Pensamiento crítico y modernidad en América Latina

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La modestia irónica del ensayismo modernista tiene otro momento de cénit al final del movimiento, con Alfonso Reyes, cuando en Notas sobre la inteligencia americana plantea que la inteligencia americana tiene como consigna “la improvisación”.136 La improvisación da cuenta de la conciencia de lo no acabado, de asumir la mediación conceptual de la particularidad americana como un proyecto con sentido utópico que pasa por el esfuerzo del pensamiento particular de sus intelectuales. El gesto de humildad es tanto su propia concepción de la labor ensayística que representa como la reflexión posible sobre América Latina que sugiere. En El presagio de América, Reyes hace explícita esta conciencia de improvisación, propia de la forma del ensayo de que se sabe portador, al advertirle al lector sobre la ambición de su trabajo: “Las páginas que aquí recojo adolecen seguramente de algunas deficiencias de información, a la luz de investigaciones posteriores, y ni siquiera aprovechan todos los datos disponibles en el día que fueron escritas. Pero ni tenía objeto entretenerse en la reiteración de datos que transforman en investigación erudita lo que sólo pretende ser una sugestión sobre el sentido de los hechos, ni tenía objeto absorber las nuevas noticias si, como creo, la tesis principal se mantiene. Además, el que pretende decir siempre la última palabra, cuando la conversación no tiene fin, corre el riesgo de quedarse callado”.137

La imagen de América que se plasma en su escritura se corresponde con esta intención. La capacidad de síntesis cultural a que se refiere el mexicano138 como propia y única de América Latina, por su “escenario”139 y su “coro”140 particulares, es “un nuevo punto de partida”141 y no uno de llegada donde todo está ya definido; todo queda abierto y la promesa se plasma en el ensayo, ámbito por excelencia de lo inconcluso. El juicio de Reyes es que América Latina parece “singularmente dotada” para realizar esta síntesis, encontrando un punto de vista distinto al europeo sobre la realidad. América no es pensada desde esta lectura crítica como si su misión fuera realizar la modernidad europea, sino que el desafío es, a partir de lo incompleto del humanismo de aquellos, propiciarse su propia modernidad. En Reyes se da continuidad al virtuosismo enciclopedista mexicano del que es paradigma el intelectual novohispano Carlos de Sigüenza y Góngora, y, si Justo Sierra hace lo suyo como promotor de la Universidad Nacional de México, el autor de las Notas sobre la inteligencia americana corresponde con la presidencia de La Casa de España y la posterior fundación del Colegio de México. Su figura como hombre de letras con aspiraciones ambiciosas implicará que su afinidad ensayística recogerá diversos ejes y transgredirá sus purezas o cerramientos, evitando las ingenuas aproximaciones deshistorizadas que no logran asimilar la convergencia, en lo americano, de registros radicalmente ajenos. El adensamiento propio de la forma del ensayo es con él ejemplar.

No es fortuita la sintonía entre la concepción de la modernidad particular americana de Reyes con aquella de su connacional José Vasconcelos142 de la raza cósmica, con quien comparte también el liderazgo del proyecto educativo mexicano posterior a la revolución que abre el sigo xx. En ambos parece haber una tensión que se imprime en su escritura, entre una concepción de la América mestiza que se inclina hacia el reconocimiento histórico de la diferencia y la particularidad americana, y otra que pareciera sugerir más bien una necesidad lógica de la historia, que ubica la región como el eslabón esencial hacia una “nueva raza síntesis, la quinta raza futura”.143 Afirmaciones animosas de Reyes, como la de que “somos una raza de síntesis humana. Somos el verdadero saldo histórico”,144 en el ensayo Valor de la literatura hispanoamericana, de 1941, se alinean con el motivo de Vasconcelos, que es tan famoso y, como el trabajo de Reyes, ejemplar del nacionalismo intelectual exaltador del mestizaje de las primeras décadas del siglo xx mexicano: “Tenemos entonces las cuatro etapas y los cuatro troncos: el negro, el indio, el mongol y el blanco. Este último, después de organizarse en Europa, se ha convertido en invasor del mundo, y se ha creído llamado a predominar lo mismo que lo creyeron las razas anteriores, cada una en la época de su poderío. Es claro que el predominio del blanco será también temporal, pero su misión es diferente de la de sus predecesores; su misión es servir de puente”.145

