El craneo de Tamerlan

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13.– Entrada a la Ciudad de los Muertos

Por el dibujo sencillo que hizo el convicto Bakhtliar Ashmuratov, el capitán de la KGB, Grigori Averianov, encontró, aunque no enseguida, en uno de los cementerios de Khiva una antigua y singular tumba sin cadáver. Él corrió la lápida y vio una fosa rectangular oscura. El rayo de luz de la potente linterna se movió por las paredes de piedra y apuntó hacia lo profundo. Con una escalera de cuerdas el capitán bajó. Abajo en el fondo, en la pared se abría un estrecho agujero, a través del cual la luz de la linterna se ahogaba en la impenetrable oscuridad.

Averianov retrocedió ante el agujero y se limpió el sudor frío con su mano temblorosa. Un olvidado hecho que le causó terror en la infancia se instaló de nuevo en su cerebro y le aprisionó los hombros. Estando de visita donde los abuelos, el pequeño Grigori se quedó encerrado en un sótano oscuro. Solo estuvo preso en la húmeda mazmorra dos horas pero a él le pareció que había pasado toda una semana. No importa cuanto lo tranquilizaron después, esa fobia infantil, quedarse encerrado bajo tierra y sin luz, se instaló para siempre en la conciencia de Grigori Averianov. Él se avergonzaba de eso, pero no podía hacer nada, el terror era más fuerte.

El capitán subió de nuevo a la superficie y tapó la tumba. Lo más importante es que él había encontrado una entrada a la misteriosa Ciudad de los Muertos. Ahora él podría encomendar el trabajo a los especialistas. Y con eso se tranquilizó.

A la semana siguiente, un arqueólogo experimentado bajó al subterráneo. Los ojos de este brillaron de éxtasis anticipando descubrimientos importantes. El capitán solo necesitaba la caja de metal en forma de urna. Él estaba listo para conceder el honor del descubridor al científico.

Grigori Averianov esperó al arqueólogo 24 horas seguidas. Después tres largos días. Él temía, alejándose de la tumba, no estar presente cuando regresara el científico con ese hallazgo valioso para el estado. Pero pasó una semana completa y no apareció nadie desde el foso.

Siguiendo la opinión generalizada de que, para el estudio de los subterráneos era absolutamente necesario un especialista en cuevas, Averianov se trajo a la Ciudad de los Muertos a otro arqueólogo junto con un espeleólogo. El capitán esperó en la cripta, mirando constantemente el reloj. Al principio habían acordado ocho horas para regresar, pero estas pasaron y nadie apareció. El minutero dio todavía igual cantidad de vueltas y no hubo ni un sonido desde el subterráneo. Pasaron tres días y ya fue claro que los científicos también desaparecieron.

Averianov recordaba las horribles historias que oyó sobre la Ciudad de los Muertos y preparó la siguiente expedición muy cuidadosamente. El capitán halló al mejor escalador, a un experimentado espeleólogo y a un alpinista, vencedor de varias montañas de siete mil metros. Para su protección le fueron asignados dos miembros armados de las fuerzas especiales de la KGB. En calidad de especialista de conservación de antigüedades, Averianov escogió a un joven arqueólogo. A esa expedición se le suministro los aparatos de radio más modernos. El grupo fue unido con una cuerda de nylon, uno de cuyos extremos se quedó en la superficie.

La expedición, la cual constaba de seis personas bajó a lo desconocido al amanecer. Averianov notó que el escalador y el alpinista se persignaron. Averianov, comunista él, lo hubiera hecho también si eso hubiera ayudado al éxito de la empresa. Los primeros minutos se escuchaban las voces alegres, después se cortó la conexión de radio. Pero esto era de esperarse ya que el espesor de tierra entre ellos era grande. Averianov contaba con el restablecimiento de la señal si, de repente, la expedición salía a la superficie en otro lugar.

Grigori Averianov controlaba el movimiento del grupo con la cuerda de nylon. La gruesa bobina giraba tranquilamente, eso quería decir que la expedición avanzaba en la profundidad. Cada quince minutos había dos tirones de la cuerda, entonces todo iba como planeado, sin accidentes.

