EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA

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6

– Y así, Pierre de Fermat no publicó su demostración. – Suspiró Valentina Ippolitovna. – En aquel entonces eso no se acostumbraba, inclusive entre los matemáticos. Además, tratándose de un juez, eso podía costarle la carrera. Él fue un aficionado genial de las matemáticas. Fermat le informaba a otros matemáticos, en cartas cortas, acerca de sus resultados, y como lanzándoles un reto: repitan mis resultados, si pueden! Apenas en 1670, su hijo publicó en Toulouse, como un homenaje a su no ordinario papá, “Aritmética de Diofanto con comentarios de Fermat”. El sabio tuvo la suerte de que en la primera “Aritmética” los márgenes eran suficientemente amplios. En el libro nuevo, entraron cuarenta y ocho notas de Fermat que contenían una serie de teoremas originales con esbozo de demostraciones y hasta sin ellas.

– Y después? – Preguntó el intrigado Strelnikov.

– Ahí comenzó una competencia no declarada. Los matemáticos, habiendo recibido la nueva información, iniciaron una carrera para confirmar las demostraciones de Fermat. Los teoremas cayeron uno tras otro. Durante años fueron probadas y demostradas todas sus afirmaciones. Pero quedaba una, con la cual no se podía. Aquella, la de números naturales, la cual Pitágoras ya había enfrentado. Por su intransigente dificultad la empezaron a llamar el Gran Teorema de Fermat.

– Usted hace el cuento muy ameno, Valentina Ippolitovna.

– Ya eso lo hacía en la escuela, Viktor, pero por lo que parece, mis palabras, a usted, le entraban por un oído y le salían por el otro.

– A diferencia de Konstantin Danin?

– Oh! Todo eso lo aprendió él en un verano.

– Y el enigma de la duración de vida de Diofanto, seguramente, lo resolvió rápido.

– Así. Y para usted es difícil ese enigma?

– Mentalmente no puedo calcular.

– Es necesario desarrollar el cerebro a cualquier edad, Viktor. Le voy a escribir la formulación del rompecabezas y usted lo piensa en su tiempo libre.

La maestra escribió el epitafio en un cuaderno y arrancó la hoja.

El policía tomó la hoja y humilde preguntó. – No hay una ayudita?

– Para resolverlo basta con escribir una ecuación con una incógnita.

– Si-i. – El teniente se rascó la barbilla y guardó la hoja. – Probablemente Danin y yo nos diferenciamos mucho. —

– Usted es uno, él es otro. Él fue mejor en matemáticas. Su arresto es un error imperdonable. —

– Valentina Ippolitovna, no se preocupe. No es un arresto, es una detención temporal. Yo debí actuar sobre los hechos. Hubo un homicidio, no? Por cierto, me llamó la atención la reacción de usted a la muerte de su amiga cercana. —

– Concretamente, que le llamó la atención? —

– No se vio perturbada. —

– Eso es sospechoso? —

– Yo diría que no es típico. —

– Usted diría que soy cruel? —

El policía calló. Vishnevskaia indecisa se acercó a la ventana y se detuvo dándole la espalda a Strelnikov.

– Pasó mucho tiempo para aceptar la desgracia de mi cojera. Y después de años me establecí una regla: no amargarme la vida en vano. Si sucedía algo irreparable, no había que quedarse en el sufrimiento, había que continuar. —

– Para los policías eso es una norma. Y todos nos consideran duros de corazón. —

La maestra se volvió hacia él. Su mirada era severa de nuevo.

– Cuando sueltan a Danin? —

Strelnikov quiso decir algo pero en el apartamento aparecieron tres judiciales, que lo saludaron ruidosamente.

– Epa campeón! Dicen que ya resolviste el asunto. —

– Hice lo que pude. – Contestó con desgano el teniente y en voz baja a la pensionada – Ahora resolverán los investigadores. —

Y Strelnikov salió.