Pese a su esquematismo y dependencia de una linealidad evolucionista, la empresa intelectual de Vasconcelos es humanista: “La quinta raza no excluye, acapara vida”.146 El mestizaje americano como el logro de una cultura “abierta” en sus códigos constitutivos es propio del cosmopolitismo intelectual de esta generación asuntiva, una actualización de la dialéctica entre el patriotismo y el espíritu unificador regional de Martí. David Brading llama la atención sobre la inclinación de Reyes a un México hispano, cuya “memoria étnica”147 era europea, latina y no precortesiana. El imaginario precortesiano que nutre la prosa de Reyes es apenas fragmentario y secundario, cosa que tiene todo que ver con su formación en España y su trabajo amplio en el país ibero, Francia, Argentina y Brasil como diplomático y académico. Pese a esto, es un relevante conocedor y divulgador. En su Visión de Anáhuac, el ensayista construye una imagen gloriosa de la vida indígena, hilando las crónicas de los atónitos conquistadores, que fueron testigos de la cotidianidad en México-Tenochtitlán previo a la caída azteca, con los hallazgos científicos e historiográficos posteriores. Al tiempo que propone esta imagen idílica del pasado indígena, le advierte al lector: “no soy de los que sueñan en perpetuaciones absurdas de la tradición indígena, y ni siquiera fío demasiado en perpetuaciones de la española”.148 El mexicano esquiva la relación “de sangres” con la “raza de ayer”, prefiriendo el vínculo emocional creado por “la comunidad del esfuerzo por domeñar nuestra naturaleza brava y fragosa; esfuerzo que es la base bruta de la historia”.149

El motivo de América como utopía es uno muy notorio en el pensamiento de Alfonso Reyes, uno con el que su celebración de la síntesis americana puede ser desarrollado. El mexicano juega –a partir de la forma del ensayo− con la historiografía y los ánimos renacentistas alrededor del descubrimiento europeo del continente para cargar la región de un “destino” o responsabilidad particular: la continuidad del proyecto ilustrado, la transferencia del impulso moderno hacia América y el acogimiento de dicha responsabilidad. En “El presagio de América”, Reyes150 hace que la modernidad cambie de centro y se desplace hacia el eje americano: “El misticismo geográfico, las aventuras de los Colones desconocidos o involuntarios, los nuevos ensanches de la tierra, el humanismo militante, el imperativo económico, todo ello desemboca en el Nuevo Mundo”.151 América fue posible por una “fantasía eficaz”,152 su prefiguración la determinó en sus dinámicas y posibilidades realizadoras de lo humano; América se hizo a imagen de lo que se esperaba de ella: “Ya tenemos descubierta a América. ¿Qué haremos con América? Comienza la inserción del espíritu: a la cruzada medieval sucede la Cruzada de América. A partir de este instante, el destino de América –cualesquiera sean las contingencias y los errores de la historia− comienza a definirse a los ojos de la humanidad como posible campo donde realizar una justicia más igual, una libertad mejor entendida, una felicidad más completa y mejor repartida entre los hombres, una soñada república, una Utopía”.153

Se trata de un motivo que tiene amplia continuidad. América fue un “presentimiento a la vez científico y poético”154 a partir del cual Europa se desembarazó del cierre de su universo de sentido y pudo concebir la modernidad, ya no como hecho propio del Viejo Continente, sino sobre todo en relación y gracias al Nuevo. En la interpretación del historiador Edmundo O´Gorman del proceso de “descubrimiento” y colonización como uno de invención de América, una de las más importantes de las ciencias sociales de la región hasta la actualidad, resuena el motivo de Reyes: “Hagamos un alto, entonces, para insistir que al inventar a América y más concretamente, al concebir la existencia de una ‘cuarta parte’ del mundo, fue como el hombre de la Cultura de Occidente desechó las cadenas milenarias que él mismo se había forjado”.155 Escrutando en la cabeza de Colón, Reyes identifica una “exacerbación mitológica”156 que hizo posible la valentía para la arriesgada aventura, que tiene más aciertos poéticos que científicos y sirve de catalizador a un concepto moderno apenas embrionario de utopía que, de otra manera, no se hubiera desplegado. América, entonces, no “hereda” la modernidad, sino que la realiza: “En cuanto América asoma la cabeza como la nereida en la égloga marina, la librería registra una producción casi viciosa de narraciones utópicas. Los humanistas resucitan el estilo de la novela política, a la manera de Platón, y empiezan, con los ojos puestos en el Nuevo Mundo, a idear una humanidad más dichosa”.157

