La Güera Rodríguez

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6 Las fuentes secundarias se contradicen sobre las edades de sus hermanas. Me he valido de los documentos en las bases de datos en FS y FN (ver Apéndice 2). Algunas también mencionan a un hermano, José, que debe haber sido uno de los “otros que fallecieron” en la infancia, según el testamento del padre. En 1810 este solamente declara tener tres hijas, e identifica al esposo de Vicenta como José Marín, un empleado de vista en la Real Aduana de Guadalajara, Testamento de Antonio Rodríguez de Velasco (31 de octubre de 1810), AHN, Francisco de la Torre #675, vol. 4557, ff. 448v-450. En 1833 Vicenta se refirió al marido difunto como administrador cesante de la Aduana de Valladolid, AHN, Ignacio Peña #529, vol. 3530 (6 de agosto de 1833), ff. 55-155v.

7 Todas las citas del expediente de divorcio vienen de la selección del caso en Arrom, Mujer mexicana, pp. 63-107.

8 AGN, Instituciones Coloniales/Inquisición (61), vol. 1468, exp. 26 (1800), ff. 297-298.

9 García, Leona Vicario (1910), pp. 35-44; Calderón de la Barca, Life in Mexico, pp. 286-288.

10 Sobre la familia Villar Villamil, ver Muñoz Altea, “La Güera Rodríguez”, pp. 201-203.

11 “Autos que sigue don José Gerónimo López de Peralta Villar y Villamil, apelando al matrimonio que pretende contraer su hijo” (julio de 1794), AGN, Instituciones Coloniales/Indiferente Virreinal, Matrimonios caja 1185, exp. 1, esp. ff. 2v y 3v.

12 AP, Matrimonios Españoles, libro 35, f. 176v, #154. Sobre Rivero, ver Aguirre Salvador, El mérito, p. 431.

13 “Autos sobre alimentos” (1794-98), AGN, Vínculos y Mayorazgos 115, vol. 215, exp. 8, f. 104v.

14 El mayorazgo también consistía en alhajas, una finca productora de harina (el Molino Prieto), la hacienda de la Soledad en el pueblo de Dolores, el agostadero de San Cristobal de Cabezones en Monterrey, el rancho de Santiago en Tenosotlán, y la hacienda de San Nicolás Zasni colindante a Bojay. En octubre de 1794 las rentas de estas propiedades sumaban por lo menos 9.025 pesos (aunque Villamil padre decía que no todas produjeron rentas ese año por no estar arrendadas o estar en litigios y, de hecho, él estaba involucrado en diez pleitos). El padre además poseía bienes libres valorados en 52.060 pesos. Ver “Autos sobre alimentos” (1794-98), AGN, Vínculos y Mayorazgos 115, vol. 215, exp. 8, esp. ff. 8-8v y 11-12v; AGN, Vínculos y Mayorazgos (115), vol. 214, exp. 7; y Romero de Terreros, Condes de Regla, p. 86.

15 Villamil obtuvo el puesto de subdelegado en octubre de 1796. AGN, GD36, Correspondencia de Virreyes, 1a Serie, Marqués de Branciforte (1796), vol. 185, ff. 80-80v. Según el acta de bautismo de Josefa, ya para julio de 1795 era maestrante de Ronda, pero en marzo de 1800, cuando nació Agustín, todavía no lo habían nombrado Caballero de Calatrava. La posición militar de Villamil a veces se identifica como Teniente de Granaderos y Ayudante del Regimento de Infantería de Milicias Provinciales.

16 En 1794 las propiedades del mayorazgo estaban hipotecadas por lo menos por 46.251 pesos (Ladd, Mexican Nobility, p. 85). El litigio contra los residentes del Cerro, Denqui y Múñi sobre la extensión de Bojay ya había empezado para finales de 1800 y segúia en enero de 1803. AGN, Tierras, vol. 2583, exp. 2 y vol. 3584, exp. 2 (1800-1803).

