La vida instantánea

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4 de abril de 2017 · 76 likes

Ahora soy un almorzador solitario. Como Liliana se pasa el santo día en una oficina lejana, yo salgo a comer el menú del día. Es una experiencia agridulce. A mí me gusta porque soy un acérrimo foodie de los menús del día. Y porque almorzar solo todo el rato tiene un punto romántico. Yo soy un periodista freelance, pero cuando me veo a mí mismo sorbiendo la sopa sobre el mantel de cuadros y observando fríamente al personal circundante bien podría ser un agente de inteligencia en misión secreta, un novelista depauperado o un comerciante que recorre el mundo trajinando con materiales extraños. Otras ventajas de comer solo son que uno elige restaurante (cada día pruebo uno) y que, como no tomo postre ni café, tampoco tengo que esperar a que otros lo tomen, cosa que odio, sobre todo cuando me entra el sueño de la sobremesa. Además, al no comer en casa (es muy triste cocinar para uno solo) me ahorro el riesgo de ser atrapado por los largos tentáculos de la cama en una siesta sin fin. Como ven, la vida freelance es un continuo combate contra las propias perezas y contra la propia soledad. Comer menú del día es uno de los pocos vicios que me permito, una de las pocas alegrías que me da la vida. Sin embargo, después de comer así, arroz caldoso con langostinos y almejas, albóndigas guisadas con patatas fritas, sin postre ni café, como hoy, al regresar al coworking unas veces me siento animado y otras desolado. Mi madre me dice que no es sano, pero no sé si se refiere al menú o a la melancolía. Lo que es seguro es que regreso empachado. Pese a todo, me he propuesto un reto: jamás, y cuando digo jamás es jamás, comeré de tupper.

10 de abril de 2017 · 83 likes

A Carme Chacón la mató una cardiopatía congénita que se conocía vulgarmente como «tener el corazón al revés». Es buena muestra de la perversidad del lenguaje, que hace sonar poético algo que anatómica y fisiológicamente es horroroso y te acaba matando. Esta condición del cuerpo bien cabría en un poema o en una novela de Boris Vian, de esas en las que a Chloé le crece un nenúfar en el pulmón. Se asemeja a la dextrocardia, configuración que consiste en tener el corazón en el lado derecho (puede ocurrir con otros órganos) pero que, a diferencia de la afección de la exministra, no supone ningún peligro para el usuario. A pesar de todo, esta mujer llegó a jugar al baloncesto, a ocupar dos ministerios y a ser madre. Agilizó los desahucios, como recuerda la hemeroteca, lideró el Ejército embarazada. Tenía casi tan pocas pulsaciones como Miguel Indurain, pero estaba enferma. Ojalá todos los hipocondríacos cardíacos, los que cada noche escuchamos angustiados retumbar nuestro corazón en la almohada, los que no comprendemos cómo nuestro corazón puede latir todo el rato entre la cuna y la tumba, los sindicalistas orgánicos que estamos en contra de tal explotación muscular, tuviésemos ese ímpetu para subir el Tourmalet nuestro de todos los días.

11 de abril de 2017 · 119 likes

No siendo yo fascista ni nada de eso, siempre me emocionó sobremanera la canción esa del Novio de la Muerte. Mi padre, que en paz descanse, tampoco era nada de eso, pero le tocó la mili en Melilla, en la Legión, donde conoció el alcohol y la grifa.

Una vez encontré una foto en blanco y negro de mi padre vestido con el uniforme legionario de gala, una foto de estudio en la que papá miraba al infinito con arrogancia y altivez, esperando las grandes hazañas que estaban aún por llegar y que al final no fueron tantas ni tan señaladas. Se la dedicaba a mi madre así: «De un caballero legionario a su dama».

La canción del Novio de la Muerte, por alguna razón, tal vez porque está muerto, siempre me recuerda a él, y eso que nunca me la cantó. La historia que cuenta es tremebunda: un legionario que recupera heroicamente la enseña al enemigo y muere feliz en el campo de batalla porque así puede reunirse con su amada en el otro barrio.