Su particularidad hace de América, frente a Europa, “una reserva de humanidad”,158 el “teatro” idóneo para “todos los intentos de la felicidad humana”, expresa Reyes; “ante los desastres del Antiguo Mundo, América cobra el valor de una esperanza”.159 La responsabilidad que esto conlleva el mexicano la abraza y la traduce en labor propiamente formativa de los latinoamericanos. El motivo martiano del “americano nuevo” se revitaliza y expande, en la acogida de Reyes, a la interpretación y divulgación de unas ideas que parecieran querer levantar la autoestima de una sociedad poco sabedora de sí misma. Que América sea cuna de una nueva cultura es para Reyes apenas una posibilidad por la que se debe trabajar, responde “al orden de la duda y la creencia, de la insinuación y de la esperanza”,160 asegura en su conferencia “Posición de América” para el iii Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana en Nueva Orleans, en 1942. Un ejemplo claro de la disposición del letrado mexicano para liderar el proyecto de alfabetización de la sociedad americana será su labor en México, con su Cartilla moral de 1944, una guía laica de corte liberal que ha sido utilizada como cartilla pedagógica en todo el país.161 Habría que decir que toda su obra merecería esa categoría divulgativa, en su sentido más loable.

 

El motivo de la educación de América caracteriza a todo el movimiento. Muchos de los ensayos modernistas que procuran imaginar una modernidad alternativa desde esta particularidad o búsqueda de expresión americana apelan a la juventud de la región como el interlocutor explícito. Hay una “tendencia juvenilista”,162 como ya señalaba con Rama, que hace latente lo programático del proyecto modernista como uno de educación de las nuevas generaciones, de cara a una transformación de la región. Ya lo hace Martí en Nuestra América, al señalar en la juventud americana la posibilidad de creación, de promesa de lo nuevo: “Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación”.163 A lo que apela el cubano es al surgimiento del “hombre real”164 en América, que se empodera de la herencia intelectual europea para crear una propia. José Enrique Rodó y Pedro Henríquez Ureña son tal vez quienes más claramente asumen esta tendencia juvenilista y hacen latente el proyecto formativo que debe acompañar la utopía americana que representan en sus imágenes literarias. José Enrique Rodó, de quien dice Reyes somos deudores de “la noción exacta de la fraternidad americana”,165 dedica su ensayo programático Ariel a la juventud de América, como una invitación a la toma de conciencia de los nuevos tiempos, esto es, los de la consolidación de la región en su autonomía. El uruguayo encuentra en las nuevas generaciones de Latinoamérica el paradigma del joven Ariel, esto es, una madurez intelectual que puede impulsar cambios radicales. Ariel, el personaje de La Tempestad de Shakespeare, es el alumno prodigio de Próspero, aquel que Rodó encuentra como necesario en la personalidad de los jóvenes latinoamericanos: “Ariel, genio del aire, representa, en el simbolismo de la obra de Shakespeare, la parte noble y alada del espíritu; Ariel es el imperio de la razón y el sentimiento sobre los bajos estímulos de la irracionalidad; es el entusiasmo generoso, el móvil alto y desinteresado en la acción, la espiritualidad de la cultura, la vivacidad y la gracia de la inteligencia, el término ideal a que asciende la selección humana, rectificando en el hombre superior los tenaces vestigios de Calibán, símbolo de sensualidad y de torpeza, con el cincel perseverante de la vida”.166

