Consagración personal a San José

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Día 6

Desposorios y noviazgo de San José y María

Muy querido lector:

Dentro de 25 días nos consagraremos a San José. Qué alegría saber que, al unirnos a él, nos unimos de un modo especial también a la Santísima Virgen María, su esposa y junto con ellos podemos ser más perfectamente consagrados al Corazón de Cristo.

Vamos a meditar hoy el texto del Evangelio de San Lucas 1, 26: «El ángel fue enviado a una doncella desposada, con un varón cuyo nombre era José».

Desposada quiere decir prometida en matrimonio, pero que no cohabitan. Por eso la Virgen dirá al ángel: «no conozco varón». Es el modo de decir que no tiene relaciones sexuales con ningún varón, porque se ha comprometido con José a un matrimonio virginal. Antes de ese matrimonio hubo un noviazgo y un conocimiento mutuo. La pregunta es ¿cómo supieron José y María que estaban destinados el uno para el otro?

El Padre Caffarel dice:

Según todas las apariencias José y María habrían pasado su infancia y juventud en Nazareth y esta proximidad les habría permitido conocerse. María como toda joven israelita, gozaba de bastante libertad: podía cuidar los rebaños, ir a buscar agua a la fuente, hacer visitas o espigar en los campos detrás de los segadores. Nada impedía pues encontrarse con José, lo mismo que con los otros jóvenes. Sin embargo, en algún momento han pensado el uno en el otro de modo distinto, en algún momento se han enamorado.[…]

Hemos de evitar dos tentaciones. La primera calcar los sentimientos de dos jóvenes cualesquiera que se atraen mutuamente.

No hay que olvidar que María y José son seres extraordinarios por su santidad, entregados totalmente al Señor y cuyo amor sólo podía surgir de esta luz.

Hay que apartar de ellos totalmente la impureza y el engaño. La otra tentación sería sustraerlos de la condición humana y negar que entre ellos hubiera podido nacer un amor auténtico.[…]

Esto no es así, entre estos dos seres nacerá el amor humano, el amor más grande que haya florecido nunca en esta tierra […]. Normalmente se va en la relación del amor humano al amor de Dios. Aquí el orden es inverso: es Dios el primer conocido y el despierta en cada uno el amor hacia el otro25.[…]

Hélène Monguin, en su precioso libro Santos de lo ordinario, nos explica a propósito del conocimiento y noviazgo de Luis Martín y, Celia Guerin, los padres santos de Santa Teresita del Niño Jesús:

Celia sólo tenía al mismo Espíritu Santo para aconsejarla. Fue que Celia se cruza con Luis casualmente por vez primera. No sólo le impresiona vivamente su buena presencia, sino que además una voz interior le confirma: «es éste el que he preparado para ti».

Los dos jóvenes se conocen en abril (1858) y enseguida, se aman. Su compromiso se fija rápidamente: se prometen y, con el visto bueno del sacerdote que los prepara para el matrimonio, deciden casarse el 13 de Julio26.

Fíjense queridos oyentes si este aviso sobrenatural ocurre a Santa Celia, ¿Cuánto más no ocurriría a la Santísima Virgen? ¿Cómo sería la confirmación que ella tuvo, para saber que era José el destinado para él?

La beata mística Ana Catalina Emmerich cuenta lo siguiente:

María tenía catorce años y debía salir pronto del Templo para casarse, junto con otras siete jóvenes, […] El sumo sacerdote presentó unas ramas a los asistentes, ordenando que cada uno de ellos la marcara una con su nombre y la tuviera en la mano durante la oración y el sacrificio. Cuando hubieron hecho esto, las ramas fueron tomadas nuevamente de sus manos y colocadas en un altar delante del Santo de los Santos […] Obedeciendo a las órdenes del Sumo Sacerdote, acudió José a Jerusalén y se presentó en el Templo. Mientras oraban y ofrecían sacrificio pusiéronle también en las manos una vara, y en el momento en que él se disponía a dejarla sobre el altar, delante del Santo de los Santos, brotó de la vara una flor blanca, semejante a una azucena; Así se supo que éste era el hombre designado por Dios… María, lo aceptó humildemente, sabiendo que Dios todo lo podía, puesto que Él había recibido su voto de pertenecer sólo a Él27.

