Fantasmas, Chicas Y Otros Espectros

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“Es absurdo, Jess”, murmuró Filmore.

“No realmente. Cada vez me gusta más la idea”. Hawkins sonrió levemente. “Sólo piénsalo: La USSF 193, una tienda de alimentos y una casa de citas, todo en uno, en el vecindario”.

Filmore gimoteó. Las chicas, dejándose llevar, vitorearon.

***

“No puedo creerlo”, dijo Jerry Blaine. “Digo, alguien allá abajo debe estar jugándonos una broma”.

“Nadie juega bromas en código ultra secreto”, rebatió el Coronel Briston. “Jess Hawkins fue el que firmó esas órdenes. Y acaban de ver a esas chicas con sus propios ojos. Admito que es loco —”

“¿Loco? Es un demente”, dijo Phil Lewis. Mark, por favor, lee esas órdenes otra vez. Tengo que escuchar ese pequeño agradable mensaje una vez más”.

Rió Briston. “Estimados muchachos”, leyó él, “con cada sección de la USSF 193 se les enviará tres piezas de equipo necesario para el Proyecto Abrazo (completando un total de doce). Su amigable Tío Sam no ha escatimado gastos para traerlo directamente de Europa, así es que manéjenlo con cuidado, ¿já? Será rotado cada seis meses aproximadamente, pero mientras tanto puede ser almacenado en la USSF 193. Compártanlo por igual y diviértanse —es una orden. Cualquier comunicación respecto al equipo debe ser dirigida a mí personalmente en este mismo código. Eso, también, es una orden. Atentamente, Jess Hawkins, Director, Agencia Nacional Espacial”.

“¡Hurra! Exclamó Lewis. “Recuérdenme no quejarme nunca más por pagar impuestos”.

Justo en ese momento, Sydney apareció desde el cuarto de al lado. Se había quitado su traje espacial y estaba vestida con ropa muy ligera. “Caray”, dijo ella, “ustedes chicos sí que mantienen un lugar frío aquií. Nanette, Constance y yeo misma, nos stámos congelando”. Nos preguntábamus si alguno de ustedes muchachos quisiera calentarnus un pocu”.

Haciendo valer su rango, el Coronel Briston se colocó de primero en la fila.

***

Era muy tarde en lo que en la estación se consideraba noche, cerca de un mes después de que llegaran las chicas. Lucette, Babette, Francette, Toilette, Violette, Rosette, Suzette y Myrtle estaban de guardia, mientras que las demás estaban durmiendo lo que pudiesen. Sydney estaba pacíficamente acurrucada en la cama, soñando los sueños de los no tan inocentes, cuando de repente una roca del tamaño del puño de un hombre rasgó la pared cercana a su cama y se estrelló en la pared más distante. Un ruido de siseo llenó la habitación y Sydney empezó a respirar jadeando ya que el aire era succionado a través del hueco abierto por el meteoroide.

En un instante, estaba fuera de su habitación y cerró tras ella, la puerta hermética del compartimiento. Las otras tres chicas se apuraron a salir al pasillo para averiguar qué ocurría.

“¡Caray!”. Dijo Sydney cuando recuperó el aliento. “¡La condenada cosa tiene una filtración!”.

***

“Todo está bien ahora, Sydney”, dijo Jerry Blaine cuando entró. “Ya le puse un parche. Me temo, sin embargo, que cualquier cosa que hayas tenido suelta en tu cuarto haya sido succionada al espacio. Espero que no fuera nada valioso”.

“Nada que recuerde”, le respondió Sydney. “¿Pero estás seguro de que estu no va a pasar otra vez?

“Como te dije antes, fue una casualidad en un millón. No ocurriría de nuevo ni en mil años”.

“Mejor será que no, o bajaré a la Tierra de un tigo”. Iba de regreso a su cuarto.

“Oh, por cierto”, le dijo Blained, ¿estás reservada para esta noche? Bien. Salgo aproximadamente a las seiscientas —puedes venir a esa hora”.