Ariel es paradigma de la Ilustración, como el iluminador, es la limpieza de lo nuevo y, al mismo tiempo, la sabiduría que permite pensar en un maniobrar correcto y a buen puerto. Las metáforas programáticas de la inteligencia americana alrededor del motivo creado por Rodó tendrán una gran influencia en el pensamiento latinoamericano, difícil de subestimar si se examinan los programas liberales de la política regional; Weinberg167 apunta que será el Ariel de Rodó el más destacado del ciclo ensayístico-identitario latinoamericano, por su amplia difusión y acogida, en el doble sentido de su valor artístico-intelectual y político, y Zea que “es de los primeros en enfrentarse al equivocado camino civilizatorio, [al identificar] la deslatinización y la nordomanía como expresiones de tal complejo”.168 En su valoración literaria del ensayo, Gutiérrez Girardot, por su parte, observará que con Ariel “José Enrique Rodó inauguró el siglo xx”.169 Hay un claro trabajo con conceptos y una serie de influencias que atraviesan toda la rica cultura occidental. Respecto al llamado a la juventud americana, Gutiérrez Girardot señala que en el ensayo del uruguayo su valoración es fundamental, como “agente de una transformación radical de la política continental”, donde hace converger ágilmente la tradición letrada con la particularidad cristiana regional. La función doble de la pedagogía americanista que propone debe concatenar la educación del espíritu y la educación continental, una “alta misión ética”170 liderada por el arte.

La promesa del Ariel se contrapone a la actualidad problemática de Calibán. El motivo martiano de la prevención frente a los Estados Unidos tiene en Rodó nuevas metáforas y una aproximación propia. El ensayista uruguayo previene frente a la imitación animosa y poco reflexiva de las costumbres y el ethos utilitarista del vecino anglosajón. Se trata de una contraposición que, como bien señala Weinberg, al oponer el arielismo al calibanismo advierte contra la calibanización de la sociedad en cuanto “pérdida del patrimonio espiritual de las naciones latinoamericanas”,171 que tenía que ver con un contexto de crecientes inmigraciones y “vulgarización” de la cultura; se trata, de nuevo, de los fuertes cambios en la sociedad tradicional que preocupaban a los intelectuales de la época. Ariel, por el contrario, es la figura que encuentra en la particularidad genealógica-cultural del complejo latinoamericano su ruta de desarrollo, una que privilegia el espíritu y no se deja tentar por la eficacia técnica que despliega el ethos protestante norteamericano, uno que privilegia el “predominio del número, la uniformidad, la medianía”.172 Rodó caracteriza esta conducta como un americanismo indeseado en la región: “La concepción utilitaria, como idea del destino humano, y la igualdad en lo mediocre, como norma de la proporción social, componen, íntimamente relacionadas, la fórmula de lo que ha solido llamarse en Europa el espíritu de americanismo”.173 “Se imita a aquel en cuya superioridad o cuyo prestigio se cree”,174 advierte, decantándose por una forma distinta, una “estética de la conducta”175 que evite una deslatinización del devenir regional, raíz mucho más prometedora para el espíritu latinoamericano que el ejemplo utilitario y desespiritualizado del norte.

El motivo de la unidad americana tiene en Rodó un representante tan comprometido como lo fuera años antes Martí. En su breve texto “Sobre América Latina”, publicado en la revista Caras y Caretas de Buenos Aires, el 25 de agosto de 1906, el uruguayo sintetiza la intención modernista que lidera:

La América Latina será grande, fuerte y gloriosa, si, a pesar del cosmopolitismo que es condición necesaria de su crecimiento, logra mantener la continuidad de su historia y la originalidad fundamental de la raza, y si, por encima de las fronteras convencionales que la dividen en naciones, levanta su unidad superior de excelsa y máxima patria, cuyo espíritu haya de fructificar un día en la realidad del sueño del Libertador: la magna confederación que, según él la anhelaba, anudaría sus indestructibles lazos sobre ese Istmo de Panamá que una política internacional de usurpación y de despojo ha arrancado de las despedazadas entrañas del pueblo de Caldas y Arboleda.176

La proyección que Rodó hace de una América Latina realizada tiene todavía, para él, mucho de “tierra prometida” a la que cuesta llegar; atravesar el desierto que es la inmadurez política que acusa el uruguayo, la sistematicidad de la violencia y el mal nombre que eso ha tenido como resultado en Europa se aparece todavía arduo, como expresa con amargura en su artículo “Nuestro desprestigio”, publicado en Diario del Plata, en Montevideo, el 29 de abril de 1912. El “caciquismo endémico”177 que identifica Rodó como tendencia en los países de la región impide un progreso necesario hacia la organización más eficaz. Los constantes problemas, que Rodó juzga como retrocesos que entorpecen el destino luminoso de América, lo obligan a un aire pesimista divergente de su Ariel, pero no por ello menos característico de su constante incitación intelectual: “Todavía pasará, pues, algún tiempo para que la Europa se entere de lo que atesoramos, de las energías que se despliegan en este continente joven surgido como una promesa a las aspiraciones de todos”.178

