Celadores del tiempo

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Se concentró y de sus manos surgió de nuevo una humareda azul. Lo extendió sobre su cuerpo creando una fina capa que le protegería de los impactos. Con suerte, conseguiría que el dolor fuese más llevadero. Siempre había pensado en cuál sería su final, de qué manera moriría. Le hubiese gustado fallecer de viejo, en su casa, rodeado de los suyos. Nunca se imaginó que terminaría sus días de aquella manera. La espera se hacía eterna. Irix no llegaba. Un extraño silencio rondaba en la sala. Se preguntó por qué tardaba tanto, ya debería haber llegado. De repente, un gran estruendo, que provenía de sus espaldas, le alarmó, pero ya era demasiado tarde, no pudo reaccionar.

Una mano había aparecido entre el tabique de la pared, justo detrás de él, dándole un gran golpe que lo lanzó hacia el centro de la sala. El golpe fue terrible y no pudo evitar gritar de dolor y escupir sangre. Se dio la vuelta y miró hacia el lugar de donde había venido el puñetazo. Vio los ojos furiosos de Irix a través del hueco que había quedado, mientras su puño aún estaba anclado a la pared. Con gran ímpetu rompió el resto de la pared, creando una entrada alternativa a la sala. Se fue acercando a Marc, regocijándose mientras este se retorcía de dolor.

―¡Parece ser que me he alzado con la victoria!

Marc reunió las últimas fuerzas que le quedaban para intentar ponerse en pie, aunque no lo consiguió totalmente, sino que se quedó medio encorvado. Levantó un poco la cabeza para mirar a Irix a los ojos, desafiándole. Este se acercó sin que Marc hiciese nada por impedirlo. Lo agarró por el pecho con una mano, lo levantó en el aire y lo lanzó con todas sus fuerzas contra el suelo. Marc notó cómo varias costillas se le rompían y le causaban un enorme dolor. Sus gritos resonaron en toda la sala. De nuevo escupió restos de sangre y saliva que mancharon su cara y resbalaron por su mejilla. No podía aguantar más. Esta vez sí que se sintió derrotado y deseaba que todo terminase de una vez. Irix se rasgó la camiseta con las manos, mostrando la herida que Marc le había hecho en el pecho en su último enfrentamiento.

―¡Mírame! ¡Mírame!

Levantó la cabeza con torpeza para mirarlo. La herida del pecho todavía estaba sin cicatrizar, se notaba con claridad la marca del cuchillo. Su cuerpo estaba bien esculpido, tenía unos abdominales muy marcados. Nunca habría imaginado una masa muscular tan desarrollada. Era bastante mayor que él y a pesar de la edad, se mantenía en plena forma. Irix se sentía orgulloso de vencer a un rival mucho más joven.

―¿No vas a suplicar por tu vida? Cada uno de los rivales que he vencido terminan pidiéndome clemencia.

―¿De qué serviría? ¿Acaso eso cambiaría las cosas?

―No, pero disfruto viendo cómo lo hacen.

―No te daré ese placer.

Irix paseaba alrededor de Marc, mirándolo, saboreaba el momento. No quería terminar con él aún, quería torturarlo, obligarlo a suplicar clemencia; quería verlo sufrir. Le habría gustado que aquella muchacha estuviese allí en ese momento para poder hacerle daño y que él lo viera, ver el horror y la desesperación en sus ojos. Marc no comprendía cómo una persona podía llegar a ese nivel de crueldad.

―Te voy a contar una cosa. Sé quién eres. Te conocí cuando aún no caminabas. Yo estaba presente el día que perdiste a tus padres. Me cedieron el honor de terminar con sus miserables vidas. Los dos suplicaron por ti, llorando. No me dieron pena ninguna y los maté, mientras tú llorabas en la cuna. Solo les preocupaba salvar tu vida y al final, el cruel destino quiere que sea yo quien termine contigo. ¡Mira cómo has terminado! ¡No eres más que escoria!

―¡Mientes! ¡Todo eso es mentira!

