Subida del monte Carmelo

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«Para venir a gustarlo todo

no quieras tener gusto en nada».

Se pueden leer todas, con ligeras variantes, integradas por el santo en 1S 13,11-12. Versillos y preceptos que parecen tan adustos se iluminan con esta comprobación: «En esta desnudez halla el espíritu su descanso, porque no codiciando nada, nada le fatiga hacia arriba, y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad». El centro de su humildad es el centro de su equilibrio humano y divino (2S 7,3).

La imagen del Monte por voluntad expresa de Juan de la Cruz figuraba al principio del libro Subida del Monte Carmelo (1S 13,10).

El ideal de la escalada es la cima del Monte; la ilusión de la salida nocturna es el encuentro con la persona amada. Lo arduo de la ascensión y las dificultades del itinerario nocturno se afrontan animosamente con la esperanza sostenida de llegar a la meta propuesta. El enamoramiento del Esposo Cristo es la clave del éxito. El amor mayor y mejor es el que hace triunfar en la empresa (1S 14,2). Desde la cima del Monte y desde la dichosa ventura del encuentro se entienden todas las contingencias del camino y las mil dificultades sobreañadidas, se valora mejor y definitivamente la huida de la propia casa, las luchas con los enemigos, las renuncias arrostradas, el entierro de los ídolos, la quema de las naves, etc. En una palabra: porque se amaba la cumbre, se ha ido subiendo y se han ido dejando atrás los tramos anteriores: nada, nada, nada...; y se comprende que esa nada, usada como escala o escalera y dejada como se dejan atrás los escalones, es al mismo tiempo camino para la cumbre y para el encuentro. Eran los escalones de la escala que empareja con Dios y que ha habido que ir dejando atrás después de servirse de ellos para poder disfrutar del reposo y del descanso.

10. Soporte simbólico

Estos esquemas, poéticos y pictóricos, son como el soporte simbólico de toda la obra.

En la poesía, a modo de pequeño drama, se canta la «salida nocturna de la Amada en busca de su amor (estrofas 1-3). La acción misma se desarrolla en seguida y casi se confunde con la exposición (estrofas 3-4). La marcha en la noche preserva la tensión dramática con las amenazas que parecen cercar a la protagonista»[16]. «En el medio se alza la canción 5ª como una atalaya que da a las dos vertientes, una voz ajena a la aventura, que tiene algo de coral»[17]. La acción se reanuda, «con un tempo y una tonalidad diferentes, en las estrofas 6 y 7. El desenlace está particularmente logrado, en la medida en que se conjuga lo acabado con lo inacabado. En efecto, la acción dramática termina con éxito, en la felicidad, la unión, el éxtasis. Pero en el momento mismo en que contempla una escena de plenitud, el lector contempla una escena vacía: los cuerpos de los amantes están ahí, abrazados e inertes, pero las personas (el alma, el espíritu) están en otro sitio: el Amado se ha dormido, la Amada se ha olvidado, se ha dejado a sí misma»[18].

Esta aventura nocturna en busca de la cita amorosa, tan corriente en nuestra literatura (recuérdese el caso de Calixto y Melibea de La Celestina) le viene a la mente a nuestro poeta de la vida ordinaria que conoce, de sus estudios literarios y especialmente desde su lectura del Cantar de los cantares, aunque en este libro de Subida cite sólo unas diez veces el epitalamio bíblico.

Por lo que se refiere a la simbología del monte, se da en el monte sanjuanista el simbolismo múltiple que encuentran los expertos en la montaña: «El de la altura y el del centro. En cuanto alta, vertical, elevada y próxima al cielo, participa el simbolismo de la trascendencia; en cuanto centro de las hierofanías atmosféricas y de numerosas teofanías, participa del simbolismo de la manifestación... Este doble simbolismo de la altura y del centro, propio de la montaña, se encuentra entre los autores espirituales. Las etapas de la vida mística son descritas por san Juan de la Cruz como la subida al Monte Carmelo y por santa Teresa de Jesús, como las moradas del alma o el Castillo interior»[19].