Pero después del quinto lapso de un cuarto de hora correspondiente, hubo tres fuertes tirones de la cuerda. Peligro! Entonces la bobina giró más rápido y de nuevo, tres tirones! Y el capitán sintió que la cuerda se aflojó, que ya no tenía tensión. Sería que estaban regresando?

Él recogió algunos metros de la cuerda y entonces haló con fuerza. Esto era una pregunta: Todo está bien? En lugar de respuesta la cuerda cayó al piso sin fuerza. El capitán haló otra vez y no hubo ninguna resistencia. Entonces, de una manera desesperada, empezó a halar y halar hasta que apareció la punta ennegrecida de la delgada cuerda.

Después de la desaparición de los miembros de las fuerzas especiales, la alta jefatura de la KGB llamó la atención de lo desordenado del comportamiento del capitán Averianov. Por añadidura, en Uzbekistan corrieron los rumores de que la KGB resuelve el problema de los ciudadanos “incómodos” con secretas cárceles subterráneas. El detallado informe de Averianov sobre las no exitosas expediciones no satisfizo a las autoridades de la KGB. Era difícil creer en la desaparición de nueve personas sin dejar rastros. En cualquier caso dieron la orden de buscar a los desaparecidos en todo el país; lo cual no dio resultado. A Grigori Averianov le prohibieron ir a Asia Media durante varios años, a pesar de sus argumentos sobre la importancia para el país de seguir buscando el cráneo del poderoso Tamerlán. En esos años ya Khrushchev no gobernaba la Unión Soviética y los nuevos gobernantes creían más en la fuerza de las cabezas termonucleares que en la de huesos antiguos.

“Para nosotros es suficiente el poder de los difuntos en la Plaza Roja, – bromeó el alto miembro del Comité Central del PCUS en una conversación con el director de la KGB. – Stalin y Lenin protegen al Kremlin de cualquier peligro.”

El director de la KGB no discutió. Pero como buen pragmático pensó que, reprimir al pueblo dentro del país, es un tipo de fuerza; y conquistar países extranjeros es, absolutamente, otro. Tras largos años de servicio en la seguridad del estado, se había encontrado con hechos tan improbables que no descartaba nada místico. Cualquier milagro debía servir al país, por eso, el director de la KGB emitió una orden secreta y fue enviada en un sobre especial a la sección de la KGB en Samarkanda.

Antes del envío, eliminó la prohibición a Grigori Averianov:

– Como muestra de respeto hacia tu padre te nombro coordinador de este asunto. En cuanto nuestra paloma mensajera llegue a su nido, tú serás notificado. Espera y ármate de paciencia. —

La espera de Grigori Grigorievich Averianov se estiró largos años.

14.– Escape de la trampa

Tikhon tomó a la muchacha por el codo, mirando hacia la puerta que se estaba abriendo. Ahorita los encuentran en el lugar del crimen y entonces los arrestarán. Demostrar su no participación en el horrendo crimen del cineasta va a ser difícil, sino imposible. Correr hacia el jardín no tiene sentido, allá también hay un policía. Y si se meten al dormitorio y salen por la ventana? El ruido va a ser inevitable. Te van a agarrar al tratar de salir por ella. No, por ahí no podemos escapar.

La puerta se está abriendo, un instante más y ellos caerán en las manos de los funcionarios armados, como pajaritos.

Y entonces Zakolov tuvo una idea. Le susurra a Tamara:

– Ponte de espaldas a la puerta y quédate quieta hasta que yo te llame.-

No quedaba tiempo para más explicaciones. Tikhon expuso el cuerpo de la muchacha frente a la puerta y él se escondió tras el batiente que se abría. Este ya estaba perpendicular a la salida cuando el policía, viendo a Tamara, ordenó:

– Detente, no te muevas! —

El funcionario dio un paso adelante. Zakolov esperaba justamente eso. Haló suavemente la pesada puerta, para que pareciera que fuera por inercia y entonces la devolvió violentamente. La puerta vibró por el fuerte golpe contra la frente del policía. Este cayó noqueado. La pistola rodó por el suelo y se detuvo a los pies de la muchacha. Tikhon tomó a la desconcertada muchacha la empujó hacia la puerta y pasaron ambos sobre el policía desmayado.