Hasta aquí esta mística. María vio en aquella flor blanca, el signo sobrenatural de quién estaba destinado a ser su esposo virginal.

Pero podemos imaginar cómo irían después hablando poco a poco de sus llamadas respectivas y dedicarían tiempo a la oración. Ellos se confían, callan y oran. José no se cansa de mirar a María y María de mirar a José. Han renunciado a la entrega carnal, pero no a la dulzura de la presencia física y a la comunión de proyectos. A través de José, María presiente el poder creador del Señor, el sentido profundo de una laboriosa actividad. José a través de María, ve reflejada la inmensa ternura divina y el valor de la contemplación y la entrega. Se complementan y cada uno aporta al otro. Armonía del modo masculino y femenino en comunión y en riqueza de matices, sin dominios ni tensiones.

Después de un tiempo de conocimiento y discernimiento, una ceremonia oficial sellaría su acuerdo, lo que se llaman los esponsales. A partir de ese momento estaban oficialmente desposados.

El P. Caffarel, explica cómo eran los desposorios de la época:

Pero los desposorios de entonces eran muy distintos de los de ahora: se trataba de un compromiso formal, un matrimonio en el que sólo faltaba la cohabitación, la prometida ya no podía ser repudiada más que con un libelo de divorcio, si moría el prometido a ella se le consideraba viuda. El hijo concebido en este periodo era legítimo y si se la culpaba de adulterio se le hacía merecedora del castigo de lapidación. José y María del modo más limpio y justo se sometieron a la tradición. Se sentían felices porque la comunidad había reconocido el lazo con el que Dios los unía, pero más por pertenecerse el uno al otro28.

Cuanto bien puede hacernos considerar este noviazgo, tan lleno de bondad ternura y pureza. Son el modelo de todo noviazgo. Aprender a amar así. Hemos de pedirle a San José que cuide el camino de los noviazgos, en primer lugar, haciendo que se conozcan los novios. Este santo es también muy bueno consiguiendo novio o novia. Una chica a la que acompaño espiritualmente desde hace años, me decía que hace unos meses había dejado cojo a San José colocando debajo de su imagen un papelito que decía: «Regálame un San José». Y así ocurrió. San José le regaló un chico majísimo y ya tienen fecha de boda.

Meditemos hoy en el precioso y casto noviazgo entre José y María, y pidamos en un momento de oración y con el rezo del Santo Rosario, que se nos conceda un amor tan limpio y una intimidad tan profunda. Además, añadamos la gracia especial que pedimos durante este mes de San José.

San José esposo de la Virgen María, padre y custodio de la Sagrada Familia, celestial Patriarca del Pueblo de Dios, ruega por nosotros.

Que Dios te bendiga querido lector, y hasta mañana si Dios quiere.

25. Henri Caffarel, Op. cit., 26-29

26. Hélène Monguin, Santos de lo ordinario. Louis y Zélie Martin, padres de Santa Teresita de Lixieux, (Madrid: Homolegens, 2009), 31.

27. Ana Catalina Emmerick, Visiones y revelaciones completas, tomo 2. (Asociación para la difusión de los relatos de A. C. Emmerick), 68-69.

28. Henri Caffarel, No temas recibir a María, tu esposa: el matrimonio de la Virgen y San José, Vol. 211 (Madrid: Ediciones Rialp,1993), 32-33.

Día 7

Vocación de San José, dudas y anuncio

Muy querido lector:

Dentro de 24 días nos consagraremos a San José. Qué alegría saber que al unirnos a él, nos unimos de un modo especial también a la Santísima Virgen María, su esposa y junto con ellos podemos ser más perfectamente consagrados al Corazón de Cristo.

Vamos a meditar hoy la vocación de San José, sus dudas y discernimiento. El texto del Evangelio de san Mateo 1, 18 nos dice: «Ahora bien, el origen de Jesús como Mesías fue así: desposada su madre María con José, antes que ellos convivieran llegó a estar encinta por obra del Espíritu Santo». (Mt 1,18-19).