17 Testamento de María Ignacia Rodríguez (16 de agosto de 1850), AHN, Francisco de Madariaga #426, vol. 2873, art. 6.

18 Ver AGN, Bienes Nacionales, leg. 1844, exp. 2 (1808), ff. 2-2v.

19 Una copia de los autos del caso criminal se encuentra dentro del expediente de divorcio: “Cuaderno reservado contra D. Josef Villamil y Primo, 1801”, insertado en “Causa de divorcio del Capitán don José Villamil y su mujer da. María Ignacia Rodríguez”, AGN, Instituciones Coloniales/Ramo Criminal, vol. 582, exp. 1 (1802). Para una selección de estos autos, ver Arrom, Mujer mexicana, pp. 63-107. Para mi análisis del divorcio eclesiástico, ver Arrom, Mujeres de la ciudad, cap. 5.

20 “Súplica del Conde de Regla”, AGN, Indiferente Virreinal/ Matrimonios, caja 159, exp. 47 (1811-12), f. 6v.

21 Parece que el fallo del rey, con fecha de 2 de mayo de 1803, tomó meses en llegar a México. AGN, Instituciones Coloniales/ Gobierno Virreinal/ Reales Cédulas Originales y Duplicadas (100), vol. 188, exp. 94, ff. 101-101v.

22 Los testigos fueron escogidos por el alcalde del crimen de la Real Audiencia, José Arias Villafañe, “quien conoce al matrimonio íntimamente.” El conde de Contramina también testificó, pero como lo hizo en persona y no por escrito, su testimonio no aparece en los autos. La lista completa de testigos en Arrom, Mujer mexicana, pp. 92-93.

23 Es posible que haya habido otros autos posteriores en el caso de divorcio, pero no se conservan en la copia que yo encontré, que fue la copia de la Audiencia. El expediente del provisor eclesiástico parece estar perdido. Algunas instancias del tribunal militar se encuentran en la “Causa formada al Capitán Don José Villamil a pedimento de su mujer Da. María Ignacia Rodríguez de Velasco, por haberla tirado un pistoletazo” (1802-4), AGN, Instituciones Coloniales/Real Audiencia/Criminal (037), contenedor 214, vol. 454, exp. 6, ff. 201-232.

24 “Cuaderno reservado contra D. Josef Villamil y Primo”.

25 Sobre la muerte y testamento de Villamil ver Muñoz Altea, “La Güera Rodríguez”, pp. 204-205.

26 AGN, Vínculos y Mayorazgos (115), vol. 225, exp. 1 (1816), ff. 17-17v.

27 El préstamo de 2.000 pesos databa de 1796. AGN, Bienes Nacionales, leg. 1644, exp. 2 (1808), ff. 4-4v. Ver también los testamentos de la Güera de 1819 (art. 4 y 6) y 1850 (art. 6).

28 Testamento de María Ignacia Rodríguez (1819), art. 10.

29 AGN, Vinculos y Mayorazgos (115), vol. 215, exp. 10 (1818), f. 5v.

30 Según su testamento de 1819, la Güera recibió esta pensión solamente por los dos años que permaneció viuda (art. 10). El rendimiento del mayorazgo es de 1794, “Autos sobre alimentos”, f. 11.

31 Ver Arnold, Bureaucracy, pp. 131-137.

32 Ver Testamento de María Ignacia Rodríguez (1850), arts. 12 y 16; y AHN, Francisco de Madariaga #426, vol. 2855 (2 de noviembre de 1838), ff. 1205-1208v.

33 Sobre la carrera de Briones ver las actas de matrimonio, bautismo, y defunción en las siguientes notas, y AGN, Indiferente Virreinal, Real Audiencia, caja 5436, exp. 22 (1790), f. 4 y caja 2485, exp. 33, ff. 1-5v; Jiménez Gómez, “Creencias y prácticas”, p. 136; y Múñoz Altea, “La Güera Rodríguez”, pp. 205-206. Fue nombrado censor regi en 1802, AGN, Instituciones Coloniales /Indiferente Virreinal, Real Audiencia, caja 2485, exp. 33, ff. 1-5v.