El monte sanjuanista es también considerado como símbolo del esfuerzo del hombre que quiera escalarlo: «Cuando san Juan de la Cruz representa el monte Carmelo, lo hace para inducir al lector a realizar el esfuerzo espiritual»[20].

A lo largo de la Subida hace Juan de la Cruz varias alusiones a su monte, señalando su altura encumbrada (argumento; prólogo 7), su verticalidad (2S 7,3), su ser lugar de encuentro con Dios (1S 5,6), la senda (prólogo 9; 1S 13,10; 2S 7,3, 7,13). Ya de todos estos elementos simbólicos va sacando las exigencias espirituales que hay que cultivar en la vida de los escaladores (2S 7,3,7) y va configurando mayormente estas disposiciones desde la Biblia (cf 1S 5,6) y a base de otras consignas (1S 13,10-12).

11. Redacción del comentario (c. 1578 ss.)

Juan de la Cruz teniendo en la mente y ante los ojos el gráfico de El Monte y adentrándose en su simbolismo y teniendo también delante el poema, comienza a extender su comentario doctrinal a las ocho canciones, representado conjuntamente por las páginas de Subida y Noche. La obra se dedica particularmente y antes que nada a frailes y monjas del Carmelo que se lo han pedido (prólogo, 9), pero alcanza a cualquier cristiano que quiera amar a Dios sobre todas las cosas.

Comienza a escribir, barajando las dos figuras o semejanzas escogidas y se mueve dentro de las mismas: la subida al Monte; la fuga nocturna de la propia casa en busca del Amado.

La senda rectilínea y vertical y escarpada es una sucesión de renuncias evangélicas. Hay que subir haciendo, como ya hemos dicho, escala o escalera de las nadas, poniendo los pies encima; y este quedarse en nada y sin nada de nada, es exactamente el caminar nocturno: «Es quedarse como a oscuras y sin nada» (1S 3,1).

Por otra parte, la salida por las calles de la ciudad en busca del Esposo-Amado se lleva a cabo en noche oscura, en noche cerrada; y este caminar nocturno equivale, a su vez, a escalar el Monte (cf 2S c.7: todo el capítulo).

En el desarrollo de los comentarios, en la Subida la atención del autor gravita hacia las dos semejanzas casi a la par; en la Noche atiende, casi exclusivamente a la segunda: fuga en la noche o itinerario nocturno.

En las dos representaciones de subir y de salir entra una imagen espacial de la que se sirve para cantar la aventura espiritual del hombre, del alma enamorada. La meta de quien sube es la cima del Monte; el lugar de la cita amorosa, del encuentro del noctámbulo que ha salido de casa con tantas precauciones en busca del Amado es la torre de un castillo. Este poner nosotros el lugar del encuentro en un castillo situado en lo alto del Monte nos parece ajustarse a lo que realmente pensaba Juan de la Cruz, aunque no lo haya explicado o comentado, al dejar sin declaración la mayor parte de las canciones, muy en particular la séptima en la que habla de el aire de la almena.

Si esta intuición es cierta, tendríamos unidos la noche y el monte sanjuanista con el castillo teresiano, a cuyas «siete mansiones» alude en 2S 11,9-10. El lugar del encuentro con el Amado se llevaría a cabo, pues, en un castillo, situado en lo alto del monte, donde se encuentra la morada del rey. Al estudiar la simbología del castillo se subraya que «está situado generalmente en las alturas o en el claro de un bosque: es una morada sólida y de difícil acceso...; es un símbolo de protección»[21]. Conviene siempre recordar estas peculiaridades para entrar mejor en las verdaderas perspectivas de estos dos libros: Subida y Noche y para hacerse con ciertos matices doctrinales, sin traicionar, complicar o empobrecer el pensamiento sanjuanista.