Después de otro interrogatorio de rigor, Valentina Ippolitovna regresó a su casa completamente decaída. Hacía mucho tiempo había aprendido y enseñado a sus alumnos que no se debía sufrir por lo que ya no se podía arreglar, sino pensar en el futuro. Por eso, acompañando el cuerpo de su amiga Sofía Evseevna no se le veía en una actitud de acuerdo a las circunstancias. Fue grande la pérdida, pero a la amiga muerta ya no la puedes resucitar, pero Konstantin puede ser un inocente sacrificio. Ya fue muy desconsiderado el investigador y sólo hizo preguntas capciosas.

Ahora, Valentina Ippolitovna, con preocupación, sólo pensaba como defender a Konstantin Danin. Él no puede estar en una celda, es un matemático genial, pero es débil físicamente. Strelnikov no quiere tomar la responsabilidad tomando la ley al pie de la letra. A quién acudir? Quién puede ayudar? Tatiana Arkhangelskaia? Pero claro! Ella! Tania conoce a Kostia desde la infancia. Su actual esposo, Félix Basilievich, es una persona con contactos, el mismo le debe mucho a Danin y sin falta lo ayudará.

Valentina Ippolitovna se acercó al teléfono y recordó la primera vez que vio, en sus pupitres escolares, a Kostia, Tania y Felix.

Eso fue el primer día en la nueva escuela especializada. Le asignaron el sexto grado, ese donde los niños ya tienen la magnífica edad para hablarles de los descubrimientos matemáticos importantes. Pero la maestra de primer grado se enfermó y el director le pidió que la supliera.

Cuando Valentina entró al salón los niños hicieron silencio inmediatamente. Todos los ojos infantiles miraron con curiosidad a la nueva maestra cojita. En el primer momento Vishnevskaia no trató de congraciarse con ellos. Al fin y al cabo al día siguiente iba a explicar fórmulas y poner ejercicios más complicados a niños mejor preparados. Pero qué hacer con estos pequeños?

– Ustedes saben sumar, verdad? – cariñosamente les preguntó.

– Si. – Algunos respondieron.

– Entonces hagan esta tarea. Sumen todos los números del 1 al 100. Quien termine primero levante la mano. —

Valentina Vishnevskaia calculó que los niños necesitarían toda la hora de clase para hacer la tarea. Y podría utilizarla para preparar mejor el encuentro con su verdadero curso.

Tania Arkhangelskaia, con sus trenzas sobre los hombros, cuidadosamente sumó uno más dos y levantó la vista del cuaderno cuadriculado hacia Félix Basilievich y Kostia Danin, los mejores estudiantes del salón. Quien resolverá más rápido esa tarea difícil? De eso dependía a quien ella se acercaría primero. El pelirrojo Félix enseguida se dio cuenta que había que utilizar algún truco. Escribió en una columna las primeras tres decenas y notó, que los dígitos del 1 al 9 se repetían en cada decena. Si los resto, sólo quedarán números redondos. Ahora será suficiente sumar sólo los dígitos del 1 al 9, multiplicar por 10 y sumar los restantes números redondos. Eso no es difícil! Feliz por el descubrimiento Félix se mordió los labios y se acomodó en el pupitre. Está en el camino correcto y terminará primero la tarea!

Tania atrapó su gesto exultante. Ella sabía que esto significaba una rápida victoria. Bueno, después de clases, ella lo atraería con indirectas para que la acompañara a casa y le llevara el maletín. Basilievich no sólo es inteligente, sino simpático, pensó la niña, jugando con el lapicero en la boca y miraba de reojo el perfil concentrado de su elegido.

Pero el primero que levantó la mano fue el débil cuatro ojos Kostia. E impacientemente, inclusive, tocó con los nudillos el pupitre para llamarle la atención a la maestra.

– No entiendes la tarea, hijo? – preguntó Valentina.

– Ya la resolví. – con modestia respondió Danin.

– Vamos a ver. – condescendientemente sonrió la maestra y se dirigió a los restantes. – No se distraigan, continúen el ejercicio! El mejor será el que primero resuelva correctamente la tarea. —

Valentina se acercó al niño con el sweater color ratón y el botón superior de la camisa suelto. Seguro que no entendió el ejercicio, pensó. Ahorita le corrijo el error y vuelvo al escritorio. En dos-tres minutos un niño de primer grado no resuelve ese ejercicio.