34 AP, Matrimonios, vol. 40, #34, f. 10v (10 de febrero de 1807). El acta de defunción de Briones identifica la casa como el #6, el acta de bautismo de Victoria como el #8.

35 Acta de defunción de Briones, AP, Entierros de Españoles, vol. 36, f. 107v (16 de agosto de 1807); y acta de bautismo de Victoria, FS, “México, D.F., registros parroquiales y diocesanos, 1514-1970,” 61903/:1:QJ8Y-TJGN.

36 Muñoz Altea dice que Briones dictó su testamento en Querétaro el 11 de julio de 1811 ante el escribano José Domingo Vallejo (“La Güera Rodríguez”, pp. 205-206), pero esa fecha debe ser un error tipográfico ya que Briones había muerto en 1807. El testamento posiblemente era de 1801.

37 No he podido localizar el testamento de Briones ni los autos del pleito. Ver el poder que otorgó la Güera a Rivero, AHN, José Ignacio Moctezuma #158, vol. 959 (29 de agosto de 1807), ff. 130-131; y la solicitud de José Briones para que el Bachiller Ignacio Bolaños certificara su gravidez y parto, AGN, Instituciones Coloniales/Indiferente Virreinal/Criminal, caja 5122, exp. 18 (31 de mayo de 1808), ff. 1-2v.

38 Cuando llegaron a un acuerdo el 4 de octubre de 1811, la quinta parte del legado se calculó en 64.000 pesos más réditos sobre esa cantidad desde el 8 de abril de 1808, probablemente la fecha en que ella empezó a manejar los bienes. Ver resúmenes del caso en el testamento de María Ignacia Rodríguez (1819), arts. 5 y 12; y AHN, Francisco de Madariaga #426, vol. 2838 (12 de enero de 1827), ff. 26-31 y vol. 2860 (11 de enero de 1841), ff. 587-592v.

 

39 Bustamante, Suplemento, vol. 3, pp. 268-269.

ii

LA GÜERA A SOLAS, 1808-1820

Después del nacimiento de Victoria el 22 de abril de 1808, la madre viuda tenía seis niños que atender, desde un bebé hasta un adolescente. Administraba considerables propiedades, tanto las suyas como las de sus hijos menores. Vivía en la sofisticada Ciudad de los Palacios, una gran metrópolis de unos 150.000 residentes y con una rica vida cultural. Y tenía una familia extendida y muchos amigos con quienes relacionarse. Todo esto hubiera sido suficiente para entretenerla, pero los años entre 1808 y 1824 que marcan su segunda viudez también coincidieron con la época tumultuosa de la revolución de Independencia. Y estos acontecimientos le cambiarían la vida de manera inesperada. Se tuvo que enfrentar al destierro de la Ciudad de México por su participación en una temprana intriga política, vio disminuir su fortuna, sufrió por la muerte y las graves enfermedades de sus seres queridos, estuvo metida en largos litigios judiciales y —como siempre— mantuvo ocupadas las lenguas maliciosas de la capital.

viuda de nuevo, 1808-1809

Los protocolos notariales ofrecen un retrato de las responsabilidades legales y financieras que conllevaba la viudez. Después de la muerte de Briones en agosto de 1807 la Güera tuvo que pelearse por su herencia. Ya para el 8 de abril de 1808 manejaba estos bienes y se defendía del pleito que le habían puesto los hermanos de su difunto marido. Cuando su hija Victoria vivió bastante tiempo como para anular el testamento de Briones, se resolvió la confusión sobre el legado. Y cuando todos los bienes recayeron en la madre por la muerte de la hija, la Güera se dedicó a buscar la mejor manera de invertir —y de esta forma proteger— lo que había heredado. Así, el 29 de diciembre de 1809, compró la Hacienda de la Patera y el anexo Rancho del Rosario en el distrito de Tacuba, cercanos a la villa de Guadalupe. Pero no tenía los aproximadamente 70.000 pesos que costaba en efectivo: solamente puso 18.000 pesos al contado y completó la compra con hipotecas del Colegio de San Gregorio y del Convento de Santa Clara.1