A la síntesis ya sugerida o suministrada por las canciones y por el gráfico del Monte, se añade el título pleno del libro: «Subida del Monte Carmelo: trata de cómo podrá una alma disponerse para llegar en breve a la divina unión. Da avisos y doctrina, así a los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa para que sepan desembarazarse de todo lo temporal, y no embarazarse con lo espiritual, y quedar en la suma desnudez y libertad de espíritu, cual se requiere para la divina unión». Se trata de encaminar a la persona por la senda más breve a la divina unión, simbolizada por la cima del Monte, como dirá enseguida en el Argumento, en el que se sobreponen y entran ya en interacción los dos esquemas: gráfico-pictórico y poético.

La idea general que surge del conjunto de todas estas piezas iniciales: gráfico, título del libro, argumento y canciones es linear. Un fin, una meta a conseguir por la vía breve, evitando complicaciones, desviaciones y retrasos innecesarios (cf 2S 6,7). El fin es la unión del alma con Dios: el alto, el más alto estado de perfección disfrutable en este mundo. Los medios son los indicados inequívocamente en el título del libro y en el título de las canciones y se irán precisando y encarnando en las virtudes teologales, de modo que la subida al monte y el caminar nocturno no son sino modulaciones del mismo tema teologal (2S c.6). El título de la obra traduce, a su vez, el contenido real de las reglas para subir al Monte y el de las canciones de la noche.

Inmediatamente en el prólogo programático desvelará las motivaciones profundas de su obra y otros muchos pormenores. Motivaciones apostólicas y de dirección espiritual dentro de tanta desorientación y pobretería mental y espiritual como ha experimentado.

 

12. División de Subida

Obra en tres libros con 15, 32 y 45 capítulos respectivamente. Alude también a primera, segunda, tercera y cuarta parte (1S 1,2), entendiendo por esta última los dos libros de la Noche.

En el título explicativo de las Canciones colocadas dentro del argumento del libro aparece la expresión: «La oscura noche de la fe», que en verdad significa la oscura noche de las tres virtudes teologales (1S 1,3; 2S 24,8). En el prólogo se habla de «la noche oscura» (nn. 1,2,3), refiriéndose a la única noche de las Canciones. Pero, ya dentro del mismo prólogo se registra una división en noche o purgación «del sentido y del espíritu» (n. 6).

Más adelante (1S 1: título) el comentarista va comiendo terreno al místico y al poeta y hablará de «dos diferencias de noches..., según las dos partes del hombre: inferior y superior». De aquí a la división de la noche en cuatro no hay un paso: noche activa del sentido; noche pasiva del sentido; noche activa del espíritu; noche pasiva del espíritu. A pesar de todo, en esta división de noche cuatripartita, hay mucho de método o metodología, porque, en realidad, en la mente del autor sigue siendo única la noche en la que se realiza en plenitud el concepto y la realidad de tal (cf 2N 1,1; 2; 3,1-2).

Las razones prácticas, didácticas y antropológicas que le llevaron a desmembrar la única noche en cuatro han influido decisivamente en la partición de Subida-Noche.

La división verdadera y precisa de la obra entera es la siguiente, tal como la proponemos para evitar confusiones al lector:

A. Noche del sentido 1S 1,4-6

1S cc. 3-12

1S cc. 14-15

* 1S 1,1-3: es como

introducción general

de ambas nociones:

sensitiva y espiritual.

B. Noche activa del sentido: 1S c.13

mejor, modo activo de

entrar en la noche del sentido.

C. Noche del espíritu (aspecto 2S cc.1-3

activo y pasivo juntamente) c. 6, 1-5

D. Noche activa del espíritu 2S c.4

(modo genérico incluyendo c. 6, 6-8

entendimiento, memoria y

voluntad).

* 2S c.5 le sirve de

paréntesis para hablar

de la unión del alma

con Dios.

E. Noche activa del entendimiento 2S 7,13

* En 2S 7,1-12 habla de

todo el camino: noche

del sentido y del espíritu

bajo el aspecto activo y pasivo.