“El trabaju de una mujer nunca tegmina”, suspiró Sydney sabiamente mientras reingresaba a su habitación. La mayoría de sus cosas aún estaban en las gavetas de la peinadora, pero por más que buscó no pudo encontrar el pequeño estuche de píldoras que mantenía junto a la cama. “Bueno”, dijo, “me las he arreglado antes sin ellas. Puedo volver a hacerlo por un tiempo”.

Habían pasado cuatro meses, para ser exacto, cuando decidió que la situación ameritaba que se lo dijera a alguien, así es que se lo dijo al Coronel Briston, quien acababa de regresar desde la Tierra. “¿Por Dios!”. fue todo lo que pudo decir.

“No es tan grave como eso”.

“¿No es tan grave como eso?”. Ciertamente te lo estás tomando con calma. ¿Por qué no le dijiste a nadie sobre esto antes?”.

“Bueno nunca mi había pasado antes”.

Briston tragó grueso.

“Creo qui mejor llamamos a ese Siñor Awkins. Él siempre paguece saber qué hacer”.

***

Sen. McDermott: Usted fue quién descubrió todos estos tejemanejes, ¿no fue sí, General ?

Gen. Bullfat: “Por supuesto que fui yo. Sospeché desde el principio que Hawkins había enviado algunas chicas a allá arriba, pero la Fuerza Espacial nunca actúa sin pruebas contundentes. Así es que refrené mis sospechas, reuniendo la evidencia meticulosamente, esperando el momento apropiado para llevar mis hallazgos al Presidente.

Sen. McDermott: En otras palabras, entonces, ¿su descubrimiento se basó en una investigación larga, cuidadosa?

Gen. Bullfat: Exactamente, Senador. Esa es la manera en que los militares hacemos las cosas.

***

Por cuestiones de azar, tanto Hawkins como Starling estaban fuera almorzando cuando entró el mensaje. Como estaba decía “urgente”, un hombre del cuarto de comunicaciones lo llevó directamente a la oficina de Hawkins. La puerta estaba trancada.

El General Bullfat,. Que estaba justo saliendo de su oficina hacia el pasillo, encontró al mensajero esperando en el corredor a que Hawkins regresara. Con la persuasión típica de Bullfat— doscientas cincuenta libras vestidas con cinco estrellas pueden ser muy persuasivas — convenció al hombre de que una comunicación urgente no podía esperar “los caprichos de un condenado holgazán como Hawkins”.

Bullfat se llevó el mensaje a su oficina y lo abrió. Fácilmente decodificó la pequeña nota de cinco palabras y luego la miró fijamente por cerca de un minuto, con los ojos brotados. “Parks”, apuró a su secretario por el intercomunicador, “comuníqueme con el Presidente. No, pensándolo bien, no se moleste —iré a verlo yo mismo”.

Dejó su oficina justo cuando Hawkins y su ayudante regresaban de almorzar. El general no podía decidir entre reírse triunfalmente en la cara de Hawkins o sermonearlo, así es que todo lo que dijo fue, “Te atrapé, Hawkins. Al fin te atrapé”.

Hawkins y Starling intercambiaron miradas de confusión, de preocupación. Al entrar en la oficina del general, Hawkins encontró el mensaje sobre el escritorio, lo leyó en silencio para sí mismo y se sentó de golpe. Sus ojos miraban perdidos hacia la pared frente a él y el mensaje cayó libremente de su mano sin fuerzas. Starling lo levantó y lo leyó en voz alta con incredulidad.

“Sydney embarazada. Ahora qué? Briston”.

***

Sen. McDermott: Damas y caballeros. Desde ayer, he tenido la oportunidad de comunicarme con el Presidente, y hemos llegado a la conclusión que las investigaciones ulteriores en este sentido parecen estériles. Por tanto, deseo aplazar esta audiencia hasta nuevo aviso y retener la publicación del transcrito oficial, hasta el momento en que se considere apropiado revelarlo al público. Eso es todo.

***

Filmore se las arregló para encontrarse con Hawkins afuera del edificio. “Creo que detecto tu fina mano en esto , Jess. ¿Cómo rayos sacaste esa del fuego?”.