―Sabes que es verdad. Colgamos sus cuerpos ante la puerta de casa para que los buitres y los cuervos se alimentaran y, a ti, te abandonamos.

―¡Basta!

―Lo recuerdo muy bien. Fue una de mis primeras misiones. Quizás debería de haber acabado contigo en aquel momento, aunque reconozco que ahora estoy disfrutando más.

―¡Maldito seas! ¡Te juro que te mataré!

―«¡No le hagas daño!», suplicaban tus padres. Incluso te cogí en brazos y te miré. Pensé en matarte. Sonreíste y me agarraste un dedo con tus pequeñas manos y yo lo separé con la ayuda de un cuchillo. Te dejamos allí, al lado de los cuerpos de tus progenitores. Pero tuviste suerte, alguien te salvó. ¡Debí matarte en aquel momento, así me hubiese ahorrado tantas molestias!

Irix se enfurecía más a cada palabra que decía. Se detuvo ante Marc. Este lloraba recordando su triste y cruel pasado. Parece ser que Irix decía la verdad. Apenas sabía nada de aquellos acontecimientos. Recordó algunas cosas que le habían contado y otras que había oído; ahora, todo encajaba. Quería gritar de rabia. Cogió aire y cuando se disponía a hacerlo, su rival le golpeó con fuerza, obligándolo a caer de rodillas ante sus pies. Seguía sufriendo. Aguantaba el dolor y esperaba a que le diera el golpe de gracia definitivo. Lo que tenía claro era que no le daría el gusto de verlo suplicar por su vida.

―¿Sabes? Me encanta cuando llega este momento, cuando uno olvida el orgullo y la dignidad y suplica por su vida. Pero tú no lo has hecho, ¿por qué?

―Porque sé que saldré de esta ―dijo Marc entre balbuceos y muecas de dolor.

―No saldrás de este edificio con vida. Morirás como toda tu miserable familia. Este será el final de tu clan. ¡Será el punto y final de tu linaje!

Irix empezó a gritar enérgicamente. Sus gritos eran tan potentes que todo empezó a vibrar, el polvo caía del techo en forma de fina lluvia e incluso los cuadros que había colgados se movían. Estaba lleno de furia. Dejaba fluir toda su ira y Marc estaba en el lugar equivocado.

―Tu familia eran unos cobardes. No querían luchar. Tú eres un cobarde, y yo… ¡odio a los cobardes!

Agarró una pierna de Marc con ambas manos y lo lanzó contra el techo. Mientras lo hacía, gritaba con todas sus fuerzas. El estruendo resonó en todo el edificio y abrió un hueco a través de las tablas que dejó a Marc en el piso superior, retorciéndose de dolor. Estaba malherido, le dolía todo el cuerpo. La peor parte se la llevó su brazo izquierdo; tenía un profundo corte, a la altura del hombro que sangraba aparatosamente y el resto del cuerpo lleno de pequeñas astillas de madera. Estaba al límite de sus fuerzas. No aguantaba más. Seguía tosiendo sangre y le costaba mucho respirar. Sin duda, tendría algunas costillas rotas. Por suerte, el escudo que había creado a su alrededor había conseguido amortiguar en gran parte los golpes, evitando que fuesen mortales.

―¡No te muevas! ¡Ahora subo! ―gritó Irix a través del agujero que había hecho el cuerpo de Marc.

Marc yacía allí, dolorido no solo en cuerpo, sino también en espíritu. Irix lo había conseguido, le hizo pasar la peor de las torturas y ahora vendría a rematar la faena. Pero Marc había conseguido llegar más lejos de lo que pensaba y no quería abandonar. Pensó en sus amigos por última vez, pero… ¿A quién pretendía engañar? No tenía amigos, solo eran compañeros de lucha, no tenían una verdadera amistad. Siempre había evitado relacionarse y ahora los echaba de menos, necesitaba pensar en alguien en esos momentos y pensó en ella, en Alice, en lo último que le había dicho, pero ni siquiera lo recordaba. Le gustaría haberle contestado a todas aquellas preguntas que tan insistentemente hacía. Ya era tarde. Había tenido su oportunidad y la había desperdiciado. Así que Marc recapacitó y se dijo a sí mismo que aquel no sería su último día, no se iba a rendir. Volvería junto a ella. Quería volver a verlos a todos aunque fuera por última vez.