Tamara se dirigió a la reja abierta que conducía a la calle. Tikhon le quitó las fotografías que ella tenía en sus manos y las tiró al suelo, la tomó por el talle y se dirigió hacia un ángulo de la casa.

– No hay que apurarse hacia la calle. Pensemos lógicamente, -le susurró llevándosela hacia el jardín. – Ahora el segundo policía viene ayudar al otro y cuando vean el papelero ahí tirado ante la salida, van a correr hacia la calle. Mientras tanto nosotros nos vamos por el jardín. —

Y así resultó. Los dos policías, maldiciendo, atravesaron la reja de salida. Los dos jóvenes saltaron tranquilamente la valla trasera y, sin ser molestados, salieron a la calle paralela.

Cuando llegaron al apartamento de Kushnir, Tikhon, apartando toda galantería, interrogó a la chica:

– Tamara, es hora de hablar seriamente. Alguna cosa no me has dicho. Quien son los otros que buscan lo mismo que nosotros? —

– Ya te lo dije. Es la KGB. Después del artículo interrogaron a todos. Y hasta me siguieron! —

– Hasta ayer yo también pensaba eso. Pero la seguridad del estado no actúa así. Ellos, simplemente, hubieran arrestado a Kasimov, hubieran utilizado sus métodos acostumbrados y si había que desaparecer a alguien hubieran montado el teatro de un desgraciado accidente. Esto fue el trabajo de unos malandros crueles. —

– Y si alguien de la KGB actúa, sin órdenes, por su propia cuenta? —

– No. A Kasimov no lo visitaron ellos. Por lo que se ve, estos tipos son malos, pero no profesionales y no del sistema. Quien más puede saber acerca del secreto relacionado con el cráneo de Tamerlán? A quien más le contó esta historia el cineasta? —

 

– A más nadie. Yo fui la primera. Recuerda, yo fui donde él para entrevistarlo acerca de la guerra. Pero ese increíble secreto ya lo estaba quemando. De tal manera que lo dijo y se sintió más aliviado. —

– Ya lo dijo Sócrates, es más fácil para una persona mantener una aguja caliente en la lengua que guardar un secreto. —

– Sí. Y tú, por lo que veo, eres leído. Citas a Shakespeare y a Sócrates. Menos mal que estudias tecnología. —

– La educación técnica es más amplia que la humanitaria. —

– Y eso por qué? —

– Porque un físico o matemático instruido puede dominar todo lo que sabe cualquier periodista. En cambio tú, no sabes por qué se prende un bombillo, por qué trabaja un televisor o por qué vuelan los aviones. —

– Que? Pregúntame… —

– Bueno, por qué vuelan los aviones? Uno grande, pesado. —

– Porque tiene alas, como las aves. —

– El avión no mueve las alas.. —

– No molestes! —

– Te das cuenta?… Ok. Nos distrajimos. Zakolov se secó las cejas y, de nuevo, se dirigió a la muchacha: – Dijiste que todos los ejemplares del periódico con el artículo fueron recogidos. Todos salvo el que tú escondiste. Es así? —

– El jefe de redacción, que destituyeron, también guardó uno. —

– Quien es él? —

– Un tipo normal. David Bakhtangovich. Veinte años en el periodismo. Excelente periodista, si quieres saber! No tuvieron clemencia. Lo botaron sin derecho a trabajar en otros medios de comunicación. Te imaginas? —

– Me imagino lo indignante. —

– Y como! Es georgiano, llevan el orgullo en la sangre. Lo botaron como a cualquier zagaletón. —

– Oye, un georgiano en la capital de Uzbekistán? —

– Epa, tecnólogo, límpiate los ojos, estamos en el siglo veinte! Tashkent siempre fue una ciudad internacional. Y después del terremoto del 66, todo el país vino a ayudar. Yo soy judía, él es georgiano y después que lo sacaron, el periódico lo dirige un armenio. A propósito, te voy a decir un hecho interesante. En el mundo hay dos naciones muy antiguas, las cuales no se ubican en su patria histórica. —