Ninguna de estas actividades era excepcional. No solo era legal sino normal que una mujer fuera dueña y administradora de valiosas propiedades. Las viudas eran particularmente activas porque gozaban de la personalidad jurídica independiente, lo que quiere decir que no tenían que responder a nadie como le tocaba a la mujer casada y a la hija de familia. La compra de una propiedad cerca de la Ciudad de México era una decisión astuta porque los bienes raíces constituían la inversión más segura de la época (y Tacuba estaba tan cerca, de hecho, que hoy se considera parte de la capital). La Patera tenía la ventaja de estar al lado de la Hacienda de la Escalera, propiedad de su tío José Miguel Rodríguez de Velasco; de este modo los Rodríguez pudi- eron ampliar la zona que controlaban —otra estrategia prudente en una sociedad en que los individuos identificaban sus intereses propios con los de su familia extendida—. También era común que las fincas estuvieran hipotecadas a las instituciones eclesiásticas que servían como los principales bancos en ese periodo. Y los pleitos entre parientes sobre la división de las herencias eran frecuentes, por lo menos entre las clases acomodadas.

Los archivos de la Inquisición también revelan la preocupación de la Güera por otro asunto relacionado con el futuro de su hijo. El 6 de junio de 1809 le dio su poder a su viejo amigo, el canónigo Ramón Cardeña y Gallardo (uno de los hombres que su primer marido acusaba de ser su amante), para que la representara en la corte real de España donde servía de capellán de honor de su majestad para que el rey “se sirva concederle a la otorgante y a su citado hijo don Gerónimo todos los honores, puestos y mercedes que sean de su Soberano agrado, y al segundo las gracias y empleos que tenga a bien dispensarle en sus Dominios y Señoríos”.2 Dicha solicitud demuestra que María Ignacia —quien, a pesar de relacionarse con personas de gran alcurnia, carecía de un titulo de nobleza— quería aumentar el prestigio de su familia, ya que en el mundo virreinal los títulos y privilegios aristocráticos se tomaban muy en serio.

Al mismo tiempo, lidiaba con las graves enfermedades de dos hijas. En el otoño de 1809 la pequeña Victoria, de un año y medio, murió de causas desconocidas. Sólo podemos intuir cuánta tristeza le debe haber causado a la madre perder una niña que ya caminaba y empezaba a hablar, porque los documentos guardan total silencio sobre esta tragedia. Y, como si fuera poco, Guadalupe, de ocho años, alternaba entre periodos de debilidad crónica y ataques agudos en “que clama[ba] a todas horas por verme”.3 De hecho, la enfermedad y la muerte siempre estaban presentes en el siglo xix; la mortalidad infantil era alta en todas las clases sociales; y la responsabilidad de cuidar a los enfermos y moribundos le tocaba principalmente a las mujeres.

De todas formas, la Güera continuaba recibiendo las visitas de sus amigos. Esto lo podemos documentar con dos cartas que se han conservado por haberlas escrito el futuro Libertador, don Agustín de Iturbide, a su compadre y aliado, don Juan Gómez Navarrete. El 31 de marzo de 1809 Iturbide le informó que había visitado a “Mi Señora Doña Ignacia” en casa de sus padres, donde observaba las procesiones de la Semana Santa, y que ella se había excusado de no haberle escrito por estar ocupada con ejercicios religiosos. A la semana, el 7 de abril, informó que “He estado con mi Señora Doña Ignacia, y le toqué aunque con superficialidad el asunto de que alguna vez hablamos Vd. y yo, y me parece que no está conforme con nuestras ideas aunque nada me dijo con claridad y decisión […] Veremos cuando las cosas se formalicen más”.4