Lleno de coraje y rabia, sacó fuerzas de flaqueza y consiguió levantarse. Miró a su alrededor. Se dio cuenta de que estaba en el último piso. Irix, sin quererlo, le había ahorrado un tramo de escaleras al traspasar con su cuerpo el techo para dejarlo en el piso superior. Vio un pequeño tramo de escaleras que supuso darían a la azotea y se dirigió hacia él. Caminaba con torpeza, apoyándose en las paredes. Logró llegar y subió aquel último tramo de escaleras. Solo tenía que cruzar aquella puerta que tenía ante él y vería la luz del día. A lo lejos oía los gritos de su contrincante que maldecía sin parar y que, en breves momentos, llegaría junto a él. Marc se sintió aliviado, quizás porque pensaba que sería mejor morir a plena luz del día con la brisa acariciándole la cara que morir en la oscuridad. Abrió la puerta y el sol le cegó hasta que sus ojos se acostumbraron a la claridad. La terraza no tenía nada de especial. Era una plataforma, en cuyo centro se alzaba una caseta que protegía el final de las escaleras y alrededor, bordeando el edificio, un pequeño muro de un metro de altura hacía de barandilla.

Tal y como se había imaginado, no había escapatoria. Frente a él estaba el vacío, que terminaba en la Gran Plaza. A su izquierda, otra enorme edificación y, por el lado contrario, se veía la ciudad. Parecía imposible escapar de allí. Alzó las manos y sintió cómo el viento acariciaba su piel, haciéndole sentir vivo y libre de nuevo. Todas sus heridas le escocían. Su cuerpo se estremecía de dolor, le costaba respirar y notaba daños internos en su cuerpo. Avanzó despacio hacia el borde del edificio y justo en ese momento, Irix volvió a aparecer en escena. Estaba furioso, había tardado más de lo esperado en llegar junto a Marc. Caminó hacia él con los ojos inyectados en sangre de la cólera que sentía.

―Bueno, se terminaron las tonterías. Acabaré con esto ahora mismo.

Irix agarró a Marc y lo lanzó contra un borde del muro, dejándole medio cuerpo colgando por fuera. Su rival se reía a carcajada limpia y levantó las manos para celebrar la victoria. Marc miró hacia abajo resignado. Vio la Gran Plaza que se extendía a los pies del edificio. No veía a nadie caminar por ella. Sonrió, pensando en que Irix no tendría testigos o espectadores ante los cuales se podía regocijar. Se sintió bien durante un momento, a gusto, hasta que se fijó en un callejón que daba a la plaza. Entrecerró los ojos durante unos segundos y le pareció ver la furgoneta de sus compañeros. No podía ser. ¿Qué estaban haciendo allí? ¿A qué estaban esperando? ¡Tenían que destruir el edificio!

 

―¡Mirad! ¡Es él!

Alice gritó de alegría mientras señalaba la azotea del teatro. Elena y Richi miraron hacia allí y se asombraron al verlo. Los tres se alegraron de que aún continuase con vida, pero todavía no estaba a salvo. Richi le hizo una señal con las luces y Marc lo vio. Se alegró al verlos, pero ese no era el plan que habían trazado, tendrían que estar camino de Areti. Alice seguía aún en peligro. Allí estaban, esperando, parecía que les preocupaba lo que le podía pasar, eran buenos compañeros. Recordó todo lo que habían pasado juntos, también lo que había vivido con Alice aquellos días tan intensos. Desde que había conocido a Elena y a Richi su vida había mejorado, pero él no lo había notado hasta ahora. Tenía sentimientos, algo afloraba dentro de él: amistad, cariño, no sabría decir lo que era, pero era una grata sensación. Tenía que ayudar a sus amigos. En esa situación no tenía muchas probabilidades. Tal vez si veían su muerte, se marcharían por fin hacia la libertad.