La ley común entre los que se disponen al matrimonio, dice que hay que contárselo todo. El ángel en la anunciación no pidió a María que callara. ¿Cómo no iba María a contar la confidencia divina con aquel que Dios había designado para ser su esposo?

Estoy seguro que María con profunda emoción le contó a San José la visita del ángel, su diálogo con él y el misterio de la encarnación virginal del Hijo de Dios. María le reveló la maravilla y ambos guardaron silencio recogidos ante el misterio.

Dice el Padre Caffarel:

Surge de José un canto de gratitud y de alabanza, así como una ardiente admiración por María: Esa Arca de carne en la que reposa el futuro Mesías; pero al mismo tiempo siente un dolor que poco a poco se hace lacerante29.

Yo no puedo pensar que José dudase de la virginidad de María. Unos ojos tan limpios en una niña tan inocente, una confidencia tan gozosa y sobrenatural.

Con el Padre Luis María Mendizábal que así nos lo explicaba, yo creo que después de un rato San José con lágrimas en los ojos, le debió decir a la Virgen que Él no se sentía digno de acoger un misterio tan grande; que necesita rezar y pensar. San José conoce como buen judío los textos sagrados y aún más los de su antepasado David. Debió recordar el momento cuando iba a entrar el arca en su casa, no se sintió digno y dijo: «¿cómo voy a llevar a mi casa el arca de Yahvé?» (2 Sam 6,2-11).

 

El rey David la hizo llevar a casa de Obededóm el sacerdote, que ahí sabrían tratarla. San José, cree que lo mejor es que María vaya a casa de su prima Isabel donde el sacerdote Zacarías sabrá tratarla. José se pone triste por tener que perder a María, al menos hasta que vea algún signo de Dios, sobre lo que tiene que hacer. María entiende, tampoco sabe qué hacer, pero con pena acepta lo que su prometido le pide. Y ahí sigue el texto de San Mateo: «María se levantó y por la zona montañosa, marchó aprisa hacia la región de Judá, a casa de Zacarías» (Mt 1,39-56). Estoy convencido de que San José le acompañó por aquellos caminos tan peligrosos.

Me alegró mucho ver sobre el techo del convento viejo de San Giovanni Rotondo (donde vivió y murió el Padre Pío), una pintura en que se muestra como San José acompaña a la Virgen hasta la puerta de Zacarías e Isabel.

San José, volvería a Nazaret. Se levanta pronto a rezar, se va a trabajar y lleva en el alma el deseo de hacer la voluntad de Dios; así tres meses de dolor. Y uno piensa en su bondad, en que está dispuesto a hacer la voluntad de Dios, aunque le pida que le entregue lo que él más ama, es decir a María. Con su razonamiento humano, él llega a pensarlo.

Así nos dice el texto del Evangelio: «José, su esposo, como era justo y no quería descubrirla, determinó dejarla secretamente». Imaginemos la alegría inmensa del anuncio en sueños:

Cuando andaba él dando vueltas a esto, se le apareció en sueños un ángel del Señor, diciéndole: José, hijo de David, no temas recibir a María como esposa tuya, pues lo engendrado en ella efectivamente [Efectivamente dice el texto, la palabra original es «gar» es decir: «Efectivamente: como tu bien sabes»], es obra del Espíritu Santo. Así que dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, pues él salvará a su pueblo de sus pecados. (Y todo esto sucedió de modo que se cumpliera lo anunciado por el Señor por medio del profeta: Mira, la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel que, traducido, significa «Dios-con-nosotros»). En cuanto José despertó del sueño, hizo como le había ordenado el ángel de[l] Señor y recibió a su mujer, pero no se unía a ella; [ella] dio a luz un hijo, y [él] le puso por nombre Jesús. (Mt 1,19-24).

