Fantasmas, Chicas Y Otros Espectros

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Bael y los demás comenzaron a alejarse como si nada, hablando y riendo entre ellos. Era como si de repente Ryan hubiera dejado de existir para ellos. En un minuto, todos se habían ido. Regresó una vez más el sofocante silencio, dejando a Ryan sentado en el medio de una ciudad aparentemente desierta.

El explorador buscó rápidamente su comunicador y escupió rápidamente un informe desesperado a la nave de arriba. Esperaba consejo, pero la nave sólo confirmó secamente la recepción del mensaje, le dijo que se mantuviera cauteloso y apagó.

No fue sino hasta que se paró de nuevo que vio a la chica.

***

La miró fijamente por un largo momento, incapaz de decir nada.

La chica no tenía la misma dificultad. “Hola, Jeff”, le dijo en tono suave. “¿Te acuerdas de mí?”.

¿Recordarla? ¿Cómo podía olvidar a Dorothy, la primera chica con la que se había acostado? Dorothy, con sus pequeños pero femeninos senos, su risa de campana, su cálido deseo de complacer...

“No existes”, afirmó llanamente Ryan. “Tú no eres real”.

Dorothy ladeo su cabeza de esa forma graciosa en que siempre lo había hecho, siempre que él decía algo que ella no entendía. “¿No lo estoy?”.

“No estoy de humor para jugar juegos de preguntas y respuestas. Primero Bael, ahora tú. Lo que quiera que seas, no eres Dorothy. Ella está a cientos de pársec de distancia, ella está casada y tiene tres niños. Tú no eres más que un fraude. Vete”.

Dorothy sólo miraba fijamente a sus pies y no se movió. “Ya no me amas”.

“Mira”, dijo Ryan, “admito que eres un engaño inteligente. Es sólo que sé que no eres real. No es tu culpa...lo intentaste.

“¿No soy real?”. Dorothy miró hacia arriba, sus ojos enrojecido y llorosos, su voz vacilante. “¿Puedes verme y escucharme, o no? Si te acercaras un poco más, podrías oler mi perfume. Si estiraras la mano, me tocarías. Si me mordieras, me saborearías. ¿Qué tanto más real podría ser?”. Su ruego rayaba en la histeria.

Ryan dudó. Ella debe ser una alucinación. No había duda de ello. El bien entrenado oficial dentro de él deseaba buscar el comunicador en su bolsillo. Pero el hombre en él dijo que no. Una tercera parte de su mente seguía repitiendo, “Eres un tonto”. ¿Pero cuál parte era la tonta? No podía amar bien a un producto de su imaginación que de alguna manera se había materializado delante de él. Esta Dorothy era fría, irreal, una sombra producto de la ciudad misterio.

Y de repente ella estaba en sus brazos, se sentía muy real, muy viva. Su rostro se elevó, buscando el de él. Sus pequeños senos se pegaron a él, su cadera se presionaba contra la de él con pequeñas ondulaciones que eran claramente sexuales. Ryan trató de resistirse, trató de decirse a sí mismo que esto no estaba pasando. Él tenía su selección de mentiras, pero la Dorothy en sus brazos era de alguna forma la más convincente. La mano izquierda de ella acarició el cabello del lado derecho de la cabeza de él. La mano derecha de ella tocó ansiosamente los botones de cuello de la túnica de él. Su boca presionada contra la de él, abierta y su pequeña lengua afuera, firme, recorría el borde de los dientes de él.

Ya no había, no podía haber ninguna duda. ¡Al diablo con su lógica ! Esto era real. Esto no era un delirio de su mente, sino el artículo genuino en carne y hueso. Nadó en un mar de sensaciones. Los dos cayeron al suelo, que de alguna manera pareció hacerse gomoso y elástico. Pero su mente no tuvo la oportunidad de permanecer en estos asuntos, porque su cuerpo se rehusaba a permitírselo. La razón se marchitó ante la pasión, como ha hecho siempre por los siglos.

Tan absorto estaba, de hecho, que ni siquiera notó el insistente zumbido de su comunicador.