Sacó de nuevo fuerzas de flaqueza y subió al muro; miró a Irix de manera desafiante. El viento soplaba con más fuerza allí en el borde. Solo estaba apoyado sobre las puntas de los pies, en equilibrio; cualquier error y terminaría con sus huesos desparramados en la entrada del teatro. Alice se asustó al verlo y cerró los ojos.

―¿Pretendes que te ataque y me caiga contigo? ―dijo Irix―. No caeré en la trampa tan fácilmente.

―¿Sabes cuál es tu problema? Que no tienes sentimientos. Solo piensas en hacer daño a los demás. En cambio, yo disfruto de mi vida.

―¡Pues hasta aquí has disfrutado! ¡Date por muerto!

―No. Mi vida no te pertenece y he decidido que aún no ha llegado mi hora.

―¡Pues tengo curiosidad por saber cómo sales de esta!

Irix sonreía cínicamente, mientras en sus manos comenzaban a formarse de nuevo grandes llamas. Marc desenfundó ambas espadas. No estaba haciendo eso por él, sino por sus amigos. Sacó de su interior una energía y un poder que jamás hubiese imaginado que tendría. Por fin entendía lo que había leído en aquellos libros sobre la energía y cómo un fuerte sentimiento de felicidad proporcionaba un poderío inimaginable. Estiró los brazos con las espadas y apuntó al suelo. Ambas armas empezaron a envolverse en llamas, unas llamas vigorosas y cargadas de energía. Alice abrió los ojos y vio el espectáculo. Estaba aterrorizada, mientras Elena intentaba consolarla. Richi agarró el detonador con la mano, dispuesto a volar el edificio.

―¡He decidido vivir! ―gritó Marc con todas sus fuerzas.

Tras decirlo, Marc dio una voltereta hacia atrás y saltó al vacío. Irix, sorprendido, lanzó furioso una gran cantidad de pequeñas ondas de energía, que se dispersaron en el aire sin alcanzar su objetivo. Marc ya había descendido lo suficiente para conseguir esquivarlas. Tras enderezarse en la caída, clavó las espadas con fuerza en la fachada; trozos de ladrillo y cemento saltaban sin control. Sus espadas, cuyo fuego irradiaba más intenso que nunca, empezaron a rasgar el edificio, fundiendo la piedra y el cemento de la fachada. Aunque Marc descendía rápidamente, sus espadas iban frenando su caída lo suficiente. Desde la furgoneta contemplaban sorprendidos el espectáculo. Richi dejó el detonador sobre sus piernas, arrancó la furgoneta y avanzó deprisa hacia la puerta del teatro.

Irix se acercó al borde y pudo ver cómo su enemigo escapaba ante sus ojos. Sin dudarlo, se dirigió de nuevo hacia las escaleras con la esperanza de bajarlas a toda velocidad para poder alcanzarlo antes de que llegase a la calle. Mientras tanto, Marc sentía cómo los fragmentos de madera, cemento y demás materiales golpeaban su cuerpo provocándole cortes y arañazos, sobre todo en los brazos. El dolor era insoportable. Corría el riesgo de soltar las espadas y morir por la caída, pero no había llegado tan lejos para terminar así; lo conseguiría. Ya estaba a la altura del octavo piso cuando Richi llegó con el vehículo a la entrada del teatro. La gente comenzó a llegar llena de curiosidad y ansiosos por ver lo que estaba sucediendo; miraban atónitos tan insólito espectáculo. Richi no quería que hubiese víctimas inocentes y comenzó a gritar:

―¡Fuera de aquí! ¡Rápido! ¡Aléjense! En unos minutos todo esto volará por los aires.

Nada más bajar de la furgoneta, Elena lanzó una daga a un guardia que custodiaba la entrada y lo mató al instante. Alice acababa de salir también del coche y ambas miraron hacia arriba. Tuvieron que apartarse un poco, ya que una lluvia de cascajos y escombros caían sobre ellas. Al separarse, pudieron ver claramente los surcos que Marc dejaba grabados sobre la fachada del edificio. Tenían que estar alerta. Pronto llegarían las tropas debido al revuelo que se había armado. Confiaron en que tardasen solo unos minutos más, sería el tiempo suficiente para que Marc llegase abajo y poder escapar.