– Muéstrame el resultado. – pidió la maestra.

El niño le mostró el número: 5050.

Vishnievskaia quedó asombrada. Respuesta correcta! Pero viendo el corto desarrollo de la solución se asombró todavía más. El niño de siete años utilizó la fórmula de Gauss para la suma de una progresión aritmética! Ni siquiera trató de esconder la sorpresa.

– De donde sabes esa fórmula? —

– Acabo de deducirla. —

– Cómo? —

– Sumé el primer número con el último, el segundo con el penúltimo y noté que 1+100 es igual a 2+99, 3+98 y así sucesivamente. Tenemos cincuenta pares cada uno de ciento uno. Multiplicamos y obtenemos el resultado.

– Bien. – La maestra no supo cómo reaccionar a la sorprendente lógica.

– Pero tú tienes ahí la fórmula para el caso general. —

– Yo decidí cambiar 100 por la variable n. De repente a usted se le ocurre que sumemos desde uno hasta mil. – El muchachito trigueño, afeitado al rape, preguntó sin malicia. – Que, hay algún error? —

– No. Todo está correcto, cómo dos por dos es cuatro. – La indefensa Valentina abrió las manos, con la aparición, frente a ella, por primera vez, de la genialidad. – Cómo te llamas? —

– Kostia Danin. —

– Veamos, Kostia. Te voy a dar otro ejercicio. —

Ese día, Valentina Ippolitovna decidió que el sexto grado podía esperar. El primer grado sería suficiente para ella. Y conseguiría el derecho de enseñar a ese niño talentoso.

Y Tania Arkhangelskaia, habiendo conseguido sumar los tres primeros números, miró el rostro decepcionado de Felix y decidió, que hoy él no le llevaría el maletín, sino Kostia Danin. Inclusive se dijo, que sacaría el libro más gordo, para que le fuera más liviano.

Y así, Valentina Vishnevskaia quedó cómo la maestra de Konstantin Danin, y después, su profesor guía. Le tocó esforzarse por su cuenta para estar a la altura del progreso de su alumno y no parar de asombrarlo abriendo nuevas puertas a lo inexplorado. Hacerlo cada año fue más difícil. En los últimos grados ya Valentina Ippolitovna no pudo mantener el ritmo de la infatigable sed de conocimientos de Konstantin. Pero encontró la manera. Se puso a buscar libros de matemáticas interesantes para regalárselos a su insaciable alumno.

 

La pensionada apartó sus recuerdos y volvió al triste día de hoy. Konstantin Danin se comportaba extrañamente sólo a los ojos de los que absolutamente no lo conocían. Inclusive en las situaciones más desesperadas él pensaba sólo en matemáticas. Que es lo que susurró antes que se lo llevaran?

El Teorema de Fermat. El gran enigma siempre amargó a Konstantin Danin.

Valentina Ippolitovna recordaba muy bien cómo le presentó ese talón de Aquiles de las matemáticas a su alumno preferido.

La lección de algebra en séptimo grado empezó como siempre. Ella tenía una comunicación importante, pero se la reservó, para dar la alegre noticia al final de la clase. No debía distraer a los muchachos, la clase venía en primer lugar, y sin concentración en el trabajo no habría buenos resultados.

Pero enseguida, después del timbre, entró el director, un señor gordo, con cejas gruesas y rostro amable. Con frecuencia visitaba las clases y siempre traía consigo uno de los tomos de la “Gran Enciclopedia Soviética”. El director acostumbraba sentarse en el último pupitre, hojeaba la enciclopedia y, parecía que no seguía la clase.

Cómo siempre tenía un libro gordo en las manos, pero esta vez no pasó al fondo del salón. Se paró frente al pizarrón y con cara de pilluelo y mirada traviesa le dio tiempo a los muchachos para que pensaran cual tarea desagradable les iba a poner. Haciendo una pausa significativa, el director carraspeó y solemnemente anunció que en la olimpiada de la ciudad el alumno Félix Basilievich había ocupado un meritorio tercer lugar.