“Bueno”, explicó Hawkins, “como el público aún no ha escuchado sobre este asunto, simplemente le hice ver al Presidente que mientras no pueda deshacerse de nosotros, bien puede acostumbrarse a nosotros”.

“¿Por qué no puede deshacerse de ti?”.

“Porque el Director de la Agencia Nacional Espacial es designado por un período de seis años, de los cuales aún me quedan cuatro. Y además, sólo el Congreso tiene la autoridad de destituirme”.

“¿Y qué hay con las chicas? ¿No puede despedirlas a ellas?

¡Cielos , no! Como empleadas civiles de la Agencia, caen dentro del estatus de “servicio esperado” —sólo pueden ser despedidas por incompetencia en el desempeño de sus labores específicas. “Y nadie”, sonrió Hawkins, “podría nunca acusarlas de eso”.

Agradable lugar para visitar

Éste apareció por primera vez en Vertex, octubre 1973.

Mirando atrás, parece que tengo alguna fascinación con viejas ciudades desiertas que pueden cumplir tus sueños—pero a un precio muy alto. Hay una de estas ciudades en BÚSQUEDA DEL TESORO y una culminación en UN MUNDO LLAMADO SOLICITUD. Pero ésta es la primera que surgió. Me pregunto, qué pensarán los eruditos que estoy tratando de decir.

El límite de la ciudad estaba justamente a medio metro de la punta de las botas de Ryan. Ryan estaba allí parado, sin apuro particular por cruzar la línea. Cincuenta centímetros era todo lo que había entre él y la posible locura. Contempló la ciudad, intentando leer en su inescrutable silueta —intentando y fallando

Finalmente, sacó el comunicador de su bolsillo. La caja fría, metálica, rectangular se sentía curiosamente cómoda en su mano. Este era un símbolo de la Tierra, aquí en medio de lo alienígena de este planeta. De alguna manera, la nave —e incluso la Tierra misma — no estaba tan lejos siempre que lo sostuviera. Ryan no era un hombre excepcionalmente valiente; a pesar de toda la propaganda, los exploradores planetarios tienden a tener sus propias carencias y miedos humanos. El miedo de Ryan era la soledad.

 

Sin embargo, habló en un tono clamado, uniforme. Su voz se dirigía, no a ningún humano en la nave, sino a la computadora modelo JVA que la manejaba. La sociedad humana se había hecho demasiado grande, demasiado diversificada, demasiado compleja para que las mentes humanas pudieran comprender y por tanto se necesitaba de ayuda mecánica. Las computadoras se habían convertido en padre-madre-maestro de la raza humana. Java-10 era el complemento portátil al enorme cerebro que controlaba la Tierra.

“Estoy a punto de entrar en la ciudad”, dijo Ryan.

“Debo enfatizar la importancia de la precaución”, respondió Java-10. “Cinco expediciones previas se perdieron allí. Trata de mantener comunicación frecuente, si no constante. Y recuerda, si fallas, no habrá más intentos. La ciudad tendrá que ser destruida a pesar de su valor potencial”.

“Entiendo”, dijo Ryan lacónicamente. “Cambio y fuera”. Apagó su comunicador y lo devolvió a su bolsillo.

Se paró frente a la frontera y dudó. A la derecha, su nave exploradora ocupaba un puesto junto a cinco otras, preparada y lista por si surgiera la necesidad de despegue inmediato. Tras de sí, percibió el desierto, seco y mortal, con sus dunas de arena cambiando suavemente siempre que alguna brisa azarosa soplaba entre ellas. Delante de él esperaba la ciudad, definida en sus contornos, su belleza y su total condición alienígena. Las resplandecientes paredes emergían en ángulos disparatados, aparentemente producto del delirio de un arquitecto ebrio. Estructuras frágiles casi mágicas brotaban lateralmente unas de otras, a veces a cientos de metros del suelo. Otros edificios, incluso más impresionantes, parecían estar simplemente suspendidos en el aire, sin soporte visible. Ocasionalmente, un viento tocaba la ciudad y ponía a toda la obra a vibrar como un cristal cantante, así es que la ciudad parecía entonar una canción de sirena.