Enseguida llegó al primer piso y el tejadillo que había sobre la entrada paró en seco su caída. El golpe fue tremendo, aunque no lo suficiente como para matarlo. Tenía las manos, los brazos y la cara bañados en sangre. Allí estaba, sobre aquel voladizo, a unos metros de la salvación y sujetando las armas con fuerza. Se quedó allí tumbado, mirando al cielo, sorprendido de cómo había conseguido escapar. Fue una decisión arriesgada y suicida, pero lo había conseguido. Su mente parecía abandonar su cuerpo, dejándolo allí sin poder reaccionar, pero un grito le hizo volver.

―¡Marc, por favor, tienes que salir de ahí! ¡Date prisa!

Era Alice. Se alegró al oír su voz. Creía que jamás volvería a hacerlo. Utilizó sus últimas fuerzas para arrastrarse hasta el borde y asomar la cabeza. Vio cómo Alice y Elena lo miraban con una gran sonrisa en la cara. Recordaría esos rostros durante el resto de su vida. Se arrastró un poco más y se desmayó, cayendo a los pies de las dos muchachas, pero Elena, con una agilidad y una fuerza increíbles, consiguió recogerlo en sus brazos antes de que tocase el suelo. Con esfuerzo y ante la impaciente mirada de Richi, subió a Marc lo más rápido posible a la parte trasera de la furgoneta. Alice recogió las espadas de Marc y entró en el vehículo.

Cuando todos estaban dentro, Richi arrancó rápidamente, alejándose del edificio en dirección a la puerta principal. En ese momento, los otros dos guardias intentaron cortarle el paso, pero los arrolló sin contemplaciones, no se detuvo ante nada. Cogió el detonador y pulsó el botón. Durante una milésima de segundo pareció como si el tiempo se detuviera, dejando paso a un gran estruendo. Alice miró hacia atrás y vio cómo de la base del edificio salía gran cantidad de polvo, humo y escombros producidos por la explosión. Irremediablemente, el edificio fue desplomándose sobre sí mismo, expulsando una enorme polvareda. En pocos segundos el edificio se había derrumbado por completo. La Gran Plaza estaba sumida en una oscuridad grisácea que impedía la respiración. Richi se alegró de haber avisado a toda aquella gente, de lo contrario, ahora mismo lo estarían pasando muy mal. No se veía casi nada, pero notaron cómo rompían la barrera del puesto de control de la entrada de la ciudad, llevándose a varios guardias por delante.

Habían conseguido escapar, aunque el plan no había salido exactamente como estaba previsto. En la parte trasera del vehículo, Elena atendía a Marc. Tenía los brazos ensangrentados y llenos de heridas, aunque el resto de su cuerpo no estaba mucho mejor. Poco a poco le fue quitando esquirlas y restos de distintos materiales que tenía clavados por todo el cuerpo. Lo había conseguido, había sobrevivido, aunque seguía inconsciente. Con la ayuda de una toalla húmeda comenzó a limpiarle el cuerpo, dejando al descubierto todas sus heridas.

―¿Se pondrá bien? ―preguntó Alice preocupada y con lágrimas en los ojos.

―Sí ―respondió Richi―. Él tiene ese don especial. Se recupera de sus heridas bastante rápido. En unas horas se levantará. Ya lo verás.

Elena continuó limpiando las heridas. Le quitó la camiseta, lo cubrió con una manta y lo tumbó en el suelo de la furgoneta para dejarlo descansar. Asomó la cabeza entre los asientos y miró a Richi y a Alice con una sonrisa.

―Podéis estar tranquilos. Se pondrá bien. ¿Y ahora a dónde vamos?

―Lo primero es descansar. Buscaré un lugar seguro y pararemos.

―No te preocupes, Alice. Ya está a salvo ―le dijo Elena tranquilizándola.