Todos comenzaron a aplaudir. Valentina Ippolitovna notó como la cola de caballo de Tania Arkhangelskaia se sacudía feliz. Este año la muchacha ya se había convertido en una señorita muy bella, había abandonado las trenzas y, ahora, miraba con admiración a Basilievich. Tercer lugar en esa ciudad enorme era un gran éxito! Hija de un profesor, Tania Arkhangelskaia, a diferencia de las otras muchachas se reunía, sólo, con muchachos inteligentes.

Félix estaba confundido. Tomó el diploma de manos del director y, de reojo, miró a Danin. El recordaba muy bien que se copió una de las soluciones de Kostia. Pero el resto, el las resolvió mejor y esta vez le ganó. Hoy era el vencedor!

Félix Basilievich subió los hombros y asumió un aire digno. El humilde rubor desapareció de su cara y miró con orgullo a sus compañeros de clase. Le gustó estar en el centro de la atención y recibir las felicitaciones. El sonriente Félix estuvo confundido hasta que el director le dio palmadas gratificantes y lo invito a volver al pupitre.

Para cortar el ruido y los murmullos el director levantó la palma de una mano gorda.

– Los alumnos de nuestra escuela ya han obtenido premios en las olimpiadas de la ciudad muchas veces. Esta es una buena tradición. Yo me alegro que ustedes la continúen. Lástima que no obtenemos el primer lugar tan frecuentemente como quisiéramos. —

– La próxima vez Félix ganará el primer lugar. – gritó alguien de la clase.

Basilievich se cortó un poco, pero enseguida decidió que así no debía reaccionar un ganador, y entonces sonrió con orgullo. Inclusive asintió con convicción, prometiendo futuros éxitos.

– Felizmente no necesitamos esperar hasta el año próximo. – continuó el director. Su mirada se paseó por todos los presentes hasta que se detuvo en un modesto muchacho delgado con anteojos grandes. – El solitario primer lugar de la olimpiada matemática de la ciudad este año lo ocupó el alumno de nuestra escuela… Konstantin Danin! Ahora le toca a él defender el honor de nuestra ciudad en la olimpiada nacional. Lo felicito y juntos vamos a desearle próximos éxitos. —

Tatiana Arkhangelskaia, como todos, puso sus ojos en Danin. Su boca se abrió por el asombro y sus grandes ojos pardos brillaron de genuino éxtasis.

Junto con el diploma de honor, el director entregó al vencedor de la olimpiada una enciclopedia matemática. Justamente, la que trajo hoy a la clase.

Por su parte Valentina Ippolitovna regaló a cada uno de los excelentes estudiantes un pequeño libro de la entretenida historia sobre el misterioso Teorema de Fermat.

7

Un Sol brillante. Y puede ser que llueva. Que importa, si el armónico mundo de las fórmulas lo cubre todo!

Habiendo llegado a casa de la escuela, Kostia Danin, el alumno de séptimo grado, saca del sobrecargado maletín el gordo tomo de la enciclopedia matemática, sus libros y cuadernos, el bello diploma y los tira en el diván. Esos no le interesan ahora. Entre todos ellos el busca impacientemente, y lo toma, el librito acerca del Gran Teorema de Fermat. Valentina Ippolitovna siempre se las arregla para encontrarle libros entretenidos e interesantes. Antes, la maestra le había regalado libros sobre Pitágoras y Arquímedes. Ambos habían muerto resolviendo problemas matemáticos. Pitágoras murió en el fuego. Arquímedes, atravesado por una lanza de un soldado romano, mientras, aislado del mundo, escribía nuevas fórmulas en la arena. Ellos murieron por sus amadas matemáticas, ignorando completamente el peligro. Estas historias sacudieron a Kostia Danin hasta el fondo de su alma. Hasta dónde pueden llegar las matemáticas que inclusive la muerte no sabría asustar a una persona cautivada por ellas.

Kostia está feliz. En sus manos está un nuevo libro interesante con fórmulas y problemas. Cierra completamente la puerta para alejarse de los olores y el ruido de la casa de vecindad donde vive. El muchacho se acuclilla en el viejo y cómodo diván, el cual le sirve de cama por las noches. Hojea las primeras fascinantes páginas.