Los hombres habían entrado en esta ciudad, la única en un planeta por lo demás desolado, cinco veces anteriores. Ninguno de esos hombres había regresado jamás. Los detectores no habían mostrado ninguna forma de vida antes de que llegaran los hombres. Dieciséis formas de vida se registraban ahora —los dieciséis hombres que se habían desvanecido ahí dentro. Y ahora era el turno de Ryan de ser el diecisiete.

Nadie tenía idea de quién construyó la ciudad, ni cuando, ni por qué. Todo lo que se sabía es que se había tragado a dieciséis hombres, vivos pero aparentemente impotentes de escapar a pesar de los mejores armamentos que la Tierra podría proporcionar. La ciudad generó un campo de energía desconocida que se irradiaba, desde el centro de la ciudad, hacia afuera con forma esférica hasta una cierta distancia y no más allá. Algunos de los hombres que habían entrado al campo habían mantenido comunicación por radio con sus naves por algún tiempo; pero la información recibida había sido casi inútil, porque los hombres se habían deslizado hacia estados más y más profundos que sólo podían denominarse delirio, perdiendo eventualmente por completo el contacto con la realidad e interrumpiendo la comunicación.

La curiosidad de la Tierra y la necesidad de la tecnología que esta ciudad representaba, era poderosa. Debido a ello, dieciséis hombres habían ingresado a la ciudad y se habían vuelto locos.

Quizá, habría un número diecisiete.

Espirando ruidosamente, Ryan cruzó la frontera.

***

No pasó nada. Ryan se paró allí expectante, los músculos tensos y la mandíbula apretada, pero no había diferencias entre sus sensaciones actuales y sus sensaciones de hacía un momento. Sacó una vez más su comunicador del bolsillo, apreciando el alivio de tenerlo. “Acabo de cruzar la frontera hacia la ciudad. Hasta ahora, no siento ningún efecto”.

“Bien”, contestó la nave. “Procede hacia el centro de la ciudad. Avanza lentamente y no te arriesgue”.

“Entendido”, dijo Ryan y apagó de nuevo.

Los edificios más cercanos aún estaban a más de cien metros de distancia. Ryan se acercó a ellos con gran prudencia. Todos los sentidos estaban tensos, buscando alguna señal de peligro, aunque fuese débil. Nada se movía y los únicos sonidos eran los susurros del viento. La ciudad no olía a nada en lo absoluto, lo que era más notorio que un hedor. Ryan tenía la vaga impresión de estar entrando en un castillo de cristal, pero ese pensamiento se desvaneció rápidamente.

Llegó al primer edificio y estiró una mano titubeante para tocarlo. Era liso y duro como el vidrio, aun así opaco; no se sintió ni frío ni caliente en sus indagadores dedos, pero sí hizo hormiguear a las yemas de sus dedos. Retiró su mano. En los lugares en que sus dedos lo habían tocado, había marcas pequeñas, oscuras sobre la superficie por lo demás lechosa. Las manchas desaparecieron mientras miraba, hasta que toda la pared era uniforme de nuevo.

No había aberturas ni roturas en ninguna parte de la pared. Ryan camino al lado de la misma, en paralelo sin tocarla otra vez. Buscó una entrada o abertura de algún tipo, por la cual poder entrar al edificio. La pared parecía lisa, dura y continua sin entrada aparente. Aun así, de repente la pared resplandeció y dejó de existir, dejando un espacioso portal que Ryan podía utilizar. Saltó hacia atrás, sorprendido, luego sacó su comunicador y describió los últimos acontecimientos a la nave en órbita sobre él.

“¿Ha pasado algo más que sea potencialmente peligroso?”, fue la respuesta.

“Aún no. Aún no parece haber ningún signo de vida, más que la aparición de esta puerta”,

“Entonces debes asumir el riego de ir y explorar”, dijo fríamente el Java-10.

Claro, pensó Ryan, ¿qué te importa a ti? No es tu pellejo. “Entendido”.