Una sonrisa iluminó la cara de Alice al escucharla. Después, miró hacia la parte de atrás, para verlo, indefenso e inconsciente. Sintió pena y alegría a la vez. Marc había sobrevivido. Se tomó unos segundos para pensar en todo lo que había sucedido y en lo que habría pasado si Richi hubiese detonado los explosivos con él dentro. Se alegró al saber que había hecho lo correcto y, por suerte, todo había salido bien. Pronto llegaron al cruce y esta vez tomaron el camino hacia el oeste, en dirección a Areti, su hogar.

Todos permanecieron un rato en silencio. Richi y Elena pensaban en cuál sería la manera más adecuada para salir de aquella situación, aún corrían serio peligro y, por su parte, Alice solo pensaba en que Marc se recuperase lo antes posible. La salida del norte por la muralla negra estaba descartada y por los ríos del sur también, ambos estaban muy bien protegidos. El tiempo pasaba y el sol se iba ocultando en el horizonte. Tuvieron que encender los faros de la furgoneta y eso les podría acarrear problemas, los podrían localizar con facilidad. En esos momentos pasaban cerca de un pequeño bosque, con grandes árboles. Richi redujo la velocidad de repente.

―Nos ocultaremos entre esos árboles y descansaremos. Marc necesita reposo. Seguro que nos están buscando. No es conveniente seguir.

―Creo que es una buena idea. Todos necesitamos dormir un poco ―dijo Elena.

Alice permaneció en silencio y solo asintió con la cabeza. Richi sacó la furgoneta de la carretera, se adentró en el bosque y se detuvo cerca de unos matorrales. Paró el motor y apagó las luces dejándolo todo a oscuras. Solamente contaban con el resplandor de la luna llena. Todos salieron del vehículo dispuestos a relajarse tras un largo e intenso día. Elena, con la ayuda de Alice y con mucho cuidado, colocó a Marc tumbado a los pies de un enorme abeto, lo más cómodo posible. Elena prosiguió limpiando las heridas y aplicándole algún vendaje, mientras Alice lo observaba todo sentada en la puerta trasera. Él permanecía todavía inconsciente, parecía que no se despertaría jamás. Alice se fijó en sus heridas. Para su sorpresa y alegría, todas habían empezado ya a cicatrizar. Se sorprendió al ver de nuevo esa capacidad de regeneración que tenía. En apenas una hora ya se habían curado las heridas más superficiales. No daba crédito a lo que veía.

―¡Es increíble que pueda curarse tan rápido!

―Tú tienes las visiones y él tiene ese poder.

―¿A qué clan pertenece?

―No se sabe. Tuvo que descubrir sus poderes por sí solo. Nadie sabe nada sobre su familia. Esta rápida regeneración fue uno de sus primeros descubrimientos.

―Eso es muy triste. Me da mucha pena.

Alice permaneció un rato allí, mirándolo fijamente. Tenía una sensación muy extraña cuando estaba a su lado, no sabría explicarlo. Su cuerpo se estremecía, sentía ganas de llorar o de reír de alegría y felicidad. Era un sentimiento que nunca antes había tenido. Se levantó y se fue, dejando a Marc bajo los atentos cuidados de Elena. Disfrutó un rato del paisaje nocturno. La luna llena brillaba iluminando todo el bosque. Se quedó durante un instante contemplándola fijamente, asombrada ante su belleza; nunca antes la había visto tan bonita. La luz se reflejaba en los árboles y la suave brisa devolvía un abanico de sombras en movimiento

―Hoy el cielo está precioso ―dijo Richi desde el techo de la furgoneta.

Alice ni se inmutó y tras unos segundos, se dirigió a la parte delantera de la furgoneta y se encaramó al techo de la misma. Allí estaba Richi, tumbado con las manos debajo de la cabeza, mirando las estrellas. Se sentó a su lado. Durante un rato permanecieron callados, hasta que Alice decidió romper el silencio.

―¿Qué ocurrió en el edificio? ―preguntó Alice en voz baja.

 

―Todo había ido bien hasta ese momento. Marc me pidió los explosivos y me mandó vigilar la salida, por si alguien venía. Me quedé allí hasta que, de pronto, oí un enorme estruendo y algo bloqueó la salida. Intenté subir de nuevo para ayudarle, pero me fue del todo imposible. Ni siquiera pude ver a la persona que estaba allí dentro con Marc.