Total, que al parecer el otro día unos legionarios fueron con sus barbas y su mentón en alto a cantársela a unos niños que se mueren de cáncer en un hospital. La delicadeza, eso ya lo sabíamos, nunca fue uno de los atributos más valorados en un caballero legionario, pero bueno, quién sabe, quizá a alguno de esos niños enfermos le reconforte saber que a esos valientes hombretones no solo no les da miedo morir, sino que hasta lo desean. Que la muerte no es nada.

A mí me gustaría que me resbalase la muerte como a los legionarios, pero en realidad vivo acojonado con mi propia finitud. Qué tontería: no disfrutar de la vida por tener miedo a que se acabe. Es como amargarse en una fiesta porque va a tener un final. Por lo demás, siempre que aparece la Legión tengo una extraña sensación de bilocación temporal: con sus uniformes chulos, con sus maneras chulescas, con su deriva fascistoide, levantando en el aire un enorme crucifijo, con su simpática cabritilla, es como si vinieran de otra época a través de las puertas del Ministerio del Tiempo.

18 de abril de 2017 · 128 likes

Cuando llegué a Madrid, a principios de siglo, Lavapiés era un barrio en el que la gente no quería vivir, por cutre y por peligroso. Había quien accedía a tomarse una caña en sus terrazas, pero los visitantes eran avisados de que tenían que agarrar bien sus bolsos y objetos personales porque probablemente se los iban a birlar. Aunque estadísticamente el barrio no era más inseguro que los alrededores de Gran Vía, en el imaginario colectivo eran calles relacionadas con la delincuencia, que se asociaba con fuerza a las primeras oleadas de inmigración. Había peleas entre etnias, tirones, atracos a punta de navaja, y los niños del pegamento de la plaza de Cabestreros campaban a sus anchas. Como en todo proceso de gentrificación y turistificación, hacer el barrio seguro era fundamental —las cámaras de videovigilancia y la mayor presencia policial fueron importantes en esto—, y hoy Bambi puede pasearse por la madrugada lavapiesera sin que le toquen un pelo.

Ahí está la clave: propongo a los activistas antigentrificación formar una banda criminal que siembre el caos en el barrio: atracos, peleas en bares, disfraces de payaso en la noche, secuestros, predicadores de los Testigos de Jehová, disturbios de todo tipo. Se trata de recrear la inseguridad ciudadana para que nadie quiera venir aquí, ni cogerse un Airbnb cuqui en una corrala. Que nadie salga entero de un agradable paseo por Argumosa, que nos vayamos, horrorizados, hasta los propios vecinos y se quede el barrio como un Belchite del crimen, asolado por la delincuencia y abandonado. Si no es para nosotros, que no sea para nadie. Que lo conviertan en Museo de la Maldad Penal. Yo me ofrezco a liderar esa banda.

19 de abril de 2017 · 102 likes

Fuimos a comernos una paella al lago de la Casa de Campo, como si fuéramos madrileños de bravura, y volvimos a flipar con lo desconocido que es este extenso bosque tan cercano al Primark de Gran Vía. Allí, entre los restaurantes de la orilla, sucede una feria popular donde se arremolinan la clase obrera, los mediopensionistas y algún miembro de la Trama que ha ido a comerse una buena parrillada en el Urogallo y a fumarse un puro al fresco. Faltan los ponis, y hay quien aprovecha para estrenar biquini, que ya hay ganas melanómicas. Nosotros fuimos al Montaloya, el más barato, que dice Tripadvisor que es «pésimo», pero que no estaba tan mal: la vida es mejor cuando tienes expectativas bajas. Es difícil distinguir al patricio de la plebe porque hoy en día todo el mundo viste de Inditex, iguales como en la China de Mao. Yo preferí hablar con un pato que surcaba la ondulante superficie del lago (en medio del estanque surge un imponente chorrazo muy heteropatriarcal). Era un ánade de cabeza verde botella (Anas platyrhynchos), lo típico.

—Oye, pato, este sitio donde vivís, este lago, este parque, estas barcas, hoy que hace sol, me hacen sentir como si viviese en una de esos cientos de películas escandinavas que ha comprado Radio Televisión Española (RTVE) y que emiten por las tardes soporíferas.

—¡Cuac! —dijo el pato, que parecía sueco—. ¡Cuac!