***

Más tarde, Dorothy volvió a ponerse de pie. “Me tengo que ir”, dijo ella.

“¿Tienes que irte?”.-

Ella asintió. “Pero regresaré en cualquier momento que me necesites. Sólo llámame. Yo sabré”. Y se fue.

Ryan estaba ahí acostado boca arriba, mirando fijamente hacia el cielo. Era mucho más tenue de lo que había sido antes y no lastimaba tanto sus ojos. Debía ser finales de la tarde. En pocos minutos, se levantaría y continuaría su inspección, pero en este momento estaba demasiado saciado para moverse. Incluso parpadear parecía un esfuerzo gigantesco...

“¿Divirtiéndote?”, le preguntó una vos familiar.

Ryan giró su cabeza bruscamente para ver a Bael parado a unos pocos metros, sonriéndole. Un arrebato de culpa, vergüenza y de indignante rabia lo puso de pie. “¿Qué haces, me estás espiando?”.

“No”, dijo Bael, y se amplió su sonrisa. “Sólo pasaba por aquí y pensé en visitar. Además, yo podría hacerte la misma pregunta, excepto que conozco la respuesta”.

Ryan no estaba seguro qué lo enfurecía más — si la fluidez de Bael o su propia incapacidad de lidiar con este desertor. Antes de que pudiera pensar en algo, Bael continuó, “Supongo que fue sexo”.

La expresión de Ryan lo traicionó. “Me imaginé que lo sería”, asintió sabiamente Bael. “Eso parece ser lo que la mayoría de nosotros, solitarios exploradores tipo héroe, necesitamos más. Es la única cosa que la computadora de la nave no puede darnos. La ciudad sabe, Jeff. No importa que tan fuertemente trates de esconder algo en tu mente, la ciudad sabe”.

“Tú crees que está viva”. No era una pregunta.

“No lo sé. Eso depende de a qué llamas vivo. Si tú quieres decir viva y respirando, lo dudo. Si quieres decir consciente e informada de lo que ocurre, sí , definitivamente”.

“Pero como —”

“¿Debes seguir haciendo esas preguntas infernales?”. Sólo por un momento la máscara de Bael se rompió y le ofreció a Ryan un muy breve vistazo a la inseguridad bajo la superficie. Luego regresó la suavidad y Bael era el mismo casual y despreocupado de antes. “Sólo acepta esto por lo que es, Jeff. Esta ciudad puede cumplir tus sueños. Quiere ayudarte. No sé cómo lo hace; no me importa. Sus constructores la hicieron de esta forma, esos es suficiente para mí”.

“¿Y dónde están ellos ahora? Los constructores. ¿Qué les pasó?”.

Trataba de ver si podía quebrar la compostura de Bael de nuevo, pero esta vez falló. “No lo sé. Probablemente se fueron a hacer cosas mayores y mejores. En cierta forma es una pena, porque realmente me gustaría agradecerles”.

“¿Agradecerles por qué?”. Preguntó Ryan cínicamente. “¿Por convertirte en un vegetal? Sólo estás por ahí y dejas que la ciudad haga todo por ti, ¿no es así? Te olvidaste de ser un hombre y comenzaste a convertirte en un vividor —”

“¿Eres tú más hombre, Jeff?”. Replicó Bael, y cualquiera fuese la presión bajo la que estaba, se acercaba más a la superficie. “¿Quién es el marioneta aquí? ¿Quién brinca cada vez que Java-10 mueve los hilos? ¿Quién no puede aguantar estar lejos de su unidad de comunicador por más de un par de segundos? ¿Cuál de nosotros está en esta ciudad porque está bajo órdenes y cuál de nosotros va adonde quiere?”.

“Solías ser un buen oficial, Bael”, dijo Ryan en voz baja. Por un momento, al menos, sus papeles se invirtieron —Bael estaba en el borde y Ryan era quien desconcertaba.