Si bien estas referencias no explican qué asunto discutía Iturbide con María Ignacia, apuntan a la larga relación entre los dos. En 1809 Iturbide era un oficial militar que todavía no había alcanzado la fama. También era un viejo amigo de la familia, posiblemente desde que el primer marido de la Güera le vendió algunos bienes al suegro de Iturbide.5 Las dos familias seguían en relaciones de negocios, dos de las cuales saldrían a la luz casualmente en documentos posteriores. El 22 de septiembre de 1817 el primo de Iturbide, el capitán Domingo Malo e Iturbide, arrendó el Molino Prieto, parte del mayorazgo de Gerónimo, por siete años y se comprometió a pagar una renta anual de 4.600 pesos. Su fiador fue nada menos que Agustín de Iturbide.6 En algún momento Malo también se encargó de la Hacienda de la Patera; lo único que se sabe de ese arreglo es que contrató a un administrador, Pablo Cortés, para supervisar las operaciones diarias y que Cortés más tarde se quejó de que Malo no le había pagado su salario anual de 600 pesos.7 Según un testamento que ella dictó en 1819, el capitán Malo también le servía de apoderado y “se halla[ba] bien impuesto de todos mis asuntos y negociaciones”.8

Por lo tanto, es probable que las dos visitas de Iturbide a la Güera en la primavera de 1809 tuvieran que ver con la formalización de algún ne- gocio, porque los lazos de amistad y de familia también abarcaban asuntos económicos y legales. Y como estas reuniones tuvieron lugar en una época de creciente inestabilidad política, es posible que hayan hablado de tales temas. Lo que queda claro es que sus conversaciones iban más allá de las cumplidas cortesías sociales. Además, demuestran que ella tenía excelentes relaciones con personas que iban a jugar papeles protagónicos en la historia mexicana.

conspiradora política, 1809

El torbellino político de las guerras europeas en 1808 pronto se extendió a la Nueva España y llegó a involucrar a María Ignacia Rodríguez. Cuando se supo la noticia de que las tropas de Napoleón habían ocupado la madre patria e instalado a un monarca francés, se desató un debate sobre quién debería gobernar hasta que el rey legítimo, Fernando VII, regresara al trono. El 19 de julio de 1808 el Ayuntamiento de la Ciudad de México —en que servían muchos distinguidos señores criollos, entre ellos el padre de la Güera— propuso formar un gobierno provisional de la Nueva España encabezado por el virrey José de Iturrigaray. Aunque los autores del plan profesaban su lealtad a Fernando VII, algunos lo vieron como una peligrosa declaración de autonomía, ya que el nuevo gobierno en la Ciudad de México consistiría en representantes de los ayuntamientos de toda la Nueva España y no se quiso afiliar a las juntas creadas en España para guardar la soberanía hasta que se retiraran los franceses. La Audiencia de México —compuesta mayoritariamente de peninsulares— se opuso al plan y apoyó un golpe de estado para impedir la creación de la Junta de México. La noche del 15 de septiembre de 1808 la facción “peninsular”, dirigida por el comerciante Gabriel de Yermo, aprehendió y destituyó al virrey y detuvo a varios de los partidarios del proyecto autonomista.

Dicho golpe socavó la legitimidad del régimen colonial y aumentó las tensiones entre los criollos y los peninsulares —y, por lo tanto, entre el Ayuntamiento y la Audiencia—. A pesar de que los siguientes virreyes intentaron aplacar rencores, la caja de Pandora ya se había abierto. Para el otoño de 1809 la situación se complicó con rumores de una posible invasión francesa, de colaboradores franceses en la Nueva España, y de varios complots contra las autoridades virreinales, incluso de un levantamiento militar criollo que se organizaba en la ciudad de Valladolid.

La Güera se encontraba en medio de esta agitación por sus íntimas conexiones con los regidores criollos que incluían no solamente a su padre, sino también a su cuñado (el marqués de Uluapa) y a muchos de sus amigos. Por ejemplo, el licenciado Juan Francisco Azcárate, que la había representado en su pleito matrimonial de 1802, fue uno de los autores de la propuesta de 1808 para establecer un gobierno provisional autónomo y fue encarcelado hasta 1811. El canónigo José Mariano Beristáin y el doctoral Francisco Beye Cisneros, que habían testificado a su favor en ese proceso, también fueron detenidos por haber apoyado el plan criollo.