– Espera, ya te lo voy a decir. Los hebreos y…. —

– Y los armenios. Esos pueblos nunca conquistaron a nadie, y si pelearon, fue solo por su tierra. A ellos, por lo contrario, los oprimieron y exterminaron, pero los sufrimientos los endurecieron. Los judíos y los armenios están dispersos por todo el mundo, se les puede encontrar en cualquier país, en cualquier continente. Por todo eso, ellos no olvidan sus raíces históricas y se enorgullecen de su nacionalidad. —

– Enorgullecerse de su nacionalidad es lo mismo que enorgullecerse porque naciste un martes y no un miércoles. La persona debe enorgullecerse por sus propios logros. —

– Si eres obstinado!. Zakolov, olvídate un poco de tu lógica lineal. Hay valores supremos. —

– Si los hay. No lo discuto. Son las cumbres en la ciencia y el arte que alcanzó la humanidad. Y en eso no es importante la nacionalidad de esos gigantes del razonamiento cuyos frutos utilizamos. —

– Como sea. Para mí no es igual. —

– Bueno. Otra vez nos desviamos del asunto. Volvamos al redactor. Que crees tú? A este David Bakhtangovich también se le puede ocurrir ponerse a buscar el cráneo de Tamerlán? —

Tamara arrugó la frente y ponderó la pregunta. Zakolov continuó: – Quizás él también quiere hacer justicia y conservar su trabajo. —

– Yo hablé con él. Bromea, se mantiene alegre, pero se ve que no está bien. Sin embargo, como decirte? Él es un trabajador de oficina, acostumbrado a lidiar con papeles y una aventura real no puede imaginarla. —

– Eso depende de cuál es el objetivo. En cualquier situación mucho se resuelve con la motivación. Nuestros adversarios ya mataron a alguien, eso significa que nos metimos en algo muy serio. Tú te atreverías a matar a alguien solo para que te devuelvan tu trabajo? —

– No. Pero yo soy una mujer. —

– O sea, para esos trabajos sucios existen los hombres? Caballeros andantes como yo? —

– Zakolov, deja de hacerte el payaso! Mejor dime que hacemos ahora. Ya no está Kasimov, botaste las fotografías que tenía en mis manos, y ahí estaban el mausoleo y mezquitas de la época de Tamerlán. Es posible que Kasimov fotografiara estos sitios con alguna intención. —

– Yo me imagino que tú conoces esos lugares muy bien. —

– Claro. —

– Significa que nosotros no necesitamos las fotografías. O en una habría alguna nota y tú olvidaste en cual. —

– Cual nota? —

“– Aquí, bajo estas piedras está el cráneo de Tamerlán. —”

– Muy chistoso. —

– Para que queremos fotografías sin notas? —

Tamara se entristeció. Tikhon se puso pensativo, bajó la cabeza, cruzó sus dedos. Sus labios pronunciaron suavemente: “sin notas, sin notas.”. Y de repente reaccionó:

– En el despacho de Kasimov vi una foto curiosa! Y creo que ahí hay una nota.

– Por qué no lo dijiste? Dónde? Cual foto? —

– En la pared. Recuerdas la pared que tenía aquel montón de fotos? —

– Sí. —

– En una de ellas está Kasimov, en algún museo, mirando un cuadro extraño.

– Y? Que nota viste ahí? —

– En el cuadro hay un dibujo raro con símbolos. Podría ser un mensaje cifrado. —

– Es arte abstracto, Zakolov! Los pintores no se ponen con esas cosas. —

– Es posible. Pero no te dije lo más importante. En el momento de morir, Kasimov no miraba a cualquier lado sino justamente hacia esa foto —

– Tú crees que eso es importante? —

– Claro! Él estaba mirando aquello, por lo cual moría! —

– Y que había ahí? —

– Tengo que recordar el dibujo. —

Zakolov saltó, tomó una hoja de papel y se concentró en dibujar símbolos. Tamara miraba por encima del hombro. Tikhon dibujaba símbolos angulosos, borraba algunos, dibujaba de nuevo, se quedaba pensando y de desesperación mordió el lápiz. Después tiró el papel, rompió el lápiz y apretó el puño.