F. Noche activa de la memoria 3S cc.2-15

* el c. 1º es introducción

general a todo el libro.

Aunque en 3S c.2 se

habla de noche activa de

la memoria, se trata más bien

de resolver objeciones que

van mucho más lejos.

G. Noche activa de la voluntad 3S cc.16-45

H. Noche pasiva del sentido Noche, lib. 1º

I. Noche pasiva del espíritu Noche, lib. 2º

13. Interrelación Subida-Noche

Cuando se habla de Subida no se puede menos de hablar también de la otra obra Noche. Aquí y ahora me limito a lo estrictamente necesario para señalar la relación que corre entre los dos libros, pues en otro volumen se publicará la Noche con su introducción particular.

Desde hace ya muchos años se viene hablando del díptico Subida-Noche. Quien más ha defendido este punto de vista escribe: «La Subida y la Noche en la mente del santo son como las dos partes de un díptico»[22]. No todos los sanjuanistas están de acuerdo con la afirmación y han ido poco a poco erosionándola, acá o allá[23]. Pero, hay un hecho innegable: Juan de la Cruz se refiere a Noche desde Subida y a Subida desde Noche, no simplemente como si hiciera una autocita sino interrelacionándolas temáticamente y por dentro, aunque redaccionalmente aparezcan separadas en los códices y presenten, en definitiva, unos caracteres bien distintos. Sin ir más lejos en 2N 22,3, dice: «Como se dice en el prólogo». El prólogo aludido es, sin falta, el gran prólogo antepuesto a Subida, prólogo de ambas obras. Mi opinión personal es la siguiente: Juan de la Cruz escribió los tres libros de Subida «con muchas quiebras», es decir interrupciones, como asegura Juan Evangelista (BMC 10, p. 341). La última «quiebra» se debió, en mi opinión, no a falta de tiempo sino a que se espantó de la amplitud desmesurada del esquema propuesto. Explicada ya en buena parte, aunque no en su totalidad, la doctrina acerca del gozo, le debió parecer innecesario tratar de las otras pasiones. Y así colgó la pluma, para emplearse más a fondo, aunque también con «quiebras», en la redacción de la Noche oscura, para escribir sobre todo acerca de la noche pasiva del espíritu, de la que dirá: «Tenemos grave palabra y doctrina» (1N 13,3). Deja inconclusa una obra para emplearse en la otra y, por ironía de la suerte, queda también incompleta, la segunda.

14. Fuentes del libro de la Subida

El propio Juan de la Cruz nos descubre cuáles son las fuentes de donde se surte para escribir su libro. Son tres: a) ciencia; b) experiencia; c) Sagrada Escritura (Subida, prólogo, 1-2). Para explicar temas tan arduos como los que va a abordar acerca de la vida espiritual de las personas tiene conciencia de que su ciencia y su experiencia no son suficientes; se servirá de ambas cosas, pero su recurso principal será la Sagrada Escritura «por la cual guiándonos no podremos errar, pues que el que en ella habla es el Espíritu Santo».

El lector puede ir controlando en qué medida responde la realización del libro a estas afirmaciones. Por lo que se refiere a textos bíblicos y al partido que saca de ellos, hay que convenir que algunos de esos pasos escriturísticos «se convierten como en quicios de su exposición o de una serie de ideas que dejan traslucir, tantas veces, el mundo o transmundo de sus experiencias o vivencias»[24]. Los principales son los siguientes:

a) El precepto del amor: Dt 6,5: 3S 16,1.2.

b) Lo preparado por Dios para los que le aman: 1Cor 2,9; Is 64,4: 2S 4,4; 2S 8,4; 3S 12,1; 3S 24,2.

c) Puerta angosta y estrecho el camino: Mt 7,14: 2S 7,2-3.

d) Mi fortaleza guardaré para ti: Sal 58,10: 1S 10,1; 3S 16.

e) Renacer del agua y del Espíritu: Jn 3,5: 2S 5,5.

f) Hijos de Dios movidos por el Espíritu: Rom 8,14: 3S 2,16.

g) El que se ha de juntar con Dios conviénele que crea su ser: Heb 11,6: 2S 5,5.

h) Nos lo ha hablado todo en el Hijo de una vez: Heb 1,1: 2S 22,4ss.

i) «El día rebosa y respira palabra al día, y la noche muestra ciencia a la noche»: Sal 18,3: 2S 3,5.

j) Niéguese a sí mismo y me siga: Mc 8,34-35: 2S 7,4ss.