Luego caminamos muy largamente por esos pinares poblados de brócolis extraterrestres gigantes y vimos a los conejos escapar de nosotros a toda leche. Estos conejos son pequeños, como una explosión de pelo entre la hierba, y andan acojonados por lo de la depredación. Debe de ser un rollo ser un conejo, vivir en la naturaleza, siempre con un ojo mirando a ver si te comen. Es que la naturaleza es muy neoliberal, y a eso vamos, a la jungla del comernos unos a otros, de la mano de los grandes organizadores, o desorganizadores, de la economía mundial.

Al borde del lago había un árbol que parecía caerse al agua, pero que estaba quieto. Una señora muy grande llevaba a una tía buena en su camiseta, como si se la hubiese comido. La paella (mixta) bien, pero algo cara dada la exigua ración. Yo es que a las paellas siempre encuentro que les falta arroz entre tanto tropezón, porque yo amo el carbohidrato. Vaya usted a perderse a la Casa de Campo: en algunas partes se pilla wifi.

24 de abril de 2017 · 132 likes

He comenzado mi sutil guerrilla mental contra el turismo hipertrofiado en Lavapiés. El otro día estaba yo comiéndome un stromboli de champiñones en la plaza cuando se me apareció una familia de Stuttgart, capital del estado de Baden-Wurtemberg, Alemania. Todo muy civilizado: padre talludito, delgado y canoso con polo rosa, madre socialdemócrata y un par de niños lavados con Perlan.

Me preguntaron muy amablemente dónde estaba la calle Sombrerete (imagínense pronunciar Sombrerete en alemán) porque tenían que arrastrar hasta allí sus trolleys, supongo que en pos del apartamento de Airbnb en el que iban a vivir la auténtica experiencia lavapiesera para regocijo de los flujos de capital internacionales. Muy amablemente les indiqué el camino. Pero añadí mi ataque mental.

 

Les dije: cuidado en este barrio con vuestras cosas, que aquí se roba mucho y bien y hay bastante inseguridad. Beware pickpockets, y tal. Es solo un comienzo, un virus cerebral, un meme, que se extenderá de Baden-Wurtemberg a todos los länder de la Alemania federal, y de ahí a toda la zona euro, y a la Unión Europea entera, y hasta al Imperio otomano y la Ancient China, y bueno, ya podremos hablar aquí de otras cosas soleadas, como las flores y los menús del día. O eso o nos mandan a los marines a pacificar la zona y a la Mother of All Bombs. Es la Teoría del Caos.

24 de abril de 2017 · 190 likes

Esperanza, fue bonito mientras duró. El otro día me conmovieron tus lagrimones de agua del Canal de Isabel II, que venían a inundar el mundo entero y a salvar solo a parejas populistas embarcadas en el arca de Noé. No llorabas por Ignacio, ni por la corrupción, ni por el hipotético calvario; llorabas porque a ver si te van a trincar a ti, porque, por lo pronto, ya no vas a pasar a la Historia por presidir España, porque ya no serás la Thatcher española, porque ahora igual una señora te llama choriza por Serrano. Esperanza, you sexy motherfucker, me resultabas sexualmente atractiva, como otras personas que caen mal al español medio (Cayetana Guillén Cuervo o Willy Toledo, por ejemplo), eras la domadora del circo en los saraos del Ritz o en los colegios de Villaverde y por ahí, donde llevaste el metro (hubo quien dijo que se iba a llenar el centro de gentuza).

Desde que Pablo Carbonell te quiso hacer pasar por tonta, las cámaras quieren robarte el alma y hacer embutido gourmet (al final va a ser todo culpa de Carbonell, Wyoming y Sara Mago). Casi destruyes el Estado madrileño, eras anarka, y rubia, y malasañera, más que noble, nobiliaria, y privatizaste lo que era de todos en la medida de tus posibilidades, que eran muchas, como cuando la bruja de Embrujada movía la punta de la naricilla. Esperanza, tenías la cara más dura que el cemento Portland, que el diamante, que el grafeno vasco, y según dices, no te hubieras enterado ni de una explosión nuclear en Hiroshima (y eso que sobreviviste a accidentes de helicóptero y tiroteos sin quitarte los calcetines).