Y la Güera jugó un papel clave en una intriga a fines de octubre de 1809 para desacreditar al oidor de la Audiencia, don Guillermo de Aguirre y Viana, líder de la facción propeninsular. Los detalles de la conspiración son bastante confusos. Lo que se sabe a ciencia cierta es que ella —y varios otros criollos— acusaron a Aguirre de confabular en contra del entonces virrey (también arzobispo) Francisco Lizana y Beaumont para derrocarlo del mando. Las acusaciones eran tan creíbles que el 31 de octubre Lizana mandó que Aguirre saliera inmediatamente de la Ciudad de México. Pero la expulsión del oidor suscitó tantas protestas que el virrey tuvo que dejarlo regresar a los pocos días. Resultó también, después de una investigación, en el destierro de María Ignacia Rodríguez de la capital, el 9 de marzo de 1810.

En 1811, después de ser capturado, el insurgente Ignacio Allende declaró haber oído decir que existía un grupo de personas cercanas al virrey que incluía a “la astuta y famosa cortesana la Güera Rodríguez” y “que lo seducían por medios diferentes, haciéndole cometer los mayores desaciertos”.9 Décadas más tarde, los cronistas Carlos María de Bustamante y Lucas Alamán refirieron en sus historias que ella había sido la autora de la conspiración en contra de Aguirre. Según Alamán, “Túvose por cierto que todo este incidente fue originado de intriga fraguada por una señora de una familia distinguida, célebre en aquel tiempo por su belleza, a quien el Arzobispo desterró en seguida a Querétaro”. Según Bustamante, “Díjose que en la formación secreta de su proceso, tuvo mucha parte cierta señora mejicana, viuda, que por su hermosura ha obtenido nombradía entre nuestras beldades; costóle caro por entonces; pero desterrada a cincuenta leguas de México; se casó con un hombre rico que la dejó heredera de no pocos bienes”.10

Aparte de ser tan breves, estos relatos contienen algunas inexactitudes que nos recuerdan cómo los hechos se transforman con el tiempo. Para empezar, su destierro no fue “en seguida,” como refiere Alamán, sino cuatro meses más tarde. Tampoco fue desterrada a cincuenta leguas de la capital como refiere Bustamante (fueron cuarenta), y no se casó con Briones a consecuencia de su exilio en Querétaro dado que este ya había muerto más de dos años antes. Además, la declaración de Allende solamente confirma que se circulaban rumores de que ella le había dado malos consejos al virrey.

 

Los largos autos de la averiguación que hizo el inquisidor decano, Bernardo de Prado y Obejero, ofrecen más detalles pero poca claridad sobre el caso.11 Según el testimonio de la Güera misma, el 28 de octubre de 1809 fue a la oficina de don Juan Miguel Riesgo, funcionario de la Secretaría de Cámara del Virreinato, para denunciar un complot para matar al virrey. Esa misma noche, a las 7 pm, el virrey la llamó al Palacio Real para que pormenorizara sus acusaciones. Su testimonio fue sensacional. Declaró que por casualidad, en una visita a la casa del Oidor Aguirre para ver un retrato, había oído voces en la pieza inmediata y “acercándose por curiosidad a la cerradura” de la puerta, oyó “clara y distintamente” que Aguirre hablaba con el Marqués de San Román (superintendente de la Casa de la Moneda) y con don Joaquín Gutiérrez de los Ríos (coronel del Regimiento de Infantería Provincial de Puebla) sobre la necesidad de deponer al virrey “despótico[…]aunque fuera por el recurso de un veneno”. Y juró “por los sentimientos de honor, religión, fidelidad [y] patriotismo” que su declaración era la verdad. La trama se complicó al día siguiente cuando varios señores declararon saber que a dos sujetos, ambos médicos, les habían ofrecido 50.000 pesos para envenenar al virrey, y que a otro le habían ofrecido 2.000 onzas de oro para que hiciera lo mismo.12

Para el 11 de noviembre, Prado había determinado que estas denuncias eran falsas y que toda la intriga fue motivada por “disgustos u odios personales”. El 18 de enero le presentó su informe formal al virrey y el 6 de febrero le recordó que debería castigar a la Güera para poner fin a que “los poderosos” siguieran propagando calumnias que llegaban hasta “el pueblo ínfimo,” perturbando “la quietud pública” y haciendo “odioso el Gobierno”.13 Pero no está claro si las conclusiones de Prado son fiables, ya que el inquisidor había denunciado la propuesta criolla para formar un gobierno provisional en 1808 y era conocido partidario de Aguirre y del bando peninsular.