“Seguro, solía serlo”, logró decir Bael. “Seguía órdenes y arriesgaba mi vida por la vieja querida Tierra, Y qué me daba ella? Un puñado de medallas, un pequeño bono en mi sobre de pago en Navidad, un fondo de pensiones que se iba acumulando rápidamente. Todo careció de sentido después de un tiempo, Jeff. Pero no aquí. La ciudad me quiere, me necesita. Fue construida para servir a las personas, para darles lo que necesitan. Sólo quiere ayudar. ¿Es eso tan terrible?”.

“Sí lo es —si logra hacer lo que te hizo a ti”.

Bael luchaba por recuperar su autocontrol. “No luches contra ello, Jeff. Es sólo una advertencia amistosa. La ciudad puede protegerse de ti, fácilmente. Puede concederte tus sueños, claro; pero las pesadillas también son sueños. No creas que puedes luchar contra todas tus pesadillas de una vez”. Bael se dio la vuelta y se marchó.

Ryan se puso de pie y lo miró marcharse. Incluso después de que el desertor había desaparecido tras unos edificios, Ryan permanecía de pie, inmóvil. ¡Estaba Bael sólo amenazando o podía la ciudad dragar también las pesadillas así como los sueños? Se inclinaba a creer esto último. De nuevo, pensó en lo real que había sido Dorothy y se estremeció. No había tenido pesadillas en un largo tiempo, pero aun así...aun así.

Sacó el comunicador de su bolsillo e hizo otra llamada a Java-10. “¿Por qué no contestaste la última llamada?”, fue la respuesta inmediata de la nave.

Vagamente, Ryan recordó el zumbido que había emitido la unidad durante su interludio con Dorothy. “Lo...lo siento”, tartamudeo. Luego, como un niño con sentimiento de culpa enfrentando a un padre que sabe, se encontró a sí mismo dando detalles sobre todo lo que había ocurrido desde la última vez que habló con la nave.

Java-10 escuchó desapasionadamente todas sus revelaciones. Fuiste negligente en tus labores durante ese devaneo”, lo amonestó cuando él había terminado.

“Lo sé. No dejare que vuelva a pasar”.

“Muy bien. Pero eso no excusa el que haya pasado la primera vez”. Luego la máquina cambió completamente a otro asunto. “Comienza a aparecer una imagen coherente de los trabajos de esta ciudad. Pareciera haber algún poder o poderes automáticos que operan detrás de la escena y son conscientes de lo que ocurre. Es razonable asumir que este poder controlador posee algún tipo de habilidades telepáticas, que le permite descubrir tus deseos y proyectar ilusiones a tu mente”.

“Debe haber algo más, algo adicional. Ese sillón en el que me senté era real. Soportaba mi peso. La chica también fue real. Esas definitivamente no fueron ilusiones.

 

La Java-10 dudó. Entonces, “También podría ser apropiado postular un sistema de transformación de materia-energía, de tal forma que el poder que opera la ciudad puede ser capaz de crear materia en la forma que lo desee. Todas estas conclusiones tentativas presuponen una increíble cantidad de sofisticación técnica de parte de los constructores de la ciudad. Parece imperativo ahora que descubramos los secretos de la ciudad.

“Debe haber un área central de control, algún lugar en el que residen las funciones cerebrales superiores de la ciudad. Debes buscar esta área e incapacitarla sin destruirla, de tal manera que pueda ser estudiada de forma segura”.

“¿Pero cómo puedo hacer eso?”. Protestó Ryan.

“La información es insuficiente en este momento para contestar a tal pregunta”, respondió Java-10. “Primero debes aprender más sobre este sistema”.

“Puede ser peligroso”. Ryan repitió la amenaza de Bael sobre las pesadillas. “¿No podrías mandar unos hombres más para acá abajo a ayudarme?”.

La respuesta fue inmediata y cruel en su brusquedad. “No. Si un hombre no puede hacer esto, entonces las probabilidades están en contra de que un grupo sea capaz de hacerlo. Si la ciudad te vence, vencerá a cualquier otro que pudiéramos mandar. No podemos arriesgar más vidas. Si fallas, la ciudad debe ser destruida, sin importar su valor”. Y, sin tan si quiera desearle buena suerte, Java-10 apagó.