Lo que más te dolió fue cuando llegó Manuela y todo el mundo pensó que ella era la tierna abuela y tú la bruja mala. Dicen que cuando mediste a zancadas las aceras de Gran Vía ibas un poco piripi, pero eso me gusta. En fin, que si tu tío Jaime Gil de Biedma levantara la cabeza, te diría que ya vas descubriendo que la vida va en serio, pero como el poeta ya se ha ido, ya te escribo yo este post: como todas las jóvenes neoliberales, venías a llevarte el Estado por delante. Luego descubriste que la corrupción era el único argumento de la obra.

26 de abril de 2017 · 43 likes

Ya me percaté yo de muy niño que muchos de mis mayores gustaban de dormirse con la radio puesta, a lo que mis tiernos oídos infantiles consideraban un volumen estruendoso. Allí, metidos dentro del radiodespertador ochentero, ya se apretujaban los tertulianos con sus discursos aburridos, que a mí me sonaban a chino mandarín; la habitación se quedaba a oscuras, iluminada únicamente por el intelecto de José María García, el Butanito, y la luz rojiza de los mortecinos números que marcaban la hora de la madrugá.

Nunca fui yo niño, ni chaval, ni hombre de radio. Quién me iba a decir que acabaría, en uno de mis múltiples desempeños laborales, hablando en un programa radiofónico de M21 sobre poesía y alrededores (se llama Poesía o barbarie). Sobre todo en aquellas clases de radio en las que la gran maestra jedi de las ondas, Macu de la Cruz, nos ponía a locutar y yo me ponía tan nervioso que parecía un rapero hasta las cejas de anfetas.

Total, que ahora yo también escucho la radio por las noches, me pongo podcasts de anarquistas, de arte excéntrico, de historias curiosas, de misterio, de economía global, y así me voy quedando plácidamente dormido a la par que absorbo diversas informaciones: del radiodespertador al radiodormidor. Ya entiendo yo, ahora que soy un señor de mediana edad, eso de temer al silencio y la oscuridad de la noche en laborable, que es cuando se nos aparecen los miedos, los fantasmas, las ansiedades, los insomnios, y a aquellos que somos hipocondríacos cardíacos nos retumban los galopes del corazón en los oídos, en el pecho, en el colchón, como si la cama-saltamontes kafkiana fuese a empezar a brincar y a salir de viaje por la ventana hasta la Hispania Citerior, donde la brisa hace la vida más tal.

30 de abril de 2017 · 139 likes

Oh, Liliana, los skinheads te traen ramos de flores y tú flotas sobre las aceras chocolateadas: cuando te ven llegar, los cajeros del súper se ponen contentos y les importan una mierda sus condiciones laborales. Generas tanto bienestar que resultas contrarrevolucionaria, los niños antilloran a tu paso, y no solo antilloran sino que sienten otra panoplia de emociones que aún nadie ha bautizado, de lo escasas.

Oh, Liliana, los skinheads, me refiero a los skinheads buenos, te preparan tartas de queso con arándanos y los árboles del barrio te hacen reverencias cuando vas a reciclar el papel y los envases. Eres Big Data, tienes Dual-Core para amar el doble y comes demasiados yogures de ciruela, pero nueve de cada diez expertos dicen que eso es sano.

Oh, Liliana, la gente arroja tortillas de patata cuando pasas por la calle Lavapiés, y caen de los balcones y ruedan calle abajo como si fueran las ruedas del carro en el que el Sol cruza el firmamento cada día. Oh, Liliana, eres glutamato monosódico y canela en rama. Te adoran los parques y jardines, los traperos, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Voy a hacerte un contrato indefinido porque, oh, Liliana, deberías ser consejera delegada en el Ibex 35.

1 de mayo de 2017 · 244 likes

Primero de Mayo: tú antes molabas. Hoy es el día ese que cierra el Carrefour 24 Horas de Lavapiés. Hace un par de años, tal día como hoy, me asomé al balcón de casa y al ver las negras verjas del Carrefour bajadas (muy pocos han podido ver esa insólita imagen) pensé que ocurría algo terrible, una invasión alienígena, una guerra nuclear, y estuve a punto a darme a las benzodiazepinas. Luego caí en la cuenta de que era el Día del Trabajador, y bueno, pues mucho mejor. Pero ¿quién es hoy la clase trabajadora?