En la cocina común suenan las ollas. Cerca del baño, chillan y se pelean vecinas pendencieras. “Quien estuvo lavando fuera de su turno?” “Yo, por qué?” “Que día es tu turno?” “Los martes” “Y qué día es hoy, viernes!” “No es mi culpa que Misha se haya vomitado encima” “Claro que eres culpable! A él le gusta más la vodka que tú!” “Ok. Ahora saco la ropa vomitada al corredor. Hasta el martes! Que todos la huelan!”.

Pero estos ruidos ya no molestan a Konstantin Danin. El mundo exterior está más allá del horizonte. Él se concentra en el mundo misterioso y asombroso de los números puros y las fórmulas elegantes. El experimenta la sensación fabulosa de la emoción de la búsqueda de un misterioso tesoro, sólo que para eso el no necesita navegar a través de océanos borrascosos hacia islas inhabitadas. Las islas mágicas llenas de misterios matemáticos se crean en su mente.

Viajar a través del laberinto de los descubrimientos matemáticos es la tarea más entretenida que se le puede ocurrir. Esto es mejor que cualquier película de guerra o de indios, mejor que el fútbol y mejor que ver muchachas desvistiéndose. Ya en los grados anteriores se dio cuenta que la resolución de problemas interesantes daba más satisfacción que un dulce con un refresco o que un regalo de Navidad. Él sabe que ya, compañeros de clase se besan y abrazan con compañeras. Ellos juran que eso es el mayor premio. Tonterías! Meterse a través de una estratagema de las fórmulas matemáticas y hallar la solución correcta de un problema complicado, es incomparablemente más bello. Cuando esto sucede, de repente todo se transforma en una pintura mágica, y tú lo ves: ante ti, la verdadera Belleza!

Dostoievski lo dijo, la belleza salvará al mundo. Konstantin estaba de acuerdo con el gran paisano. El agudo escritor no se refería a la inestable belleza de la puesta del sol, al esplendor de las flores frescas o a las encantadoras caritas lindas. Todo de lo que se admiran los artistas, rápidamente pierde su lujuria y ya mañana parece triste y viejo. Pero la Belleza fundamental de las grandes soluciones matemáticas brilla eternamente!

Danin no dudaba que era esa inmutable y exacta belleza la que tenía en mente Fiodor Mikhailovich Dostoievski, graduado de un importante instituto de ingeniería donde había estudiado ciencias exactas. Los grandes descubrimientos matemáticos no se marchitan nunca. Ellos le sirven a la gente ya que en la base de todo en el universo está Su Majestad el Número.

Él es poderoso y ubicuo, y los matemáticos, sus felices siervos, que hacen la vida mejor, más cómoda y más bella. Y en agradecimiento a su entrega y diligencia el Número les da Iluminación.

Pasando las hojas Konstantin consume su nuevo libro. Y encuentra el teorema. Está formulado de manera sencilla y es comprensible, aún, a un alumno de quinto grado. Pero de un salto no se le puede abordar. Pierre de Fermat, generoso y previsivo, escondió la demostración. Él le propuso al resto de los matemáticos buscar, ellos mismos, el fabuloso camino a la verdad. No quiso quitarles la satisfacción de su descubrimiento. Al teorema se dedicaron las más grandes mentes.

Konstantin, codicioso, lee la historia que lo atrapa, esperando que, en la próxima página le mostrarán la más bella demostración. Se apura, otra vez, para deleitarse con la limpia y genuina Belleza.

8

Ya en la comisaría, sin contemplaciones con el detenido, Aleksei Matykin le quitó las esposas, le ordenó quitarse el reloj y las trenzas de los zapatos y vaciar sus bolsillos. Konstantin Danin, resignado, cumplió las exigencias del policía aunque no comprendía el sentido de todo eso. Pero la vida, ya hacía hace tiempo, lo había preparado para la humildad. Hay un conjunto de personas que no están en capacidad de comprender los más elementales cálculos lógicos. Y al revés, existen personas que no necesitan entender sus propias acciones.

– Agarraron el delincuente? – Preguntó el capitán de guardia Rizhkov. – Les dije que iban a resolverlo rápido. El golpeó a la viejita? —

– Es el sospechoso. – Gruñó Aleksei.