Fabrizio Foresti estudió hace años, con gran agudeza y competencia, el tema de las raíces bíblicas de la Subida del Monte Carmelo. Centraba su estudio este genio malogrado, más que nada, en la parte que tienen en el desarrollo de dicha obra sanjuanista el primero y el segundo mandamiento de la Ley. Desarrolla puntos como el precepto del amor total (Dt 6,5) como formulación positiva del primer mandamiento, los apetitos desordenados como forma de idolatría; incomprensibilidad de Dios y segundo mandamiento; fe y esperanza como formulaciones positivas del segundo mandamiento. Después de sus grandes análisis y valoraciones del texto sanjuanista, concluye que la estructura de la Subida «es dinámicamente unitaria, en cuanto que animada por un solo postulado: el mensaje bíblico de la trascendencia del Dios revelado, de la que fluye también la moral de los dos primeros mandamientos. En el centro del sistema ascético de Juan de la Cruz no hay más que el centro de la revelación divina hecha en el Sinaí. La espiritualidad de Juan de la Cruz se coloca de esta manera en el corazón de la historia de la salvación y traduce en un código ascético las normas que Dios mismo ha dado a su pueblo como condición para entrar en comunión con él. De la revelación sinaítica toma el sistema sanjuanista no sólo el contenido sino su carácter radical y absoluto. Así como el Dios revelado en el Sinaí exige una adoración sin componendas y parcialidades y no soporta verse degradado al mundo de la creaturalidad (prohibición de imágenes), así el Dios hasta el que Juan de la Cruz quiere conducir es el Dios celoso de la propia santidad y divinidad»[25].

15. Personajes bíblicos

Las citas o «autoridades» bíblicas y su exégesis, practicada tantas veces «según el germano y espiritual sentido» (2S 7,4), se complementan y personalizan en ciertos personajes o tipos bíblicos que encarnan alguna de las situaciones espirituales que anda describiendo.

Bastará recordar algunos más principales: Sansón, privado de sus fuerzas monstruosas, vaciado de sus ojos, atado con doble cadena de bronce, moliendo en la prisión (Jue 16,21) es tipo de la esclavitud que imponen los apetitos desordenados (1S 7,1-2; 3S 22,5); el caso del incrédulo y escéptico apóstol santo Tomás (Jn 20,29) le sirve para insistir en el valor de la fe por la palabra (2S 11,12; 3S 31,8); en el ejercicio de la fe pura y más desnuda se referirá también a María Magdalena (Jn 20,11-18) puntualizando la pedagogía que fue usando con ella el Señor (2S 11,7, 12; 3S 31,8).

Job es un ejemplo muy socorrido para tantas cosas en los escritores espirituales. En Subida (2S 9,3-4) lo presenta como modelo de cómo y a quién se comunica Dios y le revela sus secretos (Job 38,1 y 40,1); las tres noches de Tobías con su esposa sin juntarse con ella (Tob 6,18-22), le saca un buen partido para diseñar el proceso espiritual (1S 2,2-5); del caso de Simón el Mago (He 8,18-19) extrapola la codicia de los simonitas de su tiempo (3S 19,9; 31,5); en Salomón que viene «a tanta ceguera y torpeza de voluntad» como a hacer altares a tantos ídolos y adorarlos él mismo (2Re 11,4-8) ve los daños de los apetitos desordenados que ciegan y oscurecen la razón (1S 8,6).