Pedro Henríquez Ureña,179 por su parte, será también enfático respecto al papel central de la juventud americana para una transgresión de la modernidad dependiente de la región; por ejemplo, en La Utopía de América, ensayo de 1922 dirigido a los estudiantes de la Universidad de La Plata. El concepto de utopía, que sitúa como herencia mediterránea, es acá, en América Latina, “ennoblecido”.180 Si bien se refiere inicialmente a México como ejemplo de “empresa civilizatoria autóctona”,181 retoma el motivo martiano de la unidad americana, planteando su lectura bajo la misma expresión: “Nuestra América”. El hombre universal americano, que funda “nuestra utopía”,182 realiza la Ilustración europea en América Latina. Así, según sus palabras, “dentro de nuestra utopía, el hombre llegará a ser plenamente humano, dejando atrás los estorbos de la absurda organización económica en que estamos prisioneros y el lastre de los prejuicios morales y sociales que ahogan la vida espontánea”.183 Gutiérrez Girardot apunta que esta utopía, de la que habla el ensayista dominicano, “no es solamente una determinación histórica y antropológica del ser humano, no es una utopía general, sino una meta de América”,184 una meta del espíritu, resonando con el motivo rodoniano, apoyado en la formación estética y moral de las sociedades latinoamericanas, donde, como en Martí, Vasconcelos y Reyes, se perfila como realización del hombre universal en América:

Y por eso, así como esperamos que nuestra América se aproxime a la creación del hombre universal, por cuyos labios habla libremente el espíritu, libre de estorbos, libre de prejuicios, esperamos que toda América, y cada región de América, conserve y perfeccione todas sus actividades de carácter original, sobre todo en las artes: las literarias, en que nuestra originalidad se afirma cada día; las plásticas, tanto las mayores como las menores, en que poseemos el doble tesoro, variable según las regiones, de la tradición española y de la tradición indígena, fundidas ya en corrientes nuevas; y las musicales, en que nuestra insuperable creación popular aguarda a los hombres de genio que sepan extraer de ella todo un sistema nuevo que será maravilla del futuro.185

En su ensayo “El descontento y la promesa”, que presentó como conferencia en Amigos del Arte en Buenos Aires el 28 de agosto de 1926, su preocupación por la identidad latinoamericana queda muy bien representada, como momento temprano pero ya de consolidación de su búsqueda por “nuestra expresión original y genuina”.186 No se trata de una identidad lograda, de una expresión americana ya devenida, sino de un proyecto que debemos asumir con seriedad, como prioritario. Henríquez Ureña manifiesta ansiedad, las independencias deben dar ya sus frutos en la configuración de una dinámica sociocultural propia y lograda; “¿Cumpliremos la ambiciosa promesa?”.187 La independencia literaria llega con la generación modernista, que “se alza contra la pereza Romántica y se impone severas y delicadas disciplinas. Toma sus ejemplos de Europa, pero piensa en América”.188 Dar continuidad a “nuestra expresión genuina”189 pasa por entender que es de “especie nueva” y no correspondiente a radicalizaciones de formas indígenas o hispanas que conduzcan a su anquilosamiento. En literatura, el dominicano identifica “soluciones” a partir de las cuales se ha procurado la tan anhelada “nuestra expresión”. La manera como en la práctica literaria regional se han descrito la naturaleza, las aproximaciones al indio y al criollo o el “ceñirse siempre al Nuevo Mundo”,190 evitando la era colonial y sus continuidades, son “americanismos” a partir de los cuales se cree presentar lo autóctono. Hay que seguir trabajando, no podemos establecer fórmulas que redundarían únicamente en retórica vacía.