– Ya se arreglará. Hasta el juicio será sospechoso y allá decidirán. Hacemos los informes? —

– Por ahora una celda. Cuando regrese Strelnikov el decidirá como formalizar. —

– Que es el cliente? Un vago? – Una mirada negligente se paseó por el cabizbajo Danin.

– Bueno, trabaja con la mente. Un matemático. —

– Ahhh… un científico. Esos no vienen con frecuencia. —

Salieron y tras ellos una puerta metálica se cerró con ruido, después se oyó la cerradura. Konstantin Danin se encontró en una pequeña habitación en penumbra y sin ventanas. Temía encontrarse con compañeros de celda desagradables, pero estaba solo, se acomodó en banco de madera y se tranquilizó. El proceso mental que hoy se le estimuló con su paseo matutino se lo arrancaron violentamente. Lo arrestaron por el asesinato de su madre. Que idiotez! En esa afirmación ya hay dos errores: él no es culpable y a mamá no la mataron.

Konstantin nunca entendió porque el poder consigue gente que no sabe las reglas de las matemáticas. Y no sólo los policías. Pídale a cualquier funcionario la solución general de una ecuación cuadrática. Y qué? Pues nada. Una sonrisa complaciente y se acabó. Y sin embargo eso está en el programa de séptimo grado. Por qué antes de defender una tesis de doctorado tuvo que presentar exámenes de lengua extranjera e historia, y para optar a un cargo importante en la administración no hacen un examen de matemáticas? Puede ser que de ahí vienen todos nuestros problemas?

Y con mamá sucedió un desgraciado accidente, decidió Konstantin. El recuerda como yacía. Mamá por mala suerte cayó, y recibió un golpe mortal en la cabeza. Probablemente se estiró hacia el florero, se resbaló y el pesado objeto de vidrio le cayó encima.

Y que hacía ese florero sobre la nevera? Ya le había dicho a la madre que ese amor por las flores era una tontería. Es irracional! Y flores de donde en este apartamento? Seguro que VI las había traído otra vez.

Ya en los primeros grados Konstantin había reducido el largo e incómodo nombre, como carrera con obstáculos, de Valentina Ippolitovna a VI. Por qué la gente tenía esos nombres tan largos? Las variables, en matemáticas, tienen notación corta y clara, y se recuerdan muy fácilmente. Pero con las personas…

A Konstantin siempre le fue difícil recordar los apellidos. Le presentaban a alguien y enseguida olvidaba el nombre de la persona. Ese policía que lo arrestó, dijo su nombre, como es que se llama? No recordaba. Se necesitaban varios encuentros para que el nuevo apellido ocupara una celda de su memoria en su cerebro organizado y no había ninguna garantía que se mantuviera ahí mucho tiempo. Pero fórmulas complicadas y demostraciones tortuosas se instalaban en su memoria de una vez y para siempre.

 

En fechas determinadas a VI le regalaban flores. Como sucedió este año cuando se jubiló.

El cerebro de Konstantin se negaba a comprender esa costumbre extraña de regalar flores. Ese rito, que alimentaba una industria gigante, por la cantidad de seguidores, ya sobrepasaba cualquier religión en el mundo y se diferenciaba poco de ellas. La gente creía que, de esa manera inocente, hacía bien y le traía alegría a los demás. Para la religión de las flores no eran necesarios iglesias pomposas, libros antiguos y jerarquías imponentes en vestidos dorados. Era suficiente imaginar y cultivar en la gente fechas rituales.

Había días particulares, cuando una parte significativa de la humanidad se volvía loca con eso de regalar flores. Para los trabajadores escolares eran: el primero de septiembre, el día del maestro, los cumpleaños, el 8 de marzo, el timbre de la última clase, cada examen y las vacaciones. Y sucedía que los maestros disfrutaban, particularmente, de los últimos ramos del período floral. Parecía que les gusta observar la muerte lenta de un organismo vivo. Pero Konstantin sabía que la verdadera satisfacción de VI estaba en las soluciones no standard de los problemas matemáticos. El veía como la papelera llena de ramos de flores era apartada y hojeaba con emoción el cuaderno de Kostia con una solución original del problema más complicado del último número de la revista “Quantum”. Y, como consecuencia de esto, la expresión severa de los labios de VI se transformaba en una sonrisa de felicidad.