Con qué alegría, se despertó San José esa mañana. Enseguida envió un mensajero para que María volviese en cuanto pudiera. Por eso, María solo estuvo con Isabel unos tres meses, y volvió a su casa. Justo tres meses, el mismo tiempo que el arca estuvo en la casa de Obededóm antes de entrar en la casa de su antepasado David. Con qué alegría recibió San José a María, con qué cariño le contaría también su Anunciación, su vocación. El ángel le dijo que no tuviera miedo de recibirla como esposa y que él estaba destinado a ponerle el nombre a Jesús, es decir, que él tenía la misión de acompañar a María y de cuidar paternalmente a Jesús. Con cuanto gozo enseguida acordarían la boda y se pondrían a los preparativos. Qué importante es ser fiel a lo que Dios nos pide a cada uno.

Cuentan los monjes de la abadía de San José de Claraval:

Una familia de Lyon tenía un hijo que parecía iba a ser su corona a los ojos de los hombres y a los ojos de Dios. Ese joven piadoso se sintió llamado a dejar el mundo y a consagrarse al Señor en la vida religiosa. Contrariados por esta determinación, sus padres se arrojaron a su cuello, derramaron tantas lágrimas y le pusieron tantos reparos que lograron debilitar su resolución.

Ellos lo lanzaron entonces al mundo para modificar sus gustos, y el joven se dejó caer en la trampa demasiado fácilmente. Pronto despreció sus prácticas de piedad, se alejó de los sacramentos y se entregó a todos los desórdenes.

Para escapar a la vergüenza de los escándalos y a los reproches de sus padres, se alejó de su tierra y se alistó en el ejército. Su padre y su madre estaban desolados, abrumados por los remordimientos y la pena; casi no se animaban a dirigirse a Dios, después de haberle arrebatado su hijo para entregarlo al demonio. Pensaron en dirigirse a San José para obtener a la vez su perdón y la conversión de su hijo. Comenzaron entonces una novena con varias personas piadosas y rogaron con el fervor más intenso.

Apenas llevaban unos días rezando, cuando el pródigo llamó a la puerta de la casa paterna y se arrojó humillado y llorando a los pies de sus padres. Estaba completamente cambiado. El padre y la madre estallaron en sollozos y abrazaron y perdonaron a este hijo que de nuevo quería vivir como verdadero cristiano, y responder a lo que el Señor le pidiera. La alegría volvió con él al hogar30.

Esta familia vivió agradecida para siempre a San José que ayuda a que cada uno de nosotros hagamos la voluntad de Dios, aunque nos duela.

Meditemos hoy en estas dudas de San José, y pidamos en un momento de oración y con el rezo del Santo Rosario, que se nos conceda estar dispuestos a perder incluso lo que más amamos con tal de hacer la voluntad de Dios.

San José, esposo de la Virgen María, padre y custodio de la Sagrada Familia, celestial patriarca del pueblo de Dios, ruega por nosotros.

Que Dios te bendiga querido lector, y hasta mañana si Dios quiere.

29. Henri Caffarel, Op. cit., 50.

30. Abadía San José de Clairval, Op.cit., 135-136.

Día 8

El matrimonio de José y María

Muy querido lector:

Dentro de 23 días nos consagraremos a San José. Qué alegría saber que al unirnos a él, nos unimos de un modo especial también a la Santísima Virgen María, su esposa y junto con ellos podemos ser más perfectamente consagrados al Corazón de Cristo.

Vamos a meditar hoy el matrimonio de José y María.

Tenemos narradas en el Evangelio unas bodas, las bodas de Caná. En ellas vemos cómo era una boda judía y cómo debió ser la boda de José y María. En esta época, las bodas de Israel son motivo de grandes festejos a los que asisten muchas personas y que duran varios días. Como explica el Padre Caffarel:

Se celebran preferentemente en otoño, porque, una vez recogida la cosecha y acabada la vendimia, los desplazamientos son más fáciles y la tranquilidad del trabajo permite prolongar las veladas.

Se invita a familiares y amigos, y amigos de amigos [...]. La gente se instala no solo para los dos días de la ceremonia, sino para siete, y a veces más, entre banquetes danzas cantos y diversos festejos.