De la conducta ambivalente de san Pedro (Gál 2,14) desciende a defender, en contra de aquella simulación, los fueros de la razón y del sentido común (2S 22,14-15), tal como se lo vino a recordar san Pablo en persona (ib); ya en Jetró encontraba un ejemplar de sentido común frente a ciertas dudas de Moisés (2S 22,13); los ejemplos de Micas (Jue 18,24) y Labán (Gén 31,34) apegados a sus ídolos le sirven para ilustrar las devociones «a tontas y a bobas» en el mundo de las imágenes (3S 35,4); el profeta Elías «nuestro padre» es para él alguien a quien se comunicó altísimamente el Señor (2S 24,3); Moisés aparece en el mismo contexto que Elías (ib) y en las órdenes que recibe de Dios para subir al Monte Sinaí (Éx 34,3) encuentra las consignas pertinentes para subir al Monte de la perfección o Monte Carmelo (1S 5,6-7); también descubre consignas equivalentes y muy válidas para la misma escalada (1S 5,6-7) en las tres cosas que Jacob mandó a su gente al subir a Betel a edificar allí a Dios un altar (Gén 35,1-2); en Absalón con su muerte tan desastrada (2Re 14,25) encuentra cómo no hay que gozarse de nada, ni de la hermosura, ni de la riqueza, ni del linaje (3S 18,4).

En David, cuyos salmos cita tantísimo, identifica grandes experiencias personales de Dios (2S 26,3-4; 14,11) y aprueba sus preguntas a Dios, cosa entonces querida por el Señor y por el punto en que se encontraba la economía de la salvación (2S 22,2,8); en el proceder de Balaán (Núm 22,20-32) descubre uno de los ejemplos de la condescendencia enojada de Dios (2S 21,6); de esto mismo es ejemplo el rey Saúl (ib); Nadad y Abiú ofreciendo fuego ajeno en el altar del Señor (Lev 10,1-2) le son ejemplo de cómo no hay que hacer «para ser digno altar» del Señor y para que no se entremezcle «amor ajeno» en su santo servicio (1S 5,7; 3S 38,3); Judit (8,11-12) es modelo de confianza y esperanza en el Señor (3S 44,5); Jeremías alucinado ante los difíciles caminos del Señor y la oscuridad de sus palabras (Jer 4,10) le sirve para exhortar a examinar muy bien las palabras del Señor desde la óptica divina (2S 19,7); los estragos que producían en el pueblo los magos y aríolos que había entre los hijos de Israel (1Re 28,3) le lleva a hablar de discípulos y allegados del demonio en sus días y a decir: «Y cuán perniciosos sean éstos para sí y perjudiciales para la Cristiandad, cada uno podrá bien claramente entenderlo» (3S 31,6); la estratagema de Gedeón y sus soldados con la antorcha dentro del cántaro que luego se rompería (Jue 7,16-20) le sirve para explicar cómo la fe, figurada por los cántaros, contiene en sí la divina luz (2S 9,3); las órdenes recibidas por Josué de destruir todo cuanto hallase en Jericó, chico y grande (Jos 6,17-21) las traslada a la destrucción de todos los apetitos o afectos desordenados del alma (1S 11,8).

 

Abrahán es para Juan de la Cruz modelo de cómo hay que obedecer y entender las promesas de Dios y de cómo la palabra de Dios es eficaz y su generosidad desbordante (2S 19,2; 31,1; 3S 44,2); ejemplo de desapego de las cosas temporales encuentra en la persona del profeta Samuel que por eso fue, además, «tan recto e ilustrado juez» (3S 19,4); ponemos también como personajes bíblicos a personajes de las parábolas tales como Lázaro y el rico epulón para expresar «falta de caridad con los prójimos y pobres» y otros males sin cuento que nacen de la glotonería (3S 25,5); de otro par de personajes de parábola: el fariseo y el publicano se sirve para delatar los daños que se siguen de poner el gozo de la voluntad en los bienes morales (3S 9,2; 28,2-3).