Hoy en día los oficinistas altivos, los diseñadores web, los analistas Big Data, los coachs y nutricionistas, los escritores de éxito, los periodistas freelance, pensamos que somos clase media, que más que una clase es una manera de estar en el mundo. Aunque trabajemos, creemos que la clase trabajadora es otra, la que tratan de cambiar los estilistas de Cámbiame, la que llevan al circo de Mujeres y hombres y viceversa, los forococheros, los que viven al otro lado del río o regresan a casa en autobús, allá a lo lejos, por donde el sol se pone. El trabajador, como el hipster, es siempre el otro.

Mientras tanto vamos perdiendo derechos a ritmo de plusmarquistas, reformas laborales y leyes mordaza mediante. Hasta nos han puesto un smartphone en la mano y un iPad en casa para que no tengamos escapatoria. Nos creemos unos bon vivants con Netflix, Primark e Instagram, pero somos unos arrastraos con ínfulas. ¿Cómo no serlo, si la izquierda se derrumba y la peña pasa olímpicamente de los sindicatos?

Yo digo «sindicato» y lo que oigo alrededor es el mantra habitual: «vagos», «mafia», «liberados», etcétera; en realidad, lo que escucho es la voz de la hegemonía neoliberal hablando a través de las bocas poseídas de mis amigos para deslegitimar a los representantes de los trabajadores. Pensamos que los sindicalistas son ewoks decimonónicos adictos a las mariscadas, nos molesta que un estibador cobre más que nosotros, somos partidarios de la «solidaridad negativa»: que todo el mundo esté igual de mal que yo, o peor.

Es cierto que los sindicatos andan a contrapié en estos tiempos atomizados (¿por qué hay nuevos partidos y no nuevos sindicatos?), pero el sindicalismo, el juntarte con tus colegas para que no te pisoteen, porque tú solo no eres nada, es una de las ideas más hermosas. Al sindicalismo, compañeros y compañeras, ese que el neoliberalismo rampante ha jurado destruir (y le va bien), le debemos la jornada de ocho horas, las vacaciones pagadas, el subsidio de desempleo, los servicios públicos, millones de pegatinas y banderines gratis que ondear por las calles, y tantas otras cosas buenas en miles de pequeñas empresas y conflictos.

Hoy la clase obrera no es que no exista (existe como siempre, también fuera de las minas y las fábricas), es que nadie se apunta, y los sindicatos van en retroceso perseguidos por los mentecatos. ¿Qué fue de la vieja clase obrera consciente, sindicada y poderosa? Joven nacional: sindícate y prepárate para flipar.

4 de mayo de 2017 · 62 likes

Conocí a un tipo que solo podía hablar utilizando #hashtags. No digo que utilizase los #hashtags cuando quería llamar la atención sobre un concepto y que el resto de la humanidad interesada pudiera llegar a él, sino que #solo #podía #hablar #usando #hashtags. La vida de este tipo resultaba harto inquietante, y siempre tenía que tener cuidado con lo que decía, porque si decía, en petit comité, #megustamiculito, miles de millones de personas podrían llegar a conocer este orgullo secreto a través de mecanismos metafísicos aún por explicar.

Más tremendo aún es el caso de otra persona a quien pude entrevistar y que solo podía pensar usando #hashtags. No digo que utilizase los #hashtags cuando quería llamar la atención sobre uno de sus pensamientos, sino que #todo #lo #que #pensaba #lo #pensaba #en #hashtags, de tal manera que su mente era completamente transparente y su completo pensamiento era de dominio público: había perdido cualquier intimidad consigo mismo y #vivíasoloparafuera.

Era a la vez pura autenticidad y pura máscara, una cáscara vacía, una interfase entre dos eternidades, siempre aquí y ahora, pero nada más allá. La autocensura, la mentira piadosa, la compasión, toda esa arquitectura oculta que permite que la sociedad no implosione en ese estado de naturaleza que decía Hobbes, no tenía ningún sentido para él. Vivía asustado de existir. Por supuesto, nunca podría dedicarse ni a la #política ni al más verdadero #amor. Señoras y señores, cuídense de esto: #.