***

Era final de la tarde. La estrella roja que hacía de sol para este mundo se estaba poniendo, convirtiéndose en una bola manchada de rojo a medida que se acercaba al horizonte. Su color cambió la coloración de toda la ciudad y los edificios reflejaron los macabros tonos con un sentido de inquietante deleite mezclado con aprensión. La siempre presente brisa ahora helaba un poco y Ryan, de pie al aire libre, se estremeció involuntariamente.

No había comido nada desde el desayuno y estaba sintiéndose bastante hambriento luego de la actividad inusual del día. Buscó una ración en su bolso de sobrevivencia

y notó, hacia un lado, una gran mesa aparentemente dispuesta para el banquete de un hombre rico. La mezcla de olores agradables de jamón horneado, pollo frito, langosta hervida y bistec asado, asaltaron sus fosas nasales. Más allá de estas entradas, podía ver pilas de puré de papas amarillas con mantequilla, y guisantes, y

“¡No!”, dijo en voz alta. “No, no me vas a hacer esto a mí de nuevo. Me hiciste caer una vez, pero ya no me vas a engañar más”. Comenzó a alejarse de la mesa.

La mesa, sobre ruedas, lo seguía.

“No esta vez”, confirmó él. Agarró una lata de ración sin abrir y la agitó al aire. “Esta vez, tengo mi propia comida. Puede no ser tan apetitosa como la tuya, pero al menos no tiene compromisos asociados”.

Ryan haló de la arandela para abrir la lata. Caminando dentro, sobre la carne, había varios insectos negros, grandes y desagradables. Instintivamente, lanzó la lata alejándola de sí. La mesa cargada de comida se acercó aún más.

“Está bien”, dijo Ryan testarudo, “pasaré hambre por unas horas más. No voy a rendirme ante ti tan fácilmente. Que Bael y los otros sean tus esclavos, pero no cuentes conmigo”. Ese discurso lo hizo sentirse muy orgulloso de su propia integridad. Desafortunadamente, no sirvió para aplacar los gruñidos de su estómago.

Encuentra el cerebro central de la ciudad, le había dicho Java-10. Más fácil de decir que de hacer. ¿Dónde buscaría? El centro geográfico podría ser el punto lógico, pero cómo ¿cómo lo encontraría? No tenía idea de dónde estaba en este momento e incluso si la tuviera, no tenía direcciones. No podía haber referencias en una ciudad que cambiaba constantemente, en la que los edificios cambiaban su forma y su color de minuto a minuto.

Decidiendo, luego de un rato, que cualquier dirección era tan buena como otra, Ryan comenzó a caminar. La mesa con el banquete lo seguía como un ansioso cachorrito. Él la ignoraba y concentraba su mirada directo al frente.

Cuando el crepúsculo se convirtió en oscuridad, se encendieron las luces de la ciudad. No las regulares luces blancas, estériles de una metrópoli terrestre, sino una fantasmagoría de claridad y color, como si la ciudad se hubiese convertido en una gran exhibición de fuegos artificiales. Luces de todos los tonos titilaban y brillaban en mezclas de patrones regulares y azarosos. Remolinos y combinaciones hipnóticas subían por el lado de un edificio y bajaban por otro, en un repertorio interminable. No había esquinas donde la oscuridad pudiese esconderse y por eso se fue, dejando a la ciudad tan clara como de día.

Ryan ignoró las luces y siguió caminando.

Eventualmente, la mesa tras él se dio por vencida y desapareció. Uno de los primeros exploradores surgió de un edificio con una botella en la mano. Cuando vio a Ryan, lo saludó con la mano de forma agradable y natural y lo invitó a unírsele.

Ryan le pasó por el lado.

“¡Jeffrey!”.

No pudo evitar voltear ante tal grito. Allí, en la entrada de uno de los edificios estaba su madre, quien había muerto hacía cuatro años. Tenía el cabello largo, como había estado de moda cuando Ryan tenía tres años, pero su rostro era el de su vejez. Ella estiró su mano hacia él. “Ven conmigo, hijo”, suplicó ella en voz baja.