Omitimos otros personajes, pero el personaje bíblico –y extrabíblico– por encima de todos es Cristo Jesús. Más adelante al indicar los temas principales de la obra señalamos la cabida que tiene Cristo Jesús en la trama de la Subida. Después de Cristo Jesús el personaje principal que aparece en la Subida es María Santísima. Principal en sí misma y por la principalidad que se le atribuye en un texto clave proponiéndola como la realización divina más completa de esa unión con Dios a que va enderezando las almas y a cuya explicación se endereza su pluma: «Dios sólo mueve las potencias de estas almas, para aquellas obras que convienen según la voluntad y ordenación de Dios, y no se pueden mover a otras; y así, las obras y ruegos de estas almas siempre tienen efecto. Tales eran las de la gloriosísima Virgen Nuestra Señora, la cual, estando desde el principio levantada a este alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo» (3S 2,10)[26]. Como personaje también bíblico y extrabíblico y funesto, del que habla no poco Juan de la Cruz, y con el que tuvo descomunales batallas, habría que citar al demonio[27].

16. La experiencia y la ciencia

La Biblia es la fuente principal, pero pasada por el filtro de la experiencia religiosa y espiritual del autor. Experiencia personal y ajena a la que se remite no pocas veces del modo más explícito (1S 5,5; 2S 21,7; 22,16; 26,17 [«de que tenemos muy mucha experiencia»]; 31,2; 3S 2,4; 5,2; 13,9; 36,2), y otras muchas de un modo más difuso, pero seguro.

No en vano uno de sus más cercanos compañeros y confesor suyo, su secretario y amanuense, Juan Evangelista, declara: «Fue este santo de grandísima oración y muy dado a ella como se verá por sus libros, los cuales le vi componer, y jamás le vi abrir libro para ello, sino del trato que tenía con Dios, que se echa bien de ver que es experiencia y ejercicio, y que pasaba por él aquello que allí dice» (BMC 13, 585).

De su ciencia da bastante testimonio, además de su conocimiento de la Biblia, su saber filosófico-teológico esmaltado de alguna que otra cita de Aristóteles (2S 8,6; 2S 14,13); Boecio (2S 21,8; 3S 16,6); Ovidio «el poeta» (3S 22,6); Agustín (1S 5,1); pseudo Dionisio (2S 8,6); Gregorio (3S 31,8); Tomás de Aquino (2S 24,1). Otras veces, sin descender a nombres concretos, cita «los filósofos»; «los teólogos»; «los espirituales» (en cuanto escritores); o, simplemente, se refiere a la filosofía, o, de modo más genérico aún dice: «llaman», «se cree», etc. Todas estas citas y alusiones son indicativas de sus conocimientos, de su ciencia, pero sabía, evidentemente, mucho más de lo que estos detalles pueden sugerir, ya que se trata de un autor estudiadamente y, por buen gusto, sobrio y que no quiere alardear para nada de aquel tipo de erudición que era la peste de su siglo, como se puede ver ridiculizada en el prólogo cervantino de Don Quijote.

17. ¿Cómo leer el libro de la Subida?

La Subida del Monte Carmelo tiene una cierta mala prensa y algunos la consideran como la causante de que no pocos lectores no hayan seguido leyendo a Juan de la Cruz. Así lo cree nada menos que Gabriel de Santa María Magdalena[28]. Otro gran teólogo y filósofo brasileño M. Teixeira-Leite Penido cuenta lo que le pasó a él mismo: «E quem escreve, bem se recorda como, ao ler pela primeira vez a Subida, lançou de si e teve Joaô da Cruz por feroz e desumano»[29]. Pero añade a continuación, cuando se recuperó de aquella impresión pasajera: «Nem feroz nem desumano: O corâçao dos santos è liquido, dizia um deles, o Cura d’Ars...».