―Por las bolas de fuego que vimos en la azotea, supongo que era el mismo que nos atacó en la carretera ―dijo Alice enfurecida―. ¿Por qué lo dejaste solo?

―Hice todo lo posible, pero él comenzó a hablar a su adversario con palabras que en realidad iban dirigidas a mí. Marc quería que destruyéramos el edificio. Tenía claro que lo importante era que escapásemos, tenía intención de sacrificarse. Ahora tengo que darte las gracias por detenerme. Si no fuera por ti, ahora mismo no estaría con nosotros.

―No, gracias a ti por confiar en mí.

Los dos se quedaron de nuevo en silencio, mirando el infinito manto de estrellas que aquella preciosa noche les mostraba. Luego, Richi se levantó y bajó del furgón. Se sentó junto a un árbol cercano, se acomodó e intentó conciliar el sueño. Aprovechando que Richi se había marchado y quedando todo el espacio para ella, Alice se tumbó. Apenas se había estirado cuando dos mantas le cayeron encima. Se asustó un poco ya que no lo esperaba. Se asomó por un lado y vio a Elena, que le dijo:

―Si vas a dormir ahí, abrígate. Por las noches refresca.

―¡Gracias! ¿Cómo está Marc?

―Está bien. No te preocupes. Ahora tenemos que descansar. Hasta mañana.

―Hasta mañana, Elena, y gracias por todo.

Utilizó una manta a modo de colchón y la otra para taparse. Se sentía cómoda y a gusto. Poco a poco el cansancio dio paso al sueño. Por una vez en su vida se sentía bien consigo misma y, sobre todo, no le daba miedo saber que tendría pesadillas. No le importaba tener otra vez aquellas visiones, porque sabía que eran historias pasadas y cada sueño le ayudaría a aclarar su pasado, comprender mejor el presente y prepararse para el futuro. En apenas un momento, se quedó profundamente dormida.

Renacer

La oscuridad se apoderó de su mente dejándola en medio de la nada. Podía sentir dónde estaba. El viento soplaba muy fuerte y se oía con claridad el sonido de las olas en la cercanía. De repente, apareció una luz centelleante en el cielo y la oscuridad se fue diluyendo lentamente, dejando ver el paisaje. Estaba en un faro, situado en un pequeño acantilado y no muy lejos, se veía un puerto pesquero. Era de noche, la luna brillaba con intensidad y un manto de estrellas cubría por completo el cielo. En el muelle se podían observar cientos de antorchas encendidas que iluminaban varios barcos en los que una gran cantidad de personas embarcaban, llevando consigo todo tipo de provisiones y aparejos. Mirando al mar desde el faro y cerca de Alice, se encontraba un hombre con pelo negro y una espesa barba; sujetaba un libro en la mano. Unas pisadas se oyeron tras él y se giró rápidamente, mostrando su rostro. Su piel estaba arrugada y curtida por el paso del tiempo. Era un anciano. Sus ojos estaban hundidos en sus cuencas y entrecerrados por el fuerte viento. No había duda de que se trataba de un viejo «lobo de mar».

Acercándose a él caminaba una pareja, hombre y mujer. Ambos mucho más jóvenes que el veterano marino, que los miraba con atención. La mujer era muy hermosa. Tenía una larga melena oscura como la noche, aunque se distinguían algunas mechas de color rojizo que brillaban con fuerza cuando la luz se reflejaba en ellas. Pero lo que más llamaba la atención de la muchacha eran sus ojos. Unos preciosos ojos azul turquesa. El hombre era de complexión normal y aunque llevaba una capucha puesta, se podía distinguir una larga cicatriz que descendía desde la parte superior de su oreja izquierda hasta el cuello y parecía que aún no estaba del todo curada.