Tenía una linterna consigo, pero un vistazo hacia adentro le mostró que no tendría que usarla. El interior del edificio estaba iluminado claramente, la luminosidad parecía difundir de las paredes. Al entrar, Ryan miró sorprendido a su alrededor.

El edificio estaba completamente libre de muebles. El único detalle dentro del mismo era una amplia escalera de caracol que ascendía junto con las paredes cilíndricas, y ascendía, y ascendía, y ascendía. El explorador inclinó su cuello hacia atrás para seguir el curso de la escalera, pero parecía continuar hasta el infinito. Cada veinticinco escalones, había un amplio descanso con una pequeña ventana en la pared para asomarse hacia la ciudad. Una barandilla de plástico transparente corría a lo largo del borde interior de la escalera.

Ryan avanzó lentamente, aún alerta por cualquier cosa que pudiera pasar. El eco que producían sus botas a medida que raspaban el duro piso de piedra, era casi ensordecedor en comparación con el silencio total que arropaba al resto de la ciudad. Llegó al inicio de la escalera y colocó su mano sobre la barandilla. El plástico se sintió fresco y extrañamente reconfortante, como si se hubiera encontrado con un viejo amigo entre esta extrañeza. Comenzó a subir la escalera con precaución, un pie delante del otro, con su mano firme en la baranda. Sus ojos exploraban de lado a lado, buscando cualquier peligro concebible. Pero no apareció ninguno. Entonces la impaciencia lo atenazo y comenzó a subir por la escalera corriendo.

Finalmente, se detuvo para recuperar el aliento, en el cuarto descanso. Estaba ahora a quizá a dieciséis metros del nivel del suelo. La entrada aún estaba allí, esperando pacientemente por su retorno, pero se veía mucho más pequeña desde esa altura. Caminó hasta la ventana, se asomó hacia afuera y miró

Nueva York a medio día, aceras llenas de hombres de negocios en su camino a almorzar, compradores en el tránsito entre tiendas con paquetes en sus brazos

Parpadeó y volvió a mirar. Sólo estaba la ciudad alienígena, reposando de cuclillas y silenciosa, esperando, siempre esperando. Silencio. Ningún movimiento, ningún sonido, ninguna sombra.

Con manos inquietas, Ryan prácticamente arrancó el comunicador de su bolsillo. Dejó que sus dedos temblorosos acariciaran su forma rectangular por un momento, luego realizó otra llamada a la nave. “Este es Ryan llamando a Java-10. Acabo de experimentar una alucinación”. Continuó describiendo brevemente lo que había aparecido ante él por sólo un segundo al mirar por la ventana.

“Interesante”, analizó la computadora. “Esto se correlaciona con los informes de otras alucinaciones observadas por tus predecesores. Lo que sea que les haya ocurrido a ellos, está comenzando a ocurrirte a ti. Debes tener doble precaución de ahora en adelante”.

Ryan se sentó en un escalón para recuperar la compostura. Deseó que le hubieran permitido a su compañero, Bill Tremain, acompañarlo en su misión. Bill y él habían sido un equipo siempre desde la escuela de entrenamiento. Juntos, habían explorado más de treinta mundos, enfrentando lo desconocido uno junto al otro. Sabía que no estaría sintiéndose tan solo ahora, si Bill estuviese aquí con él. Pero la computadora no quería arriesgar más personal que el absolutamente necesario. Además, todas las exploraciones anteriores habían sido realizadas por equipos de dos o más personas y todos habían fallado; quizá un único hombre tendría mejor oportunidad.

Ryan captó un movimiento con el rabillo del ojo. Giró rápidamente para ver lo que parecía una figura humana que corría hacia debajo de la escalera donde estaba y que desaparecía. Una figura con cara rojiza. La figura de Bill Tremain. Y eso era evidentemente ridículo, porque Bill Tremain estaba a bordo de la nave.