Hay también quienes se empeñan en que habría que cambiar el orden de los libros en las ediciones; así se evitaría que los lectores tropezasen inicialmente con la Subida; que lean primero el Cántico, y después podrán afrontar mejor la Subida[30]. No sé si esto es muy psicológico o es una falacia. Nosotros ofrecemos lo primero la Subida; la llamada de las cumbres es siempre una vocación de esforzados. En la Subida no hay más adusteces o exigencias fuertes que en el evangelio. Quien sea capaz de entender los llamados evangelios, o pasos evangélicos difíciles, no tiene por qué tropezar en la Subida. Juan de la Cruz ya le pronostica en el capítulo considerado por algunos como el más fuerte: «Y estas obras (consignas de renuncia evangélica) conviene las abrace de corazón y procure allanar la voluntad en ellas. Porque, si de corazón las obra, muy en breve vendrá a hallar en ellas gran deleite y consuelo, obrando ordenada y discretamente» (1S 13,8).

Para evitar inconvenientes que puedan surgir en la mente de ciertos lectores, y para una buena comprensión del proyecto total de la obra son de capital importancia los dos esquemas mencionados: poético y pictórico, ya por lo que son en sí mismos ya también por el hecho de que el libro queda incompleto, sea en Subida, sea en Noche. De ahí el valor especial de los versos y del diseño por contener todo el itinerario espiritual seguido en la experiencia del alma, tal como lo ha trazado el autor, aunque después no esté completo en el comentario en prosa, por haber quedado inconclusas ambas obras.

Para saber leer correctamente lo que nos queda del libro y descubrir los horizontes a que apunta hay que situarse en el punto de mira en que se situó el autor al escribirlo.

Todo suena a pasado. Los pretéritos de los verbos dan su testimonio: salí es el verbo principal de las tres primeras canciones, aunque esté sólo escrito en la primera. Otra corona de pretéritos: guiaste, juntaste, quedó, quedéme y olvidéme, recliné, cesó, dejéme, dan el mismo testimonio. La serie de imperfectos: veía, miraba, ardía, guiaba, esperaba, sabía, parecía, guardaba, regalaba, daba, esparcía, hería, suspendía fija la atención en el transcurso y continuidad de la acción, pero ya la enuncian como algo pasado y que ahora está siendo relatado autobiográficamente por el alma enamorada.

Esta clave de lectura que en otra parte he llamado «desde la cumbre»[31] se clarifica aún más si atendemos a la declaración explícita puesta por el autor al principio del libro de la Noche oscura: «Antes que entremos en la declaración de estas canciones conviene saber aquí que el alma las dice estando ya en la perfección, que es la unión de amor con Dios, habiendo ya pasado por los estrechos trabajos y aprietos, mediante el ejercicio espiritual del camino estrecho de la vida eterna que dice nuestro Salvador en el evangelio (Mt 7,14), por el cual camino ordinariamente pasa para llegar a esta alta y dichosa unión con Dios».

Esta llamada de atención es aplicable no sólo a los dos libros de la Noche sino a los tres de la Subida que están intencionalmente bajo el peso y la luz del mismo poema.

Este modo de escribir, histórico biográfico, requiere de quien se acerque al libro esa actitud lectora y bien despierta para distinguir al historiador-biógrafo espiritual del práctico, guía actual y montañero del alma que va siendo encaminada a la meta.

El lector tiene ciertamente que valerse por sí mismo, pero ha de dejarse llevar por el autor, que no disimula su preocupación porque se le entienda correctamente. De aquí sus llamadas: «Será necesario que el devoto lector vaya con atención» (2S 1,3); «Siempre ha menester acordarse el discreto lector del intento y fin que yo en este libro llevo» (2S 28,1); además de estos toques de atención más generales, desciende a reclamos más concretos: «Convendrá que, así yo como el lector, pongamos aquí con particular advertencia nuestra consideración...» (3S 33,1) y aquella otra llamada: «Necesario le es al lector advertir en cada libro de éstos al propósito que vamos hablando, porque si no, podránle nacer muchas dudas acerca de lo que fuere leyendo» (3S 2,1).