer siquiera el lenguaje de las ciencias naturales, alusión apenas velada a la condena de Urquinaona.[73]Lorenzo parece haber sido un finalista agnóstico que consideraba las especies como «tipos divinos» y se refería a la presencia de una «idea superior» en el origen del hombre. Romero, por su parte, subrayó que Lorenzo, aunque opuesto a Darwin en la cuestión del origen de la especie humana, se oponía también a los teólogos que interpretaban su libro de una manera literal y rutinaria. Según Romero, Lorenzo demostraba que el darwinismo, aunque erróneo por sus bases científicas, no rebajaba la dignidad humana, no era antiespiritualista y no desacreditaba la idea de divinidad. En una reseña de su libro publicada en 1877 mencionó a dos detractores de Lorenzo, uno darwinista y otro antidarwinista, pero reservó sus ataques para el segundo, al que acusó de socavar los sólidos principios de la ciencia con «formas grotescas y observaciones pretenciosas».[74]

Baltasar Champsaur Sicilia cargó contra Lorenzo en una serie de artículos publicados en Las Palmas.[75]Atacó violentamente el planteamiento antidarwinista sobre la especificación, subrayando que las especies eran meras clasificaciones artificiales y que los argumentos que defendían su fijeza eran engañosos. Como socialista, Champsaur puso también de relieve las implicaciones sociales del antidarwinismo, destacando, por ejemplo, que una persona que se avergüenza de descender de un mono puede también avergonzarse de tener relación con un negro o un salvaje. Champsaur era un típico representante de la clase de intelectuales radicales no científicos que se proclamaban casi universalmente darwinistas. Su biblioteca, conservada en el Museo Canario de Las Palmas, corresponde a los libros propios de un lego entusiasta de la evolución (véase apéndice III).

El ataque clerical se dirigió más contra Lorenzo que contra Champsaur. Se ha afirmado con razón que los intentos de compaginar las posturas de la ciencia y de la religión horrorizaban a los conservadores más que el propio ateísmo,[76] y Lorenzo proclamaba sin contradecirse que pretendía armonizar la posición deísta con la científica. El libro de Roca, basado en una serie de artículos en El Gólgota, es una andanada antidarwinista rutinaria: el darwinismo es anticientífico, anticristiano y contrario a la dignidad humana.[77] Ataca también a los periodistas canarios de izquierdas que se habían aprovechado de la polémica en torno a Chil para ridiculizar la fe.[78]

La polémica canaria ejemplifica la diversidad de opiniones que el evolucionismo motivó en la España provinciana a finales de los años setenta. Una de las características fue el diletantismo, ya que los participantes no eran científicos, ni siquiera médicos. De su presencia en la primera página de los periódicos puede deducirse que despertó un gran interés entre los lectores que corresponde a una amplia popularidad del tema. En 1881, cuando el darwinismo fue discutido en la Sociedad de Amigos del País de la isla de La Palma, podemos considerar completa la difusión regional de las ideas evolucionistas entre los españoles instruidos.[79]

Manuel de la Revilla, destacado portavoz positivista, comentó con razón, a mediados de los años setenta, que la polémica en torno a Darwin había provocado una notable confusión filosófica, hasta el punto de que movimientos como el positivismo, el materialismo y el darwinismo habían llegado a considerarse prácticamente idénticos por parte del observador ocasional. Como la mayor parte de los científicos y casi todos los seguidores de la filosofía positivista y materialista aceptaron el darwinismo, parecía que procedía de dichas corrientes. Había, además, tanto entre los positivistas como entre los darwinistas, pensadores que formularon una metafísica materialista, «que presentan, con notoria ligereza, como irrecusable resultado de la observación científica, como fruto necesario del positivismo y como ineludible consecuencia de la teoría de la evolución». Pero el evolucionismo, continúa diciendo Revilla, no conduce necesariamente a una filosofía monista ni excluye una concepción religiosa elevada.[80]Con ello se refería, sin duda, más a los krausistas contrarios al darwinismo que a los ultras católicos; pero tocó un punto que era nuclear para la postura católica. Uno de los supuestos básicos del antidarwinismo español era que el evolucionismo tenía que conducir al materialismo y al ateísmo y que los positivistas eran los culpables de los tres. Sánchez de Toca subrayó que la izquierda se adhirió al darwinismo porque era antirreligioso, de modo que desacreditar a Darwin equivalía a desacreditar todas las otras corrientes a él asociadas.[81]

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