Sin embargo, Ryan bajó de nuevo la escalera, lentamente, para investigar. Por supuesto, no había nadie ahí; la pared debajo de la escalera era lisa y dura, sin ningún lugar para esconder persona alguna que hubiese corrido hasta ella. No, el edificio está desierto excepto por mí. El silencio lo atestiguaba.

“¿Buscas algo, Jeff?”. Se oyó una voz desde arriba.

***

El hombre parado en el tercer descanso no era el compañero de Ryan. En su lugar, era Richard Bael, un antiguo conocido de los días de la Academia. “Oh, no te preocupes”, sonrió Bael. “Soy bastante real”.

Eso tenía sentido. Bael había sido uno de los primeros dieciséis en entrar a la ciudad. “¿Cómo llegaste ahí?”. Balbuceo Ryan.

“Oh”, se encogió de hombros Bel, “hay maneras”. Comenzó a bajar suavemente por la escalera. “Aprenderás luego de una semana o dos”.

“No tengo planeado quedarme tanto tiempo”, respondió Ryan a la defensiva. Trató de buscar lentamente el comunicador en su bolsillo, pero Bael detectó su movimiento.

“Oh, ¿vas a llamar a tu nave? ¿Puedo decirles unas palabras?”.

“Les encantaría saber de ti”, dijo Ryan. “¿Qué le pasó a tu unidad de comunicación?”.

“Debo haberlo puesto en algún lugar y luego lo olvidé”, dijo Bael agitando su mano. “No pensé realmente que fuera tan importante”. Llegó hasta al lado de Ryan y le extendió la mano. Ryan le dio el comunicador.

“Hola allá arriba, este es Richard Bael llamando. ¿Pueden oírme?”.

“Sí”, respondió la voz sin emociones de Java-10.

“Tengo un informe atrasado que hacer en relación con mi exploración de esta ciudad. Imagino que están grabando todo, listos para captar cada palabra del mismo”.

“Correcto”.

“Bien, entonces aquí va: Váyanse al diablo”. Apagó el equipo y se lo devolvió a Ryan. “Siempre quise hacer eso, pero nunca antes tuve las agallas”, sonrió de buen humor.

Ryan le arrebató el comunicador de las manos, ligeramente horrorizado por la acción de Bael. “Este es Ryan llamando a Java-10. Me escuchan?”.

“Afirmativo. ¿Bael está realmente ahí contigo?”. Esta pregunta era llana más que incrédula.

“Parece estar”.

“Realmente soy Peter Pan”, comentó Bael juguetón.

“¡Cállate!”, gritó Ryan.

“No hay necesidad de ser tan delicado, Jeff. Sólo trataba de ayudar”.

“Pregúntale porque no deja la ciudad”, insistió Java-10.

“Oh, no contestes, Jeff. Estoy cansado de jugar los juegos endiosados de esa computadora”. Comenzó a moverse hacia la entrada. “Guarda ese estúpido equipo. El día está muy agradable para desperdiciarlo hablándole a una caja”.

Ryan dudó.

“Mira, viniste a explorar la ciudad, ¿no es así?”. Continuó Bael. “Bueno, yo estoy listo para darte un tour guiado. ¿Qué esperas —una invitación impresa? Okey, ten una”.

Sacó una pequeña tarjeta de su bolsillo y la lanzó a los pies de Ryan. Ryan se agachó y la recogió. Impreso en ella , en letras doradas, estaban las palabras: EL SR. RICHARD BAEL GENTILMENTE SOLICITA LA PRESENCIA DEL SR. JEFFREY RYAN PARA UN TOUR GUIADO PERSONAL POR LA CIUDAD.

 

¿Es suficiente para ti?”. Preguntó Bael informal.

Ryan guardó la tarjeta cuidadosamente en su estuche de muestras para posterior análisis. “Está bien Bael, hagámoslo a tu manera”. Guardó de nuevo el comunicador en su bolsillo. “Guíame”.

Con floritura, Bael salió por la puerta, con Ryan dos pasos atrás de él. Luego de que Ryan la atravesó, la apertura se desvaneció y la pared era sólida una vez más. Se negó a preocuparse por un detalle menor como ese. No dudaba que la ciudad tendría pronto mayores sorpresas reservadas para él.