Empezaron a hablar. Alice no podía oír nada de lo que decían por culpa del fuerte viento. Ella lo observaba todo, pero sin poder moverse de su sitio. Agudizó su oído para intentar escuchar la conversación y por fin pudo oír algo:

―Llévate los libros y guárdalos. Si lograran apoderarse de ellos, los destruirán ―dijo el hombre de la cicatriz.

―Los guardaremos a buen recaudo ―contestó el anciano―. Si algún día necesitáis nuestra ayuda, no dudéis en pedirla.

―Partid tranquilo. Vuestra marcha no será recordada y tu ayuda no será necesaria.

El silencio reinó de nuevo en el lugar y la pareja desapareció en la oscuridad, dejando al viejo marinero en el faro. El hombre sacó una navaja del bolsillo y sin soltar el libro, se acercó a la pared del faro. Alice se dio cuenta de que podía moverse y se acercó para ver lo que escribía. Debido a los achaques de su edad, le llevó un tiempo grabar una frase. Al cabo de un rato, Alice pudo leer lo que decía: «La tierra donde nací no me verá morir». Tras terminar de escribir, besó el faro, como si se estuviese despidiendo de un antiguo amor, y se alejó caminando hacia los muelles en los que apenas se veía a ninguna persona. Las antorchas seguían encendidas y mostraban con claridad seis navíos que parecían estar listos para zarpar en cualquier momento.

Mientras el hombre se marchaba, alcanzó a leer el nombre del libro que llevaba en la mano: «Historia del mundo». En la portada divisó parte del dibujo que tenía grabado, ya que la mano del anciano ocultaba la mayoría del mismo. Parecía ser un mapa en el que se veían algunas islas y algo que reconoció, Plaridio. El tiempo comenzó a pasar deprisa y los barcos fueron zarpando uno a uno, alejándose en la inmensidad del mar, hasta que no fueron más que unas pequeñas manchas oscuras en el horizonte. La noche pronto se convirtió en día, el día otra vez en noche y así sucesivamente. Cada vez más y más rápido, hasta que, de repente, el sueño se disipó. Alice se despertó, abrió los ojos con brusquedad, y los cerró de nuevo; el inmenso brillo del sol le cegaba.

Tapó el sol con la mano y abrió los ojos despacio para acostumbrarlos a la claridad. Estaba rodeada de árboles. Un agradable aroma ambientaba el lugar. El olor del bosque se mezclaba con alguna que otra fragancia de flores silvestres cercanas que traía la suave brisa. Al lado de la furgoneta pudo oír a Elena y Richi charlando. Se levantó bostezando y estiró los brazos para desperezarse un poco, y al abrir bien los ojos, observó lo que había a su alrededor. El lugar era precioso, más de lo que había apreciado por la noche. Robustos árboles adornaban la zona y bajo ellos, un precioso manto de hierba verde. Sin embargo, no era muy amplio, desde allí podía ver ambos extremos del bosque a lo lejos.

―¡Buenos días, Alice! Te hemos preparado el desayuno ―dijo Richi.

―Bueno, casi ya es el almuerzo ―dijo Elena.

―¿Qué hora es?

―Pasa un poco de las 11 de la mañana. ¡Parece que has dormido a gusto! Ja, ja, ja. ―Los dos se rieron.

Alice soltó también una carcajada y bajó de la furgoneta. Recogió las mantas que había utilizado y fue hacia la puerta trasera del vehículo para guardarlas. Al abrirla, pudo ver a Marc tapado con una manta. Durante toda la noche se había olvidado por completo de él, ni siquiera cuando despertó, pero ahora, al verlo, recordó todo lo sucedido. Por un momento deseó que todo fuese como en uno de sus sueños, pero aquello había sucedido realmente. Dejó las mantas a un lado, cerró la puerta y se dirigió hacia sus compañeros, que ya estaban comiendo algo.

Se sentó a su lado. Le sorprendió mucho el contacto con la hierba. Era tan suave y mullida que parecía un esponjoso tapiz, en el cual uno se podía tumbar tranquilamente sin miedo a lastimarse. Richi le ofreció un bocadillo que tenía listo. Ella lo aceptó sin dudar y empezó a comerlo despacio. Tras varios bocados, empezaron a conversar.