El 9 de marzo de 1810 el arzobispo virrey Lizana, convencido de la necesidad de calmar las tensiones en la capital mexicana, decretó que se suspendiese el proceso en contra de la Güera:

Y por que de cualquier modo no conviene que en las actuales circunstancias permanezca en esta ciudad Doña María Ignacia Rodríguez de Velasco, hágasele saber, sin manifestarle el motivo, que en el preciso término de veinte y cuatro horas y sin excusa ni pretexto alguno, salga de ella a cuarenta leguas de distancia, avisándome el Pueblo o paraje donde hubiera de residir y manteniéndose allí hasta nueva orden de este Supremo Gobierno.

Con esta orden de destierro se concluyó el caso.14 Por suerte, ella había evitado el castigo severo que le pudiera haber tocado si la hubieran condenado por el delito de sedición.

Como el virrey no explicó las razones por su decisión, esta orden no nos ayuda a entender por qué la Güera denunció a Aguirre. Es posible que la intriga formara parte del temprano movimiento por la autonomía de la Nueva España dentro del imperio español (lo que no significaba apoyo para la separación plena de España, posición que pocos mexicanos respaldaban en esa fecha). Pero también pudiera ser, como dijo Prado, que no se debía a convicciones políticas, sino solamente a resentimientos personales contra el líder de la facción que promovió el golpe contra Iturrigaray. De cualquier manera, ella estaba firmemente aliada con la facción criolla.15 En varios escritos posteriores la Güera no dio ninguna indicación del motivo de sus acciones: al dirigirse al virrey para solicitar permiso para regresar a la Ciudad de México, insistió en que era totalmente inocente, que solamente había intentado protegerlo y que no entendía por qué la habían castigado.16

desterrada de la ciudad de méxico, 1810

Después de recibir la orden del virrey el 9 de marzo de 1810, la Güera se marchó inmediatamente de la Ciudad de México. Al otro día le informó que había llegado a Querétaro y que (según explicó más tarde) no pensaba continuar el viaje a sus distantes haciendas por estar “quebrantada de salud” y por tener “buenos amigos y relaciones” en esa ciudad que le podían ayudar. En efecto, su segundo marido había hecho su carrera allí y la familia de su primera suegra residía en esa ciudad. Es más, el tío de Villamil, don José Luis Primo Villanueva (hermano de su madre) había sucedido a Briones como censor regi en Querétaro después de la muerte de este en 1807.17 La Güera también era dueña de dos casas en Querétaro que había heredado de Briones.

Si su destierro en Querétaro fue breve —apenas de dos meses— no fue leve, como lo han representado varios escritores del siglo xx, y ella no lo aceptó ligeramente. El 17 de marzo, 14 de abril y 28 de abril le dirigió solicitudes melodramáticas al virrey implorando que reconsiderara su decisión. Es posible que estas revelen sus pensamientos íntimos porque las preparó sin la ayuda de un apoderado, aunque parece que intervino algún escribano ya que no están escritas por su mano. Por lo tanto, es imposible saber si las palabras eran suyas. Sin embargo, iluminan la difícil situación que padeció en su exilio. Y demuestran su persistencia y fuerza de voluntad —o su desesperación— puesto que no desistió en sus peticiones hasta que el virrey conviniera, el 5 de mayo de 1810, dejarla regresar a las afueras de la capital, con tal de que no entrara en esta.18

En su primera solicitud, del 17 de marzo, se identificó como “esta viuda desgraciada” que era el único “arrimo” de sus “cinco hijos inocentes, pequeñitos y sin Padre”. Lamentó “el escandaloso golpe que he recibido, sin poder adivinar el por qué” y que la había convertido en “objeto […] calumniada, insultada, y despreciada de todo el mundo” que se creía los rumores de su conducta sediciosa. Su único consuelo era “la certeza que tengo en mi corazón, de que estoy inocente [y] que yo no he cometido ningún delito”.