El par de flores rojas aparecieron en el pesado florero hacía una semana. Y como resultado mamá está muerta y él, arrestado. Como es ilógico todo! Esto es una demostración más de cómo el mundo está diseñado incorrectamente. Todo, menos las leyes de las matemáticas. A los números no los puedes engañar. Ellos, enseguida, muestran el error o confirman la verdad. En la vida corriente, la gente comete error tras error y ni siquiera se dan cuenta. Muchos se fatigan en esfuerzos enormes sin entender sin están en lo correcto o no. Los criterios por los cuales se valoran las acciones, diferentes en diferentes países, cambian con la llegada de nuevos gobiernos y nuevas épocas.

El mundo es imperfecto. Salvo las matemáticas. Sus leyes no se afectan con el tiempo y no dependen de la voluntad de dictadores. Es imposible alterar sus resultados. La demostración matemática es, o correcta, o incorrecta. Y un tercero no es posible. En eso reside su fuerza y su inmutabilidad.

Konstantin Danin miró en las paredes de la celda trazos hechos con las uñas. Algunos de los anteriores “invitados” trataron de decir algo sobre su destino o escribir tonterías: “Lena, te amo”. Que es el amor? Si eso no se puede describir con números. Es el juego siguiente, donde a cada cual se le ocurren las reglas. O, de todos modos, el amor está supeditado a las cifras.

El matemático razonó. Con los números se puede describir el sexo: la continuidad, la frecuencia, la amplitud, la superficie máxima de contacto, el cambio en la respiración y la temperatura del cuerpo en el proceso de los movimientos convulsivos. Eso es curioso, pero es digno de la matemática? Dejémoslo a los sociólogos y los médicos. Él tiene problemas mucho más interesantes.

Sus ojos recorrieron otros trazos. Paredes rasguñadas, que primitivo era. Antes él también trato de escribir todo. En la escuela él siempre tenía rastros de tiza y de tinta de los bolígrafos.

Calculando mentalmente, el repetía los razonamientos en el papel o el pizarrón. Las líneas de fórmulas, se tachaban, se unían, se recortaban para que al final todo resplandeciera en resultado exacto. Pronto se convenció que la escritura era necesaria para decir a otros el proceso de razonamiento. Para el mismo era suficiente el esbozo que inmediatamente reproducía en su cabeza el cuadro ordenado de la demostración.

Con loa años sus notas se hacían siempre más cortas. Creó sus propias notaciones condicionales. Cuando producía una idea, ponía un signo de admiración. Método de solución, dos signos de admiración. Una cadena lógica de demostración, tres signos.

Hoy, en su propia mesa, no vio entre sus papeles la parte relacionada con el Teorema de Fermat. Era un largo manuscrito de muchos pasos en cuyos bordes había unitarios signos de admiración e, inclusive, hasta dobles. En el transcurso de largos años había escrito, en el, diferentes ideas relacionadas con el Teorema de Fermat. Unas lo acercaban a la demostración, otras lo llevaban a un callejón sin salida.

La desaparición de su manuscrito en un primer momento lo disgustó, pero ahora ya no le preocupaba. Ya que él lo sacó del fondo del escritorio, para revivir recuerdos agradables de sus primeros descubrimientos, para después botarlo como innecesario.

Y puede ser que todavía esté en la mesa. Es complicado ordenar esos papeles. Se pierden y se esconden, por eso, todos los resultados matemáticos se guardaban en su cabeza. Y sólo cortas notas, como indicaciones en un laberinto, Danin las ponía en su libreta.

El matemático tocó sus bolsillos. Los meticulosos policías le habían quitado la libreta y el lápiz, junto con las trenzas, antes de llevarlo a la celda. Por cierto, en sus páginas perdidas, al lado de fórmulas escritas en letra menuda, se encontraban, frecuentemente, tres signos de admiración.

Konstantin Danin recordó la singular razón de su paseo matinal de hoy y se sonrió con sorna.