Y tenía mucha razón.

***

Los dos hombres caminaron por la ciudad, Bael a un paso relajado y Ryan irritado, con impaciencia de tener que ir al exasperante lento paso del otro. No había verdaderas carreteras que seguir, ya que la ciudad no parecía haber sido establecida con ningún patrón discernible y no había tramos largos de espacio abierto, suficientemente anchos para ningún tipo de vehículo. Edificios de todas las formas, tamaños y colores surgían por todas partes; un cilindro aquí, un cono allá, una semiesfera más allá...había incluso un par que cambiaban de forma mientras Ryan los miraba.

“¿Quién construyó la ciudad?”, preguntó a Bael. “¿Por qué lo hicieron?”. “¿A dónde fueron?”.

“Es un lugar agradable, ¿no es así?”. Bael ignoró las preguntas e hizo gestos mostrando la ciudad a su alrededor.

“Eso no es una respuesta”.

“Claro que no. No tengo una. Las preguntas no son importantes aquí, por tanto las respuestas son irrelevantes".

“Por supuesto que no lo son. Debo saber —”

“Corrección: Java-10 tiene que saberlo. No tienes que hacer nada sino disfrutar”. Cloqueó Bael compasivamente. “Pobre tonto bastardo, te han lavado tanto el cerebro que ni siquiera reconoces la libertad cuando te besa en la cara. “Sentémonos y hablemos por un momento”.

Dos sillones confortables aparecieron detrás de ellos. Bael tomó uno y le hizo señas a Ryan para que tomara el otro. El explorador lo probó tímidamente antes de apoyar todo su peso en él. “¿De qué quieres hablar?”, preguntó después de que se había acomodado.

“Comencemos con el porqué estás aquí”.

“La misma razón que tú: para averiguar sobre la ciudad”.

“¿Por qué?”.

“La tecnología mayormente. Quien quiera que haya construido un lugar como este, debe estar tan adelantado respecto a nosotros que podemos aprender algo con sólo examinar sus artefactos. Tenemos que enterarnos —”

¿Tenemos?”. Interrumpió Bael. “¿Realmente te incluyes a ti mismo en eso?

La interrupción le hizo perder a Ryan el hilo de pensamiento y sólo pudo pestañear sin comprender.

“Sé honesto. ¿Estuviste tú, personalmente, alguna vez tan curioso sobre lo que hay en esta ciudad como para arriesgar perder tu sanidad mental al bajar aquí?”. Los ojos de Bael estaban radiantes de vida mientras apoyaba con entusiasmo su punto de vista. “Te ofreciste de voluntario para esta misión o lo ordenó Java-10? Ah, se dio cuenta como se puso inquieto. ¿Esta no fue tu idea, o sí?

“Eso no tiene nada que ver —”

“Tiene todo que ver. Jeff, tú eres una marioneta, un esclavo de esa nave de allá arriba. Has bien tu trabajo, efectúa bien la misión y recibirás una palmada en la espalda, una recomendación, quizá hasta una medalla. “¿Eso es todo el valor que tu vida tiene para ti?”.

“Tengo una responsabilidad con el Cuerpo, con la Tierra”.

“¿Que se vayan al diablo! ¿Y qué hay de tu responsabilidad con el viejo buen número uno? ¿Qué tal aprender a cómo divertirte?”.

“La Tierra me necesita —”

“Seguro, tanto como el Presidente Ferguson necesita otro orificio en su trasero”. Bael miró a su alrededor. “Oye, amigos, venga a unirse a la fiesta”.

Quince hombres más se pasearon por el espacio abierto en el que Ryan y Bael estaban sentados. Vinieron de todas direcciones y su andar era tan relajado como había sido el de Bael. Eran el resto de exploradores que habían venido a la ciudad en las expediciones previas. Ryan conocía a la mayoría de ellos, si no personalmente, al menos por su reputación. Antes de venir a la ciudad, habían sido hombres rudos, experimentados. Ahora parecían amables, relajados y bien satisfechos. Todos ellos saludaron a Bael y sonrieron cálidamente a Ryan.