Por lo que sabemos, el ritual propiamente dicho, estaba impregnado de alegría, pero también de solemnidad. En una palabra: era algo regio. La diadema que luce la novia, sus alhajas, el dosel bajo el que se sienta para recibir los regalos, hacen de ellos un rey y una reina.

Todo se desarrolla en dos jornadas: La primera se dedicaba al rey, la segunda a la reina. El primer día, el novio, vestido con traje de fiesta, se corona con una diadema, en recuerdo quizá del rey Salomón. A su alrededor se forma un cortejo encabezado por uno de sus mejores amigos, llamado oficialmente «el amigo del esposo». Al son de instrumentos, se dirigen a casa de la novia, que los está esperando ataviada con sus mejores galas y luciendo sus joyas; pero se encuentra cubierta por un velo y sólo se descubrirá en la alcoba nupcial. Rodeada por sus propias amigas, ocupa su puesto en el cortejo y todos juntos regresan a casa del novio cantando cánticos nupciales como el del cantar de los cantares o el salmo 45 que dice: «Escucha, hija, mira, inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre. Prendado está el rey de tu hermosura, pues él es tu señor, póstrate ante él… Toda radiante de gloria entra la hija del rey, su vestido está tejido de oro; entre brocados es llevada al rey…» (Sal 45).

El ceremonial propiamente religioso tiene lugar en la casa del novio. Los padres del novio expresan sus deseos y bienvenida.

La velada transcurre después entre músicas y bailes. La novia permanece con sus amigas en una estancia que le ha sido asignada31.

El segundo día es el de la reina. A la caída de la tarde, la esposa ocupa su asiento bajo un dosel y se dispone a recibir los regalos. La rodean las «damas de honor» con lámparas encendidas. Tras el desfile de regalos, llega el novio, que no lleva nada más que a sí mismo.

Él es el regalo, él es el que se da, y colma a la reina de poéticos elogios. Imaginemos a San José preparándose unos poemas y unos piropos a la Virgen y allí con todo el cariño dedicándoselos mirándole a los ojos.

Si estas celebraciones eran lo común para todos, imaginemos para José descendiente de David y para la que iba a ser llamada Reina de cielos y tierra, para los que iban acoger en su familia al Rey de Reyes y Señor de Señores, Jesucristo.

La beata Mística Ana Catalina Emmerick, cuenta:

Las bodas de María y José, que duraron de seis a siete días […]. He podido ver muy bien a María con su vestido nupcial[...]. Llevaba en la mano izquierda una pequeña corona de rosas blancas y rojas de seda; en la derecha tenía, a modo de cetro, un hermoso candelero de oro. […]. San José llevaba un traje largo, muy amplio, de color azul con mangas anchas […].

He visto todos los pormenores de los esponsales de María y José: la comida de boda y las demás solemnidades32.

Creo que es importante que consideremos hoy que el matrimonio de José y María fue un verdadero matrimonio, a pesar de que nunca hubo entre ellos relación carnal. El Espíritu Santo reconoce en el Evangelio: José, esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt 1, 16). José era verdadero esposo de María y entre ellos había un verdadero matrimonio.

Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás de Aquino, la ponen siempre en la indivisible unión espiritual, en la unión de los corazones, en el consentimiento, elementos que en aquel matrimonio se han manifestado de modo ejemplar. En el momento culminante de la historia de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que realiza en plena libertad el don esponsal de sí, al acoger y expresar tal amor33.

Dice san Agustín: María pertenece a José y José a María, de modo que su matrimonio fue verdadero matrimonio, porque se han entregado el uno al otro. Pero ¿en qué sentido se han entregado? Ellos se han entregado mutuamente su virginidad y el derecho de conservársela el uno al otro. María tenía el derecho de conservar la virginidad de José y José tenía el derecho de custodiar la virginidad de María. Ninguno de los dos puede disponer y toda la fidelidad de este matrimonio consiste en conservar la virginidad34.

Es verdad que si hoy en día un matrimonio excluyese tener hijos sería un matrimonio nulo. Pero ocurre en este matrimonio único en la historia que, siendo un matrimonio virginal, es un matrimonio fecundo, no por la carne, pero si en el Espíritu.