– No puedo recordar con exactitud! En el cuadro también había puntos. Que probablemente significaban algo también. Lástima que no agarré la foto. Y volver a esa casa no es posible. La policía estará trabajando en las evidencias.-

– Espera. – Tamara apretó el hombro de Tikhon. – Cuando lo entrevisté yo le pedí a Kasimov fotografiarlo para el periódico. Al principio se negó, pero después se paró al lado de esa pared, me dio instrucciones y el mismo estableció la luz. Tomé la foto, pero en el periódico no la colocaron en el artículo. —

– La tienes todavía? —

– Sí. Ayer quería mostrártela. Ya va. – La muchacha abrió un cajón, sacó la foto y se la dio a Zakolov. – Mira, él está al lado de ese cuadro!

15.– La última fotografía de Kasimov

Con agitación, Tikhon tomó la pequeña foto y la miró con atención. Era incómodo observar el rostro vivo de alguien recientemente asesinado. Malik Kasimov miraba el objetivo como desafiando al observador y preguntándole: Yo soy una persona meritoria y tú, quién eres? La sombra que había a la derecha no dejaba ver las fotografías de ese lado de la pared, pero a la izquierda se veía claramente la foto que interesaba a Zakolov.

Tikhon acercó la fotografía a sus ojos, tratando de distinguir los símbolos en el cuadro.

– Tú no conoces el autor de esa pintura? – preguntó a la muchacha.

– No. No parece de la escuela europea y menos, oriental. Por lo menos en ningún museo de Tashkent está. Eso te lo aseguro. —

– Me imagino que en otros museos tampoco. Es posible que eso sea un fotomontaje. Kasimov era un profesional. —

– Y que te dice todo eso? —

– Si fue él mismo que escogió eso para tratar de decir algo, y en el contexto de la conversación sobre Tamerlán entonces… —

Entonces sonó el timbre del apartamento. Zakolov y Kushnir intercambiaron miradas preocupadas.

– La policía no puede involucrarnos tan rápido. – Tikhon trató de tranquilizar a Tamara, pero para sus adentros, pensó: “A menos que se lo hayan dicho nuestros misteriosos adversarios”.

Un nuevo timbrazo insistente puso a temblar a la muchacha. Zakolov tomó sus manos, calculando las posibles variantes. Los habrían visto en la casa de Kasimov o no? Dejaron huellas o no? Debimos habernos cambiado de ropa enseguida.

Enseguida después del tercer timbrazo se oyó la voz impaciente de Evtushenko:

– Tikhon, Tamara, soy yo, Sasha! —

– Como lo olvidé! – Zakolov se golpeó la frente y fue a abrir la puerta.

– No molesto? – sonriendo irónicamente, Evtushenko entró al apartamento.

Involuntariamente, Tamara se arregló el cabello.

– Donde estuviste? – Preguntó Tikhon, sin hacerle caso a la indirecta. – Si yo te contara! —

– Me fui a ver Tashkent. Somos turistas, no? Y ya que ustedes no me llevaron… —

– Pero no sirvió de nada. Si hubieras ido a la casa del cineasta y hubieras vigilado mientras estábamos adentro, muchas cosas serían más claras. —

– En la noche se va el tren. Lo recuerdas, no? —

– La noche es la noche. Ahorita es el día. – Gruñó Tikhon y, de nuevo, se dedicó a mirar la fotografía.

– Que es eso? – Se interesó Alexander. – Kasimov? —

– A mí no me interesa él, sino el cuadro. Pero la foto es muy pequeña. – Hay unos dígitos, pero son difíciles de ver. —

– Dígitos? – se extrañó Evtushenko. – Estamos jugando a los espías? —

– Por ahora, a los arqueólogos. Pero es un juego muy peligroso. Ya hoy mataron a una persona. —

– Kasimov. – dijo Evtushenko.