“Sin duda”, dijo Bael, “quieres sacar tu comunicador e informar a Java-10 la buena noticia de que todos estamos vivos y bien, y reunidos todos en un mismo lugar”.

De hecho, eso era exactamente lo que Ryan quería hacer. A pesar de la expresión amistosa en las caras de los hombres, sentía una aguda incomodidad de estar rodeado por dieciséis desertores. Ahora mismo, quería más que nada, sostener esa fría caja metálica en sus manos, que le diera la cálida seguridad de que había alguien allá arriba que se interesaba por su bienestar. Pero esta conversación parecía estarse convirtiendo en un duelo entre Bael y él mismo y se rehusaba a darle a su adversario la satisfacción de estar en lo correcto. Entonces dijo en su lugar, “Puedo informar más tarde”.

“¡Buen chico!”. Sonrió Bael. “Ya estás aprendiendo. En un par de días, serás tan libre como cualquiera de nosotros.

Ryan tenía el incómodo sentimiento de haber caído en la trampa del otro. “Pero no tengo un par de días”, respondió rencoroso. “Si no me voy de aquí para mañana a medio día, seré considerado perdido, al igual que ustedes. Y si lo soy, Java-10 bombardeará esta ciudad hasta partículas subatómicas”.

Los otros hombres dejaron de sonreír. Todos menos Bael, cuyo buen humor parecía inquebrantable. “No creo”, dijo tranquilamente, “que la ciudad vaya a permitir que eso suceda”.

Era el turno de Ryan de quedarse en silencio por un momento. “Hablas como que si fuera un ser vivo”.

“No tengo ni la mínima idea si lo es o no. Pero después de que has estado aquí por algún tiempo, comienzas a preguntártelo. Ciertamente sabe lo que está en nuestras mentes. Actúa sobre nuestros pensamientos y moldea nuestros sueños. Nos ama, Jeff y no dejará que nada nos lastime”.

Un escalofrío recorrió la espalda de Ryan. Bael lo decía en serio, como sólo un demente podría hacerlo. Tragó grueso y dijo, “Sin embargo, a mí no me gustaría estar aquí para probar su amor cuando empiecen a caer las bombas”.

“Eres libre de irte cuando quieras”, señaló Bael. “Nadie te detendrá”.

Ryan se dio cuenta con sorpresa que Bael tenía razón. Él estaba seguro de que encontraría una fuerza diabólica acechando en algún lugar de la ciudad, que trataría de retenerlo allí en contra de su voluntad. En cambio, todo lo que había encontrado hasta ahora era una maravillosa tecnología y dieciséis lunáticos amigables. Él no había sucumbido —aún— a la demencia de los otros y no sentía ninguna compulsión extraña de evitar esta partida. Era libre de irse en cualquier momento.

“Por supuesto”, dijo Tashiro Surakami, uno de los otros exploradores a quien Ryan conocía vagamente, “Java-10, podría no estar del todo contenta contigo si lo hicieras”.

Esa era la trampa. Si se iba ahora, no tendría nada significativo que informar. Lo enviaron para descubrir por qué estos hombres no habían regresado a sus naves. Hasta ahora, excepto por algunas generalizaciones hedonistas pronunciadas por Bael, aún no tenía una pista de la razón. Si dejaba la ciudad ahora y regresaba a la nave, podría muy bien nunca regresar.

“Aún tengo que hacer mi trabajo”, insistió Ryan obstinadamente. “No voy a rendirme a la mitad. Tengo que descubrir por qué...” Y se detuvo.

“¿Por qué enloquecimos?”. Terminó Bael por él. “Desde nuestro lado de la cancha, es por qué nos sanamos. La respuesta está a tu alrededor, si sólo te detienes a buscarla. Los otros chicos y yo probablemente te estamos distrayendo. Quizá ayudará si te quedas solo un rato. Amigos, dejemos a Jeff aquí por un momento. Recuerda Jeff, si quieres hablar con alguien, sólo grita. Alguien te escuchará.