El dominicano fue consecuente a lo largo de su vida. El ensayismo de Henríquez Ureña estará perfilado hacia un autoconocimiento a partir de la historia literaria americana. En su canónico estudio Las corrientes literarias en la América hispánica, de 1945 (originalmente en inglés, traducido al español en 1949), la “función ideologizante”191 tiene un valor agregado en la sistematización y caracterización de todo el proceso literario regional, no bajo la pretensión de una historia completa de la literatura hispanoamericana, sino de seguimiento a las corrientes relacionadas con la búsqueda de “nuestra expresión”.192 A propósito de esta empresa, Gutiérrez Girardot evalúa su logro como uno de equiparación de la latinoamericana a las literaturas e historiografías literarias consagradas, un gesto “justificadamente reivindicativo”: “Ellos [los ensayos de Henríquez Ureña] ponen de presente una ilustrada evidencia: que la capacidad creadora no es patrimonio exclusivo de las naciones fuertes, a las que, directa o indirectamente, hace el justificado reproche de confundir la fuerza con la cultura”.193 Henríquez Ureña residió y dictó clases, entre otros lugares, en los Estados Unidos, México y Argentina, desarrollando su pensamiento político hacia un “socialismo reformista”,194 antiimperialista y entusiasta de los nacionalismos emergentes, así como una moralidad secular animosa de los procesos que, como la Revolución mexicana, auguraban cambios en la región. Hombre de letras, hombre de mundo, tuvo siempre presente que “todo aislamiento es ilusorio”,195 y que su trabajo era apenas un paso hacia la redención espiritual de América Latina.

 

Las aproximaciones ensayísticas de Martí, Rodó, Reyes y Henríquez Ureña, tal vez las más representativas y logradas del ensayismo del modernismo hispanoamericano para la reflexión sobre la condición propia, tienden hacia una consideración todavía optimista del devenir histórico latinoamericano. Este ímpetu corresponde tal vez al comienzo del siglo xx, y a que no estaba muy claro de qué manera sería la relación con los centros de poder noroccidentales. También deja entrever el papel social y político que ya de manera explícita se le comienza a adjudicar al ensayo. Como bien señala Weinberg para referirse al modernismo, “el campo literario logra alcanzar perfiles definidos y acordes con el proceso de modernización de las diversas esferas de la vida social”.196 Desde Martí hasta Reyes, es claro que el ensayo modernista parte de la consideración de “la tarea moral y política del intelectual”,197 una tarea eminentemente crítica, no exenta de polémica –Rama198 nos recuerda la tensión inherente a su situación, como figuras políticas que se debatieron entre una aproximación dialéctica con la sociedad latinoamericana o una revitalización de los privilegios de clase de la ciudad letrada colonial–. Si en Martí hay un llamado a la mayoría de edad intelectual, en Reyes, al cierre de la tradición modernista, hay una conciencia del valor histórico del ensayo latinoamericano tras décadas de trabajo: “reconocemos el derecho a la ciudadanía universal que ya hemos conquistado. Hemos alcanzado la mayoría de edad. Muy pronto os habituaréis a contar con nosotros”,199 plantea el mexicano. Este paso dado desde la intelectualidad regional no es menor y tuvo una formulación, desarrollo y desenlace preocupado por las realidades nacionales, locales, y de la región como un todo, como “Nuestra América”.

Como el ensayo es “la forma crítica par excellence, [...] crítica de la ideología”,200 desafía las totalizaciones que definen y empobrecen la experiencia misma; es en ese sentido que es considerado por el orden epistemológico hegemónico como herejía,201 en contraposición a la ciencia positivista como dogma universalizado. Este rasgo lo presenta Gutiérrez Girardot202 como central al movimiento, al señalar en el ensayo modernista hispanoamericano una postura que no se polariza en uno de los dos ejes ideológicos con los que se piensa tradicionalmente la autenticidad regional. La modernidad latinoamericana ha sido interpretada desde los indigenismos latinoamericanos y los nacionalismos hispanos203 como externa a la modernidad europea y su eje creador, la clase burguesa. Este despropósito empobreció durante mucho tiempo, como lo acusa Gutiérrez Girardot, la comprensión del modernismo hispanoamericano como fenómeno artístico, expresión de comienzos del siglo xx en la región, y por lo tanto en la comprensión de las transformaciones sociales correspondientes que estaban enmarcadas en un proceso histórico más universal, que Eric Hobsbawm señaló agudamente al hablar de “el mundo como unidad”.204