– Como lo sabes? Ya hablan de eso por ahí? – Se preocupó Tamara.

– Se me ocurrió, porque ustedes fueron para allá. —

– Tienes razón. Unas bestias lo mataron justo antes de nuestra llegada. En su casa encontramos solamente el cadáver. —

– La policía casi nos agarra! – dejó escapar Tamara. – Apenas pudimos salir.

– Vaya, vaya! Buen comienzo. —

– Así es. No pudimos hablar con Kasimov. Mira, él es quien está en la foto. Eso fue hace tres semanas, él estaba bien y sano. Esta, probablemente, es su última fotografía. – Decepcionado, Tikhon apartó la foto.

– Si es muy pequeña, entonces no hay sino que agrandarla. – propuso Alexander.

– Claro! Tamara, todavía tienes el negativo? Dónde está? —

– No fui yo quien la imprimió, sino nuestro fotógrafo de la redacción. Ni siquiera tengo el equipo de impresión. —

– Él te devolvió el negativo? —

– No. Para que yo lo querría. Él se quedó con el rollo. —

– Puedes llamarlo por telefono? Es necesario hacer ese agrandamiento inmediatamente. —

– Voy a llamarlo. Vamos a ver si está en casa. —

– Trabaja en su casa? —

– Román Kireev no es un trabajador fijo del periódico, es contratado, como yo. —

– Espera, voy a ver si no nos están escuchando otra vez. – Zakolov se asomó a la ventana y constató que el patio estaba vacío, entonces le dijo: – Puedes telefonearle. —

Tamara Kushnir marcó el número, le respondieron, coqueteó unos minutos con el interlocutor y, de repente, gritó:

– Román tiene los negativos! Que de qué tamaño quieres la foto? —

– Él vive lejos? —

– No mucho. —

– Dile que vamos para allá. Yo le mostraré. —

Rápidamente, Tamara se puso de acuerdo con Román y colgó la bocina. En sus ojos había chispazos de pasión cazadora:

– Tú crees que estamos en la dirección correcta? —

– Puede ser. —

– Román nos espera.

– Vamos! —

La muchacha se preocupó:

– El policía me vio en la casa de Kasimov. De repente me reconocen. —

– No te preocupes. El policía notó a una muchacha desconocida, la vio de espaldas y, apenas, un segundo. En este caso que mira un tipo? —

– El peinado? – dudó Tamara.

– Y tú, qué opinas Alexander?

– El trasero. – sonriendo, agregó Evtushenko.

– Eso está más cerca de la realidad. En ese momento no tuvo tiempo de ver más arriba de la cintura. Y ahora, nuestro problema es dirigir nuestra atención a otra cosa. Tienes una mini-falda? – preguntó Tikhon a la muchacha. Tamara asintió. – Entonces póntela. Mientras más corta, mejor. No olvides unos zapatos acorde con la mini. Y hazte una cola de caballo con una cinta bien llamativa.

Tamara se dirigió a la habitación pero Tikhon la detuvo en la puerta y le dijo que se volteara.

– Sasha, imagínate que eres un policía. Mírala y trata de recordarla ahorita enseguida. —

Cuando Tamara volvió, en tacones altas y mini-falda de tela de jeans, con una blusa clara suelta y con su cabello recogido en cola de caballo, Zakolov le propuso que posara como en pasarela.

– No se reconoce. Es otra chica. – Evtushenko se entusiasmó.

“Y muy bella”, – quiso agregar Tikhon, apreciando, de nuevo, sus largas piernas y su talle esbelto.

 

En el piso de arriba del apartamento de Tamara Kushnir un tipo, en impermeable beige, había interceptado la conversación telefónica. Entonces bajó al patio y salió a la calle y, desde un teléfono público se comunicó:

– Ellos van a casa de un fotógrafo de nombre Román. Van a agrandar la fotografía de Kasimov. —

– La dirección del fotógrafo? —

– Ahorita la rastreo. —

– Me la comunicas enseguida y prepárate para la acción. —

– Yo soy un boy scout, siempre listo! —

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