Ella no es real. Mamá está muerta. Esto es una farsa. Falsificación. Ilusión. Fraude.

Se voltio lentamente para irse.

“¡Jeffrey!”. Jeffrey, hijo mío, ¿no conoces ni a tu propia madre?”.

Ryan se detuvo y se mordió el labio inferior, pero no se voltearía a mirarla de nuevo. No se atrevía.

“Jeffrey, mírame. Por favor”.

“No. Tú eres falsa, falsa como todo lo demás en este condenado lugar. ¡Vete y déjame en paz!”.

Ella corrió hacia él lo mejor que pudo, apoyándose en su pierna izquierda por la artritis como siempre lo hizo. Lanzándose a sus pies, ella se aferró a su manga. “Soy tu madre, Jeffrey”, lloró ella. “Di que me reconoces. Por favor. Tu propia madre”. Sus ojos mojados se levantaron para mirarlo al rostro y él desvió la mirada rápidamente.

“¡SUÉLTAME!”, gritó él. La empujó para alejarla. Ella se cayó hacia atrás y su cabeza se estrelló contra el duro suelo. Se oyó un crujido y comenzó a brotar sangre del sitio donde ella se había golpeado la cabeza. Ella estaba muy quieta, con sus ojos fijos en él como un pez muerto. A él le dieron náuseas, pero su estómago estaba vacío y no subió nada excepto el amargo sabor del ácido.

Cuando se detuvieron los espasmos digestivos, él se enderezó y continuó caminando, a pesar del hecho de que podía sentirla muerta, con su mirada fija clavada en la nuca. Él sabía que si volteaba, ella estaría mirándolo. Saberlo hacía muy difícil el no voltear.

Ryan siguió caminando.

***

Lo estaban esperando cuando volteó en la esquina. Bael y otros siete exploradores, parados en una única fila bloqueando su paso. “Si no vas a jugar con las reglas, tendrás que parar el juego, Jeff”, dijo Bael con ecuanimidad.

“¿Me van a dejar pasar?”.

El otro agitó su cabeza. “No. No podemos dejarte avanzar más”.

“¿Entonces qué se supone que haga ahora?”.

“Una de dos: o te vas, o te unes a nosotros”.

“¿Y qué hay de mi misión aquí?”.

“Deja de jugar al soldadito de plomo, Jeff. Eres capaz de mejores cosas”.

“Creo que quiero ver qué hay atrás de ustedes”.

“Nosotros somos ocho, Jeff, y tú sólo uno”.

“Sí, pero yo tengo una pistola”.

“No funcionará”, dijo Bael con ecuanimidad. “No en nosotros. La ciudad no lo permitiría”.

Y Ryan sabía que él tenía razón. Cualquiera que fuese la fuerza a cargo aquí, no permitiría que él destruyera nada importante. Pero debía estar acercándose a algo, o no hubiesen hecho este esfuerzo concertado para detenerlo.

“Bueno”, comenzó a decir lentamente. Luego, en un impulso, se movió hacia la línea de hombres. El hombre más cercano dio un paso para bloquear su camino; Ryan le dio una rápida patada en la ingle y el hombre se dobló hacia adelante, dejando el camino libre para pasar corriendo. Ryan corrió y siguió corriendo junto a la vía entre los edificios.

“¡Tras él!”. Gritó Bael —innecesariamente, porque ya los otros hombres habían comenzado a perseguirlo. En un principio, su conocimiento sobre la disposición de la ciudad los mantuvo casi a su ritmo, pero la desesperación le dio velocidad a los pies de Ryan. Por el momento renunció a pensar, permitiendo que el puro instinto lo guiara entre las agudas esquinas, que de otra forma hubieran aturdido su mente. Se encontró a sí mismo corriendo directamente a una pared vacía, sólo para que una abertura apareciera justo antes de que la golpeara. Se apresuró a través de edificios, subió escaleras, cruzó delicados puentes en arco elevados cien metros en el aire, luego bajo y salió. Dentro, fuera, alrededor, junto; su avance era tan azaroso y tan rápido como lograba que fuera. Sus perseguidores quedaron muy atrás de él, hasta que eventualmente ya no podía verlos. Luego, hasta sus pisadas salieron de rango. Ryan se detuvo.