El de los modernistas es un problema ligado a la legitimidad del uso de la palabra, del uso del concepto, a la legitimidad que se tiene para pensar las condiciones propias y a pensar incluso si puede haber una experiencia propiamente americana. Se trata, además, de la consolidación de una red intelectual regional que, como bloque, se quiere concebir en la geopolítica mundializada del capital. Hay una discusión, central, contra el hispanismo conservador, que es una vuelta a los valores españoles, coloniales, y contra el indigenismo que, tratando de contraponerse al hispanismo, se resuelve de manera idéntica: esencializa al indio. Si el modernismo tenía necesidad de romper, de ganar en autoestima como conglomerado todavía no autorreconocido, esa es una labor que hay que valorar como avizora de la posibilidad de una teoría social latinoamericana eminentemente crítica.

Quiero dejar muy claro que no estoy sugiriendo que el ensayo haya respondido a una esencia americana. Como argumenté desde el comienzo del escrito, el ensayo es una forma de la razón que tiene su origen en el proceso mismo de la Ilustración europea, por lo que su utilización en el subcontinente latinoamericano no es algo así como su devenir lógico, sino una decisión consciente de los pensadores que lo adoptaron y encontraron en él una forma de presentar un contexto, sin agotarlo en definiciones siempre parciales y pobres. Lo que resalto del ensayo no es, entonces, que refleje el ser esencial de América, sino, por el contrario, la necesaria rigurosidad en el procedimiento, evitando separar las cosas de sus mediaciones históricas y conservando el carácter contradictorio de la experiencia. Es con el ensayo que se puede pensar en condiciones tan concretas de América Latina y, al mismo tiempo, tan imbricadas en una infinitud de mediaciones históricas que superan el contexto regional, como el mestizaje. Estos textos, afirma Weinberg, “han abierto las vías a un quehacer distintivo: la interpretación y la generación de nuevos parámetros de reflexión”.205 De comienzo a fin, de Martí a Reyes, se insiste en una herencia cosmopolita invaluable y única –a la que Rama se referirá como la faceta internacionalista de los letrados−,206 a partir de la cual se comprende el mestizaje como condición propia y nueva. En Martí,207 apelando al cosmopolitismo inherente de las generaciones que, nacidas en libertad, se podían entender a sí mismas como americanas. En Reyes, el “internacionalismo connatural” latinoamericano que hace posible la inteligencia americana, su particularidad, y, más importante aún, su papel histórico en la realización de la modernidad como proyecto humano: “Nuestra América debe vivir como si se preparase siempre a realizar el sueño que su descubrimiento provocó entre los pensadores de Europa: el sueño de la utopía, de la república feliz, que prestaba singular calor a las páginas de Montaigne, cuando se acercaba a contemplar las sorpresas y las maravillas del nuevo mundo”.208

Es interesante que, al momento de la escritura de su ensayo Sobre la esencia y forma del ensayo, de 1911, Georg Lukács209 se refiriera a este género como uno en estado de juventud, mientras en América Latina permitía, al mismo tiempo, la “mayoría de edad” intelectual de la región a que se refiere Gutiérrez Girardot210 para caracterizar al modernismo hispanoamericano. Si para Lukács el ensayo moderno “se ha hecho demasiado rico e independiente para ponerse incondicionalmente al servicio de algo”,211 en América Latina, claramente, el ensayo se ha puesto al servicio de la búsqueda de nuestra autonomía. A diferencia de su valoración negativa en Europa, el ensayo en América Latina ya ha demostrado su incidencia en la praxis histórica. El papel del modernismo fue precisamente el de abrir la mentalidad hispana al mundo, ponerla a la altura de las letras y filosofía europeas, y, desde ahí, perfilar su especificidad. Gutiérrez Girardot sugiere que, en Latinoamérica, se dieron dos apreciaciones utópicas distintas en el ensayo moderno: las utopías reaccionarias, que “entraron a formar parte de los aparatos ideológicos de los fascismos”,212 y las utopías emancipadoras, que “mantuvieron el impulso dinámico”.213 Es en este segundo grupo donde el colombiano sitúa, de manera sugerente y como conclusión abierta de su ensayo Modernismo, al grupo de Martí, Rodó y Henríquez Ureña, y de donde parto para continuar con esa interpretación; donde el ensayo, producto de la Ilustración europea, adquiere características de “Nuestra América”, de una particularidad tal vez impensada en sus pioneros.