Como dijo el Papa León XIII:

Su matrimonio fue consumado no en la carne sino con Jesús. María y José se unieron con Jesús; María y José no pensaron más que en Jesús. Amor más profundo ni lo ha habido ni lo habrá ya nunca en esta tierra. San José renunció a la paternidad de la sangre, pero la encontró en el Espíritu, porque fue padre adoptivo de Jesús. La Virgen renunció a la maternidad y la encontró en su propia virginidad35.

El hijo de Dios quiso venir al mundo en el seno de esta familia.

San Agustín, considerando que san Mateo escribe la genealogía de los antepasados de Jesús a partir de José, descendiente de David, dice que Dios reconoce que fue un verdadero matrimonio; pues, de otra manera, nunca hubiera sido posible llamar a Jesús, hijo de José36.

El Papa León XIII dijo:

El matrimonio es la máxima sociedad y amistad, a la que por su naturaleza va unida la comunidad de bienes. Dios le ha dado José a María, no sólo como compañero de vida sino también como testigo de su virginidad y también para que participase por medio del pacto conyugal en la excelsa grandeza de ella37.

Y como decía San Juan Pablo II: «Precisamente, del matrimonio con María es de donde derivan para José su singular dignidad y sus derechos sobre Jesús»38.

Cuantas veces San José ha ayudado a matrimonios material y espiritualmente.

Cuentan los monjes de la Abadía de San José de Clairval:

Un abogado de origen judío, convertido por convicción, fue detenido por los nazis en 1939 y deportado al campo de Buchenwald, desamparando a su esposa Gertrudis y a su hija Irene, de 10 años de edad.

 

Después de su partida, los nazis importunan a su joven mujer, y le proponen convertirse en «madre de honor» del Gran Reich. Ella rechaza el ofrecimiento y declara querer permanecer fiel a su esposo. Amenazada con sanciones, su situación se torna crítica. Llena de confianza, acude a San José y decide huir. Aunque desprovista de papeles oficiales, consigue una plaza para ella y su hija en un avión, el 1 de septiembre de 1939.

Poco después, en plena noche, la despierta una voz de varón que le dice: «Gertrudis, no tomes ese avión, sino el anterior». Se pregunta si ha soñado... A punto de volver a dormirse, oye la misma voz que insiste: «No tomes ese avión, sino el que sale antes».

Al día siguiente, se entera de que el avión del 1 de septiembre de 1939 no pudo despegar a causa del comienzo de la guerra. Gertrudis pudo reencontrarse con su esposo y los tres se refugiaron en un convento de religiosas, y al final de las hostilidades pudieron volver a Alemania sanos y salvos, con la certeza de la intervención de San José y agradecidos a él39.

Meditemos hoy en este matrimonio santo entre María y José, verdadero reflejo el amor de José del que luego tendría Cristo por su esposa la Iglesia. Pidamos en un momento de oración y con el rezo del Santo Rosario que nos conceda Dios santos matrimonios, que a los que están en dificultad les ayude y que todos tengamos en el corazón el amor que San José tiene por la Virgen María.

San José esposo de la Virgen María, padre y custodio de la Sagrada Familia, celestial patriarca del pueblo de Dios, ruega por nosotros.

Que Dios te bendiga querido lector y hasta mañana si Dios quiere.

31. Henri Caffarel, Op. cit., 58-62.

32. Ana Catalina Emmerick, Op. cit., 70-71.

33. San Juan Pablo II, Redemptoris Custos, 7, (Roma, 15 de agosto de 1989).

34. San Agustín, De nuptiis et concupiscentia, 1, 12.

35. Sheen Fulton, Nuestra Madre, Ed. Paulinas, Madrid, 1953, 82-89.

36. P. Ángel Peña, San José, el más santo de los santos, (Lima-Perú: 2008).

37. León XIII, Quamquam pluries, (Roma, 15 de agosto de 1889).

38. San Juan Pablo II, Redemptoris Custos, (Roma, 15 de agosto de 1989), 20.

39. Abadía San José de Clairval, Op. cit., 36-38.

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