La Güera estuvo gravemente enferma durante su estancia en Querétaro. Su primera solicitud se refirió a la “extraordinaria complicación de sus males” que le hacían “esperar a la muerte por momentos” —pero no daba más detalles—. Cuando el virrey no accedió a esa petición y le recordó que eran “bien notorias las causas” de su destierro “aunque no se la haya instruido de ellas por formal notificación”, ella intentó de nuevo. A su segunda solicitud, del 14 de abril, añadió un certificado firmado por tres médicos que la habían examinado dos días antes. Describieron un alarmante número de síntomas: sufría (entre otras cosas) de hemoptisis (toz sangrienta), expixtaxis (hemorragias nasales), hemi-crania intermitente (dolores de cabeza), calenturas, una erupción cutánea, dolores del hígado, inedia (pérdida de apetito), náuseas, vómitos, diarrea y fatiga. Los distinguidos “profesores de medicina”recomendaron que se la dejase regresar a la Ciudad de México para recibir “los más eficaces socorros que la urgencia del caso exige para evitar una muerte cierta”. Si bien es posible que los doctores hayan exagerado estos síntomas para persuadir al virrey, es dudoso que las hubieran inventado del todo porque tenían que proteger su buena reputación.

La segunda solicitud de la Güera amplió el retrato de sus dolencias. Su salud se había deteriorado hasta el punto de que “hace un mes que estoy peleando con la muerte”. Entre sus “terribles” aflicciones tenía “un flujo de sangre por la nariz casi continuo, y diarrea tenasísima […] junto con un dolor de hígado y esputo de sangre, que ha terminado en una vasca; con la que no recibe mi estómago ni alimento, ni medicamento”. Su condición se agravaba por “lo muy ardiente de este clima, lo muy malo de las aguas y, sobre todo, la falta de todos recursos en unos males tan complicados y la dificultad de traerlos, por la gran distancia de tantas leguas”. Apelando “al piadoso corazón” del virrey, le pidió que la dejara “irme a curar a mi patria” para conservar la vida “tan necesaria para [la] educación y establecimiento” de “cinco hijos sin Padre, unos en la menor edad, y otros en la infancia, que claman a todas horas por verme”. La respuesta del virrey vino a los cuatro días: que no podía acceder a su petición, pero que sí le autorizaba para “elegir el lugar que acomode a su constitución carnal y trasladarse a él con tal que sea a la distancia prevenida”.

Por fin, la tercera solicitud del 28 de abril tuvo resultado. Esta vez la Güera modificó su petición y solamente rogó que la dejaran mudarse a las inmediaciones de la Ciudad de México “a donde de la casa de mis Padres, puedan socorrerme con todo lo necesario y visitarme los buenos profesores, siquiera semanariamente”. La razón, explicó, es que no podría encontrar otra ciudad a cuarenta leguas de la capital en donde pudieran atenderla “los buenos amigos y parientes […] siendo una Mujer sola, y tan sola como es notorio, sin otra compañía propia que la de dos hijos pequeños” que tenía “que atender, especialmente con la mayor, que ella en una cama y yo en otra continuamente nos estamos muriendo”. (Esta declaración indica que solamente había llevado a dos hijas a Querétaro: Paz de cinco años y la enfermiza Guadalupe de nueve. Dado que Josefa, de catorce años, había estado internada en el colegio de La Enseñanza desde la edad de seis años, es probable que Gerónimo y Antonia, de once y doce, también estuvieran internados en colegios de la Ciudad de México.) A la semana este “Pastor […] amante de sus ovejas” accedió a que se mudara al “paraje que sea más análogo a su salud a excepción de esta Ciudad”. De este modo, el 5 de mayo de 1810, se terminó su destierro en Querétaro.