De nuevo cayó el silencio, el silencio que le había dado la bienvenida a esta ciudad. El único sonido era su propio persistente jadeo en busca de aire. Calló de rodillas, sus temblorosas piernas ya no eran capaces de sostenerlo. Entonces se acostó de lado, mientras enormes bocanadas de aire quemaban en su paso hacia el pecho.

Su mano fue de nuevo al bolsillo trasero, tocando el comunicador. El frío metal de la caja de nuevo tuvo un efecto calmante en su maltrecha psique. Había una Tierra. Había una nave orbitando muy arriba de la ciudad, lista para ayudarlo. No estaba sólo, únicamente consigo mismo, en este calvario,

“Aún no me doblegas, Bael”, jadeo suavemente.

“No lo he intentado”, le llegó la voz de Bael. Ryan miró hacia arriba, sorprendido. Sobre su cabeza estaba suspendida una gran pantalla en 3-D, ocupada por la imagen de Bael. “No hay necesidad de correr, Jeff, la ciudad puede mantenerme informado de tu paradero cada minuto. Puedo encontrarte cada vez que quiera. Si quieres estar por tu cuenta, es tu decisión. Tratamos de salvarte; lo que sea que pase ahora es tu responsabilidad. Adiós”. La pantalla quedó en blanco.

Ryan miró su mano, para descubrir que sus nudillos estaban blancos de tanto apretar la unidad de comunicación. Aflojó el agarre y al mismo tiempo su mano comenzó a temblar incontrolablemente. Inició una serie silenciosa de maldiciones, como una letanía, contra todos y todo lo relacionado con esta misión, desde Java-10 hasta Richard Bael y terminando con lo que parecía ser su principal adversario, la ciudad misma.

La sombra le dio una advertencia de un segundo antes de que el ave lo atacara.

***

Era un águila, quizá, o un halcón —Ryan nunca pudo darle un buen vistazo. Un borrón marrón bajó en picada sobre él, con las garras extendidas. Las afiladas, puntiagudas zarpas buscaban directamente su rostro, el pico curvo parecía ver de soslayo maliciosamente. Sus ojos pequeños y brillantes estaban fijos sin parpadear sobre sus rasgos, esperando captar cualquier reacción que pudiera tener esta presa.

El instinto hizo a Ryan subir su brazo derecho para proteger sus ojos. Un instante después, las garras estaban rastrillando largos cortes en la carne y el pico estaba tratando de desgarrar la piel más fina de su muñeca. La misma potencia del impacto del ave derribó a Ryan sobre su espalda desde su erguida posición anterior. El movimiento de aleteo de las poderosas alas del ave lo golpeo en el lado de la cabeza cuando el ave inició el ascenso para comenzar otro pase de ataque.

Tenía sólo unos segundos para recuperarse de ese ataque, pero en ese tiempo salieron a la luz su entrenamiento de explorador y sus naturalmente rápidos reflejos. Rodó sobre su estómago, con las palmas hacia el suelo. Empujando hacia arriba, trajo sus piernas debajo de sí y saltó sobre sus pies. Giró hacia su oponente, con sus rodillas separadas y ligeramente flexionadas, sus músculos relajados y listos.

Cuando el ave llegó para el siguiente pase, le agarró una de sus garras con su mano derecha y tiró. Las afiladas zarpas se clavaron en la palma de su mano cuando atrapó a la criatura desprevenida. Sus alas aleteaban violentamente mientras buscaba enderezarse; Ryan le atrapó una de ellas. Con un rápido movimiento descendente, la arrancó del cuerpo del ave.

 

Resultó que el ave estaba hecha de papel maché y revoloteo inofensiva hasta el suelo.

Ryan la miró fijamente con incredulidad. Grandes cantidades de adrenalina circulaba por su torrente sanguíneo y se sentía un poco defraudado. ¿Nada era real en este condenado lugar? ¿No había nada en lo que pudiera confiar? En un arranque de ira, aplastó la figura de papel maché con el pie hasta volverla pedazos.

Mientras estaba tan ocupado, las luces se apagaron. Detuvo el zapateo y se estuvo de pie quieto en la oscuridad que había caído sobre él. Oscuridad total, como el interior de un guante de cuero negro. ¿Cree la ciudad que le temo a la oscuridad? Se preguntó Ryan. Siguió de pie inmóvil, sin intimidarse.

Pequeños ruidos llegaban a sus oídos, como de rascado, de pequeñas garras sobre una superficie metálica dura. Era imposible identificar su dirección o su distancia. Pequeños chillidos, luego un repentino bufido porcino cerca a su lado. Involuntariamente Ryan, dio un brinco.

Una pequeña criatura peluda se restregó en el lado de su pierna. Una brisa repentina llevó a sus fosas nasales el fuerte hedor de carne descompuesta. Podía sentir una respiración cálida en la nuca. El aire sabía a vinagre.

Ryan se negó a reaccionar, se negó a asustarse. Eventualmente, todas estas sensaciones cesaron, dejando una vez más sólo la sensación nula de la oscuridad absoluta.

Luego un rostro comenzó a materializarse en el aire en frente de él —o más bien, la silueta de un rostro. Vagas líneas turquesa fosforescente, muy tenues, apenas perceptible, formaban el contorno. Ryan tuvo que forzar sus ojos para poder verlo. Por lo que parecieron siglos, el rostro sólo miró fijamente a Ryan y él le respondió igual. Finalmente el rostro habló. “Estás solo”, dijo.

Su voz era la de Java-10.

***

La mano de Ryan instantáneamente se movió a su bolsillo por el comunicador. No estaba allí. Entonces recordó —lo tenía en la mano cuando el ave lo atacó. Debió de haberlo dejado caer en una acción reflejo para defenderse a sí mismo. De repente lo golpeó el pánico y calló a gatas. El rostro observaba desapasionado mientras Ryan comenzó una búsqueda desesperada con los brazos extendidos, tratando de reubicar su enlace con la nave de arriba.

Sus manos avanzaban a tientas alocadamente en la oscuridad. En una oportunidad, chocaron con un objeto frío, baboso, repugnante y retrocedieron violentamente. La búsqueda continuó.

Ryan miró hacia arriba por un momento. Ahora había dos rostros observándolo. “Estás sólo”, afirmaron, ambos con la voz de Java-10.

“¡NO!”. Chilló Ryan histéricamente. “¡No, no estoy solo!”. Su búsqueda se duplicó en intensidad. Tenía que encontrar ese comunicador, tenía que contactar a Java-10, tenía que cerciorarse de que había alguien esperándolo.

Ahora había cuatro rostros. Ahora ocho. Ahora dieciséis. “Solo”, dijeron todos. La palabra se estrellaba contra él como oleaje salvaje, física en intensidad.

“¡No!”, gritó por respuesta.

“SOLO” dijeron los rostros, ahora en cantidad incontable. El sonido de sus voces reverberaba a través de su cuerpo, estremeciendo sus huesos y castañeteando sus dientes. “SOLO”. Y el suelo tembló con el juego de voces pronunciando en coro esa palabra.

“No”, sollozaba Ryan. Empuñó las manos y apretó con fuerza los ojos, tratando de regresar las lágrimas que forzaban su salida. “No, no, no, no, no”. Pero sus sollozos eran ahogados por el incesante coro que lo bañaba.

S O L O

Ryan se acurrucó como una bola en el suelo, gimiendo mientras su mente se replegaba dentro de él.

***

Y en todos los rincones de su mente había oscuridad y lo que no era oscuridad era sombras, fugaces e intrascendentes. Nada en que apoyarse, nada de que agarrase. Vino a la sombra que representaba Java-10 y cayó reverentemente frente a ella. “Ayúdame”, suplicó, pero no obtuvo respuesta. Se volvió hacia el espectro de su compañero, Bill Tremain, pero estaba encadenado a Java-10 y miró fijamente justo a través de él. Estiró la mano para tocar a su imagen gemela y se disolvió en su mano metafísica. Continuo.

La Tierra era una bola difusa que se derretía con su contacto como algodón de azúcar en su lengua. Los amigos se desvanecieron como si no hubiesen existido nunca. Los parientes eran tan etéreos y escurridizos como fantasmas. Fue hacia atrás, hacia atrás, hacia atrás, buscando desesperadamente en su psique un receptáculo al cual asirse.

A un lado estaba de pie la imagen de Bael, de repente alto y demacrado, sonriendo con sonrisa de muerte y llamando con un dedo largo y huesudo. Ryan se acercó lentamente y no notó la trampa que Bael le había tendido hasta que era casi demasiado tarde. Las mordazas de la trampa se cerraron de golpe en su cara. Ryan huyó más profundo en la oscuridad.

Entonces, en la distancia, vio una luz brillar. Era tenue, brillaba débilmente, pero ahí estaba. Su mente se precipitó hacia ella como una polilla hacia la luz. Pulsaba, latía. Mientras más se acercaba a esa esfera brillante, más brillante se hacía. Ya era tan brillante como la luz del día y seguía incrementando. Entonces se estiró hacia ella, la agarró entre sus brazos (para toda la luz que emitía aún estaba fría) y miró profundamente dentro de ella. Y vio

Jeffrey Ryan

Luces artificiales:

Rojo, verde, azul, naranja, amarillo, ultravioleta, colores sin nombre

¡EXPLOSIÓN!!!!!!!!

***

Ryan abrió sus ojos despacio. Estaba acostado boca arriba. Estaba oscuro, pero no con la oscuridad que había habido antes. Sobre su cabeza, podía ver las estrellas, titilando con su fría cordialidad habitual. Él estaba muy caliente; su cuerpo estaba bañado en sudor y sus ropas estaban empapadas. Rodó de lado y casi se cae de la cornisa. Estaba en un balcón desde donde se veía prácticamente toda la ciudad. La ciudad en sí estaba oscura —y eso no era habitual.

Un sonido a su derecha. Ryan giró su cabeza rápidamente. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, vio su comunicador tirado a tres metros de él, zumbando insistentemente. Ryan lo ignoró.

En su lugar, pensó sobre sí mismo y en los fuegos que estallaron en su interior. La ciudad había errado y había errado gravemente en sus tácticas. En lugar de hacerlo perder la razón, lo había forzado a encontrar tan profundamente en su interior, que cortó con todas la fuentes de fuerza, excepto una. La única que importaba: él mismo. Había aprendido a ser su propia lámpara y los nexos externos se habían cortado en ese instante. Dejen que Java-10 zumbe por él; ya él no necesitaba una figura paterna. Dejen que la ciudad complazca todo sus deseos; ahora controlaba sus propios anhelos, no ellos a él. Rió y su risa produjo eco en la distancia contra alguna torre etérea.

El amanecer se acercaba rápidamente. Se sentó y balanceó sus piernas en giro de tal forma que colgaran sobre el borde del balcón. Y miró hacia la ciudad. Excepto por el insistente zumbido de la unidad de comunicación, la quietud era absoluta. La ciudad se había detenido. Ningún edificio cambiaba de forma, posición o color. No había sonidos extraños, no había alucinaciones. Nada sino esa brisa omnipresente que soplaba suavemente en los espacios entre las torres y ponía a cantar a la ciudad.

No, un momento. Había un sonido. Un débil lamento, justo en el límite audible. Sollozos de almas en tormento. Mientras escuchaba, éste se acercó.

Bael y los otros aparecieron debajo de él. De ellos eran los quejidos que escuchaba. Sus rostros estaban retorcidos de aflicción y dolor intenso y su postura era encorvada; avanzaban como hombres muertos de camino al infierno.

Bael miró hacia arriba y vio a Ryan. “Devuélvenos nuestra ciudad”, le gritó, o intentó hacerlo. Su voz era aguda y quebradiza y a duras penas llegó hasta